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EL BOSQUE DEL CURA


Carlos Laredo

Título original:
“A FRAGA DO CREGO”
Traducción del autor
© Carlos Laredo Verdejo - 2018

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DRAMATIS PERSONAE
VASOLO, vagabundo primero
CONTINO, vagabundo segundo
CURA, espíritu, imagen y cadáver
OTROS:
Dos ángeles de la muerte y sombras
que no hablan

CUADRO I

Escena 1
(Dos vagabundos, VASOLO y CONTINO, paseando por el bosque)

VASOLO - Amigo Contino, ¿has visto algo más hermoso en el mundo que un bosque?
¡Qué belleza! Su frondosidad sosiega el espíritu y lo protege de la inquietud, como una
buena manta protege al cuerpo del frío. Mira los rayos del sol cómo luchan por traspasar
la espesura de las ramas y las hojas verdes que semejan vidrieras de una catedral. Ni los
grandes palacios se adornan con mejores muebles que estas zarzas y esos helechos.
¿Qué alfombra se puede comparar con este musgo que pisamos? (Contino busca setas)
Nada me gustaría más que vivir en una casita de piedra cubierta de hiedra en medio de
un lugar así, donde todo es natural y misterioso. Sin prisas, sin preguntas, sin engaños,
sin miradas torvas ni voces estridentes. ¿De quién será este bosque?
CONTINO - ¿Decías algo?
VASOLO - Me preguntaba de quién será este bosque.
CONTINO - Seguramente de alguien que ni siquiera sabe que lo tiene.
VASOLO - ¿Por qué dices eso? ¿Cómo podría alguien ser dueño de esta maravilla y
no saberlo?
CONTINO - Si tú tienes un huerto, le pones un cercado y una cancela. Pero si tienes
cien, ¿crees que sabrías dónde están todos?
VASOLO - Nadie debería ser dueño de un bosque; es como poseer un río o las
montañas. Es tener demasiado, mucho más de lo que puede disfrutar una persona. Hay
cosas que no deberían tener dueño. ¿Crees que vale la pena ir hasta ese poblacho?
Parece bastante miserable.
CONTINO - Mientras no lo veamos no sabremos cómo es.
VASOLO - Será como todos.
CONTINO - ¿Qué nos cuesta verlo? Malo será que no saquemos algo de comer.
VASOLO - La gente de por aquí tiene fama de tacaña.

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CONTINO - Bueno, si no sacamos nada, siempre podremos robar una gallina.
VASOLO - Eso sí.
CONTINO - Pues entonces vamos. El bosque es muy bonito, pero no hay setas.
VASOLO - ¡Eh! ¡Mira eso!
CONTINO - ¿Dónde?
VASOLO - Ahí, junto al árbol
CONTINO - ¿Qué es eso?
VASOLO - ¡Es un muerto! Si no ves un muerto, ¿cómo vas a ver una seta?
CONTINO - ¿Un muerto? Espera, ten cuidado, no te acerques ¿No estará dormido?
VASOLO - ¿Dormido? ¿Ahí tirado en el suelo?
CONTINO - La gente no duerme de pie, como los caballos. Se acuesta para dormir. Es
verdad, tiene toda la pinta de estar muerto. ¡Eh! ¡Oiga!... ¡Oiga!... No se mueve.
VASOLO - ¡Mira! Es un cura. Lleva sotana.
CONTINO - ¿Un cura? ¿Cómo se va a morir un cura en medio del bosque? Los curas
se mueren en su casa o en la iglesia. No te fíes. A lo mejor se hace el muerto, con los
curas nunca se sabe. Déjame ver… ¡Oiga! (le toca con el bastón) ¿Le pasa algo?
VASOLO - Si está muerto, no le pasa nada. En todo caso le habrá pasado.
CONTINO - Calla, hombre. A lo mejor se ha zampado una comilona con buen vino y
está durmiendo la siesta. Es normal quedarse profundamente dormido después de una
comilona.
VASOLO - ¡Una comilona! Ni me acuerdo yo de lo que es eso. ¿Le has visto la cara?
Te aseguro que esa cara no es la de un tío dormido. ¿No sabes distinguir un muerto de
alguien que está durmiendo? Es como si no distingues un niño de un enano. Los niños
tienen cara de crecer, y yo te digo que éste cura no tiene cara de despertarse. ¡Eh!
¡Señor Cura! ¡Dóminus vobiscum!
CONTINO - ¿Qué dices?
VASOLO - Los curas hablan latín. A ver si así se despierta. ¡Eh! Pater noster,
requiescat in pace.
CONTINO - ¿Eso qué quiere decir?
VASOLO - Descanse en paz, señor Cura.
CONTINO - ¿Y tú cómo lo sabes?
VASOLO - Ya te dije una vez que estudié en el seminario cuando era pequeño. ¡Oiga!
Ite misa est… Nada, ni habándole en latín. Para mí que está más muerto que mi abuela.
¡Mala cosa, la muerte!
CONTINO - ¿La muerte? No sé qué es la muerte. Sólo sé lo que es un muerto. Y eso,
efectivamente, tiene toda la pinta de ser un muerto.
VASOLO - A ver quién le reza ahora un miserere a este cura.
CONTINO - No te preocupes por eso, hay muchos más curas. Oye, ¿has visto qué
botas lleva? Son nuevas.
VASOLO - Sí que lo son. Pero… ¿no estarás pensando quitárselas?
CONTINO - ¿Cómo lo has adivinado?

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VASOLO - No sé si será algo peligroso robárselas.
CONTINO - ¿Por qué?
VASOLO - Hombre, robarle a un cura seguramente es grave. Es una autoridad.
CONTINO - La última vez que me encerraron por robar un queso… Bueno, el queso
estaba atado al sillín de una bicicleta y tuve que llevarme las dos cosas, el juez me dijo:
“¿Usted no sabe que robar a la gente es delito?”. Ahora dime tú, ¿los cementerios están
llenos de gente? No, ¿verdad? Están llenos de muertos. O sea que los muertos no son
gente. Un muerto no es una persona. Tú puedes matar a una persona, pero no puedes
matar a un muerto. Aquel juez no me dijo que fuera delito robar a los muertos. Me dijo
a la gente.
VASOLO - ¡Cómo discurres! Tenías que haber sido abogado.
CONTINO - ¡Al diablo con los abogados! Son peores que los curas.
VASOLO - No exageres. De todas formas, esto que tenemos aquí es un cura muerto,
¿no?
CONTINO - Sí, ¿y qué?
VASOLO - Pues que, si es un cura muerto, es un cura.
CONTINO - Mi padre siempre me decía que la muerte nos vuelve a poner a todos
donde estábamos antes de nacer, y este cura, antes de nacer, no podía ser cura porque
antes de nacer no eres nada. Por lo tanto, ahora no es más que un muerto, no un cura
muerto. Además, yo no voy a robarle las botas, sino que voy a proponerle un cambio.
Como no parece que vaya a tener que andar mucho más, no necesita unas botas tan
nuevas. Le propondré cambiárselas por mis zapatos, que son muy cómodos y ya no
están para trotes. Ya verás. A ver, señor Cura, ¿me cambia usted sus botas por mis
zapatos?... ¿Ves? No dice nada. Quien calla otorga. Trato hecho. (Hace el cambio
mientras el otro vigila) Ya está. Oye, mira qué reloj más bueno. ¿Por qué no se lo
cambias por el tuyo? En la eternidad no pasan las horas.
VASOLO - Yo no tengo reloj.
CONTINO - ¡Qué suerte! Ahora ya lo tienes (le quita el reloj). Cámbiaselo por tu
agradecimiento eterno. Y, ahora, lo mejor que podemos hacer es largarnos de aquí antes
de que aparezca alguien y nos metamos en líos. No hay nada peor que tener que dar
explicaciones cuando te encuentran junto a un muerto. No sé por qué, pero la gente te
mira como si fuera culpa tuya, te hacen sentirte culpable.
VASOLO - Pero si nosotros somos inocentes. El cura seguramente se murió de un
ataque al corazón o de algo así. ¿Ves tú alguna herida, algún cuchillo clavado o sangre
por algún lado?
CONTINO - Tú eres tonto. Los pobres nunca somos inocentes. Si un rico se encuentra
con un muerto, los guardias le piden disculpas por la molestia, pero si lo encuentras tú,
te meten en el calabozo hasta que expliques qué estabas haciendo allí. Vámonos cuanto
antes.
VASOLO - Espera. Creo que sería bueno esconder el cadáver.

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CONTINO - ¿Qué? ¿No querrás enterrarlo? ¿Te has vuelto loco? ¿Con qué vas a cavar
una fosa?
VASOLO - No, enterrarlo no. Digo taparlo un poco con hojas y ramas para que tarden
más en encontrarlo y tengamos tiempo de alejarnos de aquí.
CONTINO - ¡Ah! Bueno. Eso es otra cosa (cubren el cadáver).
VASOLO - Oye, Contino, pensándolo mejor, no deberíamos marcharnos.
CONTINO - ¿Se puede saber por qué?
VASOLO - No me parece solidario.
CONTINO - ¿Solidario? ¿Desde cuándo se solidariza uno con los muertos? Ni que
fuéramos del gremio de los enterradores. A veces dices unas cosas…
VASOLO - No me entiendes, Contino, lo que quiero decir es que no está bien
encontrarse con un muerto y largarse como si tal cosa. Ese señor tendrá familia o
alguien que lo estará esperando. Lo normal es avisar en el pueblo. ¿Te gustaría a ti que
alguien te viese tirado en el suelo y pasara de largo? Eso no se hace ni siquiera con los
perros.
CONTINO - Mira, Vasolo, yo te entiendo perfectamente. Lo normal, si eres del pueblo
y te encuentras al cura muerto, es ir al pueblo y avisar. Igual que si te encuentras al
perro del vecino atropellado, avisas al vecino o le mandas recado. Pero nosotros no
somos del pueblo. Nosotros paseábamos por aquí casualmente. Si hubiéramos pasado a
diez metros, no habríamos encontrado al cura y no habría ocurrido nada. La solidaridad
está muy bien para la gente que tiene cosas comunes; hoy por ti, mañana por mí.
Nosotros no tenemos nada en común con ese pueblo ni con este cura ni con la gente en
general, somos de otro mundo, y si nos pillan cerca del cadáver nos van a hacer la vida
imposible precisamente por eso, porque no somos de este pueblo, no nos conocen de
nada y no serán nada solidarios con nosotros. De modo que déjate de filosofías y
vámonos de una vez.
VASOLO - Quizá tengas razón.
CONTINO - ¡Pues claro que la tengo!
VASOLO - Aun así…
CONTINO - Aun así, ¿qué?
VASOLO - Encontraba este bosque tan apacible, me sentía tan a gusto, y ahora
aparece de pronto la muerte y… ¡me ha entrado una angustia!
CONTINO - ¿De qué muerte me hablas? ¿Dónde ves tú a la señora de la guadaña?
Pareces un cura en Cuaresma metiendo miedo a las beatas. Hay un señor muerto y nada
más. Estaría igual de muerto si se hubiera quedado en su casa o si estuviese echando la
partida en el café. Le llegó su hora, nada más. ¿Lo conocías? ¿Le debes algo? Tú y yo
no hemos visto nada en este bosque, ni setas ni conejos ni curas. Seguimos nuestro
camino como el resto de los vivos. El día que nos toque a nosotros, nadie se quedará a
hacernos compañía.
VASOLO - Prefiero no pensar. Venga, vámonos. (Se van)

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Escena 2
(Vuelven VASOLO Y CONTINO)

CONTINO - Pero qué manía de volver junto al cadáver. Ni que fuera nuestro. Estás
muerto de miedo y, en vez olvidar el asunto, no haces más que darle vueltas a lo mismo.
No sé por qué te aguanto. ¿Qué quieres que hagamos ahora?
VASOLO - Hay que apartarlo más del camino. Aquí lo van a encontrar enseguida.
Podemos ponerlo allí, detrás de aquellos matorrales, detrás del árbol grande. Ayúdame.
(Lo arrastran a un lugar más apartado)
CONTINO - ¿A ti te gustaría que te anduvieran arrastrando de un lado a otro si
estuvieses muerto?
VASOLO - ¿Qué más da lo que te hagan cuando estás muerto?
CONTINO - A lo mejor aún sigue sintiendo algo. ¿No dicen que las uñas y el pelo
siguen creciendo?
VASOLO - ¡Qué tendrá que ver eso! También crecen las plantas. ¿No decías tú que al
morir volvemos donde estábamos antes de nacer? Pues yo no recuerdo haber sentido
nada antes de nacer. Vamos a dejarlo aquí, detrás de este árbol, bien cubierto con los
helechos. ¿Te has dado cuenta? Fíjate, debe de llevar poco tiempo muerto, aún no está
tieso.
CONTINO - Ya que estamos, podíamos mirar si lleva cartera. Vamos a ver… Tú echa
un vistazo por ahí, no vaya a ser que venga alguien. (Busca)
VASOLO - Como sigas así, acabarás arrancándole los dientes.
CONTINO - ¿Y qué tiene eso de malo? Hasta en las mejores familias les quitan los
dientes de oro a los muertos. Es mejor eso a que se los robe el sepulturero en la tumba
cuando se termina el entierro.
VASOLO - Tú qué sabes lo que se hace en las mejores familias.
CONTINO - Lo sé. Mi tío era sepulturero en el pueblo y me lo dijo. Nunca vio que
enterraran a un solo rico con dientes de oro. Nada. No lleva cartera. ¿Cómo puede uno
andar por la vida sin dinero?
VASOLO - Ese, por la vida, poco va a andar. Además, ¿para qué necesita dinero un
cura?
CONTINO - Entonces, ¿por qué se lo andan pidiendo siempre a todo el mundo?
VASOLO - Vete a saber.
CONTINO - Si tú no lo sabes, que estudiaste en un seminario…
VASOLO - No llegué hasta esa parte. Vamos a descansar un poco. (Se sientan en un
tronco) Este cura ya estará de charla con san Pedro.
CONTINO - No te creerás eso de san Pedro… Eso es un cuento que sirve para hacer
chistes.
VASOLO - ¿Si me lo creo? No sé qué decirte. Lo sabremos cuando estemos donde
está el cura, entonces te diré si lo creo.

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CONTINO - Para entonces ya no hará falta que me digas nada. Mira a ver si nos queda
vino.
VASOLO - Aún nos queda una botella. (La saca de su mochila) Toma. Lo que no nos
queda es pan.
CONTINO - No importa. Después de los entierros no hay nada como echar un buen
trago de vino. El vino y la muerte hacen buena pareja. Seguro que cuando entierren al
cura habrá una comilona en la parroquia. Las comidas de los entierros suelen ser las
mejores. ¡Ah, qué bueno está el vino! ¿Por qué no le dedicas unas palabras al fiambre?
Después de todo es tu colega. Algo sobre el polvo y las cenizas, la tierra, tú ya sabes. Es
la costumbre.
VASOLO - ¡Qué majadería! ¿Qué voy a decir de alguien que no conozco de nada? No
estamos en ningún entierro y, aunque lo estuviéramos, ¿quién soy yo para echar
discursos?
CONTINO - No será un entierro, pero es como un velatorio. La gente suele decir unas
palabras en honor del difunto: ¡Qué bueno era! ¡Cómo le gustaba el jamón! Cosas
sentidas. No importa quién las diga ni si conocía al muerto o no, son costumbres
antiguas, trucos para consolar a la familia.
VASOLO - ¿Por qué no dejas de decir gilipolleces? ¿Dónde está aquí la familia?
CONTINO - ¡Aquí mismo! Nosotros dos. ¿Qué dicen los curas al empezar sus
sermones? “Queridos hermanos…”. Pues aquí estamos los queridos hermanos. Venga,
hombre, suelta un discursito. Toma antes un trago de vino, (beben) que se note que
estudiaste para cura.
VASOLO - Una botella de vino, un compañero medio loco y un muerto. ¡Vaya trío
para un discurso! Se muere un conejo y te lo comes. La vida cambia de sitio. Te mueres
tú y te comen los gusanos. ¡Y quieres que me ponga a echar un discurso! De lo que
tengo ganas es de llorar. Venga, amigo Contino, bebe y echa una lágrima por el cura.
Llora un poco por lo menos. El que no llora es como el que no hace de vientre. Las
penas y la mierda hay que echarlas del cuerpo cuanto antes.
CONTINO - No lloré por mi padre y quieres que llore por un cura…
VASOLO - A lo mejor ese cura era una buena persona; todo es posible. ¿Y qué? ¿De
qué le sirvió? Ni siquiera tendrá un hijo para burlar la muerte. Se ganó la vida
perdonando pecados, salvando almas y diciendo que Dios es así o asao, que quiere esto
y lo otro, que el cielo está aquí o allá… ¡Ja! El día que vea el cielo lleno de curas, creeré
lo que me contaron; igual que haría caso a los médicos si no se mueriean. En fin, ya que
me lo pides, diré unas palabras por el cura. ¡Váyase con Dios, señor Cura! Seguro que
usted sabrá dónde encontrarlo. Mi compañero y yo, de momento, nos quedamos con el
vino, que lo tenemos aquí. Y gracias por el reloj. Si nos vemos en el otro mundo, se lo
devolveré. Hasta nunca. Amén.
CONTINO - Muy bien dicho. Ya no se podrá quejar de que nadie le haya dicho unas
palabras.

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VASOLO - No creo que se vaya a quejar ya de nada más. No hay nada como hablar
con un muerto. Te desahogas, le dices todo lo que nunca te atreviste a decirle cuando
estaba vivo, le cuentas lo que pensabas de él, sacas a relucir sus defectos, lo convences
de que no tenía razón en esto y aquello, le dices que le engañaste o lo mandas a freír
espárragos… Todo lo que quieras. ¿Qué hace el muerto? Se calla, no dice ni pío, no te
contesta, lo encaja todo, acepta las críticas, no replica. Pero… ¡ahí está precisamente lo
jodido de los muertos!
CONTINO - ¿Qué es lo jodido de los muertos?
VASOLO - Que no te escuchan, no te oyen, no se enteran. Si tú le dices a alguien:
“Usted se equivoca, no tiene razón, es un imbécil”, ese alguien se entera de lo que
piensas y se fastidia. Te podrá contestar, podrá partirte la cara; pero lo que le has dicho,
dicho está y tendrá que rumiarlo en su cabeza. En cambio, a un muerto le dices lo que
piensas de él y no te quedas satisfecho. ¿Por qué? Porque no se entera. Ni para lo bueno
ni para lo malo. ¿No te gustaría poder hablar con algún amigo muerto o con tu padre?
CONTINO - ¿Y qué diablos quieres que le diga yo a mi padre?
VASOLO - Ahora que ya sabes cuándo y cómo se murió, puedes decirle: “Si llego a
saberlo, te hubiera avisado, al menos así habrías podido despedirte”. Pero, claro, ya no
se entera de nada. Y a algún desgraciado que te hubiera hecho una faena, podrías decirle
cuatro cosas.
CONTINO - Bueno, pues le dices: “Te jodes, que no te enteras, además estás muerto y
yo no”.
VASOLO - Un muerto no está muerto. No está nada, no es nada. Todo lo que le digas
te lo dices a ti, no a él. Tú eres el que está jodido porque tú te das cuenta. Estar vivo es
darse cuenta.
CONTINO - Pues yo prefiero darme cuenta. Y, ahora, me doy cuenta de que
estaríamos mejor lejos de aquí. Venga, vámonos ya. No quiero que nos encuentre
alguien junto al fiambre.
VASOLO - ¿Quién nos va a encontrar? Ya está anocheciendo. Por aquí ya no pasa
nadie.
CONTINO - Pero puede pasar. Cuando vean que el cura no aparece, saldrán a
buscarlo. Estaremos mejor lejos. A nosotros, este muerto ni nos va ni nos viene, en
cambio puede traernos problemas. No sé qué diablos estamos haciendo aquí. Vámonos
de una vez.
VASOLO - Le hacemos compañía. Oye, ¿de qué se habrá muerto?
CONTINO - ¿A mí qué me importa? A lo mejor se ha suicidado.
VASOLO - ¿Suicidado un cura? ¿Por qué se iba a suicidar un cura?
CONTINO - Se habrá cansado de vivir.
VASOLO - Uno no se cansa de vivir ni antes de los cien años y menos aún si vive
como un cura.No creo que se haya suicidado. Los curas saben muy bien que los suicidas
tienen problemas en el otro mundo.

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CONTINO - ¿Por qué van a tener problemas? Los curas nunca tienen problemas y, si
se suicidó, le ha ahorrado trabajo a la de la guadaña. No veo la razón para que tengan
problemas en el otro barrio.
VASOLO – Los tienen por llegar antes de tiempo. Es como si te presentas a una fiesta
un día antes. Te dirán: “¿Qué hace usted aquí? ¿Quién le ha llamado?
CONTINO - Si te dicen eso, tú contestas: Ustedes perdonen, es que me he muerto sin
querer.
VASOLO - ¿Cómo te vas a morir sin querer, si te suicidas? Eso no se lo cree nadie.
Suicidarse es como saltarse la cola. Podrás disimular, pero nadie creerá que no te has
dado cuenta. Te chillarán: “¡Oiga, no se cuele! ¡Qué cara más dura!”. Para morirte,
tienes que esperar a que te llegue el turno. Hay que respetar las reglas. Uno no debe
morirse hasta que le llega la hora.
CONTINO - ¡Qué tontería! ¿Esperamos acaso algún turno para nacer? Naces cuando te
pare tu madre. Y menos mal que no te mueres cuando lo deciden tus hijos.
VASOLO - Eso que acabas de decir sí que es una tontería. ¿Qué tienen que ver los
hijos? Los padres te echan al mundo quieras o no y, a veces, ni ellos lo quieren. La
muerte te saca de él cuando le da la gana. La pregunta es: ¿y nosotros cuándo decidimos
algo? Nunca, Contino. Los hombres no deciden. Todo está escrito en alguna parte.
CONTINO - Decidimos si nos suicidamos. Ahí lo tienes.
VASOLO - Ni eso. ¿Quién se suicida? Alguien que ha perdido la cabeza, que no está
en su sano juicio, eso no es decidir. Los locos no deciden. Aun así, seguro que también
está escrito quién se suicida, pero uno debe hacer como que no lo sabe. Aunque no
aguantes la vida, tienes que esperar a que te llamen.
CONTINO - El que no aguanta la vida no está en sus cabales porque la vida es
aguantar. Yo te aguanto a ti y tú me aguantas a mí. En cambio, el cura ese ya no aguanta
a nadie.
VASOLO - Y nadie lo aguanta a él.
CONTINO - Tendrán que aguantar a otros. Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?
VASOLO - ¡Qué prisa tienes! ¿Crees de verdad que se habrá suicidado?
CONTINO - Yo no creo nada.
VASOLO - Para suicidarse se habría pegado un tiro o se habría colgado.
CONTINO - Nos habría hecho un favor porque nadie sospecharía de nosotros si lo
encontrasen colgado.
VASOLO - ¡Que manía! ¿Por qué tienen que sospechar de nosotros?
CONTINO - ¿Manía? Vamos a ver. Desaparece el cura del pueblo, lo buscan y lo
encuentran muerto en el bosque, fuera del camino y tapado con unas ramas. Le faltan
las botas y el reloj. Supón que alguien dice: “Yo vi un par de vagabundos merodeando
por allí”. Los guardias se ponen a buscarnos y nos encuentran. ¿Qué crees que
pensarán? Casualmente tenemos su reloj y sus botas. Si tú fueras el alcalde o el juez,
¿qué harías?, ¿eh? Claro que, antes de que te metieran a patadas en el calabozo, tú te
explicarías: “Mire, señoría, nosotros paseábamos tranquilamente por el bosque sin

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meternos con nadie, disfrutando del canto de los pájaros, del murmullo de los insectos y
también tratando de encontrar alguna sabrosa seta, cuando nos encontramos unas
hermosas botas nuevas y un bonito reloj tirados en medio del sendero. Dimos voces,
llamamos a gritos preguntando si había alguien por allí y nadie respondió. No nos
pareció bien dejar aquellos objetos en el bosque, donde se estropearían en cuanto
empezase a llover, de modo que nos los llevamos con la esperanza de encontrar en
alguna parte a su dueño. Eso es todo… No, señoría, no vimos ningún cura muerto por
allí… Claro, habríamos corrido al pueblo a avisar a la autoridad”. ¿Qué te parece? ¿No
es una explicación convincente? El juez diría entonces: “Pueden irse”. ¿Es eso lo que
diría el juez? Eso es lo que crees tú que pasará si nos cogen, ¿verdad? Lo que pasará,
amigo mío, es que nos molerán a palos.
VASOLO - Entonces, lo mejor que podemos hacer es volver a ponerle las botas y el
reloj, quitarle de encima todas esas ramas y, después, ir al pueblo a avisar de que hay un
cura muerto en la orilla del bosque.
CONTINO - ¡Eh, un momento! Entre suicidarte y que te maten, está esperar a que te
llegue a su tiempo una tranquila muerte natural. Entre entregarse y que nos cojan, está
desaparecer. Las botas se las cambié al muerto por mis zapatos, y un trato es un trato.
Yo necesito estas botas porque me gano la vida caminando. A él lo van a llevar, en el
trecho de camino que le queda, dentro de una caja de madera, o sea que ni zapatos
necesita. Una vez enterrado, tampoco necesita reloj porque en la tumba no se puede ver
la hora ni falta que hace. En cambio, a ti sí que te sirve. ¿Quién es más justo que se
quede con el reloj?
VASOLO - Yo no necesito saber la hora que es.
CONTINO - Pero lo puedes vender y comprar vino. Además, me parece una falta de
respeto andar quitándole y poniéndole cosas a un cadáver. Lo hecho, hecho está y a los
muertos se les deja en paz.
VASOLO - ¿Qué falta de respeto ni qué gaitas? Yo, antes, no tenía reloj y estaba tan
tranquilo. Ahora tengo uno y me estoy jugando el pescuezo. ¿De qué me ha servido el
reloj? Mira dónde está el sol, es media tarde, ¿no? ¿Para qué quiero saber si es media
tarde menos cinco o media tarde y cuarto? Lo que tengo que hacer es volver a ponerle el
reloj al muerto. Si sospechan de mí y me registran, no podrán decir que le robé nada al
cura.
CONTINO - ¡Ah, qué bonito! ¿Es eso lo que vas a hacer? ¡Serás egoísta! ¿Y yo? Yo
andaba jodido con mis zapatos agujereados y ahora soy feliz con estas botas. ¿Qué
quieres? ¿Que vuelva a descalzar al muerto y ponerle las botas otra vez? ¿O es que
quieres que, si nos cogen, te dejen suelto a ti mientras a mí me encierran? ¿Eres un
amigo o qué eres? ¿Y tú me hablabas antes de solidaridad? ¡Todos los curas sois
iguales!
VASOLO - ¡No te consiento que me insultes, yo no soy un cura! Me echaron del
seminario a los quince años.

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CONTINO - No me extraña. No sabes lo que es compañerismo. Compartimos lo
bueno y lo malo, nos ayudamos el uno al otro, nos hacemos compañía, hablamos
cuando hay que hablar y podemos estar callados sin dejar de estar juntos. No nos
hacemos preguntas ni tenemos que darnos explicaciones. Somos libres. Si tú tienes
suerte, yo me considero afortunado. Si estás triste, yo también lo estoy. Si te persiguen
los guardias, corro a tu lado. Si te encierran, me siento a la puerta de la cárcel hasta que
te sueltan. ¿No soy un amigo? Haz lo que quieras. Deja ahí tu reloj para que se lo lleve
cualquiera más listo que tú y márchate. Pero no vayas por el mismo camino que yo.
¡Egoísta!
VASOLO - ¿A ti qué te pasa? ¿A qué viene ese sermón? No quiero que me cojan con
el reloj del cura, eso es todo.
CONTINO - Entonces, lo importante no es el reloj, sino que te cojan con él. ¿Pues
sabes lo que tienes que hacer? Envuélvelo en una bolsa y entiérralo. Cuando pasen unos
días o unas semanas, vienes a buscarlo. Ya ves qué fácil.
VASOLO - ¿No enterramos al muerto y quieres que enterremos su reloj?
CONTINO - Nosotros no somos enterradores. El reloj, lo escondes.
VASOLO - ¿Y las botas? ¿También las vas a esconder?
CONTINO - Las botas son otra cosa. El cura tiene zapatos, ¡mis zapatos! No le he
robado nada, le he cambiado algo, que es distinto. Cuando lo encuentren, lo más
probable es que nadie sepa si llevaba botas o zapatos. Es un detalle en el que no se
fijarán.
VASOLO - ¿Pero tú has visto qué zapatos? ¡Tienen más agujeros que cuero! ¿Cómo
va a llevar unos zapatos así un cura? Si eso es lo que entiendes tú por un cambio, Dios
me libre de hacer negocios contigo.
CONTINO - Los negocios los hacen los ricos y lo que pasa entre un vivo y un muerto
no está escrito en las leyes ni tiene que ver con lo que se trata entre los vivos. Con los
muertos uno hace lo que quiere. Tú lo has dicho: no se enteran.
VASOLO - ¡Hombre! Eso no está bien. Que no se enteren no quiere decir que no se
tenga cierta consideración con ellos. No, no está bien.
CONTINO - No lo estará, pero lo hace todo el mundo. De todas formas, cuando
encuentren el cadáver de ese cura, lo más seguro es que con la emoción ni se fijen en el
calzado.
VASOLO - ¿Cómo no se van a fijar?
CONTINO - Pues que se fijen. No creo que se les ocurra pensar que alguien le cambió
las botas por los zapatos. Eso sólo lo sabemos nosotros. Si tuviera un cuchillo clavado
en el pecho o le hubieran quitado toda la ropa, entiendo que se pusieran a indagar, pero
por unos zapatos…
VASOLO - ¿Y las ramas? ¿Qué van a pensar de las ramas?
CONTINO - Que piensen lo que quieran, yo me largo. Estoy harto de aguantar tus
miedos y tu arrepentimiento. No hemos hecho nada malo, te lo he dicho cien veces.
Pero no es lo que hayamos hecho o dejado de hacer, sino lo que los demás piensen que

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hemos hecho, ¡eso es lo que importa! Un cura muerto en el bosque, dos vagabundos por
los alrededores… No quiero ni imaginar. Me voy.
VASOLO - Pues yo me quedo. Vete si quieres, yo necesito pensar.
CONTINO - Pensar, pensar, ¡qué estupidez! ¡Adiós! (Se va)

Escena 3
(VASOLO y el cadáver del CURA)

VASOLO - Disculpe a mi amigo, señor Cura, es como es. Él no me entiende. Lo que


pasa es que… ¿qué quiere que le diga?, me parece mal dejar solo a un muerto sin
enterrar. Una vez bajo tierra, ya es otra cosa: cada uno a su casa y los muertos en el
cementerio, que es la suya. Me acuerdo de lo que me enseñaron en el seminario, ¿se
acuerda usted, señor Cura? Cementerio viene del griego y significa dormitorio. Eso es.
Dormir para siempre. Pero, hombre, antes de que le entierren a uno… un poco de
respeto, ¿no? Si a usted le tuvimos que arrastrar por el suelo y taparlo con ramas ha sido
por culpa de los demás. Espero que no lo considere una falta de respeto. Mi amigo tiene
algo de razón. Si nos encuentra aquí junto a un muerto, tendrá que disculpar que le
llame muerto, pensarán que tenemos algo que ver. Somos dos vagabundos, vamos de un
lado a otro, siempre alrededor de la gente y nunca con ella, como el perro de una casa,
que ni forma parte de la familia ni es ajeno. La gente, ya se sabe, ve a alguien que no es
como los demás y le echa las culpas de cuanto ocurre de malo. Pero los demás también
somos nosotros. El que no comprende a los demás tampoco se comprende a sí mismo.
¡Oh! Ya me gustaría que me miraran como al perro de la casa. Más bien creo que me
ven como al zorro que viene de noche a comerse las gallinas. Es verdad que he robado
gallinas, pero no es por eso por lo que los jueces me encerrarán si me encuentran junto a
usted. ¡No, qué va! Muchos de ellos han robado más o hecho cosas peores. No es por
eso. Es porque no soy de los suyos, porque no vivo como ellos, porque no tengo un
negocio, una tienda o un trabajo. ¿Es eso un delito? Es porque no tengo una familia ni
una casa ni una huerta. ¿De dónde saco yo una casa o una huerta? Y, si no las tengo,
¿cómo voy a tener familia? ¿Dónde la meto? A usted, señor difunto, le dieron una
parroquia y a mí me echaron del seminario. ¡Adiós parroquia! ¿Por qué me echaron?
¿No lo sabe? No, claro, ¿cómo lo va a saber, y más estando muerto? Yo tampoco lo sé.
No me acuerdo. Sería porque no hacía lo que hacían los demás, porque no era como
ellos. ¿Qué culpa tengo yo si soy distinto? ¿Tan malo es ser distinto? Por eso no voy a ir
a la cárcel ¿Metieron acaso en la cárcel a mis padres que me hicieron así? Después del
seminario, anduve de un lado para otro hasta que me fui a la mili. ¿Sabe una cosa? El
cuartel se parece al seminario, no hay que pensar. Haces lo que te mandan y listo. ¿Para

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qué va a pensar todo el mundo? Ya piensan lo jefes. Lo malo de la mili es que no te
echan. A mí no me habría importado que me echaran; ¡para lo que hacía allí! Aprendí a
manejar la escoba mejor que el fusil. El seminario y el cuartel también se parecen en
que cada uno va a lo suyo. Los hombres no somos como las hormigas. En el hormiguero
hay una reina y, por debajo, todas las demás hormigas son iguales, se dedican a trabajar
y a comer. Pero los hombres somos todos distintos. Cuantos más somos y más juntos
estamos, menos pensamos los unos en los otros. Ahora, podría marcharme y dejarlo a
usted solo, pero no soy capaz, me da pena. Mi amigo me diría: “¿Qué te importa a ti un
muerto? Todos los días mueren miles de personas en el mundo”. Yo no soy como él. Ya
sé que todos los días mueren miles de personas, pero no las veo. En cambio, usted está
ahí y lo veo. ¿Quién lo velará hasta que lo entierren? A mí no me gustaría que me
dejaran tirado en el bosque, por eso no voy a dejarlo a usted solo. Mire, voy a hacer una
cosa. Le voy a volver a poner donde estaba junto al camino para que lo encuentren por
la mañana. Tendré que arrastrarlo otra vez, no le importará, ¿verdad? (Va quitando las
ramas que lo cubren, poco a poco) Bueno, esto va estando mejor. Ahora le devuelvo su
reloj. Se lo agradezco mucho, de veras, pero es que realmente no me hace ninguna falta.
Así está mejor. Vamos a ver por dónde lo agarro. No sé cómo llevarlo, ¿sabe que pesa
mucho para estar muerto? Bueno, no voy a cambiarlo de sitio ahora. Mañana veremos.
La noche es templada, me echaré un sueñecito aquí cerca. Usted siga ahí tranquilo…
¡Qué suerte tiene! Ya está en el otro mundo. Ya sabe lo que hay después. En el cielo,
todo es ya pura religión. Así que estará usted en su salsa. Hay que estar muerto para
entenderlo, muerto como usted. Por eso tiene suerte. Pero, bueno, no voy a darle la lata
con estas cosas, ya sé que no se le debe hablar de trabajo a la gente en su tiempo libre.
Me está entrando un poco de sueño. Intentaré dormir un poco. Si tuviera una botellita de
vino seguiría dándole charla, pero así, a secas, es difícil. No se preocupe, dormiré con
un ojo medio abierto, por si se acerca algún animal a olfatearlo. Qué pena que no pueda
usted disfrutar de la paz del bosque en una noche tan buena. (Se van apagando las
luces).¡Ay! ¡Ya me gustaría acompañarlo un rato y echarle un vistazo al otro barrio! Se
acabarían todas las preguntas; porque uno se pasa la vida preguntándose cosas y, aunque
los curas siempre tienen respuesta para todo, yo creo que la verdadera respuesta a todas
nuestras preguntas está en la muerte. Por eso, de momento, prefiero no preguntar. (Se
duerme)

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CUADRO II

Escena única
(El escenario de un sueño. Una mesa con comida y vino. Por el fondo pasean sombras.
En una esquina, aparte, está CONTINO, encadenado. VASOLO, el CURA y dos
ÁNGELES estáticos. Puede ser el mismo bosque, con otra luz)

CURA - Siéntate aquí a mi lado, amigo Vasolo. Tú sí que eres un buen amigo, como el
buen samaritano, que me acompañaste en mi última hora. Te estoy muy agradecido.
Ahora ya se acabaron todos nuestros problemas. A partir de este instante vamos a
disfrutar de la vida eterna. Siéntate conmigo y bebe el vino de la eternidad. “Gratias
agimus tibi Domine”.
VASOLO - Amén. ¡Ejem! Un momento, si me lo permite, señor Cura. Yo me quedé
en el bosque con usted para hacerle un poco de compañía porque estaba solo, y lo hice
de buena gana, pero lo que me está diciendo de la vida eterna me parece que es ir
demasiado lejos, incluso habiendo vino. Creo que eso, de momento, no va conmigo. Es
usted el que se ha muerto, perdone que se lo diga, pero no yo. Y conste que le agradezco
sus cumplidos. De modo que, ahora que ya tiene compañía, si no le molesta, desearía
volver a la vida normal.
CURA - ¿Qué me dices? No estamos aquí de vacaciones, amigo Vasolo. Cuando se ha
dado el gran paso, ya no hay marcha atrás. La vida no ha sido más que un prólogo, la
antesala, un breve tiempo de espera. La muerte es mucho más placentera que la vida,
por eso sobreviene sólo una vez y es para siempre. Aquí te quedarás toda la eternidad y
no tengas miedo, que nadie te va a echar, como te echaron del seminario.
VASOLO - ¿Estamos en el cielo?
CURA - ¿Por qué me lo preguntas? ¿No te parece que esto sea el cielo?
VASOLO - Pues si le digo la verdad, no. Me lo imaginaba más alegre, con música, y
con más luz. Claro que esta comida y este vino no son cosa terrenal. (Come y bebe) De
todas formas, no entiendo por qué estoy aquí, pues, como le dije antes, yo no me he
muerto.
CURA - ¡Tú qué sabes! ¿Acaso piensas que uno se da cuenta de que se ha muerto?
¡Qué equivocado estás! Tampoco yo me di cuenta. Salí a dar un paseo después de
comer, como hago siempre, y ahora me veo aquí, donde me han traído como en un
sueño. Esa es la grandeza de la muerte. Llega silenciosa y sin avisar, cuando menos se
espera. A mí me ha concedido Dios una muerte repentina, un premio que no todos
obtienen, Él sabrá por que lo ha hecho. A veces he tenido la tentación de pensar: qué
pena no haber podido despedirme de nadie, no haber podido decirles a los míos unas
palabras de consuelo, pero no importa. Al final nos volveremos a encontrar todos, y la
vida, vista desde la eternidad, es tan breve que no me preocupa el pequeño sufrimiento
de los míos por mi ausencia inesperada.

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VASOLO - ¿Quién lo trajo aquí?
CURA - Los mismos que te han traído a ti.
VASOLO - ¿Estos dos caballeros?
CURA - Ángeles, amigo Vasolo. Son los ángeles de la muerte.
VASOLO - Ustedes perdonen. Yo no vi que me trajese nadie.
CURA - Sin embargo, los llamaste.
VASOLO - ¿Yo?
CURA - ¿No te acuerdas?
VASOLO - Le juro que yo no llamé a nadie.
CURA - ¿Ya lo has olvidado? Dijiste que querías acompañarme en la otra vida, lo
dijiste antes de dormirte junto a mi cadáver. Expresaste un fuerte deseo delante de la
misma muerte.
VASOLO - ¿Delante de la muerte?
CURA - ¿No la oíste? ¿No la viste?
VASOLO - Sólo oí cantar la lechuza. La noche era oscura y no se veía nada.
CURA - Era su canto y la oscuridad es su color. No es prudente decirle a la muerte
ciertas cosas.
VASOLO - Yo se lo decía a usted.
CURA - Y yo estaba muerto.
VASOLO - Entonces, ¿es verdad que también yo estoy muerto? ¿Soy un muerto como
usted?
CURA - Eres un espíritu.
VASOLO - ¿Y los espíritus podemos beber vino? Yo creía…
CURA - Sólo el espíritu es capaz de gozar, pues es capaz de imaginar. El cuerpo no es
más que un recipiente, como el barril donde se guarda el vino.
VASOLO - O sea que el espíritu y el vino… ¿son lo mismo?
CURA - En cierto modo.
VASOLO - ¿Sabe? Me parece que usted es un cura muy listo. Lástima no haberlo
conocido cuando estaba vivo; me habría gustado hablar con usted en la tierra. Porque
los curas que he conocido hasta ahora siempre me han dicho otras cosas y más de uno
me llamó borracho. Me lo llamaron como un insulto, no se vaya a creer, como si fuera
algo malo. Yo siempre pensé que algo tan bueno como el vino no podía ser malo. ¿No
convirtió Nuestro Señor el agua en vino? A eso lo llamo yo arreglar las cosas. ¿Para qué
sirve el agua en una boda?
CURA - ¡Cuidado con lo que dices! No se puede hablar con tanta ligereza. La
ignorancia ni da derechos ni es una patente de descaro.
VASOLO - Lo he dicho como un elogio.
CURA -¡Que Dios todopoderoso perdone tu ignorancia!
VASOLO - Es justo que lo haga, pues Él me ha hecho ignorante, pero también me ha
dado la razón y con ella razono. Yo no he tenido la suerte de estudiar teología, como
usted, sólo puedo pensar con la cabeza que tengo.

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CURA - Mejor harás en comer y beber. Los placeres se desean o se disfrutan, pero no
se razonan. La razón es la semilla de la soberbia, incompatible con la verdad, y la
inteligencia humana es una máquina llena de defectos e imperfecciones. No cometas la
ingenuidad de querer comprender.
VASOLO - Oiga, señor Cura, todos esos curas y esas monjas que andan paseando por
ahí, ¿también son espíritus como nosotros?
CURA - Claro, hombre. En este otro mundo, que es la vida eterna, todos somos
espíritus.
VASOLO - ¿Y no hay gente corriente aquí?
CURA - ¿Qué quieres decir?
VASOLO - Pues seglares, civiles, campesinos, ya me entiende.
CURA - En la casa del Señor hay muchas moradas.
VASOLO - ¿No podría decírmelo más claro?
CURA - Cada uno está donde le corresponde. Aquí, tanto el espacio como el tiempo
son infinitos. Los que hablamos latín, disponemos de un lugar privilegiado, pero,
naturalmente, hay otros muchos lugares.
VASOLO - Ya… Y yo, ¿por qué estoy aquí, en el infinito de los curas y las monjas? A
mi el latín ya se me olvidó, ya no sé hablarlo. Sólo dos o tres cosas de la misa. ¿No será
porque estuve en el seminario de pequeño? Eso fue hace mucho tiempo y, además, ya
sabe que me echaron. Lo que quiero decirle es si no hay algún otro sitio más…, en fin,
no se moleste, más animado. Entiéndame, no es que no esté bien aquí, ¡estoy
divinamente!, pero pienso si no habrá algún lugar infinito de esos donde se pueda
encontrar gente corriente que no habla latín, gente como yo, mujeres y eso. No para
nada malo, ¿eh? Sólo por curiosidad.
CURA - ¡No querrás visitar el infierno!
VASOLO - ¿El infierno, dice usted? No, no. ¡Dios me libre! ¿Acaso está por aquí
cerca?
CURA - El infierno no es un lugar.
VASOLO - ¿Ah, no? ¿Qué es? ¿El fuego?
CURA - No, hombre, no seas simple. El fuego es un símbolo. El infierno es el estado
en el que pasan la eternidad los que no creen en nada. Sus moradores, por decirlo de
algún modo, están privados para siempre de ver aquello en lo que no creyeron. Ese es el
castigo.
VASOLO - ¡Ah, bueno! Yo creía que era peor. Por lo que dice usted, el infierno no me
parece un castigo tan severo. Además, ¿para qué va a querer alguien ver las cosas en las
que no cree? Si uno no cree en algo, es porque no le interesa, porque no sirve para nada,
porque carece de sentido. Por ejemplo, si yo no creo en las brujas, ¿es un castigo
prohibirme verlas? Lo será, si usted lo dice, pero no me da miedo. Yo creía que los
incrédulos sufrían penas peores.
CURA - Los incrédulos nunca conocerán la Verdad, ¿hay peor castigo? Piensa en esto,
Vasolo: hay una inmensa felicidad, una felicidad infinita, y tú no lo sabes. Quizá no

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seas infeliz por ello, la ignorancia te protege. Sin embargo, quien disfruta esa inmensa
dicha se dará cuenta de lo desdichado que eres al no conocerla.
VASOLO - Entonces, el castigo debería ser enseñar al incrédulo lo que se pierde, sólo
un momento, justo el tiempo para que se dé cuenta, y luego… ahí te pudras.
¿Comprende? Yo sufro cuando tengo hambre y pienso en un buen bocadillo de jamón, o
en un cocido porque los he comido algunas veces. Pero no sufro por no poder comer
otras cosas maravillosas que probablemente existan en alguna parte y que ni siquiera olí
nunca.
CURA - Tu argumento, Vasolo, es una clara muestra de la mezquindad humana. Dios
está por encima de esas miserias. El que no cree no conocerá la verdad. Es suficiente.
Lo demás sería caminar por la senda tortuosa de la venganza.
VASOLO - ¿De quién hemos aprendido la venganza?
CURA - Del Diablo
VASOLO - No fue el Diablo quien expulsó a Adán y Eva del Paraíso.
CURA - No confundas el castigo con la venganza. El castigo persigue enseñar y
corregir, la venganza busca hacer daño y se complace en el sufrimiento.
VASOLO – ¡Menos mal! Cuando cuelgan a un malhechor, no le dan la oportunidad de
aprender y corregirse…
CURA - Pero sirve de ejemplo a otros.
VASOLO – O sea que se castiga a uno para que otros se arrepientan. Como usted ha
dicho antes, soy un ignorante. Pero, mire, yo pienso que, teniendo un buen vino para
consolarme, lo de no conocer la Verdad no debe de ser tan terrible. Mientras no me
elijan a mí para servir de ejemplo a los demás… Ojos que no ven, corazón que no
siente. Por eso yo no conozco esa Verdad y no me siento desgraciado.
CURA - En efecto, eso demuestra y confirma tu ignorancia. No obstante, amigo
Vasolo, aquí tendrás la oportunidad y la inmensa felicidad de conocer la Verdad.
Cuando eso ocurra, comprenderás.
VASOLO - Y, dígame, señor Cura, mientras tanto ¿no se puede echar un vistazo al
infierno ese? Por ir conociendo la verdad poco a poco… Viendo la desgracia de los
demás es más fácil comprender la dicha propia. ¿Comprende lo que quiero decir? Si no
hubiera pobres, los ricos no se darían cuenta de lo que son. El placer de tener está en
que los demás no tengan. ¿No podría darme un paseo por el infierno? Solo echar una
ojeada.
CURA - (Indignado) ¿Me estás diciendo que no te gusta estar aquí? ¿Acaso no siente
tu espíritu una dicha indefinible? ¿No se han cumplido tus deseos? Mira a tu alrededor y
observa la paz que reina en este lugar, escucha el silencio musical, maravíllate ante esta
luz incomparable. Se acabaron el dolor y la angustia, las enfermedades y los
sufrimientos terrenales. La muerte es la gran puerta que da paso a la perfección. Al
atravesarla, dejas atrás la miseria y la pobreza, el abuso y la injusticia, el deseo y la
desesperación. ¿Cómo te atreves a pedir algo? ¡No hay nada más! ¡Ya no estás en

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condiciones de escoger! ¡Se te acabó el tiempo de pedir! Estás muerto. ¡No eres más
que un pobre desgraciado que ni en el cielo sabes disfrutar!
CONTINO - (Gritando desde su rincón aparte) ¡Ándate con ojo, amigo Vasolo! Ese
cura te va a abusar de ti. No te dejes engañar.
VASOLO - (Buscando con la vista) ¡Esa voz! ¿De dónde ha salido? ¿No es mi amigo
Contino? ¿Dónde estás?
CURA - ¿Qué voz? No he oído ninguna voz. ¿Quién es ese Contino?
CONTINO - ¡Quién voy a ser! ¿No se acuerda ya del trato que hicimos? Lleva usted
mis mejores zapatos.
VASOLO - ¡Sí, es él! ¡Contino! ¿Dónde estás?
CONTINO - En la cárcel, por tu culpa. Encerrado y encadenado por tu culpa. ¡Egoísta!
¡Mal amigo!
VASOLO - Pero si yo no te hice nada. Si me he muerto
CURA - ¿Puede saberse con quién estás hablando?
VASOLO - Con mi amigo Contino, mi compañero. ¿No lo oye? Lo han metido en la
cárcel por su culpa. La gente del pueblo ha creído que fue él quien lo mató a usted para
robarle. ¿No puede hacer nada? ¿No hay forma de que sepan sus parroquianos que mi
compañero no le mató? ¿No puede usted decir la verdad?
CURA - Pero ¿qué estás diciendo?
CONTINO - ¡Eso mismo! Mi amigo dice la verdad, señor Cura, en su pueblo creen
que yo lo maté para robarle. Eso es lo que se han creído y aquí estoy. Pero tú tranquilo,
Vasolo, yo aguanto. El cura no va a mover un dedo por mí. Aguantaré, Vasolo. Yo no
voy a morirme para evitar que me encierren, como tú.
VASOLO - ¡Yo no me he muerto a propósito!
CONTINO - Ya, como el cura ese. ¡Disculpas! Yo aquí, jodido en la cárcel y tú tan
ricamente muerto, sin problemas.
VASOLO - ¿Sin problemas, dices? Me iba a echar un sueñecito junto al muerto, para
que no se quedara solo, y ¡zas! De repente me encontré aquí con él, sin comerlo ni
beberlo. Bueno, eso no, porque comida y bebida hay, pero yo no quiero esto. Prefiero
pasar hambre contigo, te lo digo en serio, andar por el bosque, robar una gallinita de vez
en cuando y asarla, atizarle una buena pedrada a un conejo y venderlo para comprar
vino, meterme en el cuerpo un buen trago charlando, al caer la noche, o echarle un
tiento a esa amiga nuestra gordita, tú ya sabes a quién me refiero. Eso sí que es vida,
compañero. Y de una buena siestecita al sol, ¿qué me dices? Pasear por los mercados,
bañarnos en el río, coger truchas con la mano, llevarnos unas cerezas de algún huerto, ir
a las verbenas. Y cuando conseguimos dinero, aunque sea trabajando, y nos zampamos
un cocido, ¿qué me dices? Estás bien en la cárcel, amigo mío. Cama y comida no te
faltarán. Cualquier día te sueltan y a vivir. Ahora mismo te cambiaba yo tu cárcel por
esta eternidad. Ni siquiera me dejan ir al infierno, ni siquiera verlo. ¿No quería estar con
el cura? Pues aquí estoy con los curas y las monjas, como un pasmado, esperando a

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conocer la Verdad. ¿Te das cuenta? ¿Qué más verdad puede haber que un compañero,
una botella de vino, un buen queso y un rayo de sol?
CURA - (A los ángeles) Me parece que van a tener que echar de aquí a este
desgraciado. No está muerto de verdad, es un intruso, un espía. ¿No lo oyen? ¡Está
hablando con los vivos! ¿Quién se habrá creído que es? ¡Qué falta de respeto! ¡Qué
desagradecido! Esto me pasa por tener misericordia, que es como echar margaritas a los
puercos. Esta gentuza no merece la más mínima consideración. Son gente sin moral y
sin principios. Viven como animales, no tienen temor de Dios, son criaturas
descarriadas, víctimas de la ignorancia y la soberbia, dominadas por su inteligencia
desviada, sus malos instintos y su egoísmo. ¡Oh, Señor! ¡Gracias por haberme traído a
tu lado, donde sólo se respira amor, paz y una indecible dicha! Bueno, ¿no me han oído?
Expulsen a este indeseable antes de que alguien importante lo vea a mi lado y me eche
la culpa de haberlo traído. No tengo nada que ver con él, no lo conozco de nada. Es un
pordiosero, un vagabundo, un ladrón que me robó el reloj cuando yacía exánime. ¿Qué
hace aquí? ¡Fuera con él!
CONTINO - ¡Ja, ja, ja! Te avisé, compañero Vasolo. ¿Qué te dije? ¡No te fíes del cura!
¡Vasolo! ¡Vasolo!

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CUADRO III

Escena 1
(De nuevo en el bosque. Se oyen los gritos de Contino. CONTINO y VASOLO)

CONTINO - ¡Vasolooo! ¡Vasolooo! (entra) ¿No te habrás muerto tú también? ¡Eh!


¡Despierta!
VASOLO - ¡Qué! ¿Qué pasa? ¿Eres tú?... ¿Te has escapado de la cárcel?
CONTINO - ¿Qué dices?
VASOLO - Estabas en la cárcel, ¿te han echado a la calle?
CONTINO - Sigues soñando, compañero. Despierta de una vez. En la cárcel vamos a
acabar tú y yo si no espabilas. Vengo del pueblo. Todo el mundo pregunta por el cura y
me han dicho que van a salir a buscarlo por el bosque. Por este bosque, ¿te das cuenta?
Van a venir por aquí. No nos podemos quedar. Pero bueno, ¿y las ramas? ¿Por qué lo
has destapado?
VASOLO - ¿Qué ha ocurrido? Creí que estaba muerto…
CONTINO - ¡Pues claro que está muerto!
VASOLO - No, digo que creí que yo estaba muerto. El cura me llevó al otro mundo
con él. Estuve allí con el cura.
CONTINO - Tú estás loco. ¿Qué es eso de que estuviste en el otro mundo? ¡Vaya
borrachera! Las hemos cogido buenas, Vasolo, pero tanto como para viajar al otro
barrio…
VASOLO - ¡No lo entiendes! Te digo que estuve allí. Es un sitio muy extraño, lleno de
curas y de monjas que pasean juntos en silencio como fantasmas. Lo vi con mis propios
ojos.
CONTINO - Tú estás soñando todavía. Te acabo de ver dormido como un tronco. Ni
que fueras un niño pequeño… Ahora resulta que estabas soñando con los angelitos.
¡Serás majadero! Mira, Vasolo, yo de cosas de religión no entiendo, como no entiendo
de política. En mi cabeza cabe lo que cabe y no se puede meter una arroba de vino en un
celemín. Lo que veo, toco y entiendo es bueno para mí. Quiero decir que me lo creo. Si
un político me dice: “Le voy a dar una casa”, no le creo. Si me dice: “Ahí tiene usted su
casa, tome la llave”. Entonces le creo En eso es en lo que yo creo. Lo demás, ¿qué
quieres que te diga? Ni lo creo ni lo dejo de creer, es que no me interesa. Lo que haya en
el otro barrio no va a cambiar porque me lo crea o no. Yo nunca le importé un comino al
alcalde de mi pueblo o al cura, por poner un ejemplo, eso suponiendo que supieran que
existía. Entonces, ¿qué le voy yo a importar a Dios y a toda la corte celestial? De modo
que el tema no me preocupa, no me concierne. O sea que, conmigo, déjate de historias
de visiones y angelitos.

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VASOLO - No eran angelitos. Eran los ángeles de la muerte, dos señores que estaban
allí. Estábamos en el cielo, eso lo tengo muy claro y, además, el cura me lo confirmó.
Me dijo que éramos espíritus.
CONTINO - ¿Espíritus?
VASOLO - Pues claro, en el otro mundo no hay más que espíritus. Los cuerpos se
quedan en la tierra. Mira el cadáver del cura. Ahí tienes lo que se queda aquí. Lo que le
falta es el espíritu, que es lo que se va.
CONTINO - ¡No me digas! Resulta que mi amigo Vasolo es un espíritu, ¿y qué es lo
que pasó después?
VASOLO - Lo que pasó es que me echaron.
CONTINO - ¿Que te echaron?
VASOLO - Eso es.
CONTINO - No me extraña que te echasen. ¿Qué ibas a hacer tú en el cielo? ¿Crees
que si existiera el cielo iban a dejar entrar a tipos como nosotros? Ahora sí que estás
soñando. El cielo no es para nosotros.
VASOLO - No creas. Las cosas no son como te imaginas. Aquello no es tan sencillo.
Resulta que hay muchos sitios en el otro mundo. Lo que pasa es que, como yo iba con el
cura, sólo vi el lugar de los curas. Pero, hablando, me enteré de que también hay gente
normal y corriente, que está distribuida por otras partes. Por lo visto, los curas no se
juntan con nadie porque hablan en latín.
CONTINO - Claro, y tú, como también hablas latín, no tuviste mejor idea que ir a
colarte en el cielo de los curas. ¡Serás mentecato!
VASOLO - No me colé. Me llevaron allí.
CONTINO - ¡Te llevaron! Y no se te ocurrió decir que te llevaran al cielo o al infierno
de los borrachos, las fulanas y las bailarinas. Como estuviste en el seminario, tenías que
ir precisamente al de los curas y las monjas. Y las monjas estarían con sus hábitos,
claro, no iban a andar desnudas. Mira, Vasolo, por mucho que digas que es cierto lo que
me estás contando, yo creo que lo soñaste.
VASOLO - ¿No puedo pedirte que me creas a mí y lo que vi? Te digo que estuve allí,
en el otro barrio, y no estaba soñando. Estuve hasta que me echaron.
CONTINO - ¿Y por qué te echaron?, si se puede saber.
VASOLO - Porque el cura se cabreó cuando le pregunté si no podía dar una vuelta por
otras partes del cielo o del infierno para ver cómo eran. No soy tan estúpido como crees.
Se lo dije disimulando, haciendo como que no me interesaba demasiado. Entonces el
cura, que me había estado tratando como a un amigo, se puso hecho una furia y mandó
que me echaran de allí. No sé qué mosca lo picó.
CONTINO - ¡No sabes qué mosca lo picó! ¡Serás cretino!
VASOLO - ¿Por qué?
CONTINO - ¿Cómo no se va a cabrear un cura si estás en el cielo y le preguntas por
dónde se va a las putas? A ti te ha sentado mal el vino. ¿No ves que has estado soñando
por culpa de ese fiambre? ¡El cielo! ¡El infierno! Lo que pasa es que en el seminario te

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llenaron la cabeza de estampitas y aún estás viendo visiones. Olvídate del cielo,
compañero. Ya te dije que esas cosas no son para nosotros. Ni aquí ni en el otro mundo,
ni vivo ni muerto, ni en sueños, podremos nunca estar todos los hombres juntos, como
si fuéramos iguales. Hay cosas que no pueden cambiar ni en este barrio ni en el otro. El
cielo, si lo hay, tiene que ser como los palacios y los castillos: habrá salones, cocinas y
cuadras. Cada uno estará en su sitio. Si Dios hubiera querido que todos fuéramos
iguales, no habría hecho altos y bajos, rubios y morenos, guapos y feos, listos y tontos y
ricos y pobres. No, compañero, no te hagas ilusiones. Hay dos mundos, pero no son éste
y el otro. Hay dos mundos en éste en el que estamos. Y en medio, entre mundo y
mundo, hay una barrera…
VASOLO - ¿Qué barrera?
CONTINO - Los curas. Esa es la barrera. Los curas están siempre entre un mundo y el
otro. Los ricos y los que mandan, que son los mismos, ponen a los curas entre ellos y
nosotros. El rico, para que no le roben, hace leyes. Róbame y te vas a la cárcel. Pero a
mucha gente, eso no le asusta porque piensa que, con un poco de suerte, no lo pillan.
Entonces aparecen los curas y dicen: si robas irás al infierno y, ojo, Dios lo ve todo.
¿Comprendes? Atacan como los lobos, cada uno por un flanco. Te acorralan. Si no te
asusta que te pongan a la sombra, te asustará el fuego eterno. Si te atreves a ofender a un
señorito no te atreverás a ofender a Dios. Con esas cosas no se juega, no vayan a ser
ciertas. Por eso los ricos se llevan bien con los curas, por eso los tienen siempre a su
lado. ¿Por qué crees que, en todos los pueblos, por pequeños que sean, hay siempre una
iglesia? No habrá escuela ni médico, pero la iglesia nunca falta. Cuando yo era pequeño,
tenía que andar más de una hora hasta la villa para ir a la escuela. Mi madre se puso
muy mala cuando iba a parir al hermanito que estábamos esperando. Para cuando llegó
el médico, al día siguiente, ya no tenía yo ni madre ni hermanito. Pero el cura estaba
allí. ¿Qué falta nos hacía a nosotros un cura?
VASOLO - Una bendición no está de más a la hora de la muerte.
CONTINO - Daño no hace, seguro. Cuando tú te mueras, te echarán una bendición si
tienes suerte. ¿Y a los ricos? Funerales con tres curas, misas cantadas con órgano y
coros, cirios, inciensos, sermones, novenas y aniversarios… Ahora dime, ¿somos
iguales o no?
VASOLO - Ricos y pobres se van a la tumba igual de muertos.
CONTINO - ¡Que te crees tú eso! Cuando se muere un rico, en el otro mundo se entera
toda la corte celestial. Tocan las campanas de la catedral, le rezan todos los frailes y
monjas de los conventos, la familia le enciende miles de cirios a las ánimas del
purgatorio, como si no tuvieran fuego suficiente, mandan decir miles de misas, dan
limosnas a la Iglesia y yo qué sé cuantas cosas más. ¿Va a tratar San Pedro igual a un
rico que a ti? Al rico le extenderán una alfombra roja, amigo mío, lo recibirán con
orquesta y coros de ángeles, le pondrán un sillón junto a los cardenales y los papas…
¿Y tú? Tú tendrás que hacer cola hasta que algún curilla ayudante, siempre un cura,

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claro, vea si tienes los papeles en regla o si estás en la lista. Te mirarán de arriba abajo.
Esa es la verdad.
VASOLO - ¡La Verdad!
CONTINO - Si señor, la verdad.
VASOLO - El cura me estaba diciendo que en el otro mundo se conoce la Verdad.
CONTINO - ¡No aprenderás nunca! ¿Qué verdad vas a conocer? ¿Qué más verdad
quieres conocer que lo que tienes delante de tus narices? El cura está muerto y nosotros
estamos vivos. Si ya conoce la verdad, mejor para él. Yo prefiero estar vivo. A ver,
¿conociste tú esa famosa verdad en el otro barrio donde estuviste? ¿No me acabas de
decir que te echaron cuando quisiste saber qué había por allí? O sea, querías saber la
verdad del cielo y ¿qué te pasó? ¡Te echaron! La verdad es monopolio de los curas.
Ellos deciden lo que es verdad y lo que no. ¡Ja, ja! ¿Todavía te sigues fiando de ellos?
Ni siquiera en el cielo te puedes fiar de un cura. ¿Sabes de qué me enteré anoche en el
pueblo?
VASOLO - ¿De qué?
CONTINO - Pues de que este bosque es del cura.
VASOLO - Dirás mejor que era…
CONTINO - ¡Qué más da! Es de la parroquia, o sea del cura. De éste y pronto del que
venga, porque en seguida mandarán a otro. Tu y yo no tenemos donde caernos muertos
y el cura… Todo un bosque para él solo. Así es la vida, compañero. ¿Qué? ¿Ya vas
dejando de soñar?
VASOLO - Te aseguro que todo parecía tan real…
CONTINO - ¡Parecía, parecía! Nada de lo que parece importa. Sólo cuenta lo que es.
¿Tienes hambre?
VASOLO - Sí que la tengo.
CONTINO - (Busca en la mochila) Compré un poco de pan y chorizo en el pueblo.
Toma, come algo, porque veo que en el cielo del que vienes no te han dado de cenar.
VASOLO - Comí y bebí vino. El cura me dijo que los espíritus comían.
CONTINO - ¿O sea que comiste?
VASOLO - Sí, comí todo lo que quise.
CONTINO - Pero tienes hambre, ¿no?
VASOLO - Ya te lo dije.
CONTINO - ¿Ves? Una cosa es predicar y otra dar trigo. La comida que te dan los
curas no le quita el hambre ni siquiera a los espíritus. Esto sí quita el hambre. Sólo es un
poco de pan y medio chorizo, pero te lo da un amigo, no un cura.
VASOLO - Tienes razón, ya que no estoy en el hoyo, iré al bollo.
CONTINO - Vamos al bollo y a otra parte, porque cuando menos lo pensemos
aparecen los del pueblo.
VASOLO - ¿Por qué tenemos que irnos? Será peor si piensan que andamos
escapándonos. Creerán que hemos hecho algo malo. A mí me gusta el bosque, me gusta
este bosque.

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CONTINO - El bosque es grande, ¿tiene que gustarte precisamente este trozo? ¿No
podemos dar un paseo un poco más lejos? No digo escapar, sólo ir por otro lado de este
bosque.
VASOLO – Seguro que todo el bosque es del cura.
CONTINO - ¡A mí qué me importa! No serán del cura todos los bosques del mundo,
habrá otros, digo yo. Además, no tengo ganas de comer al lado de un muerto. Ya están
empezando a llegar las moscas. ¡Qué asco!
VASOLO - Pues las espantamos (se pone a espantarlas con una rama). Así, cuando
lleguen los del pueblo, verán que nos hemos ocupado del cura.
CONTINO - Oye, Vasolo, ¿tú no te habrás dado un golpe en la cabeza?
VASOLO - ¿Por qué? ¿Porque aparto las moscas? Es lo que hace la gente en los
velatorios, ¿no lo has visto nunca? La primera vez que vi un muerto, que fue mi abuelo,
las mujeres se pasaban el rato espantando las moscas con una rama de laurel. Lo he
visto otras veces. Es un detalle para con el muerto.
CONTINO - Y por eso te vas a pasar la vida aquí de espantamoscas, porque en tu
pueblo las mujeres le espantaban las moscas a tu abuelo. Ya te lo he dicho antes: este
muerto no es nuestro.
VASOLO - ¿Y de quién son los muertos?
CONTINO - ¡Yo qué sé de quién son los muertos! Serán de la tierra. Lo que sé es que
este no es mío.
VASOLO - ¿Por qué no esperamos a que venga la gente?
CONTINO - ¿Para qué?
VASOLO - Cuando los oigamos llegar, gritamos: ¡Vengan! Está aquí, lo hemos
encontrado. ¡Vengan! Nos darán las gracias.
CONTINO - Sí, claro, y nos invitarán al banquete en la parroquia.
VASOLO - A lo mejor. Cuando murió mi abuelo y lo metieron en la caja para
llevárselo, mi padre lloraba y daba golpes en la tapa. Después, cuando se lo llevaron y
lo enterraron, dejó de llorar y dijo: vamos todos a comer. Se fueron todos a la comilona
que estaba preparada. Yo no conocía a muchos de los que andaban por allí, pero todos
fueron invitados y nadie lloraba. Comían y bebían, se reían y charlaban tan felices. Ya
nadie se acordaba de mi abuelo.
CONTINO - Pues claro, no se va a estar uno llorando toda la vida. Aunque algunos
llantos dan ambiente, como los rezos de los curas, la ropa negra, las coronas y las velas.
Eso y un poco de música.
VASOLO - ¿Música?
CONTINO - Sí, música funeraria. La música va con todo. Se toca y se canta en las
fiestas, en las bodas, en los banquetes, en los desfiles, en las procesiones y en los
entierros. Cuando la gente no sabe qué decir, toca y canta. En todas partes hay alguien
que sabe tocar algo. Yo no sé, pero me gustaría tocar la trompeta. Lo que pasa es que
nadie me enseñó.

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VASOLO - Pues yo, en el seminario, aprendí a tocar el clarinete. Pero hace mucho
tiempo que lo dejé. Desde la mili. Ahora, como no tengo clarinete, ya no puedo tocar.
Pero no se me olvidó. Si tuviera uno…
CONTINO - ¿Nunca pudiste comprar uno?
VASOLO - Son muy caros. Cuando he tenido dinero, me lo he gastado en otras cosas.
Si tuviera uno, ya verías cómo lo toco. Le tocaría al pobre cura alguna cosa adecuada a
las circunstancias.
CONTINO - Los curas no son pobres y menos éste, que es el dueño del bosque.
VASOLO - Lo digo porque está muerto, no por el dinero.
CONTINO - La música es para los vivos. Los muertos no la aprecian.
VASOLO - Tampoco ven las flores y la gente se las pone en las tumbas.
CONTINO - Las flores no se ponen para los muertos, sino para que los demás vean
que se las ponemos. Los muertos, ¿para qué las quieren?
VASOLO - No sé… ¿Estás seguro de que no las aprecian? Te pueden ver desde el otro
mundo.
CONTINO - A ti, eso del otro mundo te tiene acojonado. Creía que ya te habías
despertado. Supongo que no me vas a estar dando la lata todo el tiempo con el tema. Ya
te he dicho mil veces que ese jodido asunto no me interesa. No tengo ninguna prisa en
saber cómo es el otro barrio y menos aún en ir allí. Bastante tengo ya con aguantar el
que conozco, como para andar pensando en un lugar del que nadie vuelve.
VASOLO - Pues a mí, sí que me gustaría conocerlo de verdad, saber cómo es, qué
pasa, que se hace…
CONTINO - ¡Qué manía! Estás en un sitio y quieres estar en otro. ¿No escarmentaste
con la pesadilla esa que tuviste? Te echaron del cielo por meterte donde no te llaman y
querer saber más de la cuenta, y tú, dale que dale. ¿No vas a estar a gusto en ningún
sitio?
VASOLO - Estoy a gusto aquí, en el bosque.
CONTINO - Lo que faltaba. ¡El bosque del cura!
VASOLO - Pues sí. Me gusta este bosque.
CONTINO - ¿Quieres que hagamos una cabaña y nos quedemos aquí a vivir? Vamos a
buscar una pala por ahí, enterramos al cura, hacemos la cabaña encima de su tumba y ya
está. Después nos dedicamos a cazar conejos y coger setas. ¿Qué más? Y el vino, ¿de
dónde lo vamos a sacar? No estás en tus cabales, compañero. Anda, vámonos de una
vez. Ya encontraremos otros bosques. A mí también me gustan ¿sabes?, pero sin
muertos. Supongo que habrá alguno en alguna otra parte por ahí. También habrá
bosques que no sean de los curas. Venga, vámonos.
VASOLO - Bueno, está bien, nos vamos si quieres. Pero, antes, vamos al pueblo.
CONTINO - ¿Al pueblo? ¿A santo de qué?
VASOLO - ¡De qué va a ser! Para decirle a la gente que hemos encontrado al cura, que
sabemos dónde está. Les guiaremos hasta aquí y nos quedaremos tranquilos. Si nos

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quieren invitar al funeral y al banquete, bien; si no, nos marchamos y listo… ¿Me
escuchas? ¿Qué haces? ¿Qué estás buscando?
CONTINO - Estoy buscando un tornillo.
VASOLO - ¿Un tornillo?
CONTINO - Claro, un tornillo. El que se te ha tenido que caer a ti, porque está
clarísimo que te falta alguno.
VASOLO - De acuerdo, he perdido un tornillo. Por eso tú tienes que ir al pueblo y
decirle a la gente que estábamos paseando por el bosque y encontramos al Cura. Les
dices que tu compañero, como le falta un tornillo, se quedó cuidándolo, vigilándolo por
si viene alguna alimaña. Yo me quedo. Le he vuelto a poner el reloj para que no piensen
que le hemos robado. Por lo de las botas, como tú mismo dijiste, no debes preocuparte,
nadie se va a fijar en ese detalle. Traes a la gente hasta aquí y nos vamos. ¿Te parece
bien?
CONTINO - Está bien, está bien. Lo haré. Eres un cabezota y te vas a salir con la tuya.
No estoy de acuerdo, pero lo haré. Me parecería mucho más sencillo y menos arriesgado
largarnos de una vez para siempre y mandar al cura y al pueblo a hacer gárgaras. Pero te
complaceré. No es aconsejable llevar la contraria a los chiflados.
VASOLO - Pues venga, vete.
CONTINO - No sé qué diablos te ha dado ti con ese cura. Ni que fuera tu padre. Vale,
ya me voy. ¡Adiós! (Se va)

Escena 2
(VASOLO y el cadáver del CURA)

VASOLO - ¿Sigue usted enfadado, señor Cura? Creo que no me entendió.


Probablemente pensó que yo no estaba contento con usted en el cielo de los curas y las
monjas. No me interprete mal. Al preguntarle por otros lugares, sólo sentía un poco de
curiosidad. Como acababa de llegar, no tuve tiempo de comprender algunas cosas. Le
pido mil disculpas. Cuando uno va de viaje a algún sitio lejano, tarda en adaptarse, ya
sabe. Al principio, uno conserva sus costumbres y no se acomoda. Después, poco a
poco, nos vamos dando cuenta de lo que pasa, conocemos los lugares, hacemos amigos
y, al fin, con los años, nos encontramos como en nuestra casa, ¡o mejor! Seguramente,
en el cielo pasa lo mismo. ¿Cómo va uno a adaptarse a la eternidad en diez minutos?
Mire usted, una vez, hace ya bastantes años, estuve en la casa de unos señores muy
ricos, un verdadero palacio. Le cuento cómo pasó: resulta que, yendo de un lugar a otro,
como siempre, encontré a un niño pequeño, tendría cuatro o cinco años, que se había
perdido en el campo. Cuando lo vi, estaba llorando desconsolado. Me dijo que se había
escapado de casa y que no sabía volver. Iba bien vestido y me di cuenta de que no era
hijo de campesinos, con aquellos zapatitos de charol, brillantes como escarabajos. Me

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dio mucha pena y, preguntándole y preguntándole, conseguí saber quiénes eran sus
padres y dónde vivían. Nada más acercarme a la entrada de la finca que me había
descrito, salieron todos los de la casa dando voces y gritos de alegría. Al principio, no
me hicieron ningún caso, pero, al cabo de un rato, repararon en mí y me llevaron a la
cocina. Me dieron de comer y de beber todo lo que quise. Por último, los señores me
mandaron llamar. Un jefe de los criados, con un uniforme que parecía un mariscal, me
llevó al gran salón del palacio aquel, para que los dueños me agradecieran lo que había
hecho por el niño. Yo no había visto en mi vida un salón igual ni nada parecido. Allí
podrían caber más de cien personas, aunque sólo había dos: el señor y la señora. Yo no
sabía qué decir ni cómo estar, tampoco sabía qué hacer con las manos, me sentía muy
mal. Me había encontrado mucho más a gusto en la cocina con los otros criados, que
eran gente como yo. Si le cuento… Había una chica, ¡cómo me acuerdo de ella!, debía
de ser cocinera o asistenta, rellenita como un capón, que me sonreía de una manera…
Perdone, ya sé que no se debe de hablar de esto a los curas, pero es para que me
entienda. ¿Comprende? El mejor sitio del palacio seguramente era el gran salón, pero
donde yo me sentía bien era en la cocina. Eso es lo que le pido que entienda. Su cielo de
usted, con sus caballeros ángeles, es una maravilla, ¡quién lo duda! Pero yo necesito
algo más sencillo. La Verdad de la que usted me habló tiene que ser algo maravilloso,
ciertamente. Sin embargo, ¿cree que yo puedo llegar a entenderla? ¿No podrían darnos a
los ignorantes solo un trocito pequeño de la gran Verdad? Algo que entendamos. Algo
que se pueda disfrutar en las cocinas del cielo o en un pajar. Seguro que lo entiende
usted, que tiene estudios. Ya sabe lo que dice el refrán: No se ha hecho la miel para la
boca del asno. ¡Qué! ¿Se le va pasando el enfado? Si es que, cuando estuvimos allí, no
tuve tiempo de hablar y, sin hablar, no hay forma de entenderse. Mire, le voy a arreglar
un poquito la sotana (lo estira) y le voy a poner algunas flores alrededor. Vamos a ver
por dónde hay algunas florecillas… Le pondré unas ramas de helecho en la cara, para
que no se posen las moscas… Eso es… La sotana bien estirada y los pies juntos. ¿A que
está usted mucho mejor así? Cuando vengan sus parroquianos, que lo encuentren como
es debido. Ese agujero en la suela del zapato… Le pondré otra rama a los pies para que
no se vea; un cura no lleva las suelas agujereadas. Ya está. Ahora me sentaré aquí a
esperar a mi compañero. Contino es una buena persona, ¿sabe? Ya vio que me trajo pan
y chorizo. Lo que le pasa es que no sé qué manía tiene con los curas. Debió de ser cosa
de su padre. Yo no lo conocí, pero Contino me contó que su padre era muy anticlerical.
Cosas del pasado. Y claro, lo que uno mama de pequeño se le queda grabado en la
cabeza para siempre. Por eso se enseña la religión a los niños cuando aún no tienen uso
de razón, ¿verdad? Para que nunca la olviden. Porque, cuando se es mayor, ya no se
cree uno tanto lo que le dicen. Hay cosas que… bueno, que como no se entienden, pues
no interesan y se acaban olvidando. En cambio, los niños son inocentes, da gusto
enseñarles cualquier cosa… A mí, lo que me enseñaron en el seminario no se me olvidó.
No le hablo de las matemáticas o el latín, me refiero a las cosas de la fe. Es verdad que,
a veces, me pregunto si será verdad esto o aquello porque hay muchas cosas que no se

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entienden, como el sufrimiento de un niño y otras desgracias. Cuando veo ciertas cosas
de la vida, me entran dudas. Me pongo a dudar de la justicia divina… Ya sé, ya sé que
es una barbaridad, perdóneme, pero somos humanos y entendemos lo que entendemos.
Entonces me digo que no puede ser que todo sea mentira. ¿Cómo se ha podido escribir
la Biblia si no fuera verdad? ¿Quién sería capaz de inventar todo eso? Además, no
puedo pensar que todos los curas estén equivocados y menos aún que nos estén
engañando. ¡Eso no! Pero ¿qué puede hacer ante esas dudas alguien como yo, que no
tengo a quien preguntar? Pues pensar en otra cosa. Eso es lo que hago. Lo que pasa es
que las dudas vuelven una y otra vez, como la zorra alrededor del gallinero. ¿Por qué
tenemos que dudar de cosas tan indiscutibles? ¿Por qué esa gran Verdad de la que usted
me habla es tan difícil de entender? Tendría que echarme una mano, señor Cura.
(Bosteza) Andamos por la vida viendo las cosas que nos rodean y nos gustan y las
entendemos. La comida, el vino, el calor de una chimenea, un amigo, el sol y la sombra,
la lluvia, las mujeres, la música, el sueño… Todo eso lo entiendo. También entiendo las
montañas y las nubes, los bosques y los ríos, el mar. Todas esas cosas van con nosotros
y con los animales, están bien puestas sobre la tierra. Pero, claro, usted me habla de la
Verdad y, como soy un ignorante, ya dejo de entender. Antes, veía las cosas, los
animales y las plantas, y disfrutaba con ellas. Después de haber estado un momento en
la eternidad con usted, miro a mi alrededor y me pregunto: ¿por qué? (Vuelve a
bostezar) Disculpe, señor Cura, pero me está entrando un poco de sueño. Siempre me
pasa después del desayuno. ¿No le importa si me echo una cabezada?
(Se duerme)

Escena 3

(El mismo decorado, cambia la luz. VASOLO y el espíritu del CURA, que surge detrás
del cadáver)

CURA - ¡Ay, Vasolo, Vasolo! ¡Qué paciencia tengo que tener!


VASOLO - (Despertándose) ¡Señor Cura! ¡Usted! ¿Es usted un espíritu? Veo ahí su
cuerpo, su cadáver…
CURA - El cuerpo ya no es nada.
VASOLO - ¿Me he vuelto a morir?
CURA - Aún no.
VASOLO - Entonces, ¿qué hace usted aquí? ¿No me dijo que de la eternidad no se
vuelve nunca?
CURA - No he vuelto, Vasolo. Soy una aparición. Lo que ves no es más que la imagen
de mi espíritu. Yo sigo allí.

29
VASOLO - ¿Ha venido a buscarme?
CURA - No.
VASOLO - ¿Ya no está enfadado?
CURA - Donde yo estoy, es imposible enfadarse.
VASOLO - Entonces, ¿a qué ha venido?
CURA - He venido a perdonarte.
VASOLO - ¡Cuánto se lo agradezco! Estaba preocupado por haberle ofendido.
CURA - Tú no me puedes ofender, Vasolo. Para ofender es necesario obrar de igual a
igual.
VASOLO - Sin embargo, en el seminario aprendí que pecar es ofender a Dios. ¿Cómo
podemos ofender a Dios si…?
CURA - Porque Dios nos creó a su imagen y semejanza. ¡Y deja ya de decir
impertinencias!
VASOLO - Claro, ya entiendo. Usted y yo no somos iguales, ni siquiera semejantes.
¿O sea que no está ofendido? ¿Ni siquiera un poquito?
CURA - No se puede ofender a medias.
VASOLO - No lo sabía.
CURA - Tú no sabes nada.
VASOLO - Así que viene a perdonarme…
CURA - Te perdonaré porque eres tonto.
VASOLO - Pues a mí me está pareciendo que sí se puede ofender a medias. Pero, en
fin, si me va a perdonar, me callaré.
CURA - Lo haré, pero tendrás que confesarte, si quieres volver al cielo del que te
echaron. Confesarte y arrepentirte.
VASOLO - Haré lo que usted me mande. Pero ¿de qué tengo que arrepentirme?
Tendrá que decírmelo. Yo no sé… ¿De haber querido conocer otras partes del cielo?
Por favor, compréndame; es que, como ya le dije antes, su sitio es demasiado bueno
para mí. ¿No podría usted buscarme un lugar más apropiado, más sencillo? Un
rinconcito. Yo me conformo con poca cosa. Algo así como la cocina del cielo.
CURA - Ya veré lo que puedo hacer. Pero, antes, tendrás que confesarte.
VASOLO - Si usted lo dice…
CURA - ¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas?
VASOLO - Pues, verá… Déjeme que me acuerde.
CURA - Te conviene hacer memoria.
VASOLO - Fue en el seminario, sí, en el seminario.
CURA - Eso fue hace mucho tiempo. Habrás pecado miles de veces desde entonces.
VASOLO - Le juro que, si he pecado, no fue a sabiendas.
CURA - ¡No jures!
VASOLO - Disculpe.
CURA - Y no empieces a disculparte. Disculparse no es arrepentirse. Tendremos que
empezar por el principio.

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VASOLO - ¿Por el principio? No sé si me voy a acordar.
CURA - Tendrás que hacerlo.
VASOLO - Es que en el recuerdo todo resulta borroso...
CURA - ¿Crees en Dios, Vasolo?
VASOLO - Sí, sí. Eso ni dudarlo, señor Cura, claro que creo en Dios. ¡Cómo me
pregunta eso!
CURA - ¿Y qué es Dios para ti?
VASOLO - Pues… No sé cómo decirlo; es una pregunta difícil. Es el jefe del universo,
¿no? Su jefe, el amo.
CURA - ¿Cómo puedes ser tan ignorante? Y eso que estudiaste en un seminario.
VASOLO - Sólo hasta los quince años. No saber no es pecado.
CURA - ¡Qué sabrás tú lo que es pecado!
VASOLO - ¿Ofender a Dios?
CURA - ¿Quieres dejar de hacerte el listo? Intenta pensar. ¿Quién creó el mundo?
¿Quién te creó a ti y algún día te va a juzgar? Responde… Ahora es cuando tienes que
hablar. Vamos, di algo.
VASOLO - ¡Ah, bueno! ¿Quién va a ser? Dios, claro. Porque mis padres…
CURA - No digas majaderías. Tus padres no crearon nada.
VASOLO - Perdone.
CURA - ¡Perdonar! Siempre perdonando. ¿Te das cuenta de lo infinito de mi
paciencia? ¿Y a misa? ¿Cuánto hace que no vas a misa?
VASOLO - ¡Ah, no! A misa no hace tanto… Sólo unos pocos años. Es que no tengo
con quién ir, comprenda, y sin conocer a nadie, no sé qué me da. Algún domingo he
pasado por delante de alguna iglesia. La gente que sale se conoce, se saludan unos a
otros, charlan… ¿Qué voy a hacer yo allí, sin conocer a nadie? Pero en el seminario,
desde los nueve años hasta que me fui, iba a misa todos los días. Eso valdrá para algo,
supongo. Es una reserva importante. Estoy seguro de que habrá por ahí muchos
cristianos que no han oído tantas misas.
CURA - No seas insensato, ¿crees que las misas se almacenan como si fueran patatas?
Intenta mostrarte un poco más respetuoso con los sacramentos. ¿Tienes una idea de
cuánto voy a tener que perdonarte?
VASOLO - ¡Hombre! Sólo por no ir a misa últimamente…
CURA - Vamos a seguir repasando los mandamientos ¿Has herido, maltratado de obra
o de palabra o matado alguna vez a alguien?
VASOLO - ¡Señor Cura! ¿Cómo puede preguntarme eso? Alguna torta sí que he dado
en mi vida, pero muchas menos de las que he recibido, o sea que por ese lado no hay
nada que perdonar. Nunca he maltratado a nadie como la vida me ha maltratado a mí. Y,
desde luego, no soy un asesino.
CURA - ¿A qué viene ofenderse de ese modo? Deberías mostrar un poco de humildad
cuando te estás confesando.
VASOLO - ¡Pero si yo soy muy humilde!

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CURA - ¡Qué sabrás tú lo que es humildad!
VASOLO - Sí que lo sé.
CURA - ¿Lo sabes? Pues dime qué es.
VASOLO - Es hacerse pequeño y acurrucarse para que los más fuertes, los que
mandan, no le pisen a uno como a un gusano. Me lo enseñó mi padre, porque usted ya
sabe que eso de la humildad no lo enseñan en el seminario.
CURA - ¿Y robar? ¿Has robado?
VASOLO - Ahí sí que tiene usted razón en preguntar. Eso sí. Entiéndame, no me
refiero a robar a lo grande, atracar por los caminos y eso, no. Cosas pequeñas para
comer, sobre todo, fruta en los huertos, gallinas, huevos, chorizos, algún queso, pan; y
también cosas que la gente deja olvidadas, alguna botella de vino, ropa, herramientas,
leña, un sombrero, una cachaba, una bolsa… Lo que le sobra a los demás y siempre sin
mala intención.
CURA - Tendrás que arrepentirte de eso.
VASOLO - Mire, si tengo que arrepentirme, me arrepiento, pero ya no tiene remedio.
Si hubiera robado un anillo de oro, por ejemplo, lo podría devolver. Pero lo que me
comí…
CURA - ¿Al menos tendrás propósito de la enmienda?
VASOLO - ¿Propósito de la enmienda? Eso depende del hambre que tenga. Siempre
se dijo que robar para comer no es pecado. De lo que tengo propósito es de no tener
hambre. Se lo digo de corazón, señor Cura, si cojo algo es porque me hace falta.
Teniendo lo que necesito, ¿para qué voy a robar? Mire, sin ir más lejos, cuando le
encontramos a usted ahí, muerto, mi amigo Contino se empeñó en que le cogiera a usted
el reloj. ¿Ve? Su cadáver tiene aún el reloj. Yo no robo por vicio, señor Cura. En eso no
va a gastar usted mucho perdón.
CURA - Vamos a dejarlo.
VASOLO - ¿Ya? ¿No me va a preguntar por lo de fornicar?
CURA - Prefiero preguntarte por lo de mentir, porque así te ahorrarás algunas
mentiras.
VASOLO - ¡Cómo es usted! ¿Por qué iba a mentirle en confesión?
CURA - Porque en lo referente al sexto mandamiento todo mentís. O por exceso o por
defecto.
VASOLO - Me gustaría preguntarle una cosa, si me lo permite. ¿Por qué tiene que ser
pecado…, ya me entiende? Es una cosa natural. Es un pequeño placer que hasta los
pobres nos podemos permitir algunas veces, y no todas las que quisiéramos,
desgraciadamente.
CURA - ¡Deslenguado!
VASOLO - Pero si sólo se hace para darse uno un pequeño gusto y para dárselo a la
pareja. No entiendo por qué les molesta a ustedes tanto que uno se eche una canita al
aire cuando puede.
CURA - No se trata de que me moleste o no.

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VASOLO - ¿Por qué, si no?
CURA - No estás aquí para hacer preguntas, sino para confesar tus pecados. El sexo es
una trampa diabólica, por eso la Iglesia lo prohíbe, excepto en los casos justos y
necesarios. No todo lo natural es bueno.
VASOLO - Hombre, en eso estoy de acuerdo. El hambre es natural… También
llamamos sabia y madre a la naturaleza y, sin embargo, es ella quien nos mata con el
hambre, las enfermedades, los rayos, los terremotos y las inundaciones. Hasta la
naturaleza se equivoca.
CURA - No entiendes nada. La naturaleza no tiene nada que ver. En fin, ya que te has
metido tú solo en el callejón, dime ¿cuántas veces has pecado contra el sexto
mandamiento?
VASOLO - ¿No pensará que llevo la cuenta? ¿Le vale si le digo que todas las que he
podido? Créame, no son tantas.
CURA - No seas desvergonzado. Muestra al menos un poco de arrepentimiento.
VASOLO - ¿Qué me arrepienta? Por favor, ¿cómo va uno a arrepentirse de lo mejor
que le puede pasar en la vida? ¡Arrepentirme de…! Bueno, si es necesario, ¿qué más
da? Me arrepiento, me arrepiento.
CURA - ¿Estás seguro?
VASOLO - Seguro, pero ahora no me pregunte por lo de mentir. Bueno, sí, se lo diré
antes de que me lo pregunte. La verdad es que he mentido muchas veces en mi vida,
muchísimas. Sobre todo, a los guardias. Supongo que mentirle a un guardia es menos
grave, ¿no?
CURA - ¿Por qué iba a serlo?
VASOLO - Los guardias no son tontos. Ellos ya saben que no les vas a decir la verdad.
Bueno, no quiero discutir. También me arrepiento, sí señor. Me arrepiento de todo lo
malo que he hecho en mi vida y también de todo lo que usted dice que es malo, aunque
para mí no lo sea.
CURA - ¿Lo dices de corazón o por temor al fuego eterno?
VASOLO - ¡Ah! No vale engañar. Usted me dijo que lo del fuego era un símbolo. No,
no, lo digo de verdad. Si usted me busca un rinconcito tranquilo en la eternidad, le
juro… perdón, le aseguro que me arrepiento de todo y tengo el más firme propósito de
la enmienda.
CURA - Te perdonaré, pero no sé si Dios te perdonará porque no me fío de tu
sinceridad.
VASOLO - Pero señor Cura, lo que usted perdona en la tierra, perdonado queda en el
cielo. Eso sí me acuerdo de haberlo aprendido en el seminario. No me haga trampas.
Además, mire usted, cuando yo me muera, nadie se va a enterar en el cielo. Yo soy un
pobre hombre sin importancia. Seguro que tendré que entrar en el otro mundo por la
puerta de servicio. No tendré funeral y nadie me va a decir ni siquiera una misa. Si no
hace usted algo para colarme en el cielo, a ver qué hago. Venga, hombre, perdóneme,
¿qué más le da?

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CURA - Tendré compasión de ti.
VASOLO - Eso está muy bien, se lo agradezco. La compasión produce efectos
prácticos, me decía siempre mi padre, especialmente con los jueces. Es un grave error
no aceptarla.
CURA - Tendrás que renunciar a los placeres de la vida, tendrás que mirar hacia atrás
en tu pasado y renegar del mal que has hecho, tendrás que prometer no volver a pecar y
alejarte de la tentación. Iniciarás una nueva vida y no te apartarás nunca del camino
recto. Ya sé que eso te va suponer algunos sacrificios porque, para que una luz brille,
algo tiene que quemarse. ¿Serás capaz de hacer lo que te pido?
VASOLO - Lo intentaré. Aunque si hago lo que me dice, le aseguro que no me dolerá
dejar este mundo y cuanto antes, mejor.
CURA - Está bien, quedas perdonado. Tu alma está lista para la eternidad. Yo ya he
cumplido con mi cometido, ahora piensa lo que tienes que hacer y no peques más.
(Desaparece)

Escena 3
(VASOLO despierto y el cadáver del Cura)

VASOLO - ¡Vaya usted con Dios! Para usted ya se acabaron las dudas, señor Cura, si
alguna vez las tuvo. Y no se olvide de buscarme un sitio tranquilo en el cielo. Tranquilo
y un poco animado, si puede ser. Me lo prometió… A ver qué hago yo ahora.
Arrepentido, perdonado y clavado en la pared como una estampa, con cara de felicidad.
Igual que un niño después de la primera comunión. No puedo robar gallinas, no puedo
decir mentiras, no puedo tener un desahogo con mi amiga la gordita y, además, tendré
que ir a misa sin conocer a nadie. Oiga, señor Cura, ¿está seguro de que su espíritu hará
algo por mí en el otro barrio? Porque lo que es en este no me ha dejado gran cosa. A ver
cómo me las arreglo ahora con mi compañero Contino. ¿Cómo voy a decirle que se
acabó lo de robar gallinas, lo de decir mentiras, lo de nuestra amiga y lo de
emborracharse? No, de no emborracharse no me dijo nada. Debió de olvidársele porque
no es normal que me deje hacer algo tan bueno. Bueno, pero ¿y lo demás? ¿Cómo va a
querer él tener un compañero que se comporta como un cartujo? Tendrá razón si me
manda a paseo. ¿Qué voy a hacer si pierdo mi único amigo? Me arrepiento, tengo
propósito de la enmienda y no peco más… Suena muy bien. Pero pierdo un amigo. Es
un precio demasiado alto por conocer la Verdad. ¿Y qué verdad puede haber mejor que
nuestra amistad? Si al otro mundo hay que ir tarde o temprano, ¿por qué hacerle una
faena a Contino? Señor Cura, usted me ha perdonado, pero ¿me perdonará mi amigo si
cumplo sus condiciones? ¿Por qué me pone las cosas tan difíciles? Algo ha de quemarse
para que brille la luz, me dice usted. ¿Tiene que ser la amistad? ¿Le parece que puede

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existir alguna causa que justifique abandonar a un amigo? No se le puede decir a un
amigo: “Reniego de ti porque ahora quiero ser bueno”. Me parece que hay algo inmoral
en tal desprecio. Si dos amigos inician juntos un camino, no es justo que un predicador
los separe. Todo lo que usted me ha dicho es tan extraño… ¿Habré estado soñando otra
vez? No, eso no. Estoy bien despierto, estoy levantado. Lo he visto todo claramente.
¿No me habrá engañado su espíritu, verdad, señor Cura? ¿No estará burlándose de mí?
No sería justo aprovecharse de mi ignorancia. ¿Es justo vivir en un huerto y no poder
comer la fruta? ¿Por qué nos han puesto delante de una fuente y nos prohíben beber
agua? ¿Quién ha establecido las reglas de este juego? Me parece que me he equivocado
de mundo. Si tropecé con una piedra del camino, ¿dónde estuvo el fallo? ¿En mí o en la
piedra? Dígame, señor Cura, ¿quién pone las piedras? ¿Para qué las pone? Si las pone
alguien para que yo tropiece, ¿dónde está la justicia? Si el que las pone me ha de juzgar,
¿por qué me hace tropezar? No tendré más remedio que dejar el camino porque la
piedra no se irá. Dios ha creado todas las cosas, dice usted. Seguro que tiene razón.
¿Quién, si no? También Dios creó a los ricos, pero ellos lo tienen todo. Todo menos una
cosa. Y esa cosa, precisamente, es la única que tenemos los pobres. ¿Sabe qué es, señor
Cura? Se lo diré: problemas. Eso es lo que tenemos los pobres. Porque el rico tiene
hambre y tiene comida. ¿Ve? Algo que está bien pensado, algo razonable. Una cosa va
con la otra. ¿Y yo? Dios también me creó a mí, sin embargo, tengo hambre y no tengo
comida. O estoy mal hecho o no estoy en mi sitio. Usted, señor Cura, me dice que soy
un ignorante; no he sido yo quien me he hecho tan mal. Pero se me había ocurrido una
solución al problema. Lo que no tenía, lo cogía donde podía, lo cogía si lo necesitaba
para comer. Eso es robar, me dice usted. Y yo le digo: eso no es robar, es solucionar un
problema, es arreglar un fallo. Todos los animales de la tierra cogen lo que necesitan
para vivir donde lo encuentran, aunque tengan que quitárselo a otros, y nadie los critica.
¿Y yo? ¿Por qué no puedo hacer lo mismo? Hay gente que deja pudrirse las manzanas
en sus árboles, pero te dispara si te ve cogiendo una. No disparará a una urraca, pero a ti
ni se te ocurra acercarte a su árbol. ¿Quién es peor, el que no da lo que le sobra o el que
coge lo que le falta? Y mentir… ¿tan grave es decir una mentira que no perjudica a
nadie? El juez te pregunta: ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad, etcétera? Pero
hombre, ¿cómo voy a decirle la verdad? ¡Si se la digo, me mete usted en el calabozo!
Juraré y perjuraré que no he cogido ninguna manzana, que no era yo, que no estaba allí,
que el dueño del huerto me confunde con otro, ¡cualquier cosa! Pues resulta que es
pecado ¿Pero a quién le hago daño mintiendo, si la manzana ya me la comí y no la
puedo devolver? Alguien pone una piedra en tu camino y te castiga si tropiezas. Mire
usted, si a mí me explican bien las cosas, acabo entendiéndolas, ¿sabe? Pero nadie me
las quiere explicar. Sólo me dicen: eres un ignorante. Así, ¿cómo no voy a serlo? Usted
es el dueño de este bosque y si me pilla cazando un conejo, no me disparará, no, los
curas no hacen esas cosas, pero llamará a los guardias para que me encierren. ¡Como si
un conejo le importara! Lo mismo que al dueño del manzano. El conejo se morirá, se
pudrirá o se lo comerán los bichos y no pasará nada. Lo cazará un águila o un zorro, y

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usted ni se dará cuenta. Pero yo no puedo cazarlo. Tiene razón, soy un ignorante. Por
eso quiero ir al otro mundo, allí sabré por qué no puedo cazar sus conejos, señor Cura,
ni coger una manzana del árbol en un huerto que no es mío. Usted lo ha dicho: allí,
conoceremos la Verdad. Sí, claro que tiene razón y yo no la tengo. Tiene que ser muy
interesante conocer la Verdad. Yo siempre pensé que la Verdad no existía, que sólo
existían las cosas. Por eso soy un ignorante. A lo mejor, si el bosque fuera mío, pensaría
como usted… Pero eso es imposible. La tierra es de los ricos, por lo tanto, yo estoy
donde no debo. ¿Cumplirá su promesa, señor Cura? ¿Me encontrará un hueco en la
eternidad? Porque allí sí que estaré en mi sitio. Cuando conozca la Verdad, podré
explicárselo todo a mi amigo. Un amigo sabe perdonar y Contino comprenderá que, si
estoy muerto, ya no puedo acompañarle. Me dirá: te jodes que no te enteras; tú estás
muerto y yo no. A él le gusta enterarse y yo no sé de qué me voy a enterar. Señor Cura,
ya le dije que me arrepentía de todo, se lo dije de verdad, créame. Estoy preparado para
irme, ¿por qué esperar más tiempo? Tengo que alejarme de la tentación. (Se interna en
el bosque)

Escena final
(El bosque. Entra CONTINO)

CONTINO - ¡Vasolo! ¡Vasolo! ¿Dónde estás? Ya vienen los del pueblo. ¡Vasolo!
(Busca a su compañero) ¡Vasolooo!... ¿Eh? ¿Qué es esto? ¡Dios santo! Vasolo, ¿qué
haces ahí, colgando de esa rama?

FIN

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