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15 / 07 / 2020.

CONSIGNA 3º

Pocas cosas pueden resultar más atractivas que revolver cajones o baúles en
desuso. En ellos no sólo encontramos objetos pasados de moda sino que
revivimos momentos inolvidables de nuestras vidas. Recordar historias
compartidas con aquéllos que fueron partícipes necesarios nos transporta en el
tiempo.

Exactamente éso fue lo que ocurrió cuando descubrí en el desván de mi casa a


la fiel compañera de mi Abuelo Alberto: una vieja radio a transitores
marca SPICA; la que aún se conservaba dentro de su estuche original de cuero
beige, algo ajado, descosido y estropeado. Conocida por todos como: La
Portátil fue el primer radiotransmisor transportable de la historia con que Japón
revolucionó al mundo tecnológico a mediados de la década del '50. Una
verdadera innovación para el mundo de las comunicaciones. Rápidamente se
masificó por el mundo a partir de la industrialización de Texas Instruments
S.A.; empresa que astutamente la comercializó a precios accesibles.

A pesar que la historia de una época estaba entre mis manos, me convencí
que La Spica tenía un único destino posible en la era de internet y del boom de
las redes. Antes de sentirme avergonzada frente a los que suelen confundir
valor con precio, la descarté dentro de la bolsa de residuos que algún día
llevaría al correspondiente contenedor de basura reciclada. Mientras tanto, iba
juntando todas las bolsas cerca de la puerta de calle hasta que ya entrada la
tarde dí por concluída la tarea de ordenar el desván.

Aquélla noche me desvelé con los recuerdos de mi adorable Abuelo. Lo veía


escuchando con pasión a su equipo del alma: el Racing de Avellaneda. En el
Club de sus amores, El Tito había desplegado sus dotes como centro-
jás (centro half ) allá por los albores de los años 20 cuando el fobal todavía era
amateur. ¡Éso era sentir amor por la camiseta!. Después de una jornada como
operario mi Abuelo entrenaba con los muchachos del Rioba que lo vio nacer,
en un descampado que era más parecido a un potrero que a una cancha de
football. Todos los sábados, fueran calurosos, helados o lluviosos, se
encontraban con los Diablos para disputarse el honor con sus rivales de
siempre. Eran tardes en las que Avellaneda rugía frente a una grieta
insoslayable entre los Rojos y la Academia.

Casi sin darme cuenta me fuí quedando entredormida, hasta que de repente
durante la madrugada comencé a escuchar el grito de una hinchada
enardecida: LAAACADEEEE...VAMO LAAACADEEE….
LAAACADEEEE….VAMO LAACADEEEE..... Apenas amainaba ese cántico
ensordecedor empezaba otro que alentaba con un: YOOO... SOY DEL
ROJO… SOY DEL ROOO… SOY DEL ROJO!. En éste momento creo que
abrí los ojos como una lechuza. Aunque no estoy segura.

Cuando escuché la voz de un relator que alentaba la posesión de la pelota


del centro-jás albiceleste salté de la cama y caminé a oscuras en dirección
hacia donde mis oídos me indicaban. El sonido de timbre radial con bastante
interferencia provenía de una de las bolsas de residuos. La abrí casi con
desesperación mientras el grito disfónico del recordado Gordo
Muñoz repetía: GOOOOOOOOOLLLLLL!!!. EL GRANDIOSO TITO
ARMANIIII MARCÓ UN GOLAZOOOO….

Revolví y encontré a La Spica casi en el fondo entre otras tantas cosas


viejas. La tomé entre mis manos; pero... ya no era lo que era. Aquella vieja
radio portátil en desuso se había transformado en una moderna tablet en cuya
pantalla se veían claramente los festejos de una muchedumbre en el estadio
actual del Racing Club. La multitud de una Popu. desbordada había ingresado
al campo de juego. Fue entonces reconocí que al jugador a quien los hinchas
llevaban en andas era: EL TITO DE LA ACADEMIA.

Ése a quien vitoreaban con desenfreno por una victoria más frente al histórico
archirrival, era nada más ni nada menos que mi amado: Abuelo Alberto. Estoy
segura. No tengo dudas. Era Él quien me estaba dedicando aquel soñado
triunfo desde el círculo central del CILINDRO de AVELLANEDA.

Después no sé bien ¿qué fue lo que me pasó?; porque entre los vagos
recuerdos de aquélla madrugada nos veo a los dos tomados de las
manos volando como drones sobre un cielo cilíndrico celeste y blanco.

Digamos que no me acuerdo en qué condiciones regresé al dormitorio en el


que amanecí casi al mediodía. Cuando me desperté la cama estaba
totalmente deshecha; y yo tenía los pelos como una muñeca Barbie recién
bañada.

Me sentía confundida. Conmocionada, diría. Sólo atiné a buscar a La


Portátil dentro de las bolsas de residuos. Abrí una tras otra porque no la
encontraba. Me desesperé, a punto tal que las dí vuelta una por una hasta
dejarlas vacías. Apareció de todo, menos La Spica de mi Abuelo Alberto.

Bajé a la cocina y encontré a mi marido leyendo tranquilamente el diario del


domingo. Desencajada le pregunté si había sacado algo de las bolsas. Él se
sorprendió por mi actitud. Pensó que había tenido pesadillas. Así que tuve que
repetirle con más énfasis la pregunta.
Me miró con asombro por la insistencia; y sin inmutarse respondió:
- Hoy, muy temprano por la mañana, un cartonero que pasaba me preguntó si
podía llevarse una vieja radio que estaba tirada en nuestro jardín-; y sin darle
mayor relevancia al tema, agregó: - Le dije que sí. -.
- ¿ Cómo era?-; pregunté.
- Un hombre. Un fana.-; me contestó despreocupado.
- Por qué me decís: UN FANA.???-.; le retruqué al toque.
- Y… porque tenía puesta la camiseta de la Acadeeeeeé…- .

No terminé de escucharlo. Simplemente: me desmayé.

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