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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA

DE HONDURAS (UNAH)

Asignatura:
Estudios de la Mujer 1400

Tema:

El estado de las mujeres en la sociedad capitalista y republicana

Integrantes del grupo:

N°. de cuenta Nombre N°. de lista


20211020691 Katerine Daniela Domínguez Cruz 32
20211020854 Mileidy Balsamina Miranda Martínez 33
20211021055 Isis Valeria Discua Rivera 34
20211021727 Nataly Alejandra Izaguirre Elvir 35
20211022530 Nelsy Marily Quintanilla Hernández 37
20211022591 Angélica Marileny Velásquez Ferrera 38
20211023397 Blanca Zurany Ortéz González 39
20211030281 Evelyn Rosibel García Sarmiento 40

No. de cuenta:
2022-A-1400
No. de grupo:
#4
Dra. Anarella Vélez
Fecha: 30 marzo de 2022
Tegucigalpa, Honduras M.D.C
Introducción
Para realizar este trabajo nos dimos a la tarea de buscar algunos conceptos que nos
permitieran una mayor claridad en cuanto a las consecuencias que ha traído para el proceso
emancipador femenino y la economía capitalista la aplicación de políticas neoliberales,
porque con demasiada frecuencia utilizamos mal conceptos imprescindibles para entender
situaciones sociales que por su dureza generan sufrimientos y dolores que exigen respuestas
prácticas. Pero, además, cuando esas situaciones son producto de intereses materiales muy
concretos, intereses que nos convienen personalmente por cuanto nos benefician de algún
modo, en estos casos, la utilización del lenguaje es o bien una trampa auto justificadora o
bien una necesidad urgente de autocrítica en cuanto sujetos partícipes en esos procesos
injustos. Este es el caso de opresión, explotación, dominación y neoliberalismo que
empleamos sin precisarlos ni depurarlos de la carga semántica, política y sexista que
pueden llevar dentro.
La explotación concreta en un trabajo concreto se ve endurecida, sin embargo, por la
opresión de género que sufre la mujer trabajadora por el simple hecho de ser al tener un
salario sensiblemente menor, al adjudicársele los peores trabajos, etc., y esa discriminación
de género se sostiene en la opresión de la mujer preexistente a ese trabajo concreto y
apoyada por los hombres en general, por los trabajadores y por los sindicatos y fuerzas
políticas “progresistas”. Existe así por tanto una agilización de la explotación gracias a la
existencia previa y objetiva de la opresión de género. Cuando un trabajador acosa
sexualmente a una trabajadora no la está explotando sino oprimiendo, pero cuando el patrón
le acosa y le amenaza con el despido si no colabora o le chantajea con ascensos si
consiente, entonces es una mezcla de opresión sexual y explotación económica.
La efectividad suma de la dominación se logra cuando las mujeres actúan como
reforzadoras de su misma opresión; cuando educan en ella a sus hijas, cuando se comportan
diariamente como reaccionarias y conservadoras propagando la “esencia y eterno
femenino”, las “armas de mujer”; cuando presionan a otras mujeres para que no se subleven
y aguanten la opresión.
Objetivos
Objetivos generales
Opresión de la mujer y capitalismo
Muchos encontraran este título un tanto arcaico o tal vez nostálgico. Es un título que parece
salido de algún artículo escrito en los años de 1970 y 1980. Hasta cierto punto, esta
resonancia es voluntaria. Después de todo, durante este periodo vieron la luz, ligados al
desarrollo de mujeres, discusiones y trabajos que conservan toda su pertinencia en la
actualidad.
Un buen testimonio de ello es la obra reciente de Christine Delphy titulada “L´ennemi
principal” 1998, que compila textos publicados entre 1970 y 1978. Por el contrario, La
dominación masculina (Anagrama, Barcelona, 2006) de Pierre Bourdieu tiene la
particularidad de silenciar aquel trabajo. Este ocultamiento no puede dejar de representar un
problema para un autor que pretende poner su conocimiento al servicio de las luchas de
emancipación, dado que ignora las elaboraciones teóricas que se produjeron a partir de esas
mismas luchas.

Los análisis de Engels


Si bien en los años 1970 se prestó algo de atención a la cuestión de la familia, se lo
hizo a partir de premisas fundamentalmente empíricas sobre la situación de las
mujeres en el marco de la evolución capitalista. Tal como señala Christine Delphy,
al contrario de lo que sucedió a fines del S. XIX y principios del S. XX, el
movimiento feminista había tenido tiempo suficiente como para constatar el error
que implicaba la tesis de Engels según la cual el trabajo asalariado pondría fin al
patriarcado. Engels no fue el único en desarrollar esta perspectiva, pero es
importante comprender que la relación fundamentalmente crítica con sus tesis
«sobre determinó» la reflexión sobre la opresión de la mujer durante aquel período.
Esto se debe en parte al lugar que ocupaba la referencia al marxismo en las luchas de
emancipación, pero también a la radicalidad de Engels en lo que concierne a la
emancipación de las mujeres, que se planteaba en contra de la ideología dominante
del movimiento obrero en su versión socialdemócrata y estalinista y de su
participación activa en el proceso
de naturalización de la familia
moderna.
Es sorprendente que, a pesar de esta observación, casi todos los autores marxistas de la
época –no hablo de la tradición estalinista ni de su naturalización de la familia– retoman el
análisis de Engels: la familia es percibida esencialmente como una fuerza social de origen
precapitalista. El único problema sería que Engels habría sobrestimado el ritmo de su
desaparición y no habría tenido en cuenta las formas en las que el capital es capaz de
ponerla al servicio de sus propios fines. Dejando de lado los matices, es esta la manera en la
que procede Claude Meillassoux en Mujeres, graneros y capitales (Editorial S. XXI, 1977),
una obra muy interesante que ha tenido una gran repercusión. Según el autor, luego de
haberse constituido «como el soporte de la célula de producción agrícola, la institución
familiar se perpetuó bajo formas modificadas constantemente, como soporte social del
patrimonio de las burguesías comerciantes, agrarias y luego industriales. Ha servido para la
transmisión hereditaria del patrimonio.
El capitalismo y la condición de las mujeres
A lo largo de los años muchas mujeres han sido capaces de llevar a diferentes niveles de
análisis la condición de la mujer, vinculando el tema del género, la explotación y la óptica
de clase. Inessa Armand, la primera dirigente del Departamento de la Mujer en la
Revolución Rusa de 1917, hizo la siguiente observación: “Si la liberación de la mujer es
impensable sin el comunismo, el comunismo es también impensable sin la liberación de la
mujer”. No mucho tiempo después, Simone de Beauvoir, una de las más influyentes
filósofas francesas, declaró que la “igualdad entre hombres y mujeres es imposible en el
sistema capitalista” y que las mujeres debemos tomar consciencia de la dominación y
confiar en su propia capacidad de cambiar la situación, mirando más allá de los roles
sujetos por nuestra condición de género. Sin embargo, para lograr un estudio holístico sobre
el asunto, hay que abordar las raíces del origen del pensamiento de clase, sintetizado por
Carlos Marx.
El análisis de Marx está condicionado a un espacio/tiempo determinado, donde los
derechos de las mujeres apenas daban sus primeros pasos de manera orgánica y el
patriarcado se manifestaba con mayor crudeza en todas las esferas sociales. No podemos
pedir a un hombre, blanco, de esa época, que elevara plenamente la bandera de la lucha
feminista. Sin embargo, su análisis de la mercancía, del valor y del poder en sí, nos da las
herramientas necesarias para formular un pensamiento sobre la condición de la mujer en
nuestra sociedad contemporánea. Nuestra capacidad de adecuar estas herramientas y
contextualizarlas en el presente es la clave para entender, no solo los orígenes del problema,
sino también posibles soluciones. Para abordar el tema es crucial verlo en cuatro diferentes
aristas. Un breve resumen de la explotación capitalista y su expresión dentro del núcleo
familiar tradicional, esta estructura frente a la dualidad de explotación de la mujer, la teoría
de reproducción social y, finalmente, la vigencia del pensamiento marxista para analizar la
condición de género de la mujer.
Algo adicional a recalcar es la naturaleza del valor – dentro de sus orígenes contiene un
carácter meramente social. Una mercancía, a la hora del intercambio, se mide por su valor,
es decir, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción; más allá del
valor de uso de la mercancía, se materializa en la utilidad de la misma.

En esta vía, la intelectual marxista, Lise Vogel, ahondando en la obra de Marx, señala que
la clave del sistema, nuestra fuerza de trabajo, es de hecho producida y reproducida fuera
de la producción capitalista: se engendra en la estructura tradicional de la familia. Entre las
clases dominantes, la opresión de la mujer fluye a partir de su rol en el mantenimiento y la
herencia de la propiedad, mientras que, en la clase asalariada, la opresión femenina deriva
de la participación de la mujer en los procesos de reproducción directa de obreros, e incluso
en su participación en la producción como tal.
Para entender esa dualidad de explotación inmersa en la familia – tradicional – debemos
citar a la mayor exponente en el asunto, cuyos escritos dicen haber inspirado al propio Karl
Marx: nos referimos a Flora Tristán. El aporte de Tristán a la idea de unidad universal de
los trabajadores fue clave en su época (de hecho, la frase “Proletarios del mundo, uníos”
fue creada por ella en su obra La unión obrera de 1843), pero aún más fue su impronta en el
análisis de la condición de la mujer

– “Hasta el hombre más oprimido encuentra otro ser para oprimir, su mujer: la proletaria de
los proletarios” sintetizó Tristán magistralmente.

¿Por qué las mujeres son relegadas al papel de objetos sexuales, sujetas a la aprobación o
desaprobación de los hombres? ¿por qué las mujeres, incluso hoy, seguimos luchando por
el derecho a controlar y decidir sobre nuestro propio cuerpo y nuestra vida sexual? Todo
esto inicia en el seno de esa versión de “familia”, pero sus repercusiones se extienden
mucho más allá de la vida dentro de la familia.

La sociedad capitalista asigna roles de género para garantizar la reproducción de la fuerza


de trabajo. Una de las fuentes más notorias de opresión hacia la mujer radica en el papel de
la familia como reproductora de la fuerza de trabajo para el capitalismo y en el papel
desigual de la mujer en ese proceso.

La fuerza de trabajo, bajo esta teoría, se reproduce mediante tres procesos diferentes, que
someten a la mujer a un doble estándar de opresión del sistema, por el simple hecho de ser
convertida en un símbolo de fertilidad y reproducción a lo largo de la historia. Primero,
bajo el concepto de que, aunque cumplas con las horas de trabajo requeridas dentro del
proceso de producción, debes regresar para atender su hogar y los miembros del mismo,
además de reproducir la nueva mano de obra, dando a luz y criando a las obreras y obreros
del mañana.
El papel de la mujer dentro del capitalismo industrial
Las mujeres obreras eran el doble de explotadas. Estaban obligadas a intensificar aún más
la producción, aunque ganaban lo mínimo y, además, tenían que encargarse de las labores
domésticas. El comerciante era el único que se enriquecía y se agravaba aún más las
condiciones laborales de los obreros, en particular de las mujeres, ya que los campesinos y
los artesanos se vieron obligados a abandonar sus puestos de trabajo e integrarse de forma
total al mercado. Con la división del trabajo, para el capitalista era una gran ventaja puesto
que, si bien en la manufactura se contrataba a gente con menor experiencia, para él no había
mayor problema puesto que eran personas que se les podía pagar menos y explotar aún
más. Esa población, la gran mayoría eran mujeres y niños que no poseían derechos
humanos mínimos para poderse defender del maltrato laboral. El empresario no ganaba por
el producto, sino por las horas no pagadas hacia sus trabajadores.
Las mujeres también se sentían inferiores a los hombres debido a la ideología burguesa,
alienando a estas mujeres a aceptar las condiciones laborales, hasta la formación de los
sindicatos donde se les abrió el camino para defender su trabajo.

Una idea que persiste aún en nuestros días, es la idea de que el trabajo de la mujer
trabajadora es sólo un complemento dentro de las aportaciones del hogar, es decir, por más
cansado y absorbente que fuera el trabajo de las mujeres, se le veía tan sólo como un
“accesorio” porque el que aportaba “verdaderamente” era el varón. En el siglo XX, las
mujeres salieron de sus trabajos y los hombres se quedaban a cuidar el hogar y los hijos, o
porque eran viudas o sufrieron el abandono de sus maridos. Este cambio de paradigma,
obligó a los obreros y los sindicatos a reconocer el trabajo de las mujeres como de igual
valía para el sistema productivo y para la lucha de clases.

En cuanto a la maternidad, las familias obreras dejaron de cuidar a los hijos por las jornadas
largas de sus padres y por la salud mental seriamente afectada de las mujeres, por lo tanto,
también los niños tenían que entrar en la fuerza de trabajo solamente por su subsistencia.

Si bien las condiciones laborales son menos extenuantes que en el siglo XVIII o en el siglo
XIX, aún se tiene esa concepción de la mujer y su trabajo como inferiores a las labores
consideradas masculinas. Se tiene que hacer análisis con base en el papel que ocupan las
mujeres dentro del sistema económico, no dentro de los estándares biológicos, puesto que
la alineación traspasa a las
condiciones materiales de las
personas y analizarlo por este
lado, si bien es importante
para desmentir mitos, se tiene
que encontrar la raíz del
problema.
La opresión de la mujer bajo el capitalismo: El trabajo y la familia
¿Por qué hablar de la opresión de la mujer en el capitalismo?
La opresión de la mujer bajo el capitalismo se ha vuelto una situación insostenible sobre
todo para los diferentes países de Latinoamérica.

En el movimiento feminista hemos visto avanzar posiciones deformadas, que lejos de


explicar y poner piso firme a los debates sobre la explotación de la mujer, lo polariza y
legitima posiciones de la burguesía. Desde el feminismo socialdemócrata al feminismo
radical, estas medidas lejos de dar herramientas para la liberación de la mujer se vuelven
reaccionarias para la lucha, en el contexto de la actual crisis del capitalismo donde el
oprobio hacia la mujer es uno de los más crudos que se han observado desde la época
medieval o el oscurantismo. Estas posiciones y consignas, lejos de elevar el nivel de
conciencia para la lucha por la emancipación de la mujer y de los trabajadores, la rebajan y
obstruyen su desarrollo.
La naturaleza del trabajo
Engels expresa en su obra El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre
que es “el trabajo el que ha creado al propio hombre”. Para Marx, es el trabajo en donde el
hombre de manera genérica se crea a sí mismo, en donde proyecta su esencia, es decir es la
actividad en donde queda materializada su humanidad. Sin embargo, bajo el modo de
producción capitalista, el trabajo de los hombres lejos de ser una actividad reafirmadora la
convierte en el medio de servidumbre de una clase sobre otra, el medio de la explotación
del hombre por el hombre.

El uso de la fuerza de trabajo es el desgaste físico-mental que emplea toda persona para
desarrollar una actividad. En este acto de apropiación del sujeto con la naturaleza, en su
búsqueda por el control y ordenamiento del entorno en el que se rige, le ha llevado durante
miles de años a perfeccionarse a sí mismo en esta actividad, en el capítulo 5 del capital -que
retrata el proceso de valorización del trabajo Marx- retrata de perfecta manera la diferencia
del trabajo del hombre y su capacidad para recrearse a sí mismo que al resto de las
especies:

Concebimos el trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre. Una
araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la
construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue
ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la
celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera. (Marx, Redit 2014)

En este párrafo se ejemplifica y se hace una analogía para explicar la diferencia del trabajo
del hombre respecto a otras especies. Partimos del trabajo, una de las categorías
fundamentales del materialismo histórico, para abordar concretamente el estudio de la
opresión de la mujer.
Antecedentes Históricos
Esclavismo
La opresión de la mujer es producto del desarrollo de las sociedades divididas en clase.
Federico Engels en su obra El origen de la familia la propiedad privada y el Estado,
desarrolla y describe como el desarrollo de este tipo de sociedades cambió los roles entre
hombres y mujeres en la familia primitiva. Engels menciona “El derrocamiento del derecho
materno produjo la derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo” (Engels,
Redición 2010) El derecho materno consistía en que la descendencia y la repartición de los
bienes se contaban por línea femenina, la primera medida fue la de abolir la poligamia y
pasar a la monogamia, esto configuro de tal forma la familia al grado de volver esta
institución el confinamiento de opresión de la mujer. Familia viene de famulus que quiere
decir esclavo doméstico y la familia hace alusión al conjunto de esclavos domésticos, en
otras palabras, entendemos que la configuración familiar es el núcleo del cual se produce y
reproduce esta división de los sexos producto de la división de clase.

Una vez que la mujer quedó configurada en el nuevo esquema familiar y perdió potestad
sobre el derecho materno también fue separada de la esfera de producción social para
recluirse en la esfera particular del trabajo doméstico.

En el modo de producción esclavista -que fue el primer modo basado en la explotación que
aparece en la historia- el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción se basaron en dos figuras: por una parte, el esclavo quien es configurado como
un instrumento objeto y no como un sujeto propio, y la figura del esclavista que es quien se
configura como un ser libre cuya riqueza está basada en la acumulación de esclavos. El
Estado esclavista dotó de personalidad (capacidad de ejercicio) únicamente a los amos
mientras que los esclavos sin personalidad estaban sujetos al deseo y potestad del amo, este
último no tenía ningún bien en posesión, incluso su vida pertenecía exclusivamente al
esclavista.

El esclavismo alcanza su desarrollo en la configuración de la Grecia antigua y la Roma


clásica; para obtener el dominio de los esclavos se forma un aparato de violencia, que
incluye la coerción y dominación. Las formas en las que una persona podría volverse
esclavo eran por nacimiento, a través de la herencia de deudas de sus padres o a lo largo de
la vida si se contraían deudas, si se desertaba en la guerra o si se perdía la guerra.

La familia en la sociedad esclavista es de carácter individual como unidad económica de la


propia sociedad, basada en la propia esclavitud doméstica, que encarna el papel de la mujer,
estos dos elementos son claves para entender la trascendencia de esta concepción similar a
través de distintos modos de producción. A pesar de que la condición natural de la mujer en
la sociedad esclavista, es la de la servidumbre, podemos notar ciertas características a partir
de la clase social a la que pertenece. Por ejemplo, en el caso de la clase esclavizada la
relación hombre/mujer juega un papel homólogo de explotación sin ninguna oportunidad de
derechos, o reafirmación como sujetos, mientras que dentro de la clase esclavista las
mujeres únicamente jugaban el roll de portador o fuente para adquirir propiedad o parte del
patrimonio de otra familia.
Con la consumación del matrimonio, parte de la propiedad de la familia de la cónyuge
pasaba a propiedad del Pater familias (figura central de la familia en el caso de la cultura
romana). Cuya única tarea era la de organizar el trabajo doméstico, incluyéndola con los
esclavos, es decir su papel era el de la servidumbre central de la casa.  Dentro de esta
sociedad, el trabajo que recreaban los esclavos era lo que forjaba la riqueza sobre la base
material del trabajo doméstico, ya que las mujeres, que, confinadas a las tareas del hogar,
no tenían tiempo de entrar en las otras esferas de la sociedad como la vida política, cultural
y social.

A la par de la práctica de la monogamia, basada en condicionamientos económicos y que


sólo fue impuesta y exigida a las mujeres, era lógico que aparecieran sus dos aditamentos
complementarios: el adulterio y la prostitución. Esta última se convirtió en una institución a
la que gran número de mujeres, tanto libres como esclavas, se vieron cercanas como única
forma de subsistencia frente a la opresión que ejercía la sociedad esclavista. Fue
precisamente, sobre la base de la prostitución, de donde salieron las únicas mujeres que
llegaron a destacar en la política y la cultura de aquella época. Eso sucedió, por ejemplo,
con las hetairas griegas, quienes lograron adquirir una independencia -que no pasó de ser
muy relativa, puesto que no realizaban un trabajo productivo y tenían que depender de la
venta de su cuerpo a un hombre-. Sin embargo, por el solo hecho “de que para convertirse
en mujer fuese preciso antes hacerse hetaira, implicaba la condenación más severa de la
familia ateniense” (Engels, El origen de la familia la propiedad privada y el Estado,
Redición 2010). La carga moral que se tenía que pagar por liberarse de la explotación del
seno del trabajo doméstico, y con ello el de transgredir de la esfera individual a la que
fueron confinadas, para tener ciertas concesiones en la vida social, era el camino de la
prostitución.

Entender que esta opresión de la mujer en el periodo esclavista responde a una razón única,
la de clase, es importante. Son los esclavos (hombres y mujeres) en conjunto, quienes no
tienen derecho alguno, incluso el reconocimiento de verse como seres y en cambio en la
clase de los esclavistas la situación de la mujer es dispar a la de los hombres, no por el
género fundamentalmente sino por el confinamiento de la vida pública a la domestica, por
la propia segregación de la producción en la sociedad.
Feudalismo

La podredumbre de la sociedad esclavista y la caída del imperio romano fueron importantes


para el surgimiento del Estado feudal. El término feudalismo, en su aspecto etimológico,
deriva de la palabra latina foedus que significa alianza o juramento este modo de
producción se caracteriza por la explotación económica llevada a cabo por una casta militar
sobre una masa de campesinos sometidos a una serie de cargas que les permiten el
usufructo de la tierra que ocupan. (Annecchini, 2011). Es resultado de la relación de los
germanos (y demás grupos bárbaros) con los romanos. Pese a que los grupos denominados
bárbaros rechazaban algunas de las tradiciones romanas, algunas prevalecieron en el
tiempo. Al paso de los territorios del antiguo imperio romano, se establecieron diversos
reinos encargados por soldados, los que anteriormente eran campesinos libres volvieron a
un estado de servidumbre (la de gleba), fueron hundidos en una relación de dependencia
(vasallaje), a cambio de una llamada protección por la que pasaría la confiscación del
trabajo de los campesinos o usufructo del trabajo agrícola (explotación ganadero-agrícola).

Bajo este nuevo sistema de producción la familia jugaba un papel importante ya que esta
figura era necesaria para el cumplimiento de las tareas de la producción social. Por lo que el
papel de la mujer dentro de la sociedad feudal contribuía a la producción. Cabe señalar que
durante el primer periodo del feudalismo la producción de los siervos se limitaba a la esfera
del valor de uso, ya que solo se producían bienes de subsistencia y para el confisca miento
del señor feudal, el mercado o intercambio vendría en otra etapa posterior.

En ese sentido el intercambio era limitado, la familia era, al mismo tiempo, el centro de la
reproducción de la fuerza de trabajo y de la conformación del plus-producto, que era
resultado de la renta traducida en productos que el siervo pagaba al señor feudal. Este pago
no se efectuaba a título personal del campesino, sino como fruto de la economía familiar en
la que participaban todos sus miembros.

Las relaciones entre campesinos en el terreno


del trabajo, no distaba en nada en la relación
hombre/mujer no obstante la relación social de
las mujeres era infame por la influencia de la
iglesia y el apoderamiento del señor feudal
sobre los siervos. El derecho de pernada es un
ejemplo de ello, otorgaba a los señores
feudales la potestad de mantener relaciones
sexuales con cualquier doncella, sierva de su
feudo, que fuera a contraer matrimonio con
uno de sus siervos (en América latina el
derecho de pernada impregnaba una serie de
prácticas de abuso y servidumbre sexual de los
hacendados a las mujeres indígenas, campesinas, etc.). Dentro de la sociedad medieval se
asumía que la mujer seguía sin el reconocimiento de capacidad como sujeto y necesitaba de
la tutela de su marido o padre para relacionarse en el feudo, por lo que la mujer sierva
dentro del feudo tenía que rendirles cuentas a dos señores su marido y el señor feudal.
La opresión de la mujer en el capitalismo (análisis)
Bajo el capitalismo el trabajador queda atado de manos para satisfacer sus necesidades,
incluso las de subsistencia, a la venta de su fuerza de trabajo, ya que es separado de todo
instrumento de trabajo. En el capitalismo se clarifican como agua cristalina las
contradicciones que hay en el trabajo social realizado por la mujer y el trabajo doméstico
que la tiene en una situación de doble explotación. En el periodo en el que las jornadas
alcanzaban las 12 a 14 horas la situación de la mujer se volvió insoportable. Como citaba
Engels la paradoja de la mujer era que, si quería contribuir a la vida de la producción social
para obtener ingresos por ella misma, le era imposible asumir las tareas de la familia
mientras que si cumplía estas tareas quedaba totalmente segregada de la vida social.

La familia se volvió a configurar a partir del modo de producción, puesto que en este nuevo
ordenamiento las familias ya no eran necesarias como en el periodo anterior, estás se
proletarizaron, la familia dejó de contar en el papel de la producción social y regresó a la
esfera privada, junto con las tareas domésticas, además el papel de la familia proletaria giró
en una nueva tarea: definir los límites de la participación en la producción social y de la
reproducción de fuerza de trabajo. Sin embargo, hay que aclarar una situación, entre la
familia proletaria y la de la burguesía existe una brecha enorme, diferencias de clase que se
acentúan y a su vez se esconden en un pase de manos. Son las familias de la burguesía las
que están arraigadas sobre intereses económicos (transmisión de la propiedad como el
matrimonio, intercambio de bienes, las  relaciones personales incluso), las familias
proletarias pese a que funcionan en el mismo sentido, la misma condición que hizo que el
capitalismo los desposeyera de toda cosa que no sea su fuerza de trabajo, hace difícil que se
consoliden bajo esta base económica, la de la propiedad privada, y si sucede, es marginal,
comparada a la base en la que se sustenta la burguesía. Aunque en el terreno social las
familias proletarias son las que producen y reproducen cada día la fuerza de trabajo
necesaria para el capital.
El trabajo no objetivado y la prostitución
Existe una relación dialéctica entre el trabajador y el objeto (medios de producción o
instrumentos de trabajo) en el que se desarrolla la actividad central que es el trabajo. Sobre
esta relación surge la objetivación. Marx explica que es el trabajo el que se objetiva (a
través de los medios e instrumentos) mientras que es el objeto el que se elabora (bajo el
proceso productivo), sin embargo, bajo el sistema capitalista el hombre no puede objetivar
su trabajo, ya que no tiene en sus manos los objetos del trabajo, es decir le han apartado de
los medios para poder objetivar su energía. Para realizarse, el trabajador debe de acudir a
un capitalista, quien es dueño de los medios de producción, en donde pueda hacer uso de su
capacidad productora y creadora. Más drásticamente un trabajo humano es aquel en donde
el producto posee el dominio de su imaginación y la puede plasmar en un producto que
forma parte de su existencia misma como ente creador, el capital separa al producto de esa
cualidad independientemente de su sexo, de ser un ente creador lo convierte en un
instrumento más.

El feminismo retrata el concepto de objetivación como un fenómeno exclusivo que afecta a


mujeres y a causa del dominio de los hombres o de lo que algunas corrientes del feminismo
llaman patriarcado. Sin embargo, es la objetivación la que se da en el seno del trabajo y la
relación del sujeto con esta categoría. Es decir, podríamos afirmar que tanto hombres como
mujeres de la clase trabajadora al ser apartados de los instrumentos para producir y
desposeerlos de los medios de producción también quedan sin forma alguna de objetivar su
trabajo como capacidad creadora.

Esta situación de la que miles de personas que conforman el ejército industrial de reserva lo
plantean de distintas formas: por ejemplo, las mujeres bajo el capitalismo en donde su
fuerza de trabajo no es valorada como la de los trabajadores, y su trabajo doméstico no
produce valor en términos sociales, se configura el fenómeno de que la mujer debe verse a
sí misma como un objeto (su cuerpo) del cual pueda obtener valores de cambio.
Alexandra Kollontai, en 1921, escribe precisamente sobre la prostitución y como
combatirle, ella explica de manera puntual:

Cuando los salarios de una mujer son insuficientes para mantenerla viva, la venta de
favores parece una posible ocupación complementaria. La moral hipócrita de la sociedad
burguesa fomenta la prostitución por la estructura de su economía explotadora, mientras
que al mismo tiempo cubre con desprecio a cualquier chica o mujer que es forzada a tomar
este camino. (Kollontai, 1921)
La moral burguesa castiga la prostitución, pero las relaciones sociales la fomentan, es la
explotación y la condición de miseria en la que se deja a hombres y mujeres la que enarbola
y hace que crezca esta situación a pasos agigantados. Mientras que en el periodo esclavista
y el feudal el número de mujeres que incurrían en esta práctica  era reducido, también
vemos como la prostitución estaba ligada a las relaciones exclusivamente familiares, bajo el
capitalismo la condición de explotación es tan brutal que la venta del cuerpo es considerada
como una fuente para la adquisición de ingresos, ya que el sistema es incapaz de resolver
estás problemáticas, al mismo tiempo la acusación moral del capitalismo señala a las
mujeres, además de que las criminaliza. Es decir, en el capitalismo, la condición de la
mujer se agrava a tal nivel que la prostitución va más allá de los límites que transgreden a la
conformación familiar, como pudo serlo bajo el esclavismo o por la inserción a la vida
social y bajo algunos gremios como en el periodo feudal, sino por la incapacidad de que las
mujeres puedan objetivar su fuerza de trabajo en la relación del sujeto-objeto. Pues el
capital ha mutilado el derecho de vida del fruto que edifica el trabajo sobre el proletariado.

Las raíces de la prostitución en este sistema están en la economía. La mujer, por un lado,
está en una posición económicamente vulnerable y por el otro, condicionada por siglos de
educación para esperar favores materiales de un hombre a cambio de favores sexuales – ya
se den estos dentro o fuera de la atadura del matrimonio. Esta es la raíz del problema,
esgrime Kollontai en los debates al calor del triunfo la revolución rusa.
La cuestión del trabajo de las mujeres en la producción (esfera pública)
Para gestionar esta cuestión, el capitalismo se apoyará en el patriarcado, que le servirá de
palanca para conseguir sus objetivos y paralelamente lo reforzará.
El hecho de que las mujeres estén regalas (por el patriarcado) a las tareas domésticas,
permitirá a los capitalistas justificar la sobreexplotación salarias de las mujeres con el
argumento de que su trabajo será menos productivo que el de los hombres (debilidad,
menstruación, ausentismo por embarazo, lactancia, cuidado de hijos y padres, enfermos…)
es la cuestión de trabajos complementarios.
Todavía ahora, con competencias iguales y trabajo igual, las mujeres tienen un salario un
20% menor que el de los hombres. Doble interés para los capitalistas; por una parte,
disponen de una mano de obra más barata y más flexible (es una mano de obra de reserva
disponible en función de las fluctuaciones del mercado, y, por otra parte, esto les permite
tirar hacia abajo los salarios en su conjunto.
El capitalismo y la pobreza
El capitalismo sin regulación perjudica a las mujeres. Es lo que intentan demostrar
investigadoras como Kristen Ghodsee que analizan como la desregulación en las economías
capitalistas castiga en mayor medida a las mujeres, y más a las más pobres. Las que están
en la cúspide de la distribución de la renta, sufren menos. Pero cuando entran en juego
factores como la clase social o el origen étnico, las mujeres necesitan políticas de
redistribución y protección para no sufrir más crudas de discriminación.
El patriarcado no es un hecho inexorable. Linda Williams y Ángela Davis han estudiado
como la esclavitud en los Estados Unidos, en su total deshumanización, terminó igualando
la situación de hombres y mujeres. Cuando la población afroamericana consiguió liberarse,
ellas se relacionaban en términos de igualdad con sus compañeros. Esto favoreció que las
mujeres negras abrieran el camino al feminismo en los años 20 reivindicando a través de su
música el derecho a disfrutar del sexo y la igualdad en todos los sentidos. No hablamos
nunca de esto porque, así como la historia la protagonizan los hombres, también se da
mucho más valor a lo que hacen las mujeres de clases más altas, blancas, que fueron las que
protagonizaron la revolución sexual de los 60. Está en nuestras manos combatir los efectos
del capitalismo sin regulación en la vida de las mujeres no solo poniendo el foco este 8 de
marzo en la desigualdad entre hombres y mujeres sino en aquellas que sufren las formas
más intensas de discriminación y que son las grandes olvidadas.
Explotación de la mujer
La situación de explotación y dominación que ocupa la mujer en la sociedad capitalista a
través de todas las instancias de la superestructura, traído consecuencias negativas, algunas
de las cuales hemos visto.
El trabajo domestico que se efectúa en forma aislada, por el que no recibe remuneración
alguna y que se hace en nombre de una serie de valores de ideología imperante se encarga
de alimentar.
La escasa participación de la mujer en la producción social directamente de mercancías o
servicios, dificultad las posibilidades objetivas de transformación del mismo y la ideología
que refuerza esta base, transmitida a través de diversos canales ayudan a logar una
coherencia que permite a la mujer aceptar esta situación.
En la situación de la inferioridad en sociedades capitalistas subdesarrolladas podemos
encontrar tres aspectos que están estrechamente relacionados y que son: economía, el poder
que ejerce el hombre establecido de subordinación y la dominación ideológica que
refuerza y hace posible las dos anteriores.
.
Abusos que la mujer sufre (tipos)
 En cuanto a esposa o hija de un individuo que por su posición social es explotado.
 En cuanto es explotada directamente al estar inserta en el proceso de producción.
 Como encargada del servicio doméstico en su casa.
La explotación de clases se manifiesta concretamente al nivel del consumo y de la
obtención de servicios. Enfrentada a esta explotación, no se diferencia del resto de su clase
y en nada tiene que ver el hecho de ser mujer.
La explotación salarial presenta diferencia con respecto al hombre ya que por parte de los
capitalistas existe la tendencia a pagar salarios mas bajo a la mujer aún cuando o en los
servicios, o al ocuparla en trabajos menos productivos y menos remunerados.
La explotación doméstica, es otra forma de explotación económica que sufre la mujer en el
hogar como fuerza de trabajo no remunerada productora de bienes de consumo
indispensable para la reproducción de la fuerza de trabajo que el capital necesita para
“explotar”.
Si bien el proceso de trabajo domestico se inició antes de la era capitalista, hoy ha sido
subordinado al capital que efectúa sobre él, a través de la circulación.
Sin duda el trabajo doméstico no aporta plusvalía directamente a un capitalista
determinado; podemos observar que, a nivel de la sociedad, aporta trabajo y que éste
beneficia indirectamente a los capitalistas.
Ideología y educación de la mujer
La ideología, como manera de concebir el mundo, se va formando desde In infancia, y se
constituye en un elemento estructurante de la personalidad. Por ello es que, en este periodo,
es donde el niño incorpora a su repertorio, un conjunto de funciones y potencialidades, lo
cual es tomado en cuentan para la programación de la educación.
En el proceso educativo se marcan patrones e imágenes establecidos que se desean fijar
para garantizar la continuidad de ciertos comportamientos.
En los niños el proceso de aprendizaje está B cargo de familiares o en la escuela como
sustitución donde se marcan 3 etapas, la primera en el hogar, donde los niños modelaran las
imágenes y los tipos familiares.
En segundo lugar, mediante la literatura infantil, confirman, a nivel de fantasía lo que la
niña ya va imaginando: Sus deberes, el ser bella, buena, madre sufrida, etc... La audacia y
la iniciativa no van unidos a su nombre. Caperucita, Blanca Nieves, etc... Se convierten en
las heroínas del papel que la niña debe imitar.
En la tercera etapa que se centra en el aprendizaje formal. La maestra en el jardín de
infantes se presentará como la extensión de la madre.
Se educa la mujer de acuerdo a sus características biológicas, acentuando todo aquello que
favorece su rol de reproductora. Así la no racionalidad, la pasividad y lo estético, se rigen
en el sentido de la vida de la mujer, a través de la educación, donde los valores y actitudes
son condicionados a través de ésta.
Desde la historia
En los orígenes...
Situación de las mujeres en las sociedades primitivas (época prehistórica) Economía de
subsistencia (caza y recolección)
No existía acumulación sino una búsqueda constante de recursos, de medios de
subsistencia. El «trabajo» de cada uno era necesario para asegurar la supervivencia de la
tribu. Nadie podía apropiarse de los recursos, puesto que pondría en peligro esta
supervivencia. Existía la igualdad social.
¿Cuál fue el lugar de las mujeres en esta sociedad de cazadores-recolectores? De acuerdo
con los trabajos de antropólogos e historiadores:
 En las hordas, movilidad de individuos, hombres y mujeres, con libre adhesión y sin
discriminación.
 No obstante, se ha observado la práctica del rapto de mujeres en los lugares donde
la caza era predominante en la organización social, con el fin de asegurar la
necesaria reproducción de la especie.
 Otros ejemplos, y especialmente el lugar de las «diosas» en la mitología, tienden a
mostrar el reconocimiento social de las mujeres.
Primeras sociedades agrícolas: «organización cooperativa del trabajo.
Se encuentra siempre la igualdad social y la propiedad colectiva de los recursos y de los
medios de producción. Las tierras son de propiedad colectiva trabajadas en común.
Existía, en esas sociedades cierta división del trabajo entre hombres y mujeres. Las mujeres
tenían tareas específicas el trabajo en el campo (labranza), la cerámica, el tejido, pero esta
división sexual de tareas no correspondía a una opresión de las mujeres y a una exclusión
de la esfera pública con encierro en la casa familiar.
Las mujeres no sólo participaban en la producción sino también mantenían su función en la
organización social:
 Función en el consejo del pueblo.
 existencia de sociedades matrilineales (la filiación se transmite por la madre).
 Existencia de sociedades en las que la educación de los niños se tomaba a cargo
colectivamente.

Sin embargo, en algunas sociedades se ha constatado una toma de poder por los hombres,
ligada a una voluntad de controlar la reproducción, de preservar los efectivos de
productores. Era necesario «regular la circulación de mujeres» con el fin de evitar la
desaparición de algunos grupos: esto se hacía de manera violenta, mediante los raptos, o de
forma pacífica, mediante los intercambios.
Aparición de la superproducción social y de las clases sociales. Las sociedades
antiguas
Con la acumulación de recursos, el desarrollo de las fuerzas productivas y de las
herramientas (el tiempo libre no necesario para la subsistencia podía estar dedicado a la
fabricación), apareció una superproducción social. Y esto produjo la formación de clases
sociales, ya que algunos se apropiaron de la superproducción y quisieron acrecentarla.
En la misma época (la antigüedad: alrededor de -3500) se desarrolló la esclavitud
prisioneros de territorios y pueblos conquistados, luego aparecerá la esclavitud por deudas
y, poco a poco, el Estado. Éste tendrá por función permitir a las clases dominantes de
mantener su apropiación de la superproducción social. Para garantizar a la clase poseedora
su dominación, se instauraron instituciones que excluyeron a los miembros de la
colectividad del ejercicio de sus funciones políticas; el poder pasó a pertenecer a los jefes
hereditarios, a reyes y nobles. Se pusieron en marcha ejércitos, funcionarios, el poder
judicial y los productores de ideología (clérigos y enseñantes) que debían conseguir que
fuera aceptada la dominación de aquellos que se habían apropiado de las riquezas
producidas.
Un ejemplo es el de los faraones egipcios que se respaldaban en los escribas encargados de
anotar las cantidades recolectadas en las cosechas para deducir la parte que se llevaría la
clase dominante y el papel que tenía el clero que enseñaba que cualquier rebelión contra el
faraón representante de Dios en la tierra estaría castigada en el más allá...
Para las mujeres, la situación cambió radicalmente:
 Generalización de la sociedad patrilineal: surgió la noción de herencia y la
transmisión de una propiedad se hacía a través de los hombres, de allí emergió la
importancia de «asegurarse» un descendiente varón. La mujer se convirtió por lo
tanto en una propiedad ya que ante todo era una progenitora y, en forma paralela, se
estableció el poder absoluto del padre sobre sus hijos (por ejemplo, el derecho
romano, los raptos de mujeres: historia de los Horacios y Curiacios).
 El matrimonio deviene una fuente de propiedad y de riqueza: por ejemplo, la
dote, que, en las sociedades matrilineales, consistía en un regalo, se convirtió en
ganado o en tierras.
A medida que se fueron desarrollando las sociedades antiguas, fueron los ricos
propietarios los que asumieron las responsabilidades públicas y las funciones
políticas; las mujeres quedaron excluidas (no tenían derecho al voto) y se convierten
en las responsables del «interior», encargadas de la responsabilidad de un hogar que
permitiera al hombre estar liberado de cualquier carga doméstica para garantizar sus
responsabilidades exteriores, y de la responsabilidad de criar a los hijos para
asegurar la transmisión de la propiedad.
Se podría objetar que esa situación era únicamente de las mujeres de las clases
dominantes. En efecto, las otras mujeres trabajaban en los campos, en el artesanado,
en las minas de plata (por ejemplo, en Atenas). Pero, allí también, las mujeres que
trabajan debían paulatinamente garantizar también la producción doméstica porque
dejó de existir la organización cooperativa del trabajo (la familia se mantenía como
unidad de producción) y, además, se les asignó la función de reproducción de la
fuerza de trabajo.
Por lo tanto, para todas las mujeres, surgió la noción de que se era responsable de la
esfera privada, del «interior». Fue el comienzo del encierro en la familia (que no
debe confundirse con la noción de «mujer en el hogar»); mujer progenitora
encargada de transmitir la propiedad...o de reproducir la fuerza de trabajo.

 Las sociedades precapitalistas: Las sociedades feudales.


A lo largo del tiempo, la situación de las mujeres ha ido fluctuando. En las
sociedades rurales, todavía existía una división sexual del trabajo. Y se puede
comprobar que las mujeres:
 Mantenían su función de reproducción de la fuerza de trabajo. La
autoridad paterna sobre la familia correspondía también a ese control sobre
la función de reproducción.
 Conocían una especialización en las tareas domésticas, pero seguían
estando asociadas a las actividades de producción. En efecto, la familia
continuaba siendo una unidad de producción y de consumo, estando estas
dos funciones ligadas; algunos bienes estaban destinados a la familia y otros
al intercambio.
Durante este período, la situación de las mujeres fue, efectivamente, fluctuante y
contradictoria: encerradas en la casa y excluidas de la esfera pública, pero la familia era
una realidad cambiante. Por ejemplo, enviudar y volver a casarse era frecuente; la familia
amplia o los reagrupamientos familiares eran necesarios para sobrevivir y producir, y
existía la solidaridad. En ciertos momentos, la presión fue menos fuerte para las mujeres
dándose, por ejemplo, la educación colectiva de los niños. En algunos casos, su trabajo
productivo fue reconocido, por ejemplo, se les permitió formar parte de las corporaciones
de artesanos.
En la época del capitalismo mercantilista y del desarrollo de las manufacturas.
A medida que se desarrolla el capitalismo mercantilista, y luego la mecanización, la
situación de las mujeres comenzó a degradarse. Y el papel de la familia se transformó con
la instauración del Estado burgués.
Con la expansión de las manufacturas, el trabajador-productor es separado de sus medios de
producción, el artesano vende su fuerza de trabajo y ya no posee su herramienta propia.
Este proceso había sido iniciado por la «industria a domicilio»: los comerciantes alquilaban
una herramienta de producción (por ejemplo, un telar) a una familia, le entregaban la
materia prima y luego recogían el producto terminado a cambio de un salario.
Otra consecuencia de la expansión de las manufacturas fue la transformación de la familia
de unidad de producción a unidad de consumo. En épocas anteriores, las familias
campesinas producían todo lo que les era necesario. A medida que se desarrolló el
capitalismo, los productos, que anteriormente habían sido confeccionados por las familias
fueron fabricados por las manufacturas.
Desde entonces existe una desvalorización del trabajo doméstico, considerado como no
productivo de bienes susceptibles de ser intercambiados y dejará de ser reconocido
como socialmente necesario.
Mucho más tarde, esta desvalorización afectará a todas las profesiones ligadas a las tareas
asignadas a las mujeres en la familia: limpieza - cuidados - educación...
Una vez que el trabajo femenino fue desvalorizado, en este período de transición, la
burguesía comenzó a utilizar a las mujeres como mano de obra complementaria,
suplementaria y peor pagada, para hacer presión sobre los salarios masculinos y
dividir a la futura clase obrera, ya sea en la industria a domicilio que todavía existe,
ya sea en las manufacturas.
Para conseguir que se admitiera esta transformación de la mano de obra femenina en mano
de obra de reserva (dar definitivamente al trabajo femenino y al salario femenino un
estatuto complementario) fue necesario asignar en forma clara a las mujeres la
responsabilidad familiar como tarea principal.
Desde el siglo XVIII, para conseguir que la sociedad burguesa ocupe su lugar, se
produjo una «recentralización en la familia».
Efectivamente, se trata de una nueva concepción de la familia y del papel de las mujeres: la
ambición de la burguesía, que se convirtió en la clase dominante, suscitó un nuevo interés
por el hijo, que acumulará los proyectos de ascensión social. Esto se tradujo concretamente
en una limitación del número de nacimientos, «para ocuparse mejor de los hijos», para una
vida más intensa en el hogar. Bajo esta óptica, los matrimonios burgueses fueron ante todo
matrimonios de conveniencia y la familia deviene también la correa de transmisión de
normas sociales.
En esa época (siglo XVIII), este modelo de familia burguesa se dio sólo entre las clases
dominantes. Pero eso cambiará.
Revolución industrial y proletarización de las mujeres
En el momento de la mecanización de las manufacturas durante la revolución industrial, la
burguesía preconizaba el modelo de la familia burguesa para la clase obrera, a saber:
  Una familia nuclear (los padres y los hijos);
  La mujer debía asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo ya que los hombres
debían estar frescos y dispuestos para asegurar la producción. Los niños, en
tanto futuros productores, no podían ya correr por las calles y los campos, se les debía
preparar para bajar a la mina...
Esta familia quedó cada vez más definida como esfera privada, unidad de consumo, y su
función educativa era la reproducción de las normas de la ideología dominante: respeto al
orden establecido y a la propiedad privada.

En la familia obrera, el padre podía reinar como un amo y dejar la autoridad política del
exterior a los otros.
Sin embargo, este proyecto entraba en contradicción con la realidad de la revolución
industrial que proletarizaría a las mujeres. En efecto, en el momento de la expansión
industrial del siglo XIX, se movilizará a todo el mundo para las minas, el textil... incluidos
los niños y las mujeres.
Y serán las mujeres y los niños los que serán confinados a tareas de ejecución a veces
peligrosas, con salarios míseros.
La familia obrera estalló debido a:
  Movilidad de los trabajadores.
  Solteros que viajaban y se alojaban en otras familias.
  Ciudades obreras en la que se creó una vida colectiva.
  Con horarios diferentes, la familia ya no se encontraba en la casa o muy poco.

Todo esto presentaba una serie de peligros para la burguesía que se le escapaba de las
manos la situación y que, desde entonces, tratará de montar una empresa de moralización
con el fin de recuperar su ascendiente sobre los trabajadores:
  tentativa de reforma de la familia: la burguesía trataría de revalorizar la imagen de la
mujer en el hogar, garante de la moral, o sea, que cada mujer, trabajara o no fuera de la
casa, debía considerar al hogar como su responsabilidad principal.
  establecimiento de la escuela pública que tendría una función ideológica (Jules Ferry y la
enseñanza de la moral) y una función económica (formar trabajadores cualificados) a fines
del siglo XIX y sobre todo a comienzos del siglo XX.
Y esto implicaba:
  Que las mujeres eran también las encargadas de controlar moralmente a los
hombres (por ejemplo, los patronos se dirigían a ellas para que presionaran sobre sus
maridos para que renunciaran a hacer huelga, en nombre del “bienestar” de la familia).
  Que su trabajo correspondía a algo complementario: su responsabilidad principal
no era la producción. El salario recibido por este trabajo sería un salario complementario
al masculino; la noción de mano de obra complementaria implicaba que se la utilizaba
según la coyuntura.
  Que el empleo de las mujeres evolucionaba hacia oficios llamados femeninos, que
prolongaban las funciones familiares y estaban también mal pagados, ya que correspondían
a actividades no productivas, desvalorizadas puesto que derivaban de las tareas familiares.
La entrada masiva de las mujeres en las fábricas podía conllevar su emancipación.
Para frenar esa emancipación, no sólo se utilizó el recurso del «encierro» en la familia, sino
también la utilización de la mano de obra femenina mal pagada para dividir a los
trabajadores. Por ejemplo: despido de hombres para contratar mujeres y niños por la noche,
en las peores condiciones.

Las relaciones entre memoria e historia se han convertido en un elemento central del interés
historiográfico y filosófico de nuestro tiempo. En España, el debate se centra en la
destacada atención social y la investigación
Memoria e historia de las mujeres republicanas
Historiográfica sobre la República, la Guerra Civil y el Franquismo, por la mitificación o el
rechazo de personajes y procesos, frente a un análisis historiográfico dominado por los
grises y los matices. A pesar de la intensidad de la controversia, no se suele aludir a las
experiencias femeninas de los años treinta, que también son recordadas de forma sesgada y
contribuyen a mitificar el pasado. La pervivencia de mitos y de enfoques abandonados por
la historia académica conduce a preguntarse si la investigación historiográfica responde a la
demanda de saber de la sociedad actual2. Sánchez León responde con crudeza: «el relato
producido por los historiadores, un relato impersonal y con una falsa equidistancia, se ha
ido mostrando incapaz con el tiempo de satisfacer los cambios en la sensibilidad del
público», que reclama «una historia con sujeto». Precisamente este autor menciona la
historia de las mujeres como el ámbito académico que más se aproxima la demanda de
recuperar lo subjetivo.

Tanto el destacado interés social que las mujeres de la República y la Guerra despiertan,
como la existencia de una nutrida y sólida historiografía de género justifican, a nuestro
entender, que la memoria de las mujeres ocupe un lugar en este debate.
Para entender la valoración y el recuerdo de las mujeres republicanas en la actualidad, cabe
establecer una evolución, porque la memoria está sometida a un cambio constante.
Primero, hay que partir de la política de la memoria del Franquismo, que fue del miedo a la
Guerra y al caos de la República, que justificaba la rebelión de 1936, en las primeras
décadas, a la insistencia en el progreso económico y los 25 años de paz en los años sesenta
y setenta. ¿Cómo aplicar estos presupuestos a las mujeres? En el primer franquismo, desde
las instancias oficiales y desde el discurso médico, hubo una demonización de las «rojas»,
no sólo política sino sobre todo moral, pues suponían un peligro para el modelo doméstico
femenino franquista: según esta retórica, la decadencia de las costumbres en los años treinta
obedeció al comportamiento de esas mujeres que habían mantenido relaciones
sentimentales fuera del marco del matrimonio eclesiástico y habían decidido controlar el
número de hijos que querían tener. Pero incluso se juzga moralmente su participación
política en la República o en la resistencia durante el conflicto, caricaturizándolas con
brutalidad como andróginas, feas, provocadoras o sabihondas, en lo que Sofía Rodríguez
califica de violencia simbólica. En la oratoria franquista, estas mujeres «masculinizadas»
desprestigiaban a los combatientes republicanos y ponían en duda su virilidad.
Mitos y estereotipos femeninos
La importancia de los mitos en la conformación de la memoria colectiva y la memoria
social ha sido puesta de manifiesto en diferentes ocasiones. En el caso que nos ocupa, los
mitos están en estrecha relación con la memoria de la República y la Guerra, que
permanecen inamovibles al margen de los estudios historiográficos, como recuerda Reig
Tapia43. Los mitos intentan explicar la realidad como una acción extraordinaria llevaba a
cabo por protagonistas sobresalientes, individuales o colectivos, bajo un formato idealizado
y sin atisbos de incertidumbre44. Además, proporcionan un modelo de valores y proyectan
estructuras mentales o sociales4
En ese sentido, la memoria social y colectiva de la República y la Guerra se vincula a la
extensión de derechos y a la movilización armada femenina, es decir, refuerza la idea del
cambio experimentado por las mujeres, pero oculta las permanencias y las resistencias al
mismo. Además, por paradójico que resulte, ofrece una visión desideologizada de este
proceso e insiste en la identificación entre víctima pasiva y mujer. Al negar o dejar en un
segundo plano elementos fundamentales de la realidad social y política, los mitos
contribuyen a simplificar el recuerdo del pasado y a difundir una visión reduccionista del
presente. Algunos mitos políticos que surgieron en la República o la Guerra van perdiendo
con el tiempo su carácter ideológico, adscrito a una determinada corriente o formación
política, y adquieren contornos más sociales que políticos. Sin un estado que los reforzara y
mantuviera, soportando la oratoria franquista que contribuyó a su simplificación y
uniformización, y sobre todo a su olvido, y sin una unidad de criterios y valoraciones
políticas, estos mitos permanecieron vivos sólo en algunos colectivos, en la clandestinidad
y en el exilio, y volvieron a aflorar con la democracia, pero en un contexto que primaba el
consenso y no el enfrentamiento político. En la actualidad, los mitos femeninos de la
República y la Guerra han perdido sus perfiles ideológicos claros, para presentarse como
mitos vinculados a una izquierda poco definida, e incluso a un amplio conjunto de la
sociedad que se identifica emocionalmente con las víctimas anónimas o las heroínas sin un
compromiso político definido.
Conclusiones
Como hemos visto con anterioridad, la importancia de analizar la situación de la mujer en
diferentes contextos y el papel que ha desempeñado, nos ayuda a comprender su proceso de
socialización o sea su conformación como individuo dentro de la sociedad a través de los
roles que representa y los derechos que como ser humano se han pasado por alto.
Por otro lado, se estima importante la escasa participación de un sector tan amplio de la
población en las tareas necesarias del cambio en nuestro país y aún más la tendencia
conservadora que manifiesta y que frecuentemente lo convierten en aliado para la
conservación del sistema.
Vemos pues que toda la compleja subordinación cumple funciones en la reproducción del
sistema, por un intrincado y eficiente tejido ideológico que fomenta una concepción
determinada acerca de la naturaleza da la mujer y de sus condiciones biológicas, psíquicas
y en consecuencia sociales, llevando a aceptar la inferioridad de la mujer en el desempeño
de las actividades intelectuales y políticas y su vocación para asumir tareas domésticas
También podemos decir que las mujeres se encuentran doblemente marginadas; en primer
lugar, porque su vida está determinada por uno de los roles que es capaz de realizar, hasta
el punto que a veces aparecen como sinónimos ser mujer y ser madre; en segundo porque la
estructura política existente, ofrece muy limitadas posibilidades de desarrollo económico y
social (aunque esto último está tendiendo a mejorar).
Finalmente, podemos ver que actualmente la mujer va convirtiéndose en individuo
"escindido" que ocasiona -como se ha visto en la introducción- el llevar un doble tipo de
vida, y que aun cuando éste muchas veces es temporal, se presenta cuando en el trabajo se
mantiene un tipo de relaciones y en la familia otro. De manera especial además de llevar
este doble tipo de vida, la mujer también cuenta con la responsabilidad de velar por que la
familia se desarrolle sanamente, encargándose tanto de la alimentación como de la
educación de sus hijos y al salir de trabajar fuera de casa, puede ser que adopte otro tipo de
ideología y tenga una nueva manera de concebir la educación para las hijas e hijos, etc.
Cambiando con ello el patrón tradicional del rol de la mujer y adoptando una nueva manera
de socialización, al defender los derechos que como mujer ha ganado:
 Merecer el respeto de su pareja, sus hijos y los demás miembros de la sociedad
 Ser tomada en cuenta de la misma forma que los hombres.
 Expresar sus opiniones y necesidades físicas, emocionales, intelectuales y sexuales
para que sean consideradas y satisfechas al igual que las de su pareja.
 Ser respetadas física, sexual y psicológicamente; no ser humilladas o
menospreciadas
 Decidir respecto a su vida sexual, de y cuando desean tener relaciones sexuales y
negarse a practicar lo que no les guste o lastime
 Denunciar todo ataque sexual de que sea objeto y ser atendida de manera inmediata
y respetuosa.
 Que la maternidad no sea motivo de discriminación en el trabajo o condición para
que se le contrate
 Recibir un salario igual que los hombres por igual trabajo y no condicionarlos a una
situación de soltería y matrimonio.
Bibliografía

Bibliografía
Cabellaro Ramos, D. (2018). EL CAPITAL Y LA CONDICIÓN DE MUJERES. (158), 117-118-121.

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