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doi: 10.1002/anzf.1254
El concepto de hospitalidad de Derrida ha sido propuesto por algunos autores desde una perspectiva
colaborativa como una herramienta interesante para reflexionar sobre la relación terapéutica como
relación ética en la que el terapeuta desarrolla una apertura acogedora al cliente. En este artículo nos
ocupamos de este reciente énfasis en la posición ética del terapeuta de acoger la alteridad del cliente
y recurrimos a los textos originales de Jacques Derrida con el objetivo de desarrollar una
comprensión profunda de lo que exactamente está en juego en esta posición terapéutica de
hospitalidad. Esta lectura evoluciona hacia una comprensión de cómo la noción de hospitalidad de
Derrida invita a los clínicos a identificar cómo la posición terapéutica entrelaza intrincadamente la
curación y la violencia. El concepto de hospitalidad llama a los terapeutas a aceptar la complejidad
de la responsabilidad terapéutica como una forma de presencia solidaria que implica necesaria y
simultáneamente la violencia de la apropiación y la diferencia de poder.
Puntos Clave
* Traducción libre de Claudio Zamorano Díaz.
En la historia de la terapia familiar, varios conceptos se han considerado para ayudar a los
terapeutas familiares a tener algo a lo que aferrarse en sus luchas diarias con la complejidad
de la relación terapéutica familiar. Se suponía que el terapeuta era `estratégico' (Haley,
1963), `pragmático' (Watzlawick, Beavin, & Jackson, 1967), `directivo' (Minuchin, 1974),
`táctico' (Fisch, Weakland, & Segal, 1982), `neutro' (Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin,
& Prata, 1980), `no-saber' (Anderson, 1997), y así sucesivamente. Más recientemente,
algunos autores se han referido al concepto de "hospitalidad" de Jacques Derrida para
describir la relación terapéutica en la terapia de pareja y familiar (por ejemplo, Anderson,
2012; Larner, 2003; Pare & Larner, 2004). Pare y Larner (2004), por ejemplo, explican
cómo una ética de la hospitalidad en el espacio terapéutico implica apertura e intercambio
entre diversas formas de conocimiento. Anderson (2012) se refiere a Derrida cuando
describe al terapeuta como un anfitrión hospitalario: '... un cliente es como unextranjero que
viene a tierra extraña.’ (p. 16). Esto enfatiza la importancia de ser corteses, sensibles a las
inquietudes de nuestros clientes y cuidadosos de no entrometernos. De esta manera, Pare y
Larner (2004) y Anderson (2012) utilizan el concepto de hospitalidad como analogía con el
hecho de que el terapeuta es el anfitrión y el cliente el invitado. Hacen hincapié en la
importancia de una actitud abierta y acogedora del terapeuta.
En este trabajo, tomamos como punto de partida este interés fundamental en la hospitalidad
como proceso central en la comprensión y formación de la posición terapéutica. Nuestro
objetivo es fomentar el compromiso con la noción de hospitalidad de Derrida en el campo
de la terapia familiar a través del trabajo de Derrida, y explorar las implicaciones de sus
escritos sobre la hospitalidad para entender y dar forma a la hospitalidad en la relación
terapéutica. Por supuesto que esto es un desafío: ¿cómo podemos llevar conceptos
complejos como la hospitalidad a lectores que no están familiarizados con los matices del
pensamiento de Derrida? Si bien hemos tratado de simplificar en lo posible y traducir lo
más posible al mundo de la terapia familiar, al mismo tiempo permanecemos sensibles a la
posibilidad de hacer violencia a las ideas de Derrida.
Imagínate que estás en casa con tu familia, disfrutando de una velada tranquila.
Tal vez una cena familiar. Tal vez están viendo la televisión juntos. Entonces
suena el timbre. Vas a la puerta principal, la abres y ahí está... el forastero. ¿Qué
vas a hacer?
No se define quién es el extraño. Puede ser un refugiado sirio, o una víctima de abuso
sexual. Puede ser un niño llorando. Puede ser un hombre de negocios exitoso o un
vagabundo. Puede ser una monja o una prostituta. El extraño puede ser tu hermano, tu
hermana o tu madre. Quienquiera que sea el extraño, Derrida identifica la apariencia del
extraño como un momento ético. El extraño en la puerta, simplemente por su presencia, lo
obliga a uno a convertirse en su anfitrión y a ponerlo incondicionalmente en primer lugar;
no imponiendo restricciones, ni esperando pago ni compensación. De esta manera, la
llegada del extranjero apela al imperativo ético absoluto de la hospitalidad: hay que ser
hospitalario, sin restricciones, sin "peros" ni "qué tal si", "sin pedirles reciprocidad
(generando un pacto) ni siquiera sus nombres" (Derrida, 2000, p. 25). En respuesta a este
imperativo ético, uno tiene que comprometerse en una práctica concreta de hospitalidad.
Atreverse a decir bienvenido es quizás insinuar que uno está aquí en casa, que
uno sabe lo que significa estar en casa, y que en casa uno recibe, invita u ofrece
hospitalidad, apropiándose así de un espacio para uno mismo, un espacio para
acoger[accueillir] al otro.
(Derrida, 1999, pp. 15-16)
Para ser hospitalario uno también tiene que tomar la posición de anfitrión y así ejercer el
poder del anfitrión: el anfitrión tiene que elegir, ofrecer o retener la hospitalidad. Por lo
tanto, la posición de un anfitrión implica condicionalidad:
... la necesidad, para el anfitrión [...] de preferir, elegir, filtrar, seleccionar a sus
invitados, visitantes o invitados, aquellos a quienes decide conceder [...] la
hospitalidad.
(Derrida, 2000, p. 55)
Esta selección o filtrado de los huéspedes pone límites a nuestra absoluta hospitalidad, pero
lo más importante es que el huésped está a merced del anfitrión. Para Derrida, este es un
punto muy importante, porque vincula la práctica de la hospitalidad con la violencia: "la
soberanía sólo puede ser ejercida por la exclusión y la violencia" (Derrida, 2000, p. 55). De
esta manera, Derrida escribe que, en su inherente condicionalidad práctica, todo acto de
hospitalidad puede convertirse en un acto de violencia (Derrida, 2000).
Violencia y hospitalidad
Violencia es una palabra fuerte. Puede ser desconcertante y desagradable, especialmente
para aquellos cuya imagen de la violencia incluye la brutalidad física y la crueldad. Por otro
Aquí es importante destacar que Derrida no describe la violencia como algo brutal y
explícito, ni como algo que la persona pretende ni como parte de una perversión. Más bien,
en línea con el pensamiento de Levinas (1969), la violencia a la que se refiere Derrida es
sutil e involuntaria, y es un aspecto inevitable del encuentro entre mí mismo y el otro.
Derrida utiliza explícitamente la palabra violencia (en francés: violence) y no lo hace de
manera irónica, lúdica y provocadora. El uso del término violencia le sirve para enfatizar la
dimensión ética de la condicionalidad de la hospitalidad: en su respuesta a la llegada del
extraño, el acto concreto de hospitalidad del anfitrión es necesariamente limitado,
reapropiándose del hogar invadido como un espacio de soberanía propia y por lo tanto no
respondiendo al imperativo ético de hospitalidad incondicional. Desde esta perspectiva, las
palabras y los actos de hospitalidad pueden ser tan violentos como cualquier forma de
abuso o agresión física, como lo son en sí mismos los fracasos en el cumplimiento de una
obligación ética ilimitada.
Además, y tal vez sorprendentemente, debe quedar claro que Derrida sitúa la violencia de la
hospitalidad no sólo en la posición del anfitrión, sino también en la posición del huésped.
La llegada del extraño es un momento invasivo en el que un extraño entra en su vida sin ser
invitado ni anunciado, en busca de un lugar donde quedarse. Derrida enfatiza la naturaleza
intrusiva y perturbadora de la llegada del extraño: “El huésped (...) traumatiza”, escribe
Derrida (2000, p. 78). Al invadir la seguridad de un hogar y privarlo a uno de la autoridad
de este refugio seguro, el otro distorsiona el orden pacífico del mundo de uno:
...el anfitrión que invita [...] se convierte en el rehén [...] (y) el invitado [...] se
convierte en el que invita al que invita [...], el invitado se convierte en el anfitrión
del anfitrión.
(Derrida, 2000, p. 125) En el punto de vista de Derrida sobre la hospitalidad, el
invitado es un anfitrión y el anfitrión es un invitado.
La aporía de la acogida
La inevitable presencia de la violencia en la concreta relación hospitalaria refleja la manera
en que Derrida ubica la respuesta del anfitrión a la llamada del extraño dentro de la tensión
entre la ley ética y las leyes actuales. La llegada del extranjero invoca el imperativo de la
hospitalidad incondicional, sin embargo, el acto hospitalario soberano del anfitrión en
respuesta a esta obligación incondicional está inevitablemente marcado por las condiciones
reales, reglas o leyes:
La forma en que Derrida analiza la hospitalidad puede ser considerada como un ejemplo
típico del método de la deconstrucción. La deconstrucción se refiere al análisis prototípico
de Derrida de las estructuras de significado de conceptos o prácticas (por ejemplo, la
hospitalidad), y tiene como objetivo exponer las tensiones paradójicas e irresolubles (lo que
él llama una aporía) que subyacen en el concepto o la práctica en cuestión. De esta manera
queda claro que lo que explica el funcionamiento de la práctica en cuestión es, al mismo
tiempo, lo que la socava (Thomassen, 2006). Un aspecto central del análisis deconstructivo
es reflejar la fragilidad, la multivocalidad e indeterminación de todas las afirmaciones de
verdad, identidad y significado (Benhabib, 1994): “Me gustaría creer [...] en el número
indeterminable de voces mezcladas” (Derrida, 1982). A través de articular las tensiones
presentes dentro de una práctica, una dedicación deconstructiva aborda la imposibilidad de
que las prácticas institucionalizadas y el lenguaje mantengan la multivocalidad y la fluidez
del significado.
Discutir la hospitalidad como aporía describe los desafíos éticos dentro de la relación entre
el anfitrión y el huésped, en la que la multiplicidad de leyes de hospitalidad históricas y
culturales inevitablemente están en tensión con el imperativo ético de la hospitalidad
incondicional:
Para ser lo que es, la ley necesita las leyes que, sin embargo, la niegan, que la
asedian en todo momento, que a veces la corrompen o la pervierten.
(Derrida, 2000, p. 79)
Contradictorias como son, la ley ética y las leyes condicionales, en opinión de Derrida, son
inseparables y dependen una de la otra. La ley ética de la acogida incondicional requiere su
presentación en actos concretos de hospitalidad, mientras que al mismo tiempo estas
actuaciones condicionales de la hospitalidad se orientan continuamente hacia el imperativo
ético. Al mismo tiempo, sin embargo, están en constante tensión ya que se implican y
excluyen mutuamente:
Por lo tanto, según Derrida, los actos genuinos de pura hospitalidad son imposibles, ya que
los actos de hospitalidad se sitúan dentro de la aporía de ser condicional mientras se lleva el
imperativo ético de la incondicionalidad.
Este cuestionamiento intrusivo del ser y la comprensión del sujeto evoca una
responsabilidad fundamental de hablar en el mundo sobre la alteridad y la diferencia. Aquí,
la llegada del extraño se convierte en la llegada del otro, y el imperativo ético de la
hospitalidad se convierte en la responsabilidad incondicional del sujeto de dar voz al otro, a
la alteridad que no es considerada en la construcción de sentido del sujeto o que se silencia
en el mundo social.
Aquí, Derrida describe la relación del sujeto con el otro caracterizada por una obligación
ética con el otro. Pero también aquí Derrida ve una aporía cuando se consideran prácticas
concretas. Así como la práctica hospitalaria real del anfitrión es inherentemente marcada
por la violencia, el lenguaje real del sujeto se convierte en una fuerza que, mientras es
invocada por la alteridad y trata de hablar de ella, intrínsecamente no hace justicia a esta
alteridad y en esencia incorpora la diferencia en la igualdad. Aquí, la imposibilidad de la
hospitalidad se refiere a la imposibilidad del lenguaje: la imposibilidad de dar voz a la
alteridad, a “intentar acercarse a un silencio en torno al cual se ordena el discurso, pero
siempre se aparta de develarlo en el mismo momento del discurso” (Derrida, 2000, p. 2). El
lenguaje opera en el espacio aporético de dar voz al otro e incorporar al otro al mismo
tiempo: las palabras se convierten en un apropiado acto de violencia, pero al mismo tiempo
son continuamente arrastradas hacia el eco de la alteridad que inició el lenguaje.
espacio tensado entre una responsabilidad ilimitada por la singularidad y alteridad de los
clientes, y la necesaria condicionalidad inherente del encuentro.
Dicho de otro modo, a pesar de nuestras mejores intenciones, cierta violencia siempre
estará presente como un aspecto inevitable de la condicionalidad de la hospitalidad en la
práctica. Esta violencia inherente puede presentarse de diferentes maneras: en el uso de
palabras hirientes o preguntas intrusivas por parte del terapeuta, en el uso de clasificaciones
o en su negativa para clasificar, en el etiquetado y definición del sufrimiento por parte del
terapeuta, en su intervención así como en su pasividad a la hora de tratar asuntos que el
terapeuta opta por ignorar, en su empuje por la revelación, en la arrogancia de su
comprensión, en su manera de hablar de palabras tomadas de una ideología profesional en
la que prevalece una visión dominante sobre la normalidad y la patología, y así
sucesivamente.
(Derrida, 1997). Aquí, Derrida argumenta que esto implica la necesidad de un lenguaje que
intente ser poético, original cada vez, un lenguaje que busque sacar la violencia de las
palabras y, por lo tanto, intente ser un nuevo lenguaje cada vez. Por eso la hospitalidad es
tan difícil e incluso improbable, dice Derrida, y añade: ...”cada vez la hospitalidad tiene que
ser una invención, la invención de un lenguaje único” (Derrida, 1997).
Frank es un joven psicólogo. Está bajo la supervisión de (Autor A). Presentó el caso de la
familia Vandenberg en el que la madre está preocupada por su hijo de 13 años, David,
quien (en sus palabras) está deprimido. Según ella, cambió cuando fue a la escuela hace
un año y medio: “no parece encontrar su camino en esta nueva escuela. Está despierto
durante horas y parece tan preocupado...Algo anda mal, pero no sé qué." David no dice
mucho en la sesión. “Él es del tipo silencioso", dice su madre en la primera sesión.
También está el hermano de David, Jacob (10 años) y su hermana Eva (8 años). Su padre
murió en un accidente de coche hace cinco años.
Frank se ha reunido con esta familia cuatro veces, pero ahora se siente atascado: "Nada
parece cambiar en la familia. Aún así, las sesiones van bien. Hablamos de los niños, de la
escuela, de la muerte del padre... pero en realidad es sobre todo la madre la que habla.
Los dos niños pequeños juegan con los juguetes que les doy y David se sienta allí. Escucha
todo lo que se dice y responde a todas mis preguntas. Pero siento que hay algo... algo...no
sé qué."
“¿Les preguntaste cómo creen que van las sesiones?” Pregunto.
“No, en realidad no, pero utilizo un cuestionario de retroalimentación. El SRS. Quiero
saber cómo experimenta la sesión.”
“¿Ella?"
“Bueno, sólo le pido a la madre que llene el SRS; los niños son demasiado pequeños.”
“Existen versiones para niños del SRS”
“Sí, lo sé, pero no quiero agobiarlos. Les gusta jugar; y rellenar esos instrumentos es tan
serio.”
“Sí, lo entiendo, pero no ofrecerles llenar los instrumentos puede hacerlos sentir
excluidos.”
“Mmm.”
“Bueno, ¿cómo experimenta la madre la sesión? ¿Cómo anota?”
“Las puntuaciones son consistentemente altas: 8,5 o 9.”
“¿Has hablado con ella de eso?”
“Sí, se siente comprendida por mí. Creo que le gusta cómo van las cosas...”
“Pero aún así, no saca un 10 en la escala. ¿Cómo podría ser distinta la sesión para ella
para conseguir un 10? ¿Qué le falta?”
“¿Necesito sacar un 10 en cada escala?.”
“No, pero puedes darles la bienvenida a sus ideas críticas sobre la terapia preguntándole
sobre la diferencia entre un 8.5 y un 10.”
Frank decide preguntarle a mamá en la próxima sesión.
Dos semanas más tarde él envía un correo electrónico a (Autor A) en el que relata lo
ocurrido en la sesión. Él le había preguntado a la madre sobre lo que faltaría para que
ella anotara un 10 en las escalas de SRS. A la madre le sorprendió la pregunta. Empezó a
asegurarle que estaba contenta con él como terapeuta y que realmente pensaba que las
sesiones iban bien. Frank preguntó: "Sí, pero ¿qué se necesita para que las sesiones sean
mejor que buenas?” La madre pensó por un minuto y dijo: “No parece que lleguemos a los
niños. Ellos juegan - y de hecho les encanta venir aquí debido a tus maravillosos juguetes -
pero no están involucrados. No sé lo que piensan. También David es muy tranquilo. No
dice una palabra más aquí que en casa. Tal vez los niños tengan que involucrarse más...''.
Más tarde, Frank me cuenta que en las siguientes sesiones se concentró más en dar voz a
los niños. Les pidió que hicieran dibujos de la familia, y hablaron de los dibujos en los que
sorprendentemente también le dieron un lugar a su padre. “Él está en el cielo” -dijo Eva-,
“le hablo todos los días cuando estoy acostada en la cama, antes de irme a dormir". David
se quedó callado al principio. Pero Frank notó que en su dibujo David se dibujó a sí
mismo como una figura pequeña con zapatos grandes y un sombrero. Invitó a David a
hablar de eso. Entonces David contó su historia: cuando su papá murió, tuvo la sensación
de que él era el hombre de la casa. A su manera, había tratado de cuidar de su madre, que
había estado confundida y deprimida después de la muerte de su padre. También había
tratado de cuidar a sus hermanos menores. Ahora, años después, y yendo a esta nueva
escuela, se siente asustado e inseguro: “todos en la familia están bien ahora, pero me
siento como un pajarito abandonado en la lluvia.”
El caso también ilustra que tiene sentido invitar explícitamente a los miembros de la familia
a ser críticos con la forma en que ofrecemos hospitalidad. Cuando Frank le pidió a la madre
que hablara sobre lo que le faltaba, ella pudo puntualizarle a Frank la posibilidad de
extender su hospitalidad a los niños: de esa manera se abrió el espacio para una nueva
forma de ser hospitalarios.
La Hospitalidad en la Práctica
Reflexionando sobre el caso, las siguientes perspectivas sobre el desarrollo de una posición
terapéutica hospitalaria parecen estar en juego.
Lo que está en juego en esta difícil inclusión de la violencia como parte inherente de la
bienvenida de los clientes, es la preocupación por la forma en que un énfasis unilateral en la
importancia de la posición de bienvenida, sin reconocer sus tensiones inherentes, podría
limitar el espacio para la reflexión de los terapeutas en ejercicio. Las buenas intenciones y
las expectativas utópicas pueden desanimar a los terapeutas a reflexionar críticamente sobre
sus prácticas y a hablar sobre algunas de las cosas que en sus prácticas no son ideales. Por
un lado, puede hacer que los terapeutas sean menos sensibles a la violencia involuntaria que
puede estar presente en la forma en que son hospitalarios con sus clientes. Por el contrario,
entender la hospitalidad como una aporía puede abrir un espacio para hablar de una manera
más rica sobre la complejidad de nuestra profesión imposible, ya que reconoce al mismo
tiempo el imperativo ético de la hospitalidad incondicional y la imposibilidad de la
hospitalidad absoluta en nuestras prácticas actuales.
2. El "no" del cliente como expresión de su alteridad: apoyar a los clientes para que
hablen de los fracasos de nuestra hospitalidad.
El terapeuta no sólo es un anfitrión, sino también un huésped en el mundo íntimo del
cliente. Esta comprensión implica que la responsabilidad ética del terapeuta no sólo implica
la responsabilidad de acoger la apertura, sino que al mismo tiempo requiere un seguimiento
continuo de los momentos del diálogo terapéutico que resuenan en violencia implícita e
involuntaria del terapeuta. Tal monitoreo también involucra la atención a las señales de
incomodidad en el cliente en reacción a las palabras y acciones del terapeuta (De Haene &
Rober, 2016). Aquí, podemos tratar de apoyar a las clientas para que se protejan contra
nuestra violencia involuntaria invitándolas a establecer límites y, si es necesario, a decir
"no" a la forma en que ofrecemos hospitalidad, o a ser críticos con la forma en que hacemos
la terapia.
Si nunca escuchamos a nuestros clientes decirnos que "no", o si nunca notamos ninguna
crítica de nuestra forma de tratar con ellos, esto no debería tranquilizarnos. No significa
necesariamente que no seamos violentos, sino que podría significar que no hay suficiente
seguridad en el encuentro terapéutico para que los clientes digan "no" explícitamente. La
hospitalidad en la práctica implica el interés activo del terapeuta en la alteridad del cliente y
el compromiso continuo de crear un espacio dialógico en el que el cliente se sienta
legitimado para establecer límites a la terapia (de cualquier manera), y en el que el
terapeuta valore la retroalimentación del cliente y la utilice para guiar sus acciones en la
terapia dada la retroalimentación que recibe de los clientes. Puede estar claro que aquí
nuestra lectura de la hospitalidad de Derrida se acerca mucho a las ideas de los terapeutas
orientados a los resultados en relación a optimizar la alianza terapéutica (por ejemplo,
Duncan, Miller, Wampold y Hubble, 2010; Rober, 2017).
Conclusión
En este trabajo exploramos cómo el trabajo de Derrida sobre la hospitalidad nos invita a ver
a los clientes como otros en busca de un lugar acogedor en el que sus voces de esperanza y
desesperación puedan ser compartidas. Hemos resaltado la experiencia fundamental del
terapeuta de ser puesto en responsabilidad frente al sufrimiento de los clientes, así como la
experiencia perturbadora de la alteridad de los clientes. El concepto de hospitalidad de
Derrida invita a los clínicos a identificar con qué precisión esta responsabilidad implica una
reflexión sobre la manera en que la posición terapéutica entrelaza intrincadamente la
curación y la violencia. Tal comprensión va claramente más allá del énfasis en establecer
una relación terapéutica de colaboración no jerárquica, e incluso niega que tal relación
terapéutica sea posible en la práctica.
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