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INTRODUCCIÓN

PASAJE CLAVE: Salmo 42.1, 2

¿Recuerda la última vez que se paró frente a su refrigerador para buscar


algo que saciara su hambre?

Lo más probable es que haya terminado ingiriendo un alimento agradable al


paladar, pero con poco valor nutritivo. Y, antes de que pasara mucho tiempo,
tuvo que regresar, pues no se sentía satisfecho. Quizás se pasó toda la tarde
comiendo, para luego preguntarse por qué ingirió tanta comida chatarra que
no le nutriría. En vez de preguntarse qué era lo mejor para su vida, optó por
alimentos que solo le ayudarían por unos instantes.

No tiene nada de malo el apetito que Dios nos ha dado. Necesitamos ingerir
alimentos para vivir. Pero el Señor debe siempre tener la prioridad en nuestra
vida, pues nos creó con una necesidad intrínseca de Él. Sin embargo, en varias
ocasiones optamos por buscar los placeres temporales de este mundo,
aunque el Único que puede satisfacer y llenar ese vacío en nuestra alma es
Cristo.

DESARROLLO DEL SERMÓN

En el libro de los Salmos encontramos muchos pasajes que expresan nuestro


anhelo por el Señor. Salmo 42.1, 2 declara: “Como el ciervo brama por las
corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene
sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de
Dios?”.

David escribió muchos de los salmos y con frecuencia clamó al Señor por
liberación en medio de sus problemas. Sin embargo, incluso en medio de su
desesperación, meditó y buscó al Señor con todo su corazón.

De la misma manera, a todos nos acompañan los problemas y las


decepciones, pero en vez de buscar al Señor, hay quienes tratan de saciarse
con otras cosas, pues creen que así quedarán satisfechos. No tienen hambre y
sed de Dios, sino que buscan satisfacerse con los placeres terrenales y
actividades que carecen de valor eterno.

Lo mismo le puede suceder al creyente que no desarrolle un apetito por el


Señor. Dios nos ha creado para Él y desea que lo adoremos (Is 43.21).
Existimos para su gloria (Is 43.7). Por tanto, debemos nutrir nuestro deseo por
Dios. Si descuidamos nuestro tiempo con el Padre celestial, buscaremos
cualquier cosa que el mundo nos ofrezca.

Dos menús
Para continuar con la analogía de la comida, es como si contáramos con dos
menús para nutrirnos. El menú de Satanás es largo y ofrece  muchas opciones,
como por ejemplo riqueza, poder y autoridad, reconocimiento y aprobación,
placeres sexuales fuera de los parámetros bíblicos y la acumulación de bienes
materiales. Todo esto es comida espiritual chatarra, la cual tiene un buen
sabor momentáneo, pero no contiene nada nutritivo para los creyentes en
Cristo. Aquellos que se deleitan en ese menú buscan satisfacerse, pero llega el
punto en el que solo encuentran decepción, desilusión y un gran vacío.

Por el contrario, el menú de Dios solo ofrece un alimento: Jesucristo. Si nos


alimentamos en Él, nos da su paz, gozo, contentamiento y seguridad. Solo el
Señor nos llena y da la satisfacción que necesitamos.

Hambre y sed de Dios

Solo vivimos una vez en este mundo, así que debemos ser sabios y escoger
desarrollar nuestra hambre y sed de Dios, en vez de desear aquello que el
mundo nos ofrece. Necesitamos anhelar con todas nuestras fuerzas una
comunión íntima con Dios, pues eso es lo que en realidad importa en esta
vida. Es al sentir hambre del Señor cuando buscamos conocerlo más, y Él nos
revela de su persona, y nuestra sed por Él continúa creciendo. La paradoja es
que el Señor nos satisface en todo momento, pero al mismo tiempo
incrementa nuestra hambre y sed por Él.

Si usted en verdad desea conocerlo mejor, no permitirá que los placeres de


este mundo ocupen su lugar. Existen muchas tentaciones a nuestro alrededor
que con mucha facilidad pueden captar nuestra atención y desviarnos.
Muchas veces tratamos de encontrar nuestra satisfacción en otras personas,
pero ningún ser humano puede satisfacernos, pues fuimos creados por el
Señor. O quizás hemos creído que nuestros logros y experiencias nos pueden
hacer sentir satisfechos, cuando no es así. Solo Dios puede llenar el vacío de
nuestras vidas.

Debemos enfocarnos en nuestro amor y devoción hacia Cristo, anhelarlo por


sobre todas las cosas. Las amistades se pueden perder, pero si hemos
conocido al Señor nunca nos abandonará, pues su amor por nosotros es
eterno. La devoción a Jesucristo es esencial, pues sin ella podemos volvernos
tibios de espíritu, como los laodicenses en Apocalipsis 3.15, 16.

La mayoría de las personas creen que la satisfacción y realización están


basadas en las circunstancias. Por eso, si no se sienten satisfechos, creen que
la solución consiste en cambiar la situación que enfrentan. Pero cuando el
Señor es nuestro mayor amor y anhelo, tendremos satisfacción y
contentamiento en medio de cualquier circunstancia.

Características de aquellos que tienen hambre y sed de Dios


Cuando lo que más anhelamos en nuestro corazón es estar con Cristo, cada
área de nuestra vida se ve transformada.

 Un mayor interés por la Palabra de Dios. La Biblia es la única fuente de


información fidedigna para conocer más del carácter, las obras y los
propósitos de Dios.
 Más deseo por la oración. La comunicación es la manera en la que las
relaciones se desarrollan; y ello se aplica a nuestra relación con Dios. Por
medio de la oración podemos profundizar nuestra comunión con Él.
 Un anhelo por conocer los caminos de Dios. Deseará conocer lo que el
Señor piensa y su manera de obrar. Ningún conocimiento en todo el mundo
puede producir la satisfacción que proviene de conocer más del carácter de
Cristo, su manera de pensar, sus caminos y sus deseos.
 Un creciente deseo de cumplir con la voluntad del Señor en su vida. Su
meta consistirá en seguir la dirección de Dios y en hacer su voluntad. Cada vez
que se enfrente a una situación difícil y no sepa qué hacer, clamará a Dios
para que le guíe, mientras busca su voluntad divina. Lo que Jesucristo desee,
eso deseará usted.
 Un aumento en su fe en Dios. Mientras más le conozca, más confiará en Él
en cualquier aspecto de su vida.

Dios siempre desea lo mejor para sus hijos. Nos atrae a su presencia y pone
en nuestro corazón el deseo de buscarlo. Para cultivar nuestra hambre y sed
de Dios, quizás tengamos que sacrificar algo. Aun así, los beneficios que
recibimos al tener una comunión íntima con el Señor son mucho más grandes
que cualquier cosa que sacrifiquemos.

En el Salmo 63.1-8, David expresa su anhelo por Dios con sus acciones,
declaraciones y compromisos. David:

 Busca al Señor con sinceridad.


 Ve su poder y su gloria.
 Reconoce que la misericordia amorosa de Dios es mejor que la vida.
 Se compromete a bendecir el nombre Dios mientras viva.
 Ora en el nombre del Señor.
 Está satisfecho con su Padre celestial al igual que con el alimento que lo sacia.
 Alaba a Dios con labios de júbilo.
 Se acuerda del Señor en la noche y medita en sus obras.
 Confiesa que Él ha sido su socorro.
 Se regocija por la protección del Señor.
 Se aferra a su Padre celestial.
 Reconoce que Dios es quien le ha sostenido.
Estas palabras describen una relación íntima con el Señor. Sin importar lo que
David enfrentó en la vida, en todo momento se acercó más a Dios y encontró
consuelo, estabilidad y gozo en Él, a pesar de las dificultades y sufrimientos.

Para muchas personas, Dios es más un extraño que el gozo de sus vidas,
porque no lo conocen. Rara vez piensan en Dios, tampoco tienen pasión por
Él y lo han relegado a un segundo plano. Aunque quizás asisten a la iglesia los
domingos, Cristo tiene un lugar muy limitado en sus vidas los demás días de
la semana.

Todo ser humano nace con un vacío en su alma, que solo el Señor puede
llenar. Al ser salvos, el Espíritu Santo pone en nuestro corazones anhelo por
Dios. Nuestra hambre por el Señor crece a medida que nos alimentamos de la
Palabra, pero si la descuidamos, dicho apetito disminuye.

El propósito de sentir hambre por el Señor

Hay varias razones por las que Dios pone en los creyentes en Cristo un anhelo
por Él.

1. Para amarlo. Dios nos creó como una expresión de su amor y en


retribución, puso en nosotros el deseo y el hambre de amarlo.

2. Para transformarnos. Nos dio el anhelo de conocerlo y llegar a ser la


persona que desea que seamos.

3. Para conocerlo. El Señor quiere que conozcamos su amor, bondad,


misericordia y bondad.

4. Para protegernos. Una relación íntima con Dios nos protege de las


tentaciones y provee en nosotros la estabilidad que necesitamos para resistir
ante las pruebas y tormentas de la vida.

5. Para edificarnos. La pasión por Cristo produce un crecimiento en nuestro


conocimiento de Él, y trae como resultado que el miedo y la ansiedad
disminuyan, y aumenten el gozo, la paz y el contentamiento.

Saber distinguir entre el hambre por el Señor y el deseo por las cosas del
mundo.

Al cultivar esa hambre que el Espíritu de Dios pone en nosotros, nos


acercamos más a Él en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Cada
aspecto de nuestra vida es transformada. Encontraremos satisfacción en Él, y
al mismo tiempo aumenta nuestra hambre por conocerlo más.

Si carecemos de este tipo de anhelo por nuestro Padre celestial, trataremos de


encontrar satisfacción en los placeres de esta vida. Pero las posesiones
materiales, los logros humanos y las relaciones personales solo proveen una
satisfacción temporal. A la larga, traen decepción y nos empujan a buscar algo
o a alguien más. Nada en este mundo puede llenar el vacío espiritual que Dios
ha puesto en el corazón humano.

El mundo ofrece aquello que satisface a nuestra carne, a nuestra naturaleza


humana, la cual es egoísta y pecaminosa. Pero el Señor nos ofrece lo que
gratifica a nuestro espíritu, a la persona que en realidad somos en Cristo.

Evidencias de una vida hambrienta y sedienta de Dios

 Amor y deseo por la Palabra de Dios. La Biblia es nuestra única fuente para
conocer al Señor. Por tanto, aquellos con hambre espiritual, anhelan leer y
meditar en la Palabra de Dios, para llegar a conocer sus pensamientos, deseos,
atributos, obras y mandamientos. Al aplicar las verdades bíblicas obtienen
conocimiento, sabiduría, fortaleza y dirección en la vida, y logran ver las
bendiciones de la obediencia y las dolorosas consecuencias del pecado.
Buscar al Señor en las páginas de la Biblia es como excavar en búsqueda de
oro. Con cada verdad y principio que encontramos, aumenta nuestra fe en
Jesucristo y el deseo por adorarlo.
 Tiempo invertido con Dios. Si anhelamos al Señor, desearemos pasar más
tiempo con Él, por medio de su Palabra y la oración. Nuestras oraciones se
convertirán en tiempo para expresar nuestro amor, adoración, alabanza y
gratitud a Él, además de incluir nuestras peticiones. Estaremos más confiados
en su amor y cuidado, y nuestra fe en el Señor se fortalecerá.
 Libertad de la tentación y de la influencia del mundo y la carne. Mientras
más aumente nuestro conocimiento y amor por el Señor, más disminuirá
nuestro deseo por los placeres de este mundo,
 Deseo de tener comunión con otros creyentes. El amor por nuestros
hermanos en la fe proviene de nuestro amor por Cristo. Asistir al templo,
recibir las enseñanzas de la Biblia, alabar juntos y servirnos los unos a los otros
será el deseo de nuestro corazón.
 Pasión por compartir a Cristo con otros. Aquellos que crecen en su
conocimiento y amor del Salvador anhelan contarles a otros acerca de Él y de
la salvación que ofrece a los que crean en Cristo.

Pasos para desarrollar hambre y sed de Dios

1. Confiar en Jesucristo como Señor y Salvador. Solo aquellos que son


salvos y han recibido el Espíritu Santo pueden tener un genuino anhelo por el
Señor.

2. Tener el compromiso a relacionarse con Dios.

3. Pedirle a nuestro Padre celestial que ponga en nosotros un corazón


que lo anhele.
4. Leer, estudiar, meditar y aplicar la Palabra de Dios.

5. Confesión y arrepentimiento de pecado. A medida que el Espíritu Santo


usa las Sagradas Escrituras para revelar la desobediencia en nuestra vida,
debemos confesar nuestros pecados y arrepentirnos. Nuestra relación con el
Señor no puede progresar sin confesión y arrepentimiento genuinos.

6. Ser constante con estos pasos. Nuestra hambre por el Señor no se


desarrollará si solo lo buscamos momentáneamente, debemos ser
persistentes. Si tropezamos, debemos apresurarnos a comenzar de nuevo.

REFLEXIÓN

 ¿Considera que Dios es su amigo, o lo ve como un extraño? ¿De qué manera


su conocimiento de Dios influye en su percepción de Él?
 ¿Qué deseos dominan su vida? ¿En dónde busca satisfacción? ¿Qué lugar
tiene Dios en dicha búsqueda?
 ¿Cultiva a diario su hambre por el Señor? De no ser así, ¿qué le impide hacer
lo que es necesario para alcanzar esa meta? ¿Qué cambios está dispuesto a
realizar con tal de desarrollar hambre y sed de Dios?

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