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EL AVARO Y EL ORO

LA LECHERA Y SU CANTARO

EL PERRO Y SU REFREJO EL PASTORCITO MENTI-


ROSO

EL HONRADO LEÑADOR EL ORO Y LAS RATAS

EL HOMBRE ,EL NIÑO Y


EL VIENTO DEL NORTE Y EL BURRO
EN SOL
LA LECHERA Y SU CANTARO

Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la cabeza.

Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posibe a la ciudad, a dónde iba para vender la
leche que llevaba.

Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la leche.

- Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!

La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su imaginación iba cada vez más y más
lejos.

- Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate algunos, seguro que tengo
suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. En-
tonces compra?e una vaca, y a su ternero también….

La lechera y el cántaro de lechePero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la
ternera, la vaca, el cerdo y los pollos.

Moraleja: Nuestros sueños y planes no deben apartarnos de la realidad.


EL PERRO Y SU REFREJO

EL PERRO Y SU REFREJO

Un día un Perro que caminaba muy hambriento por el bosque se encontró un apetitoso hueso, mien-
tras no salia de su asombro por aquella suerte tomo el hueso con el hocico y decidió volver a su hogar.

En el camino pasó por el puente de un río y al bajar su mirada, observó su propio reflejo en el agua.
Creyendo que aquel «reflejo» era en realidad otro «Perro» que llevaba otro Hueso mucho más grande
que el suyo, se propuso adueñarse del hueso ajeno.

El Perro ya muy decidido, soltó su hueso y saltó al agua para quitar a su «reflejo» su deliciosa pert-
enencia, sin embargo, el resultado fue muy malo, ya que no había ni hueso grande ni otro perro. Así,
el Perrito se quedó sin su hueso y sin el de su reflejo.

Resignado y triste quedo al darse cuenta del gran error que había cometido al intentar obtener algo
que no era suyo termino perdiendo tambien lo que ya tenia para si, sólo le quedó ver cómo la corri-
ente se llevaba su delicioso hueso.

Moraleja: Valora lo que tienes y no lo pierdas por envidiar a los demás


EL HONRADO LEÑADOR

Habia una vez un pobre leñador que regresaba a su casa despues de una jornada de duro trabajo.
Al cruzar un puentecillo sobre el rio, se le cayo el hacha al agua.
Entonces empezo a lamentarse tristemente:

-¿Como me ganare el sustento ahora que no tengo hacha?

Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecia sobre las aguas y dijo al leñador:

-Espera, buen hombre: traere tu hacha.

Se hundio en la corriente y poco despues reaparecia con un hacha de oro entre las manos. Moraleja: Aquel que prefiere la honradez a
la mentira, siempre será ganador
El leñador dijo que aquella no era la suya.

Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer despues con otra hacha de plata.

-Tampoco es la mia dijo el afligido leñador.

Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua.


Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.

-¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mia!

-Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces un premio.
EL VIENTO DEL NORTE Y EN SOL

El Viento del Norte y el Sol tuvieron una discusión sobre cuál de los dos era el más fuerte y poderoso.
Mientras discutían vieron a un caminante que llevaba puesto un abrigo.

—Esta es la oportunidad de probar nuestro poder y fortaleza —dijo el Viento del Norte—. Veamos quién
de nosotros es lo suficientemente fuerte como para hacer que este caminante se quite el abrigo. Quien lo
logre será reconocido como el más poderoso.

—De acuerdo —dijo el Sol—. Comienza tú.

Entonces, el Viento comenzó a soplar y resoplar. Con la primera ráfaga de viento, los extremos del abrigo
se agitaron sobre el cuerpo del caminante. Pero cuanto más soplaba el Viento, más fuerte el hombre su-
jetaba su abrigo.

Ahora, era el turno del Sol y él comenzó a brillar. Al principio sus rayos eran suaves; sintiendo el agrada-
ble calor después del amargo frío del Viento del Norte, el caminante se desabrochó el abrigo. Los rayos del
Sol se volvieron más y más cálidos. El hombre se quitó la gorra y enjugó su frente. Se sintió tan acalora-
do que también se quitó el abrigo y para escapar del ardiente sol, se arrojó en la acogedora sombra de un
árbol al borde del camino. ¡El Sol había ganado!

Moraleja: La gentileza y la amabilidad ganan donde la fuerza y la fanfarronería fallan.


EL AVARO Y EL ORO

Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la
tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio.

Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que pasaba.
Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela.

El avaro, a su siguiente visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba
amargamente.

Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole:

- Da gracias de que el asunto no es tan grave. Ve y trae una piedra y colócala en el hueco.
Imagínate entonces que el oro aún está allí. Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro,
ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.

Moraleja: Valora las cosas por lo que sirven, no por lo que aparentan.
EL PASTORCITO MENTIROSO

Un día, un joven pastor se encontraba en la cima de la montaña con su rebaño de ovejas. Él era el responsable de cuidarlas y vigilarlas.
Al pie de la montaña, un grupo de campesinos trabajaban la tierra. El pastorcillo que vio desde lo alto cómo cavaban una y otra vez con sus azadas, pensó: «Me apetece burlarme de
ellos un rato, voy a engañarlos».
Entonces chilló:
—¡Un lobo, un lobo!
Los campesinos prestaron atención y oyeron los gritos:
—¡Socorro, socorro! ¡Es el lobo, el lobo!
—Vamos, dijo uno. Y todos subieron a la cima de la montaña para auxiliar al pastor.
Cuando llegaron se lo encontraron carcajeándose mientras les decía:
—Jajaja, aquí no hay ningún lobo, jajaja.
Los campesinos, más enfadados que antes, dijeron:
—¡No nos vuelvas a engañar!
Dieron media vuelta y se fueron montaña abajo para seguir trabajando.
Aún se estaba riendo el pastorcillo cuando, de repente el lobo asomó su enorme hocico a través de los setos. Temblando de miedo el pastorcillo gritó:
—So, so, socorro, ayuda, el, el, el lobo. Y corrió con todas sus fuerzas para escapar de allí.

Los campesinos, que habían oído los gritos, comentaban:

—Otra vez ese pastor, siempre nos está engañando, seguro que otra vez es mentira.

Y a continuaron como si nada ocurriese el lobo se comió, una a una, todas las ovejas del rebaño.

El pastorcillo, siempre mintiendo y engañando, al final tuvo su merecido.

Moraleja: Mentimos y mentimos, y perdemos la confianza que los demás tienen en nosotros. Cuando digamos la verdad,
no nos creerán
EL ORO Y LAS RATAS

Había una vez un mercader que debió emprender un viaje muy largo.
Antes de partir, dejó al cuidado de su mejor amigo un cofre lleno de monedas de oro.
Pasaron unos pocos meses y el viajero regresó a casa de su amigo a reclamar su cofre. Sin embargo, no se encontraba preparado para la sorpresa que le aguardaba.
—¡Te tengo muy malas noticias! —exclamó su amigo—. Guardé tu cofre debajo de mi cama sin saber que tenía ratas en mi habitación. ¿Quieres saber qué pasó exactamente?

—Claro que me interesa saber —replicó el mercader.

—Las ratas entraron al cofre y se comieron las monedas. Tú sabes, querido amigo, que los roedores son capaces de devorarlo todo.

—¡Qué mala suerte la mía! —dijo el mercader con profunda tristeza—. He quedado en la ruina por causa de esa plaga.
El mercader sabía muy bien que había sido engañado. Sin demostrar sospecha, invitó a su mal amigo a cenar en su casa al día siguiente. Pero al marcharse, entró al establo y se llevó el mejor caballo que encontró.
Al día siguiente, llegó su amigo a cenar y con disgusto dijo:

—Me encuentro de muy mal humor, pues el día de ayer desapareció el mejor de mis caballos. Lo busqué por todos lados, pero no pude encontrarlo.

—¿Acaso tu caballo es de color marrón? —preguntó el mercader fingiendo preocupación.

—¿Cómo lo sabes? —contestó el mal amigo.

—Por pura casualidad, anoche, después de salir de tu casa, vi volar una lechuza llevando entre sus patas un caballo marrón.

—¡De ninguna manera! —dijo el amigo muy enojado—. Un ave ligera no puede alzar el vuelo sujetando un animal tan fornido como mi caballo.

—Claro que es posible —señaló el mercader—. Si en tu casa las ratas comen oro, ¿por qué te sorprende que una lechuza se robe tu caballo?

El mal amigo, muy avergonzado confesó su crimen. Y fue así como el oro volvió al dueño y el caballo al establo.

Moraleja: No engañes a los demás si no deseas ser engañado


EL HOMBRE ,EL NIÑO Y EL BURRO

Un hombre y su hijo se dirigían al mercado en compañía de un burro que tenían en venta. En el camino se encontraron con un campesino que les dijo:

—Amigos, ¿por qué caminan si tienen un burro que pueden montar?

Entonces, el hombre montó al niño en el burro y siguieron su rumbo. Pero pronto pasaron junto a un grupo de hombres y uno de ellos dijo:

—Miren a ese niño tan perezoso, deja que su padre camine mientras él monta el burro.

Al escucharlo, el hombre bajó al niño y se montó en el burro. No iban muy lejos cuando pasaron junto a dos mujeres; una de ellas le dijo a la otra:

—Mira a ese hombre tan egoísta, deja que su hijo camine mientras él monta el burro.

Abrumado por los comentarios, el hombre pidió nuevamente a su hijo que se subiera en el burro y ambos continuaron el viaje montados en el lomo del animal.

No tardaron en llegar al pueblo y los transeúntes comenzaron a reírse y señalarlos. El hombre se detuvo para preguntarles de qué se burlaban, los transeúntes respondieron:

—¿No les da vergüenza ponerle tanto peso a un pobre burro?

El hombre y el niño se bajaron del burro para pensar qué hacer. Pensaron y pensaron, hasta que finalmente cortaron un palo y ataron las patas del burro a él. Cada uno, sujetando un extremo del palo, levan-
taron el burro hasta los hombros. Continuaron el camino en medio de la risa de todos hasta que llegaron al puente que los separaba del mercado.

En ese momento, el burro desató una de sus patas y le dio una patada al niño, haciéndolo soltar su extremo del palo. En la lucha, el burro voló sobre el puente y fue a dar al fondo del río.

—Eso les enseñará —dijo un anciano que los había seguido.

Y les dejó la siguiente moraleja:


Moraleja: Trata de complacer a todos y no complacerás a nadie.

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