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Un resplandor viene del pasado

Desde la negrura de una noche muy larga, unos ojos de


mujer chispearon. Intuían el mundo de afuera, mientras
diseccionaban el de adentro, y una luz crecía, silenciosa,
secreta, animada por la palabra.
Esa luz atravesó los ojos de sor Juana, de Virginia, de
Alejandra, en un viaje plagado de obstáculos, hasta llegar
a nuestro tiempo, viva y cambiante, más grande en la me-
dida que a las miradas se le suman miradas y se agregan
ideas a las ideas.
Con la publicación de La vieja casa de la calle Ma-
racaibo, este fuego se renueva, esta vez bajo la óptica de
María Cristina Restrepo, cuyo trabajo como traductora,
pero sobre todo como autora de novela histórica, la ha
convertido en una de las escritoras antioqueñas más reco-
nocidas en la actualidad.
Apasionada por la historia, María Cristina se ha
sumergido en la vida y las circunstancias de personajes

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como Pascual Bravo y Jorge Isaacs, y en las de hombres
y mujeres anónimos, como los inmigrantes alemanes en
la Colombia de la primera década del siglo xx, para darle
vuelo a la ficción dentro de ese «marco real». Esta labor
tenaz de investigar, imaginar y escribir ha dado como fru-
to seis novelas publicadas, entre ellas Amores sin tregua
(2006) y Al otro lado del mar (2017), en las que se refleja
lo que hemos sido como país, desde siempre una mezcla
de dolor y gozo.
En este nuevo título de Palabras Rodantes también
la realidad y la ficción vienen de la mano, ahora en for-
ma de cuentos: La vieja casa de la calle Maracaibo puede
leerse como una suerte de álbum fotográfico; a través de
sus páginas es posible volver a las calles de la antigua Me-
dellín, a sus casas, sus costumbres y contrastes, los modos
de pensar y asumir la vida de su gente. Pero, como lo haría
en trabajos posteriores —este es su primer libro, luego de
la publicación de su tesis de grado—, el telón de fondo,
esa ciudad que resuena tras las ventanas de la casa, es la
entrada al universo íntimo que la narradora construye a
partir de la rememoración de su infancia, marcada por la
presencia de los adultos, a los que observa permanente-
mente, y en los que de algún modo se descubre a sí misma
en la medida que intenta descifrarlos.
La curiosidad es la guía. La niña evocada quiere sa-
berlo todo, quiere que todas las puertas se abran, incluso
aquellas que presiente aterradoras. Esa fascinación la lleva
hasta personajes como Elías, «que sabía que los niños no

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eran inocentes»; o Carmen, la niñera a la que tiene que
someterse, pues de no hacerlo, corre el riesgo de terminar
mal. Pero el camino de las preguntas constantes también
conduce al abuelo Totoi, la compañía serena y transpa-
rente, que es, además, la posibilidad de experimentar la
vida en el campo cuando la ciudad aún no empezaba a
tragárselo.
Pegado a la curiosidad, un deseo, que se percibe a lo
largo de las páginas: la libertad. A pesar de sus pocos años,
sabe que la vida está en ebullición constante, y que las
caminatas por Junín o La Playa son solo el comienzo de
lo que conocería si pudiera aventurarse, como el chinche,
lejos de la calle Maracaibo. Un anhelo siempre in crescen-
do, que parece materializarse en los libros, cuando por fin
aprende a leer, y corrobora que existen otras posibilida-
des para ir más allá.
Siguiendo su mirada, iluminados por la riqueza de
sus descripciones y la frescura de su lenguaje, también
nosotros, los lectores, vamos un poco más allá, y a tra-
vés de sus recuerdos volvemos a los nuestros, a días más o
menos semejantes, en los que quisimos saber cómo era el
mundo, escapar de la pequeña cárcel que aparentaba ser
la infancia, que aparenta ser cualquier tiempo, antes de
hacerse pasado.

Janeth Posada F.
Enero de 2022

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