Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sócrates sigue siendo el primero de todos los filósofos. Si tuviéramos que sintetizar la figura
de Sócrates para aquí y ahora, citaríamos las palabras de nuestro amigo Ciriaco Morón
Arroyo, gran humanista español, cuando nos dijo: "Yo sólo escribo libros para aprender". He
ahí la gran verdad socrática. Los libros filosóficos surgen antes del saber de la ignorancia que
de un deseo pedagógico. La verdadera educación es siempre, como decía Jaspers, educación
de sí mismo. Este es el verdadero camino de la felicidad.
Antífonte, así como otros hombres se complacen con tener un buen caballo, un perro, o un
pájaro, yo me complazco en tener buenos amigos. Y si poseo algo bueno, se lo enseño, y les
presento a otros que les serán útiles con respecto a la virtud. Y junto con mis amigos recorro
los tesoros que sabios de antaño dejaron escritos en sus libros, y los leemos. Si vemos algo
bueno, lo escogemos y lo juzgamos de gran provecho, si podemos demostrar que es útil.
Jenofonte concluye:
La cuestión de Sócrates
La figura de Sócrates se presenta a la historia del pensamiento con los rasgos de un enigma.
La historiografía filosófica ha hecho de Sócrates un eje para marcar uno de los momentos
decisivos de cambio en el pensamiento antiguo. Sócrates es un punto y aparte, entre otros
motivos, porque nadie ha conseguido explicar definitivamente su condición paradójica. El
problema socrático se plantea en primer lugar por el carácter marcadamente indirecto de
nuestro acceso a sus enseñanzas e ideas. Sócrates, como otros sabios de la Antigüedad, no
escribió nada, y esto no por accidente, sino probablemente por una profunda desconfianza
acerca de las posibilidades de la escritura en la educación. La suya es una enseñanza oral, en
la que la palabra no se deja arrancar de su medio comunicativo. No podemos, pues,
remitirnos a ni reconstruir obras ni textos en los que se hubiera reflejado algo así como una
doctrina. Tampoco disponemos de información histórica abundante que nos permita
reconstruir una personalidad histórica.
Ante esta situación, los investigadores han diseñado multitud de estrategias para la
reconstrucción de la figura y la enseñanza socrática, que pasan por una valoración de
fiabilidad de las fuentes más directas de que disponemos, que son esencialmente: a) los
escritos socráticos de Jenofonte (Económico,Apología, Banquete y Memorias socráticas); b)
los diálogos de Platón en los que Sócrates aparece como interlocutor, sobre todo aquellos
que se conocen como diálogos socráticos; c) Aristóteles; d) las comedias en las que aparece
citado o en escena como personaje, especialmente Las nubes de Aristófanes (representada
en el 423 a. C.). Hay, además, una biografía de Sócrates incluida en las Vidas de los
filósofos de Diógenes Laercio (s. II d. C.), que recoge un abundantísimo material biográfico y
doxográfico hoy perdido.
De acuerdo con las fuentes, de la vida de Sócrates (nacido hacia el 469 a. C. y muerto en el
399 a. C.) conocemos sus orígenes en el medio artesanal (su padre era cantero o escultor y
su madre partera) y sus intervenciones públicas, en las que aparece como un ciudadano
ejemplar en cuanto al desempeño de las tareas que le son propias: las militares, donde
destacó por su fortaleza y heroísmo, y las más propiamente políticas. A propósito de éstas
conocemos dos intervenciones memorables: una como miembro del Consejo, en la que se
opone terminantemente a la presentación en la Asamblea de una moción ilegal, y más tarde
cuando rechaza la complicidad en los crímenes políticos que las facciones oligárquicas se
proponían emprender para debilitar a los partidarios de la democracia radical. En ambos
casos se vislumbra la figura del rebelde, de aquel que plantea una reserva fundada en un
principio. El hecho de que en el primer caso se opusiera a un gobierno democrático y de que
en el segundo su negativa se hiciera valer contra una facción oligárquica insinúa un motivo
de independencia individual que domina la imagen de Sócrates a lo largo de la historia, y que
ha encontrado su más fiel exponente en la recepción liberal de Sócrates desde A. Smith, y
más allá, desde el Humanismo renacentista.
(...) mientras la mayoría de nosotros presta escasa o ninguna atención a los discursos de
cualquier otro orador, por muy bueno que sea, un discurso tuyo –o simplemente un informe
totalmente indiferente hecho por otro de lo que has dicho– nos conmueve en lo más
profundo y ejerce una fascinación sobre nosotros, mujeres, hombres y niños por igual. (...)
Siempre que lo escucho mi corazón late más deprisa que si estuviera en un arrebato
religioso, y las lágrimas resbalan por mi rostro, y observo que mucha gente ha tenido la
misma experiencia. No solía en cambio sucederme nada de esto cuando escuchaba a Pericles
ni a otros buenos oradores; si bien reconozco que hablaban bien, mi alma no se alborotaba
ni se irritaba consternada al considerar que mi vida no era mejor que la de un esclavo.
(Platón, Banquete 215c-d).
Te voy a decir algo, Sócrates, algo absolutamente increíble, por cierto. Yo nunca aprendía ni
una sola cosa de ti, como tú mismo sabes; pero siempre que estaba contigo, yo progresaba,
incluso cuando estaba en la misma casa, aunque no en la misma habitación; y me parecía
que el efecto era mucho mayor si, estando en la misma habitación, yo fijaba los ojos en ti
mientras hablabas, en lugar de mirar a otra parte. Pero el mayor progreso, con todo, lo hice
cuando en realidad me sentaba a tu lado y podía tocarte.
(Platón, Teages 130 a).
La determinación divina tiene una doble dimensión, personal y objetiva. En primer lugar, la
actividad de Sócrates en ese medio público está guiada por una instancia religiosa, a la que
se suele designar como daimonion o, simplemente, "la señal acostumbrada":
Yo experimento a veces junto a mi algo ciertamente divino o demónico [de hecho, Meleto lo
incluye caricaturizado en la acusación]. Comenzó a estar conmigo desde niño y me ha
acompañado desde entonces. Toma forma de voz y siempre que la oigo me disuade de algo
que iba a hacer, pero nunca me obliga a actuar. Esto ha sido lo que me ha impedido tomar
parte en política.
(Platón Apología, 31c-d).
Destacaremos dos rasgos de esta sorprendente instancia sobrenatural que Sócrates percibe
en compañía inextricable: su constancia y su carácter preponderantemente disuasorio. Por
un lado, nunca se separa de él desde niño y se manifiesta en las ocasiones más triviales e
inesperadas de la vida; por otro, parece imponer el principio de que es lícito lo que no está
expresamente prohibido. El resultado es una nueva dimensión de autonomía individual en el
comportamiento humano.