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TEMA 33

ÍNDICE

Introducción

1. Los Habsburgo: estructura del Estado y evolución política

2. El mandato de los Austrias Mayores (1518-1598)

2.1. Discusión historiográfica

2.2. Rasgos de la política interior

2.3. Rasgos de la política exterior

3. El mandato de los Austrias Menores (1598-1700)

3.1. Discusión historiográfica

3.2. Política interior

3.3. Política exterior

4. Retrato de la España de los Austrias

4.1. Demografía y economía

4.2. Aspectos socioculturales

INTRODUCCIÓN

Asistimos durante los siglos XVI y XVII a la llegada de una nueva dinastía germánica a nuestras
tierras: los Habsburgo. Tras la muerte de Fernando el Católico y la regencia de Cisneros en 1517
aparece en escena el príncipe Carlos, nacido en Gante e hijo de Juana la Loca, que recibe de su
herencia Trastámara los territorios castellanos, aragoneses y sicilianos; y de parte paterna los
territorios centroeuropeos del futuro Imperio Español, además de los derechos al Sacro Imperio. Su
paso por nuestra historia está marcado por un refinamiento de las estructuras del Estado Moderno
que dejaron tras de sí los Reyes Católicos, que llevó a un creciente autoritarismo y centralismo y a
su elevamiento a una condición imperial. Señalar también que la nota dominante de esta dinastía fue
una intransigente defensa del espíritu católico frente a sus rivales geopolíticos protestantes,
resultado de elevar la Corona Hispánica al tablero geopolítico de primera división.

La historiografía divide el paso de esta dinastía en dos periodos: los Austrias Mayores y los Austrias
Menores, correspondientes al ascenso y al declive, respectivamente, de un Imperio extensísimo pero
breve, y de esta manera los abordaremos en el presente tema.

1. Los Habsburgo: estructura del Estado y evolución política

Los Austrias Mayores, como hemos dicho, representan un refinamiento del proyecto de Estado de
los Reyes Católicos. Tanto Carlos V como Felipe II gobernaron sus dominios directamente. Carlos
V se sirve de unos nutridos Consejos como sus principales órganos consultivos, que se dividían
entre los Consejos Territoriales (de Castilla, de Aragón, de Indias…) y los de Asuntos Generales,
que trataban temas como las finanzas o la guerra. En la época de Felipe II estos se simplificaron y
solo el de Castilla mantuvo su autonomía, siento todos los demás absorbidos por el gran Consejo de
Estado.

Sabían mimar al estamento nobiliario y reservaban sus mejores cargos para la alta nobleza, y en
ocasiones a la burguesía rica. Contaban con un nutrido grupo de fieles cancilleres y, como novedad
respecto a los Reyes Católicos, un eficiente cuerpo de diplomáticos que enviaban a Roma, París y
Flandes. En los territorios lejanos como Flandes, Italia o América colocaron a virreyes que gozaban
de amplios poderes y de gran autonomía, produciéndose algunos casos, como el de Aragón, en el
que el virrey era prácticamente un alter ego del monarca.

Los Austrias también supieron cómo ganarse el favor de los estamentos medios, extrayendo de la
baja nobleza o de los burgueses enriquecidos a sus burócratas, que fueron numerosos de acuerdo a
las exigencias de este colosal aparato estatal. Se aseguraban su fidelidad prometiendo privilegios y
posibilidades de ascenso social, a pesar de que esto trajese en el futuro un problema de tráfico de
influencias y corrupción en el seno del Estado, que veremos más adelante.

En cuanto al ejército, son famosos los 30.000 efectivos que llegaron a tener los Tercios, uno de los
primeros ejércitos permanentes de Europa, a los que movilizaban para campañas concretas. Tenían
a su favor un gran número de oficiales (más que otros ejércitos) y un adecuado manejo de las armas
blancas y de fuego, lo que les aseguraba la supremacía en tierra. La escuadra marítima estaba
formada por sendos asentamientos en el Mediterráneo y en el Atlántico, con galeones y galeras
dotados de artillería capaces de frenar a los corsarios turcos.

Sin embargo, con la llegada de los Austrias Menores y los primeros síntomas de decadencia, el
aparato estatal sufre algunos cambios significativos. El primero, el fenómeno de los validos o
privados, que gobernaban por delegación real (que no legal) y que discutiremos posteriormente. La
derrota de Dunas inutiliza la flota española, gravemente dañada desde el desastre de la Armada
Invencible en aguas británicas, y es aquí donde se hace patente la decadencia militar del reino.

Es esta época cuando se dan en el seno del Estado, copado por la alta nobleza, unas dinámicas
clientelares y de nepotismo que marcarán el compás en la vida política. Los Consejos, ya
simplificados al máximo, se convierten en una fachada y se copan con funcionarios adictos a los
intereses de los gobernantes; se crean las Juntas, que no son sino una reunión esporádica de los
poderosos del momento para decidir sobre materias trascendentes como la guerra o las finanzas.

También se producen los primeros pasos en la disgregación territorial: Madrid se fija como capital
definitiva y se convierte en el bastión de la Corte, que no puede sino vigilar los territorios lejanos
mediante las figuras de los corregidores (Castilla) y gobernadores (Flandes, Milán…).

2. El mandato de los Austrias Mayores

2.1. Discusión histórica


Los reinados de Carlos V y de Felipe II han traído varias discusiones terminológicas e
historiográficas zanjadas solo en parte, sobre todo el mandato de Felipe II, en torno al cual existe
según muchos autores (Pedro Insua, Roca-Barea…) una “leyenda negra”.

El proyecto imperial de Carlos V abre varias líneas de interpretación. Existe una tradicional y
decimonónica, propuesta por Menéndez Pidal y desarrollada posteriormente por Domínguez Ortiz
que defiende un proyecto de “dominio espiritual” más que territorial y económico y de carácter
genuinamente hispánico. Este último historiador ve en su reinado un proyecto a la vez
extremadamente moderno que idealista y anacrónico, ya que en la Modernidad europea la figura del
César emperador empezaba a ser innecesaria y molesta.

Otros autores como Brandi desprecian, hasta cierto punto el carácter del monarca y se centran en la
influencia de figuras como el canchiller Gattinara. En cualquier caso, la idea imperial carolina se
basó en una “Universitas” cristiana amenazada en el momento por la herejía luterana y el poder
otomano, aspirando a reunir a los príncipes europeos contra los considerados infieles.

Esta idea sería continuada por Felipe II, al que se le ha acusado no pocas veces de despotismo y
embrutecimiento, además de calificar su proyecto imperial como “mesiánico” y delirante (Parker).
Otros autores, como Kamen, advierten de no usar el término “imperialismo” a la ligera, ya que él no
considera el proyecto de Felipe II como tal. Los hechos parecen demostrar, además, que se trataba
de un monarca extraordinariamente preparado, culto y hasta cierto punto dialogante.

En cualquier caso, el ambicioso y beligerante proyecto geopolítico de los Mayores tuvo la suficiente
trascendencia como para elevar el territorio hispánico a la primera potencia mundial de la época, si
bien las finanzas no siempre estuvieron de su parte, como veremos más adelante.

2.2. Política interior

Tras heredar el reino, el joven Carlos I de España encontró recelos entre los nativos al tratarse de un
príncipe extranjero que, además, se rodeaba de una élite flamenca ajena a la nobleza castellana. Al
comienzo de su reinado tuvo que lidiar contra la misma, que rechazaba su proyecto europeísta,
además de contra la revuelta de los comuneros en Aragón. Aquí se fusionaban, por un lado, la
endémica lucha de clases en la ciudad y en el campo típica de Aragón y, por otro, los intereses de la
nobleza castellana (agrupados en la Junta de los Trece y en la Junta Santa, respectivamente). El
resultado para ambos grupos será la represión del poder regio y la ejecución de los cabecillas de la
rebelión en 1521, además de una persecución especialmente cruenta contra los payeses mallorquíes.

En general, puede decirse que tras esta escalada de conflictos interiores el monarca asegura por la
fuerza su concepción del Estado y sienta las bases de los requisitos de sus nuevos adeptos. Carlos V
crea el más alto cargo de la jerarquía nobiliaria: los Grandes de España, donde estarán sus
principales adeptos (destacar las figuras de Juan de Austria y el Duque de Alba). 35 años más tarde,
encuentra en su hijo Felipe II un brillante continuador de sus valores conservadores y cristianos, con
una extraordinaria preparación y esta vez, rodeado de súbditos españoles. El príncipe Felipe no solo
heredaría este gran proyecto imperial, sino que también heredaría los conflictos exteriores y una
deficiente estructura financiera que lo llevaría a declarar la primera bancarrota del nuevo Estado.
Su reinado transcurre con relativa tranquilidad al principio, centrándose en garantizar la autonomía
de cada reino de la Corona pero manteniéndose indiscutiblemente a la cabeza del gran Estado. A
partir de 1568 comenzarían sus primeros problemas internos: la rebelión de los moriscos, las
intrigas (“Asunto Antonio Pérez”, que sirvió de pretexto para derogar los fueros aragoneses), la
lucha contra los focos de herejía protestante que le hicieron desplegar un aparato de censura y
control cultural que, en cierto modo, aisló a España del panorama intelectual exterior… etc.

La rebelión de las Alpujarras se produjo, principalmente, por los contactos de estos con los piratas
berberiscos que hacían estragos en el Mediterráneo y por la conflictividad social que generó la
prohibición progresiva de sus costumbres y la expropiación de sus tierras. Fueron vencidos por Juan
de Austria y deportados a otros lugares de la Corona.

2.3. Política exterior

Carlos V comienza una etapa de relaciones beligerantes con Francia, con las que mantuvo
numerosas disputas territoriales. Puso fin momentáneamente, en 1529, a este panorama con el Saco
di Roma, atacando el eslabón más débil de la alianza antiespañola (Inglaterra, Francia, Papado).
Paradójicamente, a partir de este punto las relaciones con el la Santa Sede mejoraron y estos,
gracias a los hábiles diplomáticos españoles, sancionaron la política exterior del Imperio Católico
de los Austrias.

Es en el marco de estas disputas cuando en 1521 Carlos V arrebata Navarra a Francia y queda
anexionada definitivamente a España. Los conflictos contra Francia seguirían con Felipe II y, tras
una rivalidad de casi un siglo, firmaría con Enrique de Borbón el Tratado de Vervins.

Quizá el conflicto que más ansiedad produjo a Carlos V fue la Reforma Luterana, en sus ansias por
unir a toda la cristiandad. Con las soluciones diplomáticas agotadas (Dieta de Wörms, de Spira…) y
con la Dieta de Augsburgo que permitió a los príncipes europeos escoger su propia religión,
convocó el Concilio de Trento (1545). En esta alianza, el monarca somete temporalmente a los
protestantes en la batalla de Mühlberg dos años después, pero fracasa en impedir la ruptura de los
fieles.

A este panorama se le suma el ascenso del sultanato turco de Solimán el Magnífico, cuyas huestes
de corsarios saquean el Mediterráneo y hacen estragos en las Plazas españolas del Norte de África,
llevando a cabo una guerra de desgaste con España. Ya con Felipe II en el trono, consiguieron
formar una alianza con el Papado (Liga Santa) debido al ataque que llevaron a cabo contra Venecia.
Los vencieron en la emblemática batalla de Lepanto (1571), cuyo espíritu de Cruzada le hizo ganar
al monarca bastante popularidad.

Sin embargo, Felipe II no cosecharía grandes éxitos en sus campañas contra ingleses y flamencos.
La consabida derrota de la Armada Invencible en 1588 en aguas inglesas supuso un duro golpe para
el Imperio Católico, que tuvo que aceptar durante mucho tiempo la hegemonía inglesa, disputada
otrora mediante provocaciones, piratería y persecuciones por parte de los anglicanos. Dos décadas
antes, en Flandes, la insurrección encabezada por la nobleza local fue duramente reprimida por el
Duque de Alba, que instauró el Tribunal de Sangre, al tiempo que Juan de Austria y Álvaro
Farnesio negocian hábilmente una tregua con las provincias del Sur, que aceptan la soberanía
española.

En suma, la herencia que dejarían estos dos gobernantes a Felipe III sería un precario equilibrio
imperial y geopolítico, amén de unas arcas estatales erosionadas por sus colosales campañas de
política exterior, que provocarían los vaivenes de la economía fluctuante que caracterizó el reinado
de los tres últimos Austrias.

3. Los Austrias Menores (1598-1700)

3.1. Discusión histórica

El siglo XVII transcurre con el reinado de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, reyes retratados como
personajes indolentes y en muchos casos incapaces. El rasgo más característico, aparte de los
cambios mencionados en el primer punto acerca del aparato estatal, es la aparición de los validos o
privados. Estos cargos “extraoficiales” fueron ganando peso con el tiempo debido a la progresiva
importancia del estamento nobiliario en el aparato estatal, que llegó a estar encabezado, de facto,
por verdaderos grupos de presión. Paradigmático es el caso de los duques de Lerma y de Uceda,
validos durante el gobierno de Felipe III y Felipe IV, que hicieron que el Estado alcanzara unas
cotas de corrupción y nepotismo jamás vistas.

Vicens-Vives defiende que la aparición de estas figuras supuso un varapalo al estamento real pero
que, paradójicamente, el poder estatal se volvió más eficiente que nunca. El rey perdió legitimidad
y, de facto, también potestad, pero en favor de estamentos como la alta nobleza o el alto clero, que
instrumentalizaron la corona para luchar a favor de sus intereses.

Es importante señalar, en este punto, el proyecto centralizador del Conde-Duque de Olivares, valido
durante la época de Felipe IV, como punto de inflexión que marca la decadencia irreversible de los
Austrias. Consciente del derroche llevado a cabo por los duques de Lerma y de Uceda, se propone
sanear la maquinaria estatal realizando las siguientes medidas: proteccionismo en el comercio,
impulso de la industria, reforma del ejército y unificación jurídica de todos los reinos peninsulares.

El proyecto despertó reacciones secesionistas en la mitad de siglo, frecuentemente apoyadas por


potencias extranjeras. Pasó en Portugal, en Andalucía y en Cataluña. Portugal conseguiría su
independencia durante el reinado de Carlos II, y el caso catalán lo veremos más adelante. Este
proyecto frustrado supuso la aparición del fenómeno del “neoforalismo”, que trajo la división de los
reinos peninsulares durante el reinado de Carlos II. Los validos del mismo, los duques de Oropesa y
Medinacelli, aprovecharon la coyuntura para enriquecer las tierras aragonesas, mientras que Castilla
recordaría esta época como una de las más tristes de su historia.

3.1. Política interior

El principal acontecimiento que marcó los conflictos interiores en este periodo fue la revolución
catalana. Cuando Felipe III decide expulsar a los moriscos (por razones políticas más que religiosas,
ya que seguían teniendo contactos con los berberiscos), se granjea la enemistad de los nobles
aragoneses, que tenían en ellos una rentable fuente de servidumbre. Tras unas décadas de relaciones
tensas, la oligarquía catalana consigue ganarse apoyos en la Francia de Richelieu.
El proyecto centralizador de Olivares anteriormente mencionado fue la gota que colmó el vaso, por
lo que la oligarquía aprovechó la opresión crónica de los payeses para encender los ánimos
revolucionarios. El día del Corpus de 1640 depusieron al virrey aragonés en una jornada que se
conoció como el Corpus de Sangre, y consiguieron la “independencia” durante diez años (más bien,
girar en la órbita francesa).

Finalmente, esta situación terminaría con la intervención militar de Juan José de Austria, y los
catalanes aceptan de nuevo la soberanía española a cambio de restaurar sus fueros y privilegios.

3.2. Política exterior

La política exterior está marcada por los conflictos con Francia, que terminaría por absorber a
España e incluirla en su órbita. La paz de Vervins de 1598 continúa haciendo sus efectos, y en el
marco de unas breves relaciones cordiales el Duque de Lerma concierta el matrimonio del aún
infante Felipe IV con Isabel de Borbón. Por otro lado, el mismo duque negocia con las provincias
de Flandes en una serie de vaivenes que, finalmente, darán como resultado la independencia de los
territorios centroeuropeos en las décadas posteriores.

La premisa principal era ocultar al exterior la decadencia política y económica de España. El Duque
de Uceda, experto en esta dinámica, propicia la participación de España en la Guerra de los Treinta
años (1618-1648) envalentonado por la llegada de remesas de plata americana.

En esta Guerra los Habsburgo intervienen a favor de Fernando II, el emperador de Austria, de otra
rama de su casa. A pesar de las victorias iniciales, la intervención de Richelieu en el conflicto deja a
las tropas españolas derrotadas en la batalla de Rocroi. La Paz de Westfalia, en la que España ni
siquiera interviene, sienta las nuevas bases del equilibrio geopolítico, haciendo quedar a la
Península en segundo plano.

Diez años más tarde, la derrota contra los franceses en Dunas da el golpe de gracia al ejército
español. Completamente humillado, firma la desventajosa paz de los Pirineos en la que, entre varias
concesiones territoriales, Felipe IV concierta el matrimonio de su hija con un Borbón, poniendo
definitivamente a España en la órbita francesa.

4. Retrato de la sociedad española durante los Austrias

4.1. Demografía y economía


Económicamente nos encontramos, en general, ante una sociedad con un nulo espíritu capitalista,
con monopolios estatales muy precoces y con un sistema financiero insalubre y tendiente a la
inflación: panorama que acabó de estallar en la terrible crisis del siglo XVII, con la proliferación de
pícaros y mendigos que constituyen el arquetipo literario de la época.

Demográficamente, por lo que sabemos, la sociedad que heredaron los Austrias Mayores contaba
con 7’5 millones de habitantes (estimación, puesto que los censos de la época eran esporádicos y
contaban los habitantes en función de “fuegos” u “hogares”) sujetos a un régimen demográfico
viejo. Dentro de sus parámetros, se experimentó cierto crecimiento demográfico y unas mejoras
agrícolas provocadas por el surgimiento de la demanda americana. Esto fue acompañado de una
notable expansión urbana, gozando la corona de Castilla de un 20-25% de concentración en estos
núcleos: Madrid, Sevilla, Valladolid y, en Aragón, Valencia y Barcelona.

En torno a esta nueva demanda surgieron las dos grandes metrópoli comerciales, Sevilla y Lisboa,
en las que el gobierno ejercía el monopolio del comercio americano mediante la Casa de
Contratación. Sin embargo, las iniciativas extranjeras más audaces y avanzadas tardaron poco en
arrebatar a España su hegemonía comercial., lo que coincidió además con el receso demográfico de
fines de siglo.

Castilla comenzó el receso en torno a 1590 debido a un ciclo de malas cosechas, hambre y
epidemias. Aragón, por su parte, comenzó a perder población por razones similares, a partir del
siglo XVII, coincidiendo con la expulsión de los moriscos y la inestabilidad social. Todos los
reinos, además, perdieron importante cantidad de población a causa de la emigración a las indias y
las pérdidas militares. Aunque hubo importantes excepciones (Canarias se mantuvo al margen de
esta dinámica, al igual que ciertos núcleos industriales aragoneses), la recuperación de esta
tendencia no se produciría hasta el siglo XVIII, viviéndose en todos los reinos situaciones de peste
y hambruna.

Más allá de los periodos de expansión y decadencia, la política económica de los Habsburgo se
reconoce como nefasta. La política exterior de Carlos V y Felipe II agotó las arcas del estado, en un
principio bien nutridas por las remesas de plata americana. Durante el siglo XVI, los esfuerzos de la
industria y la agricultura se centraron en abarcar este nuevo mercado, a costa de descuidar el
comercio Mediterráneo y Europeo, que fue absorbido por las potencias extranjeras que, al verse
fuertes, fagocitaron también la demanda indiana.

Perdida la hegemonía comercial de España, los Austrias menores tuvieron que lidiar también con
las deficitarias infraestructuras económicas y viarias que lastraban los reinos. Recurrieron a una
práctica ya realizada por Felipe II, la deflación monetaria: El vellón castellano de plata se hizo de
cobre, pero conservaba el mismo valor nominal. Por otro lado, los impuestos tradicionales se
subieron (millones y alcabalas) y se añadieron unos nuevos sobre una gran cantidad de productos.

La catástrofe monetaria llegó en 1680 con el reinado de Carlos II, en una de las peores crisis que
recuerda Europa: la agricultura tuvo que soportar un nuevo ciclo de malas cosechas y epidemias
(aparte de sus problemas endémicos) y tanto la industria como la artesanía sufrieron un varapalo
provocado por la hegemonía de los productos extranjeros, que hizo colapsar el tráfico mercantil.
Ante un panorama tan desolador y, con los reyes obsesionados en sus campañas exteriores, surge la
figura de los arbitristas, tratadistas de la época que propusieron soluciones a la nefasta situación de
España. Un ejemplo fue Feliú de la Penya que, durante el siglo XVII abogó por una reforma fiscal y
por un proyecto de repoblación en Castilla y Aragón, pero sin ninguna trascendencia ya que les era
imposible criticar los proyectos políticos de los monarcas que arruinaban el país. Solo cuando se
tocó fondo se llevaron algunas tímidas medidas de corte proteccionista, amparadas por el Conde de
Oropesa y por los nuevos industriales catalanes; quizá la primera piedra puesta en pos de la
recuperación económica que se experimentaría en el siglo siguiente.

4.2. La sociedad

En general, la dinámica de la sociedad española durante los siglos XVI-XVII sufre un proceso que
se ha llamado de “refeudalización”, con unas estructuras estamentales y con unos círculos de poder
fuertemente clientelizados. Fuera de la sociedad estamental y evidentemente marginados, estaban
los pícaros, los moriscos, mendigos, conversos… etc. La importancia de estos no es baladí, ya que
durante la crisis del siglo XVII se documentó de un 20 a un 40% de la población en situación de
pobreza fiscal. Pero nos centraremos en los principales estamentos.

La nobleza era el grupo privilegiado pero inusualmente numeroso (un 10% de la población), debido
a la cantidad de situaciones prenobiliarias (caballeros, hidalgos, señoríos de villas…). Su renta se
percibía, por lo general, en especie, sorteando así las fluctuaciones de la economía monetaria.
Durante el siglo XVII la dinámica a seguir fue la de concentrar un enorme poder, pero también la de
ayudar forzosamente a la monarquía con lo que, si a esto le sumamos los cuantiosos gastos de
suntuosidad cortesana, su patrimonio no siempre se traducía en liquidez. Los monarcas se
aseguraron de controlarlos emitiendo varios títulos nuevos cada año y blindando el mayorazgo, por
lo que fueron el principal apoyo de estos.

La nobleza del bajo imperio se caracterizó por una gran sed de acumulación de títulos y por estar
fuertemente endeudados. Durante esta época solo la aristocracia tuvo cierto prestigio, ya que se
había recurrido a elevar a las clases urbanas a esta condición y que, por lo tanto, la condición había
sido agotada y degradada.

El clero, por su parte, desde el siglo XVI constituyó una sociedad cerrada en sí misma, con unas
fuentes de ingresos basadas en la tenencia de tierras, en los diezmos y en las donaciones de los
fieles. El alto clero, en tácita alianza con el poder real, se beneficiaba del patronato regio y
constituía un grupo privilegiado de gran importancia en los círculos de poder. El bajo clero en
cambio tenía su extracción social en las clases pobres, y paralelamente las órdenes religiosas
(jesuitas, cartujos, mendicantes…) las órdenes ganaban adeptos, pero se centraban en otros
menesteres.

La evolución de este estamento durante el siglo siguiente fue análoga a la de la nobleza: servía de
bastión a los segundones de la nobleza que ocupaban los mejores cargos y se beneficiaban del
amparo de la monarquía. La muestra: el número de clérigos, en términos absolutos, aumentó un
50% respecto al siglo anterior.
Las clases medias urbanas (artesanos, comerciantes…) sufrieron un grave golpe durante la
decadencia del imperio. Caló entre los más privilegiados cierto “filisteísmo provinciano” que les
hacía despreciar el trabajo manual y se alinearon con la nobleza, aspirando a cargos de burócratas
menores o haciendo carrera en abogacía. Los gremios y los trabajadores fueron utilizados por la
administración para que velasen por los intereses del estado (reclutamiento, impuestos…) y
perdieron su autonomía.

Por su parte, el campesinado se dividía en campesinos propietarios y en jornaleros o individuales


sujetos a régimen de señorío. La mayoría de los primeros se arruinaron, y sobre los segundos recayó
una presión fiscal y señorial que los endeudó y dejó el campo peninsular sumido en la miseria.
ANEXO: DOCUMENTAL DECADENCIA DE LOS AUSTRIAS

La sucesión de matrimonios endogámicos entre los Habsburgo con la finalidad de conservar el


territorio imperial culminó en Carlos II el Hechizado. Si bien esto funcionó, el Imperio de puertas
para adentro languidecía en salud, al igual que el monarca, enfermo social y económicamente.
Carlos II se crió en una corte decadente de enanos y meninas.

La salud del monarca hizo que la sucesión se convirtiese en un asunto de Estado, en el que se
involucraron las distintas potencias europeas. La Francia de Luis XIV preparó sus argumentos hacia
los derechos de sucesión del trono hispánico.

Las decisiones en los primeros años de Carlos corrió a cargo de su madre, Mariana de Austria. En
un ambiente cada vez más tenso, la regente tuvo que soportar humillaciones como la marcha de los
soldados franceses por Flandes, la independencia de Portugal y la transformación del Palacio en un
feudo de la nobleza. Mariana de Austria solo pudo apoyarse en su confesor, Juan Erevardo Nithard
(facción jesuita), al que elevó al cargo de Inquisidor General. Nithard ejerció la política sin ser
político, haciendo prohibir las representaciones teatrales y cerrando los corrales de comedia, como
deseaba un poderoso sector de la Iglesia.

Juan José de Austria (Hijo de Felipe IV con la actriz de comedias María Calderón, La Calderona),
conocedor del alma popular, capitalizó una respuesta contra el puritanismo de Nithard. Don Juan
José, apodado El Bastardo, ganó gran prestigio militar capitaneando la rendición de Barcelona tras
doce años de dominio efectivo francés. Frustrado por ser apartado del Consejo de Gobierno, Juan
José de Austria llevaría a cabo una continua labor de conspiración.

Dado su prestigio militar, JJ Austria marcha por Madrid (posiblemente, el primer golpe militar de la
Edad Moderna) logrando destituir a Nithard. Se empiezan a forjar dos facciones claras en el seno de
la Corte, mientras que Mariana de Austria, elige ahora como depositario de su confianza a un
arribista. Valenzuela, bautizado por la sátira popular como El Duende de Palacio.

Carlos II es nombrado rey cuando cumple 14 años, con este panorama de fondo. En 1677, unos
militares capitaneados por Grandes de España resentidos por el ascenso social de Valenzuela, toman
el palacio del Escorial y apresan a Valenzuela. Esto, junto con las presiones continuas de Juan José
el Bastardo, hicieron al rey decretar el exilio del Duende a Filipinas. Juan José de Austria vuelve a
marchar por Madrid a la arenga de “Viva el rey, muera el mal gobierno”. El apoyo popular que
consigue el Bastardo, provoca que Mariana se refugie en el Alcázar de Toledo.

El rey cumple 18 años y se orquesta su matrimonio con María Luisa de Orleans, mientras que Juan
José de Austria se encuentra en un aprieto: la subida del precio de los alimentos durante el periodo
de su validez. Sin apoyos, el Bastardo vislumbraba su final. El turno de influir sobre el rey le tocaba
al Partido francés a través de su boda con la infanta de Orleans, sobrina del Rey Sol. Luis XIV no
perdía detalle de todo lo que pasaba en la Corte madrileña a través de sus embajadores.

Esto fue posible gracias a la pérdida definitiva de la hegemonía española en el panorama mundial,
tras la Paz de 1678, que puso fin a la guerra franco-española (y más potencias), con humillantes
condiciones para España. En 1679 se celebra, por fin, la boda de Carlos II con María Luisa de
Orleans. La llegada de esta tampoco supuso una alegría en la Corte, en la que su conducta chocó
con la rigidez, la austeridad y el puritanismo de los Austrias. La mirada estaba puesta sobre el
hipotético hijo entre ambos, al menos para aliviar la tensión constante que producía anticipar otro
conflicto sucesoria.

Por otro lado, la herencia económica y monetaria de Felipe IV fue nefasta. A pesar de que los
intentos de Medinacelli, Oropesa y el propio Juan José de Austria consiguieron mejorar, dentro de
sus límites, el grave problema del fraude fiscal. El problema económico de Castilla y Andalucía era
endémico: una Corte Moderna que exigía enormes cantidades de capital y un sistema productivo
anclado en el feudalismo. Hambre, pestes y huída a las ciudades, donde proliferó la picaresca y la
mendicidad.

Paradójicamente, en la periferia de la Meseta se produce cierta recuperación económica en torno a


nuevos sectores: maíz, lino (Galicia), siderurgia (Euskadi) y el cultivo del arrozal, la vid y los
frutales en la franja levantina. La sede de las relaciones comerciales con las Indias pasó a Cádiz, lo
que provocó la entrada en el mismo de Aragón (antes reservado a Castilla) y, progresivamente,
Francia. Las dificultades para mantener el monopolio llevaron a ceder el comercio de Indias a las
otras potencias, malgastando el gran influjo de metales preciosos que llegaba de América.

El rey, por su parte, tuvo que enfrentarse a dos grandes problemas:la revuelta de los Barretines
(1687-1689) y el problema de las Segundas Germanías (1693) en Alicante; este último alargado y
fundido con la Guerra de Sucesión.

La muerte prematura de Maria Luisa de Orleans, a los 27 años, llevó a concertar su segundo
matrimonio con Mariana de Neoburgo. Para llegar a España tuvo que sortear a la Armada Francesa,
que tenía órdenes de apresarla. Esta consiguió, con su fuerte carácter y marcados intereses políticos,
anular a Carlos II e imponer sus prerrogativas. Siendo ya de dominio público la incapacidad del rey
para concebir, en Europa se postulan dos candidatos de sucesión al trono español: el archiduque
Carlos de Austria, de otra rama de los Austrias. Y el candidato francés era Felipe de Anjou,
emparentado con Carlos II al ser hijo de su hermana.

Finalmente, Carlos II fallece nombrando sucesor en su testamento a Felipe de Anjou, futuro Felipe
V de Borbón.

El balance general del reinado de Carlos II establece que, si bien el rey mostró momentos de lucidez
y buena voluntad, fue incapaz de mantener una posición definida frente a la continua injerencia
francesa, al endémico atraso del campo y a una nobleza tan depredadora como improductiva.

Como hemos dicho, en las zonas manufactureras y comerciales la crisis del siglo XVII no fue tan
cruenta a nivel de abastecimientos: la peor parte se la llevó el campo. Principales conflictos:

- Revuelta de los Barretines (1687-1689): provocada por las consecuencias de la Paz de Ratisbona,
que convertía el flanco catalán en el campamento base de las tropas francesas. Se estima que miles
de soldados franceses se alojaron en los propios hogares de las clases populares. A este descontento
popular hemos de sumarle la terrible plaga de langostas que asoló el campo aragonés durante tres
años, destruyendo el 70% de las cosechas. Sin embargo, lo que comenzó como una rebelión de
carácter antiseñorial, estas reivindicaciones populares pasaron al segundo plano al entrar la Guerra
de la Liga de los Habsburgo.
- Segunda Germanía (Alicante): Conflicto en cuya raíz está la expulsión de los moriscos de
principios de siglo. En general, puede decirse que fue capitalizada por campesinos acomodados que
llenaron el vacío que dejaron los moriscos en tierras señoriales. Los nuevos tratos acordados para
ocupar las tierras produjeron conflictos con la nobleza local, aunque continuaban de fondo las duras
condiciones impuestas a los jornaleros y a los proletarios.

La rebelión se expresó a través de pleitos contra los señores, evocando los derechos concedidos a
los villanos por los reyes medievales, amén de algunos estallidos de violencia. El movimiento
consiguió sofocarse rápidamente, pero el advenimiento de la Guerra de Sucesión hizo que los
germanistas “renacieran” amparados por la figura del archiduque Carlos.

- Motín de los Gatos (aka Motín de Oropesa): Motín de subsistencia típico del Antiguo Régimen.
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