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La mujer de Lot

Génesis 19
En Lucas 17.32-33 el Señor Jesús nos dice: «Acordaos de la mujer de Lot. Todo el que procure
salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará». Vamos a recordarla.

La historia
La veracidad de Génesis 19 es clara por las frecuentes menciones que el Señor Jesús hizo de este
relato (Mt 10.15; 11.23-24; Lc 17.32) y por la mención de Pedro pues ambos la presentan como
un ejemplo al cual mirar para evitar la mundanalidad. Sodoma es un tipo del mundo.

Lot era hijo de Harán, el hermano más joven de Abraham y es mencionado por nuestro Señor en
Lucas 17.28-32 y también por Pedro en 2 Pedro 2.7ss.

Lot acompañó a Taré, Abram y Sarai cuando fueron a Canaán, de acuerdo a la voz de Dios, en el
viaje a Egipto y luego otra vez a Canaán (Gén. 11.31; 12.4-5; 13.1).

Los problemas en su carácter aparecieron primero cuando a causa de la pelea entre sus pastores y
los de Abraham, eligió lo mejor del valle del Jordán, luego de que Abraham decidió separarse
para evitar problemas entre ellos (Gén. 13.8-13).
Esta división lo llevó en medio de los malvados hombres de Sodoma de donde tuvo que ser
rescatado dos veces: primero por Abraham mismo cuando Lot fue secuestrado en medio de una
disputa entre varios reyes (Gén. 14.11-16) y luego por los dos ángeles cuando Dios tomó la
decisión de destruir a Sodoma.

Recordemos tres elementos de la mujer de Lot:

I. Recordemos sus privilegios


La mujer de Lot estaba relacionada a personas justas que conocían al verdadero Dios.
Casada con «el justo Lot» (2 P 2.7-9)
Sobrina política del «amigo de Dios», Abraham (Gn 11.31)
Si bien Lot tuvo claras fallas en cuanto a ser el líder familiar y el sacerdote de su familia, la
Biblia lo recuerda como un hombre justo y, sin lugar a dudas, tuvo el excelente ejemplo de
Abraham que no solo fue justo, sino que es tenido como el amigo de Dios.
Instruida y avisada fielmente por ángeles (Gn 19.12; Heb 2.1-4).

Era mejor que sus vecinas, a las cuales la noticia de la destrucción de Sodoma les sonó a burla
(Gn 19.14).

Fue objeto de la misericordia de Dios (Gn 19.19).

II. Recordemos su pecado


«Entonces, la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él» (Gn 19.26).
Sin convicciones propias, acompañó a su esposo e hijas hasta cierto punto. Empezó bien pero no
continuó.

Rut, por el contrario, tomó la decisión de seguir a su suegra Noemí y dejando todo
verdaderamente atrás, la siguió de corazón y en los hechos. Nada pudo hacer Noemí para evitar
que Rut tomara esa decisión. Decidió hacer algo y lo hizo hasta las últimas consecuencias.

Todos recordamos cuál fue el resultado en las vidas de Rut y Noemí por haberse jugado por
Dios.

La mujer de Lot, en cambio, salió de Sodoma físicamente pero su corazón se quedó allí. No
volvió en cuerpo, pero en espíritu estaba de vuelta en Sodoma.

Lo mismo sucedió con el pueblo de Israel cuando estando en el desierto añoraba volver a Egipto:
«¡Ojalá pudiéramos comer carne!… En cambio, ahora nos estamos muriendo de hambre, ¡y lo
único que vemos es maná!» (Nm 11.4-6; Hch 7.39).

Tanto el pueblo de Israel como la mujer de Lot querían volver a donde antes estaban. Ambos
querían apartarse de las sendas que Dios había preparado para ellos.

En realidad, la mujer de Lot no volvió, simplemente «miró atrás». Parece poca cosa, pero la
severidad del castigo demuestra que el pecado fue enorme ante los ojos de Dios. Es evidente que
lo de la mujer de Lot no fue una simple mirada, sino que su corazón seguía prendado a Sodoma y
sus «placeres».

Abraham también miró a Sodoma (Gn 19.27-28), pero ¡qué diferencia entre la mirada de
Abraham y la de la mujer de Lot!

Uno lo hizo en términos de juicio, la otra en términos de nostalgia.


Hay veces que vemos nuestro pasado con nostalgia o con cierto dolor cuando realmente Dios nos
esta animando a vivir nuestro presente y a ver con esperanza hacia adelante, hacia la meta, hacia
el supremo llamamiento, hacia el futuro glorioso que el tiene para nosotros.

Nuestro apego al pasado no puede ser mayor que nuestra confianza y esperanza en el futuro que
tenemos en Dios

Nuestro apego al pasado no puede ser mas fuerte que nuestro presente y el futuro glorioso que
tenemos en Dios.

Fue un acto de desobediencia


«Tan pronto como los sacaron, uno de los ángeles dijo:
–¡Si quieren salvarse, corran! ¡No miren hacia atrás, ni se detengan en el valle! ¡Huyan a las
montañas, y pónganse a salvo! De lo contrario, ¡serán destruidos!» (Gn 19.17).

La desobediencia es un acto sumamente grave ante los ojos de Dios:

Por ella Adán perdió su señorío sobre el mundo y su comunión con Dios y con Eva.
Por desobedecer, los hijos de Israel tuvieron que vagar por el desierto 38 años más de lo
planeado (Heb 3.18; Hch 7.39).
Por su desobediencia Saúl perdió el reino (1 S 15.22-23). Su pecado es llamado «rebelión» y
«desechar la Palabra de Dios».

Por la desobediencia, los hijos de Israel fueron expulsados de su tierra y vendidos a servidumbre.

Jesús dijo: «Si me aman, obedezcan mis mandamientos». En la Palabra de Dios somos
permanentemente exhortados a obedecer los mandamientos de Dios.

En el tribunal de Cristo seremos confrontados con la Palabra de Dios con relación a nuestra
obediencia a ella (Ro 2.8; 6.17; 10.16; Gl 3.1; 5.7; 2 Ts 1.8; Heb 5.9; 1 P 4.17)

Fue un acto de incredulidad


La incredulidad es la raíz de todo pecado.

Heb. 3.12 dice: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de
incredulidad para apartarse del Dios vivo».
Fue un acto de concupiscencia
La concupiscencia es el apetito y deseo desordenado en cuanto a los bienes terrenales y los
placeres pecaminosos.

Santiago 1.13-14 dice: «Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios;
porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado,
cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido».

III. Recordemos su castigo


«Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal» (Gn 19.26).

La historia sagrada dice: «Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y
fuego de parte de Jehová desde los cielos» (Gn 19.24).

La escena de desolación en el sitio donde estaba Sodoma testifica claramente de la realidad del
juicio divino.

Constituye un monumento a la locura y un aviso y un ejemplo para nosotros.

«Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el
reino de Dios». (Lc 9.62)

El Señor, en su gracia, se vale de dos métodos para convertir el corazón del hombre hacia las
cosas de este mundo: primeramente revela el valor y la inmutabilidad de «las cosas de arriba», y
luego hace conocer la vanidad y la naturaleza perecedera de «las cosas de la tierra».

Colosenses 3.1-2 dice: «Dios les dio nueva vida, pues los resucitó juntamente con Cristo. Por
eso, dediquen toda su vida a hacer lo que a Dios le agrada. Piensen en las cosas del cielo, donde
Cristo gobierna a la derecha de Dios. No piensen en las cosas de este mundo».

Hebreos 12.25-26 dice: «Tengan cuidado cuando Dios les llame la atención. No lo rechacen,
porque los israelitas que en el pasado lo rechazaron, no escaparon del castigo. En aquella
ocasión, cuando Dios les habló, su voz hizo temblar la tierra. Y si nosotros rechazamos a Dios,
que nos llama la atención desde el cielo, tampoco escaparemos del castigo. Porque ahora él dice:
“Otra vez haré temblar, no solo la tierra sino también el cielo”».

Este pasaje nos enseña que es mejor ser atraído por los gozos del cielo, que ser empujado hacia
abajo por las penas de la tierra.
El cristiano no debe esperar que el mundo lo abandone para que él abandone al mundo: debe
dejar las cosas de la tierra por virtud de la comunión con las cosas de arriba.

Si bien Lot era un hombre justo, dejaba mucho que desear. En el relato de Génesis 19 lo
encontramos sentado a la puerta de Sodoma, en el puesto de autoridad. Había avanzado: «Se
había abierto camino en el mundo», había tenido éxito a la vista humana.

Anteriormente había ido levantando sus tiendas paso a paso hasta Sodoma; más tarde
probablemente penetró en la misma ciudad; y ahora lo encontramos sentado a la puerta, el puesto
de las personas influyentes. Es un proceso donde comenzamos a acercarnos peligrosamente a las
cosas del mundo y terminamos enredados profundamente en sus cosas.

Por la fe, Abraham habitó la tierra prometida como en tierra ajena, morando en cabañas. Nada de
esto se dice de Lot. No ocupa ningún puesto en la lista de los nobles mártires de la fe, en la nube
de testigos del poder de la fe (Heb 11). El mundo fue para él un lazo, y las cosas presentes, su
ruina. Él no se sostuvo como viendo al Invisible (Heb 11.27). Sus ojos estaban fijos en las cosas
que se ven y que son temporales, mientras que los de Abraham descansaban en las que no se ven
y que son eternas (2 Co 4.18).

Así fue que cuando destruyó a las ciudades de la llanura, Dios se acordó de Abraham y envió
fuera a Lot de en medio de la destrucción, al asolar las ciudades donde estaba Lot (19.29). Esta
afirmación prueba que fue por amor a Abraham que se salvó Lot.

Dios no simpatiza con un corazón mundano; y fue ese amor el que lo llevó a Lot a establecerse
en medio de la corrupción de Sodoma. No fue su fe, ni su alma justa sino el amor al presente
siglo malo que lo arrastró primero a escoger, y luego a poner sus tiendas hasta Sodoma, y por fin
sentarse a la puerta de Sodoma.

En Hebreos 13.5 se nos exhorta a estar contentos con lo que tenemos, ¿por qué?
¿Será porque de esa manera estamos bien acomodados en el mundo y con el corazón satisfecho?

¿Será porque en nuestras circunstancias no hay un vacío que suscite un deseo?

¡¡¡NO!!! De ningún modo. Es porque Dios mismo ha dicho «no te dejaré ni te desampararé».

Dice el escritor de Hebreos: «No vivan preocupados por tener más dinero. Estén contentos con lo
que tienen, porque Dios ha dicho en la Biblia: “Nunca te dejaré abandonado”».

Es evidente que Lot y su esposa no rompieron su relación con el ambiente pecaminoso en el que
vivían. Permitieron que sus hijas se comprometieran con los sodomitas e, incluso, vacilaron
cuando los ángeles les insistían que huyeran. Fuertes lazos los ataban a sus posesiones y a la
riqueza de Sodoma.
El Señor Jesús nos exhorta a recordar a la mujer de Lot en cuanto a su compromiso con el mundo
y en cuanto a la dirección de su mirada, su mente y su corazón y nos insta a poner nuestros ojos
en lo que vale la pena, es decir, en los negocios del Padre.

No permitan, dice el Señor, que los placeres del mundo nublen la visión del trono de Dios y
mucho menos que esos placeres pasajeros los lleven en una dirección contraria a la voluntad de
Dios para sus vidas.

Por fijar su mirada en las cosas equivocadas, toda la familia se perdió. La esposa de Lot murió
convertida en estatua de sal al no poder renunciar a las cosas que estaba dejando atrás; las hijas
de Lot copiaron las costumbres que aprendieron en Sodoma, donde sus padres las llevaron, y se
constituyeron en las progenitoras de pueblos idólatras y pecaminosos como fueron los moabitas
y los amonitas, según nos enseña el relato del Génesis.

Dios nos dice: «Pongan sus ojos y sus metas donde vale la pena hacerlo». Vivan de acuerdo a
mi voluntad. 

Terminemos con las palabras de Pablo a los filipenses cuando dice:

«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado;


pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda
atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la
meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».
Filipenses 3.13-14

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