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LA VIGENCIA DEL MAR1

Kaldone G. Nweihed
Profesor titular jubilado de la Universidad Simón Bolívar
Caracas, Venezuela

ASÍ, EN MINÚSCULAS, la vigencia del mar sería un concepto. Entre comillas, “La Vigencia
del Mar” fue el título escogido para un libro venezolano en dos tomos que circuló en los
años setenta. Y como título de este artículo, vendría siendo una expresión a medio camino
entre la ciencia y la nostalgia, entre un pasado reciente que pasó y no ha pasado, y un
presente confuso que no sabe cómo pasar.
Como autor de aquel libro, me siento privilegiado por serme permitido volver tres
décadas atrás para rememorar una historia a punto de perderse en los celajes grises del
olvido. Gracias al acreditado pedagogo Profesor Sergio Foghin, experimentado en la
enseñanza de las Ciencias de la Tierra y acucioso investigador de nuestra Instituto
Pedagógico de Caracas, ahora integrado a la Universidad Pedagógica Experimental
Libertador, dispongo de esta maravillosa oportunidad para escribir estas páginas, en el
otoño cambiante de la lejana Ankara, aquí en el centro de Anatolia o el Asia Menor, ciudad
a la que el gran Ataturk mudara su capital desde la marítima Estambul (Istanbul) sobre el
“Bósforo cosmopolita y tentador”, a respirar “la pureza turca de la meseta”. Así lo escribí
hace más de 30 años, cuando me correspondió ilustrar el rol del mar en la “psicología
geopolítica “de quienes forman países y les asignan capitales, a la hora de querer internarse
en lo propio e intocable, a donde el mar con sus sirenas hechiceras no puede llegar. Cuando
se necesita del reposo y de la meditación para repensar lo propio en la intimidad nacional,
como se cantaría en la copla llanera: “…llévame sabana adentro…”.
Ya Ankara es una metrópoli de 4 millones de habitantes, mientras Istanbul ha
seguido creciendo y prosperando entre los mares que la rodean y el mar humano de 10
millones de moradores. Y Turquía es otra después de 80 años de Ankara.

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Publicado en la revista Aula y Ambiente (UPEL-Instituto Pedagógico de Caracas), Año 4, No. 7, Enero-
Junio de 2004, p. 11-76.
Venezuela y su Mar
A esta altura del conocimiento, decir que Venezuela es un país de origen marítimo,
dotado de ricos recursos marinos y, sin despreciar llanos y andes, zulias y guayanas, se
halla volcado al mar, no constituye más que una afirmación elemental. Pero existe una
diferencia básica entre las realidades geográficas físicas –como la “maritimidad” congénita
de una “Pequeña Venecia” –y el olvido o la omisión que de ella hacen el hombre y la
sociedad. Al que alguna vez ha creído descubrir la piedra filosofal el día en que leyera la
lapidaria frase: “¡Venezuela ha vivido de espaldas al mar!”, me permito decirle en secreto
que esta misma frase se oye en casi todos los países de esta nuestra continental América
Latina, sustituyendo a Venezuela por Colombia, México, Brasil o Nicaragua, si se quiere.
Hasta principios del siglo XX, ni Chile, que es costa y cordillera delgada pintada por el
océano, se escapaba a esta realidad.
Esto lo traigo a colación para recordar que tanto Venezuela, como toda la América
Latina continental, ha vivido volcada al rancho y la hacienda o a la mina para el caso, en
mimético apego a un estilo de vida directamente transplantado de una España agrícola,
continental, conservadora y mesiánica. Lo que no fue bueno ni malo de suyo, sino
objetivamente real. Con la mayoría de las ciudades capitales de la América ibérica ubicadas
en la costa o en la frescura de la sierra andina, pero contando con un puerto gemelo para la
buena exportación, se formó y anduvo el proceso de nuestra inserción en la economía
mercantilista de la era colonial.
Pocas mentes latinoamericanas durante el siglo XIX, el de la formación
institucional, se percataron de la presencia del mar. ¡Realidad tan sencilla como olvidada!
Una excepción notable fue don Andrés Bello, cuya vida transcurriera frente a tres mares
distintos con el resultado de inspirarle una síntesis tripartita que, cien años después de su
muerte, diera lugar al concepto del mar patrimonial, hoy conocido en Derecho como la
zona económica exclusiva. En el Mar Caribe frente a La Guaira de su Caracas, Bello captó
el significado de la defensa (mar territorial), por el Támesis y hacia el gran océano de
Britania rules the waves, apreció el significado del comercio libre por los mares (alta mar)
y, en la última fase de su vida que él y Chile se dieran mutuamente, Bello palpó el valor de
la cornucopia alimenticia de los recursos vivos de aquel océano sin fin (tesis del mar

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patrimonial, que fue obra de un chileno y de un venezolano contemporáneos, como será
expuesto más adelante).
Para Venezuela a mediados del siglo XX, es decir, a la salida de la Segunda Guerra
Mundial hacia afuera y con los hechos del 18 de octubre de 1945 hacia adentro, el mar
seguía siendo el apéndice azul de la gran hacienda transformada en un inmenso pozo de
petróleo oscuro. En ambos casos, su rol principal sería llevar lo que se extrae del suelo e
importar lo que haga falta. El mar barco, el mar puente, el mar puerto, el mar medio.
Sin embargo, tres años hacía, un sencillo hecho había transcurrido en una sala de la
Casa Amarilla, entonces como hoy sede de nuestra Cancillería, para marcar el paso todavía
inadvertido entre el mar puente y lo que pronto sería el mar tesoro. Es decir, el mar que
valdrá por los recursos que contiene, ya sean vivos y nutritivos como la riqueza pesquera,
ya sean inorgánicos y minerales como el petróleo. En el caso venezolano, fue la segunda
categoría que privara en primera instancia al concluirse en Caracas, a 26 de febrero de 1942
y gobernando el Presidente Isaías Medina Angarita, un novel tratado entre nuestro país y
Gran Bretaña, actuando en nombre de su entonces colonia de Trinidad y Tobago, a efectos
de dividir el lecho submarino (plataforma continental) del Golfo de Paria en función de una
potencial explotación de sus recursos de hidrocarburos. La motivación por los recursos
vivos del mar comenzará a operar efectivamente en la estrategia venezolana a partir de la
década de los 70, que es la que orienta esta exposición, y es la que tuve el privilegio de
vivir y durante la misma, modesta pero intensamente, participar en los hechos y
acontecimientos que le dan vigencia a este artículo, cuyo título fue sugerido por el propio
profesor Foghin, resumiendo para el mar de Venezuela una época de un gran país.
Al entrar la década de los 70, gobernando el Presidente Rafael Caldera en su
primera gestión, Venezuela no disponía de una política marítima de Estado, ni siquiera de
una política fronteriza global para el perímetro terrestre del país. Si bien ya se sabía que en
Naciones Unidas se venía hablando de modernizar el Derecho del Mar con la incorporación
de una legislación que sancionara la explotación de las enormes riquezas polimetálicas
yacentes en los fondos oceánicos a partir de 1967, Venezuela parecía satisfecha con un
ordenamiento internacional que garantizara la libertad de navegación para así exportar su
petróleo sin inconvenientes. Mas también en ese mismo año –1967- otro hecho de
resonancia mundial sucedió para llamar la atención sobre los riesgos del transporte

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marítimo del petróleo. Ese año encalló frente a las costas británicas el ahora célebre
tanquero Torrey Canyon, derramando una enorme cantidad de crudo que causó un gran
daño al ambiente. Con ello entraba una tercera etapa, o un tercer círculo, en la historiografía
del Derecho del Mar, como lo será el móvil ambiental. Ya no serán únicamente el Mar
Puente que prácticamente acaparaba el interés del Estado venezolano, ni el Mar Tesoro que
a medias había comenzado a privilegiar los recursos naturales, aunque para entonces
fueran mayormente los hidrocarburos. Ahora el mundo entraría en el tercer círculo, el del
Mar Ambiente. 1967 fue un año difícil para el país nacional: se divide el partido de
gobierno y un nuevo panorama político iría a surgir, siempre dentro del marco de la
democracia representativa fundamentada en la Constitución de 1961.
Es importante contestar la pregunta inevitable que el lector estaría haciéndonos a
esta altura del relato: ¿Cuál era el orden público que regía los mares en el mundo? ¿Qué
decía el Derecho Internacional?
En rápidas pinceladas:
Desde tiempos antiguos, sobre todo en el Mediterráneo, existían códigos de
navegación y comercio marítimo. Cuando se forja la figura del Estado - nación en la
Europa de Westfalia (1648), las potencias marítimas y navales, a la sazón todas coloniales,
se regían por un derecho consuetudinario basado en el sacrosanto principio de la libertad de
los mares. A partir del Siglo XIX comienzan a aparecer convenios regionales o específicos
en torno a algunos usos del mar, como la pesca o el tendido de cables submarinos. Hasta
mediados del Siglo XX no existía un código universal que regulase los derechos de los
Estados a su jurisdicción marítima y frente a los derechos de los demás. Se observaba –se
subraya– el principio de la libertad de los mares , a partir de una faja limitada de mar
territorial que las potencias marítimas y navales– todas al principio coloniales- cuya
anchura éstas se empeñaban en limitar a tres millas náuticas (equivalente en un momento
dado al alcance del tiro de un cañón), frente a la resistencia de ciertos países en desarrollo,
la mayoría latinoamericanos (Chile, Perú, Ecuador, México, Argentina, Brasil y varios
centroamericanos), los cuales bregaban por una mayor zona de pesca frente a sus costas,
llegando algunos a declarar su jurisdicción sobre 200 millas marinas.
No fue antes de 1958 cuando, en la I Conferencia de Naciones Unidas sobre el
Derecho del Mar celebrada en Ginebra, se conformaron cuatro Convenciones sobre el

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Derecho del Mar: Mar Territorial y Zona Contigua, Alta Mar, Pesca y Conservación,
Plataforma Continental. Estas Convenciones, o algunas de ellas (pues existía la opción de
elegir), ya regían para la mayoría de los países del mundo en 1967, cuando el pequeño
Estado insular de Malta propusiera un tratado para operar los fondos oceánicos de la alta
mar, ricos en nódulos polimetálicos (manganeso, cobre, cobalto), como patrimonio común
de la humanidad. Esto desató un proceso hacia una decisiva Tercera Conferencia sobre la
materia, ya que la segunda, celebrada en Ginebra en 1960, fue un rotundo fracaso.
Durante el Gobierno del Presidente Betancourt, Venezuela firmó y ratificó las
cuatro Convenciones de Ginebra, haciendo abstracción (reserva) de aquellos artículos sobre
los métodos de delimitación que habrían podido atentar contra sus derechos en el Golfo de
Venezuela, el Golfo de Paria y en su dominio insular. Aparte de las leyes respectivas que
aprobaban dichas Convenciones, la República contaba con una ley sobre mar territorial,
plataforma continental y protección a la pesca, promulgada durante la presidencia del
General Marcos Pérez Jiménez, en julio de 1956.
En materia de pesca, Venezuela registra avances notables en la década de los 60,
tanto en lo que respecta a la producción, como en cuanto a métodos y tecnologías. Un
programa de asistencia técnica en colaboración con la FAO y el PNUD se cumplió
positivamente durante el gobierno del Presidente Raúl Leoni.

Presencia y conciencia del mar en nuevos tiempos


A partir de 1970, una combinación de hechos y circunstancias determinó que
Venezuela hiciera un viraje en su política marítima o, mejor dicho, adoptara una política
coherente inspirada en el conjunto de sus intereses legítimos y urgentes, además de su
tradicional preocupación por la seguridad de sus rutas petroleras. No cabe la menor duda de
que uno de los hechos más influyentes lo constituyó la nueva confrontación con Colombia
en torno a la plataforma continental al noroeste del Golfo de Venezuela: espacio intocable
para la idea misma de un país que se creía inmune a nuevas demandas territoriales por parte
de su vecino occidental tras la conclusión del Tratado bilateral de 1941. Cuando Colombia
comenzó a ventilar el asunto como una reivindicación que le correspondería en virtud de
los (entonces) nuevos principios de jurisdicción marítima, específicamente en materia de
plataforma continental, tanto la Cancillería de la República como la opinión pública, y en

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especial la prensa, se abocaron a examinar y debatir estos principios, reales o supuestos, a
objeto de responder a la situación. Recuérdese que durante la presidencia del Dr. Leoni en
1964, al quedar al descubierto la pretensión colombiana, hubo una tentativa de
conversaciones, sobre lo que parecía cuestión de concesiones petroleras otorgadas
unilateralmente por Colombia, antes de ser suspendidas y ser la materia dirigida a las
respectivas Cancillerías, tras una declaración inequívoca dada por el entonces Canciller,
Ignacio Iribarren Borges. Durante el primer año de su gobierno, el Presidente Caldera se
reúne con su homólogo colombiano con ocasión del sesquicentenario de la batalla de
Boyacá, para decidir la reanudación del diálogo (Declaración de Sochagota), lo cual se
iniciaría con buena voluntad pero sin éxito, en Roma. De modo que la reclamación
colombiana fue lo que precipitó, inicialmente al menos, un nuevo examen del Derecho del
Mar, como nunca antes se había realizado en el país.
Esta motivación hubo de unírsele a otra, como lo sería la necesidad de armonizar la
posición venezolana con la de los demás países latinoamericanos en materia del Derecho
del Mar, habida cuenta de que la mayoría de los países oceánicos del Continente se
hallaban comprometidos con la fórmula de las 200 millas náuticas, a la que Venezuela se
opuso en la Conferencia Latinoamericana de Lima (1970), consecuente con su posición
restrictiva, para no perturbar la libertad de navegación en alta mar. En esa reunión
continental Venezuela, país marítimo por excelencia desde su cuna y bautizo, se encontró
sola con Bolivia, país mediterráneo que también adversó la Declaración de Lima.
Esta situación alarmó al Gobierno nacional. Entre el Presidente Caldera, el Canciller
Arístides Calvani y el Embajador Andrés Aguilar, quien encabezó la Delegación a Lima, se
convino en la necesidad de revisar la política marítima del país.
Un tercer factor no menos importante lo encarnó la modernización y extensión de
las rutas de navegación venezolana, tanto la meramente mercante como la flota petrolera.
La Compañía Anónima Venezolana de Navegación (CAVN), hoy extinta y eliminada por la
voluntad privatizadora que se enseñoreara de las decisiones económicas de la nación en la
década de los 90, entonces cubría las rutas oceánicas hasta las dos Américas, Europa y el
Lejano Oriente. La bandera tricolor que trajo Francisco de Miranda a las costas de Coro
ondeaba en los más lejanos mares y lucía en los puertos más frecuentados de la geografía
universal. Hubo interés y voluntad política por renovar la flota petrolera, reforzar los diques

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y astilleros nacionales y competir en el mercado del transporte marítimo. Venezuela
examinó y se adhirió a los convenios más relevantes de la Organización Marítima
Internacional (OMI, entonces OCMI), con sede en Londres, a cuya membresía se suma
oficialmente en 1975.
Un cuarto factor que no dejaba de lucir novedoso para la época y hoy se presenta
con todo su peso en el Golfo de Paria, lo representó la técnica, ya bien desarrollada pero
quizá no en los mismos grados de hoy en día, de la perforación, exploración y explotación
de petróleo costa afuera. Si bien en los años 70 pudo haberse vinculado a las concesiones
colombianas en el Golfo de Venezuela, ya venía adquiriendo peso propio y autonomía
temática.
Y si el desarrollo de la pesca también venía exigiendo nuevos enfoques y políticas,
de ninguna manera se puede ignorar la influencia, entonces incipiente pero de alto peso
ético, del desarrollo de las ciencias e investigaciones marinas en nuestras universidades y
altas casas de estudio. En el sector privado fue la Fundación La Salle pionera indiscutible
en el Oriente venezolano, pudiendo decirse que la misma idea de la creación de la
Universidad (nacional) de Oriente a principios de los 60, se debe en buena parte a las
potencialidades pesqueras y marinas del Oriente venezolano: Sucre, Nueva Esparta,
Anzoátegui. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas
(CONICIT) creó una Comisión Oceanológica que se abocó a sus programas y trabajos con
mucha mística. Gracias a las recomendaciones de la Comisión, Venezuela reforzaba su
participación en la Comisión Oceanográfica Intergubernamental (COI), adscrita a la
UNESCO en París.
Y de ninguna manera se puede soslayar el papel de la Armada venezolana, cuyas
instituciones serían renovadas y modernizadas con la más alta tecnología disponible en su
momento. Varias unidades estaban siendo construidas en puertos europeos. Mientras tanto,
la Escuela de Mamo y la Escuela de Guerra Naval en Los Chaguaramos integraban
promociones cada vez más preparadas y mejor sintonizadas con los nuevos conceptos que
sobre las potencialidades del mar estaban cristalizando en el resto del mundo.
Con ocasión del Sesquicentenario de la Batalla Naval de Maracaibo, el gobierno del
Presidente Caldera declaró 1973 el Año de la Reafirmación Marítima de Venezuela. Toda
una serie de actos, proyectos, encuentros e intercambios marcaron ese período de

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actividades útiles y gran sentimiento patriótico. Todos los sectores, públicos y privados, se
entregaron examinar y fomentar el desarrollo de las actividades específicas que tuvieron
por objeto el medio marino.

“La Vigencia del Mar” en tanto idea


Esta sección será escrita, forzosamente, en primera persona. Puesto que la biografía
del libro estuvo íntimamente ligada a la historia de la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Derecho del Mar y todo el proceso que le precedió. Entre los cinco o seis factores
que se mencionaron supra como los condicionantes del impulso hacia el mar en la
Venezuela de la década de los setenta, son dos los que entran en mi desempeño profesional:
el primero, la cuestión del Golfo de Venezuela y el segundo, mi integración docente a la
Universidad Simón Bolívar.
El problema del Golfo de Venezuela había comenzado a atraer mi atención a un
normal nivel de curiosidad por el saber, como suele pasar a los que nos ocupamos de pensar
las cosas públicas como si fueran propias. El impacto llegó una tarde en domingo,
caminando solo por las calles desiertas de Cabimas y contemplando el lago bajo un sol
inclemente, a la espera de que llegue la hora de la cita con un pariente. Percibiendo lo que
era un ámbito venezolano en mis alrededores: zuliano, oriental, larense, andino y hasta
oriundo de otros mares y horizontes, me hice la sencilla pregunta: “Si estas aguas son la
continuación de aquellas, ¿qué es lo que Colombia pretende en el Golfo de Venezuela?”
Obtuve la primera respuesta en un artículo que El Nacional publicara a página
completa del hoy fallecido jurista Eduardo Plaza y me pareció fascinante el concepto de
plataforma continental que allí se manejara.
Por otro lado, yo ya había ingresado como profesor raso a la Universidad Simón
Bolívar, fundada en 1969 bajo el nombre de Universidad de Caracas, y había comenzado a
dar clases de inglés, en virtud de una combinación entre mi London University
Matriculation Certificate, y mis estudios para Profesor de Idiomas en el Instituto de
Mejoramiento Profesional, equivalentes a los del Instituto Pedagógico de Caracas, además
de mi Licenciatura – magna cum laude, si algún peso pudo haber tenido- en Estudios
Internacionales por la Universidad Central de Venezuela. Sé que hoy por hoy es mucho

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más complicado ingresar al cuerpo docente de la Universidad Simón Bolívar: lo que sucede
es que estamos hablando de 1969 y no de 2004.
Estaba deseoso de hacer valer mis estudios internacionales y ...¡ojalá! en el área de
geopolítica, fronteras y …¿porqué no soñarlo?: investigando eso de la plataforma
continental. Quería cumplir mi promesa con Cabimas, proporcionándole una respuesta
satisfactoria a la pregunta de aquel domingo inmerso en el sol.
Un día conocí a un joven profesor venido del Táchira, de Francia y del fondo del
mar. Hernán Pérez Nieto, geólogo marino doctorado en la Sorbona, me preguntó si quería
sumarme a un equipo de investigaciones que el Rector Mayz Vallenilla quería formar bajo
la tolda de un nuevo instituto. El Rector era creyente en la investigación sistemática como
aliada de la docencia. Pero yo no sabía qué podía hacer entre geólogos y biólogos un
internacionalista recién graduado que fungía de profesor de inglés.
Hasta que el 13 de agosto de 1970 marcó la diferencia. Ese día se instaló el flamante
Instituto de Tecnología y Ciencias Marinas (INTECMAR), en acto solemne en el cual el
Rector le prometió al país reunir los mejores geólogos, biólogos, geógrafos, abogados,
internacionalistas y economistas para estudiar la plataforma continental y proponerle
soluciones al gobierno nacional. Le contestó el discurso el invitado de honor, entonces
Canciller de la República, Arístides Calvani, quien no ahorró palabras para afirmar que la
delimitación de la plataforma continental en el Golfo de Venezuela era de importancia vital
para la nación y su gobierno. Y como testimonio dejó un regalo consistente en varios
ejemplares de una gruesa publicación, mimeografiada, de nada menos que la sentencia de la
Corte Internacional de Justicia en La Haya sobre el litigio entre Alemania Federal por una
parte y, por la otra, los reinos de los Países Bajos y Dinamarca actuando al unísono y en
conjunto. En ese litigio Alemania había ofrecido muchos argumentos a favor de su tesis de
la equidad, rechazando la aplicación de la línea media. Era como si estuviera hablando por
Venezuela frente a Colombia. Es más, el caso del Golfo de Venezuela fue mencionado
hipotéticamente para reforzar el argumento germano.
La lectura minuciosa de la sentencia y los afiches y croquis que siguieron, me
convencieron de que tenía por delante un manantial inagotable. Ya estaba decidido el tema
de la investigación, pero faltaba el cómo, el cuándo y los recursos.

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Durante todo el año 1971 iba construyendo mi esquema y ampliando los
conocimientos, no sin difundir lo que iba adquiriendo, a lo Cecilio Acosta: la luz es para
difundirla; no para guardarla. Di una primera conferencia sobre la plataforma continental en
el Liceo Gustavo Herrera, donde seguía impartiendo mis clases de inglés en horas
vespertinas. El tema era tan solicitado que mi amigo el hoy fallecido periodista Jesús
Lossada Rondón le dedicó media página en El Nacional del 2 de diciembre de 1970.
Después siguieron las conferencias en liceos, universidades, colegios profesionales y una
especial en Cabimas, retribuyendo el favor (Diario Panorama, Maracaibo, 12 de agosto de
1971).
De facto, yo ya estaba integrado al INTECMAR en la Universidad Simón Bolívar,
pero adscrito al Departamento de Idiomas, mientras se buscaba la fórmula para financiar la
investigación. No puedo minimizar el valor del apoyo de la Universidad ante el CONICIT,
máxime cuando no había realizado otra investigación previa de envergadura. El doctor
Ernesto Mayz Vallenilla, filósofo él y buen conocedor de hombres e ideas, me dio luz
verde. Asimismo, José Antonio Galavís y Hernán Pérez Nieto. Ya para fines de año me
había entrevistado con el Presidente del CONOCIT, el hoy fallecido eminente médico
Miguel Layrisse. Me otorgaron una bolsa de gastos de 72,000 bolívares, calculados para
dos largos viajes de investigación en el exterior, libros, mapas, sueldo y una asistente
secretarial. Y el plazo de un año para producir una investigación acerca de la plataforma
continental y la soberanía marítima de Venezuela dentro del marco internacional del
Derecho del Mar. Esta será la obra que terminará encabezada por el título mayor de LA
VIGENCIA DEL MAR.

“La Vigencia del Mar” en cuanto investigación


El primero de enero de 1972, día del comienzo oficial de la investigación, lo recibí
en Juangriego frente al ancho mar. Margarita, Nueva Esparta, Oriente, un Juan que era
griego de una nación milenaria entre el Egeo y el Mediterráneo, que surcando los mares,
inventó la talasocracia. Algo simbólico y necesario. La visión plástica de azul incentivaría
lo gris del cerebro.
De las miradas que viajaran a lontananzas con las olas de Juangriego me quedó la
imagen de un pequeño monumento en la playa o de una placa -¿será?- que me animaba a

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acometer esta tarea a como diere lugar. Sabía que tenía que ver con el genio de Pablo
Casals, pero en la medida en que el tiempo pasaba, el olvido fue limando su contenido
sustantivo. Manifestando esta inquietud a Sergio Foghin, precisamente en función de este
escrito, puso en marcha su máquina investigadora hasta llegar al cronista Ángel Félix
Gómez, quien amablemente ratificó que se trata de un Homenaje del “Refugi Pau Casals”
al Padre de la Patria, con fecha 23 de junio de 1963, conmemorando el desembarco de
Bolívar al proceder de Haití, el 3 de marzo de 1816.¡Mil gracias a los que valoraron el
poder psicológico de semejante placa y, desde luego al profesor y al cronista!
El primer problema, tras contratar a la asistente y conseguir un huequito en el
estrecho espacio que el INTECMAR a la sazón disponía, era la consecución de material de
apoyo: referencias, libros, textos jurídicos, mapas, en fin, bibliografía. Está demás decir que
a Internet lo conocían entonces en su casa. Literalmente dicho, pues habiéndosele diseñado
en 1968 como soporte a las comunicaciones militares de Estados Unidos, aún no había
salido a buscar mundos. El fax no existía o, cuando menos, no era operativo en Venezuela.
El telex no es para semejantes fines. No quedaba más que el correo aéreo y el traslado
personal. Pero ¿a dónde y en busca de qué?
Lo que era menester buscar no se hallaba en Venezuela, excepto, diría, algunos
textos en la Librería Historia de los Hermanos Castellanos que toda la vida estuvo ubicada
entre Capitolio y Principal hasta apenas un par de años. En la Cancillería existía un buen
material que el Canciller Calvani mandara a solicitar a todas las embajadas en el exterior y,
contento con ello, comisionó al internacionalista (luego embajador) Jesús María Ponce
Torrealba a localizar en Europa. Ponce y yo éramos miembros tanto del Consejo del
INTECMAR como de la Comisión Oceanológica del CONICIT, y él fue muy gentil en
orientarme hacia la ruta de la búsqueda: Ginebra, La Haya, París, Washington, entre otras
metrópolis. Lo más valioso del material lo componían artículos jurídicos en revistas
especializadas de Derecho Internacional, de las cuales sólo algunas conseguí en la
Biblioteca Rojas Astudillo. La generosidad de Ponce Torrealba y el beneplácito del
Canciller Calvani, empero, no serían suficientes para recurrir a una consulta permanente de
textos que, por seguridad, no podían ser sacados de Cancillería. Además, la Universidad
Simón Bolívar y su recién nacido Instituto necesitaban una buena biblioteca propia. Había
que salir a buscar.

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Al itinerario hube de agregar dos ciudades no contempladas en la ruta de Ponce,
como serían Addis Abeba y Santo Domingo; ésta porque ya estaba designada sede de la
Conferencia de los países del Caribe sobre el Derecho del Mar a celebrarse en mayo-junio
del mismo año (1972); aquella, por ser sede de la Organización de Unidad Africana en
donde, teóricamente al menos, debería conseguir información sobre la política marítima de
esos países con pocos años de independencia a la sazón. Ninguno, salvo Egipto y algunos
miembros de la OPEP, mantenía misión diplomática en Caracas.
Debo agregar que, durante el año 1971 y mientras esperaba paciente y
optimistamente respuesta del CONICIT, decidí visitar a todas las embajadas acreditadas en
Caracas con un cuestionario en la mano, donde les rogaba suministrarme ciertos datos
elementales sobre sus leyes y mares como, verbigracia, la anchura de su mar territorial, qué
pensaban con respecto a una próxima conferencia mundial sobre el tema, si tenían algún
litigio activo o potencial por la delimitación de sus mares. Para elaborar el cuestionario y
darle respetabilidad –aún no estaba incorporado al INTECMAR– hablé con mi amigo el
profesor Argenis Ferrer Vargas, brillante internacionalista y más adelante Director de la
Escuela de Estudios Internacionales en la UCV. Argenis regentaba un colegio exitoso de
bachillerato libre y propedéutico al que había dado el nombre de “Instituto Universitario”.
Al nombrarme “Jefe de la Sección de Estudios Internacionales”, pude imprimir hojas con
ese membrete y así “estar legal”. Demás está decir que otra de las conferencias sobre el
Golfo le tocó a ese Instituto, ubicado entonces cerca del Parque Tiuna, en el cual tuve el
gusto de trabajar durante varios años con el profesor Ferrer. Con esas hojas membreteadas
me acercaba a las Embajadas y, con ellas también, envié muchas cartas a las Cancillerías de
todos los países no representados en Caracas. Hoy por hoy, membretear una hoja es
operación que una computadora cumple en un santiamén; en 1971 la única vía era acudir a
la imprenta del señor Danizi, en la Avenida Medina Angarita (antigua Victoria), para
imprimir hojas y sobres. El paquete de cartas salió de Carmelitas, a próposito, el 29 de
abril, aniversario de la firma de las Convenciones de Ginebra. 13 años hacía.
¿Resultado? Como era de esperarse. Algunos contestaron; otros, no. La Vigencia del
Mar cita a los países y funcionarios que dieran alguna información útil. Uno de los países
encuestados fue Estonia, por medio de su Consulado General de Nueva York, en tiempos
de ser las Repúblicas Bálticas componentes de la entonces Unión Soviética. Varios colegas

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me lo reprocharon con reserva, siendo mi argumento que me era necesario conocer de la
política marítima de todos los países del mundo y Estonia, al igual que Letonia y Lituania,
fue una república independiente entre las dos guerras mundiales y su conducta durante ese
período se agregaba a la costumbre internacional. Hoy las tres repúblicas bálticas han
vuelto a ser soberanas.
El plan de la investigación in situ comprendería, en primer lugar y para empezar por
lo lejano, Addis Abeba, luego Ginebra y. por último, La Haya. Regreso a Caracas para una
pausa e ir a “Master” y, luego, el segundo viaje a Santo Domingo y Washington: en ésta, la
Organización de Estados Americanos (OEA) y las publicaciones de su Comité Jurídico, en
aquélla, la prensa dominicana en su cobertura de la Conferencia del Caribe. Luego vendría
lo más sustantivo como lo sería clasificar, leer, compilar fichas, estructurar el estudio y
escribir.
Ya había notado que entre los países africanos y los nuestros debía existir cierta
afinidad razonable en su percepción de sus derechos marítimos. Es más, ya se había
celebrado una conferencia; entre los países africanos sin litoral marítimo, en Uganda,
iniciando su mandato el tristemente célebre y recién fallecido (2003) Idi Amin Dada, a
objeto de decidir si se unían a sus semejantes sin mar, adversando a sus vecinos marítimos,
o si buscaban con éstos una fórmula compatible. Luego de mi regreso de Etiopía me enteré
de que los africanos se reunirían en Yaoundé, Camerún, precisamente para eso, pero ya era
tarde. ¿Cómo iba a conseguir que los Estados africanos me contestaran mi cuestionario?
Partiendo de la premisa de quien no juega no gana ni pierde, decidí jugar. El cuestionario se
envió por correo aéreo certificado a todas las embajadas africanas representadas en su
Organización en Addis Abeba, informándoles que el servidor y suscrito los iba a visitar en
la segunda semana de abril para obtener la respuesta. Todas las cartas salieron de
Carmelitas en una fecha auspiciosa: el 29 de febrero. Pretendía que en cinco semanas las
cartas llegaran y causaran respuestas. Pues así fue. Casi 15 embajadas me respondieron al
llegar, mientras varias otras enviarían su respuesta por correo a Venezuela. Desde luego,
algunas otras no reaccionaron.
En esa semana etíope me acompañó, paso a paso y de puerta en puerta, el diligente
embajador de nuestro país, Enrique Peinado Barrios. No sé quién contagiaría a quién con su
entusiasmo y energía. Un incidente cómico me sucedió al llegar al aeropuerto a

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medianoche, procediendo desde El Cairo vía Jartum. Llevaba una carta de presentación de
nuestro Rector Mayz Vallenilla al Rector Aklilu Habte, de la Universidad de Addis Abeba.
No sé porqué se me ocurrió nombrar a ese rector ante el oficial que me sellaba el pasaporte,
mientras examinaba la visa obtenida en Beirut. El tipo casi brinca, llama a otro y éste a un
tercero quien me pregunta si era yo quien llevaba una carta al señor Aklilu Habte. Apenas
confirmo lo que esperaba que confirmara, llamó a un taxista y le ordenó llevarme al Hotel
Ethiopía por cuenta del aeropuerto, pues era yo un “huésped del Gobierno Imperial”.
Cuando le cuento lo sucedido a Enrique, por poco se muere de risa. Es que Aklilu Habte el
universitario tenía un primo con el mismo nombre: el señor Ministro de Relaciones
Interiores.
Uno de los frutos más recordados de esa semana etíope fue la oportunidad de
conocer a nada menos que al fundador de un país, como en la ex colonia española de
Guinea Ecuatorial fuera don Federico Ebuka, luchador por la independencia (obtenida en
1968) y diseñador de la bandera nacional. Fue anfitrión su hijo Samuel, Embajador de su
país ante el gobierno de Etiopía y la Organización de Unidad Africana, además de su
esposa, cultísima dama de ébano que hablaba un excelente castellano con todo y seseo
peninsular. Ese encuentro me valió un artículo para El Nacional “Bolivarianos en África”
(9 de febrero de 1973), luego recogido para la obra colectiva Venezuela... y los países
hemisféricos, ibéricos e hispanohablantes, publicada en 2000 por la Universidad Simón
Bolívar.
La etapa siguiente hubo de resultar muy diferente, pues consistía en recoger y
fotocopiar artículos en revistas jurídicas especializadas, tanto en la biblioteca de Naciones
Unidas en Ginebra, como en la de la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Además,
no será lo mismo el apoyo de la Embajada de Venezuela en un país del Tercer Mundo,
como la escasez del mismo, o la falta, en una metrópoli europea. Hasta cierto punto, esto
tiene que ver con la personalidad y juicio del embajador. En Ginebra, ni siquiera en el
ascensor me quiso atender el enviado del Gobierno Nacional; en La Haya, sin embargo,
recuerdo la cortesía del Embajador Adrianza y la gran ayuda del entonces Segundo
Secretario, luego Embajador, Amry Touron Lugo. Pero igualmente era a mí a quien tocaba
el trabajo de carpintería, que consistía en revisar el archivo, autor por autor y artículo por
artículo, hasta escoger aquellos que versaban sobre el área de la investigación. De varios ya

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tenía conocimiento previo, pero de otros no. Apenas disponía de una semana en la ciudad
de Calvino y de otra en la urbe holandesa, en la que daba gusto entrar a aquel edificio
imponente de ventanales arqueados y salas espaciosas, donde hasta el mobiliario del fichero
inspiraba respeto jurídico. Allí se había ventilado el caso de la plataforma continental del
Mar del Norte que el Canciller Calvani me dejó, como una semilla viva en el INTECMAR.
Hizo mucho frío en Ginebra durante aquel mes de abril. Únicamente en la víspera
del viaje a Holanda me permití el premio de un solo escocés. Ni la voluntad ni el bolsillo lo
permitían. La fotocopiadora de la Corte en La Haya operaba únicamente con florines en
moneda. Además de tener que sacar las copias yo mismo, tenía que salir a la calle a ver
cómo me las arreglaba para volver con florines sonantes. De la cosecha salieron artículos
por Lauterpacht, Kunz, De Ferron, Queneudec, Hurst, Friedman, Boggs, Oppenheim,
Mouton, Young y otros de cuya existencia no teníamos noticia en Venezuela. Todo podía
hacer falta para derrotar la tesis colombiana de la línea media, entonces conocida como la
línea Boggs.
Bajando a tomar agua en una estación del tren que me llevaba a Ámsterdam, éste
arrancó con mis fotocopias y yo impotente en el andén. Pero esos son países que funcionan.
El jefe de la estación llamó a su colega en la siguiente, y éste subió al vagón indicado y
bajó los paquetes para guardármelos. En Ámsterdam no conseguí quien me ayudara a
arrastrarlos al hotel, mientras los taxistas iban a millón. Pero toda esa penuria me la
compensaron los representantes de la C.A Venezolana de Navegación, cuando les llevé el
material, además de unos 40 libros, para llevarlos a Venezuela. Si mal no recuerdo fue el
Capitán Díaz Tillero quien me aseguró que lo único que tenía que hacer la Simón Bolívar
era mandarlos a buscar a La Guaira.
De la semana holandesa me quedó otra lección que no cesé de contársela a mis
alumnos durante mucho tiempo. El vicepresidente de la Corte era a la sazón el ex Canciller
del Líbano, Juez Fouad Ammoun, cuyo hermano había estudiado con un tío mío, además de
haber sido compañeros de armas en esas luchas por la independencia que se prendían como
incendios voraces en el Oriente Medio de protectorados y mandatos. Me invitó a almorzar y
yo, fascinado, le guardaba varias preguntas a tenor de sus opiniones en el sonado caso del
Mar del Norte. Asistía al almuerzo su colega, el juez por Nigeria y el sereno jurista
vicepresidente me manifestó que el Embajador de Colombia solía invitar a almorzar a los

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jueces, uno a uno, cada 15 días y hablarles de los derechos de Colombia sobre el Golfo de
Venezuela. “Díselo a tu Canciller”, me dijo en tono serio, “ustedes pueden perder si se
descuidan”. En la primera oportunidad se lo dije al Dr. Calvani, quien nunca descuidó
asunto alguno de los que tocaban los altos intereses de la República. Fue uno de los más
ilustres Cancilleres que país alguno pudo lucir.
Un mes después la preciosa carga de papel y tinta llegó a La Guaira y la diligencia
de nuestro Jefe de Servicios Generales, el señor Nelson Suárez, me la colocó en el Valle de
Sartenejas. El 24 de mayo, el periodista Guillermo Campos titulaba en El Nacional:
¡Toneladas de Información! No hace mucho que Don Guillermo, aún al pie del cañón en el
diario El Globo, me obsequió copia de un artículo suyo que en 1961 hiciera historia sobre
la invasión de Bahía de Cochinos.
Aún faltaba el cúmulo de material editado por la Organización de Estados
Americanos y lo que iría a producir la próxima Conferencia de los Países del Caribe sobre
Derecho del Mar, anunciada para Santo Domingo de Guzmán, a finales de mayo y
principios de junio.

Nuevos Desarrollos en el Gran Caribe


La Conferencia Especializada de los Países del Caribe sobre los Problemas del Mar
también fue fruto de una ponderada política exterior, esta vez en coordinación con las otras
dos potencias marítimas de habla hispana más importantes del Gran Caribe: México y
Colombia. Aislando el problema bilateral del Golfo de Venezuela del conjunto de los
asuntos marítimos del Caribe y el Golfo de México, el Gobierno Nacional ya había
reformulado su clásica posición conservadora, gracias a la visión y decisión de Andrés
Aguilar. Siendo embajador ante la Organización de Naciones Unidas, no tardó en captar
que las nuevas tendencias hacia la reivindicación de los recursos naturales por parte de los
países en desarrollo iba a triunfar tarde o temprano. Para Venezuela sería indispensable
encontrar una fórmula que le garantizara el flujo de su petróleo hacia afuera y la ampliación
de su jurisdicción marítima en términos de los recursos vivos, ya que los inorgánicos
estaban a salvo desde el Tratado de Paria y la aprobación de la Convención de Ginebra
sobre la Plataforma Continental. En el Comité Jurídico Interamericano en Río de Janeiro, se
venía elaborando una tesis basada en la distinción entre las dos instancias: la libertad de los

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mares se mantendrá fuera del límite de un mar territorial de 12 millas, mientras las 188
millas restantes (de la nueva extensión paradigmática de 200 millas postulada por las
naciones del Pacífico Sur), formarían una suerte de mar patrimonial a efectos de ejercer la
pesca exclusiva y demás derechos sobre los recursos naturales. A un joven jurista chileno,
Edmundo Vargas Carreño, se debió la formulación primaria de la tesis en el ámbito
latinoamericano; Andrés Aguilar la llevará en 1971 al seno de la Comisión de Fondos
Marinos de las Naciones Unidas, en nombre de Venezuela, como tesis de Estado.
A finales del mismo año se reunió en Caracas una conferencia de Cancilleres del
Gran Caribe; es decir, con México, los países centroamericanos, los dos continentales
mayores de Venezuela y Colombia, más los insulares y Guyana, seguida a principios de
1972 por una reunión preparatoria en Bogotá. La propia Conferencia de Santo Domingo
terminó consagrando la tesis del mar patrimonial, espacio marítimo que, poco después en la
Conferencia de las Naciones Unidas reunida en Caracas, cambia el nombre por el de la
“zona económica exclusiva”.
A nivel académico también hubo movimiento en esta dirección. El Instituto del
Derecho del Mar de la Universidad de Rhode Island en Estados Unidos venía auspiciando
varias reuniones académicas y formando una especie de “think tank” sobre las nuevas
tendencias en el derecho y la administración de los océanos. En él despuntaban varias
eminencias, como Lewis M. Alexander (geógrafo), Thomas Clingan, jurista y John Knauss.
Rhode Island (que no es ninguna isla), puede ser el Estado más pequeño de la Unión
norteamericana, pero es rico en tradiciones académicas e históricas. La plana mayor del
Instituto quería celebrar una conferencia científica con representantes autorizados de los
distintos países del Gran Caribe, como para leer entre líneas. Gracias al jurista venezolano
Alfredo Morles Hernández, Venezuela resultó el país sede y, a última hora, casa hospedante
la Universidad Simón Bolívar y su Instituto de Tecnología de Ciencias Marinas
(INTECMAR), aún en pañales. Mayz Vallenilla y Galavís Seidel aceptaron el reto; Pérez
Nieto y el suscrito comenzamos a trabajar. Durante tres días en febrero (1972), deliberamos
en el llamado Pabellón Uno detrás de la Casa Rectoral, y disfrutamos de la compañía y
opiniones de una veintena de especialistas de casi todos los países del área. Los expertos
del Norte salieron con la convicción de que en América Latina se encaminaba a decidir la
suerte jurídica de los océanos. Fue grato conocer a Jorge Castañeda, luego ponderado

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Canciller de México. El Canciller Calvani nos invitó a recorrer la Casa Amarilla y de ahí
enfilamos hacia el Palacio de Miraflores, donde el Profesor Presidente nos dictó una clase
magistral de Derecho Internacional.
La relación con el Instituto del Derecho del Mar de la Universidad de Rhode Island
marcó mi actuar académico, en forma ininterrumpida, hasta 1985. Durante casi todos los
años siguientes, a finales de junio cuando los días alargan las sombras y las luces, asistía a
sus conferencias, no sólo como oyente o comentarista, sino como ponente y autor. Muchos
recuerdos de esas cenas a la orilla del océano, a la vera de un sol porfiado que no quería
marcharse. Y muchas anécdotas he guardado también. En uno de esos encuentros conocí al
orador de orden, el senador y ex precandidato presidencial, Edmund Muskie (luego
Secretario de Estado), así como al famoso senador por Rhode Island, Clayton Pell. Lo más
precioso era el pertenecer a un club intelectualmente selecto, formado por hombres y
mujeres de distintos lados del mundo, cada quien con una visión propia que enriquece y con
sorpresas que impresionan. Como aquella cuando, caminando hacia la cantina, le pregunto
al delegado de Fiji porqué a su archipiélago lo llaman, también, Viti. Y el señor, molesto e
iracundo, ripostó: “¡No señor, nosotros no! ¡Son ustedes los que lo llaman Viti”!
“¿Nosotros”?, pregunté perplejo “¿Cómo?” –“¡Sí, ustedes, en español!”
Para redondear la investigación y completarla, juzgué necesario ampliar la búsqueda
hasta Santo Domingo e incluir el concepto del mar patrimonial en la monografía que ya
venía sospechando no poderla contener. El CONICIT sólo me exigiría lo que se había
aprobado, en los términos aceptados por la Universidad y por el investigador. Pero yo
decidí que sería una traición a mi conciencia, a la Universidad y al país no perseguir esos
acontecimientos cambiantes, como si fuera a editar un periódico, además de publicar la
investigación. No sé cómo ni con el permiso de quién, pero ya me encontraba en Santo
Domingo, a los pocos días de haberse realizado la Conferencia, en busca de los recortes de
sus periódicos, sobre todo Listín Diario, en cuyas instalaciones pasé dos o tres días,
recortando, revisando y preguntando. En eso se les ocurre a un reportero hacerme una
entrevista, para la gran satisfacción de Pedro: un señor sencillo de mediana edad que se
pegó de mí desde mi llegada para enseñarme Santo Domingo. “¡Ya sé a qué vino usted!”,
exclamó triunfante agitando el periódico con la mano.

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En Washington el trabajo sería más sistemático y rutinario: leer, conseguir o
fotocopiar los documentos de la Organización de Estados Americanos. Allí conocí al
especialista chileno en la materia: Francisco Orrego Vicuña, con el cual me volví a topar en
Tokio, en una conferencia japonesa sobre los océanos (1977) y, nuevamente en Londres,
siendo él Embajador de Chile y yo Consejero en la Embajada de Venezuela y
Representante ante la Organización Marítima Internacional. Y en Washington no podía
faltar la visita al Embajador Andrés Aguilar, en Massachusetts Avenue, sede de la
Embajada de Venezuela durante muchos años.

“La Vigencia del Mar” en tanto libro


Desde julio a noviembre no hice más que estructurar la investigación. Fichas,
resúmenes, traducciones, esbozos de mapas y la bibliografía. Cuando llegué a la etapa de
redactar, me di cuenta de que el esquema inicial necesitaba una introducción. El esquema
iba a ser tripartito: el espacio marítimo, el espacio marino y el espacio submarino. La parte
primera abarcaría el ordenamiento jurídico de la superficie marítima y sería lo relativo a la
alta mar por un lado y, por el otro, al mar territorial y la zona contigua (el mar puente); la
segunda, la pesca, los recursos vivos y su protección tanto del abuso como de la
contaminación (mar tesoro y mar ambiente); la tercera, lo relativo a la plataforma
continental o submarina (mar tesoro en cuanto a los recursos inorgánicos). El versado
geólogo José Antonio Galavís, Director del INTECMAR, en cuanto supervisor de la
investigación, así lo aprobó, tomando en cuenta que era un enfoque que combinaría las
realidades físicas y usos del medio marino, con la tendencia a contener sus normas en
cuatro Convenciones por separado.
Pero si el dicho popular reza que en el “camino se enderezan las cargas”, ese camino
mío no hizo más que complicarlas. Cada vez que intentaba aplicar el esquema, me resistía a
hacerlo sin una amplia introducción situada entre la historia, la geografía y la sociología
colectiva de las naciones marítimas como distinta a la de los pueblos continentales. El viaje
a Holanda tuvo que ver con esa sensación de que el mar amolda la sociedad humana a un
patrón de vida distinto al continental. Unas largas vacaciones que había pasado en Belém
do Pará en Brasil me arrimaron a la mente y modo de ser de descendientes de portugueses
quienes me hablaban , allá en 1951, de que el mar era tan aliado de Portugal como la tierra

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lo fuera de España. En mi viaje hacia Etiopía había hecho una breve escala en Milán, donde
existía una famosa librería jurídica que ofrecía textos contemporáneos y antiguos. En la
Bonfanti – si me acuerdo bien del nombre- había adquirido un ejemplar original de los
cinco tomos de la compilación de leyes marítimas de Pardessus (1828) y una traducción al
francés de la obra maestra del sardo Domenico Alberto Azuni (1804), en la que trató la
relación entre la talasocracia en tanto gobierno orientado hacia el mar, y el derecho que las
talasocracias buscarían implementar a favor del libre comercio y de la jurisdicción
marítima. De la Universidad de Rhode Island regresé con un libro apenas “salido de un
horno” finlandés, traducido al inglés con el título The Sea and Man por Jorma Pohjanpalo.
Otras fuentes árabes, catalanas, griegas, italianas y francesas apuntaban a la civilización
mediterránea como el ombligo de la transformación de los antiguos imperios pesados en
livianas repúblicas o sociedades marítimas: dorios, jónicos, fenicios, cartagineses: los
Assises de Jerusalén, las Tablas de Amalfi, las Leyes de Rodas, el Consulado del Mar, los
Roles de Olerón, las Leyes de Wisby, todo debería entrar en el estudio. Este llegaría a ser,
no obstante, más largo que lo planificado y no faltaría quien me enrostrara su crítica al
reclamarme el haber salido del estricto marco de la subvención. Mi razonamiento interno
fue otro: quien auspicia una investigación financiándola, tendría todo el derecho a reclamar
si fuese deficiente o menos de lo acordado, pero si peca por más ¿cuál será el problema?
Pues, sí hubo problema.
Al darme cuenta en noviembre de que sería imposible concluir la obra dentro del
término del año convenido, solicité al CONICIT una prórroga basándome, precisamente, en
el simple hecho de haberme extendido. Se me convocó a una reunión de expertos que
decidieron enviar lo que estaba listo del manuscrito a un eminente profesor de Derecho
Internacional que residía en Puerto Rico. Era evidente que su opinión sería de
inconformidad, porque lo que estaba hecho era la parte que titulé “La Historia y el Mar” y
no, precisamente lo que establecía el proyecto, que era lo que faltaba para ser pasado a
máquina. Esa labor la cumpliría a cabalidad mi compañera de estudios, Licenciada Ana
Mirabal Chávez, mas no estaba concluida a la hora de la decisión de enviar el trabajo a
Borinquen.

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El supervisor de la investigación, José Antonio Galavís, quien iba leyendo y
revisando el material, me aconsejó seguir adelante. Pero ¿cómo?, y ¿si el CONOCIT negara
la prórroga? Entonces, que lo decida el Rector.
Mayz Vallenilla es uno de los intelectuales más lógicos que he conocido. Un
hombre de temple, seriedad y certera visión. Durante su rectoría de la Universidad por él
fundada, confiaba más en el hombre y la palabra que en el papel y la forma. Me miró larga
y fijamente para interrogarme: “¿Usted está seguro, Profesor, que el trabajo es bueno?” “Sí,
Rector,” le dije, “con toda seguridad”. “¿No va a hacer quedar mal a la Universidad?”. “No,
Dr Mayz”. “Entonces, ¡déle viaje!”.
Darle viaje significó que la Universidad asumiría el costo y riesgo de publicar la
investigación, ya en forma de libro, y luego presentarlo al CONICIT. Al final de la jornada,
resultaron dos tomos, en lugar de uno. El artífice material de la obra, consejero, asesor y
amigo, se llamaba Gregorio Bonmatí. Hombre de gran sensibilidad y agudo observar.
Gregorio acababa de aterrizar de su nativo Madrid, en compañía de su joven esposa
margariteña, tras estudiar letras y derecho, ésta última carrera al lado de un alumno que se
llama Juan Carlos de Borbón. Gregorio nunca hizo valer esta relación con quien sería, dos
años después, Su Majestad el Rey de España. Casi treinta años duró nuestra amistad,
habiendo sido yo quien lo despidiera en Maiquetía, aquel 4 de junio de 2000, cuando viajó
a su tierra natal en procura de sanarse de una enfermedad que no quiso perdonarle su osadía
de vivir como viviera: un aristócrata del verbo y del verso en medio de una búsqueda
incesante del sueño vivificador. En la última etapa de su vida me volvió a acompañar, como
Jefe de Publicaciones del Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad
Simón Bolívar. El 6 de noviembre del mismo año de su partida de Maiquetía, Gregorio
partió hasta donde hoy por hoy quisiera hacerle llegar un abrazo y no puedo.
El leyó La Vigencia del Mar de punta a punta, haciéndome observaciones
lingüísticas, lógicas y válidas de toda índole. Supervisó la edición y diseñó las dos portadas
ejecutadas por Víctor Viano dejándome el privilegio de escoger los colores. Así fue como
el primer tomo (612 páginas) salió en azul, en honor al mar puente de las comunicaciones,
en tanto al segundo, dedicado al mar tesoro de los recursos, (658 páginas), le correspondió
el verde. El Dr. Galavís escribió la Presentación. La Vigencia del Mar fue el segundo libro
editado por Equinoccio, la prestigiosa editorial de la Universidad Simón Bolívar. El

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primero fue El Primer Deber del historiador y académico José Luis Salcedo-Bastardo.
Huelga decir que al eminente historiógrafo de Bolívar y mi profesor de Sociología,
Salcedo-Bastardo, le correspondió la escogencia definitiva del título del libro, desde que
decidimos que tal título corto y atractivo hacía falta para un libro, así le siguiese, como
subtítulo, la versión aprobada por el CONICIT: “Una investigación acerca de la Soberanía
Marítima y la Plataforma Continental de Venezuela dentro del marco internacional del
Derecho del Mar”. Como cuando hay que escogerle nombre a un recién nacido, las
opiniones de amigos y colegas se hallaban divididas entre La Presencia del Mar y La
Vigencia del Mar. Fue el doctor Salcedo quien asumió la escogencia final.
No será justo pasar por alto el esmero y profesionalismo de los señores Gascón y
Sivira de la Dirección de Cartografía Nacional quienes, en horas libres, se encargarían de
llevar a la nitidez cartográfica unos 40 mapas y gráficos que el autor de la investigación
juzgara necesarios a efecto de ilustrar sus planteamientos, y algunos casos reales o
hipotéticos como el del Mar del Norte, aquel que prácticamente inspirara el proyecto y sus
ramificaciones.
Ambos tomos salieron con cuatro Índices: onomástico, geográfico, de naves y el
general, además de la bibliografía. Se incluyó un Apéndice de leyes, reglamentos y tratados
internacionales que ocuparían casi el 7% de las páginas sumadas de ambos tomos; con el
Apéndice Cartográfico, los Índices y la Bibliografía ,lo agregado a lo monografía resultó el
20% . Es decir, cada 4 páginas investigadas y redactadas engendrarían una página adicional
que, en última instancia, se supuso enriquecería el valor documental de la obra.
Falta un importante dato que no debo soslayar. En medio de la expectativa nacional
por el Golfo de Venezuela, esta investigación, además de su espacio académico, tuvo un
eco necesario en los medios de comunicación. Y sin proponérmelo, venía notando que la
prensa y la televisión captaban todo lo que la cuestión del Golfo de señales emitiera, con un
nuevo interés por el Derecho del Mar, como consecuencia de la reclamación colombiana.
Para la Cancillería de San Carlos, lo que se venía discutiendo con Venezuela en Roma era
Derecho del Mar potencialmente aplicable al Golfo de Venezuela. Si el cancionero decía
que “en el mar la vida es más sabrosa”, la estrategia de Colombia hizo que los estudios del
mar en Venezuela, al menos durante esa época, eclipsaran la geografía de la tierra. A mí no
me desagradaba que varias de mis intervenciones en público fueran reseñadas: con ello

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ganaban prestigio las instituciones que me daban su apoyo también. Sin embargo, aún no
había caído en cuenta de que pronto sería llamado a contribuir con mis propias opiniones
por la prensa nacional. Los holandeses me hicieron el favor. A finales de septiembre de
1972, la prensa publica un cable en el que el gobierno de los Países Bajos supuestamente
presionaría a Venezuela para delimitar el mar con sus tres posesiones A, B, C (Aruba,
Bonaire, Curazao). En su rueda “Habla el Presidente”, el Dr. Caldera le salió al paso
proclamando que a Venezuela no la presionaba nadie. Era normal que mis colegas de la
Universidad me preguntaran qué pensaba, y así fui formulando una respuesta técnica al
potencial problema cuando fui abordado por el señor Pocaterra.
Don Manuel Pocaterra, veterano periodista, tenía a la sazón los años que hoy tengo;
es decir, debía estar ejerciendo la jubilación, pero prefirió acompañar a su amigo el Rector,
como Jefe de Prensa de la Universidad. “Oye, Kaldone”, me dijo, “Tú deberías escribir
sobre esto para El Nacional. Yo tengo la persona”. Yo ya venía leyendo los comentarios de
Rodolfo Schmidt en la célebre “Página Seis”, la internacional del periódico, entonces
próximo a celebrar sus treinta agostos, bajo la batuta de don Arturo Uslar Pietri. Rodolfo
aceptaba el artículo, pero para “ayer”. Se redactó en día y medio y se mandó con el
mensajero del Rectorado (Hoy puedo mandar este trabajo de Turquía a Venezuela en cinco
segundos). Había que ilustrarlo con un mapa cuyas líneas hipotéticas sólo se podían salir de
mi esquema mental a un dibujante que no se conseguía. “¿Qué tal si yo mismo lo dibujo?”,
le pregunté a Rodolfo quien, ni corto ni perezoso, me contestó: “Si me lo hace llegar esta
noche, sale mañana”.
Como pude dibujé y como pude llegué a El Silencio esa noche del 2 de octubre y
entregué el dibujo. De regreso me dirigí a una Plaza Bolívar mojada por una ligera llovizna,
como encomendando mi suerte al Libertador. Le pedí más luces si acertaba y perdón si
fallaba.
Al día siguiente salió El Nacional con el artículo a página completa: ¿DELIMITAR
QUÉ, CON QUIÉN? En cuestión de horas ya llegaban las llamadas y felicitaciones. El
hecho de que mi antiguo y respetado profesor Luis Cabana tuviera apenas dos
observaciones, ya constituía un galardón. El mismo Presidente del CONICIT, el hoy finado
Dr. Miguel Layrisse me mandó a felicitar con su asistente, la meritoria investigadora Delia
Picón de Morles.

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Durante la semana en que la comisión evaluadora del CONICIT iba a decidir la
suerte de mi empeño, el noticiero de Independence, Missouri, dio un preaviso: el ex
Presidente Harry S. Truman se encontraba en sus últimas. El fue el presidente de Estados
Unidos que emitió las llamadas Proclamaciones Truman sobre la plataforma continental y
la pesca que, a partir del 28 de setiembre de 1945, iban marcando un antes y un después,
precisamente en materia de jurisdicción marítima. ¿Qué tal si preparaba un artículo
“Truman y el Mar” para la página del consecuente Rodolfo? Este decidió ilustrarlo con una
caricatura del presidente que lanzó la bomba atómica al Japón, volando sobre una voluta de
humo negro con un ramito de oliva en su pico de pájaro aviador. Lo guardó en su gaveta
para sacarlo el 30 de diciembre, al día siguiente de la partida del mandatario quien un día
recibiera al Presidente Gallegos para develar un busto de El Libertador, en el mismo pueblo
de Missouri donde había nacido. Fue el presidente que de inmediato reconociera al Estado
de Israel a la misma hora de su proclamación. El año 1972 estaba finalizando. La comisión
evaluadora como que si se convenció de que ese señor algo sabe del Derecho del Mar. No
se volvió a hablar más de enviar el trabajo realizado a Puerto Rico.
Con Rodolfo Schmidt nació una amistad que trascendió su ejercicio en El Nacional
y luego en El Diario de Caracas, incluso después de una temporada que pasaría en la
oficina de prensa de la OEA en Washington. Mientras yo seguía en mi empeño, cualquier
novedad sobre la materia sería buena para un artículo de la página 6 de El Nacional. Del
terremoto de Managua salió un artículo analizando la ubicación de las capitales
centroamericanas sobre la inquieta serranía del Pacífico, en lugar de estar mirando la
tranquilidad de las playas del Caribe. Un litigio petrolero en la plataforma continental de
China, en tanto “Polonia y el Mar” del 16 de mayo de 1973 me trajo una carta de Varsovia
firmada por el periodista y diplomático venezolano Alberto Valero, y su amistad de tres
décadas.
El artículo que más influencia tendría sobre mi carrera, sacándome del medio
nacional al círculo de especialistas internacionales, lo titulé “Canadá y las 200 millas”, en el
cual expliqué el cambio de actitud de un gobierno hasta entonces comulgante con las tesis
de las potencias navales y marítimas y que, ahora, por sensibilidad ecológica hacia su
ambiente ártico, se movía en dirección de la tesis de las 200 millas auspiciada por América
Latina. Le di suficiente espacio al rol de Chile en formular dicha política, incluso con

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crédito para don Andrés Bello. Salió el 12 de junio de 1973, un poco antes de viajar a
Rhode Island por segunda vez, a donde llevé una ponencia. Concluida la sesión del
penúltimo día, observé que algunos delegados se habían quedado conversando y me les
acerqué, con la intención de obsequiar una copia sobrante del artículo canadiense-chileno al
delegado del hermano país austral. Al acercarme logro escuchar al señor hablar
barbaridades de su propio presidente, el Dr. Salvador Allende. Esto no cabe en mi manual
ético por más oposición que se tenga al presidente del país. A Edgar Gold, el abogado y
capitán de la marina mercante canadiense, le ofrecí el artículo con mis disculpas, porque no
estaba traducido. Miró el título y la gráfica con sumo interés para decirme, al día siguiente,
que la Delegación canadiense ante la ONU en Ginebra se encargaría de la traducción. Dos
meses después me la envió a Caracas, afirmando que pronto saldría publicada en Toronto.
Con Edgar Gold fue otra amistad muy fructífera y permanente; quizá un tanto
distanciada en los últimos años. Pero esto que he recordado del artículo canadiense, sucedió
–y valga la acotación– mientras la comunidad internacional juraba que la III Conferencia de
Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar iba a celebrarse en Santiago de Chile.
Venezuela, Caracas, Parque Central y el Diario del Mar estaban en el misterio sin luz de lo
desconocido por no acontecido y, en este caso, no concebido, por quedar fuera del marco de
lo razonablemente posible.

En Caracas la Conferencia del Mar


Todo estaba previsto para que el primer tomo - azul – de La Vigencia del Mar viera
la luz en septiembre (1973). Mientras tanto seguía escribiendo en El Nacional, virando el
escenario hacia los problemas de nuestra marina mercante, cuyo desarrollo y protección
eran prioritarios para el gobierno de Rafael Caldera. Ya las conversaciones de Roma se
habían suspendido por la terquedad colombiana al insistir sobre la línea media en la
delimitación del Golfo, en tanto se desconocía qué rumbo iría a llevar la primera sesión
preparatoria de la III Conferencia sobre Derecho del Mar en Santiago, tras una reunión
preparatoria prevista en Nueva York para diciembre. En la Universidad Simón Bolívar nos
preparábamos para lanzar el primer tomo de esa investigación. El país nacional vivía el
comienzo de un debate electoral para el cuarto período democrático.

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Las noticias de Chile no eran de aliento y esperanza. La presión contra el gobierno
Allende venía aumentando hasta provocar rumores cada vez más descarados sobre un golpe
de estado. Los comentaristas extranjeros comenzaban a preocuparse no sólo por la suerte de
Chile y de su derrotero socialista, sino también por los compromisos internacionales del
país austral, el de CONFEMAR III, incluso. El 2 de septiembre publiqué en El Nacional el
artículo “De Este a Oeste a Norte-Sur, los Bloques y el Mar”. Decía que la alineación de
fuerzas ahora sería de Norte y Sur como lo veríamos en la Conferencia del Mar. Pero
existían dudas acerca de su viabilidad en Santiago ante tanta presión sobre el régimen.
El 11 de septiembre asistía en el Círculo Militar a la clausura del IX Curso de
Comando y Estado Mayor de la Guardia Nacional, en el cual había participado con una
conferencia sobre el eterno tema, por intermedio del entonces Mayor (luego General de
División y Comandante General de la Fuerza) Luis Ramón Contreras Laguado. La muy
apreciada y hoy finada cantante Rosalinda García, cuyo esposo se posgraduaba en esa
oportunidad, cosechaba los aplausos hasta del Primer Mandatario. Estaba yo a poca
distancia del Presidente Caldera – lo estoy viendo como si fuera ayer – cuando el Jefe de su
casa Militar, el valioso marino Contralmirante Manuel Díaz Ugueto – hoy lamentablemente
fallecido – se acercó al Presidente y le dijo algo al oído. El rostro del Presidente cambió
consternado, para que, minutos después, se retirara del Círculo a Miraflores. A esa altura,
las noticias del Palacio de la Moneda requerían que el Presidente venezolano estuviera en
su despacho. Se jugaba la suerte de la democracia en América Latina.
Treinta años después, el Presidente Ricardo Lagos y la mayoría que lo eligió han
devuelto el recuerdo de Allende al pedestal de la decencia que siempre le correspondía. El
general que lo tumbó y permitió su asesinato anda agotando sus últimos pasos entre una
senectud consentidora y una historia acusadora.
El primer tomo de La Vigencia del Mar fue bautizado con aguas del Lago de
Maracaibo en la Casa Rectoral de nuestra Universidad, entre el Rector Mayz y mi esposa,
ante un nutrido grupo de colegas, marinos, amigos y periodistas. Coincidió con el tercer
aniversario de la develación de la estatua de “Bolívar, el académico” en el Valle de
Sartenejas.
El 17 de octubre venía de regreso a Caracas desde Guanare, cuando me detuve en
San Carlos de Austria (Cojedes) para reemplazar el silenciador. A la espera de la obra, leo

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en el periódico que Chile había renunciado oficialmente a hospedar a CONFEMAR. Ya se
especulaba con el país sucesor: en Europa rivalizaban Ginebra y Viena; en América Latina
se asumía que, en materia marítima, Lima sería la sucesora natural. ¡Qué bueno si fuera
Caracas!, dije para mis adentros, soñando con que mi libro vendría como anillo al dedo. Era
muy improbable que un gobierno, a seis semanas de un proceso comicial, fuera a asumir
semejante compromiso. Se hablaba de una conferencia con 4.000 delegados y todos los
organismos internacionales del mundo. No habría donde alojarlos además ¿quién iba a estar
pensando en eso? Soñar no cuesta nada.
Andrés Aguilar sí pensó en eso. Al ver la oportunidad abierta ante un país con tanto
prestigio como el nuestro, se comunicó con el Canciller Calvani y éste con el Presidente
Caldera. El Embajador Aguilar estaba al tanto de las posibilidades que se abrían ante la
candidatura de Venezuela; a nivel logístico, estaban por concluirse los trabajos en Parque
Central y sólo faltaría la decisión política. Al elevar los intereses del Estado por encima de
los partidistas; es decir, de quién gane o pierda las elecciones de diciembre, el Presidente
Caldera autorizó la postulación. Calvani, Aguilar y la Cancillería de la época se encargaron
de lo demás. Venezuela fue electa sede de CONFEMAR III a instalarse en Caracas a
mediados de junio del año siguiente, 1974.
Con la elección de Carlos Andrés Pérez, será un nuevo equipo el que asuma la
responsabilidad. Entre presidente en ejercicio y presidente electo se acordó la creación de
una Comisión Organizadora de la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho
del Mar, cuya presidencia recayó en la persona de Miguel Angel Burelli Rivas, candidato a
la primera magistratura frente a ganador y primer perdedor en la lid que acababa de
concluirse, y hombre de decisiones y criterios propios. Sabiéndose rodear de un equipo
eficiente, comenzó a trabajar en dos frentes: coordinación con Naciones Unidas por un lado
y, por el otro, aceleración de la infraestructura en Caracas, sobre todo las instalaciones de
Parque Central. Algunas de las obras físicas terminaron la misma víspera de la
inauguración, el mismo 12 de junio. De inmediato fue creada una Comisión Asesora de la
Delegación venezolana, en la cual fui nombrado miembro, junto con los demás directivos
del INTECMAR. La demanda de información sobre lo que estaba planteado me favoreció
en el espacio de la página 6 de El Nacional. El 12 de diciembre de 1973 salió “El Mar de
Venezuela”, del que se imprimieron cantidades de copias para la discusión en los liceos de

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Caracas, junto con “¡No contaminarás!” del 20 de enero de 1974, que me mereció una
felicitación personal del Ministro de Educación, Luis Manuel Peñalver.
También les llamó la atención a los canadienses que conocían el artículo anterior
mandado a traducir por Edgar Gold. En marzo me llegó una invitación especial avalada por
el Embjador Tyghem, para visitar las Universidades de Dalhousie y Ottawa, e intercambiar
opiniones con los expertos canadienses. En Halifax no sólo estaba Edgar Gold, sino
también Douglas Johnson, Brian Flemming y varios catedráticos dedicados a la materia Fue
a principios de abril, con bastante nieve sobrando del invierno anterior. En Ottawa conversé
con el profesor Pharand, experto en el Artico canadiense y su sistema; en Toronto, con
ejecutivos interesados en la protección del medio marino. Al entrar en el despacho del
Embajador de Venezuela, Vicealmirante Jesús Carbonell Izquierdo, un ejemplar de La
Vigencia del Mar, se asomaba desde un anaquel detrás de su escritorio. Douglas Johnson
me llevó una mañana fría a una playa pesquera llamada Terence Bay, la cual generó el
artículo “La huella del pescador” (El Nacional, 28 de abril de 1974), habiendo publicado,
tras mi regreso a Caracas, “Canadá: Padre del Tercer Círculo” (21 de abril), trabajo en el
cual cerré el círculo en torno a mi tesis de la historiografía del Derecho del Mar y la
evidencia de existir los tres círculos que se mencionaron al principio de este artículo: el
círculo del mar puente, el del mar tesoro y el tercero, el mar ambiente, que Canadá inaugura
mediante una firme posición ecologista que la enfrentó a Estados Unidos y, por ende, la
tendría que acercar a los países en desarrollo, en lo tocante a su política marítima y
potencial posición en la próxima Conferencia de Caracas. El Informe que redacté al
regresar lo conocieron el Dr. Burelli Rivas, en cuanto primer organizador y el Dr. Andrés
Aguilar, nuestro primer experto en la materia y representante en el foro mundial. A pesar de
que se trataba de un conducto académico sin validación oficial, este contacto bilateral le
aseguró a los canadienses la buena disposición del país anfitrión hacia su nueva y
concurrente postura, en tanto nuestra Cancillería dispondría de un informe fresco sobre este
aliado inesperado que se ganó al “campo opuesto”, gracias a la visión del entonces Primer
Ministro canadiense Pierre Eliott Trudeau.
Fue esa visión la que me sugeriría, dos años después, mi tesis doctoral: “La
contaminación marina ante el Derecho Internacional: La protección y limpieza de los mares
para nuevos principios y normas jurídico-internacionales”. Aprendí a admirar el estilo de

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ese estadista francocanadiense bilingüe y balanceador de fuerzas en pugna, sólido defensor
de su país frente a su potente vecino del Sur, sin innecesariamente antagonizarlo. Años
después, ya entrado el año 2000, venía de regreso a Caracas tras dar una conferencia en
Biarritz, esta vez sobre el sueño de Bolívar y la integración andina. Ya en el avión que
posaba en el aeropuerto de París para despegarse, el primero de octubre, lo leí en el Herald
Tribune. Llegó a 81 años.
El Rector Mayz dio su aprobación inmediata a la idea: auspiciar la Universidad
Simón Bolívar, por medio de su Instituto ya famoso, un curso sobre “Temática y
Terminología del Derecho del Mar”, dedicado a periodistas nacionales y extranjeros
interesados en cubrir la próxima conferencia mundial. Tuvimos que inscribir casi el doble
del cupo, para arrancar al día siguiente de mi regreso de Ottawa. Fue un curso animado,
bien estructurado y sumamente útil, ya que facilitaría a los reporteros la comprensión
objetiva de lo que venía, identificaría a los países claves y explicaría sus posiciones, a veces
contradictorias y ambiguas. Muchas amistades personales han trascendido ese curso para
convertirse en permanentes. Las lecciones fueron recogidas en un folleto multigrafiado. Al
final me obsequiaron un velero en miniatura, tamaño Capitán.
Desde el INTECMAR orientamos una modesta campaña educativa para dar a
conocer lo que la Conferencia iría a significar. Ya teníamos la experiencia de los cursos
grabados con ayuda audiovisual en materia ambiental y pesquera, estructurados en
colaboración con los profesores Pérez Nieto, Germán Febres, Francisco Quero y, en
Cumaná, con la Universidad de Oriente, Gregorio y Elvira Reyes.
Cuando se estaba estructurando la delegación venezolana a la Conferencia, nuestro
Instituto participó en todas las reuniones a que fue convocado. El Canciller Efrain Schacht
Aristeguieta, eximio profesor de Derecho Internacional, nos invitó a un almuerzo en la
Casa Amarilla. Se pudo apreciar que la delegación del país anfitrión sería ampliada, incluso
para incluir a ciertas figuras públicas de relieve, aunque no todas tuvieran relación directa
con el temario. Entre los valiosos estudiosos, desde un ángulo u otro, figuraban el jurista
Isidro Morales Paúl, el también jurista Emilio Figueredo Planchart, el geólogo Aníbal
Martínez, el geógrafo Rubén Carpio Castillo, el biólogo Gilberto Rodríguez y los geólogos
Pedro Roa de la Universidad Central y José Antonio Galavís y Hernán Pérez Nieto de la
nuestra. Quizá sea un poco delicado mencionar lo que a continuación sigue, pero la

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honestidad del relato me obliga a ello. Parece que el suscrito no le caía bien a una persona
determinada en la Cancillería, quien logró eliminar mi modesta persona de la delegación.
Como hay de todo en la viña del Señor, un amigo me lo hizo saber y yo al Dr. Salcedo-
Bastardo, Embajador designado en Francia. De inmediato habló con el Canciller Schacht
quien, indignado, ordenó mi restitución. Sin embargo, el “amigo” que no era tan amigo, se
desquitó al ponerme al final de la lista, desprovisto de todo título académico. Pero sin poder
evitar la orden del Canciller de incluirme en la lista de Delegados Principales, es decir ni
como suplentes ni como asesor. Tomé la decisión inquebrantable de dedicarme, una vez
concluida la Conferencia a finales de agosto, a sacar el doctorado, nutrido de lo que he
aprendido en el proceso del mar.

Las 10 Semanas de Conferencia


El 12 de junio fue inaugurada la Conferencia por el Presidente del país anfitrión,
Carlos Andrés Pérez, ante 3.000 delegados provenientes de más de 137 Estados. La
clausuró el Canciller de la República, Efraín Schacht Aristeguieta, el 29 de agosto, junto al
Presidente de la Conferencia, el Embajador Hamilton Shirley Amerasinghe, de Sri Lanka,
país asiático insular que, hasta dos años hacía, se conocía como Ceilán. Me complació el
haber podido agregar un granito de arena al discurso presidencial, gracias a una consulta
previa sobre algunos aspectos y asuntos que me hiciera el Secretario General de la
Presidencia, el eminente jurista Ramón Escovar Salom. Durante esas diez semanas, Caracas
fue la capital del Mundo del Mar.
La Comisión Organizadora realizó una obra digna de cualquier país del Primer
Mundo. Creo que le corresponde a su presidente Miguel Angel Burelli Rivas rememorar
esa etapa con lujo de detalles, como efectivamente una vez lo hiciera en 1995, siendo
Canciller de la República e invitado como primer ponente en unas Jornadas sobre el
Derecho del Mar que me correspondiera coordinador en el Instituto de Altos Estudios de
América Latina de nuestra Universidad Simón Bolívar. Había que conjugar varios
elementos entrelazados como fueron la logística, la adecuación de las nuevas instalaciones
de Parque Central, la seguridad de los delegados, un servicio de guías e intérpretes de
primera línea, actividades sociales y culturales colaterales por dar a conocer a Venezuela,
satisfacer los niveles exigidos por la Secretaría General de Naciones Unidas y procurar que

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el éxito logístico corriera paralelo a una coherente posición venezolana en lo que a la
agenda de la Conferencia respecta.
La temática de la Conferencia se dividió entre tres Comisiones principales: la de los
Fondos Marinos (tema reactivador de todo el proceso), la Jurídica y la que trataría la
Preservación del medio marino, área que logra una merecida autonomía por vez primera en
el proceso de la codificación del Derecho del Mar. El acuerdo funcional estableció que,
correspondiendo la presidencia de la Conferencia a un asiático (Sri Lanka), la primera
Comisión le tocaría al Africa (Paul Bamela Engo de Camerún); la segunda, a América
Latina ( Andrés Aguilar de Venezuela) y la tercera a un país de Europa del Este, Bulgaria,
representado por el profesor Alexander Yankov. A la presidencia del Comité de Redacción
se asignó el Embajador J. Beesley del Canadá, mientras que el jamaiquino Kenneth Rattray
asumió la Relatoría. Es propicio agregar que el Embajador Aguilar, excepto durante la
segunda sesión de la Conferencia que siguió en Ginebra bajo la presidencia del salvadoreño
Reynaldo Galindo Pohl, fungió de presidente de la Segunda Comisión hasta la conclusión
de Conferencia en 1982. Fue Andrés Aguilar Mawdsley un ilustre venezolano: jurista,
diplomático, ministro, profesor y, por encima de todo, un hombre de bien. A su actuación
en Naciones Unidas y al eco favorable de su voz conciliadora y respetada, Venezuela debe
buena parte del prestigio que gozara en el mundo internacional de la época.
Nuestra Delegación, numerosa como ya se ha acotado, la presidía, después del
Canciller, el Ministro Manuel Pérez Guerrero juntamente con el Embajador Andrés
Aguilar. Parece increíble que estas dos figuras eximias de nuestra diplomacia multilateral,
fallecieran en una misma fecha en 24 de octubre con diez años de por medio: Pérez
Guerrero en 1985 y Aguilar Mawdsley en 1995.
Todos los cuatro miembros del INTECMAR integramos la Delegación, agregando a
los tres fundadores el nombre de la Licenciada Angelina Rísquez Cupello. Me correspondió
acompañar al entonces Canciller de Colombia, Alfredo Vázquez Carrizosa, en una visita a
las instalaciones de Parque Central a fin de inspeccionar, junto con otros visitantes, los
avances preparativos, abriendo camino entre listones de madera y potes de pintura fresca.
En lo académico, el suscrito fue asignado a los trabajos de la III Comisión de la
Preservación del medio marino, que era el área que menos había estudiado. No obstante, el
reto trajo una respuesta y ésta se tornó en una nueva experiencia que me permitiera

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concebir y preparar una tesis doctoral meritoriamente aprobada en Argentina y su
subsiguiente publicación en las Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela.
Mas conforme hubo avances y triunfos, también tuve una falla que no me he
perdonado a mí mismo. El Dr. Burelli Rivas, hombre consecuente con los que cree que
valen, sin más miramientos, quiso que me encargara de una suerte de boletín informativo
sobre el desarrollo temático de la Conferencia. Confiando la misión de explicármelo a un
asistente ejecutivo (creo que fue ingeniero), cuán grande fue su sorpresa al constatar que yo
venía haciendo otra cosa distinta, como era el preparar una guía de las jurisdicciones
marítimas y leyes de los Estados participantes. Mi falla estriba en no haber insistido en
conversar directamente con él, bajo la presunción de que uno es “de la casa” y el tiempo del
Presidente de la Comisión corría muy escaso. Sin perder un minuto más, Burelli modificó
el programa como para que la publicación fuera más dinámica que meramente informativa.
De modo que el Diario del Mar comenzó a circular en los pasillos de Parque
Central como un atractivo manual que conectara las actividades, noticias y declaraciones de
los delegados en una página web in situ. Contenía, además, notas sobre Venezuela: sus
costas, islas, paisajes, sitios históricos y microbiografías de sus científicos, poetas o
estadistas ligados a las materias de la Conferencia. El hoy desaparecido caricaturista y
renombrado arquitecto, Eduardo Robles Piquer, el célebre RAS, le dedicaba una caricatura
a un delegado en cada edición, que invariablemente rotaba de color. Causó sensación una
caricatura de la elegante delegada de Zambia y la que le hizo al presidente Amerasinghe.
Otra sensación de la Conferencia la consituyó la presencia nada menos que de Shirley
Temple, convertida en embajadora (en Ghana) de los Estados Unidos de América, al lado
de su hijo, delegado del mismo país. El director del Diario del Mar fue el erudito
periodista Juan Moreno Gómez, asistente al curso sobre temática y terminología de
Derecho del Mar que tuve el privilegio de dictar en la Universidad Simón Bolívar.
La prensa y televisión venezolanas mostraron el debido interés en hacer seguimiento
a la Conferencia y a sus temas. El conocido animador y agudo conocedor de la sociedad
venezolana, Renny Ottolina, difundió por los Canales del Estado (5 y 8) una serie de
programas completos sobre nuestro “Planeta de Agua”. El octavo, transmitido el 27 y 28 de
junio, nos tocó - compartido – al eminente científico Fernando Cervigón (Fundación La
Salle) y al suscrito. Fue un privilegio observar en acción directiva ante las cámaras al

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extraordinario Renny Ottolina quien, 14 años después y siendo precandidato presidencial,
perdiera la vida en un accidente aéreo. Otro programa muy difundido lo protagonizaba
Aurora Martínez en “La Tierra y su Gente”, al cual acudimos varias veces la gente del
INTECMAR. Y por la Radio Nacional las entrevistas con la recién desparecida periodista
Marisela Salvatierra, muy inclinada hacia los temas ambientales.
Mi modesta participación y obra tuvieron la suerte de ser reconocidas por El Diario
del Mar en varias ocasiones: como delegado principal, como profesor de la Universidad
Simón Bolívar y como autor de La Vigencia del Mar, una vez reproduciendo la
presentación del primer tomo (azul) en septiembre del año anterior y la otra con ocasión de
editarse el segundo tomo (verde), que sucedió en medio de la Conferencia, el 12 de julio. El
Rector Mayz tuvo la gentileza de invitar a un nutrido grupo de delegados, entre los cuales
se destacó el propio Dr. Arvid Pardo, autor de la proposición de la internacionalización de
los fondos marinos, gatillo que disparara todo ese proceso, y el Dr. Shigeru Oda, jurista
japonés que más adelante, junto con Andrés Aguilar, integraría la Corte Internacional de
Justicia con sede en La Haya. No fue la asistencia tan masiva como se esperaba por haberse
escogido esa tarde para debatir la admisión de Palestina, como país observador. Esa fue la
primera oportunidad en que Palestina figurara de alguna manera con nombre propio en una
conferencia multilateral de Naciones Unidas, desde el fin del mandato británico y la
creación del Estado de Israel en 1948.
En vísperas de la apertura de la Conferencia recibí un regalo inesperado, el día de
mi cumpleaños, a 7 de junio. Era una carta del Contralmirante Pastor Naranjo, Presidente
del Colegio de Marina Mercante, en la cual me anunciaba la decisión de otorgarme el título
de “Capitán Honoris Causa” de la Marina Mercante de Venezuela. Si bien nunca en mi
vida había tocado un timón y mis viajes acuáticos no pasaban de atravesar el Orinoco frente
a Ciudad Bolívar, cuna del afable contralmirante siempre sensible al bienestar y progreso
de la marina, el honor de portar un título honorífico tenía los “méritos escondidos en otra
botija”, como traduciría un dicho africano que el delegado de Gambia me enseñó, al
enterarse de una distinción considerada poco usual en otras latitudes. Me he mantenido muy
fiel a este título durante todos estos años, a pesar de que, ya en esta postrer etapa, me he
hallado alejado de la marina mercante, sobre todo después del dolor que me causara la
disolución de la C.A. Venezolana de Navegación en nombre de la privatización. De ahí una

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frase que me brotó dictando cátedra en San Cristóbal: “Antes fueron los Libertadores de
América, ahora son los Privatizadores de América los que trazan estos nuevos rumbos”. El
Contralmirante Pastor Naranjo falleció en 2001; a su memoria y a la del Almirante Ricardo
Sosa Ríos le dediqué una nota en El Nacional. Es difícil reemplazar a hombres de sus
virtudes y reciedumbre; otro marino de esa época que se despidió en fecha cercana fue el
Contralmirante Manuel Andrés Díaz Ugueto, mano derecha de Burelli en la organización
de aquella magna conferencia.
La Conferencia coincidió con algunos hechos de resonancia mundial como la
renuncia del Presidente Nixon, la ocupación del norte de Chipre por tropas turcas y la
muerte del Presidente Perón. Fue apoteósica la sesión dedicada a la memoria de El
Libertador, el 24 de julio. He resumido algunas declaraciones en mi obra Bolívar y el
Tercer Mundo.

De la Conferencia a la Convención
Más de ocho largos años hubo de esperarse hasta que la Conferencia se transformara
en una Convención. La sesión de Caracas, si bien sentó las bases para la elaboración de
sendos textos aptos para la negociación en el seno de cada Comisión, no fue suficiente para
evitar la convocatoria a una nueva ronda en Ginebra en 1975 y, como las discrepancias
seguían y las alianzas se modificaban, otro tiempo pasó antes de adoptar un texto único
para la negociación que, por fin, estuvo listo para una votación final el 30 de abril de 1982.
En la sesión de Caracas se había adoptado la decisión de regresar a la capital venezolana
para la firma de la propia Convención, un honor al que el gobierno venezolano del
Presidente Luis Herrera se rehusó eventualmente, ante la firme decisión de no firmar la
Convención por parte de Venezuela.
Puede resultar extraña semejante situación, máxime cuando fue Venezuela el país
que más se identificara con el proceso del Derecho del Mar en la década de los 70. En
realidad, dos obstáculos privaron: uno, las normas aplicables a la delimitación marítima
(tomando en cuenta el diferendo con Colombia) y la definición de islas (viendo de soslayo
nuestra solitaria Isla de Aves en pleno Caribe y lo vital que sería su status de “isla” y no de
“roca” como lo dictaría el artículo 121); dos, la restricción a reservar artículos como había
sido el caso en las Convenciones de Ginebra de 1958. Mejor dicho, ya no se podría aprobar

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la Convención, haciendo excepción de tal o cual artículo; pues se toma o se deja. Esta
posición de dejar la adoptaron tan sólo cuatro países en todo el globo terráqueo: Estados
Unidos e Israel por razones propias de cada uno y, específicamente debido a los artículos
aplicables a la delimitación marítima y al régimen de islas, tan sólo Venezuela y Turquía.
Por doloroso que fuera el desenlace, es justo reconocer que si Venezuela no firmaba la
Convención, no tendría sentido hospedar a los demás para rubricar la “Convención de
Caracas”, si Caracas no iba a formar parte de la misma. Doloroso, pero honesto y correcto.
El 6 de diciembre de 1982, la Convención se abrió a la firma en Montego Bay,
Jamaica. Tardó doce años para entrar en vigor (16 de noviembre de 1994) y ahora obliga a
más de 140 Estados. Al final de este trabajo, se ofrecerá al lector un cuadro sucinto de las
regiones marinas del mundo en función de su admisión o rechazo de este nuevo código
universal de los mares.
Es importante saber, en rápidas pinceladas, qué fue lo que esta Convención
finalmente estableció, a partir de la larga sesión de Caracas en la cual la estructura básica
fue prácticamente prelegitimada.
La Convención cerró la apertura en torno a la extensión de las jurisdicciones
marítimas, sobre todo las pesqueras, al consagrar la Zona Económica Exclusiva de 200
millas marinas, antes y brevemente bautizada como Mar Patrimonial. El mar territorial no
podrá extenderse más allá de 12 millas, la zona contigua podrá llegar a 12 millas
adicionales que entrarían, en la práctica, en la zona económica, reteniendo el Estado en esa
faja paralela las funciones de protección y prevención. La plataforma continental con sus
recursos quedó prácticamente encerrada en la zona económica exclusiva, cuando su término
físico caía enteramente dentro de 200 millas; de lo contrario, la figura de plataforma
continental resurge con peso propio más allá del límite de 200 millas en el caso de su real
prolongación geomorfológica, disponiendo los Estados privilegiados por la naturaleza en
este sentido, de dos formulas para determinar el término jurídico exterior de su plataforma,
pero que, en ningún caso podrá exceder 350 millas. Este será el caso de pocos países
afortunados: Rusia, Noruega, Estados Unidos, Argentina y Canadá.
La Convención reconoce derechos de jurisdicción más amplios a los Estados
archipelágicos, en el sentido de medir sus provincias marítimas a partir de las líneas que
encierran el archipiélago: tesis que favorece a países como Indonesia, Filipinas, Bahamas y

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varios del Pacífico, como también, con ciertas técnicas cartográficas, a países poliinsulares
como Trinidad y Tobago. Aboga la Convención por una atención especial, mayormente
desde un enfoque ecológico, hacia los mares cerrados y semicerrados.
Muchos debates consumió la reserva de los países que bordean estrechos usados
para la navegación internacional, ante la demanda de paso libre bajo el régimen de alta mar
de los navíos de los países navales y poseedores de grandes flotas marítimas. La diferencia
se zanjó al crear la nueva figura de paso en tránsito, a medio camino entre una posición y la
otra.
A los países sin litoral marítimo, se les ha consagrado una Parte autónoma, en
contraste con las Convenciones de Ginebra que recogieron las inquietudes de los Estados
mediterráneos en la Convención de Alta Mar, en artículos sujetos a la reservación. En la
Convención de 1982, se tomó en cuenta el clamor de esta familia de países dispersos en
Asia, Europa y América (Bolivia y Paraguay), los cuales ahora, después de la disolución de
la Unión Soviética y otros cambios en Europa Central, han aumentado sus filas en casi la
mitad. Es notable el caso de Uzbekistan: país doblemente encerrado, pues los tres Estados
que lo rodean, son todos también mediterráneos, en el sentido de sin litoral.
Probablemente el avance más efectivo a la larga, aunque no tan efectista al
principio, sea el conjunto de normas introducidas para la preservación del medio marino y
el control de la contaminación, sean sus fuentes terrestres o generadas por actividades
marítimas. La Convención clasificó las fuentes de la contaminación y extendió los poderes
del Estado ribereño para combatir la contaminación en sus aguas jurisdiccionales,
incluyendo la zona económica desde luego, a la vez que dotó a los organismos
internacionales apropiados de mayores poderes para ejercer el control en alta mar y sobre la
construcción de buques, especialmente las cisternas que transportan hidrocarburos o
materiales químicos y nocivos. La Organización Marítima Internacional (OMI), con sede
en Londres, es el organismo apto.
La Convención le ha reconocido categoría y obligatoriedad a la investigación
científica, así como a la colaboración entre los Estados y organismos internacionales,
acoplada a la transferencia de la tecnología. Por otro lado, no descuidó el aspecto de la
preservación de las pesquerías de alta mar, es decir más allá de las zonas económicas
exclusivas de los Estados costeros, siguiendo una vieja tradición regional nacida en Europa

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y conformada en la Proclamación Truman de 1945, antes de ser fuertemente defendida por
los países en desarrollo.
La innovación más densa y mejor elaborada de la Convención la constituye la Parte
XI, dedicada a los fondos marinos y oceánicos, motor de todo este proceso de casi dos
décadas. Estados Unidos, con el apoyo de Japón, Alemania y la entonces Unión Soviética,
desde una perspectiva de desarrollo tecnológico versus las aspiraciones a compartir las
riquezas polimetálicas (voz de Malta seguida por todo el Tercer Mundo), terminó
absteniéndose de firmar la Convención. Durante doce años hizo oposición a su entrada en
vigor y, cuando el peso de los países medianos y pequeños amenazó con dejarlos aislados,
inventaron un adefesio jurídico que permitiera la temporal exclusión de la ejecución de esa
Parte tan polémica. Así fue como sus aliados europeos del bando desarrollado, o casi todos,
pudieron ratificar la Convención en la etapa posterior a 1994, pero no los Estados Unidos.
Donde se considera que la Convención perdió la capacidad de maniobra por
locomoción propia, es en el ámbito de la delimitación de los espacios marítimos: juicio que
puede ser considerado como positivo o pasivo, según el punto de vista de los Estados.
Aparte de mantener el método de la línea media para delimitar el mar territorial, tal como
se venía practicando desde la era de Ginebra, no se pudo llegar a un acuerdo sobre la
delimitación de la zona económica exclusiva y la plataforma continental entre el grupo de
Estados que abogaba por la equidad (Venezuela y Turquía, por ejemplo), y los que
postulaban el método de la línea media o equidistante (Colombia y España, entre otros). Se
concluyó refiriendo los Estados en controversia al Artículo 38 de los Estatutos de la Corte
Internacional de Justicia.
Resta decir, sin embargo, que la Convención prevé mecanismos obligatorios para la
solución de controversias, de distintos modos, Ese fue otro motivo que frenó las firmas de
Venezuela y Turquía.
Aparte de El Nacional que abrió sus páginas con generosidad al tema, la revista
Resumen del editor Jorge Olavarría también se interesó. Llamado para opinar sobre una
serie de cuestiones afines, el apreciado amigo y profesor, hoy desaparecido, Carlos Guerón
le manifestó al editor que este modesto servidor sería el hombre a satisfacer los detalles.
Esto dio comienzo a una relación de consecuencia con Resumen y amistad con su editor-
director, la cual considero inmune a posteriores posiciones políticas. Yo ya venía

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escribiendo en Resumen sobre muchos otros temas cuando, a la hora de la firma de la
Convención en Montego Bay, Jorge me pidió un resumen de la misma, lo que hubo de”
trisecar” en sendos números sucesivos en las ediciones correspondientes al 12,19 y 26 de
diciembre de 1982.

Después de las golondrinas


Después de diez semanas de asistir a Parque Central todos los días incluyendo los
domingos, aquello pareció de repente un palomar desierto después de “volar las
golondrinas”, para tomar prestado un título de Resumen usado con cierta picardía para
despedir a los delegados, ya finalizando agosto. Sin embargo, los vacíos se hicieron para el
llenado.
A nivel regional, el nuevo Derecho del Mar se enseñoreó del Mar Caribe para
ensayar la aplicación de las nuevas normas que se venían formando en cuanto a
delimitación y conservación ambiental. Se registra una carrera entre varios Estados
ribereños del Mar Caribe y el Golfo de México-continentales incluyendo los Estados
Unidos, México, Venezuela y Colombia –e insulares- Cuba, República Dominicana, Haití y
las Antillas neerlandesas –hacia la conclusión de tratados de delimitación, a veces
acompañados de acuerdos sobre la conservación de los recursos y del medio ambiente.
A nivel bilateral, el diferendo con Colombia sobre la delimitación al noroeste del
Golfo de Venezuela volvió a entrar en una nueva etapa que llegó a su término con la
frustrada hipótesis de Caraballeda (1980).
A nivel nacional, Venezuela oficializa su adhesión a la Organización Marítima
Internacional (OMI) con sede en Londres (1975) y le da un impulso a la pesca y a las
ciencias del mar, fortaleciendo su soberanía en Isla de Aves, al declarar su Zona Ecónomica
Exclusiva (1978).
Todos estos escenarios tuvieron mucha interconexión los unos con los otros, sin que
el autor de esta trabajo pudiera ponerse al margen, más de lo necesario para cumplir con la
promesa en el sentido de cursar estudios avanzados y defender una tesis doctoral que no
podía versar sobre otro tema que no fuese el mar, su medio y sus leyes. Esto se cumplió
mediante un mecanismo que me permitió inscribirme en la Universidad Católica de

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Córdoba en Argentina, hacer una equivalencia en ciencia política y, en tres viajes
programados y sincronizados con la Universidad Simón Bolívar, mi fuente de trabajo, optar
al título de Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales que obtuve en Córdoba,
a 15 de noviembre de 1976, al serme aprobada la tesis ya mencionada y que – publicada en
forma de libro por las Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela- se tituló
“La Contaminación Marina ante el Derecho Internacional” (515 páginas, 1978).
Sin demora, la publicación de La Vigencia del Mar se vinculó como en circuito
cerrado con la Conferencia del Mar de una manera tal que, percibida en conjunción con lo
que venía escribiendo en la prensa nacional y publicando en revistas especializadas, me fue
llenando el vacío dejado por las golondrinas, al incentivarme hacia mayor superación y
ampliación de conocimientos y horizontes. Sin duda alguna, el cruce de mi modesta luna
con el brillante sol de la Universidad Simón Bolívar en sus tiempos de consolidación y
reafirmación, me colocó no sólo en posición visible en medio de la institución, sino
también en consonancia con su gente. Mis tres trabajos de ascenso los concebí, investigué y
presenté siendo miembro del INTECMAR. Y sobre temas marinos. “La Vigencia del Mar”,
“La Delimitación Marítima al Noroeste del Golfo de Venezuela” y “El Caribe de la Pesca”.
La facilitación de mis viajes a la Argentina sin mayores perjuicios para mi puesto como
investigador, la debo en gran parte al Vicerrector Académico (luego Rector) Antonio José
Villegas, así como al Instituto y a mis compañeros de trabajo.
Esta época de mi vida profesional que siguió a la partida de las “golondrinas” hubo
de resultar muy rica y compensadora. Si bien fue el doctorado argentino su fruto inmediato,
de ninguna manera “bajé la guardia”, como se diría en el argot popular. Diría que el ímpetu
del mar, su mundo, leyes y misterios me fue acompañando exclusivamente hasta 1982,
cuando Venezuela decide no firmar la Convención y, de repente, cunde la impresión de que
aquello se había acabado. Si bien yo seguí comprobando que faltaba mucho paño de donde
cortar, el ambiente ya no será el mismo. De modo que, a partir del 82, comencé a compartir
mis estudios e investigaciones entre el mar y un nuevo actor que, casualmente, lo había
navegado 15 veces en un período de veinte años de su vida azarosa y sacrificada. Ya venía
el bicentenario del Libertador Simón Bolívar y con él el llamado a cumplir otra promesa,
como sería escribir Bolívar y el Tercer Mundo.

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Ambas obras, tanto la tesis doctoral como Bolívar y el Tercer Mundo pasaron bajo
la lupa lingüística y editorial de mi amigo Nelson Giannini, experto en estos menesteres
desde su nativo Uruguay y hombre serio y confiable en cuanto a los secretos de la lengua
castellana se refiera. A nuestra Universidad le dio un cuarto de siglo de labor
ininterrumpida y loable.

La plenitud del mar


Permítaseme denominar esta etapa de ocho años como “la plenitud del mar”,
cuando, en realidad, lo que se estaba comprobando era su vigencia.
Merece una breve reseña la suerte que corriera el libro La Vigencia del Mar. Como
todo está documentado y confrontable, no pecaría de exageración si digo que, desde la
aparición del primer tomo, fue generosamente calificado de “bestseller” sin serlo en
realidad, porque los libros universitarios suelen rodar en vehículos pesados de doble
tracción. La gente los quiere regalados, y cuando tú se los regalas, piensan que lo hiciste
porque estabas seguro de que el libro no se vendería. Como no somos suizos, terminamos
conformándonos con una distribución mitad regalada, mitad distribuida en las librerías. El
hoy desaparecido crítico y académico don Pascual Venegas Filardo lo supo apreciar al
dedicarle un análisis muy positivo a cada uno de sus dos tomos. Roberto Lovera De Sola lo
catalogó en la revista Imagen como una obra básica; la Revista de la Escuela Superior de
las Fuerzas Armadas de Cooperación, la Revista Tiempo Real de la Universidad Simón
Bolívar y hasta la revista pedagógica infantil Tricolor pedía un resumen sobre el mar para
el niño venezolano. Desde el exterior lo solicitaban las academias navales del Perú,
Argentina y Chile, además de la Universidad de Rhode Island. En 1979, entrando a la sede
del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Suecia en Estocolmo, vi los dos tomos en la
primera hilera y detrás, una ventana de cristal bloqueada por la nieve. Hasta Nueva Zelanda
llegó mediante la Universidad de Auckland.
Sí hubo una sola crítica severa procedente de un catedrático español que se expresó
estar defraudado, porque esperaba de Venezuela una producción mucho más densa que un
libro que no hizo más que recopilar datos.

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A partir de septiembre de 1977 asumí la jefatura del INTECMAR por un año,
durante el sabático del titular. Fiel a la objetividad y sin miramientos preferenciales hacia
mi sección de Derecho y Economía, puse el énfasis más bien en la biología marina al
contratar a dos profesionales alemanes de primera línea. La contratación de una especialista
peruana falló como no llegaban sus trámites de ingreso al país de Extranjería. Averiguando
el motivo me enteré de que, de una oficina a otra en el piso inferior, habían enviado los
documentos por correo.
Resta decir que, entrada la década de los ochenta, ambos tomos de La Vigencia del
Mar ya estaban agotados. Algo curioso que quisiera agregar en el sentido de que yo estaba
más que feliz con ver la obra circular, sin pensar jamás en recompensa pecuniaria alguna.
Sin embargo, diez años después, una nueva norma aprobada por el Consejo Universitario
dispuso el compensar a los autores de nuestra Editorial Equinoccio, y así fue como me
obligaron a recibir lo que, según dicha norma, me habría correspondido. Y fue cuando
Pérez Nieto, con el chiste a flor de labios, comentara: “Te fijas como cachicamo trabaja
pa’lapa”.
En 1978, el CA Pastor Naranjo propuso la creación del Comité Nacional pro
Defensa del Mar Venezolano. Idea muy loable que no tardó en adquirir aceptación. Con
Naranjo en la presidencia, hubo unanimidad para que el suscrito sirviera de vicepresidente.
Sin embargo, siendo aquel un año electoral y habiéndose comentado que teníamos
preferencia por uno de los tres Luises (Herrera, Piñerúa, Prieto), el esfuerzo se quedó en el
limbo después del proceso electoral.
Siempre me pareció que la investigación universitaria tendría que llegar a nuestros
Institutos Pedagógicos donde se forman los profesores. Voluntariamente ofrecí el curso
“Economia de los recursos marinos” a nuestro Instituto Pedagógico de Caracas en 1977,
siendo favorecido por una nutrida asistencia que incluyó al Jefe del Departamento de
Ciencias Sociales y a varios docentes de prestigio que optaron por actualizar sus datos
sobre el espacio marino. Además de los docentes, fue cursante especial el respetado don
Raúl Osuna, columnista defensor de la frontera venezolano y mi compañero en mi primera
visita al archipiélago de los Monjes en 1977. Ese viaje lo organizó la Profesora Alba
Alfonzo del Liceo Talavera de Punto Fijo.

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Mientras tanto, las invitaciones al exterior para participar en conferencias, simposia
y cursos programados me dieron mucha satisfacción. Una ponencia sobre la contaminación
marina en Lima, auspiciada por la FAO y la Agencia Sueca de Desarrollo me permitió
reconocer la capital del virreinato, en tanto los viajes a Rhode Island se tornaban cada vez
más interesantes, hasta que dicha universidad traspasara el Instituto de Derecho del Mar a
la lejana Universidad de Hawai. De súbito llega una invitación de la Ocean Association of
Japan para participar en un foro, evento en el que tuve la honrosa satisfacción de
contemplar en Tokio el tricolor nacional colocado sobre la pared de la sala de conferencias,
como si fuera Venezuela entera la que estuviera participando. Fue un viaje combinado con
una investigación sobre áreas pesqueras que me llevó a Seattle en Estados Unidos por un
lado y, por el otro a Roma, sede de la FAO. Un viaje alrededor del mundo de oeste a este en
el que me acompañaron mi esposa y pequeñas hijas, hoy médico, una y arquitecto, la otra.
En la cercana área del Caribe asistí a conferencias en la Universidad de Florida, en México
y en Barbados. Otro viaje de circumnavegación, de este a oeste, me permitió pronunciar
dos conferencias en Yakarta, allá en nuestras antípodas de Indonesia.
Me debo felicitar, una y otra vez, por haber conocido en la sesión de Caracas de la
Conferencia del Mar a una maravillosa mujer, incansable como pocas hay, gran
organizadora y de prestigio universal: Elizabeth Mann Borghese. En el “hall” de la fama le
hubiera bastado ser hija de Thomas Mann y, en lo social, esposa de un Borghese. Pero
Elizabeth fue hecha de nervios de acero y generosidad de manantial; su capacidad de dar,
realmente infinita. Fue al alma de ese proyecto conocido como “Pacem in Maribus” que
reuniera, entre su casa en la costa atlántica de Halifax, Nueva Escocia y su base en la
Universidad de Malta, patria del gran Arvid Pardo, a los mejores cerebros del mundo en
materia de ciencias marinas, ecología y ambiente, geografía, leyes del mar y sus ecos
económicos y sociales. Tuve el privilegio de trabajar con ella, asistiendo como ponente a
varios encuentros de sus reuniones anuales en México, Colombo (Sri Lanka), Malta y
Odesa-Suchumi-Batumi, en lo que fuera la Unión Soviética y hoy es Ucrania, Rusia y
Georgia. A la conferencia de Sri Lanka llevé un proyecto de dotar al mundo de una serie de
centros de capacitación e investigación marinas que habría llevado el peso de la ventaja
justa a los países del Tercer Mundo, provocando que el británico Sydney Holt, otrora
Director General de la FAO, me lo reclamara con “You dared to....”, como si repensar el

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mundo nos fuera prohibido a los que pensamos y escribimos desde el Sur. La semana en
Malta, a principios de octubre de 1980, me puso en contacto con un nutrido grupo de
funcionarios-cursantes de distintas partes del Tercer Mundo, espacio al que un día en
Londres se me ocurrió llamarlo “Humania del Sur”. La experiencia de dar clase a
funcionarios de distintas latitudes no tiene comparación, pues no es lo mismo la clase en
Lima a un grupo homogéneo latinoamericano, como enfrenarte a un argentino,
mozambiqueño, somalí, srilanqués, indonesio, marfileño, argelino, colombiano, para
explicarles las ventajas de la zona económica exclusiva, a sabiendas de que cada uno la ve
desde el ángulo de su situación específica y nacional.
El que sostenía el punto de vista opuesto era un eminente profesor británico,
invitado a participar en Malta como ponente de otros aspectos del tema. Enfrentados en una
polémica académica delante de todos los cursantes y llegado el momento de hablar a
“calzón quitao”, saqué del bolsillo un sobre que me había llegado de su país, con la
estampilla británica representada por la figura de una gallinácea rara, como demostración
de la variedad de la fauna natural de las Islas. Nadie entendió por qué yo lo hacía. “Desde
que ustedes se dieron a la mar para colonizar”, le dije, “al pobre Tercer Mundo le han
quitado todos sus recursos, dejándole sólo el privilegio de retratar sus elefantes, camellos u
osos hormigueros en sus estampillas postales. Ahora, hasta en esto nos quieren hacer la
competencia. ¿Por qué no nos dejan aprovechar nuestros mares sin leguleyismos, ya que
nos han privado de aprovechar nuestras tierras?”
Este curso tuvo un corolario, tres años después, en Halifax, donde los cursantes
venían del más alto nivel de la administración pública en sus respectivos países. El somalí
era juez, el iraní (que nos preparó un exquisito arroz “pilav” con pollo) ingeniero jefe, la
yugoslava, directora de no sé qué cosa en un país hoy como tal desaparecido, me recibió
con un humeante café turco que insistía en llamar yugoslavo.
La Universidad Simón Bolívar tuvo el privilegio de realizar el primer seminario
internacional y regional en Venezuela sobre la zona económica exclusiva. En abril de 1980
invitamos a un nutrido grupo de especialistas del exterior: Jorge Vargas de México,
Eduardo Ferrero Costa del Perú, Christian Passalaqua de Puerto Rico, quienes analizaron
todos los aspectos pertinentes a esta nueva jurisdicción marítima, al lado de expertos
venezolanos como Andrés Aguilar, Isidro Morales Paúl, Emilio Figueredo, Jean Francois

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Pulvenis, Rubén Carpio Castillo, José Antonio Galavís y otros cuyos nombres y temas
tengo cuidadosamente registrados en Caracas. Dicho seminario será recopilado en una
publicación con ocasión del 10º aniversario de la Universidad, a la que mi amigo el
profesor Paul Georgescu le pusiera por título “Legislación Marina”, dando al traste con
toda una enseñanza mía que insistía en que la legislación es marítima, y no marina. El
seminario fue clausurado por el ex Canciller Simón Alberto Consalvi, el 18 de abril, el día
en que en la lejana Harare naciera la independencia del hoy desafortunado Zimbabwe.
En esa época mi amigo y colega Pedro Reixach me invitó a colaborar con la revista
Atlántida, del Vicerrectorado Académico, donde escribí cuatro trabajos consecutivos pero
distanciados (1975-1981), sobre el mar y América Latina: la influencia del mar en la
formación de los países de América Latina, en la emancipación de la América Española, en
el desarrollo o subdesarrollo de América Latina y en la lucha por la independencia
económica de América Latina. En 1983 publiqué un estudio sobre la inserción del Caribe
en las relaciones internacionales. Atlántida nació, creció y maduró de la mano de Pedro o
Pere, otro baluarte catalán en nuestra institución. Fueron 30 años de amistad constante.
Aquel día de diciembre de 2002 en que Pere se nos fue, Caracas amaneció trancada por
piquetes de señoras y jóvenes al grito de “¡Trrranca tu calle, trrranca tu plaza, trrranca tu
bulevar!”. No hubo manera de que las señoras que creían poder tumbar a Chávez trancando
la circulación, comprendieran lo que para mí sería despedir a Pedro.
Mil novecientos ochenta y dos será el año del bicentenario de Luis Brion, primer
almirante de la República. Curazoleño, holandés, pero venezolano presente en Los Próceres
en la columna de los criollos. En el INTECMAR decidimos, desde enero, preparar un
homenaje académico en su memoria, destacando los lazos históricos, la trayectoria de
Brion, su estrategia naval que le permitió a Bolívar entrar a Guayana por el Orinoco, antes
de pasar a la actualidad de las relaciones económicas y políticas con el Caribe holandés,
incluyendo la delimitación marítima ya realizada. Contábamos con académicos como
Carlos Felice Cardot, Luis Villalba Villalba y José Luis Salcedo-Bastardo, con la
experiencia de Isidro Morales Paúl y la autoridad del CA Manuel Díaz Ugueto y del
diplomático (luego embajador) Roberto Palacios sobre la vida y obra del almirante. Todo se
fijó para el 8 de julio con anticipación cronometrada, mas llegada la fecha sólo asistieron el
Comandante General de la Marina y su Estado Mayor, los ponentes y los organizadores.

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¿Razón ? No contemplamos que ese día habría un juego semifinal entre Alemania y Francia
por la copa mundial.
En la región del Caribe los asuntos del mar no tardaron en unir dispersas voluntades
políticas al comprenderse la necesidad de aunar esfuerzos para la conservación ecológica de
la cuenca, a pesar de la nueva moda de dividir el espacio marítimo en zonas económicas o
zonas de pesca exclusivas, y de abocarse a delimitar dichas zonas también. La delimitación,
acoplada a la conservación, constituyó otro reto intelectual al que habría de responder. Tal
vez sea necesario retroceder a los años setenta, cuando varios países ribereños del Gran
Caribe comenzaran a decretar unilateralmente su zona económica exclusiva, algunos
inclusive antes de concluir la sesión de Caracas y casi todos antes de la firma de la
Convención en 1982. Es cosa sabida que tanto Colombia como Venezuela crean este
derecho por sendas leyes nacionales en 1978. En ese lapso yo concebí una nueva
investigación acerca de las pesquerías del Gran Caribe al observar cómo los publicistas
europeos y norteamericanos solían calificar al Caribe como un mar pobre en pesca,
fundamentándose en estadísticas pesqueras y opiniones calificadas de biólogos marinos. Un
día se me ocurrió sentarme a sacar cuentas, al comprobar que la pesca en el Caribe o en
cualquier mar tropical o subtropical, sobre todo si es semicerrado, está también sujeta a las
leyes naturales que determinan una diferencia obvia entre las zonas templadas y las
tropicales, aplicable a la flora y a la fauna marina también: en la faja templada, se
concentran los recursos en pocas especies de mucho rendimiento y densidad, en tanto las
tropicales ofrecen una enorme multiplicidad de especies que fracciona el rendimiento del
recurso. En el Caribe hay pesca que será pobre en comparación con la altísima cosecha de
platijas, por ejemplo, en los mares fríos, pero no necesariamente pobre si se aplicaba el
criterio de una administración distinta de sus recursos. Además, me resultó chocante el que
los dueños de los grandes cañaverales en tiempos de la explotación colonial privaran a sus
esclavos del placer de pescar en sus alrededores, tal como lo harían en el Golfo de Guinea,
por ejemplo, para forzarlos a trabajar la caña en forma ininterrumpida y alimentarlos, al
mismo tiempo, con arenque seco traído por “bojotes” desde Terranova en el Canadá
colonial.
Entre 1978 y 1982 me dediqué, entre otros temas, a estudiar el Caribe de la pesca y
el Caribe de la nueva zona económica. Acercándose el momento de presentar un trabajo de

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ascenso al grado de titular, escogí el Caribe de la pesca y me mandé por esas islas y costas:
hispánicas, ingleses, holandesas, francesas y hasta en lo que otrora fuera danés, sueco y
letón. Gracias al apoyo de UNICA (Asociación de Universidades e Institutos de
Investigación del Caribe) y de su secretario general para la época, el meritorio profesor
norteamericano-boricua Thomas Mathews, amigo de nuestra Universidad y del nuevo
Rector, Dr. Antonio José Villegas, UNICA me facilitó un programa de estudio sobre el
terreno durante mi año sabático en 1979, todo lo cual quedó plasmado en un libro de dos
tomos El Caribe de la Pesca, editada en Puerto Rico en 1983. Desde la Guayana Francesa a
Belice, desde Cumaná a Santo Domingo, y de Barbados hasta Martinica, me interné en las
aguas cálidas respirando el olor a “leña salada y pescado frito”, como lo escribí en el
prólogo, inspirado en una salida de madrugada fresca a pescar con Owen, un jamaiquino y
sus dos sobrinos, allá donde los cayos se callan y sólo murmuran las olas del mar.
Un dato importante para los investigadores, alumnos y profesores. Quien desee
consultar un índice de todo lo que se escribiera sobre el mar en nuestro país hasta 1978,
sólo tiene que buscar la edición No 49 del tomo IV de la hoy desaparecida revista crítica
Libros al Día, la cual llenó un gran vacío – hoy nuevamente patente - al reseñar todos y
cada uno los nuevos libros que se editaban en el país, a veces con reportajes retroactivos
cuando de temas específicos se tratase. A petición de sus editores Earle Herrera y Carlos
Ramírez Farías, escribí “El Mar en el libro venezolano”, teniendo cuidado de no omitir a
ningún autor, ni despreciar ninguna publicación de relieve. Carlos Ramírez y yo tuvimos
muchas oportunidades de renovar nuestras charlas en Londres donde obtuvo su doctorado,
en tanto Earle ha seguido siendo un autor de pluma apreciada.
El Caribe de la Pesca que me sirvió para ascender a titular en 1983 lo juzgaron los
distinguidos profesores Leslie Manigat, luego Presidente de Haití, Isbelia Sequera, luego
Presidenta de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y Franz Weibezahn, eminente
biólogo que, a la sazón, se internaba en el Amazonas venezolano, como un buen sucesor de
Humboldt. En esos tiempos que carecían de Internet, me enteré de mi ascenso abriendo una
carta que me llegó a Londres, camino frío hacia la sede de la Organización Marítima
Internacional en la otra orilla del Támesis.

Los vientos cambian de rumbo

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Las etapas en la vida del ser humano, al igual que las etapas en el crecimiento y
desarrollo de los fenómenos, sean sociales, políticos, económicos o biológicas no actúan
como los chasquis en tiempos del Incanato: los mensajes no se entregan al final exacto de
una etapa para iniciar la siguiente, pues siempre hay solapamiento, siempre hay años que
son tanto de la juventud como de la madurez, tal como hay semanas entre las estaciones del
tiempo que no respetan las marcas equinocciales.
Una nueva etapa en mi vida y el mar se estaba formando y no sé si a mis espaldas o
por efecto quizá de las leyes de Spengler: todo nace, crece, madura, decrece y fatalmente
fenece. La etapa que he denominado la “plenitud del mar” generó un desvío justificado
hacia las fronteras terrestres, y ello por el diferendo con Colombia sobre el rincón
noroccidental de nuestro Golfo de Venezuela. Agotada la paciencia del país ante una
reclamación colombiana supuestamente basada en el nuevo Derecho del Mar, y mientras la
Cancillería y el sector institucional, incluyendo gobierno y oposición, bregaban por llegar a
un acuerdo negociado basado en la perspectiva jurídico-marítima de lo planteado, un
respetable sector de la opinión pública libre, guiado por los argumentos y la pasión
nacionalista del hoy desaparecido tribuno Pedro José Lara Peña, venía modificando el
esquema al negarle a Colombia derivar nuevos derechos de su presencia sobre los 36
kilómetros de costa al noroeste del Golfo, es decir, entre Castilletes y Punta Espada. Tal
enfoque añadiría un nuevo elemento al estudio y obligaría a conocer, más a fondo, la
historia profunda de la frontera terrestre entre aquella Venezuela y la Nueva Granada, desde
tiempos que muchos consideraban materia de historia congelada. A decir verdad, nuestra
Cancillería estaba pendiente de esta situación, que es poco común en los litigios marítimos.
Al partir hacia Roma la delegación venezolana en tiempos del Canciller Calvani, un
remitido oficial subrayó la relación histórica entre ambas fronteras para nuestro país, punto
reiterado por el Director General José Alberto Zambrano Velazco en la oportunidad de
darnos una orientación sobre las conversaciones a un grupo de estudiosos del tema. Pero
fueron hombres desligados del sector oficial quienes volvieron a la carga contra la
aceptación del actual límite terrestre: Lara Peña, Eduardo Hernández Carstens, Aquiles
López Sánchez, Aquiles Monagas, Agustín Ascanio Jiménez, Pablo Ojer entre otros y, en
Mérida, el acucioso historiador José Manuel Briceño Monzillo (1938-1985), un ser
extraordinario e irrepetible que me brindara su amistad, hoy extensiva a su hogar merideño,

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hasta el último aliento de una vida dedicada a sembrar amor patrio y dignidad
venezolanista, latinoamericana y humanista.
Fue a raíz de la publicación de un nuevo libro mío, La Delimitación Marítima al
Noroeste del Golfo de Venezuela en 1975 (INTECMAR, USB), cuando recibí de José
Manuel Briceño una amable carta de felicitaciones, con su Apartado de Correo N’ 304 en la
esquina: un número que muchos escritores e investigadores “fronterólogos” en toda
América Latina bien conocen, ya que a menudo les anunciaba invitaciones a dictar en
Mérida conferencias, hospedados en su casa y gestionándole él pasajes y traslados. Mi
nuevo libro iba a ser, en efecto, parte del segundo tomo de La Vigencia del Mar, pero el
Canciller Calvani fue de la opinión de no incluirlo en un libro de búsqueda universal en
plena Conferencia del Mar, y ello en deferencia a la hidalguía del país anfitrión al evitar
que se diga que Venezuela se aprovechó de la Conferencia mundial para enfocar un tema
bilateral que concierne a un país hermano y, por lo demás, concurrente en todos los demás
temas, menos en lo concerniente a la delimitación. El Rector Mayz, fiel a la soberanía
académica de la Universidad, estuvo en desacuerdo: El Dr. Galavís, Director del
INTECMAR, lo convenció con argumentos no precisamente geológicos, sino dignos de un
diplomático avezado. Mientras tanto y alternando entre El Nacional y El Universal,
comencé a tratar el tema terrestre. En el Valle de Sartenejas, cuna ahora mítica de mi
Universidad Simón Bolívar, quien me animaba a internarme por lo terrestre era el finado
profesor Benjamín Mendoza, primer Secretario de la Universidad, pedagogo tachirense de
alta estatura moral en el país que vuelve en 1958. Siempre quería saber por qué Venezuela
tuvo que ceder San Faustino al vecino país. Cuando el Presidente colombiano López
Michelsen propuso la creación de un condominio sobre el Golfo de Venezuela, Benjamín
fue el primero en felicitarme por un articulo “El Condominio en el Derecho Internacional”,
que El Nacional incluyera en su edición del 31 de julio de 1975. En el mes siguiente, al
notar que Colombia hacía alarde de su acuerdo de delimitación marítima con Ecuador, y
echándonos en cara la falta de voluntad venezolana, le envié al periódico otro trabajo: “El
Golfo y el Acuerdo Marítimo de Quito”(30 de agosto de 1975), diciéndole al hermano país
algo así como que no es lo mismo el patio de Juana que el de su hermana.
De modo que, cuando en octubre de 1980 se hizo pública en Venezuela la llamada
Hipótesis de Caraballeda para zanjar la diferencia con Colombia, ya existía otra razón más

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para que fuera consultado por la prensa escrita, la televisión, la radio y, desde luego, las
universidades y las escuelas militares. El último trimestre de ese año me colocó en el ojo de
un huracán que gustosamente compartimos, la gente de la Simón Bolívar, con el país
pensante.

1. El análisis de la Hipótesis de Caraballeda –eventualmente descartada por el


Presidente Luis Herrera– ocupó el último trimestre del año 80. Los directivos del
INTECMAR fuimos llamados a consultas en los organismos asesores de los poderes
públicos, donde intercambiábamos opiniones con valiosos expertos como el Dr.
Hermann González Oropeza, SJ (lamentablemente fallecido en 1998), el Coronel y
Profesor Alberto Contramaestre Torres, el General (R) Carlos Celis Noguera y el
CA (R) Antonio Eljuri Yunis. A nuestra Universidad acudieron figuras nacionales
como el Dr. Lara Peña, autor de la tesis de “Costa Seca”, el editor Jorge Olavarría,
el experto petrolero Álvaro Silva Calderón, futuro ministro en el gobierno del
Presidente Chávez y Presidente de la OPEP. Tuve oportunidades de viajar al interior
a dictar conferencias en la Universidad Francisco de Miranda en Coro, en el Colegio
de Abogados del Zulia, en la Universidad Rómulo Gallegos de San Juan de los
Morros y muchas otras en Caracas, empezando por la Asociación de Jueces de
Venezuela, presentado por el Dr. Alirio Abreu Burelli, más adelante juez de la Corte
Interamericana en Costa Rica. En Maracaibo me hizo la presentación el entonces
Presidente del Centro de Estudios de Derecho Agrario, mi primo político, el Dr.
Alfredo Urdaneta Delgado víctima, cinco años después, de un vil asesinato.
El fruto permanente de esta etapa “golfista” fue mi siguiente libro Panorama y
Crítica del Diferendo y, por subtitulo El Golfo de Venezuela ante el Derecho del Mar. Era a
la sazón mi asistente la Licenciada (Estudios Internacionales) Olga Arelys Fonseca (hoy
Consejero en la Embajada de Venezuela en Cuba). Asistía yo dos veces a la semana a la
Dirección de Recursos Pesqueros en el Ministerio de Agricultura y Cría, cuyo director, el
conocido biólogo Carlos Giménez Bracamonte había solicitado mi asesoría al Rector de la
USB a fin de coordinador un equipo para redactar una nueva ley de pesca y, a la vez,
reglamentar la Ley de la Zona Económica Exclusiva, como colaboración de la Universidad
con el Estado venezolano. Lo hacía puntualmente los martes y viernes por coincidir con el

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Día de Parada, ya que me resultaba más fácil y cómodo ir al Silencio en las camionetas de
Santa Mónica. Olga Arelys había colaborado conmigo en otro proyecto financiado por el
CONICIT que, entre 1977 y 78, me había llevado a Vancouver, Seattle y Roma (sede de la
FAO), para estudiar una práctica de la época conocida como el “sistema de asignaciones”,
mediante el cual las grandes potencias pesqueras del Pacífico septentrional pretendieran
limitarle la pesca, los unos a los otros. Era indirectamente un obstáculo a la zona económica
exclusiva y, como yo lo entendí, terminó sin efecto. El CONICIT la juzgó importante en su
tiempo, al otorgarme una pequeña subvención. Fue ponente de nuestro punto de visto el Dr.
Ignacio Iribarren Terreiro, vice rector académico de nuestra Universidad.
Olga Arelys me llamó a mi oficina alterna en Recursos Pesqueros para decirme que
por allá me andaba buscando un profesor de apellido Jiménez para escribirle un libro sobre
el Golfo y lo quería ¡ya! Le contesté que me parecía muy auspiciosa esa afluencia de
“Jiménez”, pues ella es Fonseca Jiménez y Gíménez era el Director de Pesca.
El Profesor José Manuel Jiménez Sánchez resultó ser un educador de un alto nivel
ético y moral, docente de química de mucho prestigio e interesado en echar a andar una
editorial dedicada a esos temas, junto con el diputado Julio César Moreno. Nos vimos el 9
de noviembre y él quería que el texto estuviera en sus manos en los primeros días de Año
Nuevo (1981). Si bien se trataba de un contrato comercial, el profesor Jiménez quería
contribuir a esclarecer el tema con un libro fundamental que abarcara lo terrestre y lo
marítimo, lo pasado y el presente. ¿La fórmula adecuada? Sin tiempo para escribir, yo
dictaba el texto a una cinta, usando un toque de campana para las comas, dos para los
puntos y seguido, tres para los nuevos párrafos, para que una diligente secretaria, que
resultó ser otra Jiménez sin ningún nexo familiar con los citados, lo transcribiera. No sé
cómo se hizo ni cuándo, tomando en cuenta las interrupciones por conferencias, viajes,
presentaciones y las clases regulares en la Universidad. Lo que es más: me doy cuenta en la
investigación sobre la marcha de que la parte colombiana había firmado un proyecto de
tratado que, por un artículo determinado, chocaría frontalmente con la propia Constitución
de Colombia. Para estar seguro, necesitaba tener en mis manos el último registro de
Naciones Unidas con respecto a los Estados Partes de la Convención sobre el Mar
Territorial. Si Colombia seguía sin haberla ratificado- como lo presumía en un 95%–, mi
tesis prosperaría; si la había ratificado a última hora, ¡ni modo!

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Llamé a mi apreciada amiga la Licenciada Maritza Campo Alfonso a Nueva York,
donde trabajaba en nuestra Delegación Permanente. Como venía a Caracas por Navidad y
Año Nuevo, ¿qué tal si me traía el libro con el dato requerido? No sólo el libro, sino que me
salió cena con su familia, presidida por su apreciado padre, el hoy desaparecido Dr. Régulo
Campo, otrora Presidente de la Asociación de Exportadores del Caribe.
El 19 de enero de 1981, El Nacional salió con “Colisión entre la hipótesis y la
Constitución colombiana”. Ya el Presidente de la República se inclinaba por descartar la
firma, tal como se lo había prometido a la nación en caso de que no hubiera consenso, y
consenso fue lo que menos hubo. En el Teatro Metropolitano se juntaron derecha e
izquierda, militares retirados y comunistas, académicos y estudiantes, para repudiar a
Caraballeda. Pero el artículo tuvo su peso en inclinar balanzas. Cuando en la Cancillería
surgió la duda, mi amigo Jean Francois Pulvenis, consultado, exclamó: “¡Mas Kaldone
tiene razón!”.
Con la asistencia del nuevo Rector de la USB, Profesor José Roberto Bello Santana
y la de la Dra. María del Valle Vásquez, Presidenta del Colegio de Internacionalistas de
Venezuela y autora de los dos primeros capítulos, el libro fue presentado en la Casa del
Escritor por otro amigo, el abogado y escritor Ramón Urdaneta quien, veinte años después,
me recibiera la presidencia de la “Fundación General de Nogales Méndez”. La edición se
vendió como pan caliente. Mi apreciado colega en tiempos del Instituto Universitario, el
Profesor Argenis Ferrer Vargas de la Universidad Central de Venezuela, dictó su uso como
libro de texto fundamental en su cátedra de la Escuela de Estudios Internacionales. Fue
comentado en el exterior y usado por estudiantes de postgrado que venían aproximándose
al tema.
Años después, corriendo el 92 con sus campanadas y preavisos, sentado en mi
escritorio de profesor jubilado en mi Universidad, me pregunté porqué no actualizar la
obra, desde 1981 hasta entonces, ya que mucha agua había corrido debajo de esos puentes.
La Universidad de los Andes ya había fundado el Centro de Estudios Fronterizos e
Integración –CEFI-, con el nombre de mi querido amigo y compañero de esos trajines José
Manuel Briceño Monzillo. Su viuda, la Dra. Yolanda Monzón de Briceño, acababa de
autorizar la tercera edición de su obra Venezuela y sus fronteras con Colombia, para la cual
tuve el privilegio de escribir el Prólogo y revisar el Glosario. No fue posible que ambas

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reediciones salieran juntas, pero dos años después, la segunda edición de Panorama y
Crítica del Diferendo, cuyo complemento redacté en Maracaibo, salió de los talleres de la
Universidad de los Andes, puesta al día en más de 500 páginas hasta la presidencia del Dr.
Ramón J. Velásquez. El nuevo Canciller, Miguel Angel Burelli Rivas, me felicitó por la
obra salida de la Universidad de sus años mozos. Ramón J. Velásquez me comentó con una
frase única: “¡Hay que ver cómo le duele Venezuela!”. Estos son los premios que nunca
pierden valor.
La relación con la Editorial Venetesa del Profesor Jiménez arrojó otro subproducto:
tres folletos sobre las fronteras de Venezuela en la forma de dibujos a colores con textos
explicativos, muy fáciles de digerir. El de la Guyana Esequiba lo hizo María del Valle
Vásquez, los del Golfo de Venezuela y las delimitaciones en el Mar Caribe me tocaron a
mí. No obstante, pienso que el resultado más fecundo se iba cuajando con el tiempo en el
alma del pequeño hijo del profesor-editor quien, fascinado por lo que el padre publicaba le
tomó mucho cariño a los estudios internacionales y no cejó hasta que se graduara
brillantemente de Licenciado. Ahora es el Profesor Armando Jiménez, con un postgrado
detrás del otro. En la obra colectiva Venezuela y... los países hemisféricos, ibéricos e
hispanohablantes que tuve el privilegio de dirigir mientras fui Director del Instituto de
Altos Estudios de América Latina (USB, Caracas, 2000), Armando colaboró con dos
artículos sobre el Caribe.
En abril de 1982 un nuevo evento internacional me trajo consecuencias directas.
Regresaba de Martinica tras participar en el primer homenaje que se le rindiera en su isla al
célebre Frantz Fanon, llamado el Apóstol del Tercer Mundo. Había pernoctado en Santa
Lucía y desayunado con el Embajador Molina Duarte, quien me llevó al aeropuerto de
dicha antilla para tomar un vuelo vacío de Viasa a Caracas. Vacío porque era Semana Santa
y de la Venezuela “petrofeliz” iban los vuelos llenos para regresar velozmente a recoger los
que engrosaban las listas de espera. En el rincón posterior del aparato veo, tirado en el piso,
un ejemplar de El Universal de ese día. Vi la bandera argentina clavada sobre un cerro en
un paraje isleño. En seguida lo comprendí todo. En segundos vi llegar la última guerra
anticolonial del siglo.
Comenzó la campaña de difusión sobre Las Malvinas en la cual participé activa e
intensamente. Al llegar a Caracas, llamé a Jorge Olavarría para anunciarle que yo tenía un

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estudio inédito sobre Las Malvinas desde mis tiempos de estudiante, y lo que hacía falta era
actualizarlo para que su revista Resumen fuera la primera del país en ofrecerle al lector un
trabajo con fondo científico. En 24 horas yo ya estaba con él a las puertas de su quinta ‘La
Guayabita del Perú’, revisando un texto que pronto entraría en composición para que se
leyera “El retorno de las Malvinas: reseña histórica de una agresión impune durante siglo y
medio”. Cinco fueron los artículos que sobre el tema escribí para Resumen, hasta que
advino el colapso de la resistencia sureña ante la formidable expedición que la Dama de
Hierro, Margaret Thatcher, armara contra el lejano archipiélago con la connivencia del
gobierno aliado del Presidente Reagan y a pesar de los compromisos hemisféricos de
Estados Unidos. Tuvimos participación en varios eventos académicos siempre al lado de
Argentina, no obstante el carácter dictatorial de su gobierno en aquel entonces y el
argumento objetivamente procedente de que su gobierno militar, presidido por el recién
fallecido General Leopoldo Galtieri, estaba apelando al nacionalismo argentino para tapar
los huecos de un régimen inmoral. Ninguno de los que salíamos a defender a la Argentina
en las Malvinas comulgábamos con esa dictadura, pero todos sentíamos el llamado de la
tierra argentina.
El debate de Las Malvinas puso sobre el tapete un tema considerado una suerte de
fantasía de las escuelas militares en sus proyecciones nacionalistas que la izquierda, por
doctrina, rechazaba vehementemente y la derecha consideraba inoportuno e incompatible
con la expansión económica país afuera y con la integración regional. Antes de Las
Malvinas, sobre la geopolítica se pensaba que era coto de los militares irredentos y hasta un
legado del régimen del General Pérez Jiménez, quizá porque el segundo a bordo de la
época, el General Luis Felipe Llovera Páez, fallecido en 1978, había dejado un trabajo que
se leía en las academias militares. La hipótesis de Caraballeda promovió el tema hasta
cierto punto y, para comienzos de la década de los 80, ya se dictaba cátedra dentro de otras
asignaturas. En Mérida fue Briceño Monzillo adalid, precursor, maestro. Intenté una
aproximación al tema más adelante en 1990, al escribir para la Revista Mundo Nuevo del
Instituto de Altos Estudios de América Latina el artículo “La geopolítica académica en
Venezuela”. Mi apreciado amigo el General (R) Carlos Celis Noguera le dedicó mucho
esfuerzo desde el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional (IADEN) del cual fue

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su primer Director en los años 70. El General (R) Alberto Müller Rojas escribió una sesuda
obra sobre la crisis de las Malvinas.
Para un curso sobre la geopolítica de los recursos naturales a dictarse dentro de un
programa de postgrado, se necesitaba profesor. Finalizaba 1983 en clima electoral. Fue
coordinador de ese curso el estudioso Coronel (GN) Leopoldo Saavedra, a quien no había
tenido el gusto de conocer. Tal vez por alguna de mis obras o por la recomendación de
algún colega, me propuso encargarme del curso. Sería cuestión de ir una tarde completa una
vez a la semana a la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas de Cooperación en Caricuao.
Allí sí cometí una picardía calculada: elegí el martes, día de parada para mi vehículo a fin
de que me resolvieran el problema del manejo hasta Caricuao, y las colas consiguientes al
pasar las caravanas verdes del candidato Caldera o las blancas o amarillas del candidato
Lusinchi. Efectivamente, el teniente González se encargó del asunto. El curso estuvo a la
altura de profesor y alumnos, pues tuve el esmero de preparar cada clase con anticipación,
seguir el programa en general y elaborar los puntos específicos, además de recomendar la
bibliografía. Creo que fue uno de los cursos más completos que di en mi carrera docente de
40 años. Y como siempre, se renuevan y surgen amistades y relaciones. En ese curso me
volví a encontrar con el profesor Sergio Foghin, a quien había conocido y llegado a apreciar
en el curso anterior dictado en el Instituto Pedagógico en 1977. Hoy es el editor de la
revista Aula y Ambiente que me honra con publicar este trabajo. Estaba, entre otros, la
profesora María Coromoto Casado, más adelante Secretaria de la Universidad de Oriente, el
Licenciado Wetter Bub, luego alto funcionario del Ministerio del Ambiente. El Coronel
Saavedra me prestó un libro que no me ha sido posible devolver: lo reconozco y reitero la
disposición a hacerlo.
No obstante, la aproximación del Año Bicentenario del Libertador ya venía
exigiéndome un cambio en el timón. Desde la infancia y adolescencia– y esto está escrito–
soñaba con investigar la actuación y el pensamiento de Simón Bolívar, no sólo como el
Libertador que fue de medio continente en la América morena meridional, sino también
como el precursor espiritual, quizá el mentor madrugador de esos movimientos de
liberación anticolonial que mi generación ha visto desfilar, en nuestra juventud, a lo largo
de Africa, Asia, Oceanía y luego el Gran Caribe. Distancias aparte, me pareció que la
combinación de lucha militar con un proyecto nacional basado en leyes y principios

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humanistas y de cooperación regional que Bolívar formula en Jamaica, Angostura, Cúcuta
y en Lima para el Congreso Anfictiónico de Panamá, refleja unas realidades que volverán a
expresarse en otros idiomas bajo distintas banderas y por hombres de diversos colores e
idiomas. Sobre todo en lo que atañe a los arquitectos de la Conferencia de Bandung como
eco afroasiático del Congreso de Panamá. En efecto, tuve la suerte de conocer la sala del
Convento de San Francisco en Panamá en 1961 y, 20 años después, el edificio en que se
reunieran los delegados a Bandung en la isla indonesia de Java. Nehru, Soekarno, Nasser, U
Nu, Nkrumah, como luego Nyerere, Senghor, Bandaranaike, Manley, Jagan, fueron
hombres de esa estirpe. Como lo habían sido, de la generación anterior Ghandi, Jinnah y
Ataturk. De toda esta cabalgata de hombres-Estado queda uno solo vivo al escribir estas
líneas en 2003: Nelson Rohilala Mandela, el que estuvo preso 10,000 días con sus noches,
en las ergástulas del apartheid.
Efectivamente, ese año del Bicentenario, Mandela recibió, en ausencia, el premio
Simón Bolívar de la UNESCO, compartido con el Rey Juan Carlos de España. Tuve el
honor de asistir al acto de entrega del premio, en el Teresa Carreño el 24 de julio de 1983.
Mandela, representado por su compañero de lucha, el hoy finado Oliver Thambo y por su
hija Zinzi, el soberano borbón, en persona con Su Majestad, la reina.
Para la fecha estaba en la imprenta mi obra Bolívar y el Tercer Mundo. El título
podrá hablar por la obra, tanto como el subtítulo: La devolución de un anticipo
revalorizado. Se imprimió en Madrid por órgano del Comité Ejecutivo del Bicentenario de
Simón Bolívar que presidía mi maestro José Luis Salcedo-Bastardo, autoridad continental
sobre El Libertador con una obra traducida a más de veinte idiomas en todos los
continentes. El libro, dedicado a él, fue presentado en la Academia Nacional de la Historia,
el 2 de agosto de 1984. Se me concedió el honor de dirigirme a la augusta Academia. De
los académicos hoy fallecidos recuerdo la presencia de Uslar Pietri, Felice Cardot, Armas
Chitty, Nicolás Perazzo, Alfredo Boulton, Luis Beltrán Guerrero, Tomás Polanco Alcántara
y Tomás Pérez Tenreiro entre otros. En Caracas tengo todos los nombres anotados, ya que
estoy escribiendo esto en Turquía.
El libro obtuvo el Premio Municipal de Caracas, Mención Investigación Social en
junio de ese mismo año 1984. Quince años después, agotada la edición, la Universidad de
Los Andes en Mérida bajo el rectorado del Dr. Felipe Pachano dispuso la elaboración de

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una segunda edición, la cual contó con una Presentación del Presidente de la República
Hugo Chávez Frías. El Presidente Chávez, quien había conocido la obra en su primera
edición por un ejemplar que yo obsequiara a mis alumnos de otro postgrado en el Estado
Táchira, en este caso al teniente coronel Francisco Arias Cárdenas, ordenó su presentación
ante la Conferencia General de la UNESCO en París, en acto al que fui invitado y en donde
escuché la presentación verbal de la obra por el entonces Canciller, luego Vicepresidente de
la República Bolivariana de Venezuela, José Vicente Rangel.
Ya nos hemos adelantado quince años en aras de hacerle seguimiento a Bolívar y el
Tercer Mundo, un libro en el que la visión marítima de Bolívar no podía faltar. Para quien
desee ampliar la relación de Bolívar y el Mar, le recomiendo el libro de este título del CN
(R) Bernardo Jurado Toro. Ahora será preciso retomar el hilo y volver a 1984, al año que
Orwell inmortalizara en una novela casi profética escrita precisamente en 1948.
Resta recordar que el país pensante, tal como critica, sabe premiar. En noviembre de
1982 tuve el honor de recibir la Orden Andrés Bello en su segunda clase, y en enero de
1983, la Orden 27 de junio en su primera clase de manos del Presidente Luis Herrera. Debo
reconocer la hidalguía democrática de un presidente quien hizo caso omiso de mi acérrima
oposición a su gobierno durante la crisis de Caraballeda, al imponerme tan valiosas
presillas. Y no porque aprobara entusiastamente su posición ante la crisis de Las Malvinas.
Pasarán 17 años antes de que otro presidente, Hugo Chávez Frías, me otorgara la primera
clase de la condecoración Andrés Bello, tras la presentación de mi libro Bolívar y el Tercer
Mundo ante la UNESCO en París. Quien estuvo pendiente de mis primeras
condecoraciones fue la funcionaria, hoy jubilada, del Ministerio de Educación Nacional,
Ana Maturi, fiel amiga desde mi arribo a Caracas desde los liceos de Maracaibo en 1966.

En Londres: la capital de los siete mares


“We were the first, who ever burst, into that silent sea”.
Los alardes británicos sobre los mares del globo no dejan de tener su base de
soporte. Aunque no sean los únicos marinos del mundo, la verdad es que cuando en el
Siglo XIX el hombre navegante termine de conocer el globo de agua por completo, ese
siglo llega a ser una suerte de legado de Gran Bretaña, tal como el XVIII viera el auge de

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Francia, el XVII la expansión de Holanda, el XVI la gloria de España hasta la Armada
Invencible y el XV fuera coto del pionero Portugal.
Varios de los convenios sobre Derecho Marítimo se originaron en Londres antes de
la contemporánea codificación del Derecho del Mar. De ahí que Naciones Unidas juzgara
pertinente ubicar a su Organización Consultiva Marítima Intergubernamental (OCMI),
fundada en 1948, en la capital del Reino Unido. Años después, ya en 1982, se le cambia la
denominación por la de Organización Marítima Internacional (OMI), o IMO en inglés.
Venezuela firmó la Convención de su fundación desde el principio, pero es sólo en 1975
cuando la ratifica. De ahí un artículo del suscrito en El Nacional: “Venezuela en la
Organización Marítima Intergubernamental”, del 22 de marzo de 1976.
La OMI ha auspiciado una serie de tratados y convenios sobre el tráfico marítimo, la
seguridad de la vida humana en el mar, la seguridad y construcción de los buques, la
prevención de la contaminación, sobre todo por el vertimiento de hidrocarburos y otras
sustancias nocivas, además de una serie de regulaciones regionales y específicas aplicables
en zonas de intenso tráfico marítimo. Como se ve, es un organismo más técnico y contralor
que jurídico-internacional en el sentido más amplio del Derecho del Mar en tanto rama del
Derecho Internacional Público. En Venezuela se conecta más con el Ministerio de
Transporte y Comunicaciones, el del Ambiente y con el Instituto Nacional de
Canalizaciones, por ejemplo, que con la propia Cancillería, aunque ésta sea el conducto
obligatorio para las relaciones exteriores de la República.
Dentro del mar de temas que el mundo marino es capaz de generar, yo me había
aproximado unos pasos a la esfera de la OMI, como lo evidencia el primer tomo de La
Vigencia del Mar. A partir de 1974 con la llegada a Miraflores del Presidente Carlos
Andrés Pérez, surgió la idea de dotar a Venezuela de un gran astillero. La gente del estado
Sucre lo quería para sí, faltando zanjar las sanas rivalidades entre Cumaná y Carúpano. De
La Casa de Sucre en Caracas me llamaron para hablar sobre astilleros y construcción naval,
por órgano de mi gran amigo, don Fortunato Levy. Esto me fue abriendo nuevas sendas, de
modo que, cuando llegó el momento de enfocar un poco más las cuestiones de la OMI, ya
tenía algo más que aportar.
Otro sucrense e ilustre venezolano, José Luis Salcedo-Bastardo, se asocia a la etapa
siguiente cuando, nombrado en 1984 Embajador ante el Reino Unidos de Gran Bretaña e

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Irlanda del Norte por el gobierno del Presidente Lusinchi, me propuso acompañarle en el
rango de Consejero durante un año –claro está– previo permiso no remunerado de la
Universidad Simón Bolívar. Era una doble oportunidad de ejercer la carrera en la cual me
había graduado en la Universidad Central de Venezuela en 1970 con la distinción magna
cum laude por un lado y, por el otro, de representar al país ante la Organización Marítima
Internacional. En lo personal y pensándolo bien como antiguo profesor de inglés que
conoce las virtudes y deficiencias de nuestros programas, razoné que mis hijas adolescentes
podrían regresar con una base sólida del idioma anglosajón. Hoy me alegra mucho que el
último objetivo se hubiese cumplido en grado satisfactorio.
En Londres conocí al ministro consejero Héctor Tarchetti, un diplomático versado y
ciudadano de virtudes y ética profesional. Un hombre leal, y esta palabra dice mucho. El
CA Enrique Rodríguez Varela asistía a las reuniones de la OMI en honrosa representación
de la Armada, en tanto que la también Consejera Alicia Chacín Lander venía ocupándose
de estos menesteres. La armonía fue el signo que presidiría mi función ante la OMI, al
dedicarme a evaluar sus convenios y recomendaciones en informes seguidos para la
Cancillería. El grupo latinoamericano actuaba al unísono, coordinado por el representante
chileno, señor Santa Cruz, el más veterano del grupo. Asistía yo a todas las comisiones y
reuniones, con énfasis en la del Medio Ambiente.
Por instrucciones del Embajador, Tarchetti y yo tuvimos el privilegio de entregarle
al señor Srivastava, Secretario General de la OMI, la colección de las Memorias del
General O’Leary, obsequio de la República de Venezuela. Allá trabajaba en el
Departamento Legal mi amigo el Dr. Mario Valenzuela, entonces a buen recaudo del
gobierno de Pinochet y luego Embajador de Chile democrático en Dinamarca.
La semana del 5 de julio (1985) coincidió con una invitación que al Embajador
Salcedo le llegara desde Malmö, Suecia, para asistir a la graduación de cinco marinos
venezolanos del curso superior de la Universidad Marítima, dependiente de la OMI. Me
comisionó para representarlo en ese puerto del extremo sur de Suecia, frente a Copenhague,
capital de Dinamarca, donde residía el Capitán Marcos Lucchesi y su esposa para la fecha,
la ya nombrada Licenciada Maritza Campo, entonces segundo secretario en nuestra
Embajada. Marcos fue uno de los graduandos, junto a Pastor Naranjo, hijo del
Contralmirante Naranjo, baluarte de la Marina Mercante venezolana. Cumplí esa grata

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misión en compañía de mi esposa, siendo una de las pocas en que no tenía porqué
pronunciar discursos. Todavía recuerdo la sala adornada con una inmensa bandera sueca:
cruz amarillo oro sobre un mar azul intenso.
Al regresar a Londres me encuentro con uno de los mensajes más ingratos de esa
época: el amigo y hermano José Manuel Briceño Monzillo se derrumbó de un infarto
inclemente en pleno Caracas, al acudir a la Subcomisión de Fronteras del Congreso para
explicar lo que los legisladores ignoraban sobre tan delicado tema. Andino, nacido en
Trujillo y sembrado en Mérida, el Táchira también lo honrará al conferir su nombre al
Centro de Estudios Fronterizos e Integración (CEFI) de San Cristóbal. Cumpliendo una
promesa, he dedicado a su memoria cada conferencia que me tocara dar sobre fronteras
desde entonces acá. Fue un defensor de la integridad territorial de Venezuela sin ofender a
vecinos y hermanos; fue un maestro que quise como a un hermano, pese al poco tiempo en
que nos tocara juntos arar. En febrero del año anterior, conversando a orillas del Albarregas
en Mérida, inventamos el nombre de “fronterología” o “frontología”.
La temporada londinense tuvo su máximo evento marítimo al ser invitado por la
espléndida Elizabeth Mann a participar en la siguiente reunión de Pacem in Maribus, que
se iba a desarrollar en la entonces Unión Soviética: apertura en Moscú, pernocta en Odessa
y crucero en el Mar Negro por Yalta, sede de aquella conferencia de la Segunda Guerra
Mundial y los puertos de Sochi, Suchumi y Butumi, éstos últimos en lo que hoy es la
República de Georgia y precisamente de sus regiones autónomas de Abkhazia y Adyaria
respectivamente. Batumi está a pocos kilómetros entonces herméticamente clausurados de
la frontera con Turquía, país desde el cual hoy por hoy se viaja nada más que con los
documentos de identidad. El costo de los pasajes lo sufragó Pacem in Maribus; dentro de la
URSS, la Asociación Soviética de Derecho Marítimo. El otro latinoamericano fue Mario
Valenzuela, quien por poco se enfrenta a un grave problema por ser chileno, en tiempos en
que a la URSS no le podía agradar el gobierno de Pinochet. Todo se resolvió cuando
alguien le explicó al funcionario que el señor Valenzuela era un alto consultor de la OMI y
que, de adehala, andaba huyéndole a Pinochet como Dios al diablo.
El mexicano que venía a hablar en nombre del Tercer Mundo durante la instalación
del evento en Moscú no pudo viajar. Elizabeth dijo sonreída que le habían preguntado si
tenía un sustituto. Un británico habló en nombre de Occidente, un soviético lo hizo por su

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bloque y al suscrito le tocó casi improvisar la visión que “Humania del Sur”–alias Tercer
Mundo- tenía del orden público en los océanos, fustigando el coloniaje y las reglas
restrictivas del juego. En cuanto a la ponencia principal “Venezuela y la OMI” que llevaba
escrita desde Londres, con diapositivas, diagramas y figuras, la condensé a bordo del
“Konstantin Simonov”, frente al histórico puerto de Yalta, donde los palacios tienen una
fachada otomana hacia el mar y otra entrada estilo ruso, desde la península de Crimea.
Ese viaje hubo de costarme muchos disgustos y sinsabores, como repararé más
adelante. Pero es preciso que se sepa que la ponencia que supuestamente “utilicé” para ir a
la Unión Soviética en plan distinto e incompatible con mi condición de diplomático, será
eventualmente publicada por una de las más prestigiosas universidades norteamericanas
como lo es la Universidad de Chicago en su Ocean Yearbook (Borghese & Ginsburg,
1986).
Hacia finales de julio de 1985, la Universidad de Hawaii, en tanto sede del Instituto
de Derecho del Mar, me invitó a participar en un seminario sobre la Convención de
Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, en la ciudad de Cardiff, capital de Gales. De
nuevo, fui con Mario Valenzuela y con mis hijas. Ante 200 expertos de diversos países,
defendí en su preciso momento los derechos de Venezuela a Isla de Aves y anuncié la
formación de la Comisión Oceanológica Nacional. Esto está estampado en el libro titulado
The UN Convention on the Law of the Sea: Impact and Implementation, University of
Hawaii, 1987.
Parece que, en ese preciso período, alguien había “descubierto” que yo estaba
trabajando para una potencia extranjera. Mi viaje académico a la URSS contó con el
permiso del Embajador y se efectuó en coordinación con nuestra Embajada en Moscú.
Tarde aprendí, sin embargo, que las condiciones de diplomático y académico se tornan a
veces incompatibles. Dos meses después, con mi familia instalada en Venezuela ya que mi
permiso de la Universidad había caducado, fui sumariamente llamado a Caracas, donde el
torpe manejo de un señalamiento –por grave que fuera- precipitó un escándalo innecesario
e inoportuno. Jamás me olvidaré de las asociaciones, universidades, colegios profesionales,
colegas y amigos que levantaran su voz indignados ante semejante atropello.
Jorge Olavaria, el finado Antonio Blavia, Enrique Tejera París, José Vicente
Rangel, el finado Carlos Guerón, Sergio Foghin, Nelson Bocaranda, Rafael Poleo, Jorge

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Cahué y muchos más que no puedo recordar al instante escribiendo desde Ankara, se
expresaron como a cada quien le pareciera justo y adecuado. El finado Gonzalo Barrios,
Presidente de Acción Democrática, como luego el ex Presidente Carlos Andrés Pérez,
tomaron cartas en el asunto, en tanto que Arístides Calvani me envió sus simpatías con un
amigo de confianza. A todas éstas, nunca podré olvidar el apoyo contra viento y marea de
mi compadre, el entonces Mayor, luego General de Brigada, Oscar José Márquez, así como
la constante preocupación de mi amigo Fortunato Levy, ambos desde el inicio del incidente
hasta que se dispersaran las nubes. En cuanto al Gobierno Nacional prefiero no opinar a
tanta distancia de tiempo y espacio, pero debo afirmar que las declaraciones del Canciller
Consalvi se ajustaban objetivamente a las dimensiones de la situación.
La acogida que me dieran las escuelas y los institutos militares abonó un caudal de
confianza hacia mi persona que no tardó en propagarse a la Universidad de los Andes,
donde me correspondiera dictar la asignatura Colombia, reservada para mi querido colega
José Manuel Briceño, antes de su súbita partida. Ese fue un curso que me enriqueció, al
brindarme las relaciones que ahora considero indisolubles con los Estados andinos. De los
cursantes salieron a descollar en la vida nacional Francisco Javier Arias Cárdenas,
candidato presidencial; Francisco Simancas, Embajador en Suriname; Samuel Moncada,
constituyente en el proceso de 1999; Bárbara Pérez de Zaparolli, comisionada de fronteras
del Estado Táchira. Transferido al Cuartel Libertador de Maracaibo en 1990, el teniente
coronel Arias Cárdenas me distinguió con una invitación especial a su toma de cargo. Fue
él, cuatro años después y pasado lo que pasó, quien nos presentara: al teniente coronel
Hugo Chávez y al autor de Bolívar y el Tercer Mundo, en un acto académico en la
Universidad del Zulia, en Maracaibo, a 20 de julio de 1994.

El Caldas en el Golfo de Venezuela


El Instituto de Tecnología y Ciencias Marinas (INTECMAR) de la Universidad
Simón Bolívar me abrió sus puertas a la investigación de nuevo, mientras la docencia la
ejercí a través del Departamento de Ciencias Sociales. El año 1986 marcó mi incorporación
periódica a la Universidad de los Andes, particularmente a través del nuevo Centro de
Estudios Fronterizos e Integración (CEFI), dedicado a la memoria de José Manuel Briceño
Monzillo. Pionero de los estudios geopolíticos y fronterizos, ejemplar educador, disfrutaba

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Briceño de un alto prestigio en los círculos académicos de Mérida. Encabezado por el
apreciado rector, Pedro Rincón Gutiérrez, duró el homenaje una semana completa en la que
se enfocó la problemática global de la frontera venezolana. Entre los participantes-
docentes, poetas, periodistas y el propio Rector - recuerdo al ex ministro del Ambiente
Carlos Febres Poveda, al combatiente periodista José Vicente Rangel y a la Dra. María
Elena Medina, coordinadora de un postgrado de geopolítica ambiental. Una reseña más
completa de ese evento se halla en mi artículo “Semana de Fronteras José Manuel Briceño
Monzillo”, publicado en El Diario de Caracas, a 24 de noviembre de 1986.
En ese período dicté en el Instituto Pedagógico una conferencia en el ciclo “Temas
de Geografía Física de Venezuela” sobre la “Plataforma Continental en el nuevo Derecho
del Mar”, invitado y presentado por el profesor Sergio Foghin. Luego vino lo del Caldas.
La súbita aparición de la fragata misilística colombiana Caldas en aguas
venezolanas del Golfo de Venezuela en agosto de 1987, introdujo en nuevo elemento no
sólo en el decurso del diferendo marítimo con el vecino país, sino en el conjunto relacional
in toto.
Desde agosto del año anterior –1986- ya había mudado mi residencia a la ciudad de
Maracaibo, a pesar de lo difícil que sería cumplir a la vez con mis obligaciones académicas
en la Universidad Simón Bolívar. La apertura hacia la Universidad de los Andes que
prometía seguir con la pauta de Briceño Monzillo, convirtió a Maracaibo en un punto ideal
aunque, paradójicamente, no tuve suerte en interesar a los círculos académicos zulianos en
mis trabajos, pese al hecho de haber enseñado durante cuatro años a nivel de educación
media en Maracaibo y de contar con un universo inagotable de amistades y relaciones. La
mañana en que compré el diario Panorama y vi el titular de BARCO DE GUERRA
COLOMBIANO EN EL GOLFO, comprendí, inmediata y exactamente, la dimensión de lo
que estaba sucediendo. Al día siguiente ya estaba en Caracas donde, felizmente, mantenía y
mantengo un apartamento de refugio intelectual.
Todos los “fronterólogos” nos abocamos a examinar la situación. Mi más
consecuente contertulio durante esa crisis fue el editor y amigo Jorge Olavarría, quien tenía
acceso directo al Presidente Lusinchi y al Canciller Consalvi. El episodio del Caldas
revivió el ambiente de Caraballeda de siete años hacía, al caldearse los ánimos nacionales y
comenzar a fluir las caravanas de vehículos militares hacia la frontera occidental. Uno

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podía verlos de noche, viajando en cualquier bus expreso al pasar raudos por Carora hacia
el extremo occidental del país. Ese juego “inteligente” del entonces Canciller Londoño del
hermano país, por poco nos lleva a una guerra. Esa guerra la evitaron las Fuerzas Armadas
venezolanas en su decidida voluntad de defender el territorio nacional, marítimo y terrestre,
aunadas al correcto juicio del Presidente Jaime Lusinchi, quien se cuidó de consultar la
grave situación con todos los sectores de la vida nacional. Dolido yo como estaba por el
incidente que marcó mi súbito regreso de la Embajada en Londres, me conformé con
dialogar con mis amigos y colegas, opinando sobre lo que se me preguntara con toda la
seriedad del caso, pero cuidándome de no decir nada en público, al considerar que cualquier
enemigo agazapado podía volver a malinterpretar, malponer, malseñalar y corsi et ricorsi.
Hasta que recibí una llamada del conocido periodista Nelson Bocaranda Sardi,
invitándome a su muy difundido programa de televisión “Más allá de la noticia”. El tema
sería “La delimitación marítima al noroeste del Golfo de Venezuela”. Aquel 3 de
septiembre (1987) marcó el comienzo de un nuevo ciclo de actividades y conferencias
relacionadas no sólo con el incidente del Caldas –felizmente superado poco después-, sino
con el conjunto de la problemática limítrofe con Colombia, el cual hubo de llevar
automáticamente a los problemas fronterizos en conjunto. ¡Mucho me debió costar explicar
la diferencia entre fronterizo y limítrofe, tal como no me he cansado de gritar ¡no! a la
imposible tarea de delimitar “aguas marinas y submarinas”, porque lo que se delimita son
“áreas submarinas”, no “aguas”. Varios fueron los encuentros con profesores,
investigadores y personalidades –y desde luego estudiantes- en la estela del Caldas. En San
Cristóbal con el teniente coronel Oscar José Márquez y con el veterano dirigente del MAS
y futuro ministro de fronteras, don Pompeyo Márquez; en Caracas, con el Dr. Pablo Ojer,
CA Ramiro Pérez Luciani y el Dr.Hernández Carstens.
Fue nuestra Universidad Simón Bolívar nuevamente pionera al convocar, en la
estela del Caldas entre el 5 y 9 de octubre, al evento denominado “Semana de Fronteras de
Venezuela”. De las 26 personas invitadas a participar, entre ponentes, comentaristas y
relatores, acudieron las 26. Mi mano derecha en la organización fue mi amigo el biólogo
Victoriano Roa, funcionario del INTECMAR. Sin disponer del programa que tengo
guardado en Caracas, recuerdo que en dicho evento participaron los ex Cancilleres Efraín
Schacht Aristeguieta e Isidro Morales Paúl, como los futuros Cancilleres Enrique Tejera

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París y José Vicente Rangel, los diputados José Curiel y Cándido Pérez Méndez (autores
del proyecto Territorio Federal Caribe), los Embajadores Jean Francois Pulvenis y Rubén
Carpio Castillo, el editor y ex diputado Jorge Olavarría, así como los más connotados
profesores universitarios conocedores del tema: Carlos Guerón, Daniel Guerra Iñíguez,
Pablo Ojer, Rafael Sureda y científicos como Aníbal Martínez, José Antonio Galavís y
Hernán Pérez Nieto. Fue en esa ocasión cuando Tejera París hizo una declaración
resonante: “Gracias al Caldas ahora Venezuela conocerá a su frontera”.
Es menester mencionar lo que sobre el Caribe se investigaba y publicaba en nuestra
Universidad, gracias al denodado esfuerzo del profesor Andrés Bansart. De la Asociación
Venezolana de Estudios del Caribe (AVECA), de loable trayectoria en llevar a todas las
universidades y centros de estudio en el país un sostenido esfuerzo por dar a conocer las
realidades de este mar que nos envuelve y anima, nuestra Universidad se destacó con la
creación de un Grupo de Trabajo y la publicación de un atractivo boletín, enriquecido con
los vuelos literarios y poéticos de Andrés Bansart.
Un día en que se preguntó curiosamente si era la UCV o la USB la que había
iniciado, de alguna manera, la orientación hacia el Caribe, unos decían que fue Kaldone
Nweihed en 1978 con un curso precursor de extensión intitulado “Venezuela Marítima y el
Caribe”, mientras los otros aseguraban que fue Demetrio Boersner, el mismo año, con su
excelente libro Venezuela y el Caribe: una realidad cambiante. Al buscar un dato preciso,
se comprobó que el libro llevaba por fecha de impresión el 10 de mayo, la misma fecha del
inicio del curso. El Dr. Boersner, nuestro profesor y amigo, ha sido un baluarte de los
estudios internacionales en nuestro país.

Introducir la “Fronterología”: Un deber impostergable


Al cumplir simultáneamente 60 años de edad y más de 25 en la docencia, solicité mi
jubilación, no para colgar los guantes sino más bien para jubilar a la jubilación. Al tener mi
hogar en Maracaibo y mis cursos y conferencias en Los Andes, se precisaba de un simple
cambio de prioridades, pues de ninguna manera iba a faltar un ápice a mi querida
Universidad Simón Bolívar, máxime cuando el nuevo y joven rector, Freddy Malpica
Pérez, apreciando mi modesto esfuerzo por el mar y las fronteras, autorizó el que tuviera

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una secretaria ad hoc para seguir realizando mis trabajos de investigación, tanto de cuerpo
presente, como a distancia.
Dentro de esta relativa calma, que es esencia y razón de ser del incentivo a la
investigación, me propuse escribir una obra básica sobre fronteras: Frontera y Límite en su
Marco Mundial: Una aproximación a la “Fronterología. Para mí, fue José Manuel Briceño
el coautor espiritual de esta obra, si tal figura algo puede decir. Fue dedicada a su memoria
y a la memoria de un gran catedrático, jurista e internacionalista, Juan Carlos Puig, una vez
Canciller de la República Argentina quien, como manda el reglamento universitario, fue el
lector-juez del manuscrito. No por amigo y compañero de trajines universitarios, sino más
bien por su estricto apego a la ética, Juan Carlos aprobó el manuscrito, no sin señalar
algunas omisiones y otras críticas justas. Lo que queda no será la crítica, sino el triste hecho
de que su veredicto sobre mi obra fue el último acto académico que firmara– a 8 de junio de
1988- antes de que una cruel enfermedad lo restara a América Latina, justo en la semana en
que Caracas se enfrentara a los trágicos acontecimientos de febrero/marzo de 1989, al
principio del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez.
Entre Caracas y Maracaibo se armó la obra, sobre más de 40 años de observación y
estudio, sistemático y difuso. Entre su redacción e impresión pasaron más de tres años,
entre lo administrativo y presupuestario, hasta que el Rector Malpica ordenó
específicamente que se editara. Mi secretaria Evelia Márquez la copió a máquina, resuelta a
no entrar en la era del procesador de palabras. El diseño de la portada lo tracé en boceto
empírico en media hora, para luego ser profesionalizado en nuestra Unidad de Medios
Audiovisuales: un límite quebradizo aparece dividiendo un territorio, al atravesar
simultáneamente una ciudad y una laguna, con un boceto cartográfico del mundo entero
como recuadro ovalado, en señal de la unidad global. La obra incluyó terminología, validez
de la (aún entre comillas) “fronterología”, evolución histórica del fenómeno fronterizo, su
diversidad regional, las fronteras seguras e inseguras, políticas fronterizas de los Estados,
determinación de los límites terrestres y, en el último y más denso capítulo, la delimitación
marítima: naturaleza jurídica de la delimitación, principios y métodos aplicables, la norma
jurídica en el derecho positivo, práctica de los Estados, acuerdos logrados, litigios
judicialmente resueltos, además de una ojeada a la delimitación fluvial y lacustre y un
resumen del estado en que se encontraba la entonces no vigente Convención de 1982.

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Esa edición se imprimió en Maracay, Estado Aragua, escogiendo un color verde
pistacho para la portada. Se disolvió casi en seguida tras su aparición en noviembre de
1990, entre venta al público y lo que la Universidad Simón Bolívar optó por obsequiar. La
segunda edición, del mismo diseño pero de color rojo anaranjado en la portada, se hizo
necesaria por un nuevo elemento que ya se veía venir, como lo serían los numerosos
cambios y modificaciones en el mapamundi político a raíz de la unión alemana, la
disolución de la Unión Soviética, el desmembramiento de Yugoslavia y el surgimiento de
nuevos límites y fronteras, como resultado de la conversión de los límites internos
(digamos entre Rusia y Kazajstan, o entre Armenia y Azerbaijan) en límites
internacionales.
El padrino de la segunda edición será el Instituto de Altos Estudios de América
Latina de nuestra Universidad, que era como decir, Miguel Angel Burelli Rivas. Habiendo
trabajado juntos en la Conferencia del Mar, nos fue más que fácil vencer los escollos de la
cotidianidad para concentrar en lo sustantivo. La buena amiga Angelina Rísquez Cupello,
compañera de labores del INTECMAR de aquella época, supervisó el proceso editorial en
los talleres de Gráficas Franco, donde don Julio y su hermano Hugo entrarán a formar parte
de cualquier esquema editorial que emprendiera en el futuro. A la segunda edición
aumentada, con el sello de Equinoccio, le faltaron dos hojas para 600, y lleva 1992 por
fecha de edición.
El texto contó con la presentación magistral del profesor Dr. Efraín Schacht
Aristeguieta, maestro del Derecho Internacional y hombre justo a carta cabal, que ha sido
ejemplo a seguir en lo ponderado de sus juicios y acertado de sus planteamientos, tanto en
su profesión de abogado, como en su conducta de hombre público. Aparece esta
Presentación en ambas ediciones, con un elegante Prólogo a la segunda por el profesor Dr.
Miguel Angel Burelli Rivas quien, al llamar “único” a este libro, resumió en pocas
pinceladas precisas la idea detrás de su evolución hacia esa segunda edición.
Ambas ediciones traen una pequeña historia de una vivencia personal de 1960 en la
ciudad de Esquel, provincia del Chubut, en la República Argentina. La dejo en el aire, por
si a alguien le interesa, la pueda buscar.
La primera edición fue presentada en acto público en el paraninfo de la Universidad
Simón Bolívar en presencia de las autoridades universitarias, el presentador y el hoy

66
desaparecido Ciro Añez Fonseca, entonces presidente de la Comisión de Seguridad y
Defensa de la Asociación Pro Venezuela, de la cual tuve el privilegio de formar parte
durante varios años.
El acto fue, prácticamente, una especie de reconocimiento inmerecido al esfuerzo
del suscrito en esta área y una especie de despedida, por lo que se vislumbraba como un
retiro más efectivo hacia el hogar y el reposo, al aproximarse a su término otro esfuerzo
“marino-marítimo-submarino”, como sería mi contribución a la obra colectiva de la
Asociación Americana de Derecho Internacional (ASIL), International Maritime
Boundaries, como será referido a renglón seguido. Es preciso agregar que la segunda
edición será presentada en San Cristóbal, en el Palacio de Gobernadores del Estado
Táchira, durante el desarrollo del Tercer Congreso Iberoamericano de Fronteras. Al
segundo, que se celebró en San José de Costa Rica en 1990, yo ya había llevado los 10
primeros ejemplares de la primera edición.

International Maritime Boundaries : Libro de consulta universal


Más que un esfuerzo individual, el aporte venezolano a esta obra de difusión
universal ha sido un logro de la Universidad Simón Bolívar y de su Instituto de Tecnología
y Ciencias Marinas (INTECMAR), cuya dirección la venía desempeñando un joven biólogo
prometedor, ex alumno de mis cursos, Ricardo Molinet. Sucedió en setiembre de 1988, casi
en la misma semana en que salía mi jubilación, con toda la carga nostálgica que encierra.
Fue una llamada de Washington, de Robert Smith, joven director de la Oficina de The
Geographer, adscrita al Departamento de Estado. “Bob” había heredado a su maestro,
mentor y tocayo, el muy respetado Dr. Robert D. Hodgson en la oficina que suministra al
Departamento de Estado la información geográfica del mundo. Ambos, al igual que otros
funcionarios, participaban en las reuniones del Instituto de Derecho del Mar de la
Universidad de Rhode Island que dirigía Lewis M. Alexander, llegando a conocer a los
componentes de esa familia internacional de expertos e investigadores, por el estilo de
Elizabeth Mann Borghese, con quien también intercambiaban pareceres. Hodgson falleció
de un infarto tras una reunión que tuvimos en México a finales de 1979.
Smith me decía que la Asociación Americana de Derecho Internacional (ASIL), con
sede en Washington, estaba planificando la edición de un trabajo monumental, entre más de

67
20 expertos, sobre las delimitaciones marítimas en el mundo. Diez expertos regionales
analizarían cada tratado en su región, conforme un esquema modelo para guardar cierta
unidad de análisis a lo largo de la obra, mientras otros diez expertos llamados temáticos,
sacarían conclusiones desde distintos puntos de vista como serían, por ejemplo, el histórico,
el político, el económico, el geográfico, el geológico, el jurídico, el técnico (en cuanto al
método de delimitación) y el técnico-cartográfico, rematando con una información
actualizada sobre la posición de los Estados firmantes ante el Derecho del Mar, tanto
Ginebra (1958) como Montego Bay (1982). Agregó mi interlocutor al otro lado del hilo
telefónico, que los de la iniciativa, juntamente con los directivos de la Asociación
Americana de Derecho Internacional, querían que el suscrito se encargara de la sección de
Centroamérica y el Caribe. De aceptar la propuesta, tendría que viajar a Washington en
diciembre para una reunión de los 20 expertos con el comité ejecutivo del proyecto.
Los organizadores habían analizado un trabajo anterior del suscrito intitulado “E.Z.
(Uneasy) Delimitations in the Caribbean”, que publicara la revista especializada Ocean
Development and International Law , a principios de 1980. El nuevo proyecto me obligaba
a analizar, comentar y presentar, dentro del marco convenido, unos 15 tratados, pues se
excluyeron los escenarios aún no resueltos, como el noroeste del Golfo de Venezuela entre
Colombia y Venezuela. Así que, al concluir el trabajo, había analizado los tratados de
Colombia con Panamá, Costa Rica, República Dominicana, Haití y Honduras; los de
Venezuela con los Países Bajos (Antillas Neerlandesas), Estados Unidos, República
Dominicana, Francia, Trinidad y Tobago (tres instrumentos distintos, desde el Tratado de
Paria de 1942 hasta el actual de 1990), Cuba-México, Cuba-Estados Unidos: Francia-Santa
Lucía, además de un resumen evaluativo de toda la región, el cual considero de máxima
importancia, ya que me permitió, sin faltar a la ética y normas del proyecto, incluir lo más
esencial sobre el litigio colombo-venezolano y establecer que el límite terrestre cerca de
Castilletes no llega al mar, pues se detiene jurídicamente a unos 100 metros de su orilla,
siendo ésta una realidad incontrovertible, sobre todo si la comparamos con la matemática
precisión con que Colombia y Panamá fijaran el punto en que sus límites terrestres tocaban
la orilla del mar. Por otro lado, el derecho de nuestro país a todas las jurisdicciones
marítimas que engendra Isla de Aves fue objeto de reparos por parte de una asidua
investigadora del Instituto Holandés de Derecho del Mar quien, a pesar de sostener el punto

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de vista de las Antillas menores, no pudo incluir ninguna noción que fuera a transgredir los
derechos de Venezuela, ni yo infringí el derecho ajeno tampoco.
Hice un primer viaje a Washington en diciembre de 1988 para regresar con el
esquema de los trabajos –16 ya lo he dicho-, tras unas rondas de deliberaciones en las que
participamos todos los coautores. Piloteaban ese barco por aguas trémulas el geógrafo
norteamericano Lewis M. Alexander y el profesor de Derecho Internacional de la
Universidad de Nashville, Jonathan I. Charney. Mucho me apenó el que no pudiera asistir a
un homenaje a su memoria, al fallecer prematura y lamentablemente en 2002. Jon era muy
preciso, exigente y, a veces intolerante, pero un gran director de equipo. Gracias a su
insistencia y “machaconería”, el proyecto salió casi perfecto.
Entre las personalidades participantes estaban Louis Sone (USA), Eduardo Jiménez
de Aréchaga (Uruguay), Keith Heighet (USA), Victor Prescott(Australia), Tulio Scovazzi
(Italia), Choon Ho Park (Corea), Bernard Oxford (USA), Barbara Kiawatowska (Holanda),
Cap. Beezley (RU) y los demás cuyos nombres se pueden consultar en Internet en la página
de Maritime Delimitations. El Dr. Aréchaga, Presidente de la Corte Internacional de
Justicia, perdió la vida en un malhadado accidente unos años después.
El año 1989– de desagradables recuerdos para Venezuela en sus inicios y de grandes logros
para la humanidad hacia sus finales– lo pasé entre Caracas y Maracaibo, investigando,
recogiendo datos y escribiendo. Mi secretaria Evelia Márquez no maneja el inglés y
prefería la máquina de escribir al procesador de palabras, pero así y todo, el trabajo
avanzaba. Fue durante ese año cuando me familiaricé con el fax como medio de
comunicación visual inmediata. La voluntad de Victoriano Roa se puso de manifiesto al
fungir de “jefe de logística” entre Maracaibo, Caracas y Nashville. Uno de los
hechos más curiosos que ocurrieron se refiere a un cuestionario escrito que mandé por
correo al gobierno de Santa Lucía, llegándome por respuesta los pasaportes de una
ciudadana estadounidense y de una canadiense, evidentemente por traslapo de sobres, pues
supongo que fueron esas dos damas quienes recibirían la respuesta a mi encuesta. Esos
pasaportes los devolví por valija diplomática vía nuestra Embajada en dicha isla, pero
nunca más supe de su destino.
Debo reconocer la valiosa ayuda del Embajador Jean-Francois Pulvenis en la
interpretación de tratados en cuya negociación le había tocado participar. Juan-Francois,

69
más adelante embajador en Guyana, ha sido el baluarte de la Cancillería en materia de
Derecho del Mar y fronteras. Un profundo estudioso y autoridad reconocida. El Ministro
Consejero Héctor Tarchetti desde Tegucigalpa, cuidó de que el material sobre Honduras
fuera lo más completo posible. A nuestro primer negociador Isidro Morales Paúl, luego
embajador en Francia, lo visité un día en París para reforzar mis hipótesis.
En diciembre de 198– al año– nos volvimos a encontrar, todo el grupo en Wye
Plantation, un lugar que obtuvo eminencia universal por una alta reunión internacional años
después. Ya cada uno podía someter al grupo entero lo que venía trabajando sobre su área
geográfica, en tanto los temáticos tomaban nota, hacían preguntas y forzaban respuestas de
la más variada índole. La idea era regresar cada quien a su terruño y producir los textos
semifinales durante el año 1990, ya que los finales serían los aprobados en definitiva por el
Comité Ejecutivo y por la Asociación Americana de Derecho Internacional.
Esos fueron tres o cuatro días literalmente enterrados en la nieve. De Wye
Plantation no pudimos contemplar gran cosa, más que la mansión central (comedor), la sala
de conferencias y las cabañas o pisos de cada quien, hacia los cuales se caminaba con las
botas hundidas en el fofo algodón de un paisaje navideño. Sí había una tiendita de vender
cigarrillos, chucherías y algunas revistas de farándula y rompecabezas. Nos prohibieron la
lectura de la prensa y la radio, precisamente para poder concentrarnos. Sin embargo,
recuerdo la muerte del fisico Andrei Sajarov y la caída del narco colombiano Rodríguez
Gacha. La invasión del primer Presidente Bush a Panamá siguió a renglón seguido, pero yo
ya estaba pasando dos días en Vermont, también bajo nieve, cuando Jorge Olavarría me
llamó al hotel al grito: “Pon la tele. Invadieron a Panamá”.
Los dos primeros tomos de International Maritime Boundaries salieron de la
Editorial Martinus Nihjoff en La Haya a finales de 1993 y se ofrecían al público por US
$850. A cada autor le dieron un ejemplar de la colección; luché y batallé para que fueran
dos, pues uno tenía que estar en la biblioteca del INTECMAR, donde actualmente reposa.
Mi recompensa pecuniaria llegó a la suma astronómica de un mil dólares, pero la
recompensa espiritual e intelectual no tiene precio. Mi contribución alcanzó un total de 263
páginas, incluyendo los textos mismos de los tratados analizados y los mapas
correspondientes.

70
Cuatro años después, el mismo grupo, al anunciar la preparación de un tercer tomo
mediante la actualización del libro, me pidió escribir los tratados Cuba-Jamaica y
Colombia-Jamaica, para un total de 39 páginas, lo cual me proporcionó un regreso a esa
metodología, pero sin necesidad de viajar al norte en tiempos nevados. El tercer tomo
apareció en 1998 y he oído que el cuarto está en vías de elaboración. Pero a esta altura,
pienso que la misión ya está cumplida. De hecho, otro colega redactó la biografía de nuevos
tratados intercaribeños entre las islas británicas y estadounidenses.
Como suele pasar cuando no se tiene la suerte completa, en nuestro país no logré
que esta obra monumental captara la atención debida. Hasta el momento, la propia
Cancillería no la ha adquirido y dudo que existan más de dos o tres ejemplares en todo el
país. Mi apreciado amigo el ilustre geógrafo Pedro Cunill Grau le dedicó un segmento en
un artículo suyo en El Nacional, en tanto la prematuramente desaparecida urbanista
Giovanna Mérola también la valoró en otro artículo que publicara a raíz de la edición de
Frontera y Límite en 1991.

Reafirmación Marítima Venezolana: 20 Años Después


El primero de enero suele ser un día dormido en Venezuela. El país entero amanece
aletargado. Ese día del año 1993, sin embargo, me desperté temprano a tomar café en el
jardín de mi casa en Maracaibo. Por casualidad alcé la vista hacia el letrero con el nombre
de la quinta “Albamar”, al recordar que la habíamos adquirido a crédito en 1973, el Año de
la Reafirmación Marítima de Venezuela. Y de repente la idea surgió como un rayo: ¿Por
qué no celebrar los 20 años transcurridos y así elaborar un inventario de lo que nuestro país
ha logrado en sus espacios marinos?
Me trasladé a Caracas en el término de ambas distancias: la física y la festivo-
temporal, para traducir la idea a la acción. Jubilado como estaba, seguía ocupando mi
oficina y asistido por mi secretaria en el INTECMAR, en cuya dirección se encontraba por
primera vez una dama: la Dra. Deisy Pérez. En menos de una semana se consiguió que el
evento fuera copatrocinado, además de nosotros, por el hermano Instituto de Altos Estudios
de América Latina, a cuya cabeza se encontraba, desde finales de los años 70, el profesor
Miguel Angel Burelli Rivas, óptimo padrino para semejante causa. De igual manera
comprometimos a la Comisión Nacional de Oceanología, ahora presidida por nuestro

71
compañero Hernán Pérez Nieto. El patrocinio de la C.A. Venezolana de Navegación–
casualmente disuelta por privatización inmediatamente después- lo extendió el buen amigo
CA Germán Romero Oquendo, antiguo compañero de la Comisión Oceanológica del
CONICIT. En cuanto a la Comandancia General de la Marina y gracias a que nunca dije no
a ninguna colaboración con la Escuela Superior de Guerra Naval, nuestra solicitud fue
inmediatamente acogida. Es menester agradecer a la Marina de Guerra el haberme
conferido la Orden al Mérito Naval “Almirante Brion” de manos del entonces Comandante
General VA Ignacio Peña Cimarro, en julio del año anterior. En marzo del año siguiente se
me otorgó el diploma de Miembro Honorario de la Facultad de la Escuela Superior de
Guerra Naval, casa de estudios de alumnos vestidos de blanco y rotulados de azul,
guardianes sin solución de continuidad de la soberanía marítima de Venezuela. De ese
período en particular va mi reconocimiento al CN (R) Ponce Lugo.
Como quiera que el Año de la Reafirmación Marítima de 1973 fue impulsado por el
gobierno del Dr. Caldera, era la oportunidad de invitarle a inaugurar nuestra SEMANA
DEL MAR: REAFIRMACION MARITIMA VENEZOLANA VEINTE AÑOS DESPUES.
Le mandé una invitación al ex Presidente, recibiendo una amable respuesta en el sentido de
que la fecha exacta se indicaría después de su regreso de China en viaje ya previsto.
Efectivamente y al regresar, se fijó la fecha entre el 7 al 11 de junio, sin tener nadie la
mínima idea de cómo esas fechas y ese lapso irían a obrar en la cronología del país
nacional. El 20 de mayo el Presidente Pérez fue removido, Octavio Lepage gobernó dos
semanas interinamente, mientras el Congreso Nacional designaba al eminente historiador
Ramón J. Velásquez, presidente de la República. La vorágine política dio sus vueltas de
manera tal que fue en la fecha de inauguración de nuestra Semana del Mar, a 7 de junio,
cuando el ex Presidente Caldera amaneció separado del partido de su fundación y
enfrentado a una nueva etapa en su vida política, que era parte inseparable de la vida del
país.
Acudió puntualmente al Paraninfo de la Universidad, acompañado de nuestro colega
el Profesor Burelli Rivas, quien sería el Canciller de la República durante el segundo
mandato del Presidente Caldera, desde 1994 a 1999. Fue recibido por el Rector Freddy
Malpica y las demás autoridades universitarias, quienes escucharon sus juicios no sólo
sobre el Mar de Venezuela, sino sobre el momento que estaba viviendo el país, pero

72
siempre dentro del estricto marco académico del discurso. Para el suscrito tuvo el ex
Presidente unas frases muy decorosas que no seré yo quien las repita. En el programa
estaba previsto un homenaje a las figuras principales del Año de la Reafirmación Marítima,
ya desaparecidas, como son el Canciller Calvani y el VA Constantino Seijas Villalobos,
presidente de la Comisión Presidencial de aquel evento.
En el programa se hicieron múltiples evaluaciones de los distintos usos del medio
marítimo y de los recursos marinos y submarinos. Así fue cómo el transporte marítimo, la
navegación, la construcción naval y los convenios de la OMI merecieran sendas ponencias
leídas por los funcionarios más altos de la administración pública correspondiente; los
recursos petroleros de la plataforma continental con especialistas reconocidos como Aníbal
Martínez y José Antonio Galavís; la delimitación marítima con su negociador y autoridad
Isidro Morales Paúl; los recursos pesqueros en una ponencia de mi hija, la abogada Zulema
Nweihed Gómez, entonces funcionaria de la Procuraduría Agraria Nacional. Dejamos un
rincón muy especial en el primer día para el mar en la historia de Venezuela y, en
particular, para Bolívar y el Mar, disfrutando de la participación de los doctores Federico
Brito Figueroa (fallecido en 2000), Reynaldo Rojas y José Luis Salcedo-Bastardo, quien
siempre descubre nuevos elementos para la biografía de El Libertador.
Debido al recalentamiento político doméstico, nuestra Semana del Mar no recibió la
merecida cobertura mediática. El país estaba estrenando un presidente para completar el
período constitucional de otro y el cuadro electoral daba para muchas conjeturas. No
obstante, giramos sendas cartas a los candidatos presidenciales de todas las toldas para que
nos hablaran acerca de sus planes con respecto a las riquezas marinas y el desarrollo de la
navegación venezolana. Uno nos dejó esperando y sólo acudió el médico Fernando Blanco.
El hoy desaparecido CA Pastor Naranjo registró el evento en el diario El Mundo.
Lástima que esas ponencias no fuesen recogidas para su publicación como los simposia de
otros tiempos.

La Convención del Mar en el nuevo orden internacional: La Despedida


Mi ex rector y amigo Antonio José Villegas, caminando hacia la Sala de Múltiples Usos en
el Valle de Sartenejas con ocasión del 25º aniversario de nuestra Universidad el 19 de
enero, me preguntó si tenía algo nuevo que decir sobre el mar después de cierto silencio

73
que venía percibiendo. En seguida me acordé de que la Convención firmada en Montego
Bay en 1982, acababa de entrar en vigor el 16 de noviembre del año anterior. “¡Claro que
sí! le dije. “Vamos a analizar la entrada en vigor de la Convención”.
Por supuesto, el primer actor tendría que ser nuestro INTECMAR, ahora dirigido
por otro joven biólogo: el profesor David Bone, asistido en estos menesteres por mi amigo
de muchos años, Victoriano Roa. El Instituto de Altos Estudios de América Latina estaba
bajo la dirección de su tercer director, el incansable investigador, poeta y educador Andrés
Bansart, quien ofreciera las instalaciones de Parque Central para el desarrollo del curso.
Asimismo involucramos al Postgrado de Ciencias Políticas, coordinado a la sazón por otro
prolífico profesor-investigador como lo es Makram Haluani N. (mi sobrino) y, de igual
manera, la Fundación de Investigación y Desarrollo (FUNINDES) de nuestra Universidad,
dirigida por el diligente profesor y alumno de mis primeros cursos en la USB: Vincenzo
Libretti.
Entre el 13 al 24 de febrero sostuvimos ese curso intensivo con lo mejor que nuestra
Universidad podía reunir de talento nacional. Lo inauguró el Canciller de la República y
hasta hacía poco Director del Instituto hospedante, Miguel Angel Burelli Rivas. Con una
clase magistral que tuvo por eje su actuación a la cabeza de la Comisión Organizadora de la
Conferencia del Mar, en el mismo lugar, Parque Central, 21 años hacía. Varias de las
vivencias relatadas en esta reseña vinieron de esos apuntes. La prensa lo saludó como un
repunte del interés del país por el Derecho del Mar. En ese curso dictaron cátedra Isidro
Morales Paúl, Jorge Olavarría, Jean Francois Pulvenis, Angelina Jaffe, Hernán Pérez Nieto
y Kaldone G. Nweihed. Lo clausuró el Viceministro de Energía y Minas, Freddy Alvarez
Yanes por el Ejecutivo Nacional y la Profesora Ana María Rajkay en nombre del Rector de
la Simón Bolívar.
Todas las ponencias se transcribieron fiel y minuciosamente, amén de las que se
entregaron escritas. Lamentablemente, tampoco fue posible su edición por falta de recursos,
incluso tras un esfuerzo personal mío, siendo Director del Instituto hospedante en sucesión
de Andrés Bansart, un año después. Ya había que empezar a reconocer que Venezuela sería
otra.
Noviembre de 2004 quizá sea una buena oportunidad para un simposio mundial
sobre el desempeño de la Convención y sus instituciones, diez años tras su entrada en vigor.

74
Ya la inigualable Elizabeth Mann Borghese no está para animarlo, habiendo realizado su
último viaje a principios de 2002. El padre de esta revolución, el sereno y docto Arvid
Pardo, la había precedido en 1999. Puede ser que el Instituto del Derecho del Mar de la
Universidad de Hawaii, o la organización Pacem in Maribus, u otro instituto calificado, lo
convoque. En nuestro país espero que el organismo oficial indicado acepte el reto y
convoque a una reunión de tal magnitud y con estos propósitos, ya que Venezuela tiene un
historial al servicio de esta disciplina que no agota esta reseña, por lo demás, concebida
desde un ángulo muy particular, diríase limitado a una sola institución al eco de los
recuerdos transeúntes de un solo testigo.
Escribiendo esto a finales de 2003, no está demás concluir con una especie de
reseña específica de los Estados que forman parte de esta Convención universal,
habiéndose dicho lo suficiente para explicar el porqué nuestro país– primer anfitrión y
padrino– ahora no figura en la lista. Siendo válido lo que se dijo en un aparte anterior
acerca de los Estados que comenzaron la “marcha de la firma” hasta llegar al número 60,
con lo cual entraba en vigor, y reiterando lo del Acuerdo relativo a la implementación de la
Parte XI a instancias de Estados Unidos, ahora podemos decir que la aceptación de la
Convención ha quedado fundamentalmente universalizada, tomando en cuenta los casos
específicos o particulares que no dejan de existir en todas las áreas geográficas, por una
causa u otra.
Comenzando por el área de nuestro Gran Caribe, México y Centroamérica
incluidos, uno notaría la ausencia de Venezuela y Colombia al sur, El Salvador en el istmo
centroamericano y la República Dominicana entre las grandes Antillas. Guyana y Suriname
la aceptan y la Guyana Francesa o Cayena, por Francia. Todos los demás Estados son
Partes.
Viajando hacia el sur, los del Cono, coincidente con Mercosur, la han aceptado
(Argentina, Chile, Brasil, Uruguay), en tanto Perú y Ecuador no figuran. No obstante,
Paraguay desde 1986 y Bolivia desde 1995, sí.
Los dos colosos del Norte americano están fuera de la Convención, por los
momentos.
En Europa occidental, fue Islandia la pionera desde 1985, pero será sólo después de
1994 cuando firmen Alemania, Francia y Gran Bretaña, al igual que Holanda y Bélgica.

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Están todos los países escandinavos, menos Dinamarca. De todos modos, la Unión Europea
es firmante desde 1998.
En la cuenca del Mediterráneo, están ambos países ibéricos, Italia, Grecia, Mónaco,
Malta y Chipre, pero fueron los países desgajados del antiguo Bloque del Este los que más
entusiasmo mostraran en abrazar esta Convención, pues Rusia y Ucrania están, así como
Polonia, Rumania, Albania, Bulgaria ,Georgia y todos los desprendidos de la antigua
Yugoslavia, comenzando por Bosnia-Hercegovina. Las repúblicas bálticas aún no la han
adoptado, quizá por inconformidad con algunos límites de la era soviética. Se observa que
los países europeos sin litoral la han favorecido, tanto, los miembros de la UE (Austria y
Luxemburgo), como los salidos de otras entidades enclaustradas; tal será el caso de la
República Checa y de Eslovaquia y Hungría, como de la caucásica Armenia. El caso de
Turquía es único en su área, al abstenerse de firmar por las mismas causas que Venezuela
aduce en la suya.
Los Estados del Oriente Medio han sido más cautelosos. Israel es solidario con
Estados Unidos, en tanto Siria aparece entro los no firmantes. Irak y Bahrein firmaron
desde 1985: Líbano, Jordania, Kuwait, Omán, Arabia Saudita y Yemen son partes. Qatar
ingresó en 2002, no así los Emiratos Árabes Unidos, donde aún persisten problemas de
delimitación. Irán, el país que ocupa toda la costa enfrente del Golfo Árabe-Pérsico está
fuera.
En el Asia del Sur, la Convención comenzó a moverse desde 1994 con Sri Lanka e
India, para luego seguir Paquistán, Las Maldivas y Bangla Desh. Con el enclaustrado Nepal
también firmante, toda la subregión estaría cubierta.
Sin duda fue tanto en el Asia del Indo-Pacífico como en Oceanía, donde la
Convención ha obtenido sus mayores éxitos. Son parte Filipinas, Indonesia, Vietnam,
China, Japón, Singapur, Corea del Sur, Myanmar, Malasia y Brunei, hasta los enclaustrados
Laos y Mongolia, faltando tan sólo Camboya, Corea del Norte y el nuevo Estado de Timor
Oriental.
Por Oceanía, desfilan Australia, Nueva Zelanda y Papua-Nueva Guinea y más de
once mini Estados archipielágicas o insulares.
Quizá fuera África el continente más abocado a la promoción de la Convención y su
eventual entrada en vigor, ya que fueron 25 los Estados africanos firmantes entre los 60

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primeros que la llevaron a tal conclusión: tres del Norte árabe y 22 del África subsahariana,
entre los cuales figuraran países adalides como Nigeria, Ghana, Senegal, Guinea, Camerún,
Costa de Marfil, Tanzania, Kenia, Somalia y Angola. Namibia fue la primera por cuanto
nación administrada por Naciones Unidas a la hora de firmar en 1983. Después de la fecha
divisoria de 1994, ingresan Argelia y Mauritania por el Norte; Mozambique, Guinea
Ecuatorial, Benin, Gabón y Madagascar por el Subsahara. Es notable que África del Sur
aprueba la Convención tan sólo en 1997, es decir, en el gobierno de Nelson Mandela. Se
nota la abstención de Libia y Marruecos en el Norte y Zaire o el Congo en el centro. Cinco
de los numerosos Estados africanos sin litoral son Partes de la Convención.
Esto hace un total de 143 Estados, un número capaz de subir hasta más de 150 en
noviembre de 2004, al cumplirse la primera década a la entrada en vigor.
Es de señalar que todos los Estados partes desde 1994, lo han hecho firmando
simultáneamente el Acuerdo sobre la implementación de la Parte XI, en tanto muchos de
los que habían ratificado la Convención con anterioridad a esa fecha, han ido firmando el
mismo acuerdo en distintas fechas en complementación retroactiva.

Otros rumbos, nuevos campos, y siguen las vigencias


A esta altura de la odisea, hasta el mar con su inmensidad se vuelve pequeño. El
hombre no es el único diseñador de su destino; Prometeo es ejemplar en buena teoría y en
algo de la vida real, pero existen otros factores que comienzan a obrar, ya sea atrayendo, ya
sea presionando, hasta que otros rumbos y nuevos campos terminen creando nuevas
vigencias, al lado de la primera vigencia, mi vigencia con el mar.
Desde 1993 he venido interesándome seriamente por la vida y obra de un
venezolano singular: militar profesional, aventurero, escritor, periodista, intelectual y
viajero de muchos mundos. Desde mis años juveniles sabía que Rafael de Nogales Méndez
fue un personaje excepcional y que había ido (o venido, ya que estoy escribiendo desde
Turquía) al imperio otomano a hacer la guerra –que no es mi especialidad - para luego
escribir un clásico intitulado Cuatro Años bajo la Media Luna. En mi soledad intelectual en
Maracaibo, donde no pude interesar a ninguna universidad por mis modestos servicios, fui
poco a poco reforzando mis investigaciones geopolíticas sobre el Oriente Medio, en buena
parte para poder responder a una invitación para participar en las conferencias que

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coordinaba el Centro de Estudios de la OPEP o CENTROPEP. Al enfilarme en dirección de
estudiar mejor el Oriente Medio, de nuevo sobre el tapete desde de la guerra por Kuwait en
1991, invoco los nombres de algunas personas de mi gran aprecio:
Andrés Bansart había sido mi compañero de odiseas caribeñas en la Simón Bolívar
y fue él quien organizó lo que llamaron un homenaje a mi modesta persona tras mi
jubilación. Pero aquello resultó más bien una celada para atraerme de nuevo a Caracas,
siendo su cómplice nuestro bien recordado y gran amigo hoy fallecido, don Antonio Blavia
, veterano de la Guerra Civil española y universitario de una infinita bondad. Francisco
Mieres, maestro de generaciones de economistas, siempre suponía que este servidor, por su
origen y cuna en esa parte del mundo, guardaba algún aporte especial que convendría sacar
a flote. ¡Craso error! Rebeca Sánchez, una dama de talento, gracia y don de organización,
iba más lejos que el maestro Francisco, al negarse a admitir mis limitaciones en los temas
del CENTROPEP, que ella meritoriamente presidiera antes de su nombramiento como
embajadora en Marruecos. Por su parte Trino Borges, distinguido profesor de letras en
Barquisimeto y Hernán Lucena, de historia en Valencia –ambos ahora en Mérida –me
proporcionaron mucha cancha para comprometerme con la literatura antiapartheid que ellos
alimentaran en la Universidad venezolana. En efecto, todas estas personas nombradas
coincidimos en el homenaje que la Universidad de Carabobo le rindiera a Mandela en julio
de 1991.
Esta nueva conexión motivó un viaje a Andalucía, en donde me incluyeron en el
proyecto ACALAPI de la UNESCO el cual, con ocasión del Quinto Centenario, procuraba
investigar y evaluar los aportes de la cultura árabe a América Latina a través de España y
Portugal. Desde España me las arreglé para viajar al Oriente Medio y, de regreso, pasé por
Istanbul con la intención de echar un vistazo a parte de lo que Nogales había vivido, tres
cuartos de siglo hacía. Con la lectura de las Memorias de Nogales, traducidas por Ana
Mercedes Pérez, pasé a su libro El Saqueo de Nicaragua y, por último a Silk Hat and
Spurs. A mediados de 1994 me convencí de que tenía por delante una nueva tarea:
reinterpretar y reescribir la vida de Nogales. Recuerdo los signos de extrañeza y
desaprobación en muchos rostros, amigos y extraños. Es probable que a mis espaldas más
de uno se haya preguntado si me había vuelto obsesionado. Al tomar la decisión de escribir
la historia novelada de Nogales, no sabía que la escritora y poetisa Ana Mercedes Pérez, su

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traductora y promotora de sus hazañas y escritos, había dejado de existir el 25 de febrero de
ese mismo año. Yo tomé la decisión el 30 de mayo. De modo que, cuando diseñé y
organicé el ya citado curso sobre la Convención del Mar en el nuevo orden internacional, el
manuscrito de Nogales Bey ya estaba hecho en Maracaibo, faltándome varios detalles para
ir llenando huecos y lagunas.
Todo vino a coincidir para que estos nuevos rumbos llevaran a nuevas realidades.
Mi familia en Maracaibo clamaba por regresar a Caracas, pues mis hijas querían hacer sus
postgrados en medicina y arquitectura. En eso a mediados de 1996 comienzan los vientos a
soplar desde distintos polos, llevándome a tres nuevas etapas en mi vida, ya reinstalado en
Caracas, como serían: la Dirección del Instituto de Altos Estudios de América Latina de
nuestra Universidad Simón Bolívar (1996-2001), la presidencia de la Comisión
Presidencial de Integración y Asuntos Fronterizos (COPIAF, 2000-2003), y, en la
actualidad, la jefatura de la misión diplomática de la República en Ankara, Turquía, como
Embajador.
Respetando el derrotero inicial de esta reseña, me limitaré a aquellos ya no tan
prolíficos hechos relacionados con la vigencia del mar. Mis cinco años en el Instituto de
Altos Estudios de América Latina fueron dedicados principalmente a los estudios de la
integración latinoamericana y, por extensión, al nuevo tema de la globalización. Tuve
oportunidad de reiniciar mi colaboración con El Nacional, al conseguir receptividad en el
jefe de la página de opinión, el joven periodista Pablo Brassesco. En julio de 1998 publiqué
un artículo sobre Mandela, en tanto redescubridor del Caribe, luego otro sobre el Golfo de
Venezuela con ocasión del ascenso a la presidencia de Andrés Pastrana y uno que titulé El
Mar de Venezuela el 6 de octubre de 1999, recordando otro con el mismo título del 12 de
diciembre de 1974: En la revista Atlántida publiqué un estudio sobre fronteras de
Venezuela: lo típico y lo atípico, lo estructural y lo coyuntural (Septiembre de 1997), y dos
en la revista Mundo Nuevo, que venía publicándose ininterrumpidamente desde 1978:
“Pérez Guerrero y las concesiones colombianas en el Golfo de Venezuela”(octubre-
diciembre de 1997) y “La Delimitación Marítima”, en el marco de un homenaje al Dr Juan
Carlos Puig (enero-junio de 1999). El profesor Dr. Juan Carlos Puig nos dejó un inmenso
caudal de escritos e investigaciones; su viuda la Dra. Delia Colombo siguió colaborando

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con el Instituto, precisamente en la redacción de esta revista, juntamente con la Licenciada
Ana Teresa Carrillo.
Mi primer lector de La Vigencia del Mar en tiempos primarios, Gregorio Bonmatí,
volvió a nuestra Universidad tras una larga ausencia laborando en el Comité Ejecutivo del
Bicentenario de Simón Bolívar. Entre los dos sacamos el Boletín de la Integración, una
publicación mensual que seguía la misma pauta editorial con distintos temas, apoyados en
notas de las múltiples publicaciones que nos llegaban de toda la América Latina. La
editorial de julio de 1998 la dediqué a la delimitación como antesala a la cooperación.
Durante ese período publiqué el libro Globalización: Dos rostros y una
máscara(1998), cuya presentación la escribió el ex Canciller Isidro Morales Paúl, a la
sazón Presidente del Centro de Estudios sobre Soberanía, Integración y
Globalización(CESIG) que se formó adscrito al Instituto, bajo la coordinación del diligente
profesor del postgrado de ciencias políticas, Pablo Sánchez.
El mayor esfuerzo durante ese quinquenio lo encarna la obra colectiva Venezuela
y... los Países Hemisféricos, Ibéricos e Hispanohablantes 2000), en más de 1.100 páginas
con 83 trabajos a cargo de 78 distintos autores. Mi trabajo sobre Venezuela y Argentina
recoge la tesis de la influencia del mar en poner las llaves de la independencia en manos de
Bolívar y San Martín, oriundos de las únicas dos provincias españolas abiertas al Atlántico.
Esa fue la última colaboración de Gregorio Bonmatí ante su último viaje.
La segunda etapa entre nuevos rumbos y derroteros, la constituye mi desempeño
como presidente de la Comisión Presidencial de Integración y Asuntos
Fronterizos(COPIAF), que es la continuación de la COPAF (Fronterizos sin Integración en
el título), constituida por el Presidente Carlos Andrés Pérez al arribar a su segundo período,
en cumplimiento de una promesa dada durante su campaña a los tachirenses, al estar
convencido de que una comisión bilateral de vecindad, compuesta de notables oriundos de
las comarcas fronterizas entre Venezuela y Colombia, facilitaría el diálogo y evitaría
sorpresas desagradables como la del Caldas. En ese acto electoral hasta nombró a su primer
presidente, el ilustre historiador y ex ministro tachirense, Ramón J. Velásquez. Durante los
meses de transición siguientes al proceso electoral, un grupo de ciudadanos interesados en
lograr una solución justa a la cuestión del Golfo de Venezuela que, dicho sea de paso había
llegado a configurar un punto de tensión en la campaña electoral, nos reunimos en el bufete

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del Dr. Sachcht Aristeguieta para ofrecerle un modus operandi al nuevo gobierno.
Asistieron Enrique Tejera París, antes de ser nombrado Canciller, Emilio Figueredo, Jorge
Olavarria, Isidro Morales Paúl, Adolfo Salgueiro, Daniel Guerra Iñiguez, el hoy
desaparecido Carlos Guerón y el suscrito. La idea de preparar una lista de los asuntos
pendientes con Colombia, Golfo incluido pero no privilegiado, surgió de esas reuniones,
encargándose Carlos Guerón de elaborar tal lista. Todos estos detalles fueron incorporados
a la segunda edición (merideña) de mi libro Panorama y Crítica del Diferendo.
En febrero de 1989, Tejera París es nombrado Canciller e Isidro Morales Alto
Comisionado encargado, con Rafael Pizani, de elaborar el inventario colombo-venezolano,
junto a un equipo similar del hermano país. Es entonces cuando surgen dos comisiones
presidenciales paralelas: la ya referida Comisión de Vecindad (luego COPAF y COPIAF),
y la Comisión de Negociación de asuntos de Derecho Público que incluían la delimitación
de áreas marinas y submarinas, demarcación, ríos y cuencas comunes e inmigración.
El Dr. Velásquez preside la COPAF hasta su propia elección como Presidente
Constitucional de la República en 1993, cuando él mismo nombra al dirigente zuliano y ex
gobernador Omar Baralt para continuar la obra. Dos años después, el Presidente Rafael
Caldera nombra al dirigente tachirense y también ex gobernador, Valmore Acevedo
Amaya. Mi nombramiento por el Presidente Hugo Chávez sucede en abril de 2000, no
habiendo incompatibilidad con mi desempeño en el Instituto, por ser la presidencia de la
COPIAF una responsabilidad ad honorem.
Aparte de mi ya aludido encuentro con el teniente coronel Hugo Chávez en
Maracaibo en julio de 1994, volvimos a cruzar caminos en un simposio sobre fronteras
organizado por nuestro profesor Pablo Sánchez en el Ateneo de Caracas en octubre de
1995, donde el futuro presidente asistió a mi conferencia, se llevó copia de la misma y me
lo agradeció por escrito con una tarjeta que llevaba un pensamiento bolivariano. Sin duda
hubo una doble convergencia con él; tanto en la concepción bolivariana de la Res Pública
como en lo concerniente a geopolítica fronteriza.
En cuanto a posición política, yo siempre he percibido la relación estado-nación-
sociedad-individuo desde una perspectiva socialdemócrata, la cual sufrió un desengaño con
el proceso privatizador implementado durante el segundo gobierno acciondemocratista del
Presidente Pérez. Dicho con sinceridad y sin aspiración al monopolio de la verdad, que no

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tiene dueño, el programa del Dr. Caldera en 1993 me pareció mucho más social y
democrático que otras fórmulas. Cinco años después, al aplicar la misma fórmula en 1998,
el programa más social y democrático me pareció el de Hugo Chávez y no vacilé en darle
mi voto con la tarjeta socialdemócrata del MEP. Impresionado por la ola de apoyo que tuvo
a nivel nacional, mandé a mi periódico de todas las épocas, El Nacional, un pequeño
artículo que titulé: “Venezuela: ¿País Pequeño?”. Quise demostrar que un país podrá llegar
a ser grande por su fe y voluntad manifestadas en el proceso electoral que acababa de
transcurrir.
No sé porqué el artículo no salió en su momento. Faltando dos días para el cambio
de gobierno en 1999, lo veo publicado el 30 de enero, en el umbral de la transmisión de
mando, acto que vi. por la televisión. Muestra del aprecio del nuevo mandatario y su
gobierno a mi modesta obra, se dio en la Presentación de la ya mencionada segunda edición
(merideña) de Bolívar y el Tercer Mundo y su consiguiente difusión ante la UNESCO en
París, como ya se ha acotado. En enero de 2000 el Canciller Rangel me llamó al Instituto
para manifestarme el deseo del Ejecutivo de nombrarme embajador en un país africano de
la OPEP, oferta generosa que, sin embargo, tuve que declinar por varias razones familiares
y personales. Más adelante vino la convocatoria a una reunión para integrar la nueva
COPIAF, de parte del Vicecanciller Jorge Valero. Pensando seriamente que se trataría de
formar parte, pero no de presidir la COPIAF, acudí a la Casa Amarilla. Fue allí cuando el
Canciller Rangel, contestando la pregunta acerca de la identidad del presidente entre 14
personas, dijo: “El Profesor Kaldone”.
A juzgar por comentarios privados y públicos, creo que mi nombramiento cayó bien
entre güelfos y gibelinos. Vilma Petrash fue muy generosa en su comentario en Tal Cual.
En mi Universidad sentí que tendría que llegar el momento de partir del Instituto, cada vez
que se ensancharan las diferencias entre la mayoría de mis colegas y el gobierno con el que
colaboraba, aunque fuera en áreas distintas, hasta cierto punto inconexas.
Al lado de comisionados de amplia trayectoria profesional me aboqué a cumplir con
mi nueva tarea. No faltó quien manifestara su asombro porque me asignaron la Comisión
de Vecindad y no la del Golfo y Otros Temas, donde realmente yo había hecho mis aportes,
más marítimos que terrestres. Yo mismo no lo sé. Durante el proceso de redactar la
Constitución fui dos veces consultado sobre el tema de las jurisdicciones marítimas, gracias

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a la confianza de dos constituyentes como fueran Guillermo García Ponce y Jorge
Olavaria. Con don Guillermo navegamos en el buque-escuela Simón Bolívar por las
encantadoras islas del Caribe venezolano en 1982. Era evidente, sin embargo, que el nuevo
equipo deseaba mi modesta colaboración, pero no en el área de mi especialización., pues
sería difícil pensar que, entre tanta gente nueva en la Marina, Transporte y
Comunicaciones, Ambiente y Pesca, ninguno se acordara de la vigencia de mi mar.
Así y todo, servir a través de la COPIAF era servir a la patria. Mi mano derecha fue
el Secretario Ejecutivo Ministro Consejero Manuel Ochoa Ruiz. Todos los Comisionados
dieron lo mejor de sí, incluyendo la mayoría solidaria con mi gestión y una minoría en
permanente y terca oposición. A todos los citaré sin discriminar: GD (R) José Troconis
Peraza, Embajador Leandro Area, Diputada Noelí Pocaterra, Profesor José María Cadenas,
VA Oswaldo Quintana, Profesor Alberto Urdaneta, Don Guillermo García Ponce, Profesor
Pedro Cunill Grau nuestro experto ambiental, Cap. (R) José Gregorio Vielma Mora, quien
me irá a suceder en la presidencia, Licenciada Aurora Morales, GB Alfonzo Núñez Vidal,
así como sus predecesores GD Edgar Chirino Navas y CA Gilberto Quintero, y los
Licenciados Feijoo Colomine y Pavel Rondón, además del Ministro Consejero Álvaro
Carnevali, comisionado de enlace con la Cancillería.
Durante 2001 participamos en tres reuniones binacionales con nuestros homólogos
colombianos; en la Colonia Tovar, en Santa Marta y en Puerto Ayacucho, donde nos llegó
la terrible noticia del 11 de septiembre. Recorrimos la frontera varias veces llegando un día
a la Piedra del Cocuy. El artículo que siguió “Un país que no fınaliza” lo sacaron en
Internet. Mi mayor recompensa personal de estos tres años fue el haber conocido la Quinta
San Pedro Alejandrino en Santa Marta y haber pronunciado unas breves palabras en ese
santuario patrio.
Otra satisfacción derivada del período COPIAF pertenece a una dimensión
diferente. Sin retroceder un ápice de lo que he dicho y escrito en defensa del Golfo de
Venezuela y la frontera frente a los distintos gobiernos y voceros colombianos a lo largo de
30 años, declaro sincera y solemnemente que esta experiencia me ha enseñado a querer,
respetar y conocer mucho mejor al hermano pueblo colombiano, a admirar su calidad
humana en medio de una adversidad que lo envuelve desde hace más de medio siglo y a
rogar en todo momento porque ese dilema que ha estado viviendo, se resuelva en paz y de

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común acuerdo, para que tan bella tierra y la gran mayoría laboriosa y ajena a estos
conflictos que la habita, pueda volver a la senda de la armonía y del amor.
Durante el período COPIAF tuve muchas oportunidades para intervenir en simposia
y conferencias sobre la integración latinoamericana y binacional con Colombia, tema que
manejé desde la perspectiva del respeto mutuo y previo a la soberanía de cada quien. En el
Instituto Zuliano de Estudios Fronterizos (IZEF) de Maracaibo, dicté dos conferencias
sobre geopolítica y el Golfo. El 26 de junio de 2002, El Nacional me publicó un artículo
escrito con profundo respeto a la memoria del doctor Pedro José Lara Peña en el primer
aniversario de su muerte: “Hombres que simbolizan”. El “adiós” o el “hasta luego” me lo
proporcionó el 50 aniversario de la Declaración de Santiago (Chile) sobre los espacios
marítimos: “El mar-oceáno de América Latina”, El Nacional, 27 de agosto de 2002.
En septiembre de 2001, tuve el privilegio de llevar una ponencia sobre Bolívar y su
pensamiento universal a un simposio en Seúl, organizado entre varias universidades
coreanas por nuestro embajador Guillermo Quintero, quien la mandó traducir al hangul
antes de publicarla. En abril de 2002, nuestro embajador en Suriname, Francisco Simancas,
me invitó a disertar sobre el 19 de abril en el Centro Cultural Venezolano de Paramaribo.
Lo más curioso es que en ambos casos tuve un regalo marino de ultra petita. En el puerto
de Ulsan asistí a la entrega del transporte Ciudad Bolívar, construido en los astilleros de
Hyundai para la marina venezolana; en Paramaribo me tocó conocer al capitán y tripulación
del buque escuela de la marina de Brasil, procedente de Belem do Pará, ciudad en la boca
del Amazonas donde lo llaman Río-Mar.
El tercer período es el que estoy actualmente viviendo como Embajador de la
República Bolivariana de Venezuela en Turquía. Al comprender que mi misión en la
COPIAF se acercaba a un punto neutro, lastimando por la confluencia de muchas
contradicciones que no vienen al caso, presenté una renuncia inicial en marzo de 2002,
teniendo que esperar el paso de los coletazos del 11 de abril para volverla a confirmar.
Habiendo trabajado bien con el Canciller Luis Alfonso Dávila pero menos intensamente
que en el período de José Vicente Rangel, volví a renovar mis deseos de retirarme ante el
nuevo Canciller Roy Chaderton Matos, diplomático avezado y buen amigo, quien conocía
de mis debilidades por la odisea de Nogales Méndez y de mi disposición favorable hacia el
amigo país que le diera cancha para llegar a ser el venezolano más universal después de

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Francisco de Miranda, sin tocar la figura única del Libertador. De hecho, yo venía de
presidir, durante sus dos primeros años, la recién constituida “Fundación General de
Nogales Méndez”. El Canciller participó en el primer homenaje que en la Cancillería
venezolana jamás se le rindiera a ese suerte de embajador autonombrado y ambulante que
dejó en alto el nombre de Venezuela. Me parece que el buen amigo Guillermo García
Ponce; testigo del ambiente de la COPIAF, compartía con el Canciller la idea de brindarme
, a mis setenta y cuatro años, la oportunidad de servir en la carrera que estudié en la
Universidad Central de Venezuela, con la experiencia que había adquirido en los caminos,
horizontes y libros de Venezuela.
El gobierno turco me otorgó el placet en un tiempo mínimo, retrasándose nuestra
salida (con las de ocho embajadores más) por el paro de diciembre 02/enero 2003 . El 7 de
enero nos juramentó el Presidente de la República; el 7 de marzo me embarqué para estas
tierras cuya geografía humana había precisado ese venezolano singular de Nogales. El 31
de marzo presentaba mis cartas credenciales al Presidente Ahmet Necdet Sezer. En
septiembre, por cierto, estuve en la ciudad oriental de Van, que él había sitiado y en la
población fronteriza con Irán de Bash Kale, que una vez quemara con su polvorín y parque,
al estilo de Ricaurte. Pero todo esto es harina de otro costal.
Turquía cuenta con cuatro mares: el Negro al norte, Mármara entre los estrechos, el
Egeo al oeste y el Mediterráneo al sur. Es un país fabuloso y mucho más desarrollado de lo
que se pueda pensar en la lontananza de una América Latina, que no ha salido totalmente
del debate teórico para decirle al siglo XXI: ¡CONTIGO Y AQUÍ!
De Venezuela me llegan muchas publicaciones impresas y la vivo todos los días por
Internet. Ya presiento que mi modesto papel en acompañar a su desarrollo marítimo y
servir de enlace autonombrado entre el océano mundial y mi país, está llegando a su
término natural, quizá como lo percibiría un Spengler. Otros están esperando para hacerlo
mejor. Ya no me importa que lleguen folletos y escritos sobre mi tema durante 30 años, sin
una sola cita de mi modesta obra. Ya no me duele que me olviden, porque el que recuerda
con gratitud y emoción, siempre seré yo. Ya no importa que el ser mortal y pasajero pierda
vigencia, siempre que el país la mantenga intacta: vigencia de gente, vigencia de tierra,
vigencia de bandera, vigencia de mar.

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Un día lo escribió el filósofo catalán Eugenio D’Ors (alias Xenius): “Hay que volar
a todos los vientos de todos los mares, pero hay que procrear en un nido”.
Tan inmensamente como valoro el regalo de haber vivido esta experiencia, aprecio
la oportunidad que me brinda la Revista Aula y Ambiente para contarla. ¡MIL GRACIAS!
Ankara, República de Turquía, Octubre de 2003.

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