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VINDICACIÓN DE LAS CUCARACHAS

José Emilio Pacheco

La Redacción

En su vida somos un episodio molesto, una presencia incómoda, un


martirio que pronto se disipará. Nos ven como los extranjeros invasores,
los ocupantes bárbaros de su viejo planeta. Son las dueñas de la tierra.
Están aquí desde hace por lo menos 345 millones de años. En cambio,
el Ramapithecus, nuestro más remoto ancestro directo, empezó a
tambalearse hace apenas 14 millones de años. Para medir lo
insondable recordemos que la memoria humana comenzó sólo 5,000
años atrás de este día, cuando aparecieron la escritura, la rueda y las
ciudades. 1987 años son una diezmilésima de segundo para quien ha
vivido 345 millones de años.

EL PODER Y EL ABISMO

La cucaracha es el insecto sin nombre: llamamos así a unas dos mil


especies distintas. Entre los ortópteros, los insectos masticadores de
alas rectas, la cucaracha es el lumpen, mientras que el saltamontes es
la aristocracia, el grillo la burguesía y la langosta el vigoroso proletariado
campesino. Tal vez al hablar sólo de langostas la Biblia se refirió a
veces a las cucarachas. En Números 13:13 está prefigurado su destino
tercermundista: “Y éramos como langostas y así les parecíamos a los
gigantes”. Proverbios 30:27 alude al triunfo de su bien organizada
anarquía: “No tienen rey, y salen todas por cuadrillas”. Como las
hormigas, los conejos y las arañas, son “de las cosas más pequeñas de
la tierra y más sabias que los sabios”. Finalmente, en Apocalipsis 9:3,
cuando el quinto ángel abre el pozo del abismo, “salieron y se les dio
poder”.
Otro pozo, otro abismo tan vertiginoso como el tiempo, es el que nos
entreabren los diccionarios. Su nombre en alemán es schabe o
kakerlak, adaptación fonética del castellano. Pero hay una cucaracha
nativa de esos países, la Blatella germánica, que dio nombre a su
suborden, el de las blatarias El italiano recogió blatta (aunque la llama
también confusamente scarafaggio) y el francés blatte, pero nadie
emplea el término. Se usa cafard, tan lleno de negatividad que significa
también el “mal del siglo” XIX: la melancolía, el spleen, la noia, la acidia
de los monjes medievales. Por si esto fuera poco cafard es también
sinónimo de hipócrita, gazmoño, delator Cafarder es delatar, traicionar.

LA INSULA BARATARIA

De blatta y blatte parece derivarse el portugués barata, que en la


Zamora española, en Chile y en Perú es más usual que “cucaracha”. En
Brasil, no sabemos si lo mismo ocurre en Portugal, barata designa
también despectivamente lo mismo a una anciana que al sexo femenino
(la atroz dualidad bruja/hechicera, anciana/muchacha, que es
responsable de tantos crímenes y torturas). En un torpe juego de
palabras diríamos que abaratar mentalmente algo es denigrarlo,
cucarachearlo, reducirlo al nivel de un insecto a quien se pisotea de
inmediato.
Barataria, que podríamos traducir del portugués al mexicano como
transa y mordida, remite a un término español en desuso: “baratería”, es
decir soborno, fraude, cohecho, delito cometido con engaño ¿Algún
cervantista se ha preguntado qué tendría en mente Cervantes cuando
en la segunda parte del Quijote hizo a Sancho gobernador de la ínsula
Barataria?
Para el fracasadísimo escritor que aspiraba a un puesto en el
Soconusco y murió sin saber que sería la suprema gloria del idioma, la
isla de las cucarachas, las transas, los abusos y los fraudes sólo podía
ser un lugar: la Nueva España, el país del obedézcase pero no se
cumpla, el lugar en donde todo está prohibido y todo se puede hacer, la
cuna del llamado “unto de México”, la mordida que abre todas las
puertas y engrasa todas las voluntades.
En capítulos llenos de expresiones que hoy son mexicanismos (“dar
batería”, “porro”, “placeras”, “trabajo” en la acepción de “pena”, etcétera)
Don Quijote propuso a Sancho como plan global de gobierno para la
ínsula Barataria “procurar la abundancia de los mantenimientos, que no
hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la
carestía”. La renuncia de Sancho y su orgullo de haber entrado desnudo
en el gobierno y salir desnudo de él, sin ganar ni perder, parece una
crítica no tan velada a los virreyes y al saqueo colonial. Lo más
interesante para los fines de esta nota es la barata asociación
cucaracha - colonizados.

LA MISERIA Y EL COCO

La historia de la cucaracha la saben los entomólogos, la leyenda recorre


subliminalmente todo el planeta. Según ella, la cucaracha es un insecto
tropical que se coló en las bodegas de los barcos europeos e infestó las
metrópolis. La cucaracha es el precio de la división mundial del trabajo
entre norte y sur, entre países industriales y países proveedores de
materias primas. Más que simple símbolo, la cucaracha es el signo de la
miseria y el subdesarrollo. Como antes la sífilis y ahora el sida, con el
trabajo (la bomba de tiempo cancerígena que los derrotados prepararon
contra sus vencedores), la cucaracha, en la imaginación del mundo
actual, es un producto de América y más específicamente del Caribe.
Basta ojear la más modesta enciclopedia para saber que en efecto
existe una cucaracha oriunda de esta región, la Periplaneta americana
en feroz competencia o armónica cooperación, vaya usted a saber, con
nuestra amiga la Blatella germánica y la Blatta orientales. Estas
sutilezas no quitarán de la mente de nadie su idea fija: la cucaracha es
latinoamericana, ni su corolario inevitable: Latinoamérica es una
cucaracha. Se aducirá como presunta prueba que la palabra, y por tanto
el insecto, no existían en inglés: cockroach (en el habla común
generalmente se contrae a roach) es una evidente adaptación de
“cucaracha”. Hay una zona erógena cubierta de tinieblas en la dialéctica
entre la conservación de “cuca” y la supresión de cock, el ying y el yang.
Porque “cucaracha” viene de “cuco” “Cuco” es “coco” y demasiadas
cosas más al mismo tiempo. “Coco”, entomológicamente quiere decir
“gorgojo” (del griego kókkos y el latín cocum), pero es también El Coco,
el fantasma universal con que en la cuna se nos instila el miedo que no
nos dejará nunca. Ya que ninguno de los otros sentidos de “cuco”
(“mono”, “taimado”, “astuto”) se ajustan a la cucaracha, insecto
indefenso si lo hay, quedan la nocturnidad, el espanto, el género
femenino (en contraste con “el” grillo, “el” saltamontes) y la sorprendente
información de que en tiempos coloniales “cucaracha” quería decir
también “mujer morena”.

COLOR, ESCLAVITUD, SEXUALIDAD

En algunos dialectos del español de México la “cuca” es, o fue hasta los
cincuenta, el sexo femenino, como la barata luso brasileña. La relación
entre el color y la sexualidad nos lleva a la historia infame de la
exclavitud latinoamericana. No hay, como escribió Gilberto Freyre sobre
el Brasil, esclavitud sin depravación sexual. Apenas comienza a
estudiarse el horror que fue la vida para las mujeres no blancas. Ellas
también son seres sin nombre. Las llamaron “indias” y “chinas” aunque
no nacieron en el oriente, y estaban infinitamente disponibles para el
amo.
Aquí la cucaracha apunta hacia el otro “cuco”: el cucú o cuclillo que
empolla en el nido ajeno. La ignominia cayó sobre los mulatos y las
mulatas porque su color y sus rasgos eran pruebas vivientes de la
infidelidad y de la sexualidad no sacramentada. Otra vez la dialéctica
“barata” de la bruja/hechicera: lo que más horroriza es lo que más atrae,
nada codiciamos tanto como lo que fingimos despreciar. La mulata,
rotunda y perfecta refutación del racismo, sigue siendo el gran sueño
erótico latinoamericano.
Gracias al Seminario de Historia de las Mentalidades del INAH y sus
libros más recientes, Memoria y olvido, De la santidad a la perversión,
empezamos a conocer la sexualidad colonial, elemento indispensable
para explicarnos por qué estamos como estamos. Tres siglos de
sometimiento indio y negro en América llevaron a la inevitable
asociación de todo lo blanco con la superioridad innata y automática.
Nada tiene de extraño, pues, que en los “comerciales” los consumidores
de los peores y más caros productos del mundo, la silenciosa mayoría
mexicana, esté representada no por Pancho y Lupita sino por Sigfrido,
Erick el Rojo, Lorelei o Hans y Fritz; ni que los nombres españoles
hayan desaparecido en nuestros niños y adolescentes para intentar
borrarles el estigma de la mexicanidad y la “latinidad”.
Nadie le negará a la televisión el triunfo de haber logrado que los
mexicanos se avergonzaran de sí mismos, se abarataran hasta sentirse
literalmente cucarachas ante la suela del amo blanco. Quien hasta ayer
se hubiera llamado Francisca hoy es Tatiana o Natacha, María Luisa es
Elizabeth, Alberto es Cristián, Antonio es Jean Paul o Werner, y así
hasta el infinito.

BARBARIE Y LATINIDAD

La tiranía del abolido santoral transformó los maravillosos nombres


griegos, romanos y bizantinos en nombres del campo; por tanto indios,
por tanto de siervos. Ya nadie quiso llamarse Petra, Basilisa, Procopio
Algunos adquirieron incluso connotaciones risibles: Pompeyo,
Pomponio, Pancracio Sólo por la fuerza y el prestigio de las armas
conservaron su dignidad Alejandro, Marco Antonio, Julio César.
Los bárbaros del norte esperaron 2000 años para su venganza final
contra los opresores romanos. Hoy “latino” no evoca el poder
incontrastable de las legiones, los discursos de Cicerón, los hexámetros
de Virgilio, los mármoles eternos y los estándares triunfal es. No, ahora
“latino” es sinónimo de miseria, suciedad, delincuencia, ropa tendida a
secar en la ventana, hacinamiento, promiscuidad, deterioro, ignorancia,
torpeza, rumberas emplumadas, bongós, todo lo que usted quiera, y en
primer lugar cucarachas.
A esto contribuyó sin quererlo la canción revolucionaria de 1914. Aquel
año Rafael Sánchez Escobar reveló a los carrancistas un son que había
aprendido de niño en Campeche, letra lasciva que habla de la
prostitución y probablemente tuvo algunos versos mucho más explícitos:
“La cucaracha, la cucaracha,/ ya no puede caminar,/ porque le falta, por
que no tiene /cuartilla para almorzar. /Si te ves con Severiana/ le dices
que aquí le traigo,/ le dices que aquí le traigo,/ para que haga su
mañana”. Si “la cucaracha” original fuera conseguible, tal vez apoyaría
las hipótesis de trabajo aquí expuestas. Suena como perteneciente al
ciclo de canciones de doble sentido que estremecieron a los puertos
mexicanos a fines del XVIII; el chuchumbé, el pan de jarabe, el
sacamandú, las boleras y zarabandas.
En Monterrey “La cucaracha” se transformó en himno de guerra contra
Victoriano Huerta. Le decían precisamente “La cucaracha” (¿por ser feo
o por ser indio? en nuestra historiografía abundan las referencias a su
crueldad como herencia “azteca”, aunque Huerta era huichol. Huerta no
admite reivindicación pero tampoco deben esgrimirse contra él insultos
no menos racistas que las injurias lanzadas por la izquierda a los moros
que asaltaron a España bajo las órdenes de Franco). Como unía a los
vicios del soldado raso las costumbres oligárquicas, Huerta, mariguano
y bebedor incansable de Hennesy-extra, es la cucaracha que “ya no
puede caminar,
/por que le falta, por que no tiene /mariguana que fumar”.

RENOVACION Y CONTINUIDAD

Austin, la ciudad amada por Borges, es la capital mundial de las


cucarachas. Los tejanos, maestros y modelos del México actual,
atribuyen el indeseable campeonato a la herencia de cuando era San
Felipe de Austin y a nuestra presencia mexicana. Pero contra las
cucarachas no hay ley Simpson Rodino que valga. Fracasados todos los
cucarachicidas, todas las fumigaciones, todas las medidas higiénicas
(Austin es una ciudad limpísima), algunos propietarios desesperados
incendian sus casas y las reconstruyen con materiales traídos de muy
lejos de la frontera. El día del reestreno allí están las invencibles
ocupándolo todo.
En Texas y en donde quiera los venenos ideados contra ellas nos
causan daños gravísimos y arruinan nuestros alimentos, pero son
asimilados por la cucaracha que a la siguiente generación ya es inmune.
La sociedad de las cucarachas — como la nuestra, el hormiguero, la
termitera y la colmena— es una sociedad cerrada: los individuos deben
sacrificar el presente en aras de un futuro que no llegará nunca porque
la cadena es irrompible. Para las cucarachas y para nosotros la muerte
es una catástrofe individual pero un júbilo colectivo, un beneficio y un
requisito indispensable: sin muerte no se daría la renovación y
continuidad de la especie.
REALISMO Y AUSTERIDAD

Una migaja, una brizna, un pedacito de papel le bastan para vivir seis
meses. La cucaracha es por definición austera, ajustable, realista y
transparente. Deja de comer pero no de reproducirse. El hambre
siempre exacerba la lujuria. El único objeto de su existencia es
afianzarse sin razón ni sentido sobre la tierra. A las cucarachas y a los
mexicanos de cualquier color nadie los quiere.
Pero nuestra opinión las tiene sin cuidado. Ellas siempre ríen a lo último.
Nos están viendo desaparecer como observaron regocijadas a los
dinosaurios que se extinguían. A ellas no las afecta la contaminación, la
violencia, el desastre económico, la hambruna, los terremotos, las
guerras ni todas las unidades roentgen de la mayor megasuperbomba
nuclear. Por lo pronto devoran estas líneas que se les consagran con
horror y admiración. Primero (¿1976? ¿1982?) tímidas, vulnerables,
aisladas; poco después arrogantes, invencibles, multitudinarias, las
cucarachas se han adueñado de todas las cosas y todos los
departamentos de lo que fue la clase media mexicana. Signo irrefutable
de proletarización generalizada, noche a noche dicen a la gente, que de
acuerdo con un ya viejo anuncio, iba para arriba: “De ahora en adelante
no hay más ruta que la nuestra. Ustedes y el país van cuestabajo”.

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