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Juan Gonzalo Rose: No

he conocido lo que es la
verdadera felicidad
RPPCenjunio 13, 2013/6 comentarios
Entrevista de César Hildebrandt al poeta Juan Gonzalo
Rose. Publicada en Caretas, Lima el 10 de marzo de
1980.

Usted ha dicho, desgarradoramente, que las fuerzas


creadoras lo han abandonado, pero que todavía espera 
un milagro
Es una manera de expresar una esperanza, dictada sobre
todo por el sentimiento. Porque, racionalmente, yo me doy
cuenta de que mis posibilidades de creación están
agotadas.

Yo me he preguntado muchas veces, Juan Gonzalo, qué


fue lo que lo quebró. En un poema de Las comarcas
usted dice: «pero el gran desamor, sólo noches oscuras
acarrea…». ¿Fue eso? ¿Fue la soledad?

Sí, en parte… Pero hay otros factores. En primer lugar,


naturalmente, el tiempo: tengo 52 años. Luego, esa soledad
a la que nos hemos referido y que en mi caso es muy
especial… Porque desde hace cuatro años yo padezco de
depresión. Esta depresión me conduce a encerrarme en mi
cuarto, y pasan semanas y semanas y yo no converso con
nadie. De tal modo que, faltándome la experiencia, no hay
material para la creación. Toda creación se nutre de
vivencias…

El país, Juan Gonzalo, nuestra realidad, ¿tienen que ver


con su tristeza?

Creo que es posible. Sin duda el clima político in uye.

No sólo el clima político. Me refería al maltrato


sistemático que este país administra a sus poetas, a
sus músicos, a lo mejor de su gente en muchos
casos…

Sí, El sentirse no estimulado, el sentirse siempre


prescindible, esta especia de ofensiva muchas veces
fl
silenciosa, tienen que ver con mi depresión pero también
in uyen otros factores. Por ejemplo, el doctor Mariátegui me
decía que a mí me hace mucho daño no tener ninguna
seguridad económica. Esto es cierto… He llegado a la edad
que he llegado y yo vivo mantenido por mi madre… Mi
madre me da techo y comida, pero a eso no se puede
reducir la existencia. De tal manera que me ayudo con
esporádicos artículos periodísticos… Y mi madre ya es una
mujer que ya tiene sus 80 años. Desgraciadamente, no va a
ser muy largo el plazo de su vida…

¿Usted fue despedido del Instituto Nacional de Cultura,


¿verdad?

Sí.

¿Durante la gestión del señor Abril de Vivero?

Así es.

¿Por qué lo despidieron?

No me dieron ninguna explicación.

¿Cuánto ganaba?

Diez mil soles.

Usted ha nombrado el insomnio de varias maneras en


su poesía: los embarcaderos del insomnio, las candelas
azules del insomnio, las altas guaridas del insomnio.
¿Sigue siendo, ahora, un malestar?
fl
En la actualidad tomo pastillas para dormir… Me surten
algún efecto… Pero hace tres meses que sufro de un dolor
muy agudo a los pies. Es una neuritis… Yo quisiera
aprovechar esto para manifestar mi gratitud a algunas
personas como Tania Libertad, y a su esposo, el poeta
Francisco García, que me está pagando un tratamiento de
acupuntura… También quiero agradecer a Chabuca
Granda, que me está ayudando mucho moral y
materialmente…

Todos quienes han seguido su itinerario poético han


observado el paso de esa poesía social y militante de
sus comienzos a la poesía confesional y padecida de su
época madura. ¿Recuerda cuando escribió: «continúa
el partido su vigilia cual un hermano pensativo y
grande…»

Sí. Recuerdo…

Me pregunto su el gesto de haber dejado creencias y


partido en el camino no tiene que ver con su
melancolía…

Yo creo que sí. Como usted sabe, en mi juventud yo adopté


una posición política de combate…

¿Por qué la abandonó?

Lo que motivó mi incursión a la política fue, más bien, un


espíritu romántico… En realidad, nunca me atrajo la vida
partidaria, que suele ser burocrática…
¿Usted fue comunista, verdad?

Sí.

Y antes había sido aprista…

Bueno, eso no. Lo que pasa es que fui elegido miembro de


la Federación de Estudiantes del Perú con votos apristas.
Pero no milité en el APRA…

¿Es de nitivamente cierto aquello de que Haya le dijo


alguna vez: «Usted fue aprista» y usted le respondió: «Y
usted también…»? Creo que ocurrió en México, ¿o me
equivoco?

Ocurrió en Lima, en el local de Alfonso Ugarte…

¿Y cómo reaccionó Haya?

Comenzó a hablar de otra cosa, un poco molesto… Haya


no tenía mucho sentido del humor. Yo lo traté en cuatro o
cinco oportunidades…

¿Qué recuerdos conserva de él?

Desde lejos, visto desde la perspectiva de los mítines,


exhibía otro tipo de virtudes. Pero, de cerca, en una
conversación, transmitía una imagen de bondad… Claro
que no era el gran conversador que dicen. No suscitaba el
diálogo. Era, más bien, monologante. Y nunca hablamos de
política. El tema principal de estas charlas, a las que me
introdujo Carlos Tosi, era una cuestión esotérica…
fi
¿Qué era aquello?

Haya vivía obsedido por la existencia del alma. Él decía que


el alma no abandona al cuerpo una vez producida la muerte
sino que ella subsiste, teniendo conciencia de identidad,
durante un tiempo, que puede ser corto o largo – y esto
depende de la densidad del alma –. Y decía que hay almas
que demoran mucho en percibir que ya no tienen identidad
y que cuando adquieren esta conciencia de su no identidad
recién es que se disuelven del todo… Al principio me
pareció que Haya hacía de esto un tema atractivo de
conversación, pero después me convencí de que él
pensaba seriamente en estas cosas. Contaba mucho de su
viaje por el Tíbet y, en realidad, estaba fascinado por todas
esas cuestiones esotéricas…

Usted se a rma hoy como cristiano pero hay en su


poesía palabras tan duras contra esta eclesiástica
herencia española y, si no me equivoco, en algún
poema, usted imagino la posibilidad de una catedral
hecha para los que no oyeron… ¿Qué clase de refugio
es el cristianismo?

Es difícil creerlo… Uno puede, a la edad que tengo, ser


víctima de espejismos… No creo, sin embargo, que el
cristianismo sea sólo como la tabla de salvación de un
náufrago. Es algo más sereno… Alguna vez yo le hice para
Caretas precisamente,  una entrevista a Fellini y le pregunté
respecto a Dios y él me dijo que la condición natural del
hombre frente a Dios la duda. Así es. El cristianismo tiene
momentos de vacilación. No es la fe del carbonero…
fi
Hablemos algo de su poesía. ¿Por qué desestimó a «La
luz armada» del tomo de su poesía completa? ¿Le
pareció una poesía social demasiado fácil?

Muy ingenua, sumamente ingenua…

Y usted suele ser desleal con esa ingenuidad que


algunos estimamos… Usted depuró aquel poema «Las
cartas secuestradas», que ahora tiene, por eso, dos
versiones. ¿Por qué lo hizo?

Creo que sólo he cambiado las líneas nales. En la antigua


versión, decía: también de palomar se muere un hombre
cuando sabe vivir por una carta…

¿Por qué lo cambió?

Porque me parecía un poco cursi…

Quizá sea usted el único poeta de su importancia que


pueda hablar con tanta irreverencia de su propia obra.
¿Ha escrito otras cosas que ahora considere cursi?

Parte de Las comarcas tiene mucho de cursilería. Hay una


exuberancia verbal que no me gusta…

En un hermoso programa hecho para la televisión, y


por supuesto hostilizado por algunos comerciantes,
Tania Libertad le pregunta a usted quién fue Marisel. Y
usted no responde. ¿Podrìa responder ahora?
fi
Es que Marisel no es una persona concreta. Es la amada
ideal que todos tenemos. No es un ser de carne y hueso…

Pero hubo amadas de carne y hueso. Usted tuvo una


hija…

Sí. Ella vive en México.

¿La ve?

No. Nos hemos escrito alguna vez.

¿Es usted, como ha escrito Mario Vargas Llosa, el


hombre que trata de rescatar al niño desesperado y
jubiloso que alguna vez fue?

En algunos versos sí hay, en efecto, algo de nostalgia por la


adolescencia perdida,  por la niñez perdida…

Pero quizá más que de edades podríamos hablar de


inocencia…

Exactamente…

Porque en su poesía su infancia no aparece sino como


la imagen de un chico melancólico que se internaba por
ciertos arenales. Es decir, no creo que usted haya sido
un niño feliz…

Tiene usted razón…

¿Alguna vez ha sido usted feliz, Juan Gonzalo?


No. No he conocido lo que es la verdadera felicidad.

¿No la buscó?

Todos la buscamos. No he tenido la oportunidad de


encontrarla.

¿Cómo la hubiera encontrado?

En compañía de alguien que me entendiera.

¿Nunca llegó ese alguien?

No.

¿No es una visión muy deprimida?

La verdad es que en lo amorosa nunca pudo alcanzar una


verdadera estabilidad. Fue mi juventud extremadamente
bohemia…

En un poema destinado a León Felipe usted lo invoca:


si a cantar, cantador, nos enseñaste, enséñanos, varón,
cómo se calla. Es hermoso que usted persista en no
callar…

Callar es en ese poema sinónimo de morir.

Y usted tiene una relación familiar con la muerte…

Sí, es una de mis obsesiones, una de mis obsesiones


crepusculares.
¿Alguna vez intentó matarse, Juan Gonzalo?

Sí. Una vez… Tomé una cantidad de barbitúricos que


considere que iba a ser su ciente…

¿En qué momento de su vida ocurrió?

Eso fue cuando trabajaba en Expreso… Vivía una gran


soledad, alejado de mis padres; tenía un pequeño
departamento en el edi cio Ritz… Había tenido una ruptura
sentimental…

Tomaba mucho en esa época, ¿verdad?

Bebía mucho, sí. Yo he tenido una juventud alcohólica, de la


que felizmente he logrado alejarme. Fue una batalla
bastante dura.

¿Ha pensado que la dependencia emocional respecto


de sus padres contribuyó a sellar su carácter, a
fomentar su fragilidad?

Sí. Yo creo que esa dependencia lo hace a uno poco


inerme. Yo he tratado de librarme de esa dependencia
viviendo solo cada vez que he podido, viajando…

Comparando a la luciérnaga con el hombre, usted ha


escrito: «Pues caso estimable es el bicho, que más
alumbra cuanto más se muere… Y no del hombre, que
se opaca a pocos y es mucho más obscuro cuando
dura…». Suena terrible, la verdad…
fi
fi
Sí, efectivamente: es el verso más amargo que yo he
escrito en mi vida. Es un rechazo a la vejez sobre todo…

¿Qué es lo que más rechaza de la vejez?

Nos hace demasiado conscientes… Yo estaba


acostumbrado, en mi juventud, a dejar ue el azar participara
de mi vida. Se pierde el sabor de la aventura. Todo es tan
meditado. Se aproxima así uno a la muerte… Y conste que
yo no soy una persona que piensa en la muerte como la
tentación del descanso. No tengo miedo a la muerte. No
voto en contra de la muerte…

Habla usted de descansar. ¿Qué es aquello de lo que


más quisiera descansar, Juan Gonzalo?

De la monotonía en la que se ha convertido mi vida, del


estar encerrado en mi cuarto… Yo soy una persona curiosa:
no voy al cinema, no veo televisión, no escucho música, no
leo, no escribo. Yo no sé qué hago con mi tiempo, es
totalmente un vacío… Todo me molesta, me repele…

¿Le molesta estar en este momento hablando de sí


mismo como lo está haciendo?

No… Porque es una catarsis…

¿Teme algo de especial manera?

Sí… Me da miedo que , de agravarse este círculo de


circunstancias adversas en que me muevo… Tengo pánico
de retornar al alcoholismo. Sé que sería irremediable…
¿No le gustó el éxito alguna vez, no lo grati có? Es
decir, ¿también le disgustó el éxito?

No me disgustó… Lo que pasa es que se produce una


suerte de desdoblamiento. Pareciera que es otra persona la
que recibe esos éxitos y no uno. Yo lo he sentido siempre
así. Los éxitos me daban alguna satisfacción pero yo
notaba que mi verdadero animal estaba un poco
distanciado de ese otro triunfador…

¿Por qué no se aceptó un poco? ¿Por qué se combatió


tanto?

Creo que, en lo fundamental, yo me acepté a mí mismo. Lo


que pasa es que no estoy conforme con el papel que me ha
tocado en la comedia…

¿Cómo de niría ese papel?

Me hubiera gustado ser alguien más útil… Con toda


sinceridad, yo siento, ahora que el arte es algo totalmente
inútil, que no tiene ningún sentido: la poesía, la música… Al
único arte al que le sigo guardando respeto es al teatro…

¿Pero usted cree que su poesía no sirve? ¿Usted cree


que no conmueve, que no enriquece? Como lector le
diría, cordialmente, que usted está diciendo una
barbaridad…

Tal vez, pero nos leen tan pocos… En un tiempo yo tomaba


parte en muchos recitales. En ese tiempo sí sentí que
estaba haciendo algo por los otros… Pero con los libros el
fi
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contacto con la gente es nulo… Además hay otras
objeciones. El poeta tiende a hablar demasiado de si
mismo…

O a ocultarse…

O a ocultarse. Pero yo creo haber hablado bastante de mí


mismo…

Pero de varios Juan Gonzalos: del derrotado y del


esperanzado, del depresivo, del eufórico…

Mi poesía es tan heterogénea, ¿no?

Hay mutaciones…

Así es.

¿En qué mutación anda ahora, Juan Gonzalo?

Ahora estoy inmutable…

No puedo creer que usted no conserve alguna


esperanza…

Solamente extraterrena. Aquí el mundo… no tengo ninguna


esperanza. Quizá suene cursi, pero lo único que espero es
la salvación de mi alma… Yo soy un cristiano convencido.
Creo en la compasión de Dios…

No cree en la de los hombres, ¿verdad?


No.

Me pregunto si usted sería tan triste si no hubiera


conocido el exilio y la soledad, Es decir, me pregunto si
su vida afectiva podría haber sido otra de no mediar
algunas circunstancias…

Indudablemente hay circunstancias que in uyen mucho y


aquella del exilio, es cierto, fue importante para mí. Pero yo
creo, más bien, que en la semilla, que en el espíritu, está la
derrota esperando. Las circunstancias trabajan una arcilla
ya hecha, ya cuajada. En esa arcilla ya estaba escrita la
derrota… Yo nací para ser derrotado. En mis encierros me
he preguntado muchas veces por qué, pero la verdad es
que no he podido nunca encontrar una respuesta…

Creo que usted debe haber escrito estas palabras


durante uno de sus encierros voluntarios: estoy tan
triste ahora que si alguien se acercase, me amaría…

Sí, eso pertenece a Retorno a mi cuarto. Lo escribiría de


nuevo…
fl

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