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Mi Tátara-Tátara-Abuela, Emma Hale Smith

Por Gracia N. Jones

Aún desde la muerte del Profeta Joseph como martir en Carthage, Illinois, algunos Santos de los
Últimos Días se han sentido decepcionados porque Emma, la esposa de Joseph, no fue con la Iglesia en
el éxodo hacia occidente de los Santos en 1846-47.
Los descendientes de Emma y Joseph crecieron separados de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de
los Últimos Días. Yo siquiera sabía poco de esas cosas, dado que nuestra rama de la familia estaba muy
alejada de nuestra herencia Smith. Mientras crecía en una granja cerca de Ronan, Montana, yo supe que
tenía un familiar llamado Joseph Smith, pero no recuerdo haber escuchado la palabra Mormón o haber
visto un Libro de Mormón hasta que fui casi una adulta.
Aun cuando la religión organizada no fue una parte prominente de mi vida, recuerdo anhelar en mi
corazón por una relación con Dios. Cuando tenía diecisiete años, nuestra familia se mudó a Conrad,
Montana, donde ocurrió que conseguí un trabajo de niñera con una familia Santo de los Últimos Días.
En Agosto de 1955, ellos me presentaron a los misioneros, Élder James Waldron y Élder Dean Richins,
quienes se emocionaron al saber de mi relación con Joseph Smith. Ellos me contaron de la Primera
Visión y me obsequiaron un Libro de Mormón.
El Élder Waldron me dijo, “Esta es una copia del Libro de Mormón. Fue traducido mediante el poder
de Dios por tu tátara-tátara-abuelo, y es verdadero.” Al tomar el libro en mis manos, todo mi ser parecía
sentir oleadas y oleadas de emoción con una convicción total: “¡Es verdadero! ¡Es realmente
verdadero!”
Fui bautizada el 17 de marzo de 1956. Después de mi conversión, siempre que los miembros de la
Iglesia sabían de mi relación con el Profeta, me trataban con amabilidad inusual debido a la reverencia
que sentían por él.
Sin embargo, descubrí que había una actitud diferente acerca de Emma. Un día, cuando estaba en el
salón de la Sociedad de Socorro, noté una pintura de una mujer de cabello obscuro. Curiosa, me
acerqué. En la placa leí la inscripción: “Emma Hale Smith – Dama Escogida – Primera Presidenta de la
Sociedad de Socorro.” Fascinada por ver al fin una pintura de mi tátara-tátara-abuela, pensé: ¡Que
hermosa es! Me llenaron sentimientos de amor por ella. Pero mis pensamientos fueron interrumpidos
cuando alguien detrás de mí dijo, “Mi esposo dice que deberían quitar la pintura de esa mujer de la
pared de la iglesia.” Estupefacta tanto por el tono de voz como por las palabras que dijo, me perturbó y
me hizo preguntarme que motivó esa opinión sobre Emma.
Tiempo después, mientras leía el libro Historia del Profeta Joseph Smith por Su Madre, encontré el
tributo de Lucy Mack Smith a Emma: “Nunca he visto a una mujer en mi vida, que soportara toda clase
de fatigas y problemas, de mes a mes, y de año a año, con ese indoblegable coraje, celo y paciencia,
como ella siempre lo hizo; porque sé que lo que ella ha tenido que soportar -ella ha sido arrojada al
océano de la incertidumbre- ella ha enfrentado las tormentas de la persecución, y ha sido golpeada por
la ira de hombres y diablos, lo que hubiese derrumbado a cualquier otra mujer.”
Me impactó fuertemente por el contraste entre las amorosas palabras de alguien que la conoció y el
juicio de alguien que no la conoció.

Aprendiendo de Emma
Después de treinta y cinco años de investigación y mucha lucha en mi alma, he satisfecho mi búsqueda
al entender lo que pudo haber motivado las diversas reacciones hacia Emma. He encontrado en la vida
de Emma un ejemplo del cual podemos obtener sabiduría y aprender mucho concerniente al amor de
nuestro Salvador, Jesucristo, que redime.
Emma nació el 10 de julio de 1804, siendo sus padres Isaac y Elizabeth Lewis Hale. Los Hale tenían
una granja cerca de Harmony, Pennsylvania, y operaban una posada. Emma y Joseph se conocieron
cuando él se alojó en la posada de su padre mientras trabajaba en el área. Isaac se opuso acremente a su
noviazgo, pero Joseph le pidió matrimonio a Emma y ella “prefiriéndolo a todos los otros” que había
conocido, aceptó. Se casaron en el hogar del terrateniente Thomas Tarbell en South Bainbridge, New
York, el 18 de enero de 1827.
Ese otoño, Joseph obtuvo las planchas de oro y continuó su misión de ser un instrumento en las manos
de Dios en la restauración del evangelio. Emma sirvió como escriba durante sus primeros esfuerzos en
traducir el Libro de Mormón. Ella fue bautizada el 28 de junio de 1830, poco después que la Iglesia fue
organizada. En julio de 1830 el Señor delineó su misión, en una revelación: “Eres una dama elegida a
quien he llamado. … Y el oficio de tu llamamiento consistirá en ser un consuelo para mi siervo José
Smith, hijo, tu marido, en sus tribulaciones.” (D&C 25: 3, 5.) Ella también fue dirigida a compilar un
libro de himnos para la Iglesia, y fue advertida de “contin[uar] con el espíritu de mansedumbre y
cu[idarse] del orgullo.” (D&C 25:11-14.)
La bendición patriarcal de Emma, dada el 9 de diciembre de 1834 por su suegro, Joseph Smith, padre,
presenta información importante concerniente a la contribución de Emma a la Restauración, como el
Señor consideraba a Emma, y que le prometió.
“Emma … eres bendita del Señor, por tu fidelidad y verdad, serás bendecida con tu esposo y te
regocijarás en la gloria que vendrá sobre él. Tu alma ha estado afligida debido a la malicia de los
hombres en buscar la destrucción de tu compañero, y toda tu alma ha estado entregada en oración para
su liberación.; regocíjate, porque el Señor tu Dios ha escuchado tu súplica. Has sufrido por la dureza de
los corazones de la casa de tu padre, y has anhelado por su salvación. El Señor tendrá respeto a tus
ruegos, y por sus juicios Él causará que algunos de ellos vean su tontería y se arrepientan de sus
pecados; pero será por aflicción que ellos serán salvos. Verás muchos días, sí, el Señor te preservará
hasta que estés satisfecha, porque verás a tu Redentor. Tu corazón se regocijará en la gran obra del
Señor, y nadie quitará ese regocijo de tí. Recordarás siempre la gran condescendencia de tu Dios en
permitirte acompañar a mi hijo [Joseph] cuando el ángel le entregó el registro de los Nefitas a su
cuidado. … Tu serás bendecida con entendimiento, y tendrás poder para instruir a tu sexo, enseñar
rectitud a tu familia, y a tus pequeñitos la manera de vivir, los ángeles santos te cuidarán y tu serás
salva en el reino de Dios, aún así, Amén.”

Una Mujer de Compromiso en el Dolor


Durante su matrimonio de diecisiete años, le nacieron nueve hijos a Joseph y Emma, y adoptaron dos.
Los primeros tres hijos de Emma murieron poco después de su nacimiento: Alvin en 1828 y los
mellizos en 1831. Ellos adoptaron mellizos, Joseph y Julia Murdock (nacidos el 1ero de mayo), cuya
madre, Julia, había fallecido al día siguiente del nacimiento de los mellizos de Emma, dejando a un
afligido esposo incapaz de cuidar a los bebés. El pequeño Joseph Murdock falleció en Marzo de 1832
como consecuencia de la exposición al ambiente exterior durante un incidente de violencia callejera. El
siguiente noviembre, Emma dió a luz un hijo saludable, Joseph Smith III. Aunque Emma disfrutó de
los pequeños Julia y Joseph, le dolía sus bebés perdidos.
El Señor confortó a Emma en su bendición patriarcal: “Has tenido mucha pena debido a que el Señor
ha tomado de tí tres de tus hijos. En esto no eres culpable, porque Él sabe tus puros deseos de criar una
familia, que el nombre de mi hijo [Joseph Smith, hijo] pueda ser bendecido. Y ahora, he aquí, te digo
que así dice el Señor, si tú crees, serás bendecida … y tendrás otros hijos, para la alegría y satisfacción
de tu alma, y para el regocijo de tus amigos.”
La fe de Emma fue recompensada: Frederick nació en 1836, y Alexander (mi antepasado) en 1838. Don
Carlos nació en 1840, pero murió catorce meses más tarde. Un hijo sin nombre nació muerto el 6 de
febrero de 1842; y David Hyrum nació en 1844, cuatro meses después de la muerte de su padre.

Emma no conoció un hogar estable hasta que estuvo en Nauvoo. Debido a la persecución y a impulsar
la obra del Señor, los miembros de la Iglesia se mudaban de estado a estado. Emma sufrió muchas
tribulaciones. Fue robada y ridiculizada; usualmente ella y los niños pasaban hambre. Aún así, ella se
afanaba para proveer para sus hijos durante las encarcelaciones de Joseph y sus largas ausencias.
Muchos Santos la ayudaron, pero algunos tomaban ventaja, incrementando severamente sus
dificultades y socavando la confianza que había en ella. Mientras Joseph y los otros líderes de la Iglesia
eran encarcelados injustamente en Liberty, Missouri, Emma y sus cuatro pequeños hijos formaron parte
del mayor éxodo de la Iglesia saliendo del estado después que la orden de exterminio fue promulgada
el 27 de octubre de 1838 por el Gobernador de Missouri Lilburn Boggs.
Estando en Quincy, Illinois, en marzo de 1839, Emma expresó su lealtad a Joseph en estas palabras:
“No intentaré escribir mis sentimientos en conjunto, por la situación en la cual estás, las paredes, barras
y cerrojos, ríos ondulantes, arroyos caudalosos, colinas elevadas, valles profundos y extendidas
praderas que nos separan, y la cruel injusticia que primero te lanzó en prisión y todavía te mantiene allí.
… Si no fuese por la inocencia consciente y la interposición directa de la misericordia divina, estoy
muy segura que no hubiese sido capaz de haber resistido las escenas de sufrimiento por las que he
pasado … pero todavía vivo y estoy dispuesta aún a sufrir más si eso es la voluntad del bondadoso
cielo, que lo haga por tí … y si Dios no registra nuestros sufrimientos y venga nuestros errores en
aquellos que son culpables, estaré tristemente equivocada. … Puede que estés asombrado de mi mala
escritura y de mi actitud incoherente, pero perdonarás todo cuando reflexiones cuan duro sería para ti
escribir cuando tus manos estuviesen rígidas con el trabajo duro y tu corazón convulsionado con la
intensa ansiedad … pero espero que vengan mejores días aún para nosotros. … Soy siempre tuya
afectuosamente. Emma Smith.”

La Compasión y el Servicio de Emma


El cuidado de Emma por la innumerable cantidad de Santos enfermos y sin hogar al igual que su
cuidado por la familia extendida de Joseph -sus padres, hermanos y hermanas, sobrinas y sobrinos- es
legendaria. La obra de Emma en la Iglesia incluyó naturalmente el atender el negocio de Joseph en su
ausencia y cuidar de sus hijos. Su compilación de himnos fechada en 1835 fue realmente publicada en
1836. Ella continuó recolectando himnos para himnarios adicionales hasta el momento que Joseph
murió. De acuerdo a los registros del Templo de Nauvoo, ella fue bautizada por sus parientes muertos
en el Río Mississippi en 1840. Manifestó coraje e inteligencia al defender a Joseph en su carta al
Gobernador Carlin de Illinois. En su cargo como la primera presidenta general de la Sociedad de
Socorro, dio ejemplo de un liderazgo fuerte. Sus instrucciones sobre el servicio caritativo marcaron el
tono por generaciones de miembros de la Sociedad de Socorro bajo el lema que promovió: “La Caridad
Nunca Deja de Ser.” (Véase 1 Cor. 13:8.)
Emmeline B. Wells, una contemporánea de Emma, escribió de ella: “La hermana Emma era
benevolente y hospitalaria; atrajo a su alrededor un gran círculo de amigos, quienes fueron como
buenos camaradas. Ella era maternal en cuanto a la gente joven, siempre tenía una casa llena para
entretener o ser entretenida. Ella era muy animada y los hermanos y las hermanas le tenían gran
respeto. Emma fue un gran solaz para su esposo en todas sus persecusiones y experiencias penosas a
través de las cuales pasó; ella siempre estaba presta a animarle y confortarle, dedicada a sus intereses, y
estaba constantemente con él siempre que fue posible. Ella era la reina de su hogar, por así decirlo, y
era amada por la gente, muchos de los cuales estaban en deuda con ella por favores y amabilidad.”
El Profeta escribió en su diario, reflexionando sobre una visita de Emma mientras él estaba en un gran
peligro y dificultad en 1842: “Con que indecible delicia, y como los transportes de alegría colmaron mi
ser, cuando tomé de la mano, esa noche, a mi amada Emma -ella que era mi esposa, aún la esposa de mi
juventud, y la elegida de mi corazón. Muchas fueron las reverberaciones de mi mente cuando
contemplé por un momento las muchas escenas que habíamos sido llamados a atravesar, las fatigas y
los trabajos, las congojas y los sufrimientos, y las alegrías y los consuelos, que de tiempo en tiempo
han sido esparcidas en nuestro camino y coronado nuestro tablero. Oh que mezcla de pensamientos
llenaron mi mente por el momento, de nuevo ella está aquí, aún en el séptimo problema -impávida,
firme, e inquebrantable- inmutable, cariñosa Emma.”
Sellada a Joseph
En los registros de las primeras investiduras en Nauvoo existe documentación que Emma recibió las
ordenanzas sagradas de Joseph, y ella las administró bajo la dirección de Joseph a muchas otras
mujeres. Una de las obligaciones de Emma como esposa del Profeta era supervisar la parte de las
ordenanzas correspondientes a las mujeres. Joseph y Emma fueron sellados por tiempo y toda la
eternidad y recibieron sus sagradas ordenanzas del sacerdocio en 1843. (Véase D&C 132: 45-46.)
Joseph enseñó que la restauración de esas ordenanzas pavimentaba el camino para que todas las
familias de la tierra estuviesen juntas en la eternidad. (Véase Mal. 4: 5, 7; D&C 132: 4-7, 21-31.)
Creo que es en el contexto de esas ordenanzas que podemos entender y apreciar mejor lo que Emma
escribió poco antes que Joseph fuese asesinado: “Deseo con todo mi corazón honrar y respetar a mi
esposo como mi guía, aún vivir en su confianza y actuar en unísono con él para retener el lugar que
Dios me ha dado a su lado.”
Emma también escribió: “Deseo el espíritu de Dios para conocerme y entenderme a mi misma, deseo
una mente fructífera y activa, para que pueda ser capaz de comprender los designios de Dios, cuando
son revelados a través de sus siervos, sin dudar.”
Su gran prueba llegó cuando el profeta le reveló a Emma que les era requerido vivir la antígua ley de
Abraham -el matrimonio plural. Emma sufrió una herida profunda en sus sentimientos debido a ello.
Aún cuando a veces ella estaba de acuerdo con esta doctrina, otras veces se oponía a ella. Años más
tarde, se dice que Emma ha negado que tal doctrina fuese introducida por su esposo. En sus últimos
años, Emma aparentemente nunca habló de las sagradas ordenanzas que había recibido. Ella debía
haber estado bajo convenio de no hacerlo.
Un estudio cuidadoso y hecho bajo oración fue esencial para mi entendimiento que Joseph recibió
verdadera autoridad del Señor y que hubo personas que trataron de utilizar mal esa autoridad, o tomarla
sobre ellos mismos respecto a esta materia. En D&C 132: 45, el Señor dijo, “Porque te he conferido [a
Joseph] las llaves del sacerdocio, por medio de lo cual restauro todas las cosas.” El 5 de octubre de
1843, el Profeta dió instrucciones “para probar a esas personas que estaban predicando, enseñando o
practicando la doctrina de la pluralidad de esposas; porque, de acuerdo a la ley, yo poseo las llaves de
este poder en los últimos días: porque nunca hay sino uno en la tierra a la vez al cual el poder y sus
llaves le son conferidos; y he dicho constantemente que ningún hombre tendrá sino una esposa a la vez,
a menos que el Señor dicte otra cosa.” Este punto es confirmado en el Libro de Mormón, Jacob 2: 27,
cuando leemos, “Pues entre vosotros ningún hombre tendrá sino una esposa.” Pero en el versículo 30
leemos, “Porque si yo quiero levantar posteridad para mí, dice el Señor de los Ejércitos, lo mandaré a
mi pueblo; de lo contrario, mi pueblo obedecerá estas cosas.” [Jacob 2:30]
Tanto la verdad de la escritura como la fuente de opiniones conflictivas fueron claras para mí. Concluí
que si Joseph fue un profeta, y yo sabía que lo fue, entonces las doctrinas que reveló eran verdaderas y
que a los siguientes profetas también les ha sido dada la autoridad de acuerdo a sus épocas. Por tanto,
supe que en 1890, Wilford Woodruff fue inspirado, como profeta, vidente y revelador, a promulgar el
Manifiesto que terminaba la práctica del matrimonio plural en la Iglesa. (Véase Declaración Oficial –
1.)

Una Mujer de Esperanza


La muerte de Joseph ocurrió el 27 de junio de 1844. El éxodo de los Santos desde Nauvoo tuvo lugar
un año y medio después, dejando a Emma, una viuda de 41 años de edad, con su envejecida suegra,
Lucy Mack Smith, y cinco hijos cuyas edades iban de catorce años a quince meses, a quienes cuidar.
Ella tenía pocos medios para proveer para su familia en una ciudad abandonada. En diciembre de 1847,
se casó con el “Alcalde” Louis C. Bidamon. Con su ayuda crió a sus hijos y fue madrastra de las dos
hijas de Louis. Emma y Louis cuidaron a la madre de Joseph hasta su muerte el 14 de mayo 1856. Para
1872, “Alcalde” Bidamon construyo un nuevo hogar para Emma sobre las fundaciones de lo que
hubiese sido un gran hotel si Joseph hubiese vivido para completarlo. Emma vivió sus últimos siete
años pacíficamente en la Mansión Riverside. De acuerdo a sus comentarios en una carta, ella sentía que
esto cumplía las promesas dadas a Joseph por revelación. La referencia a esas promesas se encuentra en
D&C 124:59: “Por consiguiente, haya lugar en esa casa para mi siervo José y para su posteridad
después de él, de generación en generación, para siempre jamás, dice el Señor.”
Aunque la vida de Emma estuvo llena de mucha persecusión y penas, aún amarguras en ocasiones,
parece que ella soportó sus tribulaciones con gran paciencia y mantuvo su fe en Dios. Escribiendo a su
hijo en 1868, ella dijo, “He visto muchas, sí, muchísimas veces, escenarios de pruebas en mi vida en
los cuales no podía ver … que algo bueno pudiese salir de ello.” Añadió este testimonio: “Pero aún
siento una confianza divina en Dios, que todas las cosas obrarán para bien.”

Un Fuerte Testimonio de la Restauración


El que Emma mantuviese un compromiso de por vida con Joseph como profeta y con la autenticidad
del Libro de Mormón está bien documentado. Las minutas de la Sociedad de Socorro para marzo de
1944 la muestran razonando: “Si él [Joseph Smith] fue un profeta, que sí lo es, ….” Largos años
después, Emma le dijo a Parley P. Pratt, quien la estaba visitando en Nauvoo, “Creo que él [Joseph] fue
todo lo que dijo ser.”
En una entrevista con sus hijos unos pocos meses antes que muriese, Emma dio testimonio: “Mi
creencia es que el Libro de Mormón es de autenticidad divina. No tengo la más ligera duda de eso. …
Aunque fui una participante activa en los eventos que ocurrieron, y estuve presente durante la
traducción de las planchas … y tuve conocimiento de las cosas cuando ellas ocurrieron, me parece
maravilloso, ‘una maravilla y un prodigio,’ tanto como a cualquiera otra persona. Describiendo su
experiencia, ella dijo: “Las planchas usualmente estaban en la mesa sin ningún intento de ocultamiento,
envueltas en un pequeño mantel de lino que yo le había dado [a Joseph] para que las cubriese. Una vez
sentí las planchas mientras estaban en la mesa, trazando su contorno y forma. Parecían ser flexibles
como papel grueso, y crujían con un sonido metálico cuando los bordes eran movidos por el pulgar,
como a veces uno hace con los bordes de un libro.” Ella también testificó, “Sé que el Mormonismo es
verdad; y creo que la iglesia ha sido establecida por dirección divina.”

El Nombre de Emma Nublado por el Conflicto


Con tal brillante testimonio de su compromiso con el Profeta Joseph y con el evangelio restaurado,
¿por qué Emma no tomó a sus hijos y se fue al oeste con la Iglesia? Generaciones han debatido sobre el
punto, considerando muchos de sus comentarios como fueron reportados por otros. Algunos han
asumido que Emma perdió la fe, otros han dudado de su integridad. Esos sentimientos apadrinaron el
áspero comentario que escuché años atrás mientras estaba viendo la pintura de Emma.
Está documentado que Emma discutió con algunos líderes de la Iglesia sobre varios aspectos de la
liquidación de la herencia de Joseph y que esos sentimientos heridos no fueron resueltos en ese
momento. Aún mediante exámen con espíritu de oración de los materiales disponibles, y refrenando el
juicio sobre las personas involucradas, he llegado al entendimiento pacífico que en la amenazante
atmósfera de persecución que prevaleció en esa época, algunas de las vacilaciones de Emma se
originaron debido a que ella temía por la vida de sus hijos. Ella no sabía en quien confiar y no había
tiempo ni paz para que ocurriese la sanación natural de su dolor. En febrero de 1846, cuando la
violencia callejera amenazaba continuamente a los miembros de la Iglesia en Illinois y los oficiales
estadales rehusaban darles protección, los Apóstoles, bajo la dirección de Brigham Young, dirigieron a
los Santos en el invierno al desierto para prepararlos al largo viaje al oeste. Para Emma, aparentemente
era una idea horripilante llevar a sus hijos huérfanos de nuevo por sobre el Mississippi congelado sin
Joseph. Cuando se le preguntó muchos años después por qué no se fue al oeste, ella simplemente
contestó, “Tenía un hogar aquí, no sabía que me esperaba ahí.”
Su decisión de permanecer en Nauvoo tuvo efectos de largo alcance sobre sus descendientes. Joseph
III, quien tenía once años cuando su padre fue asesinado, se convirtió en presidente de la Iglesia
Reorganizada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (la iglesia RLDS, hoy en día
Comunidades de Cristo. N.T.) en 1860. Murió en 1914. Alexander se convirtió en misionero por un
largo tiempo, consejero de la primera presidencia, y finalmente patriarca presidente de la iglesia RLDS.
Murió en 1909. Frederick, que nunca había sido bautizado, precedió en la muerte a su madre por
diecisiete años, falleciendo en 1862. Dos años antes de la muerte de Emma, su hijo más joven, David,
en quien Emma había encontrado solaz en su viudez, fue diagnosticado con “fiebre cerebral” y fue
internado en el Manicomio Estadal de Illinois. Emma se refería a la condición de David como un
“problema viviente”. David murió en 1904. Su hermana adoptiva sobreviviente, Julia Murdock
Middleton, se unió a la iglesia Católica. Murió de cáncer a la edad de 49 años, un poco más de un año
después que Emma muriera. Hoy en día, los descendientes de Emma suman más de dos mil, con cerca
de setecientos vivos. La mayoría están tan desinformados respecto al testimonio de Emma y el
evangelio restaurado de Jesucristo como yo lo estaba.
Una nieta, Emma Belle Smith Kennedy, recuerda a Emma: “Sus ojos eran castaños y tristes. Ella podía
sonreir con sus labios pero para mi, tan pequeña como era, nunca ví sus ojos castaños sonreir. Le
pregunté a mi madre un día, por qué la Abuela no reía con sus ojos como tu lo haces y mi madre dijo
porque ella tiene una profunda pena en su corazón.”
Una mujer que sirvió como mucama en el hogar de Emma durante sus últmos años contaba el hecho
que cada tarde después que las labores habían sido hechas, Emma solía subir las escaleras hasta su
cuarto, sentarse en su mecedora, y mirar por la ventana hacia la puesta de sol occidental sobre el Río
Mississippi. Nadie osaba acercarse a ofrecerle consuelo, debido a que no sabían como tocar lo
profundo de su dolor, evidenciado en las lagrimas que corrían por sus mejillas.
Podemos preguntar, “¿por qué lloraba?” ¿Era por la horrible pérdida de su amado Joseph? ¿Era el
recuerdo de sus bebés que yacían en tumbas en Pennsylvania, Ohio e Illinois? ¿Era la tragedia de ver su
precioso hijo menor irremediablemente enfermo? ¿Era lamentando errores pasados? ¿Era el dolor por
las desilusiones vividas? ¿Era las incertidumbres que la perseguían respecto a la decisión que había
tomado, además de los pensamientos acerca de lo que pudo haber sido si la tragedia y la persecución no
hubiesen plagado su vida? Habiendo vivido una larga vida, como le había prometido el Señor en su
bendición patriarcal, y ahora aparentemente humillada y refinada, Emma debió haber ponderado
preguntas respecto al más allá. Su hijo Alexander después reportó que unos pocos días antes de su
muerte, Emma tuvo una visión que le reveló su aceptación por parte del Señor.

Una Promesa Cumplida


Emma vivió casi treinta y cinco años después del martirio de su Profeta-esposo. Murió el 30 de abril de
1879 en su año setenta y cinco. En sus últimos años fue grandemente amada, y en las últimas horas de
su vida fue atendida por su familia: Louis Bidamon, Julia, Joseph III, y Alexander. De acuerdo con
Alexander, Emma pareció hundirse, pero entonces se levantó y estiró su mano, llamando, “¡Joseph!
¡Joseph!” Cayendo en los brazos de Alexander, ella se tomó las manos en su pecho y su espíritu partió.
Tanto Alexander como Joseph pensaron que había estado llamando a su hijo Joseph, pero más tarde,
Alexander supo más sobre el incidente. La hermana Elizabeth Revel, enfermera de Emma, explicó que
unos pocos días antes Emma le había dicho que Joseph vino a ella en una visión y le dijo, “Emma, ven
conmigo, es tiempo para que vengas conmigo.” “Como Emma lo relató, dijo, ‘Me puse mi bonete y mi
chal y fui con él; no pensé que fuese algo inusual. Fui con él a una mansión y él me mostró las
diferentes habitaciones de esa hermosa mansión.’ Y uno de las habitaciones era la guardería. En esa
guardería estaba un bebé en la cuna. Ella dijo, ‘Reconocí a mi bebé, mi Don Carlos que me fue
arrebatado.’ Ella saltó, tomó al niño en sus brazos, y lloró con alegría sobre el niño. Cuando Emma se
recuperó lo suficiente, se volvió hacia Joseph y dijo ‘Joseph, donde está el resto de mis hijos.’ Él le
dijo,’Emma, se paciente y tendrás a todos tus hijos.’ Entonces ella vio parado al lado de él a un
personaje de luz, aún el Señor Jesucristo.”
Encontrar este testimonio me recordó cuan preciosa es cada alma a la vista de nuestro Salvador, cuya
compasión y poder para salvar está más allá de toda comprensión. Todos nosotros cometemos errores y
estamos en necesidad de arrepentirnos. Siempre que nos alejamos de la compañía de los Santos y
cesamos de participar del sacramento en una base regular, tendemos a extraviar nuestro camino y
volvernos sujeto de malentendidos -especialmente si nuestro rumbo ha sido marcado por una herida
real o imaginada de nuestros sentimientos, u orgullo. Esto podría pasarle a cualquiera de nosotros,
incluyendo mi tátara-tátara-abuela. Reflexionando sobre todo lo que aprendí de la vida de Emma,
siento una gran reverencia por el testimonio que ella dio de la autenticidad divina del Libro de Mormón
y por su preciosa visión de Joseph y de su bebé. Su legado a nosotros en su testimonio final es que ella
y todos nosotros, mediante las ordenanzas restauradas por el Profeta Joseph Smith, tenemos la
oportunidad de estar con nuestras familias en la eternidad.
Estoy agradecida más allá de toda medida a mis tátara-tátara-abuelos, por su compromiso y sacrificio a
la obra del Señor. Amo y aprecio a los misioneros quienes abrieron la vía para que yo consiguiera un
testimonio de mi Padre Celestial y su Hijo, Jesucristo, porque aún cuando no sabía de Dios, ansiaba
conocer la verdad toda mi vida. Reconozco agradecida el poder del Espíritu Santo, quien iluminó mi
mente con el testimonio: “¡Es verdadero! ¡Es verdadero!”

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