Está en la página 1de 22

Alpinismo.

—Durante condiciones climáticas extremas un escalador debe poseer la sabiduría


para determinar cuándo la evacuación es inevitable. Un descenso controlado en el
alpinismo empieza con atarse los machos y anclando la cuerda para escalar en tu
enemigo, la montaña. El Rápel Dulfe es el método preferido para descender cuando la
cuerda es la única herramienta disponible, pero debe ser considerado como un último
recurso. Empiece poniendo la cuerda…

—Siéntense.

—Es necesario usar un ancla para poder recuperar la cuerda de la base de la montaña.
Es necesario amarrar bien las puntas de la cuerda en el ancla, y pasar la cuerda doble
alrededor de las piernas, de adelante hacia atrás, y alrededor de los glúteos. Es
extremadamente importante que la cuerda esté amarrada debajo de los músculos de
los glúteos, y no por la cavidad entre los glúteos. Proceda sosteniendo la cuerda de
forma diagonal…

—Número Cinco.

—Tengo una pregunta.

—El conocimiento es un objetivo admirable pero conocen las reglas: no hablen


durante las comidas. Están interrumpiendo a Herr Carlson.

—Quiero viajar en el tiempo.

—No.

—Pero estoy listo. He practicado mis saltos espaciales como dijiste. ¿Ves?

—Un salto espacial es trivial comparado con lo desconocido del viaje en el tiempo:
uno es como deslizarse por el hielo, el otro como descender ciegamente a las
profundidades de aguas congeladas y reaparecer como una bellota.

—No entiendo.

—Por eso mismo, no estás listo.

—No tengo miedo.


—Ese no es problema. Los efectos que podría tener en tu cuerpo, incluso en tu mente,
son impredecibles. Te prohíbo seguir hablando sobre esto. ¡Número Cinco! ¡No
puedes retirarte aún! ¡Regresa aquí!

—“No estás listo”, sí, claro. ¡Vanya! ¡Ben! ¡Papá! ¡Alguien! ¡Vamos!

—Sobreviví con sobras. Comida enlatada, cucarachas, lo que pudiera encontrar. ¿El
rumor de que los Twinkies nunca caducan? No es cierto.

—No puedo ni imaginarlo.

—Haces lo que sea para sobrevivir. O mueres. Nos adaptamos. Superábamos lo que
la vida nos traía.

— ¿“Nos”?

— ¿Tienes algo más fuerte? Crees que estoy loco.

—No. Es solo que… es mucho que asimilar.

— ¿Qué es lo que no entiendes exactamente?

— ¿Por qué no regresaste en el tiempo?

—Rayos, desearía haber pensado en eso. El viaje en el tiempo es aleatorio. Entré al


hielo y nunca fui bellota. ¿Crees que no intenté de todo para regresar con mi familia?

—Si envejeciste ahí, en el apocalipsis, ¿cómo es que aún te ves como un niño?

—Ya te lo dije. Debo haberme equivocado con las ecuaciones.

—Papá siempre solía decir que… viajar en el tiempo te arruina la mente. ¿Quizás eso
es lo que está pasando?

—Esto fue un error. Eres muy joven. Muy ingenua. No lo entiendes.

—Cinco. Espera. No te he visto en mucho tiempo y no quiero perderte de nuevo. Es


todo. ¿Y sabes qué? Se hace tarde y tengo lecciones temprano. Debo dormir y estoy
segura de que tú también. Toma. Hablaremos en la mañana, ¿sí? Lo prometo. Buenas
noches.

—Buenas noches.
Motel Luna

—Reservaciones para Hazel y Cha-Cha.

—Ahí tiene. Habitación 225.

— ¿Y la otra?

—La reserva es de una habitación.

—Estoy harto de esta mierda de reducir gastos.

—Dime que hay dos camas.

—Sí, señora. Muy firmes. ¿Cuánto tiempo se hospedarán con nosotros?

—Solo una noche. Nos enviaron un paquete aquí.

—Bueno. Buenas noches.

—Adelante. Solo dilo.

— ¿Qué?

—No tiene sentido guardarlo o te dará acidez y te quejarás sobre eso también.

—Huele a orines de gato. Empezaron pagándonos menos, luego el seguro dental.


Ahora ni tenemos habitaciones propias. ¿Adónde vamos a parar?

—Cuando nos jubilemos o si morimos. Lo que venga primero. Al menos no estamos


en un cubículo.

—Mierda. Me duele la muñeca. ¿No podían poner esto en una mochila?

— ¿Qué haces?

—No lo vamos a usar mientras hacemos el trabajo.

—Eso va en contra del protocolo. Debemos llevarlo todo el tiempo.

—Una regla hecha por un burócrata que nunca tuvo que cargarlo. Pueden meterse su
protocolo por el culo. Ya los quiero ver cargándolo.
—Nunca había buscado a uno de los nuestros. ¿Dijeron qué le pasó a los primero?

—Eliminados.

—Eso pasa cuando contratan a alguien barato. Bueno, ¿dónde está el tipo?

Prohibido pasar

—Esta es una situación muy inusual, diría yo.

—Estoy de acuerdo.

—La misma arma en cada víctima, todos ejecutados. Los casquillos son de calibre
223. ¿Sabes qué creo? Creo que estos idiotas se dispararon entre sí.

—Y se apuñalaron. Uno en la garganta, otro en el ojo y a este le rompieron el cuello.


Muertes rápidas.

—Estos tipos eran profesionales. Tontos, pero profesionales. ¿Algún testigo?

—Sí. Una. Ocurrió durante su turno.

—Qué mala suerte. Señora. Soy la detective Patch.

—Hola. Agnes. Agnes Rofa. ¿Quería un apellido?

—Si quiere dármelo. ¿Vio lo que pasó aquí?

—No.

—Cuénteme.

—Fue una noche lenta, tranquila. Mis últimos dos clientes fueron un tipo viejo y su
hijo. El tipo comió una dónut… No, no fue así. El tipo comió un eclair de chocolate y
el niño tomó café. Fui a la oficina de atrás para buscar más cambio, y escuché que
arrancó la grúa. Se marcharon. Escuché disparos. Y para cuando regresé… todos
estaban… Usted sabe…

— ¿Había alguien más aquí?

—No. No lo creo. Perdón. No quiero ser grosera, usted parece ser linda… ¿Debo
pasar de nuevo por todo esto?
— ¿De nuevo?

—Ya le dije todo al otro detective.

— ¿Qué otro detective?

—Mierda. Espera, déjame…

—No debes hablar con mis testigos. ¿Entendido?

—Déjame ponerte al día, Eudora.

— ¡No me llames así!

—Cierto. Detective Patch. ¿No acordamos ser profesionales?

—Nunca estamos de acuerdo.

—Sí, en ciertas cosas.

— ¿En serio? Confiscaré esto.

—El ejército tiene de sobra. Los regalan.

—Y esto.

—Sin piel, muy barata. La compré en Ebay.

—Esto te lo puedes quedar.

—Antes te gustaba.

—Ya no.

—Por cierto, todo esto podrá parecer un robo fallido, pero algo me dice que algo más
está pasando aquí. La mesera. Mencionó al tipo de la grúa. Quizás vio algo.

—No eres de la policía, Diego. ¿Recuerdas?

—Sí. Lo sé.

— ¿En serio? Porque actúas como si pudieras ser parte de esto. Y no puedes. Ya no.
—Soy bueno en esto. Sabes que puedo ayudarte.

—Sé que me das acidez y no necesito, ni quiero tu ayuda. ¿Sí? Señor, me pones a
prueba.

—Mierda. Hola.

—Hola.

—Es gracioso. Tuve la misma rutina los últimos cuatro años. Ahora que volví, no
estoy seguro de qué hacer. Sé cómo te sientes.

—Debes estar ansiosa por ver a Claire.

—No creí que fuera posible extrañar tanto a una persona. Pero tengo cosas que hacer
antes de verla. ¿Sabes? Algún día… me encantaría que la conocieras.

— ¿Yo?

—Sí, tú. ¿Por qué no?

— ¿Claire sabe sobre mí?

—Claro que sabe de ti.

—Es que cuando te fuiste, parecía que… lo único que querías era olvidarte de este
lugar.

—Del lugar, sí. Pero de ti no. Cuando Claire era pequeña solía leerle libros sobre la
luna. Le decía que su tío vivía ahí. Que él estaba protegiéndonos del peligro.

— ¿De verdad?

—Eras su superhéroe. Después de todo este tiempo, sé que le encantaría conocerte.

—El monóculo de papá aún está perdido. No puedo olvidarme de eso.

—Papá murió porque su corazón se detuvo, Luther. No conviertas su muerte en una


misión.

— ¿Eso crees que es?

—Creo que hay una razón por la que nunca te fuiste.


— ¡Klaus! ¡Klaus!

—No… Por favor.

— ¡Klaus!

— ¡Klaus!

—Tú pro…

— ¡Ayúdame!

— ¿Sabías que hablas dormido? No tiene caso, se te acabaron las drogas.

—Cállate, Ben. Dicho con amor.

—Tengo una idea loca. ¿Por qué no intentas comenzar el día con un vaso de jugo de
naranja o huevos?

—No puedo fumar huevos. Uno de estos debe estar chapado en oro, ¿no? ¡Válgame
Dios! Pogo.

—Perdone, Sr. Klaus. Tengo una pregunta para usted. Faltan objetos de la oficina de
su padre, en particular, una caja adornada con incrustaciones de perla.

— ¿De verdad?

— ¿De verdad? No me digas.

— ¿Alguna idea de dónde está?

Ayer.

— ¡Vamos!

Casa de Empeño

—No, no, no. Ni idea. Lástima.

—Mentiroso.

—Muérete.
—Golpe bajo.

— ¡Cállate!

— ¿Disculpe?

—No me refería a ti. Solo… han pasado muchas cosas con las que estoy lidiando. Un
montón de recuerdos presentes. Los buenos momentos. Bueno, no eran tan buenos,
más bien eran horribles, espantosos y deprimentes.

—El contenido de esa caja es invaluable. Si fueran a encontrar el camino de vuelta a


la oficina, quien lo tomó sería absuelto de cualquier culpa o consecuencia.

—Pues qué suertudo.

—Así es.

—Oye, Cinco. Mierda.

— ¿Puedo ayudarte?

—Debo saber a quién le pertenece.

— ¿Dónde lo conseguiste?

— ¿Qué te importa? Lo encontré… en un patio de recreos, la verdad. Debe haber…


aparecido. Quiero regresarlo a su dueño.

—Qué joven tan considerado.

—Sí. Busca el nombre por mí, ¿sí?

—Disculpa, pero los registros de pacientes son confidenciales. Significa que no


puedo decir…

—Lo sé.

—Te diré lo que puedo hacer: me quedaré con el ojo y lo devolveré a su dueño.
Seguro que él o ella estará agradecido, así que si puedes…

—No tocarás este ojo.


—Escucha, jovencito…

— ¡No! Escucha tú, imbécil. Pasé por mucho para esto, por mierda que tu pequeño
cerebro no podría ni comprender, así que dame la información que necesito y seguiré
mi camino. Y si me llamas jovencito una vez más atravesaré esa maldita pared con tu
cabeza.

—Cielos.

—Llama a seguridad.

—Hay pruebas balísticas, las balas de los tiradores coinciden.

—Se dispararon.

—Sí. Citando a una mujer muy inteligente: “Estos idiotas se dispararon entre sí”.
También identificamos a los caballeros fallecidos, no son tan caballeros, al parecer.

— ¿Registros criminales?

—Todos. Agresión, asalto, unos cuantos cargos deshonrosos. Se precipitan. Todos.

—Bueno, ya está.

—Hay solo una cosa. ¿Recuerdas a la víctima que fue apuñalada?

—Sí, uno de ellos apuñaló al otro. ¿Cuál es el problema?

—Las huellas dactilares no coinciden. Pero se pone más raro. Sí coincidieron con un
caso sin resolver de… adivina esto… 1938.

—Que la hagan de nuevo. Luego retomamos. Quítale las esposas.

—Gracias, Rodríguez. Entonces, ¿hablaste con el tipo de la grúa?

—Calla y escucha. La próxima vez que interfieras en una de mis investigaciones, si


tan solo te acercas a uno de mis testigos o tocas evidencia, te acusaré de obstruir la
justicia. Pasarás tiempo en prisión. ¿Está claro?

—Maldición. Relájate, Eudora. Toda esta burocracia…

—No me llames así.


—Mira, te conozco. Te gusta seguir las reglas, pero vives para eliminar a la escoria.
Así que, ¿por qué no guardas la placa por una noche y sales conmigo a las calles? Sin
toda esta mierda.

—Sí, suena muy divertido. Pero creo que te perdiste de algo cuando te expulsaron de
la academia policial. Déjame explicar. Esta mierda es lo que consigue condenas en un
juzgado. Lo que haces ahí afuera es fantasía. Me encantaría jugar a policías y
ladrones, usar máscara y sentirme importante, pero ¿adivina qué? El recreo se acabó.
Es hora de ser adulto. Aún tratas de comprobar que tu niñez corriendo por ahí con
esos uniformes estúpidos… no fue en vano. Sí. También te conozco, Diego. Ahora
vete antes que cambie de parecer.

—Sí. Sepárense.

—Disculpen.

— ¿Quieres boxear? Busco boxeadores.

—No, busco información de uno de los tipos que usa su gimnasio. ¿Diego
Hargreeves?

—Si lo ves, puedes decirle que estoy a punto de despedirlo.

— ¿Trabaja aquí?

—Limpia el piso a cambio de usar la trastienda.

—Bueno. Gracias.

—Piensa en lo que te dije. Tienes el cuerpo.

Sala de Calderas

— ¿Cinco? ¿Estás arriba? ¿Cinco? Gracias a Dios. Estaba preocupada por ti.

—Perdón por irme sin despedirme.

—No, yo soy la que debe disculparse. No te tomé en serio y… Supongo que no supe
procesar lo que estabas diciendo. Y aún no puedo, para ser honesta.

—Quizás estabas en lo correcto al ser así. Quizás no fue real. Se sintió real. Como
dijiste, el viejo dijo que viajar en el tiempo puede contaminar la mente.
—Y quizás yo no soy la persona correcta con quien debes hablar. Solía ver a alguien,
un terapeuta, puedo darte su información.

—Gracias, pero… Creo que solo descansaré un poco. Ha pasado mucho tiempo desde
que dormí bien.

—Bueno.

—Es tan… conmovedor. Todo eso sobre la familia, papá y el tiempo. ¡Vaya!

— ¿Te puedes callar? Te va a escuchar.

—Estoy conmovido.

—Te dije que te pongas algo profesional.

— ¿Qué? Este es mi mejor atuendo.

—Vamos a ver el armario del viejo.

—Lo que sea mientras me pagues.

—Cuando terminemos.

—Bueno, pero solo para estar claros en los detalles, solo debo ir a ese lugar y fingir
que soy tu querido papá, ¿cierto?

—Sí. Algo así.

— ¿Cuál es la historia?

— ¿Qué? ¿De qué hablas?

— ¿Era muy joven cuando te tuve? ¿Cómo a los 16? ¿Muy joven y…
desencaminado?

—Claro.

—Tu madre, esa zorra. Quienquiera que haya sido. Nos conocimos en… la discoteca.
¿Sí? Recuerda eso. Dios mío. El sexo era increíble.

—Que visión tan perturbadora de eso que llamas cerebro.


—No me hagas castigarte.

—Oye, Syd, es Johnny. Necesitamos grúas en Empire Avenue. Todo es un desastre.


Niños arrestados. Camiones por doquier.

—Debes decirme cómo hiciste el trabajo de Londres en 1966. Fue hermoso. De


verdad.

—Lo juro por Dios, no sé de qué demonios estás ha… Solo soy un chofer de grúa. Ni
siquiera he ido a Londres.

— ¿Atún? Delicioso. ¿Quieres la mitad?

—Estoy bien, gracias.

—Eso es por no tener mayonesa.

— ¿Te parece que Número Cinco sería un llorón?

—No por lo que he oído. Se parece mucho, creo yo.

—Es muy parecido, sí. Pero el espacio entre los ojos es distinto, la barbilla no es la
misma. Tiene un hoyuelo.

—Tiene un hoyuelo.

—No soy el tipo que están buscan…

—Sin hablar.

—Era el único tipo en la tienda de donuts, ¿no?

— ¿Anoche había alguien en la tienda de donuts contigo, Syd?

—No sé. Solo la mesera y un niño.

— ¿Un niño? Explica.

—No sé. Era extraño.

—No es un juego, viejo. ¿Extraño cómo?

—Dijo algo sobre haber ido cuando era joven.


— ¿Estás pensado lo que estoy pensando?

— ¿Comida italiana?

—Concéntrate, hablo del niño.

— ¿Y él?

—El viaje en el tiempo es difícil.

—Especialmente sin un maletín.

— ¿Y si el niño es Número Cinco?

—Cuesta entenderlo.

— ¿Ya ven? Les dije, no soy el tipo…

— ¿De qué más hablaste con el niño?

—Creo que eso fue todo. Espera. ¿Qué haces?

—Es para que recuerdes mejor.

—Lo que recuerdo es que quería direcciones a una tienda departamental. Eso es todo,
lo juro.

— ¿Una tienda departamental? Explícate.

—Pero ya estoy saliendo al aeropuerto, no creo que sea problema faltar una vez.
Patrick, era el funeral de mi padre. Seguro que el tribunal reconoce eso como
circunstancias atenuantes. ¿Y Claire? Sí, me gustaría saludar a mi hija si te parece
bien. No. ¡Patrick! No…

— ¿Estás bien?

—Sí.

—Nunca... conocí a tu exesposo pero… parece ser un imbécil.

—Uno de tantos adjetivos.


— ¿Sabes qué? Seguro estás mejor aquí.

—No, seguro estoy mejor con mi hija.

—Claro. Perdón. No quise…

—Si quisiera un consejo, Vanya, sin ofender, no sería de ti.

— ¿Qué significa eso?

—No tienes hijos. Nunca has estado en una relación.

—No es cierto.

— ¿Sabes lo que es amar a alguien así? ¿Que cuando te alejas de ella no puedes
respirar? Como que podrías morir, y me refiero a realmente… morir… por saber que
está bien y feliz. Tú te separas de todo y de todos, siempre lo has hecho.

—Porque papá me obligó.

— ¿Y te obligó a escribir ese libro sobre nosotros? Ya eres adulta, Vanya. No puedes
culpar de tus problemas a nadie más que a ti.

—Como le dije antes a su hijo, cualquier información sobre las prótesis que hacemos
es estrictamente confidencial. Sin el consentimiento del cliente, no puedo ayudarle.

—No podemos recibir consentimiento si no nos das un nombre.

—No es mi problema. Disculpe. No hay nada más que pueda hacer, así que…

— ¿Y qué hay de mi consentimiento?

— ¿Disculpe?

— ¿Quién le dio permiso de poner sus manos sobre mi hijo?

— ¿Qué?

—Ya me escucho.

—No toque a su hijo.

— ¿De verdad? ¿Y cómo es que tiene el labio hinchado?


—No tiene el labio hinchado.

—Lo quiero. El nombre, por favor. Ahora.

—Está loco.

—No tienes idea. Paz en la tierra. Que dulce. Dios, eso dolió.

—Llamare a seguri… ¿Qué haces?

—Hubo un ataque en la oficina del Sr. Big y necesitamos a seguridad. ¡Ya! Esto es lo
que pasara, Grant.

—Soy… Lance.

—En 60 segundos, dos guardias entraran por esa puerta y van a ver bastante sangre y
se preguntaran: “¿Qué demonios paso?”. Y le diremos que tú… nos diste una paliza.
Te ira genial en la prisión, Grant. Créeme. He estado ahí. Un pollito como tú. Dios
mío, te pasaran alrededor como un… Te ira genial. Es todo lo que diré.

—Cielos, eres un maldito perverso.

—Gracias.

—Qué raro.

— ¿Qué?

—El ojo. Aún no ha sido comprado por un cliente.

— ¿Que? ¿A qué te refieres?

—Nuestros registros dicen que el ojo con ese número serial… No puede ser. Ni ha
sido fabricado aun. ¿Dónde lo obtuviste?

—Esto no está bien.

—Pero si lo hice bien, ¿verdad? “¿Qué hay de mi consentimiento, imbécil?”.

—Klaus, eso no importa.

— ¿Qué? ¿Cuál es el asunto con el ojo, de todos modos?


—Alguien por ahí perderá un ojo dentro de los próximos siete días. Traerá el fin de la
vida en la tierra.

—Sí, ¿puedes darme los 20 dólares ahora o qué?

— ¿Tu 20 dólares?

—Sí, mis 20 dólares.

— ¿El apocalipsis se acerca y lo que piensas es drogarte?

—Bueno, también tengo mucha hambre. Mi barriga está rugiendo.

—Eres inútil. Todos son inútiles.

—Vamos. Relájate, viejo. Oye, ¿sabes? Me acabo de dar cuenta de porque eres tan
rígido. ¡Debes estar muy caliente! Todos esos años solo… Seguro te afecto la mente.

—No estaba solo.

—Cuéntame de eso.

—Se llamaba Dolores. Estuvimos juntos por más de 30 años.

— ¿Treinta años? ¡Vaya! El mayor tiempo que he estado con alguien ha sido… no sé,
tres semanas. Y solo porque estaba tan cansado de buscar un lugar para dormir. Pero
su osso buco era realmente fantástico… ¿Cinco?

—No pares. Solo sigue.

— ¡Oye! ¿Qué hay de mi dinero?

— ¡No está aquí, Sra. Kamowski! El Sr. Puddles no está aquí. ¿A quién buscas?

—Soy Leonard. El de las cuatro.

—Lo olvide. Perdón.

—Juro que no tuve que ver con lo del Sr. Puddles.


—Perdón. Es mi vecina, la Sra. Kamowski. Tiene un gato que siempre se pierde. Cree
que se dónde está, pero no. Es una anciana. Debería dejar de hablar. Perdón. Pasa, por
favor.

—Supongo que me veo distinto a tus alumnos habituales.

—Sí, puedes solo… Sí, una diferencia de 20 años.

—El anuncio no decía nada sobre límites de edad.

—No, claro que no. La mayoría de mis alumnos son niños. Es más fácil aprender
música cuando joven. Es como un segundo idioma.

— ¡Ich verstehe! Es el alemán para “yo entiendo”. Tome tres años de eso en la
secundaria. Y es todo lo que recuerdo.

—Es justo aquí. Si quieres… Déjame solo… Perdón…

—No hay problema.

—…organizarme un poco. De verdad quieres aprender.

—Si.

—Dámelo por ahora. Y comenzaremos con lo básico.

—Hola, Diego.

— ¿Qué hay, Nigel?

—Hola, Diego.

—Estas bien, ¿no?

Sala de Calderas.

— ¿Qué…?

—Pude oler que eras tú.

— ¿Qué demonios? Pudiste matarme.

—Si te quisiera muerto, lo estarías.


—Bonito lugar.

—Me gusta.

— ¿Por qué no me dijiste?

— ¿Decirte que?

—Que peleaste la noche en que papa murió.

Boxeo. Hargreeves contra Rosati.

—Le pregunte a los chicos de acá.

—Pues no tengo que probar ni inocencia ante ti, o ante cualquiera en la familia.

—Sí, tienes razón. Pero pensé que…

—Si. Sé que pensaste. Ahora, ten un buen día, hermano.

—Está bien.

—Vas progresando.

—Escogí a la profesora correcta.

—Quien sabe. Mi próximo estudiante podría sermonearme sobre lo que hago mal.
Ella… es un tanto prodigiosa.

—Puedes relajarte. Nunca he sido prodigioso en nada.

—Ya somos dos. Te veré la próxima semana. Practica sostener bien el arco y…
consigue un violín.

—Puedes ser honesta. ¿Crees que es raro querer aprender a tocar el violín tan tarde en
la vida?

—No. Monet no comenzó a pintar hasta sus 40. Y lo hizo bien. Si amas la música,
estas en el lugar correcto.

—Diría que describes a mi papa más que a mí. Él era el amante de la música. Por eso
estoy aquí. El murió hace un tiempo.
—Perdón.

—No. Está bien. Teníamos una relación complicada. No nos entendíamos


mutuamente. Pero a él le encantaba el violín y eso no era lo mío. Supongo que estoy
aquí para… entenderlo mejor, si eso tiene sentido. La familia. Nunca es fácil,
¿verdad? Perdón por decirte eso. Es tonto, lo sé.

—No. No, lo tonto es no saber. Créeme, lo entiendo.

—Pues, gracias. Te veré la otra semana.

—Si.

—Soy carpintero. Tengo una tienda en Bricktown. Deberías pasar por ahí. Darle un
vistazo.

—Esta semana estoy ocupada, pero…

—Está bien. Entiendo. En otro momento. Hasta la próxima.

—Adiós.

—Señorita Allison, la estaba buscando.

— ¿Cómo es que…? ¿Cómo sabias que estaba aquí?

—No fue difícil. Aquí es donde siempre venia cuando estaba molesta.

— ¿Quién dijo que estaba…? Luther.

—En realidad fue la señorita Vanya. Llamo para asegurarse de que usted estuviera
bien.

—Sí, le dije algo muy cruel.

—Es su hermana. Sabe que no lo decía en serio.

—Lo dudo. No sabe nada de mí, lo cual está bien porque no se ni mierda sobre ella.

—Cuide su lenguaje.

—Perdón. Es solo… Ha pasado mucho tiempo desde que vivimos todos juntos.
—Casi 13 años.

— ¿Cómo sobreviviste? Solo en esta enorme casa por tanto tiempo.

—Uno se acostumbra a las cosas, incluso si a veces no debería. Venga conmigo.


Quiero mostrarte algo. Quizás la alegre. Y asegúrese de apagar por completo ese
cigarrillo. No querrá provocar un incendio.

—Su padre dejo de grabar hace años. Pero aun vengo aquí de vez en cuando. Cuando
los extraño a ustedes.

—Pogo, esto es… Las familias tienen películas caseras para recordar. Nosotros
tenemos videos de vigilancia.

—Esperaba que la alegrara un poco.

—Lo hace. Dios mío. Mira lo pequeños que éramos.

—Luther. Luther, ya basta. Vamos, detente.

— ¿Ben y yo? Lo extraño tanto. Y Vanya. ¿Por qué no la incluimos? Si alguien


tratara a Claire así, ni puedo imaginar…

—Usted era una niña, señorita Allison.

—Sí. Pero ya no lo soy. Y ella tampoco.

—Si no está apresurada, el resto de las cintas están en ese gabinete. Asegúrese de
cerrar bien al salir. Hay cosas que se han perdido últimamente. Estas son muy
importantes para perderse.

Rebobinar.

Reproducir.

—Dios mío. Papá…

Los Hermanos Gimbel.

10% de Descuento.

Mujeres.
—Dolores. Me alegra verte. Te he extrañado, obviamente. Bueno, han sido un par de
días difíciles.

— ¡No! ¡Mierda! Son ellos. Volveré por ti.

— ¿Ves eso?

—Dijiste que era especial. ¿Ahora qué?

—Comienzas allá, yo iré al otro extremo. Nos vemos en el medio. Dispara a lo que se
mueva.

Soporte para la muñeca.

—Sí.

—Lo tengo.

—El maldito salto de nuevo.

—Vamos.

—Mierda.

—Tenemos un 10-14 en el centro comercial de los Hermanos Gimbel. Ha habido


disparos, repito, disparos. En 6045 Vanderbilt.

—Ahí estas. Te he estado buscando en todas partes.

— ¿Qué haces aquí? Pensé que te habías ido.

—Me iba y Pogo me mostro esto…

—Escucha, me equivoque sobre la muerte de papa.

— ¿Qué?

—Sí, me equivoque sobre Diego. Acusar a mi propio hermano de eso es…


—Lo sé, entiendo…

—…verlos a todos y regresar… Yo debería ser el que intente reunirnos, no


separarnos.

— ¿Te podrías callar?

— ¿Qué?

—Tenías razón sobre papa. Vamos, debo mostrarte algo. ¿Cinco? ¿Qué demonios te
paso?

— ¿Estas bien? ¿Podemos ayudar?

—No hay nada que puedas hacer. No hay nada que nadie pueda hacer.

También podría gustarte