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La sala seguía tan estéril como de costumbre. Las paredes blancas inmaculadas y el mobiliario
de metal inoxidable no cambiaban, solo quién se sentaba en esa solitaria silla en un lado de la
mesa; era difícil romper esa monotonía, sobre todo desde que me habían ascendido a detective
en jefe. Ahora mismo me estaba arrepintiendo de desear que fuera diferente.
A eso de las cuatro de la tarde llegó la profesora, apurada como debe estarlo una mujer así de
importante. Según me dijeron, se encontraba en lo profundo de la Pierna Izquierda en las
ruinas de Toyalán, cuando recibió el reporte directo desde la estación, claro, por
recomendación mía. Conozco bastante bien a esta mujer. Y al verla llegar con sus tradicionales
pantalones de cargo, botas lustradas a último minuto seguro usando escupitajos, y una blusa
de tirantes que dejaba ver la cantidad de rasguños e irritaciones que ese infierno verde regala
gustosamente a los visitantes humanos confirmaba que la profe había dejado su trabajo y
volado directamente acá. Seguro que el estruendo y el ligero temblor de hace rato fue su avión
aterrizando.
—Lleveme con él —me ordenó al llegar a los escalones de la estación donde la esperaba.
—A la órden —dije, y nos pusimos en marcha atravesando el caos millones de veces ensayado
de la estación.
—¿Ashe Ketchum? —preguntó para insitarme a leerle el reporte.
—Así es, señora. De un tal Pueblo Paleta en una región llamada Kantoh. Dice que tiene
diecisiete años y ha sido campeón de la región de Gálar, así como haber participado de manera
sobresaliente en las ligas de Johto, Hoenn, Sinnoh, Unova, Lafrancesa y Lahawaiiana.
—¿Sus pokémon?
—Confiscados.
—¿Y?
—... Nunca habíamos visto pokémon así —admití, recorriendome un denso y espantoso
escalofrío. A ella se le endureció el rostro, y suspiró pesadamente.