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28.

EL GATO CON BOTAS

Un molinero tenía tres hijos y todos sus bienes consistían en un asno, un gato y un
molino. Cuando llegó la hora de repartirlo entre sus hijos, el mayor se encerró en el
molino y dijo:
–El molino es para mí.
El segundo agarró el asno y se marchó con él, diciendo:
–El asno es para mí.
El tercero empezó a lamentarse:
–¿Y qué es lo que queda para mí?
En esto apareció el gato por allí y el hermano menor dijo:
–Ahora seremos dos a pasar hambre.
Y le dijo el gato:
–Pues ¿por qué hemos de pasar hambre?
El pequeño le explicó que no tenía nada con que sostenerse, porque sus hermanos se
habían llevado el molino y el asno, y dijo el gato:
–No te preocupes, que ya saldremos adelante. Ahora lo único que necesito es que me
consigas un par de botas.
–¡Toma! ¡Unas botas! –decía el pequeño–. ¿De dónde saco yo unas botas?
Conque se fueron a la zapatería y el gato eligió las botas que quería y cuando el
pequeño le dijo otra vez que no tenía dinero para pagarlas, el gato arregló con el zapatero
que el muchacho se quedaría trabajando con él hasta que cubriese el precio de las botas.
Y el muchacho se quedó malhumorado, pero no tenía nada mejor que hacer.
Entretanto, el gato, que era muy habilidoso, se fue de caza y cazó conejos, perdices,
liebres... y todas se las llevó al rey.
Y dijo el rey:
–¿Quién nos ha traído esta caza tan buena?

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Y respondían los criados:
–El gato con botas.
–Pues ya tengo yo ganas de conocer a ese gato –decía el rey.
Conque al día siguiente, cuando el gato volvió con una caza aún mejor que la del día
anterior, dijo el rey:
–Decidle al gato que suba.
El gato subió:
–Majestad, aquí estoy.
–¿Qué es lo que buscas? –preguntó el rey.
–Nada, traeros la caza –contestó el gato. Y se fue por donde había venido.
Al día siguiente se fue a buscar al muchacho y le dijo:
–Deja ya ese trabajo de zapatero y ven conmigo. Te pones un poco elegante con las
ropas que te quedan y cuando yo te diga te echas al río y yo empezaré a gritar:
–¡Socorro, que se ahoga mi amo, el conde de Calamancher!
Venía el rey en coche cerca del río, acompañado de su hija, cuando escuchó voces y
preguntó qué pasaba.
Y el gato, a la orilla del río:
–¡Socorro, que se ahoga mi amo, el conde de Calamancher!
Conque se llegó el rey con sus criados junto al río y sacaron al pobre muchacho medio
ahogado y el rey reconoció al gato y le ofreció al muchacho unos vestidos que llevaba en
el coche mientras secaba los suyos. Y así continuaron el viaje, el muchacho vestido de
príncipe y en el coche con el rey y su hija.
Y entretanto el gato se adelantó y a los que segaban las tierras por las que habían de
pasar les decía:
–Cuando pase el coche que viene detrás, decid que éstas son las tierras del conde de
Calamancher.
Y a ellos no les extrañaba porque eran las tierras del conde de Calamancher y
contestaron:
–Así lo diremos.
Y el gato llegó al fin al castillo del conde de Calamancher, que era un ogro que solía
comer a los viajeros que pasaban por sus tierras. Y el gato le dijo al ogro:
–He oído decir que eres capaz de convertirte en cualquier animal.
–Así es –dijo el ogro–. ¿Es que no lo crees?

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–Lo creeré –dijo el gato– si te conviertes en ratón.
El ogro se convirtió en ratón y el gato ¡zas! lo cazó de un salto.
Al rato llegó el coche del rey y el gato salió a recibirlo a la puerta del castillo.
–Majestad, mi fiel amo, princesa... –fue diciendo mientras los saludaba con reverencia.
Y el rey ya no lo dudó más y casó a su hija la princesa con el hijo pequeño del
molinero. Y el gato se quedó para siempre a vivir con el nuevo conde de Calamancher,
que le hizo su consejero para todos los asuntos de gobierno del castillo, y el gato sólo
pidió a cambio que dejase mandado que le hicieran cuantas botas quisiera tener.

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