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Abajo se está celebrando una sesión de control; obviamente, de control del Gobierno,
porque si los que se examinasen fuesen los diputados, más de la mitad sacaría un NO
PRESENTADO; pero es porque es ordinaria, ya saben: lo poco gusta y lo mucho cansa. Aquí lo
que van a hacer básicamente es preguntarse cosas pactadas de antemano, que más que
preguntas sonarán a propagandismo barato del partido de cada uno que por tanto, el resto de
la cámara ignorará.
Poco después les toca hacer las preguntas a los otros partidos y es entonces cuando el
ambiente de la sala se enrarece. Y es que ya no se trata de un monólogo unidireccional de
continuas alabanzas (- Muy señora mía que bien que lo ha hecho –Y usted también) y es
cuando empiezan a discutir entre sí. Cualquiera podría pensar que es ahora cuando empieza el
debate, pero, ciertamente, tampoco es así. De hecho creo que ni los que preguntan escuchan
las respuesta sin los que responden escuchan las preguntas.
La oposición intenta poner al PP contra las cuerdas, así que saca sus mejores armas: el
PGOU de la Tinença de Benifassà y el PGOU de Castelló, y por supuesto, los cítricos: ¿a cuánto
están los limones? – No hombre eso no. Finalmente, y para acabar, llegan las interpelaciones,
igualitas que las preguntas, pero con más tiempo para pensar, de carácter más general y con
un nombre mucho más diplomático (preguntar lo hacemos todos pero interpelar solo puedes
cuando tienes el carné de conducir). Pero para entonces yo ya me he ido.
Delirium Tremens
ADVERTENCIA: Que nadie espere una valoración personal que empiece con algo así
como “… políticos que se aplauden entre sí; uno de ellos hablando por teléfono…” ni tampoco
esperen encontrar ninguna comparación entre las Cortes y un patio de colegio. Yo aspiro a
algo más elevado… yo… tengo un plan (risa malvada: bwajajajaja).
Lo primero que tengo que hacer (cosa que será, sorprendentemente, la parte más
difícil de mi plan) será colarme en las Cortes Valencianas… pero ya lo tengo resuelto; voy a
comprarme un peto, me presentaré en la puerta y le diré al de seguridad que soy el del
butano.
Una vez dentro, iré al aseo – que ya sé donde está (por cierto, me fijé que habían
toallas… ¡toallas!) – y me cambiaré el peto para ponerme mi segundo disfraz: de elefante rosa
de felpa. Luego me pondré un montón de apuntes bajo el brazo, cuantos más, más parecerá
que cobro y, finalmente, me dirigiré al hemiciclo donde, sin hacer ruido, me sentaré en una de
esas sillas que llaman escaños (recientes estudios de Oxford han revelado que sí, que son lo
mismo). Por cierto, escaño rima con tacaño ¿paradoja?
Una vez dentro, de los quince diputados que habrán asistido ese día, uno me mirará
por el rabillo del ojo; obviamente, pensará mal, pero no se atreverá a decir nada porque
pensará: “¿Y eso? Debe ser uno de esos que, como yo, sólo viene de uvas a peras. Sí, sin duda si
no hemos coincidido antes es por eso. Por eso no me suena ¡Vota al PP!”.
Luego, me levantaré para preguntarle al diputado de turno que cuánto dinero se está
gastando su partido en la protección del elefante rosa para evitar que éste se extinga; me
responderá que mucho, y los miembros del partido a que haya preguntado, también
responderán, pero según este patrón:
a) Aplaudirán.
b) Si están hablando por el teléfono, darán golpes sobre la mesa.
c) Si están hablando por dos teléfonos o no tienen manos, darán cabezazos.
Después de todo yo volveré a mi casa donde, aún vestido de elefante rosa de felpa, el
que se dará cabezazos contra la mesa seré yo. Y miren, sin ni siquiera hablar por el móvil y con
las dos manos.