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1 //Escenario
Escenario25
Lectura fundamental
Fundamental
Los efectos
Etapas de ungenerales
plan de comunicación
de los actos
estratégica
jurídicos
Contenido
Palabras clave: contratos, negocio jurídico, derecho privado, efectos de los actos jurídicos.
1. Efectos de los actos jurídicos
En esta Lectura fundamental se exponen aspectos relacionados con los efectos de los actos
jurídicos. Con tal propósito, se deben entender los actos jurídicos desde la óptica de los negocios y
particularmente desde el contrato como negocio por excelencia y la fuente más común de obligación.
En ese sentido, es posible hacer referencia a dos tipos de efectos de los actos jurídicos: los efectos
específicos y los efectos generales, que, a la vez, se pueden clasificar tratándose de las partes o de
terceros.
Los efectos específicos de los actos jurídicos y particularmente de los negocios jurídicos ya ha sido un
aspecto ampliamente desarrollado en las Lecturas fundamentales anteriores, pues estos efectos son
los generalmente pactados por las partes, específicamente para sus negocios en atención a el objeto
concreto de estos.
Mientras tanto, los efectos generales de los actos jurídicos suponen aspectos que generalmente no
son pactados por las partes en atención a que, por regla general, operan por ministerio de la ley sin
necesidad de pacto específico en tal sentido. Asimismo, los efectos generales están diseñados por el
legislador con el fin de suplir los vacíos e inobservancias que eventualmente puedan adolecer los actos
en el marco de una relación negocial de voluntades.
Vale la pena recordar lo referido en Escenarios anteriores en cuanto a los elementos esenciales,
naturales y accidentales de los actos jurídicos. Dichos elementos servirán para comprender, desde la
defensa del objeto específico de los actos, aquellos efectos generales que operan por mera atribución
de la ley respecto de las partes contractuales y, eventualmente, frente los terceros ajenos a dicha
relación negocial.
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b. El postulado del pacta sunt servanda (tratado previamente)
Con anterioridad se había abordado el concepto del orden público y las buenas costumbres. Por un
lado, el orden público, desde la jurisprudencia de la Corte Constitucional, se ha entendido como un
principio tendiente a la restricción de las libertades ciudadanas con fundamento en la preservación de
las condiciones mínimas de seguridad, tranquilidad, salubridad, y moralidad que deben existir para la
garantía de la vida en comunidad.
Desde la doctrina, por otro lado, se ha desarrollado el principio del orden público como una
enunciación meramente restrictiva (e imperativa) de la autonomía de la voluntad privada con el fin
último de la protección del interés general y el mantenimiento de la sana convivencia social.
Desde las teorías racionalistas del orden público, también se ha explicado este como una limitación al
ejercicio de las autoridades, particularmente de las fuerzas policiales, en el sentido del establecimiento
de un marco normativo cuyo alcance, eficacia y contenido es de exclusiva determinación del
legislador como representante de la voluntad del pueblo y, por lo tanto, su observancia es obligatoria
para todos los órganos del poder público. Desde el racionalismo jurídico, también se ha desarrollado el
concepto de “orden público” como síntesis de la máxima de “lo que no está prohibido está permitido”.
El concepto de “buenas costumbres” se puede explicar desde el entendimiento mismo del orden
público; sin embargo, no debe ser interpretado de forma literal. Si bien, en Colombia las buenas
costumbres se entendían primigeniamente como un criterio orientador basado en preceptos estéticos
estrechamente relacionados con el decoro, el buen gusto o la buena conducta bajo la égida de la
moral cristiana; con el fenómeno constitucionalizador de la Carta Política de 1991 y el rol de la Corte
Constitucional en dicha empresa, las buenas costumbres son explicadas desde la moral pública o la
moral social.
Al explicar el concepto de las buenas costumbres desde la moral pública o social, es posible
determinar su alcance evitando los problemas que puede suponer una explicación desde la
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subjetividad de los criterios estéticos o religiosos. En ese sentido, la jurisprudencia constitucional
colombiana en reiterados pronunciamientos ha manifestado que:
Una cosa es que el ordenamiento pueda limitar ciertas expresiones innecesarias e injuriosas, a fin de
proteger la honra de las personas, u otros bienes constitucionales, y otra muy diversa es que la ley
ordene que se atiendan unos ambiguos e inexistentes “dictados universales del decoro y del buen gusto,
pues ese mandato implica el predominio de ciertas visiones del mundo sobre otras”.
Por lo tanto, afirma la Corte que para garantizar la determinación y el alcance del principio de las
buenas costumbres es necesario entender dicho concepto a partir de los propios valores, principios y
reglas jurídicas contenidas en el marco legal que regula la situación concreta a la que hace referencia
dicho concepto jurídico indeterminado.
En otras palabras, las buenas costumbres, como abstracción de la moral pública o social, comprenden
de igual forma, una manifestación de la prevalencia del interés general sobre el particular a través de
la concepción de una moral que prevalece en cada pueblo en su propia circunstancia y que solo es
individual en el momento en que se valoran los actos propios y concretos con el rasero que supone la
propia moral social.
La conformidad de los actos jurídicos con el orden público y las buenas costumbres supone, como
ya se ha manifestado, una limitación al ejercicio del principio de la autonomía privada de la voluntad;
sin embargo, existen diversos requisitos estipulados por la propia jurisprudencia constitucional para
que determinada circunstancia que se invocada como buena costumbre tenga efectos restrictivos
respecto de las libertades y particularmente respecto de la autonomía privada de la voluntad, a saber:
d. Debe garantizar la observancia y garantía del principio de la dignidad humana y ser compatible
con los postulados del Estado social de derecho.
La virtualidad de los principios de la conformidad con el orden público y las buenas costumbres, en el
marco del estudio del derecho privado, entiende un efecto general de los actos jurídicos respecto de
las partes en tanto establece criterios imperativos o de obligatoria observancia en el contexto de las
relaciones negociales, cuya ausencia afectaría, incluso, la existencia del negocio.
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En síntesis, la conformidad de los postulados contractuales con el orden público y las buenas
costumbres se entiende que opera por ministerio de la ley, habida cuenta de que no es necesario una
estipulación explícita para que los contenidos normativos establecidos por la Constitución y la ley
surtan efecto en el marco de una relación obligacional, sino que estos contenidos operan de suyo sin
perjuicio de que se haya estipulado en contrario.
Cómo mejorar...
Para profundizar lo estudiado en este acápite, es ampliamente recomendable la
lectura de la sección tercera, capítulo primero, del Tratado de las obligaciones II
de Fernando Hinestrosa (2015).
El principio del pacta sunt servanda ha sido tratado de forma transversal en este Módulo; sin
embargo, en esta oportunidad se estudiará este principio de forma somera, desde el punto de vista
de los efectos generales de los actos jurídicos respecto de las partes. La aproximación más cercana
que del ordenamiento jurídico se puede extraer para definir el principio del pacta sunt servanda se
encuentra en el artículo 1602 del Código Civil, donde se manifiesta que “todo contrato legalmente
celebrado es una ley para los contratantes, y no puede ser invalidado sino por su consentimiento
mutuo o por causas legales”.
El principio del pacta sunt servanda resulta una máxima fundamental para el ejercicio de las relaciones
obligacionales, en atención a que establece la fuerza imperativa de los negocios jurídicos y, de ello, las
consecuencias jurídicas derivadas del incumplimiento; el principio del pacta sunt servanda supone la
categoría de cumplimiento de obligaciones nacientes en virtud de un negocio jurídico.
En otras palabras, mientras la observancia de los postulados de conformidad con el orden público y
las buenas costumbres hace referencia al cumplimiento y la satisfacción de los contenidos normativos
establecidos en el ordenamiento jurídico, el pacta sunt servanda hace referencia al cumplimiento de
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los contenidos normativos (cláusulas) que son exigibles a las partes contractuales en atención a las
consecuencias de la manifestación inequívoca de su voluntad.
El principio del pacta sunt servanda, en el marco del estudio del derecho privado, supone la
jerarquización de los contenidos obligacionales interpartes al rango de la ley, con el fin de garantizar
su cumplimiento y que este sea exigible como tal, siempre y cuando su gestación sea conforme al
proceso que el propio derecho establece para la validez y eficacia de los negocios jurídicos.
Rebus sic stantibus es una máxima del derecho que tiene la virtualidad de exceptuar, en casos
específicos, los efectos de pacta sunt servanda propios de los negocios jurídicos. La premisa del rebus
sic stantibus implica la existencia de una cláusula tácita de los contratos que garantiza su permanencia
en el tiempo siempre y cuando no se hubiesen modificado las circunstancias (o contexto) que
derivaron en la celebración del contrato.
El rebus sic stantibus es una expresión latina que traduce literalmente “estando así las cosas”.
Aunque no es posible rastrear el origen exacto del aforismo, en obras medievales como el Digesto
(compilado de jurisprudencia del derecho romano) y las Instituciones de Justiniano, se pueden
encontrar las primeras referencias del principio de rebus sic stantibus, presentando, asimismo,
varias reformulaciones, a saber: rebus sic stantibus et aliquid novo non emergentibus (estando así las
cosas y no ocurriendo algo nuevo), rebus sic stantibus omnis promissio intellegitur (en toda promesa
se sobreentiende el cumplimiento siempre que sigan así las cosas), y contractus qui habent tractus
sucessivus vel dependentia de futuro rebus sic stantibus intelligetur.
La imprevisión se explica como una obligación tendiente al cumplimiento de los contratos siempre
y cuando prevalezcan las circunstancias existentes en el momento de la celebración del negocio
jurídico. Por lo tanto, si se configuran circunstancias imprevisibles o extraordinarias que hagan que
determinado negocio sea extremadamente oneroso o difícil de cumplir, nace la posibilidad de que el
contratante afectado solicite la modificación de dichas cláusulas.
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Mientras que el Código Civil colombiano no hace expresa regulación de la teoría de la imprevisión,
sí existen normas de las que se puede inferir situaciones en las que se puede dar aplicación a la
imprevisión, particularmente en relación con vicios ocultos del suelo en el marco de la construcción
de edificios por precio único, en los términos del numeral segundo del artículo 2060 del Código Civil.
De ello que, aunque la sala de casación civil de la Corte Suprema de Justicia, en los años 30 del siglo
XX, diera aplicación de la teoría de la imprevisión en el marco del derecho civil, en la actualidad la
jurisprudencia de la Corte ha sido extremadamente respetuosa del principio del pacta sunt servanda¸
por lo que, en la mayoría de los casos, la imprevisión prevalece exclusivamente como un apoyo
interpretativo para los jueces y no como una norma de aplicación directa.
Por otro lado, el Código de Comercio sí que regula expresamente la teoría de la imprevisión. El
artículo 868 del Código de Comercio (1887) establece que:
e. Que el hecho sobreviniente no sea imputable a la parte contractual que pretende la aplicación
de la imprevisión.
Entonces, se puede hacer referencia al rebus sic stantibus como un efecto de los actos jurídicos
tendiente a la protección del equilibrio contractual en escenarios donde, por hechos posteriores a la
celebración del contrato, se pueda ver afectada alguna de las partes en relación con el cumplimiento o
ejecución del acuerdo.
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2.4. Debida diligencia y buena fe
Otro de los efectos relevantes respecto de las partes es relativo al cumplimiento del postulado de la
buena fe y la debida diligencia. Entendiendo que los negocios jurídicos son un acto de confianza, la
actitud esperada luego de la suscripción de estos es el debido cumplimiento y, para ello la lealtad y las
rectas y positivas intenciones. En Colombia, el artículo 1603 del Código Civil (1887) establece una
carga de buena fe inherente a la celebración del contrato para ambas partes: “los contratos deben
ejecutarse de buena fe y, por consiguiente, obligan no solo a lo que en ellos se expresa, sino a todas las
cosas que emanan precisamente de la naturaleza de la obligación, o que por la ley permanecen a ella”.
El postulado de la buena fe, como las instituciones jurídicas hasta ahora tratadas, tienen su génesis en
el derecho romano: allí dicha confianza y fidelidad dada en virtud de la palabra se constituía en la fides,
cuya relevancia suponía la categoría de un principio sagrado al que debía rendírsele culto como si de
una divinidad se tratase.
La relevancia del postulado de la buena fe trascendió incluso respecto de los ordenamientos jurídicos
influenciados por el sistema de derecho romano-germánico o de civil law, siendo incluso un principio
fundamental en los sistemas de derecho anglosajón o de common law donde el postulado de la buena
fe sirve de piedra angular para cualquier tipo de relación humana regulada por instituciones jurídico-
sustanciales y jurídico-procesales.
Aún con la tendencia globalizadora de los sistemas de derecho que se evidencia, por ejemplo,
en la Constitución Política de 1991, la influencia colonial de las instituciones jurídicas españolas
y la adopción del Código Civil de Andrés Bello, que a su vez está inspirado en el Código Civil
de Napoleón, hace posible la clasificación del sistema jurídico colombiano como mayormente
continental-europeo o de civil law, motivo por el cual la legislación colombiana entiende el postulado
de la buena fe desde la cosmovisión propia de los sistemas romano-germánicos.
Dicha cosmovisión ha clasificado la buena fe como subjetiva y objetiva, que a su vez comprende una
categoría de cumplimiento de las obligaciones contraídas complementaria al principio del pacta sunt
servanda, en cuanto exige que las prestaciones que deriven en el cumplimiento de los actos deban ser
ejecutadas lealmente aún cuando no se pacten explícitamente en el contrato. En otras palabras, en
virtud de la celebración de un negocio jurídico, las partes no se obligan únicamente al cumplimiento
de su objeto, sino también a la adopción de las medidas tendientes a la efectiva materialización del
cumplimiento de dicha prestación.
Regresando a la buena fe subjetiva y objetiva, la primera se entiende desde una categoría interna de
conciencia: la percepción de la realidad del sujeto como motivación para la expresión de la autonomía
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privada de la voluntad, es decir, la buena fe subjetiva implica, desde el fuero interno, la conciencia de
la realidad y las consecuencias que la manifestación de la voluntad puede tener en el mundo jurídico.
La buena fe objetiva o de corrección supone, primero, el reconocimiento del derecho como una
ciencia objetiva que regula relaciones externas entre las personas y, segundo, la percepción de
la buena fe como un fenómeno objetivo que solo puede ser identificado a partir de los actos que
se materializan en el ámbito externo de la realidad. Con esto, es evidente que, mientras la buena
fe subjetiva es imposible de valorar, la aplicación de criterios objetivos de buena fe supone una
herramienta para la valoración objetiva de los actos humanos que puedan llegar a tener la virtualidad
de modificar situaciones jurídicas concretas.
Dichos criterios objetivos contrarios pueden ser valorados a través de la máxima de los actos propios
o venire contra factum proprium non vale (la invalidez de una conducta evidentemente contraria a un
hecho propio anteriormente ejecutado). Se entiende que una conducta se realiza de mala fe, en el
momento del cumplimiento de cuatro requisitos esenciales:
De la misma manera, existen situaciones o deberes concretos que se deben cumplir en las diferentes
etapas de conformación, suscripción y perfeccionamiento de un negocio jurídico. Para tal efecto, es
importante tener en cuenta la satisfacción de los siguientes deberes:
a. El deber de información: en cuanto a que la celebración del negocio jurídico debe ser
consecuencia del consentimiento informado de las partes.
b. El deber de investigación: en relación con el deber de las partes de investigar los aspectos
mínimos relacionados con el negocio.
c. El deber de claridad: respecto de la claridad y transparencia con la que deben actuar las partes
con relación a la formulación y determinación del objeto del negocio jurídico.
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f. El deber de custodia: en los casos en donde el objeto del contrato recaiga sobre un bien
material, las partes deben custodiarlo con el fin de que se pueda continuar ejecutando el
contrato en los términos originalmente planteados.
El postulado de la debida diligencia, por otro lado, supone un deber adicional a las buenas intenciones
(buena fe); por lo tanto, implica el deber de actuar de forma prudente y diligente en relación
con las actividades realizadas con el fin de cumplir el objeto del negocio jurídico. Así, Mientras la
consecuencia natural de la mala fe en el contexto de los contratos es el dolo, en el evento de la falta
de diligencia, la consecuencia jurídica se categoriza como culpa (como inobservancia al deber objetivo
de cuidado), sin perjuicio de que, en algunas circunstancias particularmente graves, la culpa se pueda
considerar dolo.
De la misma forma, como es posible evaluar de forma relativamente objetiva las conductas
constitutivas de mala fe en cuanto a la debida diligencia, el Código Civil colombiano también
establece ciertos criterios para la clasificación de la falta de diligencia o la culpa. Así las cosas, el
artículo 63 del Código Civil colombiano (1887) clasifica las culpas según el grado de descuido o falta
de diligencia:
a. La culpa grave o lata, en cuanto determinada acción sea abiertamente contradictoria al actuar,
respecto de sus propios negocios, de una persona con poca prudencia o diligencia. La culpa
grave es equiparable al dolo.
b. En la culpa leve, se usa el baremo de la diligencia con la que una persona del común actuaría en
sus propios negocios. El Código Civil hace referencia a las acciones propias que un buen padre
de familia (o una persona diligente) usaría en la administración de sus propios negocios. Cuando
la ley hace referencia a culpa sin especificación, se entiende que hace referencia a la culpa leve.
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c. La culpa levísima, entonces, se configura al comparar determinada acción con la ausencia
de diligencia que una persona juiciosa y estudiada usaría en el marco de sus propios negocios
importantes.
2.5. La representación
El último aspecto para valorar en cuanto a los efectos generales de los actos jurídicos respecto de
las partes es la representación o la debida representación. Si bien en Escenarios anteriores ya se
ha hecho mención a la capacidad y debida representación como requisito de validez de los actos
jurídicos, en este acápite particularmente, se hace una breve referencia al entendimiento de que
la celebración de actos, por parte de terceros que ejercen una debida representación, genera los
mismos efectos que se producirían si la o las partes negociales actuaran personalmente.
La representación tiene por único objeto facultar al representante de actuar en nombre y beneficio
del representado. Igualmente, la representación se puede presentar por ministerio de la ley (como
la patria potestad), en virtud de un contrato (como el de mandato) y orgánicamente (como el
representante legal de una persona jurídica). A sabiendas de que la representación presupone de
suyo la manifestación de una confianza especial por parte del representado hacia el representante,
desde la antigüedad se ha establecido una prohibición de que el representante contrate para sí mismo
en nombre del dominus (representado). En otras palabras, el representante no puede obligar, para
consigo, a su representado. En la doctrina se ha llamado esta situación como autocontrato.
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De la misma manera, la representación implica, además el ejercicio de determinadas facultades por
parte del representante, una serie de deberes y obligaciones mutuas entre el representante y el
dominus: por un lado, el representante debe actuar con esmero, diligencia, reserva y lealtad en los
actos celebrados en nombre del dominus y este, a su vez, debe facilitar al representante los medios
necesarios para el correcto ejercicio de su gestión, a retribuirle el valor de su trabajo si a ello hubiere
lugar y reparar los daños que, sin culpa de este se hubiesen generado en virtud del mandato.
Sin perjuicio de lo anterior, los actos jurídicos sí que generan efectos jurídicos con terceros no
negociales en atención a que, en ocasiones, estos se proyectan sobre personas que no participan en
el acto y que, incluso, ignoran su existencia. De tal forma, en este acápite se referencia la regla de
la relatividad de los actos jurídicos y sus excepciones, así como el principio de oponibilidad frente a
terceros.
Entendiendo ya el alcance de los efectos relativos de los actos jurídicos, antes de examinar sus
excepciones, es necesario nominar aquellos terceros sobre los que, por su naturaleza, no se ven
afectados por los efectos propios de los actos jurídicos. En este caso son los siguientes:
b. Los causahabientes de las partes mientras no presten consentimiento para sustituir la parte.
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c. Los penitus extranei, como terceros absolutos que no tienen ninguna relación o vínculo con las
partes del negocio jurídico. Sobre ellos no recae ninguna obligación en relación con el contrato
suscrito por las partes negociales.
Por otro lado, tal y como se ha anticipado, es posible encontrar, en el ordenamiento jurídico, algunas
excepciones a la regla de relatividad de los actos jurídicos. De forma general, en este acápite se hace
referencia a tres grandes excepciones a la relatividad de los actos jurídicos: los acreedores en ejercicio
de sus derechos auxiliares, los terceros a los que se les afecta con el otorgamiento de un derecho u
obligación (como en la estipulación por otro) y el efecto erga omnes2 de los contratos que se desarrolla
en el siguiente acápite.
De forma somera, se puede afirmar que, sin perjuicios de los efectos erga omnes, que por regla
general se desprenden de los negocios jurídicos legalmente celebrados, existen ciertos tipos de
actos cuya propia naturaleza presume la generación de efectos jurídicos respecto de terceros que de
ninguna forma hayan prestado su consentimiento al momento de la celebración del contrato, a saber:
c. Los concordatos
3.2. La oponibilidad
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El concepto de oponibilidad implica la imposibilidad de que los efectos, consecuencias u obligaciones
derivadas de la celebración de determinado acto sean desconocidas por terceros. El ejemplo clásico
para explicar los actos cuyo contenido es inoponible a terceros es relativo a los actos para los que
la ley exige la solemnidad de la escritura pública: la compraventa de inmuebles, el matrimonio, la
legitimación de hijos naturales, la adopción, la constitución de determinadas sociedades comerciales,
etcétera.
Sin perjuicio de lo anterior, para que determinado acto sea oponible a terceros no necesariamente
debe constar en escritura pública. En el Código de Comercio, a modo de explicación, se establecen
ciertas circunstancias en los que los actos provenientes de órgano colegiado son inoponibles a
miembros ausentes o disidentes; por ejemplo, en estos casos los actos de una mayoría obligan a una
minoría, aunque no hayan prestado su consentimiento.
Entonces, el principio de oponibilidad supone una obligación para terceros ajenos a la celebración
de determinado acto, de respetar las prestaciones que allí se establecen; sin embargo, configurado
el escenario en que el acto que se reputa inoponible a terceros, aunque no imponga obligaciones
respecto de estos, viole injustificadamente derechos de terceras personas, faculta a estos para
oponerse a dichos actos y usar las herramientas de impugnación que confiere la ley. En la práctica
jurídica, dichos actos de oposición a los contratos que en principio son inoponibles, se manifiestan
comúnmente a través de, por ejemplo, la impugnación de decisiones de la asamblea o junta de socios
establecida en el artículo 191 del Código de Comercio (1887).
¿Sabía qué...?
Para profundizar en los conceptos acá tratados, es ampliamente recomendable
la lectura de los capítulos I y II de la Sección II de la Teoría general del contrato y
del negocio jurídico de Ospina Fernández y Ospina Acosta (2016).
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Referencias
Congreso de la República de Colombia. (1887, 20 de abril). Ley 57 de 1887: Se expide el Código Civil
colombiano, redactado por Don Andrés Bello, que incluye antecedentes de las acciones populares. Diario
oficial No. 7.019.
Presidencia de la República de Colombia. (1971, 16 de junio). Decreto 410 de 1971: Por el cual se
expide el Código de Comercio. Diario Oficial No. 33.339.
Hinestrosa, F. (2015). Tratado de las obligaciones II: de las fuentes de las obligaciones; el negocio jurídico.
Universidad Externado de Colombia.
Ospina Fernández, G. y Ospina Acosta, E. (2016). Teoría general del contrato y del negocio jurídico (7.a
ed.). Temis.
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INFORMACIÓN TÉCNICA
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