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Mayo - Narrativa #1

«¡¿Por qué?!» resonaba fuerte, con la misma violencia de la voz que preguntaba «¡¿Por qué
me dejaste?!» y las lágrimas ardientes que habían dado calor a una pobre muchacha que
caminando estaba cuando el cielo se dejó venir abajo.

El cuerpo le dolía, especialmente las piernas y los ojos, pues no había ni dormido ni parado de
andar por dos días enteros, forzando su cuerpo a extremos que ni el entrenamiento circense
hubiera podido, pero había cosas más importantes en juego que su cuerpo. Llevaba horas
subiendo un volcán extinto hace tiempo, a medio camino de su casa, en la ciudad de Oerba, y
cadenas montañosas rodeadas de selva de esa en la que la gente común nunca debe entrar.
Llegando a la sima, ahora le tocaba bajar una pendiente evidentemente peligrosa de mezcla
entre tierra y hierva, pues ese cráter había sido tomado por la vegetación hace años, incluso
generando un enorme lago que más parecía un espejo de mercurio en su centro,
imperturbable, inmobil. Antinatural. Trataba de cuidarse, pues no iba a permitirse el lastimarse
antes de siquiera ir en busca de él. Pero el cansancio pudo más, y como si la desconectaran de
su fuente de energía cayó, por la mayor parte del trayecto hasta abajo, inconciente, dando
vueltas como muñeco de trapo. Sin duda, Sisu era un chica ruda, pero creo que estamos de
acuerdo tú y yo en que un ser humano normal no sale ileso de arrastrarse cientos de metros
por tierra y hierva. Allí es cuando aquello que es divino interviene. Cuando lo fantástico toma
partido en un mundo que no es el suyo. En fin, Sisu recuperó la conciencia, sintiendo su cuerpo
como pesados sacos que deseaba arrancarse a mordidas para quitarse esa sensación, y a
pesar de eso, y de lo que le acababa de pasar, se levantó, poco a poco, de a poquito, tensando
cada parte de su cuerpo hasta ponerse roja del esfuerzo. Apretaba especialmente los ojos: no
iba a llorar. Si a caso, no todavía, que aún le faltaba un poco más. Avanzó dando un paso a la
vez, hasta que llegó al lago inmenso. Jadeaba, pues le faltaba el aire, el moverse no le había
costado tanto en toda su vida. Pero allí estaba, casi compulsionando por el frío, hambrienta,
con sueño... Esa era más zombie que mujer. Pero conciente, inaguantable, irremediablemente
conciente de lo que tenía que hacer y del porqué tenía que hacerlo. Sin pensaselo mucho más,
dejó caer medio cuerpo bajo el agua, y un relámpago cruzó por todo su cuerpo, el frío de ese
plateado líquido era mortal, era asqueroso, así como el frío de un cuerpo sin vida. No hubo
salpicaduras, pero sí hondas que viajaron como fiero oleaje hasta cubrir todo el lago. Esperó
sin respirar, con miedo, en una calma sepulcral, llanto atorado en la garganta y esperanza
llenándole el cuerpo. Y entonces lo vio emergir, lentamente, sin mover el agua ni siquiera un
poco, una escultura del cristal más claro y puro, de esos que solo aparecen a elegidos en los
cuentos de hadas, y en las historias de demonios ofreciendo su ayuda a gente desesperada. La
escultura era la de un hombre en edad, musculoso, de largos cabellos y densa barba, con un
rostro expresando la más absoluta ira, parado en varios montículos de largos y gruesos
cristales. El hombre... No, el héroe, fue en vida Noritoshi Kamo, el l'Cie. Sisu lo conocía de
historias, pero tenerlo frente a frente le producía un terrible miedo. Con todo y eso, la chica
siguió adelante, rogando por no tener que nadar, y así fue, una vez llegó a unos escasos
metros del hombre cristalizado, inmortal.

¿Qué seguía ahora?» «¿Cómo era?» Y así sin más, un brillo espectral comenzó a formarse en
el aire, dibujando un sello de complejo patrón que apenas pudo ver, deslumbrando a la criatura
que ya no pidiendo contener el llanto, imploraba una única cosa de ese mágico ser «Llevame
con él. Déjame ayudarlo. Por favor».

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