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Javier Ramos

El Río de la Plata a su paso por Buenos Aires

Estrofa de tango triste y milonga sensual. Frase retórica de grandes escritores, vaga
referencia de la vida ciudadana hasta hace unos pocos años, desde cuando el Río de la
Plata se ha convertido en el protagonista de la escena bonaerense.

Cuando el avión va llegando a la ciudad de Buenos Aires, solo se distingue una ancha
costura oscura que remata el final de la tierra y el comienzo de ese río que en su
desembocadura, junto a la capital porteña, tiene 220 kilómetros de ancho y permite alardear
a los lugareños de que son 'propietarios' del río más ancho del mundo.

Sin duda, el Río de la Plata es imponente, omnipresente, y en los últimos años se ha


convertido en el referente del alto estilo de vida y en la sede de los edificios más cool de la
ciudad. Mejor empezar por el final de su curso. Puerto Madero es el símbolo de que 'algo va
bien en Buenos Aires'. Nacido al amparo de los viejos edificios portuarios, desde hace algo
más de una década ha tenido la mayor explosión urbanística y parece una mezcla de Nueva
York y Miami en miniatura.

Para ver hay mucho, empezando por el Puente de la Mujer, obra de Santiago Calatrava que
vertebra la arquitectura y supone una pasarela de una orilla a la otra. Por el camino y
ancladas en sus orillas vale la pena visitar la fragata Sarmiento, una joya histórica de 1897,
antes buque escuela y ahora museo flotante, al igual que la corbeta Uruguay, una cañonera
que en 1903 rescató a la expedición de Otto Nordenskjöld de morir en la Antártida.

Antes de salir de Puerto Madero, tres secretos: ver la urna de cristal dedicada a la Virgen
Milagrosa en una de las esquinas del Puente de la Mujer; pasear o hacer footing por la
Reserva Ecológica del Puerto; o tomar un bellini en la piscina del Hotel Faena al atardecer.

El río sigue si curso y nosotros lo seguimos a él. Llegamos a la Plaza San Martín, bella y
afrancesada, cerca de la ciudad burguesa que nunca dejará de ser Buenos Aires. Allí, muy
cerca, un recuerdo del horror: un pequeño monumento a los soldados caídos en la Guerra de
las Malvinas. Poca cosa para tanto dolor. Más allá, hacia la Avenida del Libertador, el Museo
de Bellas Artes, y su cafetería, que se abre a unos jardines cuidados y deliciosos donde
tomar un café, le hará sentirse en la París del Sur.

Detrás, la Flor, el nuevo símbolo de la capital argentina. Se trata de una flor gigante de
acero inoxidable que forma parte del paisaje urbano de la ciudad. Y muy cerca, la Plaza
San Martín y enfrente un edificio singular, el Kavanagh, una perla de arquitectura déco y el
primer rascacielos de Buenos Aires, de 1921. Alrededor de 130 metros de altura y una
terraza que no se puede visitar, desde donde se ve toda la ciudad en circular.

El río pasa por San Isidro antes de llegar a El Tigre y a sus ofertas de fin de semana, sus
meandros y sus paseos en catamarán. Si tiene tiempo, deténgase en la capital del rugby,
visite su museo dedicado al cuero ovalado y asómese a una de las casonas históricas. El
Tigre, de cuya existencia hay noticias desde 1580, cuando la corona hizo un reparto de estas
tierras pantanosas en las que solo habitaban cazadores de jaguares, está a 32 kilómetros
exactos del Obelisco. Es perfecto para perderse un fin de semana. Recomiendo visitar la Isla
Martín García, La Caja de Cristal, Puerto de Frutos, con sus aires coloniales y sus mercados
al aire libre.

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