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Apasionado por la libertad y el conocimiento, este griego de origen y francés por adopción
se convirtió, en la segunda mitad de este siglo agonizante, en crítico feroz y lúcido de
cuanta barbarie ideológica, política, social y educativa pudieran percibir sus ojos. Por eso,
aunque sus textos no resulten ligeros, aunque ponga en cuestión aspectos cruciales de
las mitologías de quien lo lea, aunque suceda que luego de algunas de sus flechas queda
poco en pie, aunque no parezca sexy su propuesta... a pesar de ello, resulta cada día
más impostergable meterse a dialogar en serio con Castoriadis. Para los Derechos
Humanos, para la Educación, para los Valores, la obra de este greco-francés deja
semillas frescas y hasta algunos frutos maduros.
Castoriadis vivió con audacia. Escribió con audacia. Se precisa de ella para leerlo. Eso sí:
el premio es alto.
Sus concepciones filosófico-políticas no se caracterizaron por seguir las modas. Más bien,
se ubican (no por premeditación sino por creación) en un lugar marginal y estratégico,
demostrando en ellas su capacidad anticipatoria de las grandes tendencias sociales. En
las últimas ediciones de Socialismo o Barbarie, Castoriadis coloca una nueva alternativa
en términos duros para la izquierda contemporánea: "uno debe decidir entre mantenerse
marxista o mantenerse revolucionario". Eligió esta última opción. Sus trabajos sobre
Marxismo y Teoría Revolucionaria (1964-65) desafían las explicaciones tanto
estructuralistas como funcionalistas de la sociedad y la historia, mientras París vivía a
pleno el movimiento estructuralista liderado por Lévi-Strauss, Althousser, Foucault.
Las ideas de Socialismo o Barbarie (disuelto en 1967) son las que fraguan las bases de lo
que será el espíritu del Mayo Francés. El propio Daniel Cohn-Bendit -mítico líder
estudiantil del ´68, participante de las reuniones del grupo- proclamaba con orgullo su
"plagio" de Castoriadis y de Socialismo o Barbarie. La participación directa de Castoriadis
en estos eventos se encontraba inhibida por su función oficial como Director de
Estadísticas, Cuentas Públicas y Estudios de Crecimiento en la OCDE, cargo al que
renunciará en 1970. Aún así, su aporte intelectual y su apoyo ideológico a la revuelta
estudiantil fue significativo. La autogestión, el poder de la imaginación, la autonomía como
proyecto -banderas del ´68-, resonaban desde sus escritos filosófico-políticos.
El campo del Psicoanálisis, que comienza a practicar en 1974, no fue ajeno a su mirada
crítica. Una nueva lectura de los textos freudianos origina la descripción teórica de una
"mónada psíquica" irreductible en la construcción de lo social y lo cultural. Una novísima
concepción de "lo imaginario" lo aleja del predominio especular de la propuesta lacaniana,
señalando -en vez- la poiesis de lo imaginario, la creación ex-nihilo, derivando así a la
producción no referenciada y a la autonomía sin dominación.
Por ello, no es extraño encontrar en este autor reflexiones sobre campos tan variados y
complejos: filosofía, política, lingüística, democracia, psicoanálisis, economía, historia,
sociedad... Su articulación: una nueva y rupturista manera de entender el mundo y su
gente. Los conceptos de autonomía y autogestión, la descripción de lo socio-histórico, el
estatuto de lo imaginario como elemento fundante del sujeto y la sociedad, la democracia
como concepto radical, la elucidación como proceso necesario de liberación... praxis
emergente de su crítica sin concesiones y de su espíritu de autodeterminación.
La Autonomía
Como pensador político, como revolucionario, como filósofo, como psicoanalista práctico,
Castoriadis cabalga la idea de autonomía a través de estos campos anchos. En un trabajo
de 1981, comenta: "En mi trabajo, la idea de autonomía apareció muy temprano, en
realidad desde el comienzo de mi actividad, y no como una idea filosófica o
epistemológica, sino como idea esencialmente política. Mi preocupación constante es su
origen, la cuestión revolucionaria y la cuestión de la autotransformación de la sociedad."
Desde este punto de vista, Castoriadis se dispone a precisar y elucidar las condiciones de
posibilidad y los obstáculos a la autonomía en el dominio psíquico tanto como en el
histórico-social.
Castoriadis se apoya en la máxima freudiana Allí donde estaba el Ello, Yo debe advenir,
para insistir no en la posibilidad de eliminación de lo inconsciente, sino en la necesidad de
tomar su lugar en tanto que instancia de decisión. Por eso, un discurso "mío" no será
jamás ni podría ser un discurso exclusivamente mío, sino aquel que retoma sin cesar lo
que estaba adquirido -el discurso del Otro- y es capaz de develar sus fantasmas como
fantasmas y no se deja dominar finalmente por ellos -a menos que expresamente lo
quiera. Así, la autonomía será, no ya elucidación sin residuo y eliminación total del
discurso del Otro no sabido como tal: será instauración de otra relación entre el discurso
del Otro y el discurso del sujeto.
Dice este autor: "lo social es lo que somos todos y lo que no es nadie, lo que jamás está
ausente y casi jamás presente como tal, un no-ser más real que todo ser, aquello en lo
cual estamos sumergidos, pero que jamás podemos aprehender "en persona". (...) Es lo
que no puede presentarse más que en y por la institución, pero que siempre es
infinitamente más que institución, puesto que es, paradójicamente, a la vez lo que llena la
institución, lo que se deja formar por ella, lo que sobredetermina constantemente su
funcionamiento y lo que, a fin de cuentas, la fundamenta: la crea, la mantiene en
existencia, la altera, la destruye."
Nuestra relación con lo social, de esta forma, no es una relación de dependencia, sino
más bien una relación de inherencia. Por esta situación y entonces por esta posibilidad, la
idea de autonomía es tan cara para este autor. Es la condición para la generación de lo
social instituyente, transformador, revolucionario, elucidante. Es la condición para
atreverse más allá de lo "posible" y de lo "realista".
En esta elucidación, el autor se plantea dos cuestiones básicas: en primer lugar, ¿qué
mantiene unida a una sociedad?; en segundo término, ¿qué es lo que hace nacer formas
de sociedad diferentes y nuevas? La institución y lo imaginario, precisamente, son
respuestas a estas interrogantes claves -claves no sólo por un afán epistemofílico, sino
integradas a un proyecto político de sociedad autónoma.
Así, Castoriadis afirma que "lo que mantiene a una sociedad unida es evidentemente su
institución, el complejo total de sus instituciones particulares, lo que yo llamo la institución
de la sociedad como un todo; aquí la palabra institución está empleada en su sentido más
amplio y radical pues significa normas, valores, lenguaje, herramientas, procedimientos y
métodos de hacer frente a las cosas y de hacer cosas y, desde luego, el individuo mismo,
tanto en general como en el tipo y la forma particulares que le da la sociedad considerada
(y en sus diferenciaciones: hombre/mujer, por ejemplo)." En esta institución de la
sociedad, cobran sustantiva importancia lo que este autor denomina y describe como
significaciones imaginarias.
Sin embargo, no es esta institución hecha de una vez y para siempre. Ella promueve y
genera las condiciones para su propia supervivencia, pero también existen las rupturas
históricas que permiten la elucidación y la creación. En esta permanente tensión (entre las
fuerzas de lo instituído y las fuerzas de lo instituyente), lo que define a una sociedad
autónoma es su actividad de autoinstitución explícita y lúcida, es decir, el hecho de que
ella misma se da su ley sabiendo que lo hace. Esta creación, apoyada en un imaginario
radical con poder instituyente, se traduce en praxis: una acción que puede tomar apoyo
en lo que es para hacer existir lo que queremos ser.
La lucha contra el orden heterónomo ocupará durante toda su producción a este autor, y
tomará de la democracia ateniense fuertes referencias para su despliegue. Su
reconocimiento queda expresado en estas palabras: "Cuando digo que los griegos son
para nosotros un germen, quiero decir, en primer lugar, que los griegos nunca dejaron de
reflexionar sobre la cuestión de saber qué debe realizar la institución de la sociedad; y, en
segundo lugar, quiero decir que, en el caso paradigmático de Atenas, los griegos
aportaron esta respuesta: la creación de seres humanos que viven con la belleza, que
viven con la sabiduría y que aman el bien común."
Tengo el deseo, y siento necesidad, para vivir, de otra sociedad que la que me rodea.
Como la gran mayoría de los hombres, puedo vivir en ésta y acomodarme a ella -en todo
caso, vivo en ella. Tan críticamente como intento mirarme, ni mi capacidad de adaptación,
ni mi asimilación de la realidad me parecen inferiores a la media sociológica. No pido la
inmortalidad, la ubicuidad, la omnisciencia. No pido que la sociedad "me dé la felicidad":
sé que no es ésta una ración que pueda ser distribuida en el Ayuntamiento o en el
Consejo Obrero del barrio, y que, si esto existe, no hay otro más que yo que pueda
hacérmela, a mi medida, como ya me ha sucedido y como me sucederá sin duda todavía.
Pero en la vida, tal como está hecha para mí y para los demás, topo con una multitud de
cosas inadmisibles; repito que no son fatales y que corresponden a la organización de la
sociedad. Deseo, y pido, que antes que nada, mi trabajo tenga un sentido, que pueda
probar para qué sirve y la manera en que está hecho, que me permita prodigarme en él
realmente y hacer uso de mis facultades tanto como enriquecerme y desarrollarme. Y digo
que es posible, con otra organización de la sociedad para mí y para todos. Digo también
que sería ya un cambio fundamental en esta dirección si se me dejase decidir, con todos
los demás, lo que tengo que hacer y, con mis compañeros de trabajo, cómo hacerlo.
Deseo poder, con todos los demás, saber lo que sucede en la sociedad, controlar la
extensión y la calidad de la información que me es dada. Pido poder participar
directamente en todas las decisiones sociales que pueden afectar mi existencia, o al
curso general del mundo en el que vivo. No acepto que mi suerte sea decidida, día tras
día, por unas gentes cuyos proyectos me son hostiles o simplemente desconocidos, y
para los que nosotros no somos, yo y todos los demás, más que cifras en un plan, o
peones sobre un tablero, y que, en el límite, mi vida y mi muerte estén entre las manos de
unas gentes de las que sé que son necesariamente ciegas.
Sé, ciertamente, que este deseo mío no puede realizarse hoy; ni siquiera, aunque la
revolución tuviese lugar mañana, realizarse íntegramente mientras viva. Sé que, un día,
vivirán unos hombres para quienes el recuerdo de los problemas que más pueden
angustiarnos hoy en día no existirá. Este es mi destino, el que debo asumir, y el que
asumo. Pero esto no puede reducirse ni a la desesperación, ni al rumiar catatónico.
Teniendo este deseo, que es el mío, no puedo más que trabajar para su realización. Y, ya
en la elección que hago del interés principal de mi vida, en el trabajo que le dedico, para
mí lleno de sentido (incluso si me encuentro en él, y lo acepto, con el fracaso parcial, los
retrasos, los rodeos, las tareas que no tienen sentido por sí mismas), en la participación
en una colectividad de revolucionarios que intenta superar las relaciones reificadas y
alienadas de la sociedad actual, estoy en disposición de realizar parcialmente este deseo.
Si hubiese nacido en una sociedad comunista, la felicidad me hubiese sido más fácil -no
tengo ni idea, no puedo hacerle nada. No voy, con este pretexto, a pasar mi tiempo libre
mirando la televisión o leyendo novelas policíacas.
Bibliografía consultada
Castoriadis, Cornelius - Los Dominios del Hombre: las encrucijadas del laberinto.
castoriadis dixit...
Lo psíquico y lo social son, por un lado, radicalmente irreductibles lo uno a lo otro y, por
otro lado, absolutamente indisociables, lo uno es imposible sin lo otro.
Sólo la educación (paideia) de los ciudadanos como tales puede dar un contenido
verdadero y auténtico al "espacio público". Pero esa paideia no es principalmente una
cuestión de libros ni de fondos para las escuelas. Significa en primer lugar y ante todo
cobrar conciencia del hecho de que la polis somos también nosotros y que su destino
depende también de nuestra reflexión, de nuestro comportamiento y de nuestras
decisiones; en otras palabras, es participación en la vida política.
La práctica tiene un vínculo estrecho con la "teoría", tanto con lo que la teoría dice como,
sobre todo, con lo que la teoría calla, excluye de su campo, vuelve no pensable para
quien la acepta.
Estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión
social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica.
Lo que llamo elucidación es el trabajo por el cual los hombres intentan pensar lo que
hacen y saber lo que piensan.
En WWW: magma-net.com.co
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