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PRELUDIO EN LA ANTIGÜEDAD
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20 Norman Cohn
atado a una lámpara. E l perro salta hada adelante, más allá del largo de su
cadena. La luz, que podría haber sido un testigo traicionero, se apaga. Ahora,
en la oscuridad, tan favorable a la conducta desvergonzada, anudan los lazos de
una pasión innominada, al azar. Y así, todos son igualmente incestuosos, si no
siempre en acto, al menos por complicidad, puesto que todo lo que uno de ellos
hace corresponde a los deseos de los demás... Precisamente la clandestinidad de
esta maligna religión prueba que todas estas cosas, o prácticamente todas, son
auténticas 1.
— 2 —
16 Sobre esta fantasía: A. Jacoby, «Der angebliche Eselskult der Juden und
Christen», en Arcbiv jür Religionswissenscbaft, vol. 25, Leipzig y Berlín, 1927,
págs. 265-83; y E. Bickermann, «Ritualmord und Eselskult», en M omtschrift
für Geschichte und Wissenschaft des ]udenstutns, Dresde, 71 Tahrgang, 1927,
págs. 171-87, 255-64.
17 Los relatos de Apión se conservan en la respuesta del judío José: Contra
Apionem, cap. ii, 9.-
13 Epifanio, Panarion, X X V I, 12.
* Es de presumir que se trata de Zacarías, hijo de Baruch, quien fue asesi
nado por los zelotes en el templo, junto con el sacerdote Ananías, en el afio 67.
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19 Salustio, Catilina, X X .
20 Dio Casio, Romaika (Historia de Roma), lib. X X X V II, 30.
Ibid., lib. L X X I, 4.
26 Norman Cohn
25 I Corintios, 11:23-5.
26 Concil. Trident., Sessio X I I I, canon 2.
27 Tertuliano, De Corona, cap. iii (Pal. lat., vol. 2, col. 80; y cfr. ibid.,
nota ( j ) ).
28 Tertuliano, Liber I I ad uxorem, caps, IV y V (Pat. lat., vol. I, cois. 1294-7).
29 Juan 6:53.
Los demonios familiares de Europa 29
había ritos iniciáticos... Al elemento religioso se le añadían los deleites del vino
y las fiestas, de tal modo que muchos se sintieron atraídos por las ceremonias.
Cuando el vino había inflamado sus espíritus, y la noche y la mezcla de hom
bres con mujeres, jóvenes con viejos, había destrozado todo sentimiento de deco
ro, todas las variedades de la corrupción empezaban a practicarse, pues cada
uno tenía a mano el placer que respondía a las inclinaciones de su naturaleza
más íntima... Aquellos que manifestaban rechazo o se negaban a entregarse al
abuso y a cometer crímenes eran sacrificados como víctimas. La forma más ele
vada de devoción religiosa entre ellos... era no considerar nada equivocado56.
No se han revelado aún todos los crímenes para los que han conspirado...
Diariamente crece el mal y se extiende a otros países. Es ya demasiado grande
para ser un asunto puramente privado: su objetivo último es el control del Es
tado. A menos que os mantengáis en guardia, ciudadanos, lo mismo que ahora
celebramos esta reunión a la luz del día, convocados por el cónsul y de confor-
con la ley, puede celebrarse una reunión por la noche. Así como estáis
0« temen, porque os habéis reunido en asamblea: cuando os disperséis hacia
vuestros hogares y fincas, ellos se reunirán y tomarán medidas para su propia
¿puridad y, al mismo tiempo, para vuestra destrucción. Será entonces que voso-
t*Oí, como individuos aislados, los temeréis porque se habrán transformado en
áft cuerpo unificado... No hay nada más engañoso en apariencia que una reli-
ifén falsa37.
38 Para lo que sigue, véase Frend, op. cit., passim; cfr. G. E. M. de Ste. Croix
«"Why were Christians executed?», en Past and Present, Londres, núm. 26 (no
viembre 1963), págs. 6-38 (especialmente págs. 24-31); y J. Vogt, «Zur Religio
sität der Christenverfolger in römischen Reich», en Sitzungsberichte der H eidel
berger A kadem ie der Wissenschaften, Philosophisch-historiche Klasse, Jahrgang,
1962, págs. 7-20.
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ción como grupos pequeños, cerrados, que sólo atendían a sus propios
problemas e intereses y se despreocupaban por los asuntos públicos
y las obligaciones cívicas. Preocupados solamente por un fin del
mundo que creían inminente, los cristianos no participaban en la vida
cotidiana de la ciudad y se negaban a los menores gestos de lealtad
al emperador o de reverencia a los dioses de Roma.
Los cristianos rechazaban con todos los medios a su alcance los
valores y creencias del mundo pagano grecorromano. No es de sor
prender, pues, que aparecieran a los ojos del paganismo como un pu
ñado de conspiradores cuyo único afán era destruir la sociedad. «Una
nueva y maléfica superstición», «una superstición desenfrenada y per
versa»: las frases de Suetonio y Plinio ponen de relieve las mezclas
de temor y desprecio con que se miraba a los cristianos. La sola pre
sencia de gente como ésa ofendía a los dioses, y podía inducirlos a
retirar la protección que brindaban al mundo, en cuyo caso la civiliza
ción entera perecería por efecto de algún tremendo terremoto, una
revolución, una derrota militar u otra calamidad semejante. El hecho
de que Marco Aurelio fuera un emperador escrupuloso y auténtica
mente preocupado por el bienestar general permitió que los espías y
los agitadores actuaran contra los cristianos, y dio aliento a que se
formaran tribunales y se decidieran ejecuciones. Según Tertuliano, a
finales del siglo 11 era ya un lugar común afirmar que «los cristia
nos son la causa de cada catástrofe pública, de cada desastre que
golpea al populacho. Si el Tíber se desborda, o el Nilo no lo hace,
si hay sequía o sobreviene un terremoto, una hambruna o una plaga,
un grito unánime se eleva de inmediato: ‘¡Arrojad a los cristianos
a los leones!’» 39. Fue en este mismo período cuando los cristianos
empezaron a hacerse sospechosos de practicar orgías incestuosas, de
matar y comer niños, de adorar a un dios-burro y a los genitales de
un sacerdote. Con estas fantasías el mundo grecorromano expresaba
su sentimento de que la comunidad cristiana estaba en verdad fuera
de los límites humanos y era hostil a la propia especie.
No fue sino en el siglo 11 cuando los cristianos fueron objeto de
tales acusaciones por parte de los no-cristianos *, y es fácil compren
der por qué. Con anterioridad a esta época los cristianos eran dema
siado pocos y desconocidos para atraer la atención o para ser clara
mente distinguibles del cuerpo principal de los judíos. Hacia el si
glo m su número había crecido notablemente y, sobre todo, estaban
ya demasiado dispersos entre la población como para que esos cuen
tos guardaran mucha plausibilidad. Incontables familias aristocráticas
tenían miembros cristianos entre ellos, en su mayoría mujeres, ¿cómo
podía sospecharse siquiera que gentes nobles se entregaran a orgías
incestuosas y a ritos de canibalismo? Por otra parte, la actitud de los
cristianos mismos estaba cambiando; habían abandonado el sueño
milenario y ya no se mostraban obsesionados por la inminencia del
fin del mundo. La jerarquía eclesiástica mostraba signos evidentes de
desarrollo, el clero se enriquecía, los obispos se transformaban en im
portantes figuras públicas y dirigentes de renombre. Hacia el año 230
el cristianismo había pasado a ser una de las principales religio
nes del Imperio y la Iglesia estaba empezando a tratar al Imperio
no ya como el reino del Demonio, sino como una institución poten
cialmente cristiana. Las persecuciones posteriores a esta fecha se im
pusieron por decreto imperial y no apelaban ya a estas horribles
fantasías.
En suma: explicar las difamaciones de que fueron objeto los pri
meros cristianos constituye una tarea compleja. Las actitudes, creen
cias y conducta de los cristianos mientras fueron una pequeña mino
ría negaban los valores que sostenían el edificio de la sociedad
grecorromana y la mantenían cohesionada. A causa de ello, ciertas
prácticas cristianas, en particular la Eucaristía y el Agape, fueron mal
interpretadas a la luz de estereotipos tradicionales, de tal modo que
una minoría religiosa disidente acabó asemejándose a una conspira
ción política revolucionaria. Más aún: estas costumbres fueron tan
mal vistas que se consideraban antihumanas y no se consideraba hom
bres a quienes se entregaban a ellas. El mecanismo pudo ser em
nos destruyeron más tarde toda la literatura pagana dirigida contra la cristian
dad... Esta historia, tal como figura en el libro de Daumer, constituye un golpe
de gracia para la cristiandad y cabe preguntarse qué significado tiene para nos
otros. Nos da la certeza de que la vieja sociedad se acaba, y que la estructura
del fraude y los prejuicios se derrumba.» Los concurrentes al mitin quedaron
muy impresionados y se lanzaron a comprar el libro de Daumer. Más tarde, Marx
planteó ciertas dudas acerca de la teoría, mientras que Daumer mismo renunció
formalmente a ella en 1858 y se transformó en un ferviente católico; pero el
episodio sigue siendo curioso. El discurso de Marx sobre el asesinato ritual cris
tiano aparece en el mismo volumen de la edición oficial alemana de las obras
completas en que está el Manifiesto Comunista. Cfr. W. Schultze, «Der Vorwurf
des Ritualmordes gegen die Christen im Altertum und in der Neuzeit», en
Zeitschrift für Kirchengeschichte, vol. 65, Gotha, 1953-54, págs. 304-306.
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