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Sombras

Ya casi amanece y aún no logro conciliar el sueño, las pesadillas han vuelto como
manchas solares oscureciendo y enfriando el entorno; a lo lejos, escucho los gritos
incesantes de una niña pidiendo auxilio, camino lento siguiendo el sonido de su llanto
hasta llegar a ella, me acerco y veo lágrimas brotar de sus mejillas y pequeñas gotas de
sangre extenderse sobre su nariz hasta rozar sus labios; a su lado una mujer, no logro ver
su rostro, pero alcanzo a vislumbrar su mirada cruel e indiferente. Un sueño lúcido
mezclado con reminiscencias del pasado que de vez en cuando me visitan y me azotan
robándome la paz.

Crecí en el campo, acompañada del canto de los pájaros, del chillido nocturno de los
grillos, del ulular de los búhos y del croar de los sapos que permanecían alrededor de dos
pequeños lagos que rodeaban la casa de madera, vieja y desgastada de mis padres; no
teníamos muchos lujos, pero teníamos lo suficiente para ser felices; sin embargo, la
felicidad no es un sentimiento constante o permanente, y siempre en algún momento se
desvanece y se va; pero luego regresa como las estaciones de tiempo.

Yo nunca tuve una relación sólida o amorosa con mi madre, ella era una mujer fría, un
poco insensible y fuerte, o al menos eso era lo que mostraba a los demás; por su parte, la
relación con mi padre era especial, cuando estaba junto a él me sentía protegida, segura,
amada, importante y valiosa, era la única persona en el mundo que me veía como la niña
de sus ojos y que me cuidaba como nadie más podría hacerlo. Cuando cumplí 10 años la
relación con mi madre empezó a decaer; golpes, gritos y palabras hirientes oscurecían los
días; mis padres dejaron de amarse y de respetarse, mi vida para entonces se sentía
como cuando en un día soleado, despejado y bello, de repente un torrente de lluvia y
tormenta aparece.

De aquellas escenas recuerdo constantemente una ocasión en la que mi madre, durante


una discusión que sostenía con mi padre lo amenazó con un cuchillo; o cuándo él, lleno
de ira tiró gasolina sobre ella, o cuándo mi madre me gritó “perra” mientras me
cacheteaba, o cuándo sostuvo con fuerza mi cabello mientras me golpeaba contra el piso,
o cuando se enojó y luego se burló de mí por contarle que un vecino que me miraba de
forma morbosa intentó tocarme, o cuando me cortaba las piernas de angustia al ver a mis
padres discutir, o cuando mi padre intentó quitarse la vida agobiado por el infierno que
vivíamos en casa y yo tuve que arrodillarme y suplicarle que no lo hiciera, o cuando yo
intenté acabar con mi vida tomándome tres cajas de pastillas de amoxicilina.

Estos sucesos se repitieron una y otra vez durante casi 5 años; yo me sentía frustrada,
triste, agobiada, vulnerable y el miedo no dejaba de perseguirme; constantemente
buscaba razones para huir de aquel presente que yo no había elegido vivir; la misma
pesadilla que me acompañó y me atormentó durante miles de noches en mi niñez, se
había convertido en mi realidad, una realidad indeseable.

Cuando cumplí 16 años y después de muchas huellas de dolor y malos recuerdos, al fin
tuve el valor para pedir ayuda y salir de allí, de esa casa en la que tanto sufrí y en la que,
hasta ahora, representa los peores días de mi vida. Las secuelas que dejó esta situación
en mí son muchas, soy una mujer muy insegura, ansiosa, negativa, rencorosa y llena de
miedo; le temo con fervor a la soledad, al abuso, al abandono. Pienso constantemente en
el daño que me harán las personas que llegan a mi vida, vivo persiguiendo fantasmas que
yo misma creo, busco amar, pero no me permito ser amada. Las pesadillas a veces me
visitan hasta hacerme gritar y despertar con altos niveles de fiebre y sudor. Lloro con
frecuencia y siempre veo sombras tras de mí, sombras del pasado que me dicen que no
podré ser feliz, que no podré ser libre, que no podré olvidar ni perdonar.

No sé quién soy, ni cuál es mi camino, el sendero sigue en sombras, no encajo en mi piel,


ni en el mundo, pero sigo en conquista de mi oscuridad, porque “quien no encaja en este
mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo” H. Hesse.

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