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La aseidad.
La palabra aseidad se deriva del latín “a”, de; y “se”, mismo. Es la propiedad por la
cual un ser existe de y a partir de sí mismo. Este es un atributo que puede
pertenecer solo a Dios. La existencia de Dios no es causada por ninguna cosa, al
contrario, todo lo creado tiene como su primera causa a Dios; todo lo creado
depende de Él, es sostenido por Él y fue creado para Él (Ro. 11.36, Heb. 1.3).
El ser de Dios es totalmente independiente de todas las cosas. Dios es
autoexistente y autosuficiente, Él no tiene principio de creación, ni su existencia
tiene fecha de vencimiento. Él existe desde siempre y para siempre y, cómo dice
la Confesión de Westminster, Dios no tiene necesidad de sus criaturas. Esto es
sumamente importante de comprender puesto que nuestro Dios trino en la
eternidad pasada no tenía ninguna necesidad de crearnos para sentirse completo
y satisfecho y que sin nosotros solamente sería un “dios” solitario, triste y
necesitado de nuestra existencia y nuestra adoración.
Simplicidad.
LA SIMPLICIDAD DE DIOS
Los seres contingentes que existen unos por otros, exigen un ser que no exista
por otro; es decir, que exista por sí mismo, que tiene que ser eterno, que no puede
comenzar a existir, que existe necesariamente, que no pueda no existir, que su
esencia sea existir, que tiene la plenitud de la existencia, que tiene la existencia
sin limitación, que tiene toda la perfección existente en su grado máximo: es decir,
que es omniperfecto. Ése es Dios.
Bondad divina.
Así como el ente es ontológicamente verdadero por su relación con el
entendimiento, de la misma manera es ontológicamente bueno por su relación con
la voluntad: «bonum est ens in quantum est appetibile».
Una cosa es buena en sí (bonum quod) si posee las perfecciones que
corresponden a su naturaleza; es buena relativamente (bonum cui) si es capaz de
perfeccionar a otras cosas («bonum est diffusivum sui»).
Dios es la bondad ontológica absoluta, en sí y en relación con los demás (de fe).
El concilio del Vaticano enseña que Dios es infinito en toda perfección («omni
perfectione infinitus»; Dz 1782) y que en la creación difundió sus bienes entre las
criaturas («per bona, quae creaturis impertitur» ; Dz 1783).
Como ser subsistente, Dios es la bondad por esencia o la bondad misma (ipsa
bonitas). Como causa de todas las criaturas y de toda la bondad creada,
Dios es la bondad total (bonum universale). Como la bondad de Dios está
infinitamente elevada por encima de toda bondad creada, Dios es el supremo
bien (summum bonum). Nadie más que Dios es la bondad por esencia (Lc 18, 19:
«Nadie es bueno, sino sólo Dios»). Las criaturas no poseen más que una bondad
participada de Dios (1 Tim 4, 4: «Toda criatura de Dios es buena»). La absoluta
bondad ontológica de Dios es la razón de su felicidad infinita. Conociéndose y
amándose a sí mismo como bien supremo, Dios es infinitamente feliz con esa
posesión y disfrute de sí mismo.
Dios es la absoluta bondad ontológica en relación con otros, por ser causa
ejemplar, eficiente y final de todas las criaturas (Rom 11, 36: «De Él y por Él, y
para Él son todas las cosas)).
Inmutabilidad.
Inmutabilidad es el atributo que sigue después de la aseidad y eternidad. Se niega
que Dios tenga tiempo y cambio «… serán cambiados, pero tú eres el mismo»
(Heb. 1:12 BJ). Si la autoexistencia o independencia estuviese sujeta a cambios,
entonces sería una existencia dependiente; la eternidad se volvería tiempo; y, por
tanto, Dios llegaría a ser no-Dios. Cf. Nm. 23:19; Sal. 33:11; Mal. 3:6; Stg. 1:17.
Hay varias razones lógicas por las cuales Dios debe ser inmutable, por eso es
imposible que Dios cambie. En primer lugar, si algo cambia, debe hacerse en un
orden cronológico. Debe haber un momento antes del cambio y un momento
después del cambio. Por lo tanto, para que el cambio se lleve a cabo, debe ocurrir
dentro de las restricciones del tiempo; sin embargo, Dios es eterno y existe fuera
de las limitaciones del tiempo (Salmo 33:11; 41:13; 90:2-4; Juan 17:5; 2 Timoteo
1:9).
Eternidad.
La Eternidad de Dios es una consecuencia de su Inmutabilidad. Y esto es así
porque cuando hablamos de “eternidad” estamos hablando de “no-tiempo”. El
tiempo es en sí mismo “cambio”, medición de movimiento. El tiempo comenzó con
la creación del universo cambiante. Dios no cambia, todo lo creado cambia.
Ahora bien, debido a nuestra inteligencia y lenguaje limitadísimos, tenemos que
hablar de pasado, futuro y presente de Dios: decimos, por ejemplo, “Dios siempre
fue y siempre será”. O bien, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Pero, en
realidad, estrictamente hablando, en Dios no hay ni pasado ni futuro.
Dios es Eterno porque no cambia, porque es Inmutable. Para Dios, no hay
sucesión de tiempo, ni medición de duración. Para Dios hay sólo un “eterno
presente”. Dios simplemente “es”.
De allí que al darnos su nombre “Yo Soy”, en seguida nos dice que “Yo Soy” es su
nombre “para siempre” (Ex. 3, 14-15).
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Unidad.
Dios es uno. Hay un solo ser que es Dios. Antes de que el universo existiera, el
vivo, personal y autoexistente Dios existía solo. Este ser infinito y perfecto es
único. No hay otro igual. Él es único en su clase. En su naturaleza, personalidad y
atributos Dios es entero e indivisible.
La unidad de Dios incluye dos pensamientos primarios: la singularidad y unidad de
su carácter. La singularidad de Dios se da en el hecho de que existe una sola
persona en el universo que es la fuente suprema y gobernadora de todas las
cosas. La unidad del carácter de Dios se refiere a la verdad de su naturaleza
indivisible.