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30-Comentarios Sobre El Humanismo
30-Comentarios Sobre El Humanismo
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CONTENIDO
I. INTRODUCCIÓN
La expresión studia humanitatis fue contrapuesta por Coluccio Salutati a los estudios teológicos y
escolásticos (El escolasticismo engloba a las doctrinas propias de los eruditos eclesiásticos
medievales desde el siglo IX hasta principios del siglo XV, quienes en su afán de racionalizar las
doctrinas de la Iglesia, reelaboraron las doctrinas sobre la usura y el comercio a los desarrollos
económicos de la Edad Media, y adaptaron también el concepto del “justo precio” e hicieron
posible la aceptación por parte de la Iglesia del funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda.
Condenaban la usura así como también a ciertas formas mercantilistas y propiciaban la
implantación del justo precio como retribución del trabajo y del comercio. Se denomina “alta
escolástica” la que tuvo lugar durante los siglos XI y XII, período caracterizado por las grandes
Cruzadas, el resurgimiento de las ciudades y por un centralismo del poder papal que desembocó
en una lucha por las investiduras), cuando tuvo que hablar de las inclinaciones intelectuales de su
amigo Francesco Petrarca (poeta y humanista italiano nacido en Arezo, Italia en 1302 y muerto en
Arcuá, Italia en 1374); en éste, humanitas significaba propiamente lo que el término griego
filantropía, amor hacia nuestros semejantes, pero en él el término estaba rigurosamente unido a las
litterae o estudio de las letras clásicas. En el siglo XIX se creó el neologismo germánico
Humanismus para designar una teoría de la educación en 1808, término que se utilizó después, sin
embargo, como opuesto a la escolástica (1841) para, finalmente, (1859) aplicarlo al periodo del
resurgir de los estudios clásicos por Georg Voigt, cuyo libro sobre este periodo llevaba el subtítulo
de El primer siglo del Humanismo, obra que fue durante un siglo considerada fundamental sobre
este tema.
En consecuencia el humanismo debía restaurar todas las disciplinas que ayudaran a un mejor
conocimiento y comprensión de estos autores, a los que se consideraba un modelo de humanidad
más puro que el contaminado por la viciosa Edad Media, para recrear las escuelas de pensamiento
filosófico grecolatino e imitar el estilo y lengua de los escritores clásicos, y por ello se desarrollaron
extraordinariamente la gramática, la retórica, la literatura, la filosofía moral y la historia, ciencias
ligadas estrechamente al espíritu humano, en el marco general de la filosofía: las artes liberales o
todos los saberes dignos del hombre libre frente al dogmatismo cerrado de la teología, expuesto en
sistemáticos y abstractos tratados que excluían la multiplicidad de perspectivas y la palabra viva y
oral del diálogo y la epístola, típicos géneros literarios humanísticos, junto a la biografía de héroes
y personajes célebres, que testimonia el interés por lo humano frente a la hagiografía o vida de
santos medievales, y la mitología, que representa un rico repertorio de la conducta humana más
sugerente para los humanistas que las castrantes leyendas piadosas, vidas de santos y
hagiografías de Jacopo della Voragine y su leidísima Leyenda Dorada. Este tipo de formación se
sigue considerando aún hoy como humanista.
Para ello los humanistas imitaron el estilo y el pensamiento grecolatinos de dos formas diferentes:
la llamada imitatio ciceroniana, o imitación de un solo autor como modelo de toda la cultura clásica,
Cicerón (orador, político y filósofo romano del 106 a.C. al 43 a.C.), impulsada por los humanistas
italianos, y la imitatio eclectica, o imitación de lo mejor de cada autor grecolatino, propugnada por
algunos humanistas encabezados por Erasmo de Rotterdam (Desiderio Erasmo de Rotterdam,
originalmente llamado Geert Geertsz, fue un pensador holandés nacido en Gonda, cerca de
Rotterdam, hacia 1467 y fallecido en Basilea en 1536. Fue el más grande humanista del
Renacimiento y sin duda el escritor más elegante y agudo de su tiempo).
Si en la Edad Media los ideales de perfección fueron el guerrero o el monje, para la corriente
humanista del Renacimiento, será el cortesano, el caballero renacentista; sabedor de las lenguas
clásicas, griego y latín, de la poesía y de la historia; capaz de escribir en prosa y en verso;
conocedor y practicante de la música, el dibujo y la pintura; hábil en el manejo del caballo, en
torneos, competiciones y juegos; además, gentil y galante. La dama debía ser honesta, tener
conocimientos de las letras, de pintura y de música, y saber danzar, para alegrar las fiestas
cortesanas.
Humanistas que mayor significación tuvieron en los anales de esta corriente, fueron:
Tomás Moro desempeñó un papel importante en la vida política. Analizó los problemas de la
INGLATERRA sociedad y propuso un modelo de comunidad perfecta en su obra Utopía. Enrique VIII le
condenó a muerte porque no aprobó su divorcio.
Luis Vives era valenciano de origen judío, pero vivió casi siempre en los Países Bajos por
temor. Fue amigo de Erasmo y de Tomás Moro. Criticó los métodos educativos de la época y
esbozó el perfil del humanista perfecto. Además de la pedagogía, cultivó otras ramas de la
filosofía.
ESPAÑA Antonio de Nebrija, experto en las lenguas clásicas y conocedor de los valores de la lengua
vulgar, publicó la primera gramática castellana.
Cardenal Cisneros. Su aportación al humanismo más que de autor fue de promotor. Fundó la
Universidad de Alcalá y acometió la edición de la Biblia políglota, impresa en cinco idiomas.
Si bien este humanismo es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia
Católica. Pero ha penetrado tan profundamente en la sociedad actual que la acepta, con ligeras
variantes, hasta las menos religiosas. Todas las culturas son reacias a admitir la superioridad de
unos pueblos sobre los otros o de unas clases sociales sobre otras. Todos creemos que lo que
hace otro hombre lo puede hacer él. Ramón y Cajal se sintió molesto, de estudiante, al ver que no
había nombres españoles en los textos de medicina. Y, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, se
agarró a un microscopio y no lo soltó de la mano hasta que los textos tuvieron que contarle entre
los grandes investigadores. Y el caso de Cajal es representativo, porque en el momento mismo de
la humillación y la derrota, cuando los estadistas extranjeros contaban a España entre las naciones
moribundas, los españoles se proclamaron unos a otros el Evangelio de la Regeneración. En vez
de parafrasear a San Agustín y decirse que la verdad habita en el interior de España, se fueron por
los países extranjeros para averiguar en qué consiste su superioridad.
Con este simple ejemplo, se trata de evidenciar que ya no cabe duda, de que el convencimiento de
que cualquier sociedad puede hacer lo que otra, lo cual plantea severos problemas fundamentales
y argumentales a los principios morales y a las estructuras religiosas.
Con la base epistémica anterior, este sentido del hombre se parece muy poco a lo que se llama
humanismo en la historia moderna, y que se originó en los tiempos del Renacimiento, cuando, al
descubrirse los manuscritos griegos, encontraron los eruditos en las "Vidas Paralelas", de Plutarco,
unos tipos de hombre que les parecieron más dignos de servir de modelo a los demás que los
santos del "Año Cristiano". Como así se humanizaba el ideal, el humanismo significó
esencialmente la resurrección del criterio de Protágoras, según el cual el hombre es la medida de
todas las cosas. Bueno es lo que al hombre le parece bueno; verdadero, lo que cree verdadero.
Bueno es lo que nos gusta; verdadero, lo que nos satisface plenamente. La verdad y el bien
abandonan su condición de esencias trascendentales para trocarse en relatividades. Sólo existen
con relación al hombre.
Pero si lo bueno sólo es bueno porque nos gusta, si la verdad sólo es verdadera porque nos
satisface, ¿qué cosas son el bien y la verdad? Una de dos: reflejos y expresiones de la verdad y el
bien del hombre o sombras sin sustancia, palabras y ruidos sin sentido, como decían los
nominalistas que son los conceptos universales. Ya en la Edad Media se discutía si lo bueno es
bueno por que lo manda Dios o si Dios lo manda porque es bueno. La idea de Protágoras, de
terciar en la disputa, sería probablemente que lo bueno es propiedad de ciertos hombres, y no de
otros. En estos siglos últimos, este género de humanismo sugiere la creencia en que lo que el ser
humano hace tiene que ser bueno, porque es el ser humano quien lo hace. El orgullo suele ser
eso: lanzarse magníficamente a cometer lo que los demás creen que es malo, con la convicción
sublime de que tiene que ser bueno, porque se desea con sinceridad (probablemente sea el caso
de Evo). Y como con todo ello no se suprimen los malos instintos, ni las malas pasiones, el
resultado inevitable de olvidarnos de la debilidad y falibilidad humanas tiene que ser imaginarse
que son buenos los malos instintos y las malas pasiones, con los que no tan sólo nos dejaremos
llevar por ellos, sino que los presentaremos como buenos. El que crea que lo bueno no es bueno,
sino porque lo hace el hombre superior, no sólo acabará por hacer lo malo creyéndolo bueno, sino
que predicará lo malo. No sólo hará la bestia, creyendo hacer el ángel, sino que tratará de
persuadir a los demás de que la bestia es el ángel.
La otra alternativa es concluir con lo bueno y con lo malo, suponiendo que no son sino palabras
con que sublimamos nuestras preferencias y nuestras repugnancias. No hay verdad ni mentira,
porque cada impresión es verdadera, y más allá de la impresión no hay nada. No hay bien ni mal.
La moral es sólo un arma construida por ese ser humano para asegurar su propia supervivencia, la
de sus estructuras sociales y para protegerse de sí mismo; o quizás sea un constructo emergente
de la lucha de clases, como lo sostendría Lenin. Lo bueno para el burgués es malo para el obrero,
y viceversa. Nada es absoluto, todo es relativo. Esto es todavía humanismo, porque el hombre
sigue siendo la medida de todas las cosas. Pero no hay ya medidas superiores, porque
desaparecen los valores, y el hombre mismo, al reducir el bien y la verdad a la categoría de
apetitos, parece como que se degrada y cae en la bestia, con lo que apenas es ya posible hablar
de humanismo (a manera de ejemplo, imaginemos una cordial charla a propósito del humanismo,
con Josef Mengele).
Estos conceptos del hombre no son puras ideas, sino descripciones de los grandes movimientos
que actúan en el mundo. De una parte se aparecen grandes pueblos enteros e incluso razas
humanas completas, animadas por la convicción de que son mejores que las otras razas y que los
otros pueblos, y que se confirman en esta idea de superioridad, con la de sus recursos y medios de
acción. Este credo de superioridad, de otra parte, puede contribuir a producirla. Hasta los
musulmanes, actualmente abatidos, tuvieron su momento de esplendor, debido a esa misma
persuasión. El día en que los árabes se creyeron el pueblo de Dios, conquistaron en dos
generaciones un imperio más grande que el de Roma. No cabe duda de que la confianza en la
propia excelencia es uno de los secretos del éxito, por lo menos, en las primeras etapas del
camino.
En algunos pueblos modernos encontramos esa misma fe, pero expresada en distinto vocabulario.
Recientemente definía Mr. Hoover el credo de su país como la convicción de que siguiendo éste
los dictados de su corazón y de su conciencia avanzaría indefectiblemente por la senda del
progreso. Es postulado del liberalismo, que si cada hombre obedece solamente sus propios
mandatos desarrollará sus facultades hasta el máximo de sus posibilidades. Todos los pueblos de
Occidente han procurado, en estos siglos, ajustar sus instituciones políticas a esta máxima que,
por lo mucho que se ha difundido, parece universal. Se funda en la confianza romántica del
hombre en sí mismo y en la desconfianza de todos los credos, salvo el propio. Supone que los
credos van y vienen, que las ideas se ponen y se quitan como las prendas de vestir, pero que el
hombre cuando se sale con la suya, progresa.
Hasta aquí surge una pregunta casi obligatoria: ¿Todos los hombres? Aquí está el problema. La
Historia muestra también que esta libertad individualista no sienta a todos los pueblos de la misma
manera. Hay, por lo visto, pueblos libres, pueblos semilibres y pueblos esclavos. Y así ha ocurrido
que la bandera individualista, universal en sus comienzos, ha acabado por convertirse en la divisa
de los pueblos que se creen superiores. Aun dentro del territorio de un mismo pueblo, el
individualismo no quiere para todos los hombres sino la igualdad de oportunidades. Ya sabe por
adelantado que unos las aprovechan y mejoran de posición. Estos son los buenos, los selectos, los
predestinados; otros, en cambio, las desaprovechan y bajan de nivel; y éstos son los malos, los
rechazados, los condenados a la perdición. Es claro que no ha existido nunca una sociedad
estrictamente individualista, porque los padres de familia no han podido creer en el postulado de
que los hombres sólo progresan cuando se les deja en libertad. No hay un padre de familia con
sentido común que deje hacer a sus hijos lo que les dé la gana. También los gobiernos y las
sociedades hacen lo que los padres, en mayor o menor grado. Pero en la medida en que permiten
que cada individuo siga sus inclinaciones, aparece en los pueblos el fondo casi irredimible, de los
degenerados e incapaces de trabajo. La civilización individualista tiene que alzarse sobre un
légamo de "boicoteados", de caídos y de ex–hombres, o como diría .Eduardo Galeano, un resabio
de “ninguneados”.
A manera de exculparme un poco como autor, permítaseme destacar que como se podrá apreciar
hasta este momento, el Humanismo resulta un sustento argumental importante aún a la hora de
argumentar posturas y tendencias sociales y políticas.
1. Porque existen, entre las creencias de nuestra cultura, y sobre todo en el lenguaje, personas
no humanas (personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; personas angélicas o diabólicas;
o incluso las extraterrestres).
2. Porque hay seres o cosas que son humanos, pero no son personales (por ejemplo el “hombre
de Neanderthal” – nadie dice: “la persona de Neanderthal” – o bien una máquina, un mueble, y
en general, la “cultura extra somática”, que es humana, “cultura humana”, y no es personal).
Persona humana añade algo no sólo a “persona” sino también a “humano”. El hombre recibe
una determinación importante cuando se le considera como persona así como la persona
recibe una determinación no menos importante cuando se la considera como humana. Por
tanto, no es lo mismo hombre que persona, como tampoco es lo mismo hombre que ciudadano.
“Hombre” es un término más genérico o indeterminado, que linda con el “mundo zoológico”
(decimos hombre de las cavernas pero sería ridículo decir persona de las cavernas); “persona” es
un término más específico que tiene que ver con el “mundo civilizado” o, si se prefiere, con la
constelación de los valores morales, éticos o jurídicos propios de este mundo. La misma etimología
de la palabra persona demuestra que es un concepto sobreañadido al concepto de hombre. Un
refrán de origen jurídico, también lo recuerda: homo plures personas sustinet, es decir, el hombre
sostiene o desempeña muchas máscaras o papeles (un mismo hombre es empresario y
delincuente, es padre y chofer, etc.). “persona” era, en efecto, la máscara o careta que usaban los
actores de la tragedia para hablar —per sonare—. No se dice que los hombres actuales puedan no
ser personas; lo que se asevera es que cabe un concepto de hombre al margen del concepto de
persona. En el derecho romano los esclavos eran hombres pero no eran personas. Lo que
queremos subrayar es que aquellos juristas romanos que usaban el concepto de hombre lo
disociaban del concepto de persona; de suerte que, históricamente, ocurre como si nuestro
concepto actual de persona, como equivalente a hombre, fuese el resultado de una ampliación del
concepto de persona a los esclavos. Según esto cabría decir que el concepto de persona apareció
como resultado de un proceso vinculado a la liberación, al menos teórica, de los esclavos (o de los
bárbaros) y no como un mero concepto abstracto, mental, intemporal, habiéndose profundizado e
instituido en nuestros tiempos.
Pese a su evidente evolución, sin embargo, el humanismo no ha podido superar el continuo dilema
Platón – Aristóteles, es decir el dilema de lo subjetivo versus lo objetivo, de ahí que se puede
fácilmente evidenciar la existencia de una corriente humanista no materialista que sostiene que si
bien el ser humano, la persona como tal, es de absoluta trascendencia, está sujeto a los designios
de un poder superior, creador, que lo tiene todo previsto y predeterminado, tal es la misiva que
reza “desde que te encontrabas en el vientre de tu madre te consagré…”, o bien la otra postura
que si bien descarta completamente la existencia de un Dios, asume la predeterminación de la
sociedad y de la historia humana: “el único camino posible es pasar de capitalismo al socialismo
como una etapa de transición hacia el comunismo”. Se debe aclarar que el denominativo de esta
postura humanista (“Humanismo No – Materialista”) no tiene nada que ver con las posturas
materialistas correspondientes al marxismo.
Por otra parte, existe otra postura humanista completamente diferente que sostiene que si bien la
figura del ser humano es de absoluta trascendencia para el futuro de la historia y de la sociedad,
no existe ni podría existir predeterminación alguna, el futuro de la sociedad y de la historia, si bien
dependen del propio ser humano, lo hacen dependiendo de las actitudes y actividades de éste y no
de un designio superior, cuyas razones nos sean completamente ajenas e ignotas. El mañana
depende en todo caso de lo que hagamos o no hoy, así como el presente es consecuencia directa
de lo hecho ayer, y no por la vía del castigo o del premio, sino solamente por efecto causal directo.
¿Cuales el cometido fundamental, el objetivo, el blanco hacia el cual dirige su flecha la educación?
¿Cuál es su justificación y su argumento? Obviamente el ser humano, en cada una de sus facetas
y en forma integral; en cada una de sus edades y en toda su vida; en cada uno de sus saberes y
en todos.
A criterio personal, si el
párrafo precedente es
verdad en una pequeña
La EDUCACIÓN en TODAS parte, basta y sobra
para entender que el
sus facetas, aspectos, fundamento mismo de
toda educación y el
tendencias, corrientes, fundamento de todo
aspecto inherente a la
posturas, métodos, etc. educación, es
indiscutiblemente el
Humanismo. No podría
pensarse siquiera la
educación de no estar
sustentada por la piedra
HUMANISMO angular del Humanismo.
BIBLIOGRAFÍA
• BULLOCK A., “La tradición humanista en Occidente”, Alianza Editorial, 1989, Madrid.
• ––––––, “Buscar la Filosofía en las Ciencias Sociales”, Siglo XXI Editores, 2005, México.
• DULAC H. de, “El drama del humanismo ateo”. Editorial Encuentro, 2005, Madrid
• FONTAN A. “Príncipes y humanistas. Nebrija, Erasmo, Maquiavelo, Moro, Vives”, Editorial Marcial Pons, 2006,
Barcelona
• SEBASTIÁN S., “Arte y Humanismo”, Ediciones Cátedra S.A., 1981, Buenos Aires