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social parecen sentir el compromiso de adherirse a una estética revisionista les lleva a
grandes títulos del teatro del Siglo de Oro y/o de la literatura universal. Para Alberto
Conejero, uno de los dramaturgos más punteros hoy en día en España: “Lo peor que
puedes hacerle a un clásico es pasearlo como una presa ganada en los campos del pasado
o como un fósil en una custodia para que el presente no lo roce” (Zubieta, “Entrevista a
han decantado por encontrar en estas obras un teatro más comprometido y de urgencia
que exige una toma de posición por parte de creadores y espectadores, aunque esto
Entre los montajes de obras clásicas que han pasado por los escenarios españoles
en los cinco últimos años, tres de ellos—El médico de su honra (2012) dirigida por Jesús
Peña, Otelo (2014) dirigido por Eduardo Vasco y Fuente Ovejuna (2017) dirigida por
Javier Hernández-Simón parten de tres obras canónicas como instrumento para denunciar
la violencia de género y la impunidad ante estos crímenes. Una problemática que si bien
está presente en sus tramas originales, la mayoría de las puestas en escena tienden a
respectivamente.
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propósito de esta reflexión es, por lo tanto, analizar la ideología detrás de estas propuestas
llamado el “ruido de los siglos” (Zubieta, “Entrevista con Alberto Conejero 63). Un
para destacar otros enfoques a partir de los cuales se ha consolidado una larga tradición
adaptación que nos sirven para enmarcar el trabajo de Peña, Vasco y Hernández-Simón.
transmisión fiel del texto original. Por otro lado, la visión liberal es la que establece una
acercamiento radical utiliza el texto dramático original como pretexto para la creación de
una obra nueva (13-15). Dentro de estos parámetros, los tres montajes analizados se
situarían a caballo entre la adaptación liberal y la radical, ya que a la vez que establecen
un lazo con el presente social, también exploran nuevos significados y matices que
gracias a la cual este tipo de agresiones adquiría una visibilidad que trascendía el espacio
colectivo contra la violencia machista “Ni una menos” ha abierto nuevas vías para poner
fin a los feminicidios. Tanto Peña, Vasco, como Hernández-Simón, sin caer en lo
escalada de la violencia entre Gutierre y Mencía, la cual progresa sin tapujos en escena,
desde las agresiones psicológicas, a las directamente verbales, a las físicas que culminan
con la muerte violenta de la protagonista. Si bien, cada uno de estos escalafones están
presentes en el texto original, Peña los refuerza a través de una actuación que subraya a
Peña no ahorra en detalles al exhibir el resultado de la sangría final. Una luz roja ilumina
menos cruda a nivel físico, psíquico o simbólico. Aunque, como analizaremos más
adelante, el director prescinde de la matanza colectiva final con la que Shakespeare cierra
su obra, Vasco escenifica también a partir del realismo social, tal como lo hizo Peña, la
violencia de género como un acto de absoluta psicopatía. En una de las reseñas del
montaje, titulada “Un Otelo que duele en el alma,” Mercedes Camacho califica la
violencia en escena de “tan real que duele” (s.p.) [slides 5, 6, 7]. A esta ‘dolorosa
Vasco no ahoga a Desdémona con una almohada, tal como ocurre en el texto original sino
que la desnuca contra la pared y la remata estrangulándola. Emilia, por su parte, sufre
capaz de rebajar a su esposa y a Rodrigo hasta la animalización con un solo gesto. Esta
deshumanización de las víctimas tan conseguida por Vasco surge también en la Fuente
doméstica sino el del abuso sexual como una consecuencia de la tiranía política.
experimentar a nivel simbólico con una violencia de naturaleza más global que, hasta la
como la verdadera víctima, junto con Mengo. Este protagonismo de Jacinta se consigue
enfatizando, por un lado, el abuso sexual que sufre a manos de los soldados del
para la cual es tan solo “una más”. Hernández-Simón envuelve en un tempo lento y ritual
el prendimiento de Jacinta a la que sacan de la plaza pública con una soga al cuello como
si fuera un cordero que llevan a degollar [slide 8] ante un pueblo paralizado que solo
reaccionará ante el abuso cuando la víctima sea Laurencia, la hija—en este montaje, la
hermana—del Alcalde.
mensajes que hasta ahora se han venido perpetuando entorno a estas obras. En estas
dominación a la liberación, pasando por la transgresión del sistema judicial, uno de los
mercenario del honor tanto como el propio Gutierre o Mencía. Sin embargo, Peña la
vida y retirarse a un convento, tal como ella le ruega al rey en el texto de Calderoniano.
Más adelante, esta Leonor, mata a Gutierre sin titubeos para vengar sus abusos y la
Este final, no exento de polémica, pone fin a la impunidad que tanto el código del honor
que impide que la infección del honor se propague al dar muerte al principal enfermo. Al
la crítica para hacer de la obra de Calderón una dramaturgia de urgencia y ‘dar cuerpo’ al
Este mismo tono combativo es el que Vasco establece en su Otelo a través del
personaje de Emilia, la cual antes de que dé comienzo la obra revela la que será su
misión: vengar la violencia machista. Emilia abre el montaje apuntando a Yago con una
pistola en un plano estático y silencioso y al finalizar la obra, repite el mismo gesto pero
esta vez auntando a Otelo. A través de estas dos escenas apócrifas, Emilia se erige como
la sombra de una amenaza que impregna la totalidad del montaje, de principio a fin. De
hecho, su personaje adquiere mucho más peso y visibilidad en la versión de Vasco que en
mujer deseante y le otorga una mayor credibilidad a su famosa arenga por los derechos de
la mujer en el acto IV. Si bien la Emilia de Vasco sufre las vejaciones de Yago en público
Conmovida por la injusta muerte de su señora, esta nueva Emilia rompe con las jerarquías
sociales y le niega a Otelo la escapatoria del suicidio. Al apuntarle con una pistola, Emilia
desborda de los parámetros de sus respectivas obras originales para resurgir desde una
el puesto a una Jacinta que destapa la hipocresía de su propia comunidad y hace que el
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ideal social detrás del icónico grito colectivo de Fuente Ovejuna se desmorone según va
avanzando la trama.
Después de ser víctima de los abusos de los soldados, Jacinta cruza la escena en
silencio mientras tienen lugar los festejos de la boda de Laurencia y Frondoso [slide 10].
Nadie, excepto de Mengo, nota su patético retorno. Por esta razón, cuando Laurencia
lanza su denuncia contra los hombres del pueblo, Jacinta, aunque se identifica con su
JACINTA. Responde
Fuente Ovejuna muy tarde
y solo a importantes voces,
que cuando a mi me llevaron
no hubo mujer, no hubo hombre
que por mi honor batallara.
¿Son mis agravios menores?
Cuando mi cuerpo injuriaban
del Comendador los hombres
vosotros ricos manteles
colocabais cien en donde
vuestras bodas celebrar
olvidados de dolores.
No me pidas que te siga
ni banderas enarbole
que no hay justicia ninguna
cuando a pocos corresponde. (Conejero 47-48)
Jacinta no volverá a entrar en escena hasta el desenlace, cuando abandona Fuente Ovejuna
los Reyes Católicos y se muestra abierto a un nuevo sometimiento. En estas dos apariciones,
Jacinta deja claro su desprecio por la revolución social y la monarquía, dos construcciones
La violencia de género tal como aparece problematizada en este montaje pasa de ser una
consecuencia del abuso de poder para adquirir nuevos matices que, como ha apuntado el director,
están latentes pero no se habían explorado o evaluado lo suficiente desde otros puntos de vista.
La violencia social que subyace en la esencia de Fuente Ovejuna es uno de estos matices,
caso de Jacinta. La facilidad de “mirar hacia otro lado” ante una injusticia que a uno no le toca
directamente se convierte en una de las ideas principales que el adaptador y el director han
querido investigar con el espectador en este montaje [slide 12]. No obstante, el director es
consciente que adentrarse en esta reflexión implica re-conceptualizar el significado de una de las
En las tres puestas en escena analizadas el honor, los celos y la revolución social ceden o,
al menos comparten a partes iguales, su papel protagónico con la violencia machista. Para ello,
tres heroínas, subalternas en los textos originales—Leonor , Emilia y Jacinta—toman vida propia
para cuestionar a sus creadores desde la escena. A través de ellas, Peña, Vasco y
Hernández-Simón se arriesgan a proponer nuevas aproximaciones que miran cara a cara a unos
protagonistas con los que estamos cansados de encontrarnos pero a los que, raramente, nadie se
ha enfrentado de manera directa [slide 13]. Parece que esta trilogía de montajes nos advierte, al
unísono, de que con la violencia ya no vale “mirar hacia otro lado” y, aunque se trate de clásicos
venerados hay que arriesgarse y acercarse a ellos desde el compromiso social aunque para ello
Se ha convertido en un tópico hablar del poder y de la riqueza de los clásicos por lo que
aportan a la sociedad en las distintas eras, tal vez, sea ahora el momento, de entablar con ellos
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una comunicación de doble vía y ver qué es lo que nosotros podemos aportarles. La sufragista
Mary Richardson, también conocida como “Mary la acuchilladora” apuñaló a la Venus del
Espejo con un hacha de carnicero en 1914 para acercarla al sufrimiento que padeció Emmeline
Pankhurst en prisión [slide 14]. Esta “nueva” versión de la icónica Venus velaqueña—que pudo
contemplarse durante un breve periodo en la National Gallery de Londres—si bien resulta menos
estética, es menos mucho más poderosa que la original intacta “pues alberga rastros que
testimonian, más que solo representar, la violencia que sufren las mujeres” (Gell 101). Los
directores de las obras discutidas ejercen también un vandalismo artístico en relación a sus
originales para que hoy en día, más que representar, estos textos testimonien y se conviertan en
actos de protesta capaces de entablar un diálogo que comprometa al espectador de hoy en día.