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SECCIÓN OCTAVA

CONFERENCIAS SOBRE DIVERSOS TEMAS


DEL DERECHO PROCESAL

Dialogo, verdad y buena fe como principios


rectores del proceso judicial oraL
Luis Ernesto Vargas Silva

1. Marco teórico a partir de la teoría procedimental de la argumentación de


Habermas: el diálogo, la verdad y la buena fe

2. La teoría de la acción comunicativa, la pragmática del lenguaje y la


teoría intersubjetiva de la verdad de Habermas
2.1 La verdad y la justicia
2.2 La buena fe
2.3 El debido proceso

3. Los principios del debido proceso

4. Conclusiones
Diálogo, verdad y buena fe como principios
rectores del proceso judicial oral
Luis Ernesto Vargas Silva1

En esta ponencia nos proponemos realizar, en primer lugar, una exposición


suscinta del marco teórico que hizo parte de la que elaboramos el año anterior
y que, por decisión del maestro Jairo Parra Quijano como Presidente del
Instituto colombiano de derecho procesal, refirió el tema de las “Ideologías
en el proceso civil contemporáneo2”, lo cual haremos a partir de la teoría
procedimental de la argumentación de Habermas, sobre lo que debieran ser
verdaderos principios del diálogo, la verdad y la buena fe que deben regir todo
proceso judicial; en segundo lugar, presentaremos el marco constitucional –con
su desarrollo jurisprudencial-, de los principios del debido proceso, verdad,
justicia y buena fe; en un tercer momento, desarrollaremos el alcance de
aquellos principios que rigen el proceso judicial. Finalmente, presentaremos
algunas conclusiones particulares.

1. Marco teórico a partir de la teoría procedimental de la


argumentación de Habermas: el diálogo, la verdad y
la buena fe
Las teorías de la argumentación contemporáneas, desarrolladas por autores
como John Rawls, Jürgen Habermas y Rober Alexy, entre los más destacados,


1
Miembro del ICDP y del IIDP, Vice-Presidente de altos estudios jurídicos e
investigaciones de la REDLAJ (Red latinoamericana de Jueces, que congrega
Magistrados de diez y ocho (18) países, creada en Barcelona, Noviembre de
2006. Dr. en Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Libre de Colombia,
Magistrado de la Corte Constitucional colombiana.

2
Cftnos. “Ideologías en el proceso civil contemporáneo: entre politización y
falacias”, XXX Congreso de derecho procesal colombiano realizado en Cali,
2009, libro de memorias publicado por la Universidad Libre, páginas 810 y s.s.

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parten de dos realidades: el hecho del pluralismo en las sociedades


contemporáneas y Estados modernos, donde coexisten diversas y disímiles
concepciones de lo bueno, lo correcto, lo útil, la felicidad, y por ello de la
imposibilidad de aceptar “verdades” absolutas. De otro lado, el hecho de
la secularización de la razón y de las instituciones jurídico-políticas en los
Estados constitucionales y democráticos de derecho.
Estas dos realidades imponen a la filosofía práctica contemporánea el gran
reto de ver cómo es posible, en el marco del proyecto de la modernidad,
fundamentar racional, secularmente y con respeto de la pluralidad, enunciados
normativos o de “deber ser” -tanto morales como jurídicos-, que posibiliten
los derechos humanos, la justicia y la convivencia pacífica. La respuesta a
esta pregunta no puede ser ya de carácter sustancial, esto es, no puede ser
la propuesta de programas éticos o jurídicos con contenidos sustanciales
preestablecidos, ya que precisamente es frente a estos contenidos sustanciales
respecto de los cuales el hecho del pluralismo y de la secularización no
permiten alcanzar consensos universales.
Por tanto, la respuesta de la teoría de la argumentación es de carácter
procedural o procedimental, es decir, no se propone contenido sustancial
alguno sino más bien un proceso argumentativo, es decir, unas reglas
procesales que garanticen el desarrollo de una argumentación racional, esto
es, de una argumentación de sujetos racionales, libres e iguales, donde no
exista coacción alguna y la única fuerza posible sea la del mejor argumento.
Estas reglas procesales son las que garantizan la racionalidad y en últimas la
corrección práctica de los resultados del proceso discursivo o argumentativo.
Tales reglas de la argumentación o del discurso se refieren a requerimientos
tales como diálogo, publicidad, veracidad, buena fe, condiciones de libertad
e igualdad de los participantes y ausencia de coacción. El resultado de una
tal argumentación en la que se cumplen tales presupuestos procedimentales
tiene a su favor una presunción de racionalidad o de corrección práctica, la
cual no obstante puede llegar a ser desvirtuada, dado el carácter falibilista de
la misma, con lo cual se evitan posiciones dogmáticas o fundamentalistas.
A continuación presentamos la reconstrucción de los principales argumentos
de uno de los autores anteriormente mencionados, Jürgen Habermas, quien
en su filosofía práctica y del derecho presenta la propuesta de teoría y ética
discursiva que plantea un nuevo paradigma de verdad normativa –moral
y jurídica- desde el consenso intersubjetivo, y de cómo en esta teoría se
encuentran las razones de teoría del derecho para el fundamento de un
sistema jurídico procesal acusatorio y oral cuyos pilares sean los principios
de diálogo, buena fe, y presunción de veracidad.

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2. La teoría de la acción comunicativa, la pragmática


del lenguaje y la teoría intersubjetiva de la verdad
de Habermas
En su filosofía práctica Habermas intenta reformular las ideas fundamentales
de Kant, y en este sentido, su teoría del discurso se inscribe en la tradición
kantiana.3 De una parte, la teoría del discurso de Habermas propone una
reformulación intersubjetiva del concepto kantiano de imperativo categórico
y del concepto correspondiente de libertad como autonomía. De otra parte,
Habermas trae una perspectiva social de la teoría de la verdad. Con esto
el autor pretende mediar entre dos tradiciones clásicas, de un lado, la que
parte de Aristóteles pasando por Hegel hasta los comunitaristas, y del otro, la
tradición liberal kantiana que pasa por Weber hasta Rawls.4 Para lograr este
desafío, Habermas propone una mezcla de posiciones tanto de tipo normativo
como empírico, cuyos conceptos básicos atraviesan la teoría habermasiana y
constituyen la estructura básica de su pensamiento.5

Habermas comienza su teoría con la diferenciación entre la acción


comunicativa y la acción estratégica. En la acción comunicativa los sujetos
aspiran alcanzar un consenso general y libre de coacción, en el cual se trata
del “reconocimiento intersubjetivo de las pretensiones de validez”. Por el
contrario, en la acción estratégica se trata sólo de alcanzar los propios fines
y objetivos a través de medios idóneos a los propósitos tales como amenazas
de coacción o compromisos. En consecuencia, en la acción estratégica los
demás son utilizados como simples medios para alcanzar fines e intereses
egoístas.

Según Habermas, los sujetos son capaces de actuar en un sentido comunicativo,


y ello en diferentes ámbitos, que el autor describe como el mundo de los
objetos, el mundo social y el mundo subjetivo. A cada mundo pertenecen
diferentes pretensiones de validez de nuestros enunciados lingüísticos. En
primer lugar, los enunciados aspiran a la verdad de la razón instrumental,
esto es, a la verdad relacionada con los objetos empíricos. En segundo lugar,
los enunciados apuntan a la justicia o a la corrección normativa en el ámbito

3
Habermas, Afectan las objeciones a Kant, también a las teoría del discurso? S. 11
ff.; vgl. Roderick, Habermas Habermas y el problema de la racionalidad, S. 31-
37.
4
Roderick, Habermas y el problema de la racionalidad, S. 43-62.
5
Gril, Die La posibilidad de conocimiento práctico desde la perspectiva de la
teoria del discurso. Una investigación de Jürgen Habermas y Robert Alexi, S. 119.

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social. Finalmente, los enunciados expresan, en el tercer caso, la autenticidad,


esto es, convencimientos subjetivos, en el ámbito de la ética.6

Habermas diferencia claramente entre las pretensiones de validez de la razón


práctica o del discurso moral y, la razón instrumental, es decir, diferencia
entre las pretensiones de verdad como correspondencia y las pretensiones
de corrección. La verdad o corrección práctica no debe juzgarse a partir
de los mismos criterios de verificación de la verdad empírica de la ciencia
natural. En este sentido, la gran tragedia de la modernidad consiste para
Habermas, en el intento de reducir la razón al ámbito instrumental. Esto
ha ocasionado, que la razón no haya podido cumplir sus propias promesas
y que la razón instrumental haya colonizado el “mundo de la vida” y que
haya querido sobreponer su modelo de racionalidad en el mundo social
(moral) y en el mundo subjetivo. Con ello se desconoce la especificidad
de la forma de pensamiento moral, cuando se reduce la razón práctica a
razón instrumental o se niega su propio tipo de racionalidad. Por lo tanto,
concluye Habermas, es necesario que las pretensiones de validez de los
juicios de valor y juicios prácticos sean fundamentados a partir de una teoría
moral bajo la forma de una investigación de argumentos morales.7

En este sentido, Habermas plantea un nuevo paradigma de verdad normativa,


que no está asociado al propuesto por el paradigma de la verdad como
correspondencia, según el cual un enunciado corresponde a “algo” en
el mundo objetivo de las cosas y de los hechos. La teoría del discurso de
Habermas que propone un paradigma de la verdad como consenso, da cuenta
de la crítica analítica a la pretensión de veracidad de enunciados normativos
en la medida en que reconoce (i) que los enunciados normativos –morales
y jurídicos- en cuanto enunciados de “deber ser” se diferencian claramente
de los enunciados del “ser” o enunciados fácticos, (ii) que los enunciados
normativos no corresponden a nada en el mundo objetivo de las cosas y de
los hechos, (iii) que más allá, los intentos de tratar de fundamentar enunciados
normativos, tanto morales como jurídicos en una hipotética correspondencia
con el mundo del ser, siempre caen en una contradicción o salto lógico que
Hume denominó “falacia naturalista”, y (iv) que como alternativa al paradigma
de la verdad como correspondencia es posible plantear la concepción de

6
Habermas, Teoría de la acción comunicativa, S. 391 ff. Vgl. de Rodrigo Uprimny,
El problema de los fundamentos filosóficos de los derechos humanos, in ders., La
dialéctica de los derechos humanos en Colombia, S. 191.
7
J. Habermas, Ética del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación, S.
77. Vgl. R. Uprimny, o. cit., S. 192.

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una verdad práctica de enunciados normativos construidos y aceptados


intersubjetivamente a partir de la comunicación y del diálogo para llegar al
consenso general o universal.

Así para Habermas la verdad y racionalidad de los enunciados normativos y


de las acciones humanas depende de las buenas razones y de la capacidad
comunicativa de los sujetos para introducirse y participar en un diálogo o en
una argumentación, y con ello lograr consensos generales. Con esta propuesta
Habermas espera superar los claros obstáculos que evidencian los escépticos
respecto del paradigma de la verdad práctica como correspondencia, para
lograr un paradigma de la verdad práctica que parta de los conceptos del
diálogo, de la argumentación y del discurso, para llegar a enunciados
normativos aceptados cuasi universalmente por un consenso que dota de
validez dichos enunciados. En el trasfondo de esta teoría se encuentra como
fundamento de la misma, los presupuestos estructurales y normativos de la
argumentación que dan lugar a la formulación tanto del principio del discurso,
del principio democrático, como de las reglas del discurso.

Este autor renuncia por tanto al hallazgo de verdades absolutas y de teorías


éticas acabadas. Para él se trata más bien de la búsqueda de la verdad práctica
y de los valores a través de la construcción, de la deliberación y del diálogo.
En este contexto, el discurso argumentativo, es el procedimiento adecuado
para el tratamiento de cuestiones de validez, o para la búsqueda cooperativa
de la verdad mediante la confrontación de argumentos en pro y en contra de
la aceptación de un enunciado, de una teoría, de una norma o de una ética.
En cuanto tal se diferencia de la negociación en situaciones de conflicto, que
no se da libre como el proceso discursivo argumentativo, sino bajo presión,
y que no se da para negociar o transar intereses, sino para la consecución de
enunciados de los cuales se pueda presumir la corrección práctica.

En la teoría de Habermas, uno de los presupuestos del discurso, son sus


principios, entre los cuales está la aceptación de unas reglas que rigen el
discurso, es decir, que todo el que entra en un proceso discursivo argumentativo,
acepta de antemano tales reglas, que se dividen en reglas lógicas y reglas
pragmáticas, so pena de incurrir en una contradicción preformativa. Por ello
debe reconocer necesariamente las normas o condiciones no estratégicas de
la comunidad de comunicación o discurso.

Aquí interesa poner de relieve las condiciones normativas, específicamente


morales del discurso, (i) una de ellas es que el discurso argumentativo es
constitutivo de la racionalidad humana, en un sentido kantiano; (ii) que
se presupone una comunidad de seres racionales con la competencia

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comunicativa para confrontar sus razonamientos, para llegar a entenderse


intersubjetivamente; (iii) que es necesario el reconocimiento de condiciones
morales de las demás personas, tales como libertad, igualdad, razonabilidad,
honestidad y respeto recíproco, sin las cuales no es posible ningún diálogo
intersubjetivo.

En este sentido, el concepto de verdad dialógica, se encuentra ligado al


principio y a la regla del discurso que tratan de asegurar la participación de
los sujetos en la argumentación con condiciones de transparencia, honestidad
y respeto, sin más presión o coacción que la del mejor argumento, sin que
medien formas encubiertas de violencia.

Por tanto, en Habermas no es posible propugnar por un diálogo discursivo,


sin que los principios de la búsqueda de la verdad, la veracidad y la buena
fé no sean elementos constituyentes o constitutivos del mismo. En el diálogo
discursivo se presuponen las condiciones ideales de diálogo, la búsqueda
colectiva de la verdad, la veracidad, la autenticidad y buena fe de los
participantes en el diálogo.

La estructura ideal de comunicación o la “situación ideal de diálogo“ en


Habermas no es una noción empírica sino contrafáctica, esto es, no se refiere
a algo que realmente ocurra en el mundo real de manera totalmente ajustada
al ideal, sino que se refiere a una idea regulativa de la razón práctica, esto
es, a poder pensar los procesos de comunicación como si ocurrieran en
situaciones ideales de diálogo y a lograr cierto grado, el mayor posible, de
tales condiciones ideales, esto es, verdad, publicidad, buena fe, no coacción,
etc.8

Así, el autor alemán plantea las condiciones ideales del discurso no como un
presupuesto fáctico que se de por completo en las condiciones reales, sino
como una idea regulativa, como un ideal a seguir o a alcanzar, que debe
cumplir una realización suficientes, para que guíe o oriente la construcción e
implementación del diálogo discursivo.

De otra parte, en la propuesta de Habermas, las argumentaciones se extienden


a una comunidad ideal de comunicación que incluye en su seno a todos
los sujetos capaces de hablar y de actuar (tal y como también lo dice Apel,
siguiendo a Pierce).9


8
J. Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, págs. 168-169.

9
J. Habermas, ob. cit. págs. 162.

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Este marco de teoría procedimental, constituye entonces una presuposición


normativa del principio de veracidad y buena fe, si es que se quiere construir
una verdad, que si bien no es la verdad material, se origina en un proceso
controlado bajo reglas racionales como la libertad, la igualdad y la
sinceridad de los hablantes, lo cual hace parte de las condiciones ideales de
diálogo, cuyo resultado cuenta a su favor con la presunción de racionalidad.
El diálogo discursivo presupone que se está interlocutando con el tribunal de
la razón humana –como lo llamara Kant- o con un auditorio universal.

Ahora bien, en el contexto de la teoría discursiva de Habermas, se puede


afirmar, que la pregunta por la fundamentabilidad de proposiciones
normativas constituye la esencia de la teoría moral y filosofía del derecho
de Habermas. Este autor trata esta pregunta en el marco de una teoría de
la argumentación moral.10 Por tanto, la teoría del discurso de Habermas se
basa en últimas en la posibilidad de fundamentar racionalmente enunciados
normativos y por tanto en su propuesta de un programa de fundamentación
de enunciados normativos que el autor expone en dos niveles: En un
primer nivel, cualquier enunciado normativo como norma jurídica,
puede ser fundamentados a partir del proceso de producción de normas
en un estado constitucional y democrático de derecho, el cual permite
presuponer legitimidad de su producción jurídica o de sus resultados. Es
en este sentido, que en Habermas la pregunta por la fundamentabilidad de
normas corresponde a la pregunta por la legitimidad del derecho. Este es el
“argumento democrático” habermasiano.

Habermas parte por tanto del hecho, de que es posible fundamentar el


contenido cognitivo de una moral discursiva, que posibilite el igual respeto
y la responsabilidad solidaria de y para cada uno. Las premisas teóricas
fundamentales para un tal intento son, en primer lugar, una reformulación
intersubjetiva del imperativo categórico Kantiano11, y con este de la libertad
y autonomía, y en segundo lugar, una lectura intersubjetiva de la teoría
de la verdad.12 A partir de estas nociones es que Habermas desarrolla la
fundamentación del punto de vista moral en conexión con el concepto de
forma de vida comunicativa y los presupuestos de la acción comunicativa13,

10
Ver Gril, La posibilidad de conocimiento práctico desde la perspectiva de la
teoría del discurso, pág. 25-30.
11
Ver J. Habermas, Etica del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación,
pág. 47-50.
12
Ver J. Habermas, La inclusión del otro, S. 52-55.
13
Ver J. Habermas, ob. cit., S. 56.

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que dan lugar al principio del discurso y a las reglas del discurso tales como
publicidad, veracidad, buena fe, igualdad, libertad y ausencia de coacción.

Este nivel de fundamentabilidad o fundamentación descansa o se apoya,


según Habermas, en el elemento normativo del principio del discurso y del
principio democrático y en últimas en las presuposiciones normativas de la
praxis de argumentación racional, las cuales fundamentan en últimas los
enunciados morales. Esto conduce a un segundo nivel de fundamentación de
los enunciados normativos.

En un segundo nivel, los enunciados normativos se fundamentan solo en


el hecho fáctico o “faktum” de la forma comunicativa de la vida humana,
cuyo contenido normativo corresponde a las presuposiciones de la acción
comunicativa y de la praxis de la comunicación racional. Desde estos
conceptos es desde donde finalmente Habermas deduce el principio del
discurso “D” y la regla del discurso “U”. Este nivel de fundamentación
consiste en el argumento pragmático universal de Habermas, el cual
permite caracterizarse como una “explicación de fundamentación” de los
enunciados normativos.

Esta diferenciacion de dos niveles de fundamentación es, no obstante


permitida por razones puramente analíticas, pues los dos niveles se
encuentran intrínsecamente relacionados. La diferencia consiste ante todo,
en que en el ámbito del derecho se cuenta con la institucionalización del
procedimiento de producción de normas y de los derechos participativos,
de comunicación y de las libertades, lo cual se puede entender, según
Habermas, como la complementación cognitiva, procedural y motivacional
de la moral.14

El programa habermasiano de fundamentación de normas podría caracterizarse


de la siguiente manera: (i) Se encuentra, según Habermas, en un nivel
posmetafísico de fundamentación y evidencia en el proceso discursivo el valor
esencial de dicha fundamentación. (ii) Antepone presupuestos pragmáticos,
los cuales descansan en un hecho empírico o faktum. Con ello Habermas
no reivindica ningún argumento trascendental. (iii) Encierra tanto elementos
normativos como empíricos y se desarrolla a través de un método constructivo
de la mano de herramientas discursivo-teóricas y pragmáticas universales.
(iv) Se desplaza desde una perspectiva inmanente basada en el sujeto hacia
una reformulación intersubjetiva del imperativo categórico kantiano y de la
libertad como autonomía.


14
Ver Habermas, Derecho y Moral, S. 541-599.

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En este punto expondremos con algún detalle, las características de la


pragmática universal de Habermas, a partir de la cual se deducen los
presupuestos estructurales y las reglas del discurso, tales como el diálogo, la
veracidad y la buena fe de los participantes en los procesos argumentativos.

En el nivel pragmático, las conclusiones de Habermas en relación con la


estructura de los argumentos morales, evidencian que la única forma de
vincular las concretas experiencias morales con la formulación de principios
morales de carácter general consiste en la determinación de un principio
puente, el cual debe cumplir en el ámbito de la ética una función similar al del
principio inductivo en el ámbito del discurso científico experimental.15 Este
principio tiene que fundamentarse en el carácter general e impersonal de cada
precepto moral válido, que caracteriza al formalismo kantiano. Por esta razón,
Habermas denomina un tal principio como principio de universalización.
Con ello Habermas intenta unificar dos tradiciones diferentes: el formalismo
kantiano y el concepto roussoniano de voluntad general.

En este sentido, con el principio de universalización Habermas propone


otorgar validez a aquellas normas prácticas que puedan alcanzar consenso,
esto es, la aprobación de todos los posibles destinatarios, consenso que
corresponde a la voluntad general. En este sentido Habermas afirma que “(e)l
principio moral se concibe de tal modo que excluye como inválidas aquellas
normas que no consiguen la aprobación cualificada de todos los posibles
destinatarios. Por lo tanto, el principio puente que posibilita el consenso tiene
que asegurar que únicamente se aceptan como válidas aquellas normas que
expresan una voluntad general: esto es, como señala Kant una y otra vez, que
han de poder convertirse en ‘ley general’”. 16

La diferencia fundamental de la propuesta de Habermas respecto de Kant,


consiste nuevamente en que en Habermas se trata de una razón discursiva
no monológica. En este sentido, el intento de universalización se encuentra
subordinado al proceso del discurso, puesto que la búsqueda de la
universalización no sería adecuada solamente con base en un formalismo o
en un utilitarismo universalista, ya que éstos no toman en cuenta el proceso
de la formación de la voluntad y opinión pública. Habermas concluye,
que la ética comunicativa y discursiva puede asegurar tanto la generalidad


15
Un principio puente que cumpla en el campo de la ética “una función equivalente
al principio de inducción en el discurso científico experimental. J. Habermas,
Etica del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación, S. 83.
16
J. Habermas, Ética del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación,
S. 83.

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o universalidad de normas y la autonomía del sujeto actuante, porque


exclusivamente ella recurre a la evaluación y constatación discursiva de las
pretensiones de validez de normas.

Solamente aquellas normas que encuentren o que puedan encontrar


un consenso generalizado sin ningún tipo de coacción por parte de los
destinatarios o afectados en su calidad de participantes en el proceso
discursivo de formación de la voluntad, pueden o podrían pretender
validez universal. En este sentido concluye Habermas que “sólo la ética
comunicativa asegura la universalidad de las normas admitidas y la
autonomía de los sujetos actuantes por cuanto recurre exclusivamente a
la corroboración discursiva de las pretensiones de validez de las normas:
sólo pueden reclamar validez aquellas normas en que todos los interesados
se ponen de acuerdo (o podrían ponerse de acuerdo), sin coacción, como
participantes en un discurso, cuando entran (o podrían entrar) en una
formación discursiva de la voluntad”17

Por consiguiente, Habermas reformula el imperativo categórico kantiano


desde el punto de vista de la acción comunicativa o de la ética discursiva,
con ello el principio de universalización funge como fundamentación
intersubjetiva y ética de todo proceso de formación colectiva y pública
de la voluntad. Según este autor: “En lugar de proponer a todos los demás
una máxima como válida y que quiero que opere como ley general, tengo
que presentarles mi teoría al objeto de que quepa hacer la comprobación
discursiva de su aspiración de universalidad. El peso se traslada desde aquello
que cada uno puede querer sin contradicción alguna como ley general, a lo
que todos de común acuerdo quieren reconocer como norma universal”. 18

De acuerdo con Habermas, la fundamentación de los enunciados normativos


se encuentra circunscrita en un último nivel pragmático, el cual se remite
a la idea de pragmática universal19. Si los enunciados normativos como
enunciados morales o jurídicos, ellos se refieren a normas con una pretensión
de validez universal, esto es, de corrección y necesidad. Por esta razón, la
fundamentación de normas jurídicas depende en últimas de la fundamentación
de normas morales, que vinculan u obligan de manera universal y se fundan
en las presuposiciones pragmáticas de la praxis de argumentación racional.


17
J. Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, S. 111.

18
J. Habermas, Etica del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación, S.
88. Vgl. R. Uprimny, El problema de los fundamentos filosóficos de los derechos
humanos, in: ders., La dialéctica de los derechos humanos en Colombia, S. 194.
19
Habermas, Qué es la pragmática universal?, S. 353-440.

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En este nivel de fundamentación es posible la deducción tanto del principio


del discurso como de la regla del discurso.

Habermas parte del hecho, de que cada uno toma parte o participa de
alguna forma de vida comunicativa, estructurada a través del entendimiento
lingüístico, y de que esa forma de comunicación se encuentra referida a
una praxis de argumentación, la cual se caracteriza por su neutralidad de
contenido, por su inevitabilidad, por no tener equivalente, y por constituir un
hecho empírico.20 Los aspectos estructurales de este proceso de entendimiento
y de esta forma de vida constituyen un contenido normativo, el cual es la base
para un fundamento “inmanente“, de enunciados normativos. Por esta razón,
Habermas no pretende desarrollar un argumento trascendental, sino mucho
más un argumento universal pragmático.21

En los pasos siguientes de su argumentación, Habermas deduce el principio del


discurso y las reglas del discurso de las inevitables y fácticas presuposiciones
de la argumentación en general. La regla del discurso “U” afirma que una
norma es válida cuando las consecuencias previsibles que se derivan de
su seguimiento general para los intereses y orientaciones de valores de
todos y cada uno, puedan ser aceptados sin coacción alguna por todos los
afectados22. Tanto el principio del discurso como la regla del discurso son
según Habermas presuposiciones necesarias para la forma comunicativa de
vida y de praxis humanas23. Esto lo hace a través de la forma reflexiva de la
acción comunicativa que posibilita la noción de punto de vista moral, esto
es, del principio del discurso “D”. El principio del discurso afirma que solo
aquellas normas que en los discursos prácticos alcancen el consenso de todos
los afectados pueden reivindicar validez .24

Una tal forma de fundamentación a través de “D” y de “U” muestra la validez


de normas capaces de alcanzar un consenso general o universal, por ejemplo

20
Ibidem, págs. 58-61.
21
Ver McCarthy, Crítica de las relaciones de entendimiento, S. 309-577.
22
“Una norma es válida, cuando las consecuencias y efectos previsibles que de su
obediencia se producen para los intereses y orientaciones valorativas de cada
uno, son aceptadas por todos los afectados sin coacción alguna. Esta es una de
las definiciones de validez de Habermas, en ¿Qué es la pragmática universal? S.
60.
23
Ver Gril, Crítica de las relaciones de entendimiento, S. 117.
24
“Solo pueden aspirar a validez, aquellas normas que en los discrusos prácticos
pueden encontrar el consenso de todos los afectados“. Esta es otra variante de sus
definiciones de validez, en Habermas, S. 59, La inclusión del otro.

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los derechos humanos. La fundamentación teórico discursiva consiste en


Habermas –finalmente-, en que tanto el principio del discurso como las reglas
del discurso se dejan deducir de determinadas características del proceso de
argumentación.

Las características más importantes del proceso de argumentación, esto es,


de los presupuestos pragmáticos de la praxis de argumentación, son según
Habermas, la publicidad del discurso, la inclusión y la igualdad de
trato de todos los participantes en la comunicación, y la ausencia
de coacción y de falsedad o engaño en los discursos racionales. Así
las reglas del discurso de Habermas determinan que (i) nadie que pueda
hacer una contribución relevante al discurso, puede ser excluido de la
participación en el mismo; (ii) todos deben tener la misma oportunidad
para hacer contribuciones en el discurso; (iii) los participantes deben decir
lo que realmente piensan; (iv) la comunicación debe estar libre de toda
coacción interna y externa, de tal manera que las posiciones afirmativas
o negativas solo puedan estar motivadas por el mejor argumento.25 Estos
presupuestos pragmáticos deben asegurar, que en los discursos prácticos
solo se presenten argumentos que tengan en cuenta de manera simétrica
o igualitaria los intereses y orientaciones de valor de cada uno, así como
razones que sean capaces de generar consenso.26

Según Habermas, estas presuposiciones no pueden ser negadas por los


participantes en un discurso, sin incurrir en una contradicción preformativa.
Las presuposiciones pragmáticas de la praxis de argumentación constituyen la
racionalidad inmanente27 del lenguaje. Estas presuposiciones tienen el estatus
de una necesidad trascendental28, esto en cuanto evidencian las condiciones
de posibilidad de la comunicación.

En este sentido, la elevación y resolución de pretensiones de validez en las


formas de comunicación, presupone que los participantes en el discurso


25
Estas, corresponden a las reglas del discurso de Habermas: “a) nadie, que pueda
hacer una contribución importante, puede ser excluído de la participación
[en el discurso]; b) a todos debe dárseles la misma oportunidad de hacer
contribuciones [en el discurso]; c) los participantes deben decir lo que piensan;
d) la comunicación debe ser, interna y externamente, libre de toda coacción,
de tal manera que las posiciones afirmativas o negativas frente a pretensiones
de validez controvertidas, solamente puedan ser motivadas por los mejores
argumentos. Habermas, La inclusión del otro S. 62.
26
Ibidem, S. 62.
27
Habermas, Teoría de la acción comunicativa, S. 132. .
28
Ob. Cit. S. 132.

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se reconocen recíprocamente como seres libres e iguales. A partir de estas


presuposiciones de la praxis de argumentación se deducen finalmente el
principio del discurso “D” y de las reglas del discurso “U”. La pragmática
universal implica según Habermas una concepción del lenguaje que tiene al
entendimiento como finalidad o thelos del lenguaje.29

La particularidad de la perspectiva escogida por Habermas consiste en la mezcla


de puntos de vista fácticos y normativos.30 La finalidad de esa combinación
es el intento por mostrar que el ideal de una racionalidad comunicativa no
es una simple utopía, por la cual se puede optar pero no se tiene que hacerlo
necesariamente. Más allá, Habermas intenta mostrar, que la normatividad o el
contenido normativo de la racionalidad comunicativa, se manifiesta siempre
en las relaciones comunicativas fácticas, ya que la praxis fáctica comunicativa
entre los seres humanos, se encuentra ligada necesariamente a los contenidos
normativos que se encuentran inscritos en el lenguaje.31

El argumento trascendental-pragmático de Habermas, del cual se deduce la


estructura normativa del discurso y las reglas del discurso, se puede resumir
en los siguientes pasos argumentativos: 1) la forma de vida humana está
circunscrita necesaria e inevitablemente a un hecho empírico o faktum
de la comunicación lingüística o praxis de argumentación. Esa praxis de
argumentación corresponde a un entendimiento orientado hacia la acción.
2) Cuando los hombres argumentan, entonces deben aceptar de antemano
determinadas e inevitables presuposiciones pragmáticas, sin las cuales
o la argumentación en general no sería posible o el participante en el
discurso incurriría en una contradicción pre formativa. 3) A partir de estas
presuposiciones se deducen el principio del discurso y las reglas del discurso,
que tienen validez para cada ser humano. 4) Estas presuposiciones pragmáticas
de la praxis de comunicación expresan las ideas básicas de la igualdad y la
libertad, ideas en las cuales se fundamentan en últimas las normas morales y
jurídicas, y formulan exigencias de publicidad, veracidad y buena fe de los
participantes en el proceso discursivo, sin las cuales no es posible hablar de
argumentación ni de validez de los enunciados normativos que resulten de un
proceso argumentativo.32

29
Ver P. Gril, La posibilidad de conocimiento práctico desde la perspectiva de la
teoria del discurso, S. 190.
30
P. Gril, ob. cit., S. 190-191.
31
P. Gril, idem, S. 191.
32
Vgl. Gril, La posibilidad de conocimiento practico desde la perspective de la
teoría del discurso S. 47-67.

663
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

2. Marco constitucional y jurisprudencial de los principios de verdad, justicia,


buena fe y debido proceso

La Constitución de 1991 consagra como derechos fundamentales el debido


proceso, la verdad como thelos del proceso y deber de búsqueda por parte
del juez, y se elevó a rango constitucional el principio de la buena fé,
artículos 29, 228, de tal manera que se convirtió en regla de comportamiento
general de los asociados en sus relaciones con el Estado y viceversa, y muy
especialmente en lo que tiene que ver con la administración de justicia.

Así mismo, contemporáneamente se ha venido presentado un fenómeno que


se ha denominado “constitucionalización del derecho” e irradiación de los
principios de la Constitución a todas las áreas y ámbitos del derecho, en lo
que toca a este trabajo, el proceso civil. Así desde un enfoque constitucional,
de principios y de derechos, se debe entender el proceso judicial como
irradiado por los principios consagrados en la Carta Política, y más allá
como una forma de participación ciudadana que tiene su fundamento en la
Constitución Política.

2.1 La verdad y la justicia

La Corte Constitucional en reiteradas ocasiones se ha pronunciado a través de


sus sentencias sobre el derecho a la verdad dentro del proceso. Para la Corte
es claro que, el Juez debe conducir el proceso con la mayor diligencia y tiene
la obligación de llegar a la verdad del asunto. Ahora bien, dada la naturaleza
de la acción de tutela, la labor del juez no debe circunscribirse sólo a las
pretensiones formuladas por el petente en su escrito ni tampoco puede limitar
su tarea a las cuestiones fácticas esbozadas por aquél. La acción de que se
trata tiene como característica la de ser informal. Precisamente por ser una
acción pública al alcance de todas las personas, no es posible exigir a quien
la interpone ser versado en la materia y menos que tenga conocimientos
de Derecho. Es deber del juez escudriñar sobre el asunto puesto bajo su
conocimiento e indagar sobre los hechos para verificar no sólo su veracidad
sino las violaciones de la Carta Política que, aunque no sean señaladas por el
peticionario, surjan como consecuencia de su labor judicial. Los términos para
adelantar esta clase de acciones son breves, pero no por ello puede el juez
olvidar su deber de proteger los derechos fundamentales cuando estos han
sido desconocidos o amenazados, ni su facultad oficiosa de practicar pruebas
o de vincular a quien considere es el directo autor de la violación, mucho
más cuando del sólo escrito presentado por el peticionario se desprende tal
situación. El juez en esta materia tiene el deber de conducir el proceso con

664
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

la mayor diligencia y para ello está en la obligación de llegar a la verdad del


asunto, de recaudar pruebas, de escuchar al accionante cuando considere que
los hechos no son lo suficientemente claros o requerir información adicional,
pedir informes y escuchar a aquél o aquellos contra quien se dirija la acción
o los que considere son los autores de la infracción, e inclusive de poner
en conocimiento de la actuación a los terceros que eventualmente podrían
resultar perjudicados con la decisión.33

En este mismo sentido, el juez debe desplegar la actividad probatoria


necesaria en aras de establecer la verdad de los hechos. La Corte considera
que el juez constitucional cumple la primordial función de protección de los
derechos fundamentales de los ciudadanos, los cuales, como se ha dicho, no
pueden quedar sin amparo efectivo por parte del aparato de administración
de justicia. Así lo disponen los artículos 19 a 21 del Decreto 2591 de 1991.34

El juez, ha dicho la Corte Constitucional, tiene la obligación positiva de


decretar y practicar las pruebas que sean necesarias para determinar la verdad
material, “...pues esta es la única manera para llegar a una decisión de fondo
que resuelva la controversia planteada, en la que prime el derecho sustancial
y el valor de la justicia, como lo ordena el artículo 228 de la Constitución
Política.”35 Y es lo cierto que, el juez es el sujeto principal de la relación
jurídica procesal y del proceso, y en tal virtud, a él le corresponde dirigirlo
efectivamente e impulsarlo de tal forma, que pase por sus distintas etapas con
la mayor celeridad y sin estancamientos. Y en ese sentido, debe controlar la
conducta de las partes, investigando y sancionando cualquier acto contrario a
la dignidad de la justicia. Así mismo, el juez cuenta con el poder de coerción,
el cual incluye el poder disciplinario, que le permite sancionar con multas a
los particulares que sin justa causa incumplan las órdenes que les imparta en
el ejercicio de sus funciones, o demoren su ejecución, “El juez debe hacer uso
de los poderes que le otorga la ley, para llegar al conocimiento de la verdad
real.”36

De otro lado, y desde el punto de vista de los derechos humanos, al momento


de revisar la constitucionalidad de la Ley 975 de 2005 de justicia y paz, esta
Corporación estimó que el contenido mínimo del derecho de las víctimas a
la verdad protege, en primer lugar, el derecho a que los delitos más graves

33
T-349 de 2003.
34
A-227 de 2006.
35
T-476 de 1998.
36
T-577 de 1998.

665
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

sean investigados. Esto implica que tales delitos deben ser investigados y que
el Estado es responsable por acción o por omisión si no hay una investigación
seria acorde con la normatividad nacional e internacional. Una de las formas
de violación de este derecho es la inexistencia de medidas que sancionen
el fraude a la justicia o sistemas de incentivos que no tomen seriamente en
cuenta estos factores ni promuevan seria y decididamente la consecución de
la verdad.37

En cuanto se refiere a la dimensión colectiva de la verdad, su contenido


mínimo incluye la posibilidad de las sociedades de conocer su propia
historia, de elaborar un relato colectivo relativamente fidedigno sobre los
hechos que la han definido y de tener memoria de tales hechos.  Para ello, es
necesario que se adelanten investigaciones judiciales imparciales, integrales
y sistemáticas, sobre los hechos criminales de los que se pretende dar cuenta
histórica. Un sistema que no beneficie la reconstrucción de la verdad histórica
o que establezca apenas débiles incentivos para ello, podría comprometer
este importante derecho.

El derecho a la verdad ha sido conectado igualmente con el deber del Estado


de conducir de manera efectiva las investigaciones acerca de serias violaciones
de derechos humanos y ha sido relacionado con la obligación de ofrecer un
remedio judicial efectivo así como ha sido vinculado también con el derecho a
la vida en familia y el derecho a la salud. El reporte presentado por al Consejo
Económico y Social de Naciones Unidas por el Grupo de Trabajo sobre
desaparecimientos forzados, recordó que varios de los derechos en cabeza de
los miembros de familia de las personas desaparecidas también se infringían. En
particular, el derecho a tener una vida en familia aparece como el derecho más
estrechamente vinculado con el derecho a la verdad así como otros derechos
económicos, sociales y culturales. En efecto, El derecho a la verdad respecto de
graves y serias violaciones de derechos humanos y del derecho internacional
humanitario constituye un derecho autónomo, inalienable e imprescriptible,
reconocido tanto en el campo nacional y regional, como en el internacional.
Está conectado con el deber de conducir investigaciones efectivas cuando se
han presentado serias violaciones de derechos humanos y con la obligación de
ofrecer remedios eficaces y una justa reparación. De esta manera, se vincula
asimismo con la garantía de realización del Estado Social de Derecho y, en
consecuencia, se liga con los principios de transparencia, rendición de cuentas
y buen gobierno en una sociedad democrática. Se relaciona, por lo demás, con
la efectiva puesta en vigencia de otros derechos tales como el derecho a tener


37
C-370 de 2006.

666
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

una vida en familia, el derecho a que se efectúe una investigación, el derecho


a ser oído por un tribunal imparcial e independiente, el derecho a estar libre
de tortura y de tratamientos crueles y degradantes, el derecho a buscar y a
proporcionar información.

En últimas, el derecho a la verdad se ata de manera profunda con el derecho


a la dignidad humana de toda persona y tiene también un matiz social
indeclinable. Su efectiva garantía contribuye a construir el tejido social sobre
la base de la buena fe y de la confianza legítima, ingredientes sin los cuales
toda sociedad está condenada a sucumbir en el círculo vicioso de la mentira,
de la desconfianza, de la venganza y de la violencia. 38

En lo que se refiere a la justicia, la Corte Constitucional en su jurisprudencia


ha reiterado que el derecho a que se haga justicia, es decir, el derecho a que
no haya impunidad, incorpora una serie de garantías para las víctimas de los
delitos que se derivan de unos correlativos deberes para las autoridades, que
pueden sistematizarse así: (i) el deber del Estado de investigar y sancionar
adecuadamente a los autores y partícipes de los delitos; (ii) el derecho de las
víctimas a un recurso judicial efectivo; (iii) el deber de respetar en todos los
juicios las reglas del debido proceso.39

2.2 La buena fe

Como ha puesto de presente la Corte desde sus primeras sentencias, siguiendo


la doctrina el principio de la buena fe “principio cumbre del derecho”40 es

38
T-576 de 2008.
39
C-454 de 2006.
40
En la T-099 de 2009 la Corte Constitucional dispuso que: “el artículo 83 de la
Carta Política consagra que tanto las actuaciones de las autoridades públicas,
así como las de los particulares, deben sujetarse al principio de buena fe, el
cual se erige como pilar fundamental del sistema jurídico. Su noción evoca un
imperativo de honestidad, confianza, rectitud, decoro y credibilidad que va
de la mano con la palabra comprometida. En palabras de éste Tribunal, se ha
indicado:
“En relación con el principio de la buena fe cabe recordar que es uno  de
los principios generales del derecho, consagrado en el artículo 83 de la
Constitución, el cual gobierna las relaciones entre la Administración Pública y
los ciudadanos, y que sirve de fundamento al ordenamiento jurídico, informa
la labor del intérprete y constituye un decisivo instrumento de integración del
sistema de fuentes colombiano.
En tal sentido, el mencionado principio es entendido, en términos amplios, 
como una exigencia de honestidad, confianza, rectitud, decoro y credibilidad
que otorga la palabra dada, a la cual deben someterse las diversas actuaciones

667
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

de aquellos principios informadores de las relaciones entre los seres humanos


llamados a impregnar el ordenamiento jurídico en su conjunto y que presenta
proyecciones especificas, en los más variados y específicos ámbitos de las
relaciones sancionadas  por las normas jurídicas.

Ahora bien, a partir de la formulación constitucional explícita, la aplicación y


proyección del principio de la buena fe adquiere nuevas proyecciones en su
papel de integrador del ordenamiento y de las relaciones entre las personas y
de éstas con el Estado.

En forma reiterada la Corte ha destacado el significado, que en el ámbito


constitucional y del ordenamiento normativo en su conjunto ostenta el
principio de la buena fe: “la buena fe ha pasado de ser un principio general
del derecho para convertirse en un postulado constitucional (CP art. 83).
Este trascendental principio exige de los  particulares y de las autoridades
ceñirse  en sus actuaciones a una conducta honesta, leal y acorde con el
comportamiento que puede esperarse de una persona correcta (“vir bonus”).
La buena fe supone la existencia de una relación entre personas y se refiere

de las autoridades públicas y de los particulares entre sí y ante estas, la cual


se presume, y constituye un soporte esencial del sistema jurídico; de igual
manera, cada una de las normas que componen el ordenamiento jurídico
debe ser interpretada a luz del principio de la buena fe, de tal suerte que
las disposiciones normativas que regulen el ejercicio de derechos y el
cumplimiento de deberes legales, siempre deben ser entendidas en el sentido
más congruente con el comportamiento leal, fiel y honesto que se deben los
sujetos intervinientes en la misma. En pocas palabras, la buena fe incorpora
el valor ético de la confianza y significa que el hombre cree y confía que una
declaración de voluntad surtirá, en un caso concreto, sus efectos usuales,
es decir, los mismos que ordinaria y normalmente ha producido en casos
análogos. De igual manera, la buena fe orienta el ejercicio  de las facultades
discrecionales de la administración pública y ayuda a colmar las lagunas del
sistema jurídico.”
La Corte Constitucional ha sostenido que la aplicación del principio de buena
fe no se ve limitada al nacimiento de las relaciones jurídicas, pues su ámbito se
extiende al desarrollo de las mismas e inclusive hasta su extinción. Por tanto, las
autoridades en el curso de tales relaciones deben adecuar su comportamiento a
los mandatos de honestidad y lealtad y responder las expectativas que generaron
en los demás sus actuaciones previas.
Una de las facetas del principio de buena fe es el respeto por el acto propio,
mediante el cual se advierte a las autoridades de no contradecir sus propias
actuaciones precedentes, y a su vez las constriñe para que mantengan coherencia
en el curso de las mismas.”

668
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

fundamentalmente a la confianza, seguridad y credibilidad que otorga la


palabra dada”.41

En la sentencia T-469 de 1992 M.P Alejandro Martínez Caballero, se


recuerdan los antecedentes del artículo 83 y se traen a colación apartes de
la ponencia presentada, discutida  y aprobada en la Asamblea Constituyente
que es pertinente reproducir también en esta ocasión, pues en ella se pone de
presente el propósito del Constituyente, al incorporar en el texto mismo de la
Constitución  la imperatividad del principio y los precisos efectos en el ámbito
especifico de las relaciones  particulares-autoridades:

“La norma que se propone tiene dos elementos fundamentales:

Primero, se establece el deber genérico de obrar conforme a los


postulados de la buena fe.

Esto quiere decir que tanto los particulares en el ejercicio de sus derechos
o el cumplimiento de sus deberes, como las autoridades en desarrollo
de sus funciones, deben sujetarse a los mandatos de honestidad, lealtad
y sinceridad que integran el principio. En el primer caso, estamos ante


41
En la C-426 de 1997 la Corte Constitucional sostuvo que :
Como es explicable dada su importancia, existen innumerables definiciones
de la buena fe: en los títulos traslaticios del dominio, en la posesión, en la
percepción de los frutos, en los contratos, etc.  En el artículo 768 del Código
Civil, por ejemplo, se dice que “La buena fe es la conciencia de haberse
adquirido el dominio de la cosa por medios legítimos, exentos de fraudes y de
todo otro vicio”. Planiol y Ripert la definen así, en relación con los contratos:
“Entre nosotros, todos los contratos son de buena fe y ésta es la obligación
de obrar como hombre honrado y consciente, no sólo en la formación sino
también en el cumplimiento del contrato, sin atenerse a la letra del mismo. 
Esta exigencia plantea, por ende, al juez un problema delicado, siempre que
haya de fijar a qué se ha obligado determinado contratante; pero existe no
sólo desde el punto de vista de la justicia, sino en interés bien entendido de
los contratantes, todos los cuales han de beneficiarse con ella.  La vida en
sociedad se facilita de ese modo”.  (Tratado Práctico de Derecho Civil Francés,
tomo sexto, primera parte, Edición Cultural S.A., Habana 1940, número 379,
página 530).
De otra parte, el artículo 4º del Código de Procedimiento Civil se anticipó a la
Constitución vigente, al establecer que “al interpretar la ley procesal, el juez
deberá tener en cuenta que el objeto de los procedimientos es la efectividad
de los derechos reconocidos por la ley sustancial”. Obligación que es la misma
que el artículo 228 de la Constitución consagra al disponer la prevalencia del
derecho sustancial. Para que prevalezca el derecho sustancial, con sujeción a
criterios de buena fe y buscando la realización de la justicia, los procesos tienen
como finalidad demostrar la verdad. 

669
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

una barrera frente al abuso del derecho; en el segundo, ante  una


limitante a los excesos  y a la desviación del poder.
Segundo, se presume que los particulares en sus relaciones con el
poder público actúan de buena fe. Este principio que parecería ser
de la esencia del Derecho, en Colombia ha sido sustituido por una
general desconfianza hacia el particular. Esta concepción negativa ha
permeado todo el sistema burocrático colombiano, el cual so pretexto
de defenderse del asalto  siempre mal  intencionado de los particulares,
se ha convertido en una fortaleza inexpugnable ante la cual sucumben
las pretensiones privadas, enredadas en una maraña de requisitos y
procedimientos que terminan por aniquilar los derechos sustanciales
que las autoridades están obligadas a proteger”.

(....)”.

En armonía con las anteriores orientaciones, cabe destacar de la exposición


de motivos en cita la precisión sobre el propósito del constituyente al instaurar 
la presunción de buena fe en los términos del texto definitivo del artículo 83:

“La presunción de la buena fe busca que las autoridades actúen frente


al particular con ánimo de servicio en la solución de sus legitimas
pretensiones. La mala fe debe probarse en cada caso concreto y
sólo entonces procederán las medidas preventivas, lo mismo que las
sanciones a que hubiere lugar”.

Así mismo, sentencias de la Corporación referidas a ámbitos determinados


han puesto de presente la incidencia del principio de buena fe en específicas
relaciones reguladas por el ordenamiento constitucional.

Cabe indicar también que la Corte ha precisado, frente al texto del artículo 83
constitucional los alcances de la presunción de buena fe que allí se enuncia.
En efecto señaló la Corte en la sentencia No. C-529 de 2000 M.P. Antonio
Barrera Carbonell aludiendo a pronunciamientos anteriores de la Corporación
que “La buena fe, de conformidad con el  artículo 83 de la Carta Política
se presume, y dicha presunción solamente se desvirtúa con los mecanismos
consagrados por el ordenamiento jurídico vigente”.

La Corte ha tenido ocasión de reiterar y puntualizar sus orientaciones en torno


de la significación  de la invocación constitucional del principio de la buena
fe:

Al respecto se señala en la Sentencia C-840 de 2001 M. P. Dr. Jaime Araujo


Rentería:

670
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

“… bajo el criterio de que el principio de la buena fe  debe presidir


las actuaciones de los particulares y de los servidores públicos, quiso
el Constituyente que sólo en el caso de los primeros ella se presuma.
Por lo mismo, mientras no obre prueba en contrario, la presunción
de la buena fe que protege las actuaciones de los particulares se
mantiene incólume. En cuanto a los servidores públicos no es que se
presuma, ni mucho menos, la mala fe. Sencillamente, que el margen
de la presunción que favorece a los particulares, las actuaciones de los
funcionarios públicos deben atenerse al principio  de constitucionalidad
que informa la ley y el principio de legalidad que nutre la producción
de los actos administrativos. Por consiguiente, podría decirse entonces
que la presunción de buena fe que milita a favor de los particulares,
en la balanza Estado-administración hace las veces de contrapeso
institucional de cara a los principios de constitucionalidad y legalidad
que amparan en su orden a la ley y a los actos administrativos”.

En armonía con el anterior recuento sobre las orientaciones del Constituyente,


plasmadas en los antecedentes del Artículo 83, los pronunciamientos de
esta Corporación cabe reiterar entonces que la incorporación explícita del
principio de la buena fe en el texto constitucional significa, que las actuaciones
de los particulares en sus relaciones con otros particulares así como las que
ellos sostengan con las autoridades hayan de estar presididas por los dictados
del dicho principio. Además, teniendo en cuenta los términos mismos del
artículo constitucional cabe señalar que la presunción de buena fe que allí
se establece respecto de las gestiones que los particulares adelanten ante las
autoridades es simplemente legal  y por ende susceptible de prueba.42

La Corte Constitucional tanto en sede de control abstracto como de control


concreto de constitucionalidad se ha pronunciado con respecto al significado,
alcance y contenido de este postulado superior, considerando que la buena
fe ha pasado de ser un principio general de derecho para transformarse
en un postulado constitucional,  su aplicación y proyección ha adquirido
nuevas implicaciones, en cuanto a su función integradora del ordenamiento
y reguladora de las relaciones entre los particulares y entre estos y el Estado.

En este orden de ideas la jurisprudencia constitucional ha definido el principio


de buena fe como aquel que exige a los particulares y a las autoridades públicas
ajustar sus comportamientos a una conducta honesta, leal y conforme con las
actuaciones que podrían esperarse de una “persona correcta (vir bonus)”. En
este contexto, la buena fe presupone la existencia de relaciones reciprocas con


42
C-071 de 2004.

671
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

trascendencia jurídica, y se refiere a la “confianza, seguridad y credibilidad


que otorga la palabra dada”.

Adicionalmente también ha estimado que la presunción de buena fe


establecida en el artículo superior respecto de las gestiones que los particulares
adelanten ante las autoridades públicas, es simplemente legal y por tanto
admite prueba en contrario. Estima la Corte, que en tanto la buena fe es un
postulado constitucional, irradia las relaciones jurídicas entre particulares, y
por ello la ley también pueda establecer, en casos específicos, esta presunción
en las relaciones que entre ellos se desarrollen.

Por lo tanto observa la Corte que no se trata por esencia de un principio


absoluto, y es por ello que la Corte Constitucional también ha admito la
posibilidad de que, excepcionalmente, la ley  establezca la presunción de
mala fe, y le atribuya los efectos que considere en cada caso, lo cual se
traduce en si se admite o no prueba en contrario en cada caso.

En efecto la Corte se pronunció en el sentido referido en la Sentencia C- 544


de 1994, en la que se ocupó de estudiar la constitucionalidad del inciso final
del artículo 768 del código Civil el cual dispone: “Pero el error en materia
de derecho, constituye una presunción de mala fe, que no admite prueba en
contrario.”

En esa oportunidad la Corte señaló que  “la norma demandada, interpretada


a la luz de la Constitución, y despojada del efecto estigmatizante de la mala
fe, significa que el legislador, simplemente, ha querido reiterar, en esta
materia, la negativa general a admitir el error de derecho. La alusión a la
mala fe es un recurso técnico para ratificar el anotado principio y, en este
sentido, no puede ser inconstitucional.”

Posteriormente en la Sentencia C-540 de 1995, la Corte analizó


la  constitucionalidad del inciso primero del artículo 769 del Código Civil,
conforme con el cual “[l]a buena fe se presume, excepto en los casos en que
la ley establece la presunción contraria.” En esa providencia la jurisprudencia
constitucional reconoce de manera expresa que “excepcionalmente, la ley
puede establecer la presunción contraria, es decir, la  presunción de mala
fe.”  Adicionalmente señaló la Corte que:

“El artículo 769, pues, en concordancia con el artículo 66 del mismo


Código Civil, prevé que la ley pueda determinar “ciertos antecedentes
o circunstancias conocidas” de los cuales se deduzca la mala fe. 
Presunción legal contra la cual habrá o no habrá posibilidad de prueba
en contra, según sea simplemente legal o de derecho. 

672
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

Por lo anterior, es evidente que el artículo 769 no quebranta, ni podría


quebrantar, el artículo 83 de la Constitución.
Se repite: la Corte, al declarar la exequibilidad del último inciso del
artículo 768, aceptó implícitamente (y casi explícitamente, pues el
artículo 769 se cita en la sentencia C-544/94) que el legislador sí puede
establecer presunciones de mala fe, sin quebrantar la Constitución.”

Recapitulando, es claro para la Corte que si bien el ordenamiento jurídico


por regla general presume la buena fe de los particulares en sus relaciones,
y en las actuaciones que adelanten ante las autoridades públicas, este es un
principio que no es por esencia absoluto, de tal manera que en situaciones
concretas admite prueba en contrario, y en este sentido es viable que el
legislador excepcionalmente, establezca presunciones de mala fe, señalando
las circunstancias ante las cuales ella procede.43

Desde el punto de vista del derecho penal la Corte constitucional ha dicho


que la sociedad necesita desenvolverse en un clima de confianza en el cual
los actos de las personas no sean a priori calificados de ilícitos o indebidos
sin haber establecido previamente que en efecto ello es así. Se requiere
suponer que, como regla general -que debe representar el patrón normal
de comportamiento-, los asociados obran con transparencia, sinceridad y
lealtad, dentro de los postulados y reglas que rigen la organización social. En
ese sentido la Corte expuso que:

“Cuando el artículo 83 de la Constitución exige que las actuaciones


de los particulares y de las autoridades se ciñan a los postulados de
la buena fe, la cual se presumirá en todas las gestiones que aquéllos
adelanten ante éstas, consagra un postulado que obliga a las entidades
y a los servidores públicos a revisar radicalmente la posición que
tradicionalmente han venido observando ante el ciudadano, marcada
por la prevención y la mala voluntad.

Tal principio exige de gobernantes y gobernados el compromiso de


obrar honesta y desprevenidamente, en el marco de unas relaciones de
mutua confianza, de tal manera que, sometidos todos al orden jurídico
y dispuestos a cumplir sus disposiciones con rectitud, no haya motivo
alguno de recelo.

La norma en mención no obliga tan sólo al particular sino que se


aplica con igual severidad al servidor público, que ni puede presumir


43
C-1194 de 2008.

673
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

la mala fe de la persona respecto de la cual cumple su función, ni le


es permitido, en lo que toca con sus propios deberes, asumir actitudes
engañosas o incorrectas. (Cfr. Corte Constitucional. Sala Quinta de
Revisión. Sentencia T-532 del 21 de noviembre de 1995).

Pero el ordenamiento jurídico debe contemplar la posibilidad, siempre


latente, de que algunos de quienes integran el conglomerado decidan actuar
desconociendo esta premisa, aprovecharse de la buena fe de los demás y
obtener beneficio ilícito.

Por eso, el principio en comento no se opone a que el Estado, en razón de su


responsabilidad constitucional de alcanzar un orden justo y las autoridades,
obligadas como están, a proteger a todas las personas residentes en Colombia
en su vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades (Preámbulo
y artículo 2º C.P.), cumplan con la tarea que les corresponde en la persecución,
investigación y represión del delito.

Sobre el particular la Corte reiteró que:

“Desde luego, lo dicho implica que el mencionado principio también


tiene sus límites y condicionamientos, derivados de otro postulado
fundamental como es el de la prevalencia del interés común.  En modo
alguno puede pensarse que el principio de la buena fe se levante como
barrera infranqueable que impida a las autoridades el cumplimiento
de su función, pues, mientras la ley las faculte para hacerlo, pueden y
deben exigir los requisitos en ella indicados para determinados fines,
sin que tal actitud se oponga a la preceptiva constitucional.  En nuestro
Estado de Derecho, las leyes gozan de aptitud constitucional para
imponer a la administración o a los jueces la obligación de verificar
lo manifestado por los particulares y para establecer procedimientos
con arreglo a los cuales pueda desvirtuarse en casos concretos la
presunción de la buena fe, de tal manera que si asi ocurre con sujeción
a sus preceptos se haga responder al particular implicado tanto desde
el punto de vista del proceso o actuación de que se trata, como en el
campo penal, si fuere del caso”. (Cfr. Corte Constitucional. Sala Tercera
de Revisión. Sentencia T-460 del 15 de julio de 1992).

2.3 El debido proceso

La Corte Constitucional ha dicho que el derecho al debido proceso,


consagrado en el artículo 29 de nuestra Carta, se erige como un límite a
la actividad judicial. Así pues, la discrecionalidad del juez, su autonomía

674
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

al momento de fallar, se debe ajustar a la observancia de este derecho de


carácter fundamental.

Ahora bien, en el evento en el que el juez ordinario no observa el derecho


consagrado en el artículo 29 de la Carta, el juez constitucional está llamado
a intervenir por vía de tutela. Para verificar que en el trámite de cualquier
proceso, uno o varios jueces, bien se trate de un individuo o de un cuerpo
colegiado, incurrieron en  un exceso, en una grosera y flagrante separación
de los preceptos legales y constitucionales. 

La Corte ha producido una abundante doctrina en lo que tiene que ver


con la inobservancia por parte de las autoridades judiciales del derecho
al debido proceso y ha denominado a estas injustificadas arbitrariedades,
causales genéricas y específicas de procedibilidad de la acción de tutela.
Que se presentan cuando el juez, quién debe fallar en derecho, opta por
una vía, ya no de derecho, sino de hecho, que se aparta de los lineamientos
legales y constitucionales, desbordando el marco del sistema jurídico
colombiano.

Así pues, la Corte Constitucional ha trazado derroteros que han pretendido


enmarcar las posibles “vías de hecho” en las que pude incurrir un juez.
Son estos, como tantas veces lo ha indicado la Corte, los defectos fácticos,
sustanciales, procedimentales, y orgánicos. El defecto sustantivo se produce
cuando la decisión controvertida se funda en una norma indiscutiblemente
inaplicable. El defecto fáctico, cuando resulta indudable que el juez carece
de sustento probatorio suficiente para proceder a aplicar el supuesto legal
en el que se sustenta la decisión. El defecto orgánico se presenta cuando
el funcionario judicial que profirió la providencia impugnada, carece,
absolutamente, de competencia para ello. Por último, el defecto procedimental
aparece en aquellos eventos en los que se actuó completamente al margen
del procedimiento establecido.

La reciente evolución jurisprudencial en la materia ha señalado que  a


estas hipótesis se suman otras nuevas. Habrá vía de hecho cuando: a) La
providencia tiene graves problemas ante una insuficiente sustentación o
justificación de la decisión, o por desconocimiento del precedente judicial,
en particular de la Corte Constitucional. b) Existe error en el que fue
inducida la autoridad judicial, lo que esta Corporación ha denominado vía
de hecho por consecuencia. c) La decisión del juez se adoptó haciendo una
interpretación normativa que resulta incompatible con la Carta, o cuando
la autoridad judicial no aplica la excepción de inconstitucionalidad a pesar

675
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

de ser manifiesta la incompatibilidad con aquella y haber sido solicitada


expresamente.44

De otra parte, en diversos pronunciamientos la Corte Constitucional ha tenido


ocasión de pronunciarse sobre la efectividad de las garantías propias del
derecho al debido proceso en materia penal durante la etapa de indagación
preliminar y posteriormente en la de investigación previa. En la sentencia
C-836 de 2002, la Corte hizo el recuento de algunos de estos fallos, en los
siguientes términos:

“- Mediante Sentencia C- 150 de 1993 la Corte recordó que el derecho al


debido proceso, y especialmente el de contradicción de la prueba dentro del
proceso penal, tenían efectividad durante la etapa de investigación previa,
pues el constituyente no había introducido excepciones al respecto:

“En materia penal el proceso se desarrolla a través de las etapas de


investigación previa, instrucción y juzgamiento, y en las tres se aportan
pruebas que deben ser conocidas y controvertidas por los sujetos
procesales.
“...
“Aunque la etapa de la investigación previa es anterior a la existencia
del proceso y tiene como finalidad establecer si la investigación debe
proseguir o no, es considerada como especial y básica de la instrucción
y del juicio. Por tal motivo, no asiste razón que permita la limitación
de la controversia probatoria en dicha etapa. Por tanto el principio del
debido proceso debe aplicarse en toda actuación judicial.
“Obsérvese que lo que se entiende por “controversia de la prueba” es
la posibilidad que tiene el sindicado o imputado de pronunciarse sobre
el valor, el contenido y los elementos internos y externos del material
recaudado y con base en ello sustentar la argumentación de la defensa.
La distinción entre imputado y sindicado es relevante desde el punto de
vista constitucional para muchos otros efectos jurídicos y su repercusión
es amplia en el orden legal y principalmente en el procedimiento penal;
empero, de la interpretación del artículo 29 de la Carta, se advierte con
claridad que no es admisible el establecimiento de excepciones
al principio de la contradicción de la prueba así en la etapa de
investigación previa no exista sindicado de un posible delito; no
puede el legislador señalar, como lo hace en la disposición acusada, que
en la etapa de investigación previa, existan excepciones al principio de


44
T-056 de 2005.

676
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

la presentación y controversia de pruebas por el imputado, pues éste


también tiene derecho a su defensa y a controvertir las pruebas que se
vayan acumulando.”

Las anteriores consideraciones fueron vertidas para fundamentar la decisión de


inexequibilidad parcial de los artículos 7º, 251, 272 y 342 del anterior Código
de Procedimiento Penal, en la medida en que consagraban restricciones al
derecho de contradicción al autorizar, durante la etapa de la investigación
previa, la existencia de excepciones al principio rector de la controversia
probatoria, de la presentación de pruebas durante todo el proceso, o de la
publicidad de la prueba.

- En la Sentencia C-412 de 1993, al estudiar el artículo 324 del Decreto


2700 de 1991 que se refería a la duración de la etapa de investigación
previa sin señalar para ello un término fijo, la Corte concluyó que
la disposición era inexequible fundamentando esta decisión en las
siguientes consideraciones, entre otras:

“El principio contradictorio se anticipa en esta etapa,  pues frente al


interés que anima a la función investigativa y sancionadora del Estado,
surge el interés concreto, digno de tutela, del imputado de resultar
favorecido con una resolución inhibitoria que descarte la existencia
del hecho, su tipicidad, la procedibilidad de la acción, o, en fin que
establezca en su caso una causal de antijuridicidad o inculpabilidad.
(C de P.P. art. 327).

“Si bien la formalización del conflicto Estado-sindicado se constituye


formalmente a partir de la resolución de apertura de instrucción, ésta
materialmente y de manera gradual se prefigura en la etapa previa. Justamente,
la anticipación constitucional del contradictorio en esta etapa, otorgándole al
imputado posibilidades de defensa en el campo probatorio, corresponde al
reconocimiento que la Corte hace de la conflictualidad actual o potencial
que ya comienza a manifestarse en esta temprana fase de la investigación y
que exige se le brinden las necesarias garantías constitucionales a fin de que
pueda enfrentar equilibradamente al poder punitivo del Estado.

“...

“Dado que la recepción de la versión libre es una facultad potestativa


de la fiscalía, puede darse el caso de una persona que sea investigada
por el Estado, sin que ésta tenga conocimiento oportuno de esa
circunstancia, de la cual sólo conocerá más tarde cuando se la vincule
a la investigación o al proceso y se haya eventualmente acumulado

677
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

en su contra un acervo probatorio que dificulte o haga materialmente


imposible su defensa.
“En esta hipótesis el desequilibrio Estado-investigado es manifiesta.
La utilización de los medios que tiene el Estado en la etapa de la
investigación previa se han ejercido con el único objetivo de potenciar
al máximo su función investigativa y punitiva, más allá de la simple
averiguación de los presupuestos mínimos de la acción penal,
excluyendo y nulificando en la práctica toda posibilidad de contrapeso
efectivo por parte del investigado, en este caso colocado ad portas de
parte sindicada expuesta a una ardua y desigual defensa.
“El derecho al debido proceso contiene en su núcleo esencial el
derecho a conocer tan pronto como sea posible la imputación o
la existencia de una investigación penal en curso - previa o formal
-, a fin de poder tomar oportunamente todas las medidas que
consagre el ordenamiento en aras del derecho de defensa. Hay
un derecho al proceso y a la intimidad personal y familiar. Pero,
antes, inclusive, la dignidad de la persona humana postula la
existencia del derecho a ser sujeto del proceso y no simplemente
objeto del mismo.” (Negrillas fuera del original)

En sede de constitucionalidad recientemente la Corte ha insistido en el


derecho que tiene el imputado conocido de ser enterado de la investigación
que se sigue en su contra, desde la misma indagación preliminar. Así, en
la en Sentencia C-033 de 2003,  la Corte condicionó la exequibilidad del
artículo 126 del Código de Procedimiento Penal -Ley 600 de 2000-  a que,
incluso antes de la vinculación al proceso, se le reconocieran al imputado
los mismos derechos del sujeto procesal, en lo que se refiere al ejercicio del
derecho de defensa. En esta oportunidad la Corte nuevamente sostuvo que
“aún cuando el debido proceso y el derecho de defensa parecen fortalecerse
a medida que avanza la investigación, lo cierto es que en la fase preliminar,
como en las demás fases, el derecho a la defensa debe concebirse
en una dimensión amplia.”  Y posteriormente, en la Sentencia C-096 del
mismo año, al estudiar la constitucionalidad del artículo 322 del Código de
Procedimiento Penal -Ley 600 de 2000-, que condicionaba el acceso a las
diligencias adelantadas en la investigación previa a que el imputado hubiera
rendido versión preliminar, la Corte consideró que la norma colisionaba con
la garantía constitucional de los derechos de defensa y contradicción del
investigado, cuyo ejercicio procedía incluso antes de su vinculación formal al
proceso mediante indagatoria o declaratoria de persona ausente. Por lo tanto,
estimó que si bien era constitucionalmente posible establecer en materia

678
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

penal la reserva de las diligencias que se adelantaran durante la etapa de


investigación preliminar, el imputado tenía derecho a conocer de la imputación
específica que existiera en su contra, y de los fundamentos probatorios que la
respaldaran, antes de rendir versión preliminar. Por ello, procedió a declarar
la exequibilidad de la expresión “que rindió versión preliminar” contenida en
la norma, condicionada a que se entendiera que, antes de la recepción de la
versión preliminar, debía informarse al investigado sobre el delito que se le
imputaba, así como permitirle conocer los fundamentos probatorios de dicha
imputación específica.45

En efecto, se puede concluir que la justicia se realiza mediante actos justos y


que un procedimiento adelantado por una autoridad del Estado tiene la carga
de ser un acto de justicia. De este modo, el debido proceso “…es el conjunto
de garantías que buscan asegurar al ciudadano que ha acudido al proceso,
una recta y cumplida administración de justicia y la debida fundamentación
de las resoluciones judiciales”.

Por lo mismo, “El proceso es un juicio y es lícito en cuanto implica un acto


de justicia. Y como es evidente por la naturaleza procesal, se requieren tres
condiciones para que un proceso sea debido: Primera, que proceda de una
inclinación por la justicia; Segunda, que proceda de la autoridad competente; 
Tercera, que se profiera  de acuerdo con la recta razón de la prudencia, en este
caso, que se coteje integralmente toda pretensión, de tal manera que siempre
esté presente el derecho de defensa, y que el juez en ningún momento se
arrogue prerrogativas que no están regladas por la ley, ni exija, asimismo,
requisitos extralegales. Siempre que faltaren estas condiciones, o alguna de
ellas, el juicio será vicioso e ilícito.”

Luego, el derecho al debido proceso se conecta de una manera determinante


con valores de gran importancia para los ciudadanos, y contribuye
decididamente con la puesta en práctica de los principios de un Estado de
Derecho, en el que todos podemos sentirnos protegidos por la neutralidad e
imparcialidad.46

3. Los principios del debido proceso


Publicización y función social del proceso vs. Derecho civil decimonónico,
principio dispositivo, en donde solo importa “el poder de las partes”.
Publicización como instrumento de pacificación y fenómeno social de masas.


45
T-1035 de 2004.

46
T-1216 de 2005. T-056 de 2005.

679
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

Modelo de oralidad del proceso vs. modelo acusatorio. El proceso debe estar
caracterizado por la aplicación de principios y la búsqueda de la verdad.

El debido proceso es un principio transversal que constituye un control a


poder del Estado. El resultado, es la confianza en la labor judicial, lo cual trae
como resultado la pacificación y confianza en las instituciones.

Principio de buena fe: aquí quiero reiterar que el principio de buena fe es


un valor importante, una política, un principio rector del proceso (pág. 836),
asociado al decaimiento de un paradigma y el surgimiento de uno nuevo, lo
cual es problemático, ya que se trata de que en el nuevo modelo cobra mayor
relevancia en cuanto se formula en forma afirmativa, dándole validez de
entrada a la presunción de buena fe, mientras que anteriormente se formulaba
en términos negativos, esto es, prohibiendo la mala fe, como sanción a quien
obra de mala fe. La primera opción deja la libertad de obrar en el proceso
sin ataduras, y sancionar la mala fe, lo cual implica la tipificación y sanción
disciplinaria después de causar el daño que será irreparable, en cuanto la
sentencia se produce alejada de la verdad de los hechos ocurridos en el
litigio, pero con “arreglo a la ley”.

Como principio se expresa como un mandato de optimización. El principio


de la buena fe es un principio transversal a la sociedad y al derecho, a la
práctica política.

Verdad: la búsqueda de la verdad de los hechos en cada proceso es un


principio y un valor fundamental, el proceso debe servir para esclarecer
idealmente la verdad real, o al menos la verdad posible, y no solo la verdad
formal que resulta de la mera aplicación del derecho objetivo. Lo anterior
debe conducir a la justicia, Por tanto debe servir para garantizar los derechos
de las partes del proceso en pie de igualdad, lo cual supone a su vez que
las partes obren de buena fe, y que el juez pueda deducir consecuencias
adversas en caso de que se obre de mala fe (pág.839).

En anterior oportunidad, también puse de presente la doble información que


reina en cuanto a la exigencia de buena fe que viene del derecho romano, y
su suspensión al entrar en el mundo del proceso judicial, en donde reina la
habilidad, la ventaja y la avilantez, y por demás. Un escenario en donde se
identifica la exigencia de buena fe con autoritarismo.

“La buena fe como regla de conducta en el proceso judicial, no puede


proscribirse de los códigos de enjuiciamiento, cuando es de viejo cuño en
el derecho civil y mercantil, porque deja la desagradable sensación de que
en los actos contractuales debe regir el principio de que los contratantes se

680
conferencias sobre diversos temas de derecho procesal

ajusten a ella en sus actos jurídicos, pero cuando ingresas al aerópago de la


justicia no.” De tal manera que ayer, como hoy, creo que un proceso civil sin
el principio de buena fe, se puede parodiar con la novela de Dr. Jekill y Mr.
Hyde (págs. 841-842).

Hemos discrepado así de la posición según la cual la idea de un proceso


civil sin ataduras para las partes, se identifica con el supuesto garantismo,
cuestionando que con ello se alcance la justicia del caso en concreto.

Por el contrario considero que se debe partir de una teoría constitucional


del proceso que dignifique la aplicación de los principios que hemos citado
como verdaderos cimientos de un debido proceso (Villamil Portilla, Teoría
Constitucional del Proceso).

Desde esta óptica el principio de la buena fe es un principio insustituible del


proceso, lo cual ha permitido reformas que han posibilitado hacer del proceso
un instrumento eficaz para la aplicación de la ley al caso concreto, de la
aplicación de la ley sustancial, bajo la orientación de la buena fe (pág. 842).

Por tanto subsiste una “petición de principio desde la teoría del Derecho”. Se
trata del requerimiento de un juez que propenda por el equilibrio entre las
partes y por la consecución de la verdad, de una verdad controlada por las
presencia activa de todas las partes incluido el propio juez.

Como consecuencia de la búsqueda de la verdad, he resaltado la importancia


de las pruebas de oficio dentro del proceso civil (págs. 856-858). Por tanto
la institucionalización de las pruebas de oficio, en las que el juzgador no
sabe cuál de las partes va a ser favorecida, es en Colombia una verdadera
conquista que mira a la pacificación social (T-264 de 2009). No se trata de
tomar partido, sino de respetar un principio fundamental que no debemos
perder: la verdad en el proceso judicial.

4. Conclusiones
4.1 En la teoría de la argumentación contemporánea se puede encontrar el
fundamento teórico-jurídico para los principios que debe regir todo proceso
judicial: los principios del diálogo, búsqueda de la verdad y de la buena fe, a
partir de los conceptos de discurso, de argumentación y de los presupuestos
normativos necesarios a los mismos, tales como los principios de publicidad,
igualdad y libertad, veracidad, honestidad y buena fe de todos los participantes
en el proceso argumentativo, que bajo estas reglas debe conducir a resultados
de los cuales se puede presuponer la racionalidad en cuanto son susceptibles

681
Xxxi congreso colombiano de derecho procesal

de una aceptación o consenso general por parte de todos los afectados o


destinatarios de las normas.

4.2 En la Constitución de 1991 y en la jurisprudencia de la Corte


Constitucional se encuentran consagrados y desarrollados el contenido y
alcance de estos principios relativos a la verdad y justicia, buena fe y debido
proceso. Así mismo, se evidencia un proceso de constitucionalización de
todas las áreas y ámbitos del derecho, en un proceso de “irradiación” de los
principios y derechos constitucionales, a partir de los cuales se desarrolla la
hermenéutica e interpretación de normas de diferente índole.

4.3 El proceso civil no puede sustraerse a los principios y derechos


constitucionales, principios y derechos rectores del proceso judicial, tales
como la búsqueda de la verdad y el principio de buena fe. Por ello, reitero mi
convicción jurídica y ética, que la mejor manera de sacar avante la justicia
es procurando que se respeten estos principios, que exista coadyuvancia en
la búsqueda colectiva de la verdad y la justicia, que se parta del principio
de la buena fe y se respete el debido proceso. Si el proceso está regido por
estos principios rectores, la oralidad del proceso y la posibilidad de ordenar
pruebas de oficio contribuye en gran medida a ello.

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