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LAS MÁXIMAS POLÍTICAS

DEL MAR
COLECCIÓN T RAYECTOS Y ÜEVENIRES

SALVADOR GALLARDO CABRERA


Coordinador de la colección

CONSEJO EDITORIAL

VÍCTOR BACA
MANUEL QUIJANO
LAS MÁXIMAS POLÍTICAS
DEL MAR

Salvador Gallardo Cabrera

COLEGIO NACIONAL DE CIENCIAS POLiTICAS


e tu r a
p o 1 i ti e a a
Y ADMINISTRACIÓN PÚBliCA A. C. ec on om í a
Primera edición 1998

No puede reproducirse, almacenarse en un sistema de recuperación,


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sea éste mecámco, electrónico, de fotocopia, grabación o cualquier
otro, sin el previo permiso del editor.

D erechos reservados © 1998 resp,"cto a la primera edición de Las


máx imas polítúm del mar por: Salvador Gallardo Cabrera

ISBN 968-5007-00-4
ISBN 968-5007-01 -2

Ilustración de portada: Ismael G uardado


Editores: Guido Peña y Héctor Baca
Diseño Editorial.- Liliana :tviaya

Composición: Edicion es Cua dr ivio.


Mariano Escobedo 724-102, col. "-\nzures,
c.p. 11590. l\'léxico, D. F. TeL 254-85-30

Impreso en México
Printed in Mexico
ÍNDICE

Las máximas políticas del mar


Arte de la navegación 1 ...... ...... ............... .... .. ..... ......... : .......... 11
Morfología de los océanos 1 .......................... .. ..................... 15
Morfología de los océanos 11 ....................... .. ..... ... .............. . 16
Digresión sobre los reinos sin distancia ........................... . 19
La época de la imagen del mundo .......... ......... .. .. .. ........ .. .... 20
Arte de la navegación n .. ................ .................................... .. . 21
La representación rota: cuatro puntos de quiebra
de la modernidad .............. .. ............ . .......................... .. ... 23
Morfología de los océanos 111 .................... .... .. ......... .. .......... 32
Digresión sobre las máquinas. El tonel ............. .. ...... .. .. .... 34

Caleidoscopio de espacios
El litoral vertical ..................... .. ... ................ .. ...................... .. 41
Paul Viriiio
El pacífico ...... .. ....... .. .. ............. ... ..... .. .. .... ... ... ........ ......... .. ... ... 57
H erman M e/vil/e
Morfología de la isla flotante del mar del norte 59
Jonathan Swt/t
Marco Antonio, Luis Fernando y Ernesto
LAS MÁXIMAS POLÍTICAS
DEL MAR

ARTE DE LA NAVEGACIÓN 1

UNo. ExiSTIÓ UN TIEMPO en que los marineros acostumbra-


ban, al encontrarse con una ballena, arrojarle un tonel vacío para
que le sirviera de distracción y le hiciera abandonar la intención
de atacar el barco. De esto, hace mucho tiempo. Fue en otro
eón, antes de que la aceleración de las velocidades quebrara el
viejo orden marítimo; la m etáfora m arítima del gobierno, y la
política de los espacios fueran sustituidas por la interrogación
del tiempo. Antes de que la velocidad, como escribe Paul Virilio,
desmoronara el tiemp o y ya no significase únicamente la
supresión de distancias o la negación del espacio. Es decir, antes
de que el asfalto se convtrtiera en el territorio político por
excelencia.
En ese entonces, el símbolo del barco y la ballena tenía dos
referentes claros: la ballena se interpretaba como la representa-
ción del Estado absolutista; su nombre era Leviatán. El barco en
peligro era la República. Del tonel, en cambio, nadie sabía qué

1111
12 SALVA DOR GALLARDO C AB RER~A

significaba, salvo el deán de la catedral de San Patricio,Jonathan


Swift.
El símbolo de Swift partía, como muchos otros, del navío en
aprietos. Desde que el problema de cómo gobernar se genera-
liza en el siglo XVI, los tratados sobre el "arte de gobernar" apa-
recen ilustrados frecuentemente con la imagen simbólica de un
barco que surca los mares. E n esos tratados se buscaba aclarar
los nuevos hechos que comenzaban a abrir la modernidad occi-
dental: la concentración estatal y la dispersión religiosa. En esa
apertura creda la pregunta sobre cómo gobernar, quién debía
hacerlo y hasta qué punto y, a la vez, mediante qué estratégias
habría que gobernar. Ahí se desenvolvía el símbolo: había que
planear cuidadosamente la ruta, sopesar el cargamento y poner-
lo en relación con la resistencia del barco, y a éste, en relación
con los vientos y las vicisitudes del viaje. Sin olvidar relacionar
el barco con los marineros, para que la ruta, el cargamento y el
barco mismo cobrasen sentido en relación con un puerto: punto
acrecentado del sentido del viaje, símbolo indudable del buen
gobierno del barco, meta cumplida.
Dos. Gobernar significaba disp oner adecuadamente las cosas.
Y desde el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII esto implicaba
una cierta continuidad; partir delgobierno de sí mismo hasta as-
cender al gobierno de la familia, del patrimonio, para finalizar
en el peldaño del Estado. Foucault escribió unas páginas muy
bellas sobre ese desenvolyimiento ascendente que remite a la an-
tigüedad grecorromana. Paul Veyne ha explicado que el gran
principio de casi todo el pensamiento político antiguo enseñaba
que sólo era digno de mandar a los demás el que sabía dominar-
se a sí mismo; era indigno tener que obedecer a un libertino. La
disciplina política y social reflejaba la disciplina interior. A par-
tir de ese principio, Cicerón justificó el imperialismo romano.
"Quienes rechazan la pax romana son seres moralmente indis-
LAS MÁXIMAS POLÍTICAS DEL MAR 13

ciplinados, naturalezas rebeldes", decía, por ejemplo. En el rei-


no donde la dicha ondula en el vacío, en la fortaleza vacía del
es toicismo, la política se reducía a un modo de vida autodisci-
plinario.
Pero Foucault no distinguió con fuerza que la continuidad as-
cendente tenía como desembocadura virtual una estrategia de
representación descendente: en un Estado bien gobernado el
padre sabría conducir a su familia, cuidar su patrimonio, y ten-
dría la oportunidad de conducirse adecuadamente a sí mismo.
Así, el plano ideal del gobierno podría ser fijado por la continui-
dad ascendente-descendente con una comprensión clara de los
medios y una conciencia recta de los fines. Todo ello debido a
que en la antigüedad gobernar no era una función especializa-
da, sino el ejercicio de un derecho natural.
¿Por qué, entonces, algo que parecía tan natural resultaba tan
complicado? "Si la Providencia nunca ha tratado hacer del ma-
nejo de los asuntos públicos un misterio", de dónde surge, pre-
gunta Swift, "esa insensatez y desmesura de los edictos, esa falta
de proporción en los epítetos?" ¿Qué se ha hecho para convertir
la disposición natural del gobierno en usos ornamentales, en
prácticas enrarecidas? ¿Cómo puede estar puesta la gloria de los
asuntos públicos en tantas banalidades?
Swift pensaba a través de alguien -Gulliver- que observa
y compara los usos y costumbres de reinos de la Terra Ignota con
los de Europa. Pero el sustento de sus observaciones, el espe-
sor real de su mirada irónica, es una idea con una clara filiación
occidental. Radica en la certeza del derecho natural: lo justo está
inscrito en la naturaleza de la razón y en la razón de la natura-
leza. De ahí que el quiebre de la continuidad ascendente-descen-
dente del gobierno, en tanto disposición adecuada de los asun-
tos, sea vista como una falta.
14 SAJ.\'.~DOR G ALLARD O CI BRERA

Para trascender esa situación el derecho debía dejar de ser una


mera falta en el orden jurídico del Estado policial. Debía dejar de
ser una excepción de la esfera de dominación y convertirse en re-
gla central: la facultas agendi debería quebrar la anterior norma
agendi y poner en su lugar normas jurídicas democráticas. Es el
nacimiento del derecho natural ilustrado. De la Edad de la Dig-
nidad. La misma que Sv.rift ve encarnada en un "viejo anticipo",
la República, la cual piensa amenazada por el egoísmo desenca-
denado que practica el engendro absolutista -Leviatán- soña-
do por Thomas Hobbes, el monstruo de Malmesbury. Para dis-
traer al monstruo, Sv.rift escribe su Cuento de un Tonel.

MORFOLOGÍA D E LOS OCÉANOS I

La gran máxima política del mar dice que éste nunca es el mis-
mo, en la forma de límite extremo de la tierra o espacio estria-
do diagonalmente, sino lo que resta del orden de un mundo to-
talmente inundado. D, ahí la intensa artificialidad de los usos
marítimos, los océanos reglamentados y humanizados. Una mi-
rada útil sobre los imperios de la antigüedad no estaría fija en
los tramos cíclicos de recurrencia y uniformidad ni en el tiem-
po desigual de la grandeza y la decadencia. Se fijaría, mejor, en
su inteligencia oculta: en las jerarquías y aparatos para no termi-
nar, para no sucumbir, para prolongar su dominio. Esa mirada
podría empujar tan atrás que del tiempo no quedara otra cosa
que el movimiento del mar. ¿Perseo y no los emperadores adop-
tivos; la Atlántida o el Leteo y no la ciudad? Y aun cuando no
fuese necesario empujar hasta el mundo mítico, ¿podría desen-
cajarse al mar como el vínculo de unión en la Grecia micénica?
El mar, la primigenia !erra incognita, el "piélago estéril", como lo
llamó Herodoto. Para esos griegos, el mediterráneo era el río que
LAS MÁ.'CIMAS POLÍTICAS DEL MAR 15

en sí mismo termina, borde del agua. Desde la superficie: rizo


exterior de los profundos vórtices o línea del mar observable;
hacia un lado: playa de aprovisionamiento, perfil costero de loca-
lización geográfica y apertura a la conquista. El océano, en cam-
bio, era el gran mar exterior que rodeaba las tres partes del ecu-
mene, más allá de las columnas de Hércules. En los fragmentos
que se han conservado del V iaje alrededor del mundo, es posible
observar que Hecateo de J:vfileto situaba al mediterráneo como
su centro. En este centro convergían las tres partes del mundo
habitado: Europa, Asia y Libia -Libia era el nombre genérico
con que se designaba el África situada al oeste de Egipto. Final-
mente, el océano rodeaba por completo esas tres partes. Exis-
te en esta descripción un movimiento doble de círculos y de
fuerzas de atracción y repulsión. En el primer círculo, el centro
de agua atrae a los tres cortes de tierra; éstos están ordenados
hacia dentro por la fuerza de atracción del centro líquido, pero
jalados hacia afuera por la presión del océano caótico. Una pre-
sión ejercida, paradójicamente, en la forma de apertura total,
fuera de los círculos del ecumene, fuera, tal vez, de los paisajes
que se acomodaban a la morfología humana. Sucede como con
los estratos en la tierra. Un estrato va del centro a la periferia,
pero la periferia presiona también al centro y forman un nue-
vo centro para una nueva periferia.
Ceuta y Gibraltar, las columnas con que Hércules marcó la
frontera del mediterráneo, eran también el umbral del archipié-
lago de la Atlántida. Una vez, nueve mil años antes de que Pla-
tón escuchara entre el rumor del mar la orden de suspender el Cri-
tias o La Atlántida, tuvo lugar una batalla entre los atenienses y
los atlantes, entre los pueblos que habitaban más allá de las co-
lumnas del mediterráneo y los que habitaban al interior de las mis-
mas. Esa batalla había sido referida por Solón quien, a su vez,
supo de ella por algunos sacerdotes egipcios. Los reyes antiguos
16 SALVADO R GALLARDO CAB RERA

del Ática eran solemnes héroes ctónicos, hijos de la tierra, figu-


ras del orden continental en lucha con las jerarquías marinas. La
genealogía de los reyes atlantes se remontaba a Poseidón que en-
gendró con Clito, una mortal, diez hijos varones en cinco pa-
rejas de dos gemelos.
Del desarrollo de la batalla sabemos muy poco. Platón inter-
rumpió su descripción en los preliminares geopolíticos: las rela-
ciones de fuerza, las ventajas que ofrecían las respectivas posi-
ciones geográficas, los diferentes sistemas de organización social
y de gobierno. Nueve mil años después, no quedaba otra cosa
que un recuerdo difuso, azul plomo como el color de las túni-
cas que los reyes atlantes vestian en sus ceremonias nocturnas.
Azul plomo como el color del océano que permanecía amena-
zante e inexplorado. Nueve mil años después de la batalla, en
el tiempo de la narración de Platón, los griegos poseían sobre
el occidente menos que retazos de información: hebras de mi-
tos, visiones basadas en razones teóricas de simetría y equilibrio.
¿Cómo se hizo para potenciar a un p oderoso enemigo prove-
niente del imaginario marino siendo que el propio núcleo de
afirmación de la Grecia micénica, su vértice primordial de co-
municación e intercambio, era el mar y no la tierra? Quizá por-
que para ellos el mediterráneo era justo el borde del mar, la fron-
tera entre el río que en sí mismo termina ni el terrible océano
Atlántico, sin forma y medida.

MORFOLOGÍA DE LOS OCÉANOS II

Roma y Bizancio habían hecho del mediterráneo la base geo-


política de sus imperios, pero a partir de la expansión árabe la
unidad mediterránea se rompió. El núcleo de afirmación del me-
dioevo estaba dispuesto a partir de la tierra, de membranas y
LAS MÁXIII>!AS POLÍTICAS DEL MAR 17

pliegues terrestres. Jacques Le Goff ha trazado el largo cami-


no que se recorrió en la Edad Media para volver a encontrar,
más allá del telón del simbolismo que abarcaba todo, la realidad
física del mundo. La navegación participaba de ese umbral sim-
bólico. Una de sus figuras más socorridas era la de la nave en
la tempestad; incidente que aparece con asombrosa regularidad
en la vida de numerosos santos y que prefiguró múltiples mila-
gros para apaciguar una tempestad o resucitar a un náufrago.
Sin embargo, era el bosque o el camino, y no el mar, lo que
formaba el inquietante horizonte del mundo medieval. Tristán
dice a Isolda en el bosque del Morois: "Volvamos al bosque, que
nos protege y nos guarda ... ". El progreso en el occidente me-
dieval partió de la roturación de la tierra, en la lucha sobre la ma-
leza y los arbustos-; la "selva oscura" de Dante y el bosque vir-
gen. Dentro de la esfera simbólica, el bosque representaba la~
tinieblas o el siglo con sus ilusiones. El mar era el mundo y sus
tentaciones. En un grabado que ilustraba La nave de los loros de
Sebastián Brant (1457-1521) se muestra cómo se confinaba den-
tro de un barco a quien estaba afuera para apartarlo de la mira-
da de los cuerdos. Con todo, el horizonte geográfico de ese
mundo era muy restringido; se limitaba a la cristiandad. Además,
el tonelaje de las flotas y el número de buques -aún en la era
mercantil veneciana y genovesa que repuso e¿ parte la unidad
mediterránea-'-- eran muy pequeños.
El estrato rural medieval, reino de la madera y la piedra, asen-
tado en un núcleo territorial difuminado -pues la propiedad
no estaba generalizada- , sin potencia marítima ni comercial,
donde se practicaba la regresión al pasado como arma contra
la decadencia; ese estrato poblado por las ruinas de las antiguas
estructuras del Estado -el derecho romano, las vías continenta-
les, las grandes concentraciones urbanas-, no cesaba de agi-
tarse por una errancia aniquiladoramente larga, desesperada-
18 SALVADOR GALLARDO CABRERA

mente lenta, "en una especie de movimiento browniano, a la vez


perpetuo e inconstante", como lo ha descrito Marc Bloch. La
errancia medieval utilizaba el bosque y los caminos como una
red de trayectos plegados sobre algunos puntos fijos: ciertos lu-
gares de peregrinación, ciudades con ferias, puentes.
Sólo a partir del siglo XIV la errancia fue considerada activi-
dad de hombres malditos, de vagabundos. Esto se logró por me-
dio de una transferencia del estatuto de normalidad a la vida se-
dentaria. El sedentarismo medieval del mar trasladado a la tierra.
Entre el 800 y el 1100, las naves longas y los knorrs de los
vikingos tenian el dominio naval del atlántico. Descubrieron tres
veces Islandia, la Tierra de Hielo, mientras como un torrente se
apoderaban de Burdeos, de Périgueux, Angers, Tours y Orlcans.
Odin, el de un solo ojo, dios de la sabiduría rúnica y de los ahor-
cados, los acompañó con su lanza Gungnir, su caballo de ocho
patas y sus dos cuervos: mente y memoria. Sus descendientes
medievales navegaron a ambos lados del estrecho de Davis. En
su avance hacia el oeste fueron construyendo un mapa de se-
ñalizaciones para esa región del atlántico que poco después se
perdería.
Erick El Rqjo partió exiliado de Islandia en el año 982. Regre-
só tres años después con un relato acerca de los contornos de
la Tierra Verde (Gronland). Los groenlandeses no se detuvie-
ron: Leif Eriksson realizó cinco travesías hasta dar con una tie-
rra que nombró Vínland, la tierra de vino, situada en lo que mu-
cho más tarde se llamaría América. Según algunos historiadores,
el descubrimiento de América fue posible gracias a que las técni-
cas marítimas se fueron perfeccionando en las travesías del me-
diterráneo. Pero los escandinavos medievales habían empujado
la navegación justo fuera del mar dormido. Los logros de esta
sombría magnificencia marina no fueron integrados a la pos-
'"':rior conquista occidental del Atlántico. Antes de 1400 Groen-
LAS MÁX IMAS PO LÍTICAS DEL MAR 19

landia era casi una leyenda, una saga oscura para los propios
islandeses. La gran línea de despliegue marítimo de los escan-
dinavos medievales se cerraría sobre sí misma como un espe-
jismo sin testigo. Memoria, uno de los cuervos de Odín, regre-
só muy pronto de su viaje exploratorio; lo que significaba que
no había tierra cercana. Así, los escandinavos quedaron atrapa-
dos en el océano abierto.

DIGRESIÓN SOBRE LOS REINOS SIN DISTANCIA

Hace siete eones, al occidente del mundo mediterráneo, existía


el reino de la madera y la piedra, de las aguas estancadas con sus
flores de turba. No había flores de turba, pero cualquier extran-
jero lo hubiese creído. Sólo que ese reino, tan perseguido y per-
dido, tan alcanzado y abandonado, era un reino sin muchas ven-
tanas: sus caminos reales habían sido olvidados y el Mar
Tenebroso golpeaba el más fértil-por abierto e inexplorado--
de sus costados. Fuera del limes, al norte del reino, existía un
pueblo adorador del dragón rojo -enredado o no a la colum-
na vertebral de .cada hombre; dios de una era y principio ma-
ligno del final de la misma. Ese pueblo adoraba navegar. Siem-
pre hacia el oeste, sobre el camino de la ballena, se dice que
navegaron hasta confJ.gUrar un nuevo litoral merced al matrimo-
nio anacronístico de un mexica convertido en islandés, llama-
do Bjorn Kukulcan, quien se casó con la reina de Saba y gober-
nó Yucatán. Los pueblos de la madera y la piedra - el pueblo
lanzado hacia el Atlántico- tan diferentes y distantes entre sí,
vivían, sin embargo, en un mundo común. Un mundo sin dis·
tancia donde las travesías y los viajes se medían en términos de
tiempo transcurrido - tardes, lunas, atados de días-, y no en
distancia, porque no contaban con un modo o instrumento para
20 SALVADOR GALLARDO C.~ BRERA

expresarla. Esto no suporúa algo así como una falta técnica, una
carencia. Para ellos la distancia no era una modalidad espacial
sino temporal. El pueblo del dragón, por ejemplo, tuvo que in-
ventar una orilla en pleno mar abierto cuando no terúa un lito-
ral que le sirviese como referencia espacial. Esa qrilla la constru-
yó a partir de la caligrafía que se puede leer en el mar, entre los
cambios en el color del agua, la profundidad y consistencia del
fondo marino observadas desde la proa o medidas con una son-
da, el desplazamiento y la configuración de los hielos flotantes,
la fluctuación de los astros y el vuelo de las aves. Bajo unos ban-
cos de bruma casi consistente, perdida la cuenta de los días, ¿có-
mo saber la distancia que lo separaba de su meta? Esa pregun-
ta jamás fue formulada así. Nunca nadie preguntó así en los
reinos de la Edad Media.

LA É POCA D E LA IMAGEN DEL MUNDO

F .1 uno de los seminarios del Thor, propiciados por René Char,


Heidegger expuso la fórmula siguiente: "Para los griegos lasco-
sas aparecen. Para Descartes y el hombre de la edad moderna,
las cosas me aparecen". Heidegger recrea el recorrido de la cien-
cia moderna utilizando su procedimiento "retorno río arriba"
con el fm de alcanzar la fuente de la ruptura que significó el pen-
samiento de Descartes: su determinación de lo real como ob-
jetivación del representar y de la verdad como reducción, como
certeza del propio representar. Lo existente ya no es lo pres en-
te como en el mundo griego, siDo lo que en el representar se po-
ne en frente, lo objético.
Lo decisivo de este viraje no es que el hombre se emancipa-
ra de las ataduras medievales al emanciparse a sí mismo, siDo que
se transformara absolutamente la esencia del hombre, al conver-
LAS MÁ.:'GMAS PO LÍTICAS DEL MAR 21

tirse éste en sujeto. Y ser sujeto quiere decir que el hombre se tor-
na en el punto de referencia de lo real como tal, es decir, en él se
funda todo lo existente a la manera de su ser y su verdad. Medi-
da de todas las medidas, garante de lo representado, dador de
sentido, el suijectum conquista al mundo como imagen. Es, como
escribió Descartes, "el amo y poseedor de la naturaleza".
Por "imagen del mundo", Heidegger no entiende una ima-
gen del mundo cualquiera, sino el mundo comprendido como
imagen en el sentido de que lo existente sólo es si es colocado
por el hombre, que representa. La imagen del mundo no pasa
de una medieval a otra moderna; el hecho decisivo es que el
mundo pasa a ser imagen y éste es exactamente el mismo proce-
so que hace que el hombre se transforme en suijectum dentro de
lo existente. Este proyecto doble es el que caracteriza a la Edad
Moderna.

ARTE DE LA N},VEGACIÓN 11

Uno. El "arte de gobernar" contempló en el curso de los siglos


XVII y XVIII unas lineas paralelas a la de la justicia. Contar y Me-
dir, la linea bicéfala de mensurabilidad. N otar y Anotar, linea de
identificación o control de la apariencia. Se trata de lineas empo-
tradas en una relación: se cuenta y se mide, se nota y se anota.
Esta relación establece una diferencia entre los términos: lo que
se nota importa para la acción disciplinaria del Estado y por tan-
to se anota. Las leyes suntuarias y la revisión de las listas de no-
bles tenian como fm no sólo eliminar a los usurpadores, ni eran
meros censos para trazar diagonales de identificación. "Ser un
censo", se decía de una cosa que proporcionaba molestias a su
dueño. Más bien, se buscaba redimir el censo; imponer las obli-
gaciones, los impuestos, las condiciones de gobierno, derivar del
22 5.\LV,\DOR G.\LLARDO CABRER.\

censo al censor. Pero lo decisivo es que estas líneas excedían sus


funciones de control restrictivo. Como se sabe, la secularización
del poder corría al parejo de la formación de la sociedad disci-
plinaria que modificó el orden de lo público y lo privado, a la
vez que invirtió la función restrictiva de las disciplinas en utili-
dad positiva. Apresar esta utilidad positiva de los controles gu-
bernamentales -entender cómo se rizan las disposiciones de
gobierno al interior del barco- no es un dato que se siga "na-
turalmente" de los propios mecanismos de gobierno. No es una
evidencia. Significa más bien una reorganización del análisis que
rompe las familiaridades admitidas, una mirada nueva que gra-
cias a Nietzsche adqmrió 1mportane1a. "Tras los nombres más
sagrados encontré las tendencias más destructivas", escribió una
vez.
Casi un siglo antes,Johann G Herder -quien a pesar de re-
frenar las tendencias racionalistas de la Ilustración compartía sus
objetivos- entendía aún el barco como la imagen primigenia
de un sistema de gobierno especial y riguroso. Como un peque-
ño estado al que en todas partes rodean enemigos: cielo, tor-
mentas, vientos, corrientes, arrecifes y otros barcos. Se trataba
de un orden casi ritual que ejercía una acción intencional, defi-
nida: "¡Cuánto hubiera dado por leer a Orfeo o la Odisea estan-
do embarcado!", anota con nostalgia triple. La del alemán que
no se acostumbra a sustituir República por Estado, la del escri-
tor que ve los costos de la modernidad ahí donde la mayoría só-
lo distingue ganancias y la del viajero que constata en todos la-
dos la supresión de los vínculos objetivos de su época.
Dos. Para cuando comenzaron a mutar los conceptos e institu-
ciones d~l siglo XIX la imagen del Estado-monstruo marino hacía
agua: la primera guerra mundial acabó con una buena parte de
las monarquías y lo que parecían conflictos locales se habían ex-
tendido, al mostrar la inoperancia conceptual que sustentaba a
LAS MAX I ~ L\S POLiTIC.\S DEL M.\R 23

los E stados nacionales liberales. Además, la velocidad del movi-


miento y la descomunal ampliación del espacio, tenian ya como
eje a las ciudades y su estridencia técnica. E l nomos hereditario
y los estamentos campesinos se disolvían apresuradamente. La
técnica modificaba las competencias individuales, la índole del
trabajo y de su ethos. Un último coletazo del imaginario marino
marcaría, según E rnst Jünger, el advenimiento de la nueva épo-
ca: el hundimiento del Titanic en 1912. En esa fractura aparecían
juntos la f(ybnj· del mundo técnico, el automatismo y la catástrofe.
Eran las marcas del nuevo orden.

LARE PRESENT,\CJÓN RCH,\ : C: U\TRO P UN TOS


D E QU IEBR,-\ DEL\ 1\fODER."'
i ID,\D

Uno. Heinrich von Kleist era un kantiano consecuente, casi dog-


mático. E n 1801, después de un largo estudio de la escritura kan-
tiana y' atormentado por la idea de la imposibilidad de una ver-
dad exterior a los cuerpos humanos, escribió a su hermana: "si
todos los hombres en vez de ojos llevasen gafas verdes, juzga-
rían que los objetos que miran son verdes, y nunca podrían sa-
ber si sus ojos ven las cosas tal como son o si es propio de los
ojos lo que ven" . Aquí, el si condicional no deviene en una su-
posición; es más bien la constatación de un estado de hecho: to-
dos llevamos puestas las gafas verdes, por ello no podemos de-
cidir si lo qu e llamamo s verdad es la verdad auténtica , la
verdadera verdad, o si solamente nos parece que es así. O al-
guien se atrevería a decir: "¿yo tengo ojos y no gafas verdes?"
¿Cómo lo probaría? Se dice con facilidad que estas líneas de
Kleist sólo dan cuenta de una estrategia romántica que consis-
tía en llevar al extremo, a su límite, un pensamiento que señaló
el inicio emancipado de la filosofía. Pero no es así. Kleist no re-
24 SALVA DOR GALLARDO CA BRERA

duce ad absurdum el pensamiento kantiano; su escritura y su vida


están ahí como testimonios de un rigor desesperado y puro. Si
Kant había puesto los límites a la razón, nadie podía hacer como
si las gafas no existiesen. "Mis gafas son rojas o amarillas", se
entiende. Pero no se entiende: "soy un ilustrado, no llevo gafas".
El primer punto de quiebra de la modernidad deviene justa-
mente de uno de sus más fuertes bastiones: la idea de la relati-
vidad del conocimiento y las culturas. Se trata de un dispositivo
que utilizaron Montesquieu, Voltaire, Adam Ferguson y Rous-
seau, derivado de distintas necesidades y dirigido a muy diferen-
tes fine s. Prinopalmente, lo utilizaron en relación con la diversi-
dad de corte étnico, histórico o geográfico-climático, al enfatizar
la fragilidad de los presupuestos totalizadores occidentales.
Georg Hamann y Johann G. Herder ampliaron este dispositivo
para realizar el desmontaje del tribunal de la razón kantiana. Si-
tuaron a la razón en un contexto linguís tico, histórico y social,
como un modo de hablar y actuar en una cultura y un lenguaje
específicos, y no en tanto una facultad que existe en algún do-
minio mental o nouménico. E l corte más profundo y duradero
lo practicó Herder al señalar que\el tribunal crítico-ilustrado
propuesto por Kant solamente universalizaba los valores e in-
tereses del siglo XVlll europeo.
Con ello, Herder relativizó el pináculo más alto de la moder-
nidad ilustrada. É l contraponía a la perfectibilidad moral e inte-
lectual una diversidad irreductible de aspectos concretos. El sen-
tido de la relatividad terminó destruyendo los cimientos de la
misma modernidad que dicho sentido había contribuido a en-
gendrar. Ni el tribunal de la razón pudo escapar a la visión de
las gafas verdes.
"¿Dónde está el punto central de la tierra?"; es la más alta
pregunta geográfica. "Ahí, donde tú es tés", es la respuesta de la
relatividad. Pero esa respuesta variable sólo sirve a tal pregun-
L>\S MÁ..'UMAS POLÍTICAS DEL MAR 25

ta general. Si se pregunta, en cambio, quién está más cerca o lejos


del punto central de la tierra, entramos en el reino de la geopolí-
tica. Su respuesta es ya una cuestión de escalas.
Por su visión diferenciada de las sociedades, a Swift se le ve
casi siempre como parte de esta genealogía ilustrada. Los via-
jes de Gulliver vendrían a ser, según esta lectura, un alegato que
muestra la relatividad de los valores culturales europeos -y casi
siempre su descomposición. La cuestión no es de poca monta.
De ser un índice geográfico y étnico, al concepto de relatividad
se le fue incorporando valores morales o posturas éticas. Recuér-
dese el N athan de Lessing. En Swift no sucede esto. La enseñan-
za moral está siempre oclosionada por el estallido de la impo-
sibilidad de su trascendencia. Cuando Gulliver viaja a Luggnagg,
la isla de los inmortales, dice que de ser él uno de ellos serviría
como oráculo para señalar las diversas gradaciones en las cua-
les se desliza la corrupción del mundo. Sin embargo, en ningún
sitio del pasado encuentra un modelo a seguir; lo único cons-
tante es la perversión, el engaño y la utilización del poder co-
mo modo de consecución de los fmes más aviesos. Ante la in-
trascendencia moral, queda la ironía. En la ironía, como escribió
Emilio U ranga, hay una amargura incurable. ¿Implica el uso de
la ironía una enseñanza moral? Si la ironía deja de ser un grano
de sal, ¿se convierte en un paraíso del absurdo o en una prédi-
ca moral?
Swift es un maestro de las relaciones, no de la relatividad. Una
cosa es más grande o pequeña que otra sólo si media una rela-
ción: "el destino puede complacerse en permitir que los lilipu-
tienses descubran alguna nación cuya gente sea tan diminuta res-
pecto a ellos como éstos lo fueron para mí. .. " La amargura
tuerce la figura de un hombre que trata de hacerse honor entre
aquellos que están fuera de todo grado de comparación o equi-
valencia con él.
26 SALVADOR GALLARDO CABRERA

La moral no tiene, en el terreno de las relaciones, nada que


ver. El problem~ es más bien de escalas; toda una estrategia geo-
política. ¿Qué sucede cuando dos escalas diferentes se encuen-
tran? Un caballo puede ser el sinónimo de la perfección de la
naturaleza desde una escala distinta a la del cuerpo humano. Los
partidos políticos, en una escala real, únicamente se distinguen
por los tacones, altos o bajos, de sus calzados. Queequeg, el ar-
ponero del Pequod, era George Washington con desarrollo de
caníbal. Por el contrario, en un sistema de relatividad no hay re-
laciones, sino presupuestos. Por ello, las distinciones que se esta-
blecen desde .este sistema dan cuenta de un ideal, nunca de la
diferencia irreductible que escapa a cualquier regla de juicio. Sólo
una política de las relaciones puede mostrar por qué existen le-
yes y ordenanzas para prohibir romper un huevo por la mitad.
Lo que está en juego en última instancia es la continuidad del
pensamiento representativo. Desde el mundo mítico, la enorme
magnitud del mar es una cuestión de escalas o perspectivas: un
sorbo de agua para un sediento es más grande que los siete ma-
res. Cuando el mundo mítico se retiró, el mar se volvió opaco;
un espacio indestructible que no necesita mantenimiento y don-
de todos los puntos pueden unirse.
Dos. El segundo punto de quiebra de la modernidad lo completó
Nietzsche al colocar a la verdad fuera del ámbito de la epistemo-
logía. La verdad es "un ejército móvil de metáforas", una cues-
tión de "estilo vinculante", es una convención. El reposiciona-
miento de la verdad en la arena del poder significó la quiebra
de la pretensión moderna por establecer un mundo verídico,
autosuficiente y redondo, desde el cual era posible crear un nexo
de derecho entre la verdad y el pensamiento. Tal pretensión, se-
gún Nietzsche, significó el instante más mentiroso y arrogante
de la historia universal. Cuando los filósofos relacionaron la ver-
dad con el pensamiento y la verdad con la libertad, trataban de
LAS MÁXIMAS POLÍTICAS DEL MAR 27

evitar relacionar la verdad con una voluntad concreta -la


suya- , con un flujo de fuerzas o una cualidad de la voluntad
de poder. Juntar verdad con libertad señala esa estrategia; una
estrategia vinculante. Los filósofos expandieron a tal grado sus
pretensiones que crearon un mundo verídico en donde, como
ha visto Deleuze, querían la verdad no en nombre de lo que es
el mundo, sino en nombre de lo que el mundo no es. Tan grande
es el poder de ilusión de un estilo.
Tres. A comienzos del siglo xx, el tiempo de duración de las ins-
talaciones más recientes era ya muy reducido. Comenzaban a su-
cederse breves épocas técnicas, generaciones subsecuentes de
materiales e instrumentos. Aunque la lógica específica del espa-
cio técnico era la recomp0sición infinita, no podía asimilarse esa
lógica a la del progreso tal como había sido proyectado en la
modernidad. N o podía porque en un proceso de recomposición
infmita la distinción representación-realidad, que se describió en
la épom de la imagen del mundo, resulta irrelevante: se intensifica la
representación, todo deviene representación, entonces, la ten-
sión desde la que lo real era representado está rota. Es en esa
representación rota donde aparece la ~poca de la radiación. El
tercer corte en el espectro de la modernidad.
Cuatro. Para dar cuenta del cuarto corte, el punto de quiebra de
la modernidad democrática, es necesario contar una pequeña
historia: los acuerdos de la postguerra de 1914 mostraron clara-
mente que los principios del Estado nacional liberal no basta-
ban para acceder a la identidad del poder y el derecho prevista
en el discurso moderno-democrático. En ese discurso existía
una consideración que hacía de la democracia el único sistema
donde la modernidad se desenvolvería adecuadamente. Esta
consideración suponía dos lineas en busca de circularidad: la in-
completud de la modernidad y la perfectibilidad de la democra-
cia. Así, los estatutos básicos de la modernidad -progreso, su-
28 SALVADOR GALLARDO CAB RERA

peración, crítica o problematización de todos los presupuestos


y valor de lo nuevo-, que por su propia configuración perma-
necían siempre incompletos, encontraban en un sistema abierto
y plural, como la democracia, un territorio firme para que la cir-
cularidad desembocara en-la constatación de su necesidad; de
que no era posible una línea sin la otra.
Se trataba de una desembocadura virtual pero siempre en ac-
to ya, real sin ser actual, mediante un juego de líneas que seco-
rroboraban a sí mismas. Una falta alargándose mediante la pers-
pectiva de su cumplimiento. "Mediante", es decir, a partir de la
puesta en marcha de una maquinaria de representación poten-
ciada al infinito. La modernidad democrática requería ampliar
e impulsar los espacios de representación para generar escalas
de logros progresivos: la democracia debería ser el misterio re-
suelto de las constituciones. Las lineas de la democracia y la mo-
dernidad alcanzarían una circularidad virtuosa en la medida en
que se pudiese apelar a un desenvolvimiento y a unos progre-
sos más o menos mensurables. Pero la circularidad fue quebrada
al fin de la guerra de 1914. El vértigo patriótico, la inflamación
nacional de esa guerra, mostró paradójicamente el fin del ideal na-
cional, de los conflictos lÓcalizados, de las guerras caseras. De ello
es ejemplo la Sociedad de Naciones cuyos objetivos, sus metas
y cumplimiento, se asentaban en una desproporción: vigilar
unos espacios enormes de derecho a partir de una potestad eje-
cutiva mínima. Ahí comienza a gestarse la crisis de la democra-
cia representativa.
La idea de nación, el modelo del individuo propuesto por las
constituciones liberales y las disposiciones de la democracia libe-
ral, no parecían sincronizarse con la velocidad del nuevo siglo;
parecían trazos creados para una época más lenta y socialmen-
te menos compleja. En adelante, la incompletud constitutiva del
movimiento modernidad-democracia será conceptualizada en
L\S M.\XJMAS POLÍTIC.-15 DEL M.-I R 29

un sentido negativo: la distancia para alcanzar la realización de-


mocrática, los requerimientos para hace~ coincidir la moral y el
derecho, etcétera. De ahí que el plano gubernamental se esta-
blezca como una suma de carencias por cubrir o como un pro-
ceso gradual más o menos coherente.
E l ideal democrático escamoteó la exigencia de su cumpli-
miento por medio de un aplazamiento que se ofrecía, desde las
estrategias gubernamentales, como algo inherente a su configu-
ración. La democracia fue neutralizada desde sus propias dis-
posiciones. Pero lo más notable es que gran parte de los análi-
sis críticos enderezados contra las entidades gubernamentales
participaban de dicha conceptualización "en negativo": lo que
falta para alcanzar x o z, lo que no se hizo o se hizo mal, las
correcciOnes.
Aún hoy, decenas de analistas políticos escriben y opinan a
diario sobre nuestra "actualidad" . Pero en realidad esos analistas
y opinadores profesionales nunca escriben para pensar nuestro
presente, nunca ven sus positividades. Observen cómo siempre
anclan su mirada desde un terreno ya construido: la democra-
cia soñada por los liberales decimonónicos o los rasgos consti-
tutivos, los tempos de la idea civilizatoria inscrita en el proyecto
moderno burgués. Los opinadores siempre tienen ideas justas
cuando de lo que se trata es tener, como dice Godard, justo
ideas. Ideas de vida, no grandes, ni decisivas, sino renglones de
resistencia a nuestro presente. No es gratuito que Hegel viera
en la moderna lectura de los periódicos el medio desacralizado
-mas equivalente- de la antigua lectura de la Biblia. Y no tanto
porque la lectura de los periódicos reemplazara la lectura cotidia-
na de la Biblia, sino porque leer los periódicos comporta la mis-
ma disposición a buscar ideas preformadas.
¿Cómo pasaba esto? ¿Cómo se hizo para convertir el discur-
so liberal-democrático en una gran redundancia? Ahí están los
30 SALVADOR GALLARDO CABRERA

archivos, las hemerotecas donde se puede constatar el desplaza-


miento de la Gran Redundancia, el discurso de la Aproximación
Sucesiva, de los Logros Sumándose. Quien esté dispuesto a
mancharse los dedos y los ojos con el gris nietzscheano -con
el gris de lo efectivamente existente y lo realmente comproba-
ble- puede encontrar los cientos y los cientos de miles de dis-
cursos, decretos, análisis, informes, proyectos y críticas redun-
dando unos con los otros, letra con letra, convalidándose unas
a otras, como en una cadena de transmisión. Y si en ese trán-
sito de lo Mismo, se tropieza con una reivindicación que se ca-
lificó a sí misma de independiente, hay que ver cómo el más sutil
de los sobornos practicados siempre fue declarar tal reivin-
dicación como una manifestación externa del propio concep-
to de libertad y en legitimarla de ese modo ante el tribunal de
la constitución democrática liberal, es decir, en hacerla inocua.
La desincronización entre las disposiciones de las democra-
cias liberales -votación, representación, contienda pluriparti-
dista, separación de poderes- y la realidad cotidiana, fue
acrecentándose. con el transcurrir del siglo. La democracia neu-
tralizada: todo ocurría dentro de la democracia pero fuera de la
realidad. Aún antes de la guerra de 1939, muchos criticaban el
valor de las doctrinas de los gobiernos representativos libera-
les, yen varios Estados éstos habían desaparecido ante formas
políticas que los negaban. Sin embargo, esto significó otra coar-
tada para que los impulsores de la redundancia capitalista-libe-
ral minimizaran los temores producidos por una nueva época
que abolía las rutinas y suprimía los vínculos objetivos. "Se trata,
de nuevo, de un desarreglo provocado por los alemanes; esos
malos europeos que no lograron hacer crecer, desde la unidad
nacional lograda por Bismarck, una nación civilizada, democrá-
tica-liberal". Y necesariamente, toda la máquina fascista - y de
paso la comunista- fue presentada como algo exógeno a la
LAS MÁXJMAS POLÍTICAS DEL MAR 31

evolución política occidental, como un monstruo que sin tener


casilla alguna en el continuo ascendente de las formas de gobier-
no modernas -pues no podía tolerarse la idea de un hijo mons-
truoso- permitía hacer aparecer tal continuidad como el or-
den de la semejanza y extraer diferencias que cupiesen en la
taxonomía del orden político de la postguerra.
Con base en esas diferencias, al restablecimiento del ideal de-
mocrático, se instauró entonces el "nuevo orden del mundo",
una fórmula quizá demasiado pomposa para hablar del reparto
diferente de la explotación.
Los desarreglos, el desacomodo entre la virtualidad y el acto
se agudizaron. Era ya muy dificil ocultar que mediante la redun-
dancia extendida, la representación democrática había degene-
rado en comedia: la propaganda sustituía a la moral, los dere-
chos individuales se fundaban en el poder, no en su propiedad,
como concedía el estatuto constitucional. La igualdad en térmi-
nos de participación ciudadana devino igualdad pasiva frente a
las enormes diferencias de función -todos podían oír y dar
respuestas pero los temas sujetos a discusión estaban determina-
dos, en última instancia, por unos pocos actores políticos. Las
instituciones gubernamentales eran utilizadas como instrumen-
tos de perpetuación del poder. Una perpetuación atenuada por
el rejuego partidista donde la oposición servía, en el extremo,
como estímulo para los dueños de la violencia.
Gobernar no significó ya, en adelan~e, disponer adecuada-
mente las cosas sino, como escribe Foucault, estructurar el posi-
ble campo de acción de los otros. De ahí que a nosotros no nos
quede otra salida que intentar inventariar esas formas guber-
namentales partiendo de sus positividades y ya no, como quería la
ciencia política liberal, desde lo que falta, un tránsito o una correc-
ción, donde en realidad los poderes se corroboran a sí mismos.
Si un sistema político se mide no por lo que deja de hacer, sino
32 SALVADOR GALLARDO CABRERA

por lo que hace efectivamente, es necesario enderezar un pensa-


miento político que escape a las formas contractuales y la lógi-
ca positivista de los consensos.

MORFOLOGÍA DE LOS OCÉANOS III

Herder decía que la morfología de América facilitó su conquista.


América era un continente cuyos pliegues, protuberancias y bra-
zos se abrían hacia la conquista. A pesar de ello, el arte de la na-
vegación y de la guerra pueden transformar en una ventaja hasta
un destino morfológico. Los pueblos del sol mesoamericanos
sabían, por ejemplo, aprovechar una curvatura de un -c erro para
que deviniese en linea de transformación, mediación y balance.
Esa linea servía, a la vez, como recinto de aprovisionamiento
o curva defensiva.
Trabajando desde Melville, Charles Olson mostró que el es-
pacio era el hecho central para los norteamericanos. Si la lógi-
ca y la clasificación habían llevado a la civilización occidental al
hombre y entre hombres lejos del espacio, la aventura que se ini-
ció en los Estados Unidos estaba ligada profundamente a la geo-
grafía. La nomadología de las grandes praderas, la macropolitica
de los océanos, la micropolítica de las máquinas. Una de las má-
quinas más bellas, precisas y sanguinarias era el buque ballene-
ro. Máquina que servía como nexo entre la industria y un espa-
cio empujado más allá de las fronteras nacionales.
Sobre esos mares así entendidos, sobre ese espacio privado
de dimensiones, se fue gestando el dominio total de los océa-
nos. La táctica sin obstáculos y sin contingencias de la moder-
na guerra sobre el mar cimentó el modelo para las nuevas estruc-
turas de colonización e industrias terrestres -urbanizaciones,
vías férreas. Todo lo que significaba una contingencia o un obstá-
L-\5 MÁXIMAS POLÍTICAS DEL MAR 33

culo -los indígenas, su hábitat- debía ser destruido. La nove-


dad residía en que este modelo partía de un país que funcionaba
como un objeto en movimiento con un potencial y una veloci-
dad inéditos. Un país que barría. los espacios con una velocidad
máxima.
La pesca norteamericana de la ballena sirvió como uno de los
detonantes para el reacomodo marítimo. Desde el espacio de la
pesca; el Pacífico aparecía "misterioso, divino, ciñe al mundo en-
tero, hace que todas las costas le sirvan de entrada, parece el co-
razón palpitante de toda la tierra . . . se agita con las aguas más
centrales del mundo, el Atlántico y el Índico no son más que sus
brazos". Para Melville, el Pacífico también era la confu:mación
del futuro: hasta los descubrimientos del siglo xv, el mediterrá-
neo seguía siendo el centro del mundo. Colón hizo del Atlánti-
co el mar central y activó el mercantilismo de 1500 a 1800. El
despegue inglés se debió a la eclosión del Atlántico y al reposi-
cionamiento del mediterráneo como una mera zona de paso.
Inglaterra se hallaba en el centro de todo este recambio: a me-
dio camino entre el Báltico y el Mediterráneo y lanzada hacia el
Nuevo Mundo.
Melville pensaba que la Nueva Historia, la del dominio de los
Estados Unidos, se iniciaba en el Pacífico. Era el futuro, una oda
procedente de las praderas, algo nuevo, profetizado hace mu-
cho, venido de muy lejos. En ese despliegue, el buque ballene-
ro aventajaba morfológicamente a los barcos mercantes, a los
de guerra y a lo~ oiratas. Estos tres tipos eran, por su composi-
ción y comportamiento, fragmentos del orden terrestre, exten-
siones de ese orden mar adentro. Los barcos mercantes eran
puentes de extensión; los de guerra, fortalezas flotantes, y los
piratas se movían como salteadores de caminos. El buque balle-
nero, en cambio, hacía de la linea oceánica una linea de avance,
buscando los embates del mar lejos de la tierra. "Como en todo
34 SALVADOR GALLARDO CABRERA

lo que carece de tierra, reside alli la más alta verdad -ese algo
sin costa e indefinido como dios ... ".
A Melville, como escribe Olson, este buque le recordaba la
tragedia de la democracia, ya desde la primera configuración de
la Gran Noche Americana. La democracia no se había deshe-
cho de los señores y la linea de transmisión entre el hombre co-
mún -por más libre que fuera- y los lideres -tan dedicados
como parecían- se encontraba asentada en una hebra de paja.

DIGRESIÓN SOBRE LAS MÁQUINAS . EL TONEL

Uno. Una máquina forma casi siempre un dispositivo más com-


plejo. En ese dispositivo caben piezas, materias, personales ·
maquinados, lineas de dominación y resistencia, unos haciendo
engrane con otros, potenciando bandas sin fin, círculos de pro-
ducción o apuntando hacia duetos de entrada y salida.
Hay máquinas que funcionan como índices de un dispositivo sin
separar o desmontar. Hay dispositivos maquínicos sin índices
visibles: un camarote y un crepúsculo formaban una terrible má-
quina de pensar para Ahab. También las hay con índices simila-
res, como la llamada cuerda del mono. Por medio de una cuerda
el organillero sujeta a un mono danzarín. El remero del bote está
unido igualmente al arponero que faena un cachalote. Esa cuer-
da es el índice de un dispositivo mayor. La máquina que forman
el remero y el arponero se potencia simbólicamente debido a los
códigos de honor marítimos. Si el arponero tropieza, cae y se
hunde, el remero no debe cortar la cuerda, sino seguirle al fon-
do del mar. Entre el mono y el organillero no existe esta rela-
ción que convierte a la cuerda en una ligadura simbólica don-
de, se haga lo que se haga, sólo es posible dominar uno de los
extremos.
LAS MÁX IMAS POLÍTICAS D EL MA R 35

Melville sabía mucho de los personales maquinados. Los


hombres forman una multitud de duplicados innecesarios, con-
temporáneos o hereditarios. Su condición de duplicados no tie-
ne que ver con su mayor o menor "humanidad" ni con su gran-
deza de alma, esos parámetros liberales. El carpintero del Pequod,
por ejemplo, era un tipo indiferente y sin respeto por nada. Sin
alma, poseía "un algo indefinido" que hacía sus veces : esencia
de mercurio o gotas de amoníaco, nadie lo sabía. Paradójicamen-
te, esa inhumanidad lo convirtió en un no duplicado. E n rela-
ción con las máquinas, el carpintero era un múltiple; como esas
navajas con hojas de varios tamaños, destornilladores, sacacor-
chos, punzones, pluma, reglas y hasta brújula. Maquinaba,
abriéndose o cerrándose, "por una especie de proceso literal es-
pontáneo, sordo y mudo. Era manipulador exclusivamente. Su
cerebro, si lo tuvo alguna vez, debió escurrírsele muy pronto a
los músculos de los dedos".
Cuando el capitán Ahab le pide reemplazar su pierna de mar-
fil de cachalote, y cuenta el enigma de su miembro fantasma, el
carpintero aleja rápidamente la sombra del enigma y prefiere
considerarlo como "un problema difícil". Con su respuesta; es-
tablece una de las pruebas más altas de la función del personal
maquinado. La prueba de ser no tanto un diente del engranaje,
sino un índice para conocer exactamente cómo funciona el dis-
positivo en su totalidad.
Dos. Swift supo inventar varias de las máquinas más bellas. E l
cuerpo de Gulliver sujeto a la arena por cientos de fmísimas liga-
duras, es una máquina de cálculo: la medición de su cuerpo arro-
ja toda una política económica que en sus líneas generales nos
hace saber cómo la economía no responde al reino de la necesi-
dad, sino al de la estrategia y el dominio.
También supo extraer múltiples enseñanzas espaciales de las
máquinas oratorias. Del púlpito conoció que nunca es tan per-
36 SALVADOR GALLARDO CABRERA

fecto, en forma y dimensiones, como cuando es extremadamen-


te estrecho, con muy pocos motivos ornamentales. Nada debía
cubrirlo. Al igual que la picota, debería ser la única máquina des-
cubierta en todo el escenario.
El púlpito, la escalera por donde suben los condenados y el
tablado de los feriantes, juntos, formaban la máquina de elo-
cuencia de ese tiempo. Para atraer la atención del público, esta-
ban diseñadas como si fueran a gravitar sobrepuestas, sólo que
el tablado de los feriantes constituía un engranaje frontal en tan-
to que abastecía a los dos otros índices de material, es decir, de
temas para desatar la elocuencia.
El barco, la ballena y el tonel conforman otra máquina, no
una alegoría. Es una expresión del pensamiento simbólico -y
Swift comparte, con quienes consideran el poder como el Gran
Anhelo, la característica de pensar en símbolos. Con las imáge-
nes de la alegoría es imposible maquinar algo. La descripción del
púlpito del padre Mapple que hace Melville utiliza imágenes para
expresar cu~lidades, forja una alegoría. Así, el mundo deviene
un barco en plena travesía que nunca completa su viaje y el púl-
pito es su proa: "desde allá se divisa primero la tormenta de la
rápida cólera divina, y la proa debe soportar el primer embate... ".
Sin embargo, Moby Dick no es una alegoría del drama demo-
crático como muchos han querido hacernos ver. ''Llegar a con-
siderar a Moby Dick como infundio o, aún peor y más detesta-
ble, como a una odiosa e intolerable alegoría", se quejaba
Melville.
D. H. Lawrence, quien sabía todo lo que hay que saber so-
bre la alegoría, el mito y los símbolos, escribió: " desde niño odié
la alegoría: el que la gente tuviera nombre de cualidades, como
este alguien montado en un corcel blanco, llamado Fiel y Verda-
dero pero también desde niño aprendí de Euclides que el todo
LAS MÁXIMAS POLÍTICAS DEL MAR 37

es mayor que las partes, lo cual me resolvió el problema de la


alegoría".
En la alegoría se pone en marcha una descripción donde cada
imagen significa algo y es un postulado en el argumento, con un
propósito moral o didáctico. Los símbolos, por el contrario, no
"significan algo"; más bien configuran unidades de experiencias.
Un barco y una ballena son más que la república y un estado to-
talitario, tal como un jinete y un caballo blanco deben ser más
que la Fe y la Verdad.
¿Se podría intentar pensar-escribir en el tonel olvidándonos
un momento de la ballena y el barco? Sobre todo hoy que el Es-
tado ha devenido en un espacio sin tarea histórica y las bases
de sustentación de la acción política, el meollo de lo público, dan
muestra del grado de oxidación que corroe a las democracias
occidentales. Hoy que simulacro y realidad parecen ser equiva-
lentes en el tiempo de la recomposición infinita.
El tonel maquina la representaáón rota. La ruptura del gozne "repre-
sentación" que en el estrato p olítico parece colocar, en su lími-
te último, la propuesta político-social del liberalismo occidental.
Por ello Richard Rorty ve en la sugerencia de J. S. Mili acer-
ca de que los gobiernos deben dedicarse a llevar a un grado óp-
timo el equilibrio entre el dejar en paz la vida privada de las per-
sonas e impedir el sufrimiento, la última revolución conceptual
que requeriría el pensamiento político y social de Occidente. Es-
to quiere decir que lo que estaba pensado como mínimos nece-
sarios o posibles son ofrecidos ahora como los máximos o to-
pes. ¿El todo sigue siendo mayor que las partes? ¿No significa
esto que el navío democrático --cargando en sus bodegas a su
propia ballena totalitaria- está destinado a navegar por los ma-
res de la esterilidad?
Hay relatos donde la primera historia, lo representado o visto
de golpe, siempre encierran una segunda historia -cómo lle-
38 S.·IIX.-IDOR G.\LL-I RDO CIB RER.-1

gó hasta allí tal personaje, por qué se acomodó de tal manera,


qué necesidad tuvo de decir todo eso.
Algunos otros para quedar completos, deben escribirse con
un trozo de un relato nuevo: "tiempo atrás a rrú me intrigó a me-
nudo qué se podría sentir ante un camino cortado. Hoy sé que
en todas partes ya ha estado alguien. Y aún así, sobre la tierra
no hay medida alguna". §
CALEIDOSCOPIO DE ESPACIOS
EL LITORAL VERTICAL

PAUL VIRILIO

'~LTITUD CERO"; ESTAS PALABRAS pronunciadas por el piloto


del LM (módulo lunar) al fmal de las maniobras de alunizaje de
la misión Apolo XI, son más históricas que cualesquiera otras.
Señalan que en ese instante la altitud se volvió una pura distancia
para nosotros. A partir de ahora, existe otro suelo, un suelo en
lo alto: la superficie de la tierra se convirtió en un entresuelo.
Durante el verano de 1969, contemplar una isla de cierta ribe-
ra o la Luna se volvió lo mismo. El acontecimiento no era tan-
to la retransmisión de imágenes televisadas a más de 300 mil ki-
lómetros de la Tierra, sino la visión simultánea de la Luna en
la pantalla y la Luna a través de la ventana. El cielo se volatilizaba
y el descenso en otro planeta nos situaba, como en un balcón,
sobre el vacío, desencadenando la superficie de las cosas como
referencia; de pronto, los confines se volvían un litoral sideral.
El umbral negro sobre el que se destacaban las siluetas de los
astronautas ya no era un horizonte. Muy de cerca, su curvatura
situaba netamente la finitud del astro: Armstrong y Aldrin esta-
ban menos sobre la Luna que al borde del espacio. Pero esta

[41]
42 PAUL VIRILIO

gran importancia dada a los límites era comparable con una de-
sapropiación, con una devaluación "del interior"; el valor se des-
plazaba desde el centro hacia una ulterior periferia, el objeto ce-
leste tenía por tanto menos interés que el intervalo espacial y sus
paredes.
De hecho, el gran vuelco, que erigía la longitud y que disper-
saba las distancias en un continuum, descomponía simultánea-
mente un orden de percepción y un orden de utilización; incita-
ba a que los dos grandes bloques ideológicos -quienes ya no
se combatían verdaderamente desde el final de la guerra fría-
disiparan en el tiempo y el espacio una geopolítica carente, no
obstante, de perspectiva. Aunque se desterritorializaban no
renunciaban a sus esfuerzos totalitarios, de ahí las vacilaciones
de la política de Kennedy al dudar sobre la elección del enemi-
go, oscilando entre la bahía de Cochinos y la guerilla urbana, el
exterior y el interior. Pero desde las campañas Lunares, tanto
americanos como soviéticos, saben bien que ya no existen otras
tierras para una sola humanidad. El mundo, desapareciendo co-
mo horizonte infinito de toda experiencia posible, reaparecía
como campo teleológico, y von Braun, el tránsfuga del sueño
sideral alemán, renunciaba a la NASA.
Una vez que cuantificar y cualificar infinitamente los conteni-
dos se volvió imposible, se sustrajeron los continentes al des-
calificar su contenido: las naciones y los ciudadanos. Esta nue-
va forma de acción capitalista (de social-imperialismo) devolvió
la paz a los campus.
La institución científica, profundamente minada por las in-
certidumbres políticas del poder, volvÍá a ser el instrumento de
la obra, retomaba su lugar como informante privilegiada del Es-
tado, a través de la inmensa tarea de inventariar y cuestionar nue-
vamente los contenidos; tal era el sentido nuevo de los contra-
tos pasados con la armada y en el cual las ciencias humana s
EL LITORAL VERTICAL 43

mantenían un buen lugar. Es un hecho sin precedentes el que


uno de los miembros de la institución, H. Kissinger, fuera ascen-
dido al puesto de jefe de relaciones exteriores, en el núcleo mis-
mo de la nueva empresa americana-soviética. Un año después
se realizan los trabajos confidenciales de la OTAN sobre la plani-
ficación mundial de la circulación de personas y de mercancías,
en el momento mismo del Nixon Round, de la conferencia de Gi-
nebra ... paralelamente el carácter cerrado del sistema soviéti-
co era públicamente criticado por el físico Sakharov en Moscú;
los intelectuales rusos y los judíos tenían más libertades en el
mundo, y la Unión Soviética declaraba la renuncia a sus circui-
tos protectores en materia de radio y televisión. De pronto, los
habitantes de los dos grandes bloques ideológicos podrían com-
partir las mismas ficciones gracias a la mundo-visión.
Desde el abandono de las misiones Apolo, por ejemplo, la
imagen televisada del suelo Lunar, en las pantallas americanas,
se reemplazó por las imágenes de los efectos especiales de agi-
gantamiento, que son a los objetos demasiado grandes lo que
el microscopio es a los objetos demasiado pequeños. Así, los
operadores se divierten combinando continuamente macro y
micromateria, dándole a los telespectadores, en pocos segundos,
la ilusión de viajar desde la estructura gigante de una rama de
hierba hasta una tierra en miniatura perdida en el cosmos.
En el siglo XIX, el totalitarismo histórico Oa historia intrínse-
ca) había instruido a los pueblos europeos que estaban fuerte-
mente territorializados a pensar en milenios; la teleobservación
permanente de perspectiva espacial y de perspectiva temporal
adiestra ahora a la población planetaria a pensar en años-luz o,
de preferencia, a no situarse en ninguna parte, lo que estaría con-
forme con aquello que se habría convertido en un totalitarismo
histórico extrínseco.
44 PAUL VIRILIO

Un doble litoral político e histórico se dibuja: tanto una ma-


cropolítica nacida de la fuga vertical, capaz de resolver técnica-
mente desde arriba los problemas más vastos en el marco de un
ecosistema global, como una micropolítica de la institución hu-
mana, prisionera horizontal de los litorales técnicamente peri-
midos, limitada por su lugar y forzosamente incapaz de poner-
se a la altura de la solución de los problemas más difundidos.
Cuando Edward Fox nos muestra nuestro país dividido (des-
de los carolíngeos hasta la v República) por el conflicto perma-
nente de dos sociedades irreconciliables -una continental, con-
servadora, rural, belicosa, y la otra litoral, urbana, la Francia de
los negocios y los puertos, favorable a la iniciativa privada, paci-
fista y deseosa de un control oligárquico del Estado-, y cuan-
do al mismo tiempo nos invita a cumplir en nuestro territorio
nuestra segunda revolución contra la Francia centralista de los
campesinos, lo hace aplicando un esquema a la vieja usanza del
modelo anglosajón en nuestras realidades. Esta Francia ligera
que él desea ya no es solamente aquella del progreso y de la
prosperidad, sino aquella de la micropolitica y de la política sub-
alterna, porque si - al igual que la geografía que es "aquello que
se produce en el espacio" (Sauer)- la historia volviera a ser
efectivamente aquello que se produjo en el espacio, entonces el
cambio de posición del sujeto . .. La historia occidental preten-
día cualificar, por medio de unidades sucesivas, un conjunto
geográfico inerte; ahora no será lo contrario, sino la descalifica-
ción de ambas partes por la nueva teleobservación espacio-tem-
poral o cobertura vertical de la tierra, por medio de un recono-
cimiento visual gue permite ocasionalmente descubrir y
reconstruir de un solo vistazo el conjunto total de proyectos hu-
manos y naturales a menudo milenarios. Con el reconocimien-
to de los recursos planetarios, de los sitios arqueológicos, ba-
ses de cohetes, cobertura meteorológica, etcétera, nuestra
EL LITORAL VERTICAL 45

civilización se volvería efectivamente la situación en el espacio


de un conocimiento razonado, de una geometría tal que la po-
blación mundial no podría esperar más que sus repercusiones.
Al eliminar primeramente al determinismo geográfico, Fox
trabaja tanto en la sobredeterminación del campo de la humani-
dad por los grandes bloques, como en la cobertura del conjun-
to del campo por su definición geométrica; el litoral lineal que
él pretende oponer al interior de Francia ya no está solamente
sobre nuestras costas, sino también sobre nuestras cabezas.
La edición norteamericana de The Other France es de 1971, y
en aquel entonces el fracaso vietnamita es duramente resenti- ·
do en Estados Unidos porque es justamente aquél de todo el
sistema frente a una pequeña unidad nacional y campesina. El
armamento estaba estipulado por la conducta tradicional &~ la
política norteamericana, ese imperialismo lineal que necesita el
cuidado permanente de unidades potentes de intervención ma-
rítimas y aéreas que alcanzan blancos tan vulnerables tanto al
chantaje económico como a las acciones militares y a los gran-
. des ejes litorales y portuarios de fácil acceso, donde vienen a
.concentrarse, de vez en cuando, la totalidad de la producción,
de los recursos y de las poblaciones de continentes enteros. La
gran diseminación del pueblo vietnamita en guerra, al interior
del territorio, se reveló más eficaz que toda esta técnica nortea-
mericana, y este armamento pesado no pudo llevar a buen
término un ligero combate continental. Cuando la guerra en el
medio se volvió imposible, tuvo que ser reemplazada por la gue-
rra hecha en el medio, en el hábitat natural, en la fauna, en la
flora y en la atmósfera. Tal era la escala de la política norteameri-
cana y de sus medios.
Los diferentes modos de ocupación del espacio civil reapare-
cieron entonces como fuerza de disuasión popular, poder ya no
ideológico, sino fisiológico de los pueblos. En un complejo
46 PAU L VIRILIO

hábitat continental siempre hay una fuerza de conservación, y


en la ocupación lineal de un espacio inerte, o vuelto inerte, hay
una fuerza de decisión y, por tanto, de cambio; existe entonces una
fuerza continental que rechaza a una fuerza litoral, pero en tér-
minos del conflicto esencial entre el acto de ser y el acto de exis-
tir. Así aparece, más allá del acontecimiento, una política de ne-
gación de la vida, de desaparición de lo viviente a través de la
modificación radical de la economía continental de en medio.
El carácter indeterminado del conflicto vietnamita había
puesto en jaque al principio mismo de la macropolítica, el chan-
taje en el aprovisionamiento de los grandes p~otectores. Por el
contrario, cuando al final se necesita en ambos lados un arma-
mento pesado, la presión litoral es inmediatamente ejercida; esto
será el bloqueo, el minar el puerto de Haiphong, y una "conclu-
sión" aparece rápidamente.
Aftrmar hoy que el comercio reemplaza a la guerra abierta es,
entonces, un viejo eufemismo; lo que reemplaza a la guerra es
la repartición económica de los territorios. Esta repartición eco-
nómica debe impedir que la quincallería tecnológica de paz y de
guerra entre inmediatamente en el museo o termine prematura-
mente en la basura -como fue el caso reciente del prototipo
norteamericano SST (Supersonic transport)-, e impedir que el
conjunto del litoral vertical se fulmine desde el interior. Una
amenaza tal forzosamente fue resentida por los Estados quepo-
seen una tecnología avanzada y la poseen como poder militar,
económico y político absoluto. De ahí la tentación, o más bien
la necesidad, de hacer del conjunto del campo de la humanidad
.el campo de la técnica.
Sin embargo, si sólo los dos grandes bloques van a reencon-
trarse sobre el nuevo litoral político es porque sólo ellos van a
poseer el poder técnico de éste. Ellos se apresuran a reglamen-
tar los conflictos territoriales perimidos de los Estados-naciones,
EL LITO RAL VERTICAL 47

que los dividen siempre en el nivel subalterno, puesto que el


esfuerzo que ellos van a tener que proporcionar será gigantes-
co: descalificar al conjunto total del hábitat planetario, despojan-
do a los pueblos de su calidad de habitantes. Pero justamente, a
causa de su gigantismo, este nuevo proyecto es el único que parece
estar a la medida del progreso tecnológico que conocemos.
Así, en los años que vengan, asistiremos, en el nivel de la mi-
cropolítica, a la mayor asociación de los intereses económicos
y militares en la gran remodelación geográfica de los territorios.
De esta manera, vemos desde algún tiempo a las armadas dirigir-
se hacia lo que ellas denominan las "tareas apátridas" Q. J. Antier,
Chronique des Armées, verano de 1973), así como a los grupos fi-
nancieros orientarse hacia la "producción imponderable". Pues,
hace falta subrayarlo, si el nuevo espacio dominante puede pa-
sar aún por político, tiende no obstante a no ser ya civil, y el
asunto Watergate muestra suficientemente cuánto es que la "alta
esfera de los irresponsables" se volvió frágil, quizá amenazada,
y rápidamente barrida. A pesar de sus esfuerzos, el sistema
transparente del capitalismo no sobrevivirá tampoco a su nue-
va desterritorialización puesto que la endocolonización tecno-
lógica rebasará rápidamente el umbral de lo soportable, lo cual
no ocurrirá sino sólo por sus necesidades ilimitadas de energía.
Desde 1947, frases como las de Henry Wallace muestran que
la política de asistencia económica, " dictada más por las nece-
sidades de petróleo de la marina norteamericana que por la ne-
cesidad alimentaria de los niños griegos o turcos", son ricas en
porvenir. El proceso ya está extendido: las fronteras están absor-
bidas por la dominación ortogonal; siendo extranjeros en nues-
tras ciudades pronto lo seremos en nuestro país entero, al igual
que 40 millones de trabajadores norteamericanos se bambolean
entre la costa Oeste y la costa Este de los Estados Unidos, "ex-
48 PAUL VÍ RILIO

tranjeros del interior" en un endoterritorio inutilizable porque


ya no es el suyo, porque ya no es civil.
El diagnóstico de Fox no puede sernas, por tanto, indiferen-
te. Él nos aclara, por ejemplo, que la nueva habilitación del litoral
francés llevada a cabo por la SESAME (y la Delegación para la ha-
bilitación del territorio y la acción regional), también puede con-
ducirnos a interrogarnos sobre la preparación de este vn Plan.
Este plan, bautizado como "Regina" (regional-nacional), pon-
drá el acento sobre los factores espaciales, pudiendo esto tener
como resultado, según R. Courbi, Director de GAMA, una "reno-
vación completa de la problemática del plan".
Si la tecnología occidental aportada por el complejo militar-
industrial está ocupada en realizar una idealidad geométrica uni-
versal, una teleología de la razón, ésta se separa no obstante de
manera radical de su punto de partida factual e histórico, y ha-
bría una perspectiva geográfica de la historia: la sobredetermi-
nación geométrica de su campo por la técnica occidental. Este
vuelco del campo histórico es un hecho que implica la ruina del
fenómeno que lo fundaba, "el ideal de un mundo esencialmente
igual, esencialmente común como proto-fundación de la forma-
ción del sentido (SinnbilduniJ, denominada geometría".
La "ciencia" occidental no está fatigada, no regresa, como lo
pensaba Spengler, a su patria psíquica; ella es, por el contrario,
infatigable. Parodiando las palabras de Féval que veía en la ban-
ca, no una fuerza empresarial sino una avaricia que se volvió ga-
lopante, nuestro modo de apropiación del espacio también se
habría convertido en un modo galopante. Fracaso radical de la
geometría en tanto que libertad teorética universal, él realiza una
especie de ultraconservadurismo espacio-temporal de la defini-
ción del Estado occidental. Entonces, quizá conviene revisar los
fundamentos de esta dicotomía, pero no a través de "otra Fran-
EL LITORAL VERTICAL 49

cia", sino por medio de un sistema singularmente igual, a tra-


vés de la morfología de su ser aquí o allá.
Nadie sueña hoy en rechazar su propia construcción indeci-
ble en el campo etnológico, nadie sueña en rechazar, en las so-
ciedades tribales, como unidad de construcción de su espacio
sensible, la existencia de estas objetividades ideales "distintas en
su enunciación y de cualesquiera otras que se mantengan bajo
el concepto de lenguaje". De manera singular, manifestamos
menos curiosidad hacia nuestras propias idealidades morfoló-
gicas. . . sin duda, la revelación de su carácter endémico, de su
rudimentariedad, daría un golpe irremediable a nuestra preten-
sión de progreso, de cambio, de conocimiento.
Así, durante el último conflicto mundial, Alemania edificó
con premura unos diez mil blocaos sobre el conjunto del lito-
ral de la "Fortaleza Europa"; nadie soñó en asombrarse de que
esta obra gigantesca no haya tenido prácticamente ninguna utili-
dad militar y que ella escape así, por entero, a su enunciación.
Lo que ahí estaba realmente inscrito sobre la totalidad de nues-
tras costas, era el poder incomunicable de la geometría de Oc-
cidente.
La dicotomía occidental es la del litoral lineal y la del medio
continental, pero la historia de Occidente no comienza verdade-
ramente más que con la instauración de una "razón de Estado
lineal". Ciertamente, como afirman Fox y muchos otros, sola-
mente se puede ver en las primeras ciudades-Estado mediterrá-
neas un aparato protector, comercial y político, más ligero y más
abierto, pero no se encontrarán desde este punto de vista las ra-
zones de su expansión y de su ultraconservadurismo.
Una hipótesis bastante difundida sugiere que nuestro mun-
do nació en un círculo geográfico natural, el de las islas Cícladas.
Como quiera que sea, es ahí donde fue creada casi de manera
cierta esta gran ausencia de los manuales continentales de logís-
50 PAUL VIRILIO

tica, Seemacht o sea-power.. . el poder del mar. De manera nota-


ble en Creta había reinos marítimos. Es en este kúklos que fue
creada, después de la primera liga, la primera potencia maríti-
ma regular de la historia. Más tarde, cuando la ciudad-Estado
romana quizo resolver el problema de la potencia marítima, lo
hizo todavía en términos teleológicos; ella tomó bajo su autori-
dad a la totalidad del litoral mediterráneo, reproduciendo así, a
una escala mayor, el círculo original. La potencia hanseática do-
minó poco después los mares septentrionales pero dirigiéndose
hacia las orillas inglesas, y su trayectoria lineal, que se superpo-
nía a la de las costas europeas, desapareció momentáneamente
cuando fue emprendido el nuevo curso hacia el Oeste, hacia una
problemática limítrofe frente a frente: las Indias o las Américas.
Este curso, que Fox mostró como movimiento abierto y
oposicional, se desarrolló de hecho según un movimiento mor-
fológico invariable, puntual y después lineal; en fm, cerrándose
por zonas en torno al polo inicial, de la misma forma en que Ro-
ma había circunscrito una finitud geométrica propia, Mare Nos-
trum: prirller continente líquido de la inversión morfológica de
Occidente que hace que la mayor parte de las civilizaciones co-
miencen por "habitar", a excepción de la nuestra.
El hombre occidental es verdaderamente el esférico andró-
gino, animado sin cesar por el deseo, en persecución de la uni-
dad entera, y la "esfera de Empédocles" abraza realmente·al uni-
verso. La noosfera de Teilhard se volvió oósfer; americanos y
rusos realizan a su manera la sobre-representación del andrógi-
no platónico, "hijo de los astros a la vez macho y hembra, y es
de sus propios generadores que ellos obtienen su esfericidad y
sus propios saltos verticales y circulares".
El determinismo occidental no tiene cultura porque no tie-
ne materia, ni dimensiones, sino direcciones; es por su nulidad
espacial que gobierna sin cesar hacia el exterior, y no es un azar
EL UTORAL VERTICAL 51

el que, como observa Jean Serv1er, la edad de oro de nuestras


utopías sea también la de las grandes e~ploraciones y descubri-
mientos. El sistema en apogeo no niega en lo absoluto esta iden-
tidad utópica que muchos historiadores aún le rechazan; afirma,
por el contrario, su esquizofrenia como el fundamento mismo
de sus esfuerzos técnicos.
Lo que también es notable, es que esta idealidad de construc-
ción sobre territorios mostrados como adyacentes y tributarios,
sea la de los Estados antes de ser la de las sociedades e incluso
1~ de las naciones. Pero si se considera que los medios privilegia-
dos de Occidente son el mar antes que el cielo, se comprende
mejor la fuerza del u-topós que lo mueve. N o hay naciones ni pue-
blos en el mar y en el cielo, sólo potencias y fuerzas cuyas leyes
derivan directamente del elemento er{ cuestión. Según el viejo
dicho, ahí no se gobierna, se es maestro.
Ésta es la razón por la cual la potencia de los Estados Uni-
dos, como en otra época las potencias mediterráneas, vuelve a
ser más militar que mercantil, sin importar cuál posea. El Esta-
do-ciudad romano, modelo privilegiado de los prospectores
americanos, no dependía de una lucha de repartición entre par-
tidos y principios políticos, sino de una lucha perpetua entre eje-
cutivos y legislativos; lo que en el siglo XIX parecía una tragedia
del poder parece hoy una tragedia del sentido, organizándose
en torno a la verosimilitud del Estado, en torno a la conserva-
ción de su morfología. Así como el arte griego poseía la terri-
ble veroslmilitud de lo falso, así el Estado romano es la futura
obra de muchos, un Estado edípico cuando suplanta al Estado
oriental, patrimonio del príncipe. Y ~1 fin de Roma es el flnal de
la obra, de su verosimilitud, el acabamiento fatal de la lucha de
su ser contra la nada, su suicidio.
La ciudadela-Estado de la antigüedad es ya el lugar preferi-
do en el medio, pero la cosa será aún más clara cuando se pase
52 PAUL VIRILIO

de la ciudad colonizadora a la capital, cuando el Estado pase a la


dimensión de territorio nacional, de ciudadela nacional. Enton-
ces, con mayor evidencia, la capital se opondrá como caputal gran
cuerpo territorial, es decir, como órgano superior y racional.
El Estado, "lugar de la razón" de Hegel, renueva al Estado
platónico; es la ciudadela estéril, la fortaleza de los ociosos que
no encierra más que al vacío y que no puede dar más que órde-
nes y organización. El error era probablemente pensar, como
Roth o Toynbee, que el esquema negativo de la ciudad original
desaparecería con el de las ciudades-Estado antiguas y sería re-
emplazado por una multitud independiente de formas urbanas,
mientras que las pesadas murallas se derrumbarían y alejarían
de las ciudades simplemente porque ellas se erigían no obstante
en las afueras, en el límite de las naciones nuevas, marcando el
final de lo que se ha llamado "mouvance de los imperios".
Los congresos, como los de Viena, de Versalles, en tanto que
inventaban naciones y creabanfronteras, continuaban solamente
el trabajo morfológico del Estado-ciudad original, de su modo
de ser, y el 'desorden urbano, característica de la ciudad antigua
se llevaba a las fronteras, girando, sin embargo, en torno a la
nueva verosimilitud nacional de los Estados.
También es normal ver en este momento preciso desarrollar-
se fenómenos como los de la industrialización, el mercantilismo,
la burocracia, el militarismo, la política de la necesidad, etcéte-
ra. De hecho, no se trata de "revoluciones" económicas, indus-
triales, sociales, u otras, sino simplemente del progreso de las
actividades específicas de la ciudadela original extendiéndose al
hábitat continental, a través de una urbanización militar de los
territorios, de su cuadratura. El conscripto de la Revolución
reemplaza al campesino y prefigura al proletario como contribu-
ción' a la comunidad expandida en la construcción, al cuidado
de nuevas. fortalezas nacionales. Sus luchas se organizarán ra-
EL LITORAL VERTICAL 53

pidamente en torno a métodos y bienes imbuidos de esterilidad


por la improductividad misma de lugares donde, desde el origen,
se manifestó como expedientes económicos de la vida urbana.
Nuestra civilizacion es asimilada más a menudo a un proble-
ma de comunicación, el progreso a un progreso de la velocidad,
de la facilidad de comunicación mientras que la pseudopolitica de
los medios es, en realidad, reducida por la morfología del Esta-
do a dos fases nacidas de dos polos que ella crea: transmisión
e información. El Estado-caput transmite; el territorio-cuerpo lo
informa; y el desarrollo extraordinario de los medios es el de los
órdenes trasmitidos, pero también el de la información del Es-
tado por medio y por encima de su territorio. Si Nixon vio recha-
zado su proyecto que permitiría alumbrar a distancia los cargos
televisivos de los ciudadanos norteamericanos a partir del cargo
del ejecutivo, quizá podría ser que ciertamente esta tentativa técni-
ca, precoz en exceso, tendrá un día u otro algún efecto, pues va
en el sentido verdadero del desarrollo de los medios.
Comunicar cada vez más, y más rápido, no es en nuestra or-
ganización sinónimo de movilidad o de crecimiento de la movi-
lidad de los ciudadanos. Más allá de su historia aristocrática el
sistema trasmite los limites posturales de la litoralidad, de la
insularidad, de la ortogonalidad; hace perennes los términos mi-
litares que designan la ausencia de alternativas en un punto, en
un lugar, como estrategia del poder sobre el otro, hacia lo in-
móvil, el silencio, la muerte. Los diversos nudos o núcleos con-
céntricos que construye tienen el carácter incomunicable de un
sólido con relación a un fluido, a una liquidez real o imitada, mar,
lluvias, canales, vías férreas, autorrutas, etcétera; los lineamientos
que tienen parte y que regresan son redistribuidos pero tienen una
tendencia constante a simplificarse ahí, pues entre más son los
aflujos menos tienen "lugar" para ser complejos.
54 PAUL VIRILIO

Si el legislativo prolifera a sus anchas, en el interior del territo-


rio o medio, entonces las alternativas del ejecutivo permanecen
siempre tributarias de su lugar; e inversamente cuando el legisla-
tivo mismo cesa de maniobrar flexiblemente y requiere del eje-
cutivo es que una grave crisis espacial se prepara en torno al ser
ahí del Estado, a su verosimilitud construida, lo que pasa con
los Gracques, con la reciente experiencia chilena, pero también,
en las naciones desarrolladas con la aparición de los signos pre-
monitorios, como la penuria anticipada de combustible en los
Estados Unidos, el control militar de los aeropuertos, la circu-
lación de rutas en Europa, etcétera. De la misma forma, la de-
cadencia y las crisis de las ciudades destinadas a crecer desmesu-
radamente no son un problema de gestión o de arquitectura.
Vivimos en plena liquidación de una utopía que hizo su tiempo,
la de la ciudad-Estado-geográfica-nacional. Ya no se puede plan-
tear la crisis de Occidente en términos intrínsecos (comercio, ener-
gía, producción, polución, etcétera), pues en tanto que no re-
planteemos enteramente el problema de la construcción platónica
de su campo, ya no podremos conocer, propiamente hablando, el
progreso -ni, por otra parte, el antiprogreso. La última revolu-
ción en el espacio del ultraconservadurismo del Estado occiden-
tal indica claramente que continuaremos nuestro curso hacia el
fin sobre ñuestro impulso geométrico, como sobre rieles.
Pero, en esta situación del espacio contemporáneo, parece
bien que el Oriente ocupa aún una posición original. Ahí don-
de el Occidente conquista y ocupa el espacio de arriba (atmosfé-
rico, cósmico), el Oriente parece conquistar el espacio de aba-
jo (litosférico) por medio de la constitución de un hábitat
subterráneo, a la escala gigantesca de un continente: China. Es
aquí donde veo la justificación del silencio sobre el descenso Lu-
nar de los chinos responsables; se trata menos de una censura,
que de un desinterés real por un tipo de expansión profunda-
EL LITORAL VERTICAL 55

mente contrario al de Oriente. Esta dimensión "críptica" de un


Estado, ligado no solamente a la extensión geográfica sino a la
espesura mineral de su territorio, está en perfecta coherencia con
la -concepción estratégica de una superioridad de la defensiva so-
bre la ofensiva que siempre anima al pensamiento oriental.
¿Se puede oponer válidamente un "dióptero" aeroterrestre
al dióptero aeromarítimo de las potencias navales y aéreas? Es
una cuestión a la que los chinos responden afirmativamente
constituyendo una protección nuclear para el conjunto total de
su población, contrariamente al Occidente en donde su segun-
do postigo de la disuasión nuclear está ausente (con ciertas ex-
cepciones, no hay un abrigo significativo más que para las élites).
¿Se debe comprender aquí que Occidente se prepara esen-
cialmente para las consecuencias de la paz total (la conjunción
imperialista de los bloques), mientras que el Oriente teme la gue-
rra total? O bien ¿asistimos, despues de la edad de las conquis-
tas marítimas y coloniales, y la del elemento atmosférico, a la
inauguración del poblamiento de la espesura misma del globo,
a la conquista litosférica, última constitución de un país de las
sociedades humanas, respuesta de los campesinos (chinos) a la
expatriación preconizada por Fox? Se trata de un gran proble-
ma fundamental para el análisis morfológico del Estado moder-
no, puesto que, más allá de la perspectiva geográfica de la histo-
ria, se plantea no obstante la cuestión del sentido de esta oposición
entre el cenit occidental y el nadir oriental. En esta revolución, el
Levante y el Poniente pierden su función, el astro rey ya no orga-
niza al espacio del mundo, la secesión se sitúa menos entre el
Este y el Oeste, que entre la materia y la ausencia. §

Versión de Pablo Tamariz Domínguez y Juan Javier Cerda Orozco


EL PACÍFICO

HERMAN MELVILLE

u NA VEZ QUE, PASAMOS A VELA a través de la islas Bashee, sali-


mos al final al Gran mar del sur; si no hubiera sido por otra cosa,
habría saludado a mi querido Pacífico con innumerables agrade-
cimientos, pues ahora encontraba respuesta a la larga súplica de
mi juventud: aquel sereno océano se extendía hacia el oriente
con un millar de leguas de azul.
Existe no sé qué dulce misterio en este mar, cuyos espasmos,
suavemente horrorosos, parecen hablar de algún alma escondida
adentro, semejante a aquellas legendarias ondulaciones del suelo
efesio, encima del sepulcro de San Juan Evangelista. Y resulta
apropiado que sobre estos pastizales de mar, sobre estas anchu-
rosas praderas acuáticas y camposanto de los cuatro continen-
tes, las olas se alcen y se precipiten, y fluyan y discurran sin
cesar; porque aquí millones de sombras y tinieblas, sueños aho-
gados, sonambulismos, ensueños, todo lo que llamamos vidas
y almas, permanecen en sueño, en sueño, todavía, retozando co-
mo personas en sus camas, las olas se mueven siempre en ra-
zón de su desasosiego.

[57]
58 HERMAN MELVILLE

Para cualquier mago meditabundo, este Pacífico sereno, una


vez que lo ha poseído, se convierte en su mar de adopción. Bulle
con las aguas más céntricas del mundo, el océano Índico y el
Atlántico no son más que sus brazos. Las mismas olas que ba-
ñan las recién edificadas ciudades de California, apenas funda-
das ayer por la más reciente estirpe humana, mojan también las
desgastadas pero aún hermosas faldas de las tierras asiáticas,
más antiguas que Abraham. Y en todo el medio flotan vías lác-
teas de islas de coral, y archipiélagos bajos, interminables, des-
conocidos, y japonés impenetrables. Así, este misterioso, divi-
no Pacífico, envuelve la mesa entera del mundo, convierte a
todas sus costas en sus propias ensenadas, parece un corazón
de la tierra, con pálpito de olas. Cuando a uno lo levantan esas
olas eternas, no puede sino ser poseído por el dios seductor e
inclinarse ante Pan.
Pero muy pocas reflexiones sobre Pan provocaban el cere-
bro de Ahab, cuando, parado como una estatua de hierro en su
lugar de costumbre, junto al amesana, aspiraba instintivamente
con un orificio nasal el meloso aroma de las islas de Bashee (en
cuyos dulces bosques deben vagar amantes plácidos), y con el
otro conscientemente inhalaba el aliento salado del mar recién
descubierto, de ese mar en donde aún entonces estaría nadan-
do la odiada ballena blanca. Impelido a todo lo largo de esas
aguas casi finales, y navegando hacia el campo de ballenas deJa-
pón, el propósito del viejo adquirió mayor intensidad. Sus la-
bios firmes se juntaban con los de una morsa, el delta de las
venas de su frente se hinchaba como un arroyo sobrecargado.
En su mismo sueño, su grito estruendoso resonó en todo el
casco abovedado: "¡todos a popa! ¡La ballena blanca arroja
sangre espesa!". §

Versión de Ignacio Carda Lascurain


MORFOLOGÍA DE LA ISLA FLOTANTE
DEL MAR DEL NORTE

JONATHAN SWIFT

ExPRESÉ AL REY MI DESEO de observar las curiosidades de la


isla, lo que me concedió con gran benevolencia; ordenó a mi
preceptor que me acompañara. Quería conocer, sobre todo, las
causas naturales o científicas que provocaban sus diversos movi-
mientos, de los cuales daré cuenta al lector en forma filosófica.
La isla voladora o flotante es exactamente circular y su diáme-
tro mide siete mil ochocientos treinta y siete yardas; esto es, cua-
tro millas y media. Comprende, en consecuencia, diez mil acres.
Tiene trescientas yardas de grosor; la base o superficie inferior,
que aparece a la vista de los que se hallan abajo, es como una
pieza de diamante regular cuyas caras miden alrededor <;le dos-
cientas yardas. Incrustados en ella yacen varios minerales, sobre
los cuales hay una capa de tierra fértil con diez o doce pies de
espesor. El declive que tiene la superficie superior de la perife-
ria al centro, es la causa natural de que todo rocío o lluvia que
caiga sobre la isla sea llevado en pequeños arroyos hacia el me-
dio, donde desembocan en cuatro grandes depósitos, cada uno

[59)
60 JONATH AN SWIIT

de los cuales tiene, más o menos, media milla de circunferen-


cia, y unas doscientas yardas de distancia con el centro.
El agua de esos depósitos se evapora paulatinamente durante
el día debido a las acciones de los rayos solares, lo que evita su
desbordamiento. Además, como depende de la voluntad del
monarca que la isla se eleve sobre la región de las nubes y vapo-
res, él puede prevenir, siempre que quiera, la caida de lluvia y ro-
cío; pues es sabido, los naturalistas convienen en ello, que las nu-
bes más altas no pueden elevarse arriba de dos millas; por lo
menos en aquel pais no se ha sabido nunca que ocurriese otra
cosa.
En el centro de la isla hay una hendidura de más o menos 50
yardas de diámetro, desde donde los astrónomos descienden a
una gran cúpula que llaman Flanr:Wnagagnole, o sea "cueva de los
astrónomos", y que se halla situada a una profundidad de cien
yardas por debajo de la superficie superior del diamante. En esa
cueva hay veinte lámparas encendidas perennemente, las cuales,
por el reflejo del diamante, arrojan hacia todos lados una luz
muy fuerte. Allí hay una gran variedad de astrolabios, sextantes,
telescopios, cuadrantes y otros instrumentos astronómicos. Pero
lo más notable y del cual depende la suerte de la isla, es un imán
de tamaño prodigioso y parecido, en su forma, a una lanzadera
de tejedor. De largo mide seis yardas y en su parte más gruesa
alcanza las tres yardas por lo menos. Este imán está sostenido
por un grueso eje de diamante que pasa por una parte céntri-
ca, sobre la cual juega, hallándose en un equilibrio tan perfecto
que la mano más débil puede hacerle dar vueltas. Está totalmen-
te rodeada por un cilindro hueco de diamante de cuatro pies de
profundidad, por otros tantos de grosor y doce yardas de diáme-
tro, colocado en forma horizontal y sujeto por ocho pedestales
diamantinos, cada uno de los cuales tiene seis yardas de altura.
En medio del lado cóncavo hay una ranura de doce pulgadas de
MORFOLOGIA DE LA ISLA FLOTA.NTE DEL MAR DEL NORTE 61

profundidad, en cuyos extremos se ajusta el eje que los laputen-


ses hacen girar según sus deseos.
Ninguna fuerza puede mover a la piedra de su lugar porque
el cerco y sus pedestales forman una sola pieza con el cuerpo
de diamante que constituyen la base de la isla.
Por medio de este imán se consigue que la isla se eleve, des-
cienda o pueda moverse de un lugar a otro, pues en la parte don-
de reside el monarca, la tierra está dotada de gran poder de atrac-
ción, mientras que en el lado opuesto ese poder tiene un efecto
contrarío. De manera que, sí se coloca el imán con su polo po-
sitivo hacía la tierra, la isla desciende, pero cuando el extremo
negativo se pone hacía abajo, la isla sube rectamente. Sí la posi-
ción del imán es oblicua, la isla se mueve en el mismo sentido,
pues en este magneto las fuerzas actúan siempre en linea paralela
a su dirección.
Mediante este movimiento oblicuo se transporta la isla a los
diferentes dominios de Su majestad. Para explicar la manera co-
mo se desplaza, podemos suponer que AB representan una li-
nea trazada a través del centro del dominio de Balnibarbí; que
la linea e d representa el imán y en él, d viene a ser el polo negati-
vo y e el positivo: rotando la isla sobre e, supongamos que la
piedra se coloca en la posición e d con el polo negativo hacia
abajo; luego, la isla será conducida hacia arriba, oblicuamente,
en dirección a D. Cuando ha llegado a D, supongamos que dé
vuelta el imán sobre su eje hasta que su polo positivo quede ha-
cia E y entonces la isla será llevada de forma oblicua hasta este
último punto donde, si de nuevo se hace dar vuelta al imán so-
bre su eje hasta que quede en la posición Ej, con su polo ne-
gativo hacia abajo, la isla se moverá oblicuamente hasta F de
donde, si se dirige el-polo positivo hacia G la isla podrá ser lleva-
da en esta dirección y de G a H dando vuelta al imán y así has-
ta que se vuelva a poner su polo negativo hacía abajo. De esta
62 JONATHAN SWIFT

manera, con sólo cambiar la posición del imán cuantas veces se


quiera, se conseguirá realizar los movimientos necesarios para
que la isla pueda dirigirse de un punto al otro del reino. Pero de-
be observarse que ésta no puede moverse más allá de la exten-
sión de los dominios que se hallan abajo, ni elevarse a una altu-
ra mayor a cuatro millas lo cual, los astrónomos que han escrito
grandes tratados referentes al imán, explican con las siguientes
razones: dicen que el poder de las virtudes magnéticas no alcan-
zan más allá de cuatro millas y que las irradiaciones del mineral
que actúan sobre la piedra imantada en las entrañas de la tierra
y en el mar aproximadamente a seis leguas de distancia de tie-
rra firme, no se difunden a través de todo el globo, sino que
terminan en los puntos que limitan los dominios del rey, por lo
cual es fácil para éste, dada la gran ventaja que supone esa po-
sición más elevada, someter a su obediencia a cualquier país si-
tuado dentro del radio de atracción del imán.
El manejo del imán está a cargo de ciertos astrónomos, que
se ocupan de imprimirle la dirección ordenada por el monarca,
y la mayor parte de su tiempo observan los cuerpos celestes por
medio de poderosos telescopios cuya eficiencia excede en mu-
cho a la de los conocidos, pues aunque sus aparatos más gran-
des no pasan de tres pies de largo, su poder de aumento es mu-
cho mayor que el de nuestros telescopios de cien yardas y, al
mismo tiempo, les permiten observar los astros con más clari-
dad. Esta ventaja los ha capacitado para ampliar sus descubri-
mientos más allá de lo que han hecho los astrónomos europeos,
pues tienen confeccionado un catálogo de diez mil estrellas fi-
jas, mientras que el más grande de los nuestros apenas si contie-
ne la tercera parte.
También han descubier to dos astros menores o satélites que
giran altededor de Marte, de los cuales el más cercano al planeta
primario está a la distancia exacta de tres diámetros de su cen-
MORFOLOGÍA DE LA ISLA FLOTANTE DEL MAR DEL NORTE 63

tro y el más alejado, a cinco; el primero realiza un circuito com-


pleto en el término de diez horas y el segundo en veintiuna ho-
ras y media, de manera que el cuadrado de su tiempo periódi-
co es muy aproximado, en la misma proporción, con el cubo de
su distancia desde el centro de Marte, lo que evidentemente de-
muestra que se hallan gobernados por la misma ley de gravita- ·
ción que rige para los otros cuerpos celestes.
El rey podría ser el dueño absoluto del universo si lograra
convencer a sus ministros de que lo siguieran incondicionalmen-
te, pero teniendo éstos sus haciendas en tierra ftrme y conside-
rando que el oftcio favorito constituye una prerrogativa muy
inestable, nunca consentirían en esclavizar a su país.
Cuando alguna ciudad, debido a trastornos políticos o econó-
micos, se declara en rebelión, el monarca dispone de dos mé-
todos para reducirla a la obediencia. El primero y el más benigno
de ellos es el de rondar con la isla sobre dicha ciudad y las tie-
rras de sus contornos, con lo cual puede privar las islas de los
beneficios del sol y la lluvia y, en consecuencia, someter a sus
habitantes a los efectos del hambre y las enfermedades; y si el
delito lo merece, son atacados, desde arriba con las grandes pie-
dras. Si se obstinan más aún en provocar insurrecciones, el rey
aplica el otro método, que consiste en dejar caer la isla directa-
mente sobre sus cabezas, con lo que efectúa una destrucción
general.
Por una ley fundamental de este reino, ni al rey ni a la reina,
mientras ésta puede concebir, ni a cualquiera de sus dos hijos
mayores, les está permitido abandonar la isla. §

Versión de Agustín del Valle


Las máximas políticas del mar, uno de los tomos que conforman la colección
Trqyectos y devenires, se terminó de imprimir en los talleres de Cruzado y
Asociados Tel. 654-05-55 a los veintiocho días del mes de septiembre de
1998 en la ciudad de México. El cuidado de la edíción estuvo a cargo de
Dolores Sánchez Muñoz.
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