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CORTAS
Recurso para mi historieta
Grupo TIC
Vivamos plenamente el presente
El árbol de manzanas
¡Suelta el vaso!
El paquete de galletas
Una señora que debía viajar a una ciudad cercana llegó a la estación
de tren, donde le informaron que este se retrasaría aproximadamente
una hora. Molesta, la señora compró una revista, un paquete de
galletas y una botella de agua. Busco una banca y se sentó a esperar.
Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a
leer el periódico. Sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el
paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comer. La señora se
molestó; no quería ser grosera pero tampoco permitiría que un
extraño se comiera su comida. Así que, con un gesto exagerado, tomó
el paquete, sacó una galleta y se la comió mirando al joven con enojo.
El joven, tranquilo, respondió tomando otra galleta, y sonriéndole a la
señora, se la comió. La señora no podía creerlo. Furiosa, tomó otra
galleta, y con visibles muestras de enojo, se la comió mirándolo
fijamente.
La actuación de miradas de fastidio y sonrisas continuó entre galleta
y galleta. La señora estaba cada vez más irritada y el joven cada vez
más sonriente. Finalmente, ella notó que solo quedaba una galleta.
Con paciencia, el joven tomo la galleta y la partió en dos. Con un
gesto amable, le dio la mitad a su compañera de almuerzo.
-¡Gracias! -respondió, arrebatándole la galleta al joven.
Finalmente, el tren llegó a la estación. La señora se levantó furiosa y
subió al vagón. Desde la ventana, vio que el joven continuaba sentado
en el andén y pensó “Qué insolente y maleducado. ¡Qué será de
nuestro mundo a cargo de esta generación tan grosera!”.
De pronto sintió mucha sed por el disgusto. Abrió su bolso para sacar
la botella de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su
paquete de galletas intacto. Todo este tiempo, ¡el joven le estuvo
compartiendo sus galletas! Apenada, la señora quiso regresar para
pedirle disculpas pero el tren ya había partido.
Moraleja: ¿Cuántas veces nuestros prejuicios y decisiones
apresuradas nos hacen cometer errores y despreciar a los demás?
Nuestra desconfianza hace que juzguemos a otras personas,
catalogándolas en estereotipos o colocándolas dentro ideas
preconcebidas y alejadas de la realidad. Por lo general, nos
inquietamos por sucesos que no son reales y nos atormentamos con
problemas que quizás nunca ocurran.
1. Golpes en el coche
Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres, viajaban por
carretera hacia [....] cuando el coche se les averió. Los padres salieron a
buscar ayuda y, para que los niños no se aburrieran, les dejaron con la
radio encendida. Cayó la noche y los padres seguían sin volver cuando
escucharon una inquietante noticia en la radio: un asesino muy peligroso
se había escapado de un centro penitenciario cercano a [....] y pedían
que se extremaran las precauciones.
2. Yoduloso
Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de jóvenes que,
durante una excusión, se perdió. Tras varias horas perdidos, encontraron
a un hombre solitario: llevaba un hacha a la espalda y no les daba buena
espina, pero, desesperados, le preguntaron cómo se llegaba al pueblo.
A pesar de la primera impresión, el hombre resultó ser superagradable:
les dijo que se llamaba Yoduloso y los acompañó hasta el pueblo, donde
se despidió. Antes, se hizo una foto junto a los jóvenes.
3. Manitou
Hace muchísimos años venía a los campamentos un joven llamado
Manitou. Debido a su mal comportamiento, fue expulsado del
campamento, y decidió vengarse. Durante toda la eternidad: aunque
esto ocurrió hace muchísimo tiempo, Manitou sigue visitando los
campamentos. Podemos saber que está cerca porque antes de su
llegada puede escucharse un sonido similar al de un tambor.
En ocasiones, al despertar, algunos niños se han dado cuenta de que les
habían dibujado en la frente, o por el cuerpo, una letra M en color roja.
Está pintada con sangre.
Así pasaron los años y Sara se hizo adulta. Una noche, en la radio,
escuchó que cerca de [....] estaba en busca y captura un asesino muy
peligroso. Sara, acompañada de su perro, no tenía miedo: se metió en
la cama, extendió la mano hacia el borde y el perro, como todas las
noches, empezó a lamerla.
Una de las chicas se burló de aquella idea, así que las otras la desafiaron
a que se levantara y fuera a visitar la tumba. Como prueba de que había
ido, tenía que clavar una estaca de madera sobre la tierra de la tumba.
La chica se fue y sus amigas apagaron la luz otra vez y esperaron a que
volviera.
Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de su amiga. Se
quedaron en la cama despiertas, cada vez más aterradas. Llegó la
mañana y la chica no había aparecido. Aquel mismo día, los padres de
la chica regresaron a casa y, junto al resto de padres, acudieron al
cementerio. Encontraron a la chica tirada sobre la tumba… Muerta. Al
agacharse para clavar la estaca en el suelo, había pillado también el bajo
de su falda. Cuando intentó levantarse y no pudo, creyó que el viejo
muerto la había agarrado. Murió del susto en el acto.
7. Un cadáver en la cama
Un grupo de amigas había decidido ir a [...] para pasar unos días. Se
registraron en el hotel y subieron a su habitación a dejar el equipaje,
pero notaron un olor peculiar, como si se les hubiera olvidado sacar la
basura o no hubieran tirado de la cadena del váter. Sin embargo, todo
parecía estar en orden, así que se fueron y no volvieron hasta la última
hora de la noche.
El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi
insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento para que
localizara su origen. La persona que les mandaron miró debajo de las
camas, dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las
ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final,
limpiaron la habitación con generosas cantidades de productos
perfumados, pusieron la ventilación al máximo y desearon las buenas
noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el momento,
enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la cama. Una
de ellas escondió la cartera debajo del colchón, como acostumbraba a
hacer en los hoteles.
Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que
había escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que
parecía sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de
encima de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del
somier, había un hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado
en la habitación y el asesino lo había escondido entre el colchón y el
somier. Había recortado una parte de los muelles del somier para que el
cuerpo no formara un bulto en la cama.
8. La mano huesuda
Una niña de siete años se había quedado con su abuela en su pequeño
piso porque sus padres se habían ido al cine. Todo fue normal, cenaron
y se rieron un rato charlando juntas. A las diez de la noche, la abuela se
puso a hacer labores de costura, y la niña se puso a ver la tele, pero de
repente a la abuela le entró una sed increíble, y le dijo a su nieta si le
podía traer un vaso de agua.
11. La cosa
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban mucho
tiempo juntos. En esa noche en particular estaban sentados sobre una
valla cerca de la oficina de correos hablando sobre nada en particular.
Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados a ese
punto Ted y Sam sentían miedo y comenzaron a correr. Pero cuando
finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban comportando como
unos bobos. No estaban seguros de lo que les había asustado. Por lo
que decidieron volver y comprobarlo.
Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos momentos, Sam
se quedó con él todas las noches. La noche en que Ted murió, Sam dijo
que su aspecto era exactamente igual al del esqueleto.
Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado.
“Estabas soñando”, dijeron ellos. “Eso debe haber sido”, repuso él, “pero
no parecía un sueño”. Después del desayuno se marchó a la ciudad.
Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos edificios de la
urbe.
A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que lo llevara
de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso, este se encontraba
muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le dijo: “Hay sitio para uno
más”. Se trataba del conductor del coche fúnebre. “No, gracias”, dijo
Blackwell. “Esperaré al siguiente”.