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La Redacción
EL PODER Y EL ABISMO
LA INSULA BARATARIA
LA MISERIA Y EL COCO
En algunos dialectos del español de México la “cuca” es, o fue hasta los
cincuenta, el sexo femenino, como la barata luso brasileña. La relación
entre el color y la sexualidad nos lleva a la historia infame de la
exclavitud latinoamericana. No hay, como escribió Gilberto Freyre sobre
el Brasil, esclavitud sin depravación sexual. Apenas comienza a
estudiarse el horror que fue la vida para las mujeres no blancas. Ellas
también son seres sin nombre. Las llamaron “indias” y “chinas” aunque
no nacieron en el oriente, y estaban infinitamente disponibles para el
amo.
Aquí la cucaracha apunta hacia el otro “cuco”: el cucú o cuclillo que
empolla en el nido ajeno. La ignominia cayó sobre los mulatos y las
mulatas porque su color y sus rasgos eran pruebas vivientes de la
infidelidad y de la sexualidad no sacramentada. Otra vez la dialéctica
“barata” de la bruja/hechicera: lo que más horroriza es lo que más atrae,
nada codiciamos tanto como lo que fingimos despreciar. La mulata,
rotunda y perfecta refutación del racismo, sigue siendo el gran sueño
erótico latinoamericano.
Gracias al Seminario de Historia de las Mentalidades del INAH y sus
libros más recientes, Memoria y olvido, De la santidad a la perversión,
empezamos a conocer la sexualidad colonial, elemento indispensable
para explicarnos por qué estamos como estamos. Tres siglos de
sometimiento indio y negro en América llevaron a la inevitable
asociación de todo lo blanco con la superioridad innata y automática.
Nada tiene de extraño, pues, que en los “comerciales” los consumidores
de los peores y más caros productos del mundo, la silenciosa mayoría
mexicana, esté representada no por Pancho y Lupita sino por Sigfrido,
Erick el Rojo, Lorelei o Hans y Fritz; ni que los nombres españoles
hayan desaparecido en nuestros niños y adolescentes para intentar
borrarles el estigma de la mexicanidad y la “latinidad”.
Nadie le negará a la televisión el triunfo de haber logrado que los
mexicanos se avergonzaran de sí mismos, se abarataran hasta sentirse
literalmente cucarachas ante la suela del amo blanco. Quien hasta ayer
se hubiera llamado Francisca hoy es Tatiana o Natacha, María Luisa es
Elizabeth, Alberto es Cristián, Antonio es Jean Paul o Werner, y así
hasta el infinito.
BARBARIE Y LATINIDAD
RENOVACION Y CONTINUIDAD
Una migaja, una brizna, un pedacito de papel le bastan para vivir seis
meses. La cucaracha es por definición austera, ajustable, realista y
transparente. Deja de comer pero no de reproducirse. El hambre
siempre exacerba la lujuria. El único objeto de su existencia es
afianzarse sin razón ni sentido sobre la tierra. A las cucarachas y a los
mexicanos de cualquier color nadie los quiere.
Pero nuestra opinión las tiene sin cuidado. Ellas siempre ríen a lo último.
Nos están viendo desaparecer como observaron regocijadas a los
dinosaurios que se extinguían. A ellas no las afecta la contaminación, la
violencia, el desastre económico, la hambruna, los terremotos, las
guerras ni todas las unidades roentgen de la mayor megasuperbomba
nuclear. Por lo pronto devoran estas líneas que se les consagran con
horror y admiración. Primero (¿1976? ¿1982?) tímidas, vulnerables,
aisladas; poco después arrogantes, invencibles, multitudinarias, las
cucarachas se han adueñado de todas las cosas y todos los
departamentos de lo que fue la clase media mexicana. Signo irrefutable
de proletarización generalizada, noche a noche dicen a la gente, que de
acuerdo con un ya viejo anuncio, iba para arriba: “De ahora en adelante
no hay más ruta que la nuestra. Ustedes y el país van cuestabajo”.