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7/28/2019 41986082 Sofocleto Los Cojudos

Supe de este libro cuando, una mañana de verano, escuché a mi padre reír junto a mis
hermanos mientras comentaban una frase de un tal “Sofocleto”. Decían que era de
nuestra región, pero que había hecho su carrera en Lima.

El halo que en adelante envolvería la figura de ese tipo que veía en la introducción de
un libro titulado
la pubertad. “Sanleerlo,
Quería Camilo”, sería
pero nouna constante
sabía dónde durante toda
encontrar losmibenditos
infancia folios,
y partemis
de
hermanos decían que estaba en la Biblioteca de su universidad, la Nacional de Piura, y
yo quería ya estar dentro de ella, no tenía la menor idea de qué quería estudiar ahí, sólo
quería encontrar ese libro. Tenía 11 años y lo único que deseaba era reír, como mis
hermanos, con las famosas frases de mi paisano.

Al escribir esta pequeña nota, estoy lejos de Piura, a poco más de 1000 km. Nunca entré
a esa universidad, y me perdí la oportunidad de ver de nuevo la carátula con el retrato
de un tipo frentón y con cara de Cojudo, nuestro gran Sofocleto. Pero conocí nuevos
métodos para obtenerlo: teclear “Sofocleto” en Google, preguntarle a mis compañeros
de universidad si sabían algo de él, o al final, hacer lo que hice: pasarme una tarde
entera rastreando sus páginas entre miles de libros del jirón Amazonas, en el Centro de
Lima.

Di con él.

Lo leí, reí, soñé con tener su creatividad, y lo volví a leer, lo compartí con mi enamorada,
y decidí que otras personas no se tendrían que quedar privadas, como yo, de repasarlo,
gozarlo, de entender que nuestros defectos no son de peruano ni de rumano, sino de
Homo Sapiens, de identificarse con algún tipo de Cojudo tipificado por el gran Cojudo
con letra de Pendejo.

Él ya se nos fue, pero aún retumba en mi mente la cojuda profesión de “Profesor de


trombón”, y tengo fe de que mis hijos también reirán, no por leer un chiste ajeno,
distante, sino por entender que todos en este planeta, menos Felipe Angell de Lama y
los brasileños de “Pare de sufrir”, tenemos algo de Cojudo.

Cada risa, de cada lector, será suficiente para sentir recompensado este penoso y
gratuito trabajo. ¡Nadie me está pagando nada!

¿Nadie me está pagando nada? Ta’ qué Cojudo que soy…

Fernando Ríos Correa


San Marcos, agosto de 2010

-8-
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