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Texto 1: Narrador homodiegético en primera persona del plural, focalización interna fija,
anacrónico a través de analepsis (flashback)
El hombre se señala por su desagradecimiento. Según tengo entendido, en épocas pasadas (y del
hecho hay documentos en la Academia) muchos muertos, en homenaje a nuestra superioridad, nos eran
ofrecidos, fuese colgando de las ramas de los árboles: atención delicada, pero ya en completo desuso (lo
que me hace suponer que la desdicha de los hombres no conocerá fin), o expuestos en la cumbre de altas
torres, para facilitar nuestro gusto. Ahora la costumbre general es, sin otro fin que demostrar su odio hacia
sus superiores, enterrar a los muertos con complicadas ceremonias. Estos últimos tiempos, en los que las
matanzas han sido mejor organizadas, han llegado a extremos inauditos, hijos de la desesperación. Con tal
de ofendernos, queman las carnes, después de haberlas desinfectado con gases, en cámaras especiales.
Supongo que la reclamación acerca de tal desacato, de nuestro ministro en Ginebra, surtirá algún efecto.
Si no hay holocausto en nuestro honor, ¿para qué las guerras?, ¿para qué tanto cadáver? Y ¡oh colmo de
la estupidez!, ni siquiera escogen a los mejor cebados.