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Australian and New Zealand Journal of Family Therapy 2017, 38, 378–390

doi: 10.1002/anzf.1254

Hospitalidad en la Práctica de la Terapia Familiar:


Un Acercamiento Más Profundo a Jacques
Derrida*
Peter Rober1 y Lucia De Haene2
1 Institute of Family and Sexuality Studies, Department of Neurosciences, KU Leuven & Context, UPC KU Leuven,
Bélgica
2 Research Unit Education, Culture and Society, Faculty of Psychology and Educational Sciences, KU Leuven, Belgium

El concepto de hospitalidad de Derrida ha sido propuesto por algunos autores desde una perspectiva
colaborativa como una herramienta interesante para reflexionar sobre la relación terapéutica como
relación ética en la que el terapeuta desarrolla una apertura acogedora al cliente. En este artículo nos
ocupamos de este reciente énfasis en la posición ética del terapeuta de acoger la alteridad del cliente
y recurrimos a los textos originales de Jacques Derrida con el objetivo de desarrollar una
comprensión profunda de lo que exactamente está en juego en esta posición terapéutica de
hospitalidad. Esta lectura evoluciona hacia una comprensión de cómo la noción de hospitalidad de
Derrida invita a los clínicos a identificar cómo la posición terapéutica entrelaza intrincadamente la
curación y la violencia. El concepto de hospitalidad llama a los terapeutas a aceptar la complejidad
de la responsabilidad terapéutica como una forma de presencia solidaria que implica necesaria y
simultáneamente la violencia de la apropiación y la diferencia de poder.

Palabras claves: relación terapéutica, alianza, ética, hospitalidad, otro, posición

Puntos Clave

1 La relación terapéutica en la terapia familiar es muy compleja.


2 El concepto de hospitalidad de Derrida puede ser útil para iluminar esta complejidad.
3 El concepto de hospitalidad de Derrida va más allá de ser un buen anfitrión para el cliente.
4 Describe, de hecho, cómo el terapeuta está continuamente buscando el equilibrio correcto entre
la incondicional apertura y condicionalidad.
5 Incluso en las relaciones hospitalarias es inevitable algún nivel de violencia

. . . Por eso la hospitalidad es tan difícil e incluso improbable... ..


Jacques Derrida


* Traducción libre de Claudio Zamorano Díaz.

En la historia de la terapia familiar, varios conceptos se han considerado para ayudar a los
terapeutas familiares a tener algo a lo que aferrarse en sus luchas diarias con la complejidad
de la relación terapéutica familiar. Se suponía que el terapeuta era `estratégico' (Haley,
1963), `pragmático' (Watzlawick, Beavin, & Jackson, 1967), `directivo' (Minuchin, 1974),
`táctico' (Fisch, Weakland, & Segal, 1982), `neutro' (Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin,
& Prata, 1980), `no-saber' (Anderson, 1997), y así sucesivamente. Más recientemente,
algunos autores se han referido al concepto de "hospitalidad" de Jacques Derrida para
describir la relación terapéutica en la terapia de pareja y familiar (por ejemplo, Anderson,
2012; Larner, 2003; Pare & Larner, 2004). Pare y Larner (2004), por ejemplo, explican
cómo una ética de la hospitalidad en el espacio terapéutico implica apertura e intercambio
entre diversas formas de conocimiento. Anderson (2012) se refiere a Derrida cuando
describe al terapeuta como un anfitrión hospitalario: '... un cliente es como unextranjero que
viene a tierra extraña.’ (p. 16). Esto enfatiza la importancia de ser corteses, sensibles a las
inquietudes de nuestros clientes y cuidadosos de no entrometernos. De esta manera, Pare y
Larner (2004) y Anderson (2012) utilizan el concepto de hospitalidad como analogía con el
hecho de que el terapeuta es el anfitrión y el cliente el invitado. Hacen hincapié en la
importancia de una actitud abierta y acogedora del terapeuta.
En este trabajo, tomamos como punto de partida este interés fundamental en la hospitalidad
como proceso central en la comprensión y formación de la posición terapéutica. Nuestro
objetivo es fomentar el compromiso con la noción de hospitalidad de Derrida en el campo
de la terapia familiar a través del trabajo de Derrida, y explorar las implicaciones de sus
escritos sobre la hospitalidad para entender y dar forma a la hospitalidad en la relación
terapéutica. Por supuesto que esto es un desafío: ¿cómo podemos llevar conceptos
complejos como la hospitalidad a lectores que no están familiarizados con los matices del
pensamiento de Derrida? Si bien hemos tratado de simplificar en lo posible y traducir lo
más posible al mundo de la terapia familiar, al mismo tiempo permanecemos sensibles a la
posibilidad de hacer violencia a las ideas de Derrida.

La Hospitalidad en la Perspectiva de Derrida


Jacques Derrida (1930-2004) fue un filósofo francés, conocido especialmente por su
desarrollo del método de análisis semiótico que fue llamado "deconstrucción". Más tarde,
en la década de los 90, sus escritos sobre la deconstrucción se impregnaron cada vez más de
una perspectiva ética, centrándose en temas como la muerte y el duelo, la identidad, las
inmigraciones ilegales, los derechos de los animales y -el tema del presente documento- la
hospitalidad, todo ello en torno a su compromiso con la diferencia y la alteridad. Nació en
Al-Bair (Argelia) y su familia emigró a Francia en 1949. Sabía lo que significaba ser un
extraño en una tierra extraña.

El imperativo ético de acoger al extranjero


En su pensamiento sobre la hospitalidad, Derrida toma como punto de partida la situación
de la aparición repentina del extraño en la puerta de su casa:

Imagínate que estás en casa con tu familia, disfrutando de una velada tranquila.
Tal vez una cena familiar. Tal vez están viendo la televisión juntos. Entonces
suena el timbre. Vas a la puerta principal, la abres y ahí está... el forastero. ¿Qué
vas a hacer?

No se define quién es el extraño. Puede ser un refugiado sirio, o una víctima de abuso
sexual. Puede ser un niño llorando. Puede ser un hombre de negocios exitoso o un
vagabundo. Puede ser una monja o una prostituta. El extraño puede ser tu hermano, tu
hermana o tu madre. Quienquiera que sea el extraño, Derrida identifica la apariencia del
extraño como un momento ético. El extraño en la puerta, simplemente por su presencia, lo
obliga a uno a convertirse en su anfitrión y a ponerlo incondicionalmente en primer lugar;
no imponiendo restricciones, ni esperando pago ni compensación. De esta manera, la
llegada del extranjero apela al imperativo ético absoluto de la hospitalidad: hay que ser
hospitalario, sin restricciones, sin "peros" ni "qué tal si", "sin pedirles reciprocidad
(generando un pacto) ni siquiera sus nombres" (Derrida, 2000, p. 25). En respuesta a este
imperativo ético, uno tiene que comprometerse en una práctica concreta de hospitalidad.

Una práctica concreta de la hospitalidad


Mientras Derrida habla de la obligación ética de la hospitalidad absoluta que evoca la
llegada repentina del extraño, según él, en la práctica no es posible la hospitalidad
incondicional. Toda respuesta a la llamada ética del extraño, todo acto de hospitalidad no
puede sino no estar a la altura del imperativo de una hospitalidad absoluta e incondicional.
Derrida señala la paradoja que para ser hospitalario hay que declararse soberano propietario
de la casa: “...no hay hospitalidad sin soberanía de uno mismo en el propio hogar....”
(Derrida, 2000, p. 55). En otras palabras, la hospitalidad sólo es posible si uno toma la
posición del anfitrión, y de esa manera el otro se posiciona como un extraño:

Atreverse a decir bienvenido es quizás insinuar que uno está aquí en casa, que
uno sabe lo que significa estar en casa, y que en casa uno recibe, invita u ofrece
hospitalidad, apropiándose así de un espacio para uno mismo, un espacio para
acoger[accueillir] al otro.
(Derrida, 1999, pp. 15-16)

Para ser hospitalario uno también tiene que tomar la posición de anfitrión y así ejercer el
poder del anfitrión: el anfitrión tiene que elegir, ofrecer o retener la hospitalidad. Por lo
tanto, la posición de un anfitrión implica condicionalidad:

... la necesidad, para el anfitrión [...] de preferir, elegir, filtrar, seleccionar a sus
invitados, visitantes o invitados, aquellos a quienes decide conceder [...] la
hospitalidad.
(Derrida, 2000, p. 55)

Esta selección o filtrado de los huéspedes pone límites a nuestra absoluta hospitalidad, pero
lo más importante es que el huésped está a merced del anfitrión. Para Derrida, este es un
punto muy importante, porque vincula la práctica de la hospitalidad con la violencia: "la
soberanía sólo puede ser ejercida por la exclusión y la violencia" (Derrida, 2000, p. 55). De
esta manera, Derrida escribe que, en su inherente condicionalidad práctica, todo acto de
hospitalidad puede convertirse en un acto de violencia (Derrida, 2000).

Violencia y hospitalidad
Violencia es una palabra fuerte. Puede ser desconcertante y desagradable, especialmente
para aquellos cuya imagen de la violencia incluye la brutalidad física y la crueldad. Por otro

lado, es interesante observar la fuente etimológica de la palabra hospitalidad. Deriva del


latín hospes, que significa "huésped" o "invitado", pero está formado por hostis, que
significa "extraño" o "enemigo" (piense en la palabra "hostilidad"). Así que en el idioma
Inglés la hostilidad y huésped tienen una raíz latina común (también en francés: hostilité y
hôte).

Aquí es importante destacar que Derrida no describe la violencia como algo brutal y
explícito, ni como algo que la persona pretende ni como parte de una perversión. Más bien,
en línea con el pensamiento de Levinas (1969), la violencia a la que se refiere Derrida es
sutil e involuntaria, y es un aspecto inevitable del encuentro entre mí mismo y el otro.
Derrida utiliza explícitamente la palabra violencia (en francés: violence) y no lo hace de
manera irónica, lúdica y provocadora. El uso del término violencia le sirve para enfatizar la
dimensión ética de la condicionalidad de la hospitalidad: en su respuesta a la llegada del
extraño, el acto concreto de hospitalidad del anfitrión es necesariamente limitado,
reapropiándose del hogar invadido como un espacio de soberanía propia y por lo tanto no
respondiendo al imperativo ético de hospitalidad incondicional. Desde esta perspectiva, las
palabras y los actos de hospitalidad pueden ser tan violentos como cualquier forma de
abuso o agresión física, como lo son en sí mismos los fracasos en el cumplimiento de una
obligación ética ilimitada.

Además, y tal vez sorprendentemente, debe quedar claro que Derrida sitúa la violencia de la
hospitalidad no sólo en la posición del anfitrión, sino también en la posición del huésped.
La llegada del extraño es un momento invasivo en el que un extraño entra en su vida sin ser
invitado ni anunciado, en busca de un lugar donde quedarse. Derrida enfatiza la naturaleza
intrusiva y perturbadora de la llegada del extraño: “El huésped (...) traumatiza”, escribe
Derrida (2000, p. 78). Al invadir la seguridad de un hogar y privarlo a uno de la autoridad
de este refugio seguro, el otro distorsiona el orden pacífico del mundo de uno:

...el anfitrión que invita [...] se convierte en el rehén [...] (y) el invitado [...] se
convierte en el que invita al que invita [...], el invitado se convierte en el anfitrión
del anfitrión.
(Derrida, 2000, p. 125) En el punto de vista de Derrida sobre la hospitalidad, el
invitado es un anfitrión y el anfitrión es un invitado.

La aporía de la acogida
La inevitable presencia de la violencia en la concreta relación hospitalaria refleja la manera
en que Derrida ubica la respuesta del anfitrión a la llamada del extraño dentro de la tensión
entre la ley ética y las leyes actuales. La llegada del extranjero invoca el imperativo de la
hospitalidad incondicional, sin embargo, el acto hospitalario soberano del anfitrión en
respuesta a esta obligación incondicional está inevitablemente marcado por las condiciones
reales, reglas o leyes:

Es como si la hospitalidad fuera imposible, [...] como si la ley de la hospitalidad


absoluta, incondicional, hiperbólica, [...] ordenara que transgredamos todas las
leyes (generales) de la hospitalidad [...]. Y viceversa, es como si las leyes
(generales) de la hospitalidad, al marcar límites, poderes, derechos y deberes,

consistieran en desafiar y transgredir la ley de la hospitalidad, la que ordenaría


que al "recién llegado" se le ofrecería una bienvenida incondicional.
(Derrida, 2000, pp. 75-77)

Esta paradoja de la hospitalidad, de ser al mismo tiempo la ley incondicional (singular) y


las leyes condicionales (en general) de la hospitalidad, no puede ser resuelta ya que
permanece una tensión constante entre el imperativo ético y la hospitalidad en la práctica.
Derrida conceptualiza la hospitalidad como una aporía. El concepto aporía (Griego antiguo:
ἀpοqίa: impasse; acertijo; duda; confusión) en la obra de Derrida deconstruye conceptos
aparentemente no problemáticos como el regalo, la hospitalidad, el amor, y así
sucesivamente. La deconstrucción opera para resaltar la naturaleza paradójica y llena de
tensión de tales conceptos.

La forma en que Derrida analiza la hospitalidad puede ser considerada como un ejemplo
típico del método de la deconstrucción. La deconstrucción se refiere al análisis prototípico
de Derrida de las estructuras de significado de conceptos o prácticas (por ejemplo, la
hospitalidad), y tiene como objetivo exponer las tensiones paradójicas e irresolubles (lo que
él llama una aporía) que subyacen en el concepto o la práctica en cuestión. De esta manera
queda claro que lo que explica el funcionamiento de la práctica en cuestión es, al mismo
tiempo, lo que la socava (Thomassen, 2006). Un aspecto central del análisis deconstructivo
es reflejar la fragilidad, la multivocalidad e indeterminación de todas las afirmaciones de
verdad, identidad y significado (Benhabib, 1994): “Me gustaría creer [...] en el número
indeterminable de voces mezcladas” (Derrida, 1982). A través de articular las tensiones
presentes dentro de una práctica, una dedicación deconstructiva aborda la imposibilidad de
que las prácticas institucionalizadas y el lenguaje mantengan la multivocalidad y la fluidez
del significado.

Discutir la hospitalidad como aporía describe los desafíos éticos dentro de la relación entre
el anfitrión y el huésped, en la que la multiplicidad de leyes de hospitalidad históricas y
culturales inevitablemente están en tensión con el imperativo ético de la hospitalidad
incondicional:

Para ser lo que es, la ley necesita las leyes que, sin embargo, la niegan, que la
asedian en todo momento, que a veces la corrompen o la pervierten.
(Derrida, 2000, p. 79)

Contradictorias como son, la ley ética y las leyes condicionales, en opinión de Derrida, son
inseparables y dependen una de la otra. La ley ética de la acogida incondicional requiere su
presentación en actos concretos de hospitalidad, mientras que al mismo tiempo estas
actuaciones condicionales de la hospitalidad se orientan continuamente hacia el imperativo
ético. Al mismo tiempo, sin embargo, están en constante tensión ya que se implican y
excluyen mutuamente:

Ellas se incorporan una a la otra en el momento de excluir una a la otra, ellas se


disocian al momento de involucrarse una a la otra.
(Derrida, 2000, p. 81)

Por lo tanto, según Derrida, los actos genuinos de pura hospitalidad son imposibles, ya que
los actos de hospitalidad se sitúan dentro de la aporía de ser condicional mientras se lleva el
imperativo ético de la incondicionalidad.

La Relación entre el Sujeto y el Otro


En la perspectiva de Derrida, la llegada del extranjero en esencia se refiere al encuentro con
el otro. De la misma manera que el extraño invade el hogar del anfitrión, Derrida aborda la
forma en que la experiencia de la alteridad radical, evocada por otro ser humano,
distorsiona la comprensión que el sujeto tiene de su mundo y cuestiona su comprensión,
que no tiene en cuenta los nuevos significados que interrumpen el mundo del sujeto a través
del encuentro con el otro:

. . la inquietud primaria de un sujeto impedido por la alteridad de encerrarse en su


tranquilidad.
(Derrida, 2000, p. 4)

Este cuestionamiento intrusivo del ser y la comprensión del sujeto evoca una
responsabilidad fundamental de hablar en el mundo sobre la alteridad y la diferencia. Aquí,
la llegada del extraño se convierte en la llegada del otro, y el imperativo ético de la
hospitalidad se convierte en la responsabilidad incondicional del sujeto de dar voz al otro, a
la alteridad que no es considerada en la construcción de sentido del sujeto o que se silencia
en el mundo social.

Aquí, Derrida describe la relación del sujeto con el otro caracterizada por una obligación
ética con el otro. Pero también aquí Derrida ve una aporía cuando se consideran prácticas
concretas. Así como la práctica hospitalaria real del anfitrión es inherentemente marcada
por la violencia, el lenguaje real del sujeto se convierte en una fuerza que, mientras es
invocada por la alteridad y trata de hablar de ella, intrínsecamente no hace justicia a esta
alteridad y en esencia incorpora la diferencia en la igualdad. Aquí, la imposibilidad de la
hospitalidad se refiere a la imposibilidad del lenguaje: la imposibilidad de dar voz a la
alteridad, a “intentar acercarse a un silencio en torno al cual se ordena el discurso, pero
siempre se aparta de develarlo en el mismo momento del discurso” (Derrida, 2000, p. 2). El
lenguaje opera en el espacio aporético de dar voz al otro e incorporar al otro al mismo
tiempo: las palabras se convierten en un apropiado acto de violencia, pero al mismo tiempo
son continuamente arrastradas hacia el eco de la alteridad que inició el lenguaje.

La Hospitalidad y la Relación Terapéutica


La noción de hospitalidad de Derrida ha sido considerada en el campo de la terapia familiar
para abordar la posición terapéutica de la apertura de bienvenida, en la que el terapeuta se
convierte en un anfitrión para los clientes que son sus invitados (por ejemplo, Anderson,
2012; Pare & Larner, 2004). Enmarcar la posición terapéutica como una posición de
hospitalidad invita a reflexionar sobre la manera en que la apertura de acogida del terapeuta
implica en realidad, simultáneamente, la curación y la violencia. La posición terapéutica
puede entenderse como un espacio aporético de incondicionalidad y condicionalidad, un

espacio tensado entre una responsabilidad ilimitada por la singularidad y alteridad de los
clientes, y la necesaria condicionalidad inherente del encuentro.

Este énfasis en la condicionalidad y la violencia como parte integral de la hospitalidad en el


encuentro terapéutico destaca que la terapia es una empresa condicional, tanto para los
terapeutas como para los clientes. Por ejemplo, los terapeutas quieren que se les pague,
esperan que sus clientes respeten la habitación y sus muebles, etc. También para los clientes
un proceso terapéutico es condicional. Por un lado, quieren que su terapeuta sea un
profesional que se relacione con la confidencialidad de una manera éticamente sólida.
Además, siguiendo el trabajo de Derrida, existe también el aspecto más fundamental de la
condicionalidad de la terapia: en el encuentro con los clientes y provocado por la llamada
del cliente a la hospitalidad incondicional, la respuesta del terapeuta sólo puede quedarse
corta a esta hospitalidad absoluta. La insistencia de Derrida en la inevitable tensión entre el
imperativo de la acogida incondicional y la condicionalidad de la hospitalidad en la práctica
es compleja y no deja lugar a respuestas sencillas. Esta tensión implica, según Derrida, que
la hospitalidad no es una condición estable, sino un continuo acto de equilibrio que nunca
termina, y que requiere constante atención y corrección.

Dicho de otro modo, a pesar de nuestras mejores intenciones, cierta violencia siempre
estará presente como un aspecto inevitable de la condicionalidad de la hospitalidad en la
práctica. Esta violencia inherente puede presentarse de diferentes maneras: en el uso de
palabras hirientes o preguntas intrusivas por parte del terapeuta, en el uso de clasificaciones
o en su negativa para clasificar, en el etiquetado y definición del sufrimiento por parte del
terapeuta, en su intervención así como en su pasividad a la hora de tratar asuntos que el
terapeuta opta por ignorar, en su empuje por la revelación, en la arrogancia de su
comprensión, en su manera de hablar de palabras tomadas de una ideología profesional en
la que prevalece una visión dominante sobre la normalidad y la patología, y así
sucesivamente.

Búsqueda de un Lenguaje Poético en el Encuentro Terapéutico


Esta comprensión ampliada de la hospitalidad en la relación terapéutica como espacio
aporético de acogida y apropiación nos invita a abordar la hospitalidad dentro de prácticas
concretas de la relación terapéutica. Si aceptamos que la posición terapéutica implica
intrínsecamente tales formas de violencia y apropiación, ¿cómo tratarla en la relación
terapéutica? Aquí, una entrevista con Derrida para la televisión belga (RTBf, 1997)
proporciona un punto de partida interesante. En esta entrevista televisiva, Derrida explica
que, al dar forma a la hospitalidad, hacer preguntas es una expresión necesaria para dar la
bienvenida al otro, pero que estas preguntas deben ir más allá de la interrogación o más allá
del cuestionario. Traducido al encuentro terapéutico, el énfasis de Derrida en las preguntas
más allá de la interrogación indica el papel de las preguntas que no están enfocadas en
clasificar, diagnosticar u objetivar al otro de ninguna manera. Más bien las preguntas deben
provenir de un interés auténtico en el extraño: ¿quién eres tú? Cuéntame tu historia.

Además, aunque las preguntas son importantes, la hospitalidad apunta igualmente a la


experiencia del extraño de ser acogido por la presencia hospitalaria del anfitrión, incluso
antes de que cualquier palabra haya sido articulada, sintiendo una apertura hospitalaria
antes de que haya pedido ser acogido, incluso antes de que el anfitrión sepa quién es

(Derrida, 1997). Aquí, Derrida argumenta que esto implica la necesidad de un lenguaje que
intente ser poético, original cada vez, un lenguaje que busque sacar la violencia de las
palabras y, por lo tanto, intente ser un nuevo lenguaje cada vez. Por eso la hospitalidad es
tan difícil e incluso improbable, dice Derrida, y añade: ...”cada vez la hospitalidad tiene que
ser una invención, la invención de un lenguaje único” (Derrida, 1997).

Hacia una Práctica Terapéutica


En un clima social de sobrerregulación (Keith, 2013), en el que el discurso sobre la
atención en salud mental se preocupa por la producción eficiente, las perspectivas basadas
en la evidencia, los diagnósticos de DSM y los tratamientos protocolarios comercializados,
la inspiración de colocar la noción de hospitalidad de Derrida en el centro del encuentro
terapéutico es claramente política. Es una respuesta a las presiones que muchos terapeutas
experimentan en la práctica, derivadas de la forma en que nuestra sociedad en general, y el
sistema de salud mental en particular, está organizado dentro de una nueva gestión pública
o un discurso basado en el mercado (por ejemplo, Bloom & Farragher, 2011; Dunleavy &
Margetts, 2006; Verhaeghe, 2014; Wilson, 2017). La hospitalidad de Derrida está en
sintonía, por ejemplo, con recientes publicaciones críticas sobre la burocratización (por
ejemplo, Wilson, 2017), sobre el diagnóstico (por ejemplo, Kinderman, Read, Moncrieff y
Bentall, 2013), y sobre la medicalización de la vida normal (por ejemplo, Frances, 2013).
En muchas organizaciones de salud mental, el lenguaje de la hospitalidad puede ofrecerse
‘de la boca hacia fuera’ en el mejor de los casos, mientras que la práctica terapéutica se rige
en realidad por el lenguaje de la economía, la administración y la atención administrada.
Con demasiada frecuencia el encuentro hospitalario se toma como un hecho, más que como
un proyecto complejo, difícil o incluso imposible de llevar a cabo.

El concepto de hospitalidad de Derrida no prescribe intervenciones o enfoques terapéuticos


específicos. Simplemente destaca la importancia de la hospitalidad como imperativo ético,
al mismo tiempo que señala la complejidad, e incluso la imposibilidad, de la hospitalidad
en la práctica. En lo que sigue queremos explorar cómo el concepto de hospitalidad en toda
su complejidad puede funcionar como una fuente de inspiración para que los terapeutas
familiares reflexionen sobre sus prácticas. A nuestro entender, abordar la posición
terapéutica desde la perspectiva de la hospitalidad de Derrida ofrece una metáfora de
algunas experiencias y modalidades fundamentales de intervenciones compartidas por los
terapeutas familiares, y al mismo tiempo lleva a problematizar algunas suposiciones que se
dan por sentadas con demasiada facilidad.

A continuación discutimos un caso de supervisión de nuestra práctica terapéutica como


punto de partida para identificar tres inspiraciones centrales para la práctica terapéutica
familiar que evolucionan a partir de nuestra exploración de la noción de hospitalidad de
Derrida. A partir de la discusión de un caso de supervisión, ilustramos cómo el concepto de
hospitalidad de Derrida puede enriquecer nuestras reflexiones sobre los encuentros
terapéuticos en curso y su reto de la alianza terapéutica en la que tratamos de ser
hospitalarios pero podemos enfrentarnos a la complejidad de la hospitalidad en la práctica.

Ejemplo de una Práctica de Supervisión

Frank es un joven psicólogo. Está bajo la supervisión de (Autor A). Presentó el caso de la
familia Vandenberg en el que la madre está preocupada por su hijo de 13 años, David,
quien (en sus palabras) está deprimido. Según ella, cambió cuando fue a la escuela hace
un año y medio: “no parece encontrar su camino en esta nueva escuela. Está despierto
durante horas y parece tan preocupado...Algo anda mal, pero no sé qué." David no dice
mucho en la sesión. “Él es del tipo silencioso", dice su madre en la primera sesión.
También está el hermano de David, Jacob (10 años) y su hermana Eva (8 años). Su padre
murió en un accidente de coche hace cinco años.

Frank se ha reunido con esta familia cuatro veces, pero ahora se siente atascado: "Nada
parece cambiar en la familia. Aún así, las sesiones van bien. Hablamos de los niños, de la
escuela, de la muerte del padre... pero en realidad es sobre todo la madre la que habla.
Los dos niños pequeños juegan con los juguetes que les doy y David se sienta allí. Escucha
todo lo que se dice y responde a todas mis preguntas. Pero siento que hay algo... algo...no
sé qué."
“¿Les preguntaste cómo creen que van las sesiones?” Pregunto.
“No, en realidad no, pero utilizo un cuestionario de retroalimentación. El SRS. Quiero
saber cómo experimenta la sesión.”
“¿Ella?"
“Bueno, sólo le pido a la madre que llene el SRS; los niños son demasiado pequeños.”
“Existen versiones para niños del SRS”
“Sí, lo sé, pero no quiero agobiarlos. Les gusta jugar; y rellenar esos instrumentos es tan
serio.”
“Sí, lo entiendo, pero no ofrecerles llenar los instrumentos puede hacerlos sentir
excluidos.”
“Mmm.”
“Bueno, ¿cómo experimenta la madre la sesión? ¿Cómo anota?”
“Las puntuaciones son consistentemente altas: 8,5 o 9.”
“¿Has hablado con ella de eso?”
“Sí, se siente comprendida por mí. Creo que le gusta cómo van las cosas...”
“Pero aún así, no saca un 10 en la escala. ¿Cómo podría ser distinta la sesión para ella
para conseguir un 10? ¿Qué le falta?”
“¿Necesito sacar un 10 en cada escala?.”
“No, pero puedes darles la bienvenida a sus ideas críticas sobre la terapia preguntándole
sobre la diferencia entre un 8.5 y un 10.”
Frank decide preguntarle a mamá en la próxima sesión.

Dos semanas más tarde él envía un correo electrónico a (Autor A) en el que relata lo
ocurrido en la sesión. Él le había preguntado a la madre sobre lo que faltaría para que
ella anotara un 10 en las escalas de SRS. A la madre le sorprendió la pregunta. Empezó a
asegurarle que estaba contenta con él como terapeuta y que realmente pensaba que las
sesiones iban bien. Frank preguntó: "Sí, pero ¿qué se necesita para que las sesiones sean
mejor que buenas?” La madre pensó por un minuto y dijo: “No parece que lleguemos a los
niños. Ellos juegan - y de hecho les encanta venir aquí debido a tus maravillosos juguetes -
pero no están involucrados. No sé lo que piensan. También David es muy tranquilo. No
dice una palabra más aquí que en casa. Tal vez los niños tengan que involucrarse más...''.

Más tarde, Frank me cuenta que en las siguientes sesiones se concentró más en dar voz a
los niños. Les pidió que hicieran dibujos de la familia, y hablaron de los dibujos en los que
sorprendentemente también le dieron un lugar a su padre. “Él está en el cielo” -dijo Eva-,
“le hablo todos los días cuando estoy acostada en la cama, antes de irme a dormir". David
se quedó callado al principio. Pero Frank notó que en su dibujo David se dibujó a sí
mismo como una figura pequeña con zapatos grandes y un sombrero. Invitó a David a
hablar de eso. Entonces David contó su historia: cuando su papá murió, tuvo la sensación
de que él era el hombre de la casa. A su manera, había tratado de cuidar de su madre, que
había estado confundida y deprimida después de la muerte de su padre. También había
tratado de cuidar a sus hermanos menores. Ahora, años después, y yendo a esta nueva
escuela, se siente asustado e inseguro: “todos en la familia están bien ahora, pero me
siento como un pajarito abandonado en la lluvia.”

Reflexiones sobre la práctica terapéutica


No es posible ilustrar la riqueza del concepto de hospitalidad de Derrida con un solo caso.
Y, por supuesto, como la práctica de la hospitalidad necesariamente se queda corta de la
hospitalidad absoluta, también en las acciones de Frank, así como en las del supervisor, se
pueden señalar momentos de inhospitalidad. Aún así, este caso puede ser usado como una
ilustración de algunas maneras en las que el concepto puede ser útil en nuestras reflexiones
sobre la práctica terapéutica. El caso ilustra, por ejemplo, que asumir la hospitalidad con las
mejores intenciones puede no ser suficiente para hacer justicia a la alteridad de los clientes:
mientras que Frank trató de ser respetuoso y hospitalario con los niños dejándolos jugar y
no pidiéndoles que rellenaran los instrumentos de retroalimentación, en otro sentido la
alteridad de los niños no fue recibida con hospitalidad, ya que fueron excluidos de
participar realmente en el proceso. Podría decirse que a través de un pensamiento
estereotipado sobre los niños ("les gusta jugar") no son bienvenidos en la casa de la terapia.

Además, el caso ilustra que el terapeuta tiene que comprometerse en la búsqueda de un


lenguaje poético que no etiquete o categorice, sino que responda a la singularidad de las
voces de los clientes; en este caso las voces de los niños. Aunque este nuevo lenguaje no es
necesariamente no verbal, en el caso de la terapia de Frank con esta familia, fue el uso de
dibujos en la interacción con los niños lo que abrió la puerta para este lenguaje diferente, en
el que Eva pudo hablar de su continuo vínculo con su padre y en el que David, más allá del
uso de un lenguaje de diagnóstico por parte del terapeuta, pudo usar la imagen del pájaro
bajo la lluvia para hablar de cómo se sentía.

El caso también ilustra que tiene sentido invitar explícitamente a los miembros de la familia
a ser críticos con la forma en que ofrecemos hospitalidad. Cuando Frank le pidió a la madre
que hablara sobre lo que le faltaba, ella pudo puntualizarle a Frank la posibilidad de
extender su hospitalidad a los niños: de esa manera se abrió el espacio para una nueva
forma de ser hospitalarios.

La Hospitalidad en la Práctica
Reflexionando sobre el caso, las siguientes perspectivas sobre el desarrollo de una posición
terapéutica hospitalaria parecen estar en juego.

1. La hospitalidad como responsabilidad imposible: El terapeuta como portador de


curación y violencia
El argumento de Derrida indica que la comprensión de la complejidad de la hospitalidad en
su intrincado entrelazamiento de acogida y violencia va más allá de una mera celebración
políticamente correcta de la alteridad. De hecho, enfatizando cómo la hospitalidad consiste
en un proyecto que nunca será finalizado, el trabajo de Derrida insta a los terapeutas a
aceptar la imposibilidad de sacar la violencia del encuentro hospitalario.
En primer lugar, la noción de hospitalidad de Derrida, que gira en torno al encuentro con
otra persona, nos invita a atender la llamada del imperativo ético a través de nuestra
hospitalaria presencia con el cliente. Aquí, dar la bienvenida a las voces de los clientes
invoca la responsabilidad de desarrollar un lenguaje que sea poético y que responda de
manera única a las voces de nuestros clientes. Al mismo tiempo, en cada encuentro con un
cliente, el trabajo de Derrida lleva al reconocimiento de que -aunque tenemos las mejores
intenciones- no podemos evitar ser violentos de alguna manera hacia la otredad radical del
otro. A menudo, a través del velo de nuestras mejores intenciones, no vemos de qué manera
somos violentos con el otro.

Por supuesto, el énfasis de Derrida en la violencia como parte inherente de la hospitalidad


no es una perspectiva obvia, ya que ser un vehículo de violencia no parece hacer justicia a
la responsabilidad de un terapeuta y sus buenas intenciones. Sin embargo, el trabajo de
Derrida nos invita a comprender cómo la responsabilidad del terapeuta implica
precisamente la voluntad de reflexionar sobre nuestra acogida desde el cuestionamiento
continuo de dónde no la recibimos. Se trata de una reflexión permanente sobre aquellos
aspectos de la presencia hospitalaria que se hacen eco de su condicionalidad y su
apropiación del otro.

Lo que está en juego en esta difícil inclusión de la violencia como parte inherente de la
bienvenida de los clientes, es la preocupación por la forma en que un énfasis unilateral en la
importancia de la posición de bienvenida, sin reconocer sus tensiones inherentes, podría
limitar el espacio para la reflexión de los terapeutas en ejercicio. Las buenas intenciones y
las expectativas utópicas pueden desanimar a los terapeutas a reflexionar críticamente sobre
sus prácticas y a hablar sobre algunas de las cosas que en sus prácticas no son ideales. Por
un lado, puede hacer que los terapeutas sean menos sensibles a la violencia involuntaria que
puede estar presente en la forma en que son hospitalarios con sus clientes. Por el contrario,
entender la hospitalidad como una aporía puede abrir un espacio para hablar de una manera
más rica sobre la complejidad de nuestra profesión imposible, ya que reconoce al mismo
tiempo el imperativo ético de la hospitalidad incondicional y la imposibilidad de la
hospitalidad absoluta en nuestras prácticas actuales.

2. El "no" del cliente como expresión de su alteridad: apoyar a los clientes para que
hablen de los fracasos de nuestra hospitalidad.
El terapeuta no sólo es un anfitrión, sino también un huésped en el mundo íntimo del
cliente. Esta comprensión implica que la responsabilidad ética del terapeuta no sólo implica
la responsabilidad de acoger la apertura, sino que al mismo tiempo requiere un seguimiento
continuo de los momentos del diálogo terapéutico que resuenan en violencia implícita e
involuntaria del terapeuta. Tal monitoreo también involucra la atención a las señales de
incomodidad en el cliente en reacción a las palabras y acciones del terapeuta (De Haene &

Rober, 2016). Aquí, podemos tratar de apoyar a las clientas para que se protejan contra
nuestra violencia involuntaria invitándolas a establecer límites y, si es necesario, a decir
"no" a la forma en que ofrecemos hospitalidad, o a ser críticos con la forma en que hacemos
la terapia.

Si nunca escuchamos a nuestros clientes decirnos que "no", o si nunca notamos ninguna
crítica de nuestra forma de tratar con ellos, esto no debería tranquilizarnos. No significa
necesariamente que no seamos violentos, sino que podría significar que no hay suficiente
seguridad en el encuentro terapéutico para que los clientes digan "no" explícitamente. La
hospitalidad en la práctica implica el interés activo del terapeuta en la alteridad del cliente y
el compromiso continuo de crear un espacio dialógico en el que el cliente se sienta
legitimado para establecer límites a la terapia (de cualquier manera), y en el que el
terapeuta valore la retroalimentación del cliente y la utilice para guiar sus acciones en la
terapia dada la retroalimentación que recibe de los clientes. Puede estar claro que aquí
nuestra lectura de la hospitalidad de Derrida se acerca mucho a las ideas de los terapeutas
orientados a los resultados en relación a optimizar la alianza terapéutica (por ejemplo,
Duncan, Miller, Wampold y Hubble, 2010; Rober, 2017).

Conclusión
En este trabajo exploramos cómo el trabajo de Derrida sobre la hospitalidad nos invita a ver
a los clientes como otros en busca de un lugar acogedor en el que sus voces de esperanza y
desesperación puedan ser compartidas. Hemos resaltado la experiencia fundamental del
terapeuta de ser puesto en responsabilidad frente al sufrimiento de los clientes, así como la
experiencia perturbadora de la alteridad de los clientes. El concepto de hospitalidad de
Derrida invita a los clínicos a identificar con qué precisión esta responsabilidad implica una
reflexión sobre la manera en que la posición terapéutica entrelaza intrincadamente la
curación y la violencia. Tal comprensión va claramente más allá del énfasis en establecer
una relación terapéutica de colaboración no jerárquica, e incluso niega que tal relación
terapéutica sea posible en la práctica.

En cambio, el concepto de hospitalidad de Derrida hace un llamado a los terapeutas a


aceptar la complejidad de la responsabilidad terapéutica como una forma de apoyo y
sanación que, necesaria y simultáneamente, implica violencia, apropiación y desigualdad.
Evoca preguntas inquietantes como: ¿cómo puedo como terapeuta encontrar un espacio
interior en el que pueda soportar ser un sanador violento? ¿cómo podemos mis clientas y yo
negociar un espacio terapéutico que, aunque esté dirigido a la construcción de una relación
libre de violencia, reconozca la violencia involuntaria presente en la sesión y abra espacios
para abordar los procesos relacionales de equilibrar la curación y la violencia? Y así
sucesivamente.

El hecho de que Derrida cuestione la viabilidad real de las intenciones hospitalarias y


despoje la visión idealista del diálogo naturalmente curativo puede confrontarnos con
nuestra incertidumbre e impotencia como terapeutas. Nos confronta con nuestro deber ético
como tales y nos pone en la incómoda posición de tener la responsabilidad de encontrar
maneras de contribuir activamente a una forma de hospitalidad que no sea un don natural,
sino más bien un proyecto irrealizable (Bakhtin, 1981). Nunca lo es, pero siempre lo será.

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