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LOS ATRIBUTOS DIVINOS

La aseidad.
La palabra aseidad se deriva del latín “a”, de; y “se”, mismo. Es la propiedad por la
cual un ser existe de y a partir de sí mismo. Este es un atributo que puede
pertenecer solo a Dios. La existencia de Dios no es causada por ninguna cosa, al
contrario, todo lo creado tiene como su primera causa a Dios; todo lo creado
depende de Él, es sostenido por Él y fue creado para Él (Ro. 11.36, Heb. 1.3). 
El ser de Dios es totalmente independiente de todas las cosas. Dios es
autoexistente y autosuficiente, Él no tiene principio de creación, ni su existencia
tiene fecha de vencimiento. Él existe desde siempre y para siempre y, cómo dice
la Confesión de Westminster, Dios no tiene necesidad de sus criaturas. Esto es
sumamente importante de comprender puesto que nuestro Dios trino en la
eternidad pasada no tenía ninguna necesidad de crearnos para sentirse completo
y satisfecho y que sin nosotros solamente sería un “dios” solitario, triste y
necesitado de nuestra existencia y nuestra adoración.
Simplicidad.
 LA SIMPLICIDAD DE DIOS

Simple es lo que no tiene composición de partes y no es, por tanto, divisible. La


composición es física cuando una cosa está compuesta de partes realmente
distintas entre sí; tal composición puede ser sustancial (materia y forma, cuerpo y
alma) o accidental (sustancia y accidente). La composición es metafísica cuando
una cosa está compuesta de partes lógicas o metafísicas (determinaciones del
ser, como potencia y acto, género y diferencia específica).
Dios es absolutamente simple (de fe).
El concilio IV de Letrán y el concilio del Vaticano enseñan que Dios es sustancia o
naturaleza absolutamente simple («substantia seu natura simplex omnino»); Dz
428, 1782. La expresión «simplex omnino» quiere decir que de Dios se excluye
toda composición, tanto física como metafísica. De esta verdad se derivan las
siguientes proposiciones :
Dios es espíritu puro, es decir, que Dios no es materia ni está compuesto de
materia y espíritu. Es verdad que el Antiguo Testamento presenta a Dios en forma
visible y humana por medio de numerosos antropomorfismos y antropopatías.
Pero expresa muy bien indirectamente la espiritualidad de Dios al presentarle
como elevado por encima de toda la materia y como señor de la misma. En
cambio, a diferencia de Dios, a los hombres se les llama con frecuencia «carne»
(cf. Is 31, 3). El Nuevo Testamento designa expresamente a Dios como espíritu;
Ioh 4, 24: «Dios es Espíritu»; 2 Cor 3, 17 : «E'l Señor es Espíritu».
Dios es espíritu absolutamente simple, es decir, en Dios no se da ninguna clase
de composición : ni de sustancia y accidente, ni de esencia y existencia, ni de
naturaleza y persona, ni de potencia y acto, ni de un acto y otro, ni de género y
diferencia específica. La Sagrada Escritura indica la absoluta simplicidad de Dios
cuando toma las propiedades divinas por su misma esencia; cf. 1 Ioh 4, 8: «Dios
es caridad»; Ioh 14, 6: «Ya soy el camino, la verdad y la vida». SAN AGUSTÍN
dice, refiriéndose a la naturaleza divina: «Se le llama simple porque lo que ella
tiene eso es, exceptuando lo que se predica de una Persona en relación con
otra» (De civ. Dei vi 10, 1).
Omniperfeccion.
Dios posee todas las perfecciones posibles. Su perfección no tiene límites.
Tampoco tiene mezcla de imperfección, de suerte que es imposible concebir nada
que lo pueda hacer mejor.

Dios es el Ser Necesario. El Ser Necesario tiene la plenitud de la existencia,


porque su esencia es existir. Por eso Dios tiene todas las perfecciones posibles en
grado infinito, y no puede tener ningún defecto. Si no, no sería Dios.

Los seres contingentes que existen unos por otros, exigen un ser que no exista
por otro; es decir, que exista por sí mismo, que tiene que ser eterno, que no puede
comenzar a existir, que existe necesariamente, que no pueda no existir, que su
esencia sea existir, que tiene la plenitud de la existencia, que tiene la existencia
sin limitación, que tiene toda la perfección existente en su grado máximo: es decir,
que es omniperfecto. Ése es Dios.

El Ser omniperfecto es inmutable. Todo ser que cambia o se mueve es carente de


algo (de esa nueva modalidad). Luego el ser omniperfecto es inmutable.

Bondad divina.
Así como el ente es ontológicamente verdadero por su relación con el
entendimiento, de la misma manera es ontológicamente bueno por su relación con
la voluntad: «bonum est ens in quantum est appetibile».
Una cosa es buena en sí (bonum quod) si posee las perfecciones que
corresponden a su naturaleza; es buena relativamente (bonum cui) si es capaz de
perfeccionar a otras cosas («bonum est diffusivum sui»).
Dios es la bondad ontológica absoluta, en sí y en relación con los demás (de fe).
El concilio del Vaticano enseña que Dios es infinito en toda perfección («omni
perfectione infinitus»; Dz 1782) y que en la creación difundió sus bienes entre las
criaturas («per bona, quae creaturis impertitur» ; Dz 1783).
Como ser subsistente, Dios es la bondad por esencia o la bondad misma (ipsa
bonitas). Como causa de todas las criaturas y de toda la bondad creada,
Dios es la bondad total (bonum universale). Como la bondad de Dios está
infinitamente elevada por encima de toda bondad creada, Dios es el supremo
bien (summum bonum). Nadie más que Dios es la bondad por esencia (Lc 18, 19:
«Nadie es bueno, sino sólo Dios»). Las criaturas no poseen más que una bondad
participada de Dios (1 Tim 4, 4: «Toda criatura de Dios es buena»). La absoluta
bondad ontológica de Dios es la razón de su felicidad infinita. Conociéndose y
amándose a sí mismo como bien supremo, Dios es infinitamente feliz con esa
posesión y disfrute de sí mismo.
Dios es la absoluta bondad ontológica en relación con otros, por ser causa
ejemplar, eficiente y final de todas las criaturas (Rom 11, 36: «De Él y por Él, y
para Él son todas las cosas)).

Inmutabilidad.
Inmutabilidad es el atributo que sigue después de la aseidad y eternidad. Se niega
que Dios tenga tiempo y cambio «… serán cambiados, pero tú eres el mismo»
(Heb. 1:12 BJ). Si la autoexistencia o independencia estuviese sujeta a cambios,
entonces sería una existencia dependiente; la eternidad se volvería tiempo; y, por
tanto, Dios llegaría a ser no-Dios. Cf. Nm. 23:19; Sal. 33:11; Mal. 3:6; Stg. 1:17.
Hay varias razones lógicas por las cuales Dios debe ser inmutable, por eso es
imposible que Dios cambie. En primer lugar, si algo cambia, debe hacerse en un
orden cronológico. Debe haber un momento antes del cambio y un momento
después del cambio. Por lo tanto, para que el cambio se lleve a cabo, debe ocurrir
dentro de las restricciones del tiempo; sin embargo, Dios es eterno y existe fuera
de las limitaciones del tiempo (Salmo 33:11; 41:13; 90:2-4; Juan 17:5; 2 Timoteo
1:9).

Segundo, la inmutabilidad de Dios es necesaria para su perfección. Si algo


cambia, debe cambiar para bien o para mal, porque un cambio que no hace
ninguna diferencia no es un cambio. Para que el cambio se realice, o bien se
adiciona algo que se necesita, lo cual es un cambio para mejorar, o algo de lo que
se necesita se pierde, lo cual es un cambio para empeorar. Pero ya que Dios es
perfecto, Él no necesita nada, por lo tanto, Él no puede cambiar para bien. Si Dios
fuera a perder algo, Él ya no sería perfecto; luego, Él no puede cambiar para mal.

En tercer lugar, la inmutabilidad de Dios se relaciona con su omnisciencia. Cuando


alguien cambia su forma de pensar, a menudo es porque ha salido a la luz nueva
información que no se conocía con anterioridad, o porque las circunstancias han
cambiado y requieren una actitud o acción diferente. Ya que Dios es omnisciente,
Él no puede aprender algo nuevo que ya no sepa. Por lo tanto, cuando la Biblia
habla que Dios se arrepiente, debe entenderse que la circunstancia o situación ha
cambiado, no Dios. Cuando en Éxodo 32:14 y 1 Samuel 15:11-29 habla que Dios
se arrepiente, está simplemente describiendo un cambio de dispensación y unos
tratos externos hacia el hombre.

Eternidad.
La Eternidad de Dios es una consecuencia de su Inmutabilidad. Y esto es así
porque cuando hablamos de “eternidad” estamos hablando de “no-tiempo”. El
tiempo es en sí mismo “cambio”, medición de movimiento. El tiempo comenzó con
la creación del universo cambiante. Dios no cambia, todo lo creado cambia.
Ahora bien, debido a nuestra inteligencia y lenguaje limitadísimos, tenemos que
hablar de pasado, futuro y presente de Dios: decimos, por ejemplo, “Dios siempre
fue y siempre será”. O bien, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Pero, en
realidad, estrictamente hablando, en Dios no hay ni pasado ni futuro.
Dios es Eterno porque no cambia, porque es Inmutable. Para Dios, no hay
sucesión de tiempo, ni medición de duración. Para Dios hay sólo un “eterno
presente”. Dios simplemente “es”.
De allí que al darnos su nombre “Yo Soy”, en seguida nos dice que “Yo Soy” es su
nombre “para siempre” (Ex. 3, 14-15).
.

Unidad.
Dios es uno. Hay un solo ser que es Dios. Antes de que el universo existiera, el
vivo, personal y autoexistente Dios existía solo. Este ser infinito y perfecto es
único. No hay otro igual. Él es único en su clase. En su naturaleza, personalidad y
atributos Dios es entero e indivisible.
La unidad de Dios incluye dos pensamientos primarios: la singularidad y unidad de
su carácter. La singularidad de Dios se da en el hecho de que existe una sola
persona en el universo que es la fuente suprema y gobernadora de todas las
cosas. La unidad del carácter de Dios se refiere a la verdad de su naturaleza
indivisible.

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