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HISTORIAS

CORTAS
Recurso para mi historieta

Grupo TIC
Vivamos plenamente el presente

Un hombre se le acerco a un sabio anciano y le dijo:


– Me han contado que eres muy sabio. Por favor, ¿qué cosas haces
como sabio que no podamos hacer los demás?
El anciano le contestó:
– Bueno, cuando como, simplemente como; duermo cuando estoy
durmiendo, y cuando hablo contigo, solo hablo contigo.
El hombre lo miró con asombro y le dijo:
– Pero yo también puedo hacer esas cosas y no por eso soy un sabio.
– Yo no lo creo así -replicó el anciano. – Cuando duermes, recuerdas
los problemas que tuviste durante el día, o te preocupas por los que
podrás tener al levantarte. Cuando comes, estás pensando en qué
harás después. Mientras hablas conmigo, estás pensando en qué vas
a preguntarme o cómo vas a responderme antes de que termine de
hablar.
Moraleja: El secreto es estar consciente de lo que estamos haciendo
en el momento presente, y así podremos disfrutar de cada minuto de
nuestra maravillosa vida.
Las dos ranas

En un bosque lejano, un grupo de ranas paseaba por el bosque


cuando de pronto dos de ellas cayeron por accidente en un profundo
hoyo. Pensando en que sería imposible salvarlas, las demás ranas les
dijeron a sus desafortunadas compañeras que no se esforzaran pues
ya no podrían salir de ahí.
Las dos ranas no hicieron caso y saltaron lo más fuerte que pudieron
para salir del hoyo. Afuera, las ranas seguían insistiendo en que sus
esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas prestó atención a lo que las demás le
decían y se rindió. Terminó por desplomarse del cansancio y murió.
La otra rana continuó saltando con todas sus fuerzas, mientras las
ranas le hacían señas y seguían gritando para que dejara de sufrir,
pues pensaban que no tenía caso seguir luchando. La rana siguió
saltando cada vez más alto hasta que por fin logró salir del hoyo.
Cuando salió, las demás ranas la miraron sorprendidas y le dijeron:
“Nos da gusto que hayas logrado salir de ahí después de todo lo que
te dijimos”.
La rana, confundida, les explicó que era parcialmente sorda, por lo
que no podía escuchar muy bien de lejos y que pensó que las demás
la estaban animando a esforzarse para salir del hoyo.
Moraleja: Las palabras tienen un peso muy grande en las personas.
Una palabra de ánimo a una persona que se siente desanimada o
preocupada puede motivarla a levantarse y seguir luchando. En
cambio, una palabra dañina a alguien que se encuentra triste o
desesperado puede terminar destruyéndolo. Debemos tener
cuidado con lo que decimos y aconsejamos. Recuerda que una
persona especial es aquella que se da tiempo para ayudar a quien lo
necesite.

El árbol de manzanas

Hace muchos años existió un árbol de manzanas donde un pequeño


niño solía jugar. Él le tenía un gran amor, pues podía treparlo, le daba
sombra y alimento. Pero con el paso del tiempo, el pequeño creció y
nunca volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día, el muchacho
regresó y escuchó que el árbol le dijo:
– Estoy muy triste, juega conmigo.
Pero el muchacho le respondió:
– Ya no soy el mismo niño que solía jugar en el árbol. Ahora quiero
juguetes y necesito dinero para comprarlos.
– Lo siento -dijo el árbol-. No tengo dinero, pero puedes tomar mis
manzanas y venderlas. De esta manera tendrás dinero para tus
juguetes.
El muchacho se sintió muy feliz y procedió a cortar las manzanas, las
vendió y obtuvo el dinero. Entonces, el árbol fue feliz de nuevo. Pero
el muchacho no volvió después de la venta de las frutas, por lo que el
árbol volvió a estar triste. Tiempo después, el muchacho -ahora todo
un hombre- regresó y el árbol se alegró de verlo. Le dijo:
-¿Vienes a jugar conmigo?
-No tengo tiempo para jugar -le contestó -Debo trabajar para mi
familia, pues necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Podrías
ayudarme?
El árbol respondió:
-No tengo una casa para ti, pero puedes cortar mis ramas y construir
una con mi madera.
El hombre cortó todas las ramas del árbol y, a pesar del sacrificio, esto
hizo feliz al árbol. Sin embargo, después de haber construido su casa,
el hombre no volvió y el árbol volvió a sentirse triste y solitario.
Un cálido día de verano el hombre regresó y el árbol preguntó con
alegría:
-¿Jugarás conmigo?
-No. Estoy triste pues me estoy volviendo viejo. Quiero un bote para
navegar y descansar. ¿Podrías darme uno?
El árbol contestó:
-No tengo un bote, pero puedes usar mi tronco para que construyas
uno y así puedas navegar y ser feliz.
El hombre cortó el tronco y construyó su bote donde navegó por un
largo tiempo. Después de muchos años, finalmente regresó con el
árbol, pero este, preocupado, le dijo:
-Lo siento, ya no tengo nada que darte. No puedo darte sombra,
manzanas ni madera.
El hombre respondió:
-Yo no tengo dientes para morder ni fuerza para escalar. También
estoy viejo.
-Realmente no puedo darte nada -dijo el árbol con tristeza en sus
palabras-. Lo único que me queda son mis raíces.
-Yo no necesito mucho en este momento, solo un lugar para
descansar -contestó el hombre-. Las viejas raíces de un árbol son el
mejor lugar para recostarse después de tantos años.
El hombre se sentó junto a las raíces del árbol, y el árbol volvió a ser
feliz.
Moraleja: Esta podría ser la historia de todos nosotros. El árbol son
nuestros padres. Cuando somos jóvenes, amamos a papá y mamá, y
jugamos con ellos. Cuando crecemos, solemos olvidarlos y solo
regresamos a ellos cuando necesitamos algo o estamos en
problemas. Pero no importa lo que nos agobie, ellos siempre están
allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Quizás hayas
pensado que el muchacho de la historia fue cruel contra el árbol, pero
así somos muchos de nosotros. Valoremos a nuestros padres mientras
los tenemos a nuestro lado, y si ya no están en este mundo, haz que
la calidez de su amor viva siempre en tu corazón.

¡Suelta el vaso!

Durante una sesión grupal, un psicólogo tomo un vaso de agua y lo


mostró a los demás. Mientras todos esperaban la típica reflexión de
‘¿este vaso está medio lleno o medio vacío?’, el psicólogo les
preguntó:
-¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas variaron entre los 200 y 250 gramos. Pero el psicólogo
respondió:
-El peso total no es lo importante. Más bien, depende de cuánto
tiempo lo sostenga. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo
sostengo una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo durante un día
entero, mi brazo se entumecerá y se paralizará del dolor. El peso del
vaso no cambia, siempre es el mismo. Pero cuanto más tiempo lo
sostengo en mi mano, este se vuelve más pesado y difícil de soportar.
Y continuó:
– Las preocupaciones, los rencores, los resentimientos y los
sentimientos de venganza son como el vaso de agua. Si piensas en
ellos por un rato, no pasará nada. Si piensas en ellos todos los días, te
comienzan a lastimar. Pero si piensas en ellos toda la semana, o
incluso durante meses o años, acabarás sintiéndote paralizado e
incapaz de hacer algo.
Moraleja: ¡No olvides soltar el vaso! No permitas que el peso de las
emociones negativas haga que tu vida se vuelva más difícil. Este peso
solo te estará frenando de continuar con tu camino y ser feliz.
El miedo del gran león

En una vasta sabana africana, un león vagaba perdido. Tenía más de


veinte días deambulando alejado de su manada, por lo que el hambre
y la sed estaban acabando con su vida. Por suerte, encontró un lago
de agua fresca y cristalina. Emocionado, el león corrió hacia él para
beber y calmar su sed, y con esto poder continuar buscando a su
familia.
Pero al acercarse, vio el rostro de un león en las aguas y pensó:
-¡Qué lástima! Este lago le pertenece a otro león.
Aterrorizado, huyó del lugar sin beber una gota de agua. Pero la sed
cada vez era mayor y el león sabía que si no bebía agua moriría. Al día
siguiente, se armó de valor y volvió al lago. Igual que el día anterior,
volvió a ver el rostro en el agua y, víctima de su pánico, se fue
corriendo sin beber.
Y así pasaron los días. El león volvía al lago y huía cuando veía al otro
león. Pero un día, cansado de escapar, se armó de valor y finalmente
comprendió que moriría pronto si no se enfrentaba a su rival. Tomó la
decisión de beber agua sin importar lo que pasara. Se acercó al lago
con determinación, pero cuando metió su cabeza para beber, su rival
desapareció. ¡Era su reflejo en el agua lo que había estado
observando todo este tiempo!
Moraleja: La mayoría de nuestros miedos y temores son imaginarios.
Pero cuando nos atrevemos a enfrentarlos, estos desaparecen. No
permitas que tus pensamientos te dominen y te impidan avanzar para
vivir plenamente.

El paquete de galletas

Una señora que debía viajar a una ciudad cercana llegó a la estación
de tren, donde le informaron que este se retrasaría aproximadamente
una hora. Molesta, la señora compró una revista, un paquete de
galletas y una botella de agua. Busco una banca y se sentó a esperar.
Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a
leer el periódico. Sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el
paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comer. La señora se
molestó; no quería ser grosera pero tampoco permitiría que un
extraño se comiera su comida. Así que, con un gesto exagerado, tomó
el paquete, sacó una galleta y se la comió mirando al joven con enojo.
El joven, tranquilo, respondió tomando otra galleta, y sonriéndole a la
señora, se la comió. La señora no podía creerlo. Furiosa, tomó otra
galleta, y con visibles muestras de enojo, se la comió mirándolo
fijamente.
La actuación de miradas de fastidio y sonrisas continuó entre galleta
y galleta. La señora estaba cada vez más irritada y el joven cada vez
más sonriente. Finalmente, ella notó que solo quedaba una galleta.
Con paciencia, el joven tomo la galleta y la partió en dos. Con un
gesto amable, le dio la mitad a su compañera de almuerzo.
-¡Gracias! -respondió, arrebatándole la galleta al joven.
Finalmente, el tren llegó a la estación. La señora se levantó furiosa y
subió al vagón. Desde la ventana, vio que el joven continuaba sentado
en el andén y pensó “Qué insolente y maleducado. ¡Qué será de
nuestro mundo a cargo de esta generación tan grosera!”.
De pronto sintió mucha sed por el disgusto. Abrió su bolso para sacar
la botella de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su
paquete de galletas intacto. Todo este tiempo, ¡el joven le estuvo
compartiendo sus galletas! Apenada, la señora quiso regresar para
pedirle disculpas pero el tren ya había partido.
Moraleja: ¿Cuántas veces nuestros prejuicios y decisiones
apresuradas nos hacen cometer errores y despreciar a los demás?
Nuestra desconfianza hace que juzguemos a otras personas,
catalogándolas en estereotipos o colocándolas dentro ideas
preconcebidas y alejadas de la realidad. Por lo general, nos
inquietamos por sucesos que no son reales y nos atormentamos con
problemas que quizás nunca ocurran.

HISTORIAS CORTAS DE PAVURA

1. Golpes en el coche
Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres, viajaban por
carretera hacia [....] cuando el coche se les averió. Los padres salieron a
buscar ayuda y, para que los niños no se aburrieran, les dejaron con la
radio encendida. Cayó la noche y los padres seguían sin volver cuando
escucharon una inquietante noticia en la radio: un asesino muy peligroso
se había escapado de un centro penitenciario cercano a [....] y pedían
que se extremaran las precauciones.

Las horas pasaban y los padres de los niños no regresaban. De pronto,


empezaron a escuchar golpes sobre sus cabezas. “Poc, poc, poc”. Los
golpes, que parecían provenir de algo que golpeaba la parte de arriba
del coche, eran cada vez más rápidos y más fuertes. “POC, POC, POC”.
Los niños, aterrados, no pudieron resistir más: abrieron la puerta y
huyeron a toda prisa.
Solo el mayor de los niños se atrevió a girar la cabeza para mirar qué
provocaba los golpes. No debería haberlo hecho: sobre el coche había
un hombre de gran tamaño, que golpeaba la parte superior del vehículo
con algo que tenía en las manos: eran las cabezas de sus padres.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].

2. Yoduloso
Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de jóvenes que,
durante una excusión, se perdió. Tras varias horas perdidos, encontraron
a un hombre solitario: llevaba un hacha a la espalda y no les daba buena
espina, pero, desesperados, le preguntaron cómo se llegaba al pueblo.
A pesar de la primera impresión, el hombre resultó ser superagradable:
les dijo que se llamaba Yoduloso y los acompañó hasta el pueblo, donde
se despidió. Antes, se hizo una foto junto a los jóvenes.

El grupo de jóvenes contó en el pueblo que el hombre que los había


llevado hasta allí se llamaba Yoduloso, pero los vecinos de la localidad
dijeron que aquello era imposible. El único Yoduloso que había habido
en el pueblo falleció hace más de 100 años, y murió de una forma
horrible: un grupo de niños jugaba a la pelota y se le escapó, y Yoduloso
fue a por ella. Llevaba un hacha en la mano y tuvo la mala suerte de
tropezar y cortarse su propia pierna. Murió desangrado.

Los jóvenes escucharon incrédulos y pensaron que, incluso a pesar de


las coincidencias del nombre y de que aquel señor también llevaba un
hacha, era imposible que se trata de la misma persona. Sin embargo,
cuando revelaron aquella foto que se habían hecho al llegar al pueblo,
se percataron de algo que les hizo cambiar de parecer: Yoduloso había
desaparecido de la fotografía.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].

3. Manitou
Hace muchísimos años venía a los campamentos un joven llamado
Manitou. Debido a su mal comportamiento, fue expulsado del
campamento, y decidió vengarse. Durante toda la eternidad: aunque
esto ocurrió hace muchísimo tiempo, Manitou sigue visitando los
campamentos. Podemos saber que está cerca porque antes de su
llegada puede escucharse un sonido similar al de un tambor.
En ocasiones, al despertar, algunos niños se han dado cuenta de que les
habían dibujado en la frente, o por el cuerpo, una letra M en color roja.
Está pintada con sangre.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento.


Según explican, esta historia va seguida de una noche de sustos para los
niños de los campamentos: los monitores pueden dibujar una “M” cerca
de las tiendas o simular el ruido de un tambor].

4. El loco bajo la cama


Esta es la historia de una joven de [....], llamémosla Sara. De pequeña,
Sara tenía miedo a la oscuridad, hasta que adoptó a un perro que le
hacía compañía. Durante años, Sara dormía tranquila porque sabía que
bajo la cama estaba su perro, y si tenía miedo solo tenía que extender la
mano: entonces, el perro empezaba a lamerla hasta que se quedaba
dormida.

Así pasaron los años y Sara se hizo adulta. Una noche, en la radio,
escuchó que cerca de [....] estaba en busca y captura un asesino muy
peligroso. Sara, acompañada de su perro, no tenía miedo: se metió en
la cama, extendió la mano hacia el borde y el perro, como todas las
noches, empezó a lamerla.

Durmió del tirón y, al despertar, le sorprendió que el perro no se hubiera


cansado de lamerle la mano en toda la noche. O eso creía: al abrir los
ojos, encontró al perro muerto sobre el suelo de la habitación. Bajo la
cama, un hombre seguía lamiéndole la mano.

[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].

5. El desafío del cementerio


Varias adolescentes habían ido a pasar la noche en casa de una amiga,
aprovechando que sus padres estaban de viaje. Cuando apagaron las
luces se pusieron a hablar de un viejo al que acababan de enterrar en un
cementerio cercano. Se decía que lo habían enterrado vivo y que se le
podía escuchar arañando el ataúd, intentando salir.

Una de las chicas se burló de aquella idea, así que las otras la desafiaron
a que se levantara y fuera a visitar la tumba. Como prueba de que había
ido, tenía que clavar una estaca de madera sobre la tierra de la tumba.
La chica se fue y sus amigas apagaron la luz otra vez y esperaron a que
volviera.
Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de su amiga. Se
quedaron en la cama despiertas, cada vez más aterradas. Llegó la
mañana y la chica no había aparecido. Aquel mismo día, los padres de
la chica regresaron a casa y, junto al resto de padres, acudieron al
cementerio. Encontraron a la chica tirada sobre la tumba… Muerta. Al
agacharse para clavar la estaca en el suelo, había pillado también el bajo
de su falda. Cuando intentó levantarse y no pudo, creyó que el viejo
muerto la había agarrado. Murió del susto en el acto.

6. “¿Has subido a ver a los niños?”


Una adolescente está cuidando por primera vez a unos niños en una casa
enorme y lujosa. Acuesta a los niños en el piso de arriba, y, cuando
apenas se ha sentado delante de la televisión, suena el teléfono. A juzgar
por su voz, el que llama es un hombre. Jadea, ríe de forma amenazadora
y pregunta: “¿Has subido a ver a los niños?”.

La canguro cuelga convencido de que sus amigos le están gastando una


broma, pero el hombre vuelve a llamar y pregunta de nuevo: “¿Has
subido a ver a los niños?”. Ella cuelga a toda prisa, pero el hombre llama
por tercera vez, y esta vez dice: “¡Ya me he ocupado de los niños, ahora
voy a por ti!”.

La canguro está verdaderamente asustada. Llama a la policía y denuncia


las llamadas amenazadoras. La policía pide que, si vuelve a llamar,
intente distraerle al teléfono para que les de tiempo a localizar la
llamada.

Como era de esperar, el hombre llama de nuevo a los pocos minutos. La


canguro le suplica que la deje en paz, y así le entretiene. Él acaba por
colgar. De repente, el teléfono suena de nuevo, y a cada timbrazo el tono
es más alto y más estridente. En esta ocasión, es la policía, que le da una
orden urgente: “¡Salga de la casa inmediatamente! ¡Las llamadas vienen
del piso de arriba!”.

7. Un cadáver en la cama
Un grupo de amigas había decidido ir a [...] para pasar unos días. Se
registraron en el hotel y subieron a su habitación a dejar el equipaje,
pero notaron un olor peculiar, como si se les hubiera olvidado sacar la
basura o no hubieran tirado de la cadena del váter. Sin embargo, todo
parecía estar en orden, así que se fueron y no volvieron hasta la última
hora de la noche.
El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi
insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento para que
localizara su origen. La persona que les mandaron miró debajo de las
camas, dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las
ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final,
limpiaron la habitación con generosas cantidades de productos
perfumados, pusieron la ventilación al máximo y desearon las buenas
noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el momento,
enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la cama. Una
de ellas escondió la cartera debajo del colchón, como acostumbraba a
hacer en los hoteles.

Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos de sol


entraban ya en la habitación, caldeándola en extremo. El hedor seguía
presente y más potente que nunca. Una de las mujeres, ya bastante
irritada, volvió a llamar al departamento de mantenimiento para
quejarse. Luego llamó al director del hotel para quejarse un poco más.
Un pequeño ejército de personal de dirección y mantenimiento se
presentó en breve, y una vez más, rebuscaron por todas partes sin
resultado. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el olor era
inaguantable, así que dirección ofreció cambiar a las amigas de
habitación.

Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que
había escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que
parecía sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de
encima de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del
somier, había un hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado
en la habitación y el asesino lo había escondido entre el colchón y el
somier. Había recortado una parte de los muelles del somier para que el
cuerpo no formara un bulto en la cama.

8. La mano huesuda
Una niña de siete años se había quedado con su abuela en su pequeño
piso porque sus padres se habían ido al cine. Todo fue normal, cenaron
y se rieron un rato charlando juntas. A las diez de la noche, la abuela se
puso a hacer labores de costura, y la niña se puso a ver la tele, pero de
repente a la abuela le entró una sed increíble, y le dijo a su nieta si le
podía traer un vaso de agua.

-Está oscuro -dijo la niña.


-No temas, sigue el pasillo, que justo al lado de la puerta del baño hay
un interruptor.

La niña se decidió, y al entrar al pasillo no veía nada porque estaba muy


oscuro, por lo que se arrimó a una pared y fue palpando y tanteando a
ciegas en busca de un interruptor. Al seguir andando y llegar al marco
de la puerta del baño, se paró y siguió tanteando, y de repente notó
como una mano huesuda intentaba arrastrarla a la oscuridad del baño.
La niña logró apartarse y fue llorando a su abuela. Desde entonces, la
niña está en tratamiento psicológico. ¿Que pasó, si solo estaban ellas
dos en la casa y la abuela estaba en el salón cosiendo?

9. ¿Quién apagó las psicofonías?


Lo que me dispongo a relatar es absolutamente verídico y relativamente
reciente, me ocurrió a mí hace aproximadamente seis meses. A mí el
mundo del espiritismo, las psicofonías y demás me produce mucha
curiosidad, pero a la vez me asusta.

Un compañero de clase me proporcionó un CD que tenía grabadas


algunas psicofonías. Mi hermano me propuso llevarme un portátil para
escuchar el CD mientras se duchaba, y así lo hicimos. Antes de escuchar
la primera psicofonía una voz presentaba el CD y hacía una advertencia:
“Nunca lo escuchen a oscuras”. En ese momento, para asustar a mi
hermano, apagué la luz del cuarto de baño y él gritó: “¡Enciende la luz!”.
Cuando la encendí, el disco ya no sonaba. Alguien le había dado al stop.
Yo no fui, de eso estoy seguro porque tenía el dedo en el interruptor de
la luz, y mi hermano tampoco, estaba dentro de la bañera y a más de dos
metros del portátil. ¿Quién apagó las psicofonías? No lo sé, y no estoy
seguro de querer saberlo.

10. Ven a jugar conmigo


Hace un tiempo, una amiga mía y yo decidimos hacer espiritismo por
primera vez, ya que nunca antes nos habíamos atrevido a hacerlo.
Llamamos a otras dos amigas para que nos acompañaran, ya que a mí
me habían dicho que probablemente con solo dos personas sería más
difícil que pasara algo. Nos costó trabajo convencerlas, pero al final
cedieron. Lo preparamos todo y, un poco asustadas, comenzamos a
hacer la ouija.

Durante la sesión, una de las compañeras a las que habíamos llamado


dijo: “Yo me voy de aquí, menuda tontería esta de la ouija”. Nosotras nos
asustamos un poco y decidimos dejarlo para otro momento.
Al cabo de unos días, la compañera que se había ido me llamó
aterrorizada, diciéndome que, de camino a casa después de haber ido
a estudiar a la biblioteca, al pasar por delante de una casa en ruinas que
hay cerca de su hogar, una niña vestida de blanco le había pedido que
jugara con ella. Mi amiga le dijo que no podía ya que tenía prisa por
llegar a su casa, y acto seguido, la niña comenzó a llorar con lágrimas de
sangre. Mi amiga salió de allí corriendo y al llegar a casa fue cuando me
llamó. Hasta ahí fue lo que me contó mi amiga. En un principio me lo
tomé a broma, pero algo me hacía pensar que mi amiga hablaba muy
en serio.

En mi habitación comencé a darle vueltas al asunto y me acordé del día


en que habíamos hecho espiritismo y de las malas maneras con las que
mi amiga se había retirado. Pensé que no tendría nada que ver y me
dormí. Al día siguiente esa misma amiga me llamó porque iba a
quedarse sola en casa estudiando y tenía miedo, así que decidí
acompañarla ya que yo tenía también que estudiar. Cogí un autobús y,
ya en su casa, nos pusimos a estudiar. De repente, oímos a nuestra
espalda un ruido como de arañazos. Las dos miramos y comprobamos
horrorizadas que la niña que ella me había descrito estaba sentada sobre
la cama de mi amiga, arañando la pared. Salimos corriendo de la
habitación y al llegar a la puerta observé que mi amiga no estaba, pero
yo estaba demasiado asustada para esperarla.

Un rato después, la policía llamó a mi casa informándome de que mi


amiga había muerto de un ataque de asma. La habían encontrado en las
escaleras de su casa, con una expresión de terror en su cara. Yo estuve
en tratamiento psiquiátrico unos meses y ya me estaba recuperando,
pero el otro día, en mi buzón apareció una nota escrita con letra de niña
pequeña que decía: “Tu amiga murió por no jugar conmigo. Tengo una
muñeca nueva…”. Yo creo que es una broma, ya que nuestra historia se
ha hecho bastante popular en el pueblo, pero por otra parte tengo
miedo… ¿vendrá a por mí?

11. La cosa
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban mucho
tiempo juntos. En esa noche en particular estaban sentados sobre una
valla cerca de la oficina de correos hablando sobre nada en particular.

Había un campo de nabos enfrente de la carretera. De repente vieron


algo arrastrarse fuera del campo y ponerse en pie. Parecía un hombre,
pero en la oscuridad resultaba difícil saberlo a ciencia cierta. Luego
desapareció. Pero pronto apareció de nuevo. Se acercó hasta la mitad
de la carretera, en ese momento se dio la vuelta y regresó al campo.

Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados a ese
punto Ted y Sam sentían miedo y comenzaron a correr. Pero cuando
finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban comportando como
unos bobos. No estaban seguros de lo que les había asustado. Por lo
que decidieron volver y comprobarlo.

Lo vieron muy pronto, porque venía a su encuentro. Llevaba puestos


unos pantalones negros, camisa blanca y tirantes oscuros. Sam dijo:
“Intentaré tocarlo. De ese modo sabremos si es real”.

Se acercó y escudriñó su rostro. Tenía unos ojos brillantes y maliciosos


profundamente hundidos en su cabeza. Parecía un esqueleto. Ted echó
una mirada y gritó, y de nuevo él y Sam corrieron, pero esta vez el
esqueleto los siguió. Cuando llegaron a casa de Ted, permanecieron
frente a la puerta y lo observaron. Se quedó un momento en el camino y
luego desapareció.

Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos momentos, Sam
se quedó con él todas las noches. La noche en que Ted murió, Sam dijo
que su aspecto era exactamente igual al del esqueleto.

12. Sitio para uno más


Un hombre llamado Joseph Blackwell llegó a [....] en un viaje de
negocios. Se hospedó en la gran casa que unos amigos poseían en las
afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen rato conversando y
rememorando viejos tiempos. Pero cuando Blackwell fue a la cama,
comenzó a dar vueltas y no era capaz de dormir.

En un momento de la noche, oyó un coche llegar a la entrada de la casa.


Se acercó a la ventana para ver quién podía arribar a una hora tan tardía.
Bajo la luz de la luna vio un coche fúnebre de color negro lleno de gente.
El conductor alzó la mirada hacia él. Cuando Blackwell vio su extraño y
espantoso rostro, se estremeció. El conductor le dijo: “Hay sitio para uno
más”. Entonces el conductor esperó uno o dos minutos, y se retiró.

Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado.
“Estabas soñando”, dijeron ellos. “Eso debe haber sido”, repuso él, “pero
no parecía un sueño”. Después del desayuno se marchó a la ciudad.
Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos edificios de la
urbe.
A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que lo llevara
de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso, este se encontraba
muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le dijo: “Hay sitio para uno
más”. Se trataba del conductor del coche fúnebre. “No, gracias”, dijo
Blackwell. “Esperaré al siguiente”.

Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar. Se oyeron voces y


gritos, y un gran estruendo. El ascensor se había desplomado contra el
fondo. Todas las personas que habían a bordo murieron.

13. Anillos en sus dedos


Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes cuando el
médico dijo que finalmente había muerto. Fue enterrada en un fresco
día de verano en un pequeño cementerio a un kilómetro y medio de su
casa.

“Que descanse siempre en paz”, dijo su marido. Pero no lo hizo. A última


hora de la noche, un ladrón de tumbas con una pala y una linterna
comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía estando suelda, llegó
rápidamente al ataúd y lo abrió. Su presentimiento era cierto. Daisy
había sido enterrada portando dos valiosos anillos: un anillo de bodas
con un diamante y un anillo con un rubí que brillaba como si estuviera
vivo.

El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd para


arrebatar los anillos, pero estaban totalmente adheridos a sus dedos. Así
que decidió que la única manera de hacerse con ellos era cortando los
dedos con un cuchillo. Pero cuando cuando cortó el dedo con la alianza,
este comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó a moverse. ¡De repente,
ella se sentó! Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó
accidentalmente la linterna y la luz se apagó.

Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a él en la oscuridad, el


ladrón se quedó allí congelado de miedo, aferrando el cuchillo con la
mano. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su sudario y le preguntó:
¿”Quién eres?”. Al escuchar hablar al “cadáver”, el ladrón de tumbas
corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia
atrás ni una sola vez.

Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la dirección


equivocada. Se lanzó de cabeza en la tumba aún abierta, cayó sobre el
cuchillo que llevaba en su mano y él mismo se apuñaló. Mientras Daisy
caminaba hacia su hogar, el ladrón se desangró hasta morir.
fin

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