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Los invitados del rey

LOS INVITADOS DEL REY


Drama en un acto.

(Se encienden las luces, se escucha música solemne y se oye una voz en off, que dice:)

VOZ: Se ruega a los señores y señoras invitados que vayan pasando al salón principal, en el
que dentro de un cuarto de hora se dará comienzo al acto de conmemoración del
cuadragésimo aniversario de la solemne coronación de su majestad el rey.

(Entra el militar 1. Se pasea y descubre un vestido, dice unas palabras y se toma una pastilla. Se
sienta en el trono y se siente bien. Entra el militar 2, que está un poco ebrio)

Militar 1: No me ha parecido haberle visto antes, durante la recepción inicial, aunque


bueno, había mucha gente, ¿usted también está invitado al acto?
Militar 2: Sí, señor. He llegado un poco antes porque estoy encargado de garantizar la
máxima seguridad en esta celebración. Tengo que asegurarme de que todo esté en orden, de
que no haya nada extraño, de que no haya moros en la costa. No sé si me entiende, ¿me
entiende usted?
Militar 1: Le entiendo, le entiendo perfectamente
Militar 2: ¿Seguro que me entiende?
Militar 1: Bueno, más o menos, es que habla usted un poco raro, pero tengo que
advertirle de que no se puede decir “moros”. Tiene usted que decir magrebíes o
subsaharianos. Tenga mucho cuidado con eso, que le montan un consejo de guerra
enseguida.
Militar 2: ¿No se puede decir “moros”? ¿Qué tontería es esa? Es una frase hecha, de
cuando los moros conquistaron la Península. Ocho siglos nos llevó echarlos de aquí. Ocho
siglos peleando como valientes, como soldados de los buenos hasta que los mandamos a su
casa, al grito de “Santiago y cierra España”. Mire: se me ponen los pelos de punta. Santiago
Matamoros, patrón de España. Mire, fíjese, Santiago Matamoros.
Militar 1: Sí, sí, me fijo, y también se me ponen los pelos de punta, pero olvídese de
eso. No. Nada de Matamoros. Tampoco se puede decir.
Militar 2: ¿Que no se puede decir Santiago Matamoros, que es como se le ha llamado
toda la vida de Dios? O sea, ¿que hay que decir Santiago Matamagrebíes… o Santiago
Matasubsaharianos? No suena bien, ¿no? De manera que a nuestros hijos, ¡a mis hijos!,
cuando les cuente la historia de España, les tengo que decir que un tal Santiago
Matamagrebíes se le apareció a Don Pelayo, pero no Santiago Matamoros… ¡A mis hijos!
Militar 1: ¿Cuántos hijos tiene usted?
Militar 2: Ninguno, ni intención de tenerlos. Es una premisa conceptual, una hipótesis
de trabajo.
Militar 1: Comprendo: una hipótesis.
Militar 2: Vamos a tener que cambiar la Historia, ¿o qué pasa aquí?
Militar 1: No. Nada de eso. Nuestra historia, nuestra gloriosa historia, nuestra cruzada
contra los moros…
Militar 2: ¡Oiga!...
Militar 1: Sí, bueno… nuestra cruzada contra aquellos y la cruzada contra los rojos, que
vino después, le digo a usted, que no la cambia nadie. No la cambia ni Dios. ¿Estamos?
Militar 2: Sí, mi general. A sus órdenes.

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Los invitados del rey

Militar 1: Lo que pasa es que vivimos en un país en el que das una patada y salen,
como cucarachas, mil estúpidos. Un país en el que no se puede decir nada porque todo el
mundo se ofende enseguida. Y nosotros, tenemos que ser políticamente correctos.
¿Entendido?
Militar 2: Entendido. Con claridad meridiana, aunque no lo comparto. Yo…
Militar 1: Lo que usted comporta o no, no le importa a nadie… (pausa) Por cierto,
ahora que hemos tenido ocasión de vernos con calma y de intercambiar opiniones, me doy
cuenta de que usted y yo nos conocemos.
Militar 2: Por supuesto que sí, mi general.
Militar 1: Claro, claro que nos conocemos. Lo que pasa es que al verle vestido así, tan
elegante, no le había reconocido de primeras.
Militar 2: En la invitación que nos enviaron a todos, se especificaba con mucha claridad
que había que venir vestido de este modo, bien elegante, de bonito, nada de trajes de faena,
ni ropa de trabajo. No, no. Elegantes. (PAUSA)
Militar 2: Usted ha tardado en reconocerme, pero yo lo he reconocido desde el primer
momento, pero como usted no decía nada… ¿Y sabe por qué lo he reconocido tan pronto?
Militar 1: ¿Por qué?
Militar 2: Porque está usted igual. Después de tanto tiempo sin vernos, está usted
igual: le veo más viejo, con más arrugas, un poco más encogido, más flaco, más flojo, digo…
pero vamos… igual.
Militar 1: Sí, sí, hombre. Igual… Igual de viejo que tú.
Militar 2: Eh, eh, eh, que nosotros no estamos viejos. Estamos algo más mayores, más
sabios también. Hemos madurado. Mire: usted, por ejemplo tiene muchas más canas.
Bueno, más bien lo que ya no tiene es pelo negro. Sí, sí. (Observándole) ¿Qué ha pasado?
Tiene usted la cabeza casi blanca, si me lo permite.
Milita 1: Sí, hombre, sí. Claro que te lo permito. Si es una realidad. Tú, en cambio, en
fin… no tienes canas.
Militar 2: (Se ríe) No, señor. No tengo canas, ni pelo tampoco. En la cabeza, porque en
otros lugares, que no es preciso detallar, tengo el mismo pelo de siempre.
Militar 1: Pero, ¿tú cuántas copas te has tomado ya?
Militar 2: Cuatro o cinco… De momento.
Militar 1: Hay cosas que no cambian, ¿eh?
Militar 2: (Un poco molesto) ¿Cómo dice? ¿A qué se refiere usted?
Militar 1: A nada, hombre, a nada… Digo que uno es genio y figura hasta la sepultura.
Me estaba acordando de que tú, en la academia, ya te tomabas unas copas de vez en
cuando. De hecho, eras famoso por eso.
Militar 2: Correcto. Siempre me tomaba un copazo antes de cada examen.
Militar 1: Nunca entendí eso. ¿Con el copazo te salían mejor?
Militar 2: Me salían igual de mal, pero me lo pasaba en grande. Mientras los demás
sudaban la gota gorda, yo me partía de risa: mira, un coseno, ¿qué será eso? Describa usted
en qué consiste el tiro parabólico… Ni idea. Sacaba un cero, pero por lo menos me reía un
rato.
Militar 1: No sé cómo conseguiste que no te expulsaran.
Militar 2: Tenía mis recursos, mi general. Yo era un tipo muy simpático. Le caía muy
bien a todo el mundo.
Militar 1: ¿Cuánto tiempo hace de eso?
Militar 2: No sé. Por lo menos quince o veinte años.
Militar 1. Más, más de veinte. Yo creo que han pasado ya 25 años como poco.
Militar 2: Luego ya no volvimos a vernos.
Militar 1: Sí, hombre, de vez en cuando coincidimos en algún destino. Por poco tiempo.
Militar 2: Es verdad, llegamos a coincidir en Bosnia.

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Los invitados del rey

Militar 1: Cierto. Por poco tiempo: un par de meses. Yo acababa de casarme y me llevé
a mi mujer. Casi me cuesta el divorcio, ¡qué mal lo pasó la pobre! En fin, hombre, me ha
alegrado volver a verte. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo te ha tratado la vida?
Militar 2: Razonablemente bien. He estado en muchos lugares, he conocido mucha
gente interesante y me lo he pasado muy bien. Figúrese: hasta me han concedido un
ascenso. Mire. (Le muestra las insignias)
Militar 1: A ver. Vaya, Es cierto. No me había dado cuenta: general. Muy bien. Muy
bien. Enhorabuena.
Militar 2: Es por la campaña en Siria.
Militar 1: ¿Has estado en Siria? ¿Qué se te había perdido por allí, hombre?
Militar 2. Nada, en realidad. No sé: la aventura, el riesgo, los compañeros… Una guerra
siempre es una guerra.
Militar 1: Eso está claro. ¿Y qué tal fue la experiencia?
Militar 2: Interesante. La verdad es que he aprendido mucho.
Militar 1: ¡Que se va a aprender en una guerra! La guerra es lo peor que ha inventado
el ser humano, y te lo digo yo que soy militar de los pies a la cabeza y he estado en varias. En
la guerra sólo hay muerte. Y si uno quiere aprender algo, se va a la escuela. Bueno, a la
escuela, no, que ya no se sabe ni lo que se les enseña a los niños. Así que para aprender algo,
va uno ¡a la iglesia! ¡A la iglesia, pero no a la guerra!
Militar 2: Sí, mi general. En la iglesia se aprende mucho… Mucho… Sobre todo a ser
bueno y todo eso…
Militar 1: ¿Te tomas a cachondeo lo que te digo? La guerra es una experiencia horrible.
Militar 2: Es verdad. La experiencia en Siria fue una basura: muerte y destrucción por
todas partes. Escombros, despojos, sangre… Víctimas de un lado y del otro. De los buenos y
de los malos.
Militar 1: ¿Qué chorrada es esa de buenos y malos? Supongo que tienes claro quiénes
son los malos.
Militar 2: No sabría qué decirle.
Militar 1: ¿Qué clase de soldado eres tú? ¿No obedecías órdenes?
Militar 2: Sí, señor.
Militar 1: Estabas allí para defender a la patria, ¿sí o no?
Militar 2: Sí, señor.
Militar 1: Y tenías superiores a los que respetabas, ¿verdad?
Militar 2: Los respetaba muchísimo, sí, señor.
Militar 1: Pues ya está: déjate de chorradas de buenos y de malos. Sólo hay gente que
manda y gente que tiene que obedecer. ¿Estás de acuerdo?
Militar 2: Por completo, señor, pero, si me lo permite, yo diría que sí aprendí algo en
esa guerra. Un secreto muy valioso.
Militar 1: ¿Qué secreto es ese?
Militar 2: Que para sobrevivir en la guerra hay que ser muy, muy cruel.
Militar 1: ¡Menuda estupidez de secreto! No hacía falta irse a Siria para aprender esa
idiotez. ¿Es que tú no eres cruel? Hay gente cruel por todas partes. Sólo hay que abrir bien
los ojos y mirar con atención a tu alrededor.
Militar 2: A sus órdenes, mi general. Voy a abrir los ojos y a mirar con atención. (Lo
hace) Bueno, mejor en otro momento, que ahora veo un poco borroso.
Militar 1: A ti te gusta mucho hacer el payaso, ¿no?
Militar 2: No, señor. ¿Por qué lo dice usted?
Militar 1: Ahora que recuerdo en la academia también tenías fama de graciosillo. A mí
los graciosillos me encantan.
Militar 2: Eso era antes. Yo ya he perdido todo el sentido del humor.
Militar 1: No, hombre, no. El sentido del humor es lo último que se pierde.

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Los invitados del rey

Militar 2: Es lo que siempre se dice, pero yo creo que lo último que se pierde, lo último
que un ser humano pierde es… es…
Militar 1: ¿Qué?
Militar 2: La vida, ¿no? ¿Qué otra cosa? (Se ríe)
Militar 1: ¿Ves como eres un graciosillo? Sigues haciendo honor a tu fama.
Militar 2: No, no tenía fama de graciosillo. Más bien tenía fama de simpático, de
dicharachero, de ser un poco bufón. Sí, eso. Era como un bufón.
Militar 1: Tú no tienes ni idea de lo que es un bufón.
Militar 2: Correcto: ni idea.
Militar 1: Pues te lo voy a explicar. A ver si aprendes algo. Para empezar, un bufón no
es un payaso, ni un gracioso. Es, entre otras cosas, un ser deforme. ¿Tú lo eres? ¿Tienes
alguna deformidad, física o mental? No parece, ¿verdad? Así, a simple vista. El bufón explota
su deformidad y la exhibe, presume de ella y se burla de ella, y de paso, de las nuestras.
Muestra su deformidad porque el mundo es deforme, feo y sucio como él. Es, también,
valiente hasta la locura porque con sus burlas y sus comentarios hirientes, se arriesga a
perderlo todo. Puede perder incluso la cabeza si se extralimita con su amo o su rey.
Militar 2: Yo sólo estaría dispuesto a perder la cabeza por una mujer, si estuviera…
Militar 1: ¡Cállate, hombre! Y escucha. No perderá la vida al decir las verdades, por
dolorosas que sean, siempre que su rey se las tolere. De hecho, los bufones eran los únicos
que se atrevían a decírselas a los poderosos. Y éstos sabían que eran los únicos que no les
mentían. Pero, naturalmente, conocían sus límites. Ahora nadie conoce dónde está el límite.
Todo el mundo dice sus gracias, hace lo que le da la gana, se envilecen los asuntos más
serios, con tal de ser el más gracioso, el más ocurrente. A estos graciosillos yo no los soporto.
Les metería un tiro entre ceja y ceja, por graciosos, y por listos.
Militar 2: Mi general, ¿un tiro por graciosos? Hombre, un tiro por vagos, por ladrones,
por borrachos o por traidores, incluso por maricones, pero por graciosos?
Militar 1: ¿Ves como eres un gracioso? Dices tus ocurrencias porque sabes que no te va
a pasar nada. Pero no eres un bufón, porque el bufón se la jugaba continuamente y tú no.
Un gracioso… Pero, bueno. Nos estamos poniendo muy serios y eso no puede ser. No en un
día como hoy, en el que estamos de celebración.
Militar 2: Totalmente de acuerdo. (Pausa) ¿Le traigo otra copa?
Militar 1: No, de momento. (En confianza) Me he tomado una pastilla. Buenísima. Y no
conviene mezclar mucho.
Militar 2: Una pastilla. ¡Vaya, muy bien! Pues, efectivamente tiene usted razón. Por eso
yo tampoco mezclo: champán a piñón fijo.
Militar 1: Pero deja ya de tratarme de usted, que nos conocemos de hace muchos años,
y además ahora tenemos el mismo rango, ¿eh?
Militar 2: Eso es verdad. Brindemos por ello, por el ejército y ¡por el rey!
Militar 1: ¿Por el rey? No fastidies, pero ¿tú no eras republicano?
Militar 2: Eso era antes. Yo ya no sé ni lo que soy. Además, el rey es mi superior. Se le
obedece y punto final.
Militar 1: Muy bien dicho. (Brindan)
Militar 2: (Pausa) Bueno, y a usted, ¿qué tal le van las cosas?
Militar 1: Muy bien, hombre. Más tranquilo. Por aquí. Yo no me he ido a ninguna
guerra últimamente.
Militar 2: (Por hablar de algo) En Siria, había cualquier cosa menos tranquilidad. ¿Y
qué, se ha refugiado aquí antes de empezar el acto? (El militar 2 pasea por el escenario) ¿Y
esta sala, qué es?
Militar 1: No sé, yo diría que es como un guardarropa.
Militar 2: Sí. (Pausa) Bueno, habrá que ir pensando en pasar al salón. (Que ha cogido el
vestido) ¿Y esto…? ¿Esto qué es?

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Los invitados del rey

Militar 1: Deja eso en su sitio ahora mismo. No lo toques con tus manazas.
Militar 2: (Sorprendido) A sus órdenes. No se ponga usted así. Ahora mismo lo dejo.
Militar 1: No vuelvas a tocarlo.
Militar 2: Pero, mi general. No entiendo, ¿qué ocurre? Este vestido no puede ser suyo.
¿Por qué no puedo tocarlo?
Militar 1: Porque te lo digo yo y no hay más que hablar.
Militar 2: Está bien. Está bien. Ahí lo dejo.
Militar 1: Es un vestido de mujer.
Militar 2: Ya. Por eso no entiendo…
Militar 1: ¿Y tú qué tal de mujeres?
Militar 2: ¿Cómo dice? ¿A qué se refiere?
Militar 1: ¿Tienes pareja, novia, mujer?
Militar 2: Nada de nada, señor. Ni novia ni mujer ni amigas especiales.
Militar 1: ¿Por qué?
Militar 2: ¿Por qué qué?
Militar 1: Que por qué no te has casado.
Militar 2: Pues no sé. No he tenido suerte. A las mujeres que a mí me gustaban, yo no
les gustaba yo, y al revés.
Militar 1: ¿Tú crees en el amor?
Militar 2: Ufff. ¡Qué pregunta! Con su permiso, voy a buscar otra copa.
Militar 1: Tú no te mueves de aquí. ¿Puedes contestar a la pregunta?
Militar 2: ¿El amor? El amor así como concepto. No sé… Yo tengo mucho amor a mis
padres, a mis hermanos, a algún amigo. A mis hijos… si los tuviera.
Militar 1: O una de dos: o eres imbécil o te lo haces.
Militar 2: Mi general, ¿me está usted insultando? Ni me hago el imbécil ni lo soy. Y le
advierto…
Militar 1: Me refiero al amor por una mujer.
Militar 2: ¿Por una mujer?
Militar 1: Antes has dicho que sólo perderías la cabeza por una mujer.
Militar 2: Otra gracia de las mías.
Militar 1: No era una gracia. ¿De qué mujer hablabas?
Militar 2: De ninguna en concreto.
Militar 1: De alguna que pueda lucir un vestido tan bonito como ese. A mi mujer, por
ejemplo, ese vestido le quedaría muy bien.
Militar 2: Seguro. Elena es una mujer muy guapa.
Militar 1: Me parece un poco raro que recuerdes su nombre. ¿Recuerdas el nombre de
todas las mujeres de tus compañeros?
Militar 2: ¿Qué quiere decir, mi general? No sé si le entiendo bien.
Militar 1: Lo sabes perfectamente. Elena no está bien. Está enferma y no mejora, pero
eso tú ya lo sabes. No sé para qué te lo cuento.
Militar 2: (Muy sorprendido) Le aseguro que no entiendo nada de lo que me está usted
diciendo.
Militar 1: ¿Cuándo ha sido la última vez que os habéis visto?
Militar 2: ¿Vernos? ¿Quiénes? ¿Nosotros? ¿Elena y yo, quiere usted decir?
Militar 1: Sí, vosotros. Es mejor que dejes de hacer el idiota. He leído vuestros
mensajes.
Militar 2: (Pausa) Hace dos meses. Después de volver de Siria. Ella aún se encontraba
bien. ¿Qué le ocurre? ¿Qué tiene?
Militar 1: Esa mañana yo había salido de casa, pero volví. Y os vi. Vosotros no me
visteis a mí.

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Los invitados del rey

Militar 2: ¡Qué pillada! Pues, sí, menos mal que no le vimos. Habría sido un poco, no
sé, un poco… embarazoso.
Militar 1: Muy embarazoso. No era la primera vez, ¿verdad?
Militar 2: No, no señor. Ha habido unas cuantas veces... Bastantes a lo largo de los
años. La primera vez fue en Bosnia.
Militar 1: Estábamos recién casados.
Militar 2: Sí, pero las cosas son como son. ¿Qué podemos hacer para cambiarlas? ¿Me
guarda usted rencor, mi coronel?
Militar 1: No, hombre, ¿por qué? Somos adultos. Elena es libre. Nadie es dueño de
nadie. Cada uno hace lo que considera más conveniente. Y yo, fíjate, amo la libertad
individual, casi tanto como a la patria.
Militar 2: Muy bien dicho: ¡viva mi general y viva el rey!
Militar 1: Sí, hombre, sí. Ven aquí. Repite conmigo, que te veo contento. Venga, repite
conmigo: hoy celebramos el cuarenta aniversario de… (Se dirige al perchero) Pero, ¿qué
tenemos aquí? No me había fijado: mira una corona. ¿Será la corona que usa el rey?
Militar 2: Pues no creo, ¿no? Es raro que se la haya dejado ahí colgada. También hay un
cetro y una capa. (Mientras ve como el otro se pone todas esas cosas). ¡Viva el rey!
Militar 1: (Sentado en el trono) Maravilloso. Ponte ese gorro. Parece el gorro de un
bufón.
Militar 2: ¿Yo el gorro del bufón?
Militar 1: Que te pongas el gorro, venga.
Militar 2: Eh, eh, que ahora somos coroneles los dos… Mi coronel.
Militar 1: Venga, ponte el gorro, hombre. (Lo hace) Y ahora ponte la joroba.
Militar 2: ¿La joroba? ¿Ordena alguna cosa más, mi coronel? Le repito que coroneles
somos los dos.
Militar 1: Que te pongas la joroba. (Se pone de pie muy violento) Que no tenga que
repetírtelo. (Se la pone. Le enseña una pastilla) Y, ahora, abre la boca.
Militar 2: ¿Eso qué es?
Militar 1: Una pastilla. Una pastilla roja. ¿No lo ves? Yo me he tomado una antes, pero
la mía era de color azul.
Militar 2: ¿La pastilla roja es porque soy republicano, mi coronel?
Militar 1: No, hombre. ¡Qué va! Las pastillas rojas son mejores. Vas a ver. Abre la boca.
Militar 2: No quiero una pastilla. Yo quiero champán.
Militar 1: Te estoy diciendo que abras la boca. (Le fuerza a tomar la pastilla)

(Se oyen campanadas. El militar 2 se transforma y se dirige al micrófono. Ladra)

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Los invitados del rey

PERSONAJES

EL REY. - Es un rey enfermo y pálido, con una corona que se bambolea y un traje mugriento. En
el cuello y en las manos pedrerías falsas. Es un rey siempre febril, enamorado de la magia
negra y de la liturgia, y que tiene los dientes podridos. El Greco, pintor desmañado, ha pintado
su retrato.

FOLIAL. - El bufón, con su librea de colores chillones es un atleta de piernas torcidas y andadura
de araña. Procede de Flandes. Su cabeza, gruesa bola expresiva, la iluminan dos ojos de lobo.

EL MONJE. - Negro, tuberculoso.

EL REY. - ¡Degollad a los perros, a todas las jaurías! ¡Basta! ¡Basta! ¡Cómo crispa! ¡Es horrible!
¡Ahogad a los perros! ¡Matad a los perros y su intuición! ¡Bastaaaaa! ... (Se levanta y se
tambalea.)Quieren atemorizarme. ¡Quieren que pierda la razón, mi razón real! ¿Y quién
reinaría entonces? Hacen conspirar a los perros, pues los hombres no se atreven. . . (Redoblan
los ladridos.)¡Misericordia! ¡Perros de la noche! ¡Perros del viento! ¡Perros del miedo!
Perros..., (Baja unos peldaños.) Folial, ordena que cesen los ladridos. ¡Orden del rey!

UNA voz (por fuera)- . . . ¡del rey! Folial, que cesen los ladridos…

OTRAS VOCES - ¡Eh!. . . ¡Cuz!. . . jTus! (Los perros se callan.)

EL REY. - ¿Mis perros? ¡Ha matado mis perros, mis jaurías!…¡Mis hermosos perros!. . . ¡Folial,
los perros no quieren a la Muerte. (Gime).Grande injusticia es que la Muerte pueda entrar en
los palacios del rey. Se le debían soltar las jaurías. ¡Ah! ¡Mis pobres perros degollados!... (Entra
el MONJE. El REY le ve.)

MONJE: (Desde el micrófono) ¿Para el judío? Un hisopo. Para el diablo? Obras pías. Para
el sabio? La matraca. ¿Y para los locos? El amor y la muerte compartidos.

REY: No, no, no, no... ¡Tú no! ¡Los centinelas mejor, para que maten a arcabuzazos a ese
esqueleto que se desliza por las chimeneas!

EL MONJE (con voz asmática). - ¿Mi señor, habéis dormido bien?

R EY: No estoy seguro de haber dormido, pero sí de haber soñado. ¡Y muy feo! Si creo en
los presagios, he de adentrarme en el país de la desgracia. Estaba rodeado por la superficie
líquida de un estanque negro. Tú flotabas alrededor como una vejiga hinchada. Tenía el
presentimiento de que venías a robarme.

MONJE: ¿Qué es lo que se puede robar a un durmiente? Cuando ni siquiera el diablo o


Dios dictan nuestros sueños?

REY: Mi fiebre, algún propósito, un suspiro?... Devuélvemelos

MONJE: ¿Vais a castigarme por ese quimérico delito?

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Los invitados del rey

REY: En algún otro sueño entonces… Haré agujeros a tu vejiga de parte a parte y te
deshincharás exhalando tus malos pensamientos, tus pestilencias…

MONJE: ¡Vuestra Majestad!...

EL REY. - ¡Silencio!

EL MONJE. –i...!
EL REY. - ¿Qué?

EL MONJE (hincándose de rodillas). - Vuestra Majestad... (Farfulla.)

EL REY (arrodillándose delante del monje). -Te lo voy a decir.(Imitando al monje.) Vuestra
Majestad no debe lamentarse todavía. Nada puede adelantar o retrasar la hora que solo Dios
conoce. Que Vuestra Majestad se resigne, baje la cabeza y se prepare para la desgracia
inminente… ¡Continúa, capuchón!

MONJE: De acuerdo con vuestra alma…

REY: ¿Qué sabes tú de mi alma, tú que no tienes! Vosotros, los devotos, no tenéis alma.
Escribí un día a los doctores de Lovaina y los teólogos me contestaron que en caso de tener
una pizca de alma, considerando que la misericordia de Dios se extiende a los devotos, los
bufones y los animales, ésta debería tener el aspecto de una humareda, que no podía tener la
forma de una flama erguida, presta a desplegarse, sino la de una brasa dispersa en arcilla.
Ellos piensan, pero no se atreven a declararlo por caridad, que sois de esos muertos malos
que el cielo y el infierno rechazan, transfigurándose en perversas anatomías.

MONJE: (Aparte) Perdonadle, Maestro. Cristo no pudo enseñarle la caridad, puesto que
no murió por su especie

REY: Cómo se arrastran estas últimas horas…

EL MONJE (con la garganta reseca). - Vuestra Majestad sabe que el pueblo, los sacerdotes, el
reino entero, están arrodillados como lo estamos nosotros. (Levantando el brazo en un
ademán oratorio.)¡Ah! (Y. dejando caer el brazo.) Sería un acto de infinita caridad, una acción
santa, permitir que sonasen las campanas, levantar la interdicción que Vuestra Majestad lanzó
contra las campanas… (Se levanta) como criminales que han herido los delicados tímpanos de
Vuestra Majestad, las campanas que anuncian al cielo alegrías y dolores terrestres… ¿Vuestra
Majestad?...

EL REY (se levanta, fuera de sí). - ¡No, no, no, no, no! ... ¡Basta de campanas! ¡Degollad las
campanas! Han tocado durante días y noches. ¡Estrangulad a los campaneros! (Indignado.)
¿Tanto ceremonial para morir?... Monje, mandaré que les rompas los costados a tus
campanas. Han tocado en mi cabeza. Tengo la cabeza llena de perros y de campanas. En este
palacio no tenemos necesidad de campanas para morirnos. Iremos sin campanas y sin los
rezos del populacho a pudrirnos pomposamente en las criptas blasonadas de este palacio.
¡Aquí andamos sobre los muertos! ¡Aquí apesta a Muerte!... A vos os gusta la Muerte, su olor y
sus fastos. Monje, ¿no serás tú, debajo de un hábito, ese esqueleto ambulante que me
atormenta?... (Le echa hacia atrás el capuchón al monje y ve su rostro blanco, los ojos bajos. El
rey se tranquiliza.) Id a vuestro deber. El rey no quiere más carillones. ¡Está dicho! … (El monje
sale reculando, como un autómata… El rey se pasea y monologa.) Campanas… Perros… La

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Los invitados del rey

Muerte… Pesadilla… La Muerte… Campanas… Perros… En los campanarios, las banderas a


media asta de la pesadilla… Los perros muerden las campanas. La Muerte mancha mis
palacios… (Con un estremecimiento.)Fabricad un ataúd de ébano, inventad epitafios
pomposos… ¡Aquí yace!... ¡Llorad, rezad, levantad catafalcos, poneos de luto; dad a los
cortesanos máscaras y pañuelos, haced cuanto podáis, hacedlo pronto, pero liberadme de esta
agonía ridícula!... Como si a todas horas no muriesen mujeres y mujeres, que son arrojadas
luego a la cal de los osarios, sin trompetas, eh!... (Repentinamente calmado.) Será preciso que
yo también llore, que rece y que me ponga pálido. Debería enseñármelo algún actor. ¿Dónde
están mis actores? Un rey debe parecer sensible durante el espectáculo de su noble existencia.
¿Qué diría la historia, que da sobrenombres a los reyes, así como a los presidiarios? (Se vuelve
hacia la pared de la izquierda.) Ven… (Entra el monje.) Tú que habitas en los tabiques, escucha
la voluntad del rey… (Con fingida humildad.)Quiero que toquen las campanas, pero
suavemente, suavemente; que doblen muy bajo, muy bajito, para los delicados tímpanos de su
Majestad... (El monje quiere irse; el rey le retiene:) ¿Adónde ha llegado esa agonía? ¿Esa agonía
solemne, más larga que un acto de tragedia?...

EL MONJE. - Vuestra Majestad se lo sospecha… Los sabios intentan prolongar ese hálito, ese
último brillo de las pupilas… Los sabios intentan en vano…

EL REY. - ¡Charlatanes adictos! ¡Les daremos títulos a cambio de su medicina! ¡Monje, siento
que se me hiela el alma. ¡Anda!

MONJE: Para el cáliz, la serpiente. Para el soldado, el bastón. Para el toro, la doncella.
Para el creyente, la hoguera

REY: (Sale el monje. El rey sube lentamente los escalones del trono, restregándose los pies
en las alfombras. Monologa.) El rey está triste… El rey tiene penas…Cuando la vea, rígida y
cerosa, entre los cirios y los emblemas, me acordaré -¡tantas flores, tantas flores! – de una
novia que quería complacerme… --tantas flores ... -.Y yo sollozaré a causa de las flores. (Se tapa
los ojos y parece sollozar) por mi querida reinecita. ¡Lloraré como tú hubieras llorado sobre mí,
querida reinecita, si la Muerte se hubiera equivocado de aposento!... (Se ríe, y su risa mecánica
se prolonga. Se sienta en un escalón.) ¡Es gracioso! ¡Ninguno ha sido testigo de mis lágrimas!
¿Eh, Folial? ¡Bufón, no has visto llorar a tu rey! ¿Folial? ¿Te habrán devorado mis perros, carne
de farsa?...

FOLIAL (surgiendo de detrás del trono, arriba). - Vuestros perros son los perros del rey, señor.
Morderían a vuestros cortesanos, no a vuestros criados.

EL REY. - ¡Zorro! Me hacías falta. ¿Has necesitado todo ese tiempo para degollar a mis perros?

FOLIAL. - No han cometido otro delito que el de saludar con ladridos a la Muerte, ese
merodeador… He acariciado a los perros. Yo sé hablar a los reyes y a los perros, señor... Pero
estos últimos, me enternecen de verdad… Los perros estaban tristes, sufrían, señor... (Va a
sentarse cerca del rey. Éste recula.)

EL REY. - ¿Sufrían? ¡Pobres perros! ¡Yo también sufro!

FOLIAL. - ¡Pobre rey!

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Los invitados del rey

EL REY. - ¡Pero no como un perro, eh! Yo sufro según el protocolo. ¿Me viste sollozar? ¿No?
Entonces no has visto nada. Si consigues hacerme reír durante los funerales, en todo el orbe
no se hablará de otra cosa que del magnánimo dolor del rey. Hazme reír…

FOLIAL. - ¡Mirad! (Saca del mantelete un espejo de mano, se mira en él, y hace esfuerzos para
conseguir una mueca. Luego se le cae el espejo de las manos, y el bufón permanece inmóvil,
con la mueca espléndida sobre su cara. Dice en voz baja:) ¡Dolor de rey!

EL REY. - ¡Admirable! (Una risa frenética brota de su garganta. Se vuelve. FOLIAL está inquieto.)

FOLIAL. - Señor, los cocodrilos son verdaderos maestros en esos dolores augustos. ¿Tendréis
más agua en las sienes?

EL REY (mostrando su cara radiante de alegría). - ¡Oh! ¡Qué chasco se ha llevado! ¡Haz como
yo! ¡Si yo fui a la escuela del cocodrilo, tú has ido a la del mono! ¡Trabaja, eh, trabaja con la
boca!

FOLIAL (crispado). –Perdonadme...

EL REY. - ¡Lo mando!

FOLIAL (busca con la mirada un sitio dónde esconderse; luego se tapa la cara con los brazos.)
¿Señor?... (Se ríe espasmódicamente)

EL REY (pataleando). - ¡Magnifico, magnifico! (Se queda desconcertado.) ¡Ahora, basta! (FOLIAL
se ríe más fuerte.) ¡Para de reír!... (Le aparta los brazos al bufón Éste muestra una cara
indeciblemente contraída.) ¿Estabas llorando? Contesta…

FOLIAL.- Era por los perros...

EL REY. - ¿Pretendes hacer más que el rey?

FOLIAL (dominándose). - Quería demostraros qué fácilmente se equivoca uno… (Ante el


azoramiento del rey, se ríe ahora de verdad, ásperamente… Las campanas empiezan a doblar,
lejos. El rey se estremece de pronto.)

EL REY. - ¡Ríete otra vez! Me gusta esa risa flamenca, en la que rechinan los dientes. ¡Ríe más
alto! Quiero que se te oiga en el último rincón del palacio. Quiero que tu risa bestial ofenda a
la Muerte misma… ¡Más fuerte! (La risa de FOLIAL se hace espantosa: es un rugido.) ¡Basta!
(FOLIAL deja de reír. El rey baja todos los escalones; FOLIAL le sigue paso a paso.) Yo también
quisiera reír, obrar como un bruto.

FOLIAL. - Olvidaos del protocolo.

EL REY. - ¿Qué dices? ¿Luego nada ingenioso se puede sacar de ti, bufón macabro? (Qué
tienes?...

FOLIAL. - Cara de circunstancias.

EL REY (paseándose de ·un lado a otro, y FOLIAL pisándole los talones).-Hace ya varias
semanas, semanas atroces, que te aburres esperando, que haces muecas para ti solo; y eso

10
Los invitados del rey

está mal, porque tu oficio consiste en ser gracioso. Yo espero la liberación; espero que la
Muerte se vaya a otra parte. Y tú no tienes una palabra picaresca, una farsa para tu rey. ¡Estás
lleno de vinagre! (Se para.)¿Por qué vienes detrás de mí?

FOLIAL. - ¡Pisoteo vuestra sombra!...

EL REY (satisfecho). - ¡Por fin te reconozco!.. Has vuelto a ser el mismo, arrogante, pérfido,
pero no malicioso ni de facundia desbordante, como los bufones italianos o franceses, sino
taciturno y vengativo, como los de tu raza. Siete pecados están escritos con mayúsculas en el
viejo pergamino de tu cara. ¡Los siete Pecados, y otras abominaciones! Te tenía afecto por
tanta perfección en el mal; y tú eras el único hombre a quien un rey como yo podía sufrir… (Se
sobresalta.) ¡Ay! ¡Has asesinado mi sombra! (Abofetea al bufón.) ¡No te me acerques más,
porque te mandaré a dormir con los perros, perro rastrero, perro trapacero! Tienes todo el
aspecto y las maneras de un dogo… ¡A cuatro patas, Folial!... (FOLIAL se pone a cuatro patas.)
No muerdas. (Ordenando.) Túmbate. Ráscate las pulgas. (FOLIAL hace estas cosas.) Duerme.
(FOLIAL suspira y simula el sueño de un perro. Un silencio. El rey desconfía.)Perro o bufón, ¿en
qué piensas? (FOLIAL avanza hacia el rey y le olfatea.) ¡Folial, eso no! ¿Es la Muerte la carroña
que olfateas? (Las campanas doblan de nuevo. FOLIAL alarga el cuello y aúlla a la muerte coma
un perro. De fuera le responden todos los perros. El rey, enloquecido, sube a saltos los
escalones.) ¡Maldición! ¡Me persiguen! ¡Basta! ¡Degollad a los perros, al bufón!... (FOLIAL,
todavía a gatas, sube los escalones, sin dejar de aullar, detrás del rey.) ¡Soy la víctima de los
perros! (Le da unas patadas al bufón.)¡De pie! ·

FOLIAL (levantándose). - Vuestro muy obediente servidor… (Están cara a cara los dos en lo alto
de las escaleras. Afuera, juramentos. Cesan los ladridos. Un silencio.)

EL REY. - ¿Qué haces junto a mí?

FOLIAL. - Espero vuestras órdenes.

EL REY. -Baja.(FOLIAL baja pesadamente los peldaños y, de repente, se desploma.)

FOLIAL. - ¿Señor?...
EL REY (sentándose en el trono). - ¿Por fin vas a empezar un juego?

FOLIAL. - Perdón. Dejadme subir a mi desván. Quisiera dormir…

EL REY. - ¿Es preciso que el rey se quede solo?

FOLIAL. - He sacrificado mi vida a vuestras diversiones. He llegado al límite de mis fuerzas. Se


me ha agotado la imaginación. Señor, el sueño ha huido de este palacio. Las horas pasan en
una alucinación que hiela. Piedad para el bufón que tiene sueño.

EL REY. -Todavía no. Hay que esperar a que se vaya la Muerte.

FOLIAL. - No está bien que os riais cuando la Muerte trabaja…

EL REY. - ¿Y si nos place reírnos? Cesa de lamentarte. ¿Cuándo yo quiero reír, tú quieres
dormir? ¡Necesito reírme! Y si no consigues divertirme, está el garrote de los malos servidores,
ministros o bufones, que te hará poner caras horribles. ¿Tienes el cráneo lleno de larvas? ¡Ríe!

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Los invitados del rey

De lo contrario te entregaré a mi verdugo, quien te dará el mismo trato que a un judío o a un


monedero falso…

FOLIAL. – Perdón…

EL .REY (de pie). - ¿Qué me queda si mi bufón se pone triste y Ie vence el sueño? ¿Y qué te
importa a ti que la reina se muera, quela Muerte trabaje?... ¿No parecería que es tu mujer o tu
hija la que se va al reino de los gusanos?... (Colérico.) ¡Inventa una farsa!

Militar 2: ¡Qué pasada de pastilla!


Militar 1: Ya te lo dije.
Militar 2: ¡Quiero más!
Militar 1: ¿Seguro? ¿No decías que tomabas champán a piñón fijo?
Militar 2: Pues ya no. Quiero más
Militar 1: Toma. Ahí tienes otra.
Militar 2: ¿Y si cambiamos ahora los papeles?
MIltar 1: ¿Cómo es eso?

FOLIAL (levantándose). - En mi país, cuando llega la Cuaresma, se elige a un inocente y se le


provee de oropeles, una corona y un cetro. Y este inocente queda convertido en rey. Un rey a
quien se festeja y se le lleva a su trono ilusorio. Se le rinden todos los honores. La canalla
desfila, intriga, adula y aclama. El rey bebe y se hincha de cerveza y de vanagloria. Y cuando
está muy infatuado con su destino… (Salta hacia el rey.) se le tira al suelo la corona…(Le
arranca la corona y la echa a rodar por los escalones.) se le quita el cetro… (Arranca el cetro de
las manos del rey.) para volver a dejarle en lo que era. (Retrocede.)Como acabo de hacer yo.
(Meloso.). ¿Comprendéis? Ya no sois más que un hombre. ¡Y qué feo! (Se quita rápidamente su
gorro de loco y se desata del cinto el cetro de locura. Prosigue, sibilante.) Como vos, he
recuperado mi condición de hombre. ¡Y mi fealdad vale lo que la vuestra!... (Se ríe
ásperamente.) ¿Os percatáis al menos del juego que os propongo? Hace ya mucho que Io
preparo. ¿Os agradará? ¡Os vais a reír con esa risa flamenca que tanto os gusta! Y yo veré que
os reís de manera incomparable, como se ríen en vuestras criptas… (Abre las manos y separa
los dedos. El rey da diente con diente. FOLIAL parece haber perdido toda noción, y sólo obran
sus manos todopoderosas, que avanzan en el vacío hacia el cuello del rey. A éste se le doblan
las rodillas y se deja caer, con la boca abierta, sobre el trono. Quiere gritar, pero el grito no
sale. Las manos le aprietan el cuello. El rey se ahoga. Pero un grito estridente brota de su
garganta. La risa azota al bufón, que suelta su presa y deja caer las manos. El rey se levanta del
trono y se mantiene a distancia.)

EL REY. - ¡La farsa, tu ingeniosa farsa, te ha salido bien! ¡Déjame que me ría hasta
desternillarme!... ¡Qué bien has representado, qué bien fingías el odio!... ¡Grande ha sido mi
sorpresa! ¡Nunca reparé en tus manos! ¡Son asombrosas tus manos! Cuando te vuelvas
completamente bruto, te haré verdugo, si entre tanto no has sido estrangulado… (Baja unos
peldaños y escupe al aire.) ¡Juego de manos, juego de villanos, amigo!... (Severo.) Acércate,
canalla.

FOLIAL (volviendo a la realidad). - ¿Señor? ... ¿El verdugo? ...

EL REY. - ¡Todavía no! (Agarrando a FOLIAL por un hombro.) ¡Cuán equivoca era tu farsa, y
cómo me gusta lo equívoco! Yo no estaba muy a gusto, pero, con todo, me has sorprendido. En
fin, me he reído con una risa que me subía del fondo de las entrañas. He recuperado mi buen
humor.

12
Los invitados del rey

FOLIAL (tartamudeando). - El lugar no inspira…

EL REY. - Es evidente que no has estado tan inspirado como otros días. (Dándole unos
golpecitos en el vientre.) No has sabido sacar partido de tu farsa… O debiste estrangularme,
para lo cual no has sido el hombre que yo creía, o bien debiste proseguir tu juego, para lo cual
no has sido el artista que yo creía. (Se ríe sordamente.)Yo comprendo el arte de los
comediantes y de los bufones. ¡Para ellos todo mi afecto!... Tengo alma de bufón, esta noche
sobre todo. ¿Y si representásemos? Es fácil, puesto que nos hemos vuelto dos hombres. Para
ser otra cosa, bastará con algún accesorio. Dos hombres, ¿te lo imaginas? ¡Yo, que era un rey,
y tú, un monstruo, henos aquí convertidos en dos hombres! ¡Me siento colmado de gozo! Pero
en tu rostro, gárgola, se pintan la preocupación, la angustia, la desesperación, todo lo que
debía asomar al mío Y que, pese a mis esfuerzos, no asoma. Y tu fealdad es real,
verdaderamente real… ¡Por consiguiente, representemos! (Recoge con rapidez la corona y el
cetro; coloca la corona en la cabeza del bufón y le pone el cetro en la mano. Luego se quita la
capa y cubre con ella los hombros de FOLIAL, quien se resiste tímidamente.)

FOLIAL. -¡Impostura!...

EL REY. - ¡Comedia!... (Se retira un poco, y contempla a FOLIAL con agrado.) ¡Qué rey!… ¡Qué
rey para los Autos de fe!... (Violento.) ¡La farsa continua! ¡Sube hasta el trono, gorila
coronado!... (Mientras FOLIAL, al parecer agobiado por el peso de la corona y del cetro, sube
pesadamente los escalones, el rey se pone el gorro del loco y coge el cetro de la locura. FOLIAL
llega hasta el trono, se deja caer en él, y contempla con enorme estupor las gazmoñerías que
hace el rey al pie de la escalera.)

FOLIAL. - ¿Señor?...

EL REY (parodiando el saludo). -¡Señor!... Quiero, con mis jugueteos, disipar vuestros
pensamientos dolientes. ¿La reina se está muriendo? Como bufón devoto haré variaciones
sobre este tema: la reina, la infortunada. . . Me importa un bledo. ¡Mi función no consiste en
afligirme! ¡Muerta la reina, otra se encontrará! ¡Dejadme que me ría! ¡Mi gozo es inmenso!
¿No he nacido bufón, señor? Soy, por naturaleza, gesticulador, pérfido y disimulado,
pareciéndome en esto a las mujeres. Y a la reina, a esta mujer, le bastó una mirada para medir
mi vacuidad y condenarme al más absoluto desprecio. La reina me juzgó en cuerpo y alma, y
vio que yo era un bufón debajo de mis riquísimos vestidos. Aunque me hubiera comportado
como rey, ella no se habría dejado sorprender. Podéis creerme, señor, que hice todo para
seducirla, las más graciosas monerías. En vano me prodigué… (Esboza una pavana.)¡Pero un
bufón cuenta jamás su vida! ¡Baila! ... ¡Yo bailo ante la muerte! ¡Bailo por mi liberación! ¡Bailo
por las fúnebres pompas, por la caída en la nada de esa muñeca de cera saturada de aromas!
¡Bajadla en seguida al Pudridero bajo un chaparrón de agua bendita! ¡No temo a su espectro!
(Continúa la pavana.) No os extrañéis de que baile. Bailo como un viudo, como un macho
cabrío de aquelarre, como un sátiro antiguo… (Se calla y se tumba, rendido, sobre los ·
escalones.) ¿Os gusta mi soliloquio, señor? ...

FOLIAL: - ¡Blasfemador! La que agoniza es bella, pura y santa. Muere a causa del silencio y de
las tinieblas de este palacio, cuyas paredes tienen ojos, y cuyos salones de fiestas ocultan
trampas e instrumentos de tortura. Muere porque vive entre seres siniestros, lejos del sol,
secuestrada y extraña. Muere, reina sin pueblo, y de un reino donde gotea la sangre, donde
reinan los espías y los inquisidores. Os digo que la Muerte es una benefactora, cuya llegada he

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Los invitados del rey

deseado, como vos la habéis deseado. Se ha presentado inmediatamente, pues nunca anda
muy lejos de estos lugares, cuyo dominio comparte con la locura.

EL REY. - ¡Oh, señor! ¿Es prudente hablar con ese desenfado? Solo un rey puede enunciar
propósitos tan francos sin que se ahoguen en un nudo de angustia.

FOLIAL (que no ha oído). - ¡Cállate, bufón! Conozco tus farsas más abyectas. Tú manchas
cuanto tocas, te atrae la inmundicia, te apasionas por los enanos y los histriones, y tus oscuros
deleites oscilan entre el tufillo de la carne quemada y la charlatanería de los papagayos. Tus
pecados hacen palidecer a los teólogos; y si Dios no te ha agarrado de la garganta es porque te
reserva el fin de Herodes, o peor...

EL REY. - ¡No me abruméis, señor! Mi oficio no es muy noble, mi oficio consiste en zaherir.
¿Cómo puedo saber yo, que estoy al margen de la humanidad, lo que sea el amor, el dolor de
los demás? Si habré padecido yo ese desprecio, ¡oh! ese desprecio como agujas… (En voz
baja.) Sé que vos sois el único que habéis comprendido a esta incomprendida. Para vos eran
sus miradas, no las miradas heladas que me hacían temblar de vergüenza, sino esas miradas
largas y húmedas de perra agradecida… (Sube algunos escalones.) ¿Esta reina? Sé que, a pesar
de la conspiración de los muros, de los cerrojos y de los lacayos, tuvisteis acceso a su alma…
(Se le estrangula la voz.), poseísteis su cuerpo…

FOLIAL (se levanta y se tambalea). - Este trono está demasiado alto. ¡Produce vértigo!

EL REY. - ¡Sí, fueron unos amores extraños!...Una noche de tormenta, plagada de moscas y de
olores insípidos, os arrastrasteis por los corredores… Yo, el bufón, me arrastré detrás de vos...
(Súbitamente, casi afónico.) Y conocí la atroz voluptuosidad de ser testigo de la vuestra: me
retorcí silenciosamente sobre las baldosas… (Con voz estridente.) Señor, los reyes no aman, es
una regla; los reyes de este país reinan universalmente detestados… (Sube unos peldaños
más.) Tanta felicidad atraía la vindicta del bufón. ¿Me escucháis, señor? (Pegado a FOLIAL.) La
reina… estrella… abeja… música...ángel. ¡La reina, como en las novelas antiguas caducadas,
muere de este amor!... ¡Muere a causa de ese monstruoso, de ese inconcebible amor!... ¿ Lo
sabía cuando respiraba el aire de su aposento, cuando comía las frutas que más le gustaban?. .
(Baja tres peldaños.) Muere como mueren los grandes de este país... (Con un alarido.) ¡Muere
envenenada!... (Con rabia.) ¡El amor no entra en este palacio! ¡En este palacio está prohibido
amar!... (Baja precipitadamente todos los escalones.)¡Ah! La farsa…

FOLIAL (como borracho y bajando). - Bufón, ¿debo reírme a carcajadas o preferirás la verdad?

EL REY. - ¡Por mi condenación! Pero, dime, ¿quién de los dos tiene talento?...

FOLIAL. - Vos sois gran actor.

EL REY. - ¡Somos grandes actores los dos! Basta, la farsa ha terminado. Recobremos nuestra
identidad.
FOLIAL (huyendo por las escaleras). -¡Mi corona!... ¡Yo soy el rey!...

EL REY (persiguiéndole). - ¡Mi corona! ... ¡Yo soy el rey!...

FOLIAL. -¡El rey soy yo, puesto que tenía el amor de una reina!

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Los invitados del rey

ELREY (echándole mano al bufón). - ¡Quedaos con el amor, devolved la corona!... (Se agarran.
Lucha muda sobre los escalones del trono)

(Suenan campanas)

FOLIAL. - ¿Qué? ¿La reina? ...¿Qué significan esas campanas? ¡Decídmelo, yo soy el rey!

REY. - ¡Anuncian al rey… que la reina ha muerto!.. ¡Es preciso que vaya!.. Pero antes…

FOLIAL (cae de rodillas y se tapa la cara). - ¡Dios la tenga en su gloria!

EL REY. - ¡Váyase al diablo!... (Se coloca la corona y vuelve a ponerse el manto. Luego escupe
sobre FOLIAL.) Después de la farsa, la tragedia…

FOLIAL (con un sollozo). - ¡La reina ha muerto! (El rey se dispone a estrangularlo) ¿Me
permitiréis confesión?...

EL REY. - ¿Se han hecho los sacramentos para los bufones?... ¡Vamos a nuestro deber!.. ¿Mi
bufón?... ¡Mi pobre bufón!... Una reina, se encuentra, amigo, pero un bufón…

FOLIAL. - ¡En nombre del cielo, acabad de una vez!... (Cuando el rey comienza a estrangularlo,
se desprende de él y se pone el gorro de legionario. Va al proscenio)

Militar 2: Vaya con el rey


Militar 1: Al rey, ni tocarlo. La persona del rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad, artículo 56.3 de nuestra constitución.
Militar 2: Pues, entonces, pobre reina.
Militar 1: Muerta la reina , otra se encontrará.
Militar 2: Todavía quiero más pastillas. ¿Tienes alguna?
Militar 1: ¿Seguro? ¿No te estarás pasando?
Militar 2: No para ahora. Para otro día.
Militar 1: Para otro día... Mira, pastillas azules y rojas. Yo he tomado de las azules. Las
rojas que tú has tomado son experimentales. Aún están en fase de prueba.
Militar 2: No importa. Son buenísimas.
Militar 1: Estas pastillas son un secreto. Secreto de Estado.
Militar 2: Que estará a salvo conmigo.
Militar 1: No tengo ninguna duda.
Militar 2: ¿Me las das?
Militar 1: ¿Por qué no?
Militar 2: Oye, pero si son de prueba, tendrán algún efecto secundario.
Militar 1: Hombre, claro. Dentro de diez minutos, más o menos, estarás muerto.

(La misma música del inicio y oscuro)

FIN

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