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El constructo de resiliencia: una evaluación crítica y pautas para el trabajo futuro

ArtículoenDesarrollo infantil · Mayo de 2000

DOI: 10.1111/1467-8624.00164 · Fuente: PubMed

CITAS LEE
6,671 12,838

3 autores, incluido:

Suniya S. Luthar dante cicchetti

Profesores de universidad Ciudades gemelas de la Universidad de Minnesota

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 Child Development, mayo/junio de 2000, volumen 71, número 3, páginas 543–562

El constructo de resiliencia: una evaluación crítica y

Directrices para el trabajo futuro

Suniya S. Luthar, Dante Cicchetti y Bronwyn Becker

Este artículo presenta una evaluación crítica de la resiliencia, un constructo que connota el mantenimiento de una adaptación positiva
por parte de los individuos a pesar de las experiencias de adversidad significativa. A medida que ha florecido la investigación
empírica sobre la resiliencia en los últimos años, se han generado críticas en el trabajo en esta área. Estas críticas generalmente se
han centrado en las ambigüedades en las definiciones y la terminología central; heterogeneidad en los riesgos experimentados y la
competencia alcanzada por los individuos considerados resilientes; inestabilidad del fenómeno de la resiliencia; y preocupaciones
sobre la utilidad de la resiliencia como construcción teórica. Abordamos cada crítica identificada a su vez, proponiendo soluciones
para aquellas que consideramos legítimas y aclarando malentendidos en torno a aquellas que creemos que son menos válidas.
Concluimos que el trabajo sobre resiliencia posee un potencial sustancial para aumentar la comprensión de los procesos que afectan
a las personas en riesgo. Sin embargo, la realización del potencial encarnado por este constructo seguirá estando restringida sin una
atención científica continua a algunos de los escollos conceptuales y metodológicos graves que han sido señalados tanto por los
escépticos como por los defensores.

INTRODUCCIÓN Comenzamos este artículo con una breve reseña histórica

del constructo de resiliencia, desde su inicio hasta su
La resiliencia se refiere a unaproceso dinámico que abarca
representación en la investigación psicológica actual. Luego
la adaptación positiva en el contexto de una adversidad
consideramos las principales preocupaciones que se han
significativa. Implícitas dentro de esta noción hay dos
planteado sobre este constructo, que generalmente se dividen
condiciones críticas: (1) exposición a una amenaza
en cuatro categorías amplias: (1) ambigüedades en
significativa o adversidad severa; y (2) el logro de una
definiciones y terminología, (2) variaciones en el
adaptación positiva a pesar de los grandes ataques al
funcionamiento entre dominios y experiencias de riesgo entre
proceso de desarrollo (Garmezy, 1990; Luthar y Zigler,
niños ostensiblemente resilientes, (3) inestabilidad en el
1991; Masten, Best y Garmezy, 1990; Rutter, 1990; Werner
fenómeno de la resiliencia, y (4) preocupaciones teóricas,
y Smith, 1982, 1992).
incluidas preguntas sobre la utilidad de la resiliencia como
En este artículo, nos esforzamos por evaluar críticamente la
construcción científica. Dentro de cada una de estas áreas,
literatura sobre resiliencia, un ejercicio impulsado por la
abordamos las críticas identificadas y, donde sea legítimo,
reciente proliferación de investigaciones sobre este constructo
proponemos soluciones para corregir los problemas que se
junto con las crecientes preocupaciones científicas sobre este
han observado. Cuando no estamos de acuerdo con las
cuerpo de trabajo. Tras la publicación de los primeros escritos
críticas, nos esforzamos por dilucidar los factores que pueden
de los principales sistematizadores en el campo (ver, por
haber contribuido a un malentendido de los problemas. Al
ejemplo, Anthony, 1974; Garmezy, 1971, 1974; Murphy &
abordar las preocupaciones válidas, aclarar los conceptos
Moriarty, 1976; Rutter, 1979; Werner, Bierman & French, 1971;
erróneos y proponer recomendaciones para el trabajo futuro,
Werner & Smith, 1982), ha aumentado el interés académico
buscamos mejorar la calidad de las investigaciones científicas
por la resiliencia (ver, por ejemplo, Cicchetti & Garmezy, 1993;
y las conceptualizaciones teóricas sobre la resiliencia en el
Glantz & Johnson, 1999; Wang, Haertel & Wahlberg, 1994).
contexto de la adversidad.
Esta creciente atención ha ido acompañada de una creciente
preocupación por el rigor de la teoría y la investigación en el
área (p. ej., Cicchetti & Garmezy, 1993; Luthar, 1993; Luthar & CONTEXTO HISTÓRICO
Cushing, 1999), recelos que a veces han culminado en
La investigación de los factores que resultan en resultados
afirmaciones de que, en general, se trata de una construcción
adaptativos en presencia de la adversidad tiene una larga e ilustre
de dudoso valor científico (ver, por ejemplo, Gordon & Wang,
historia, con la literatura empírica sobre la esquizofrenia
1994; Kaplan, 1999; Liddle, 1994; Tarter & Vanyukov, 1999;
constituyendo una base fundamental destacada (Masten et al.,
Tolan, 1996). La búsqueda continua de investigación sobre la
1990). Las primeras investigaciones de severamente
resiliencia y la diversidad de críticas contra el constructo
enfatizan conjuntamente el valor de evaluar cuidadosamente
las diversas preocupaciones que se han articulado. © 2000 por la Society for Research in Child Development, Inc. Todos los
derechos reservados. 0009-3920/2000/7103-0001
544 Desarrollo infantil
los pacientes con trastornos se centraron principalmente en
comprender el comportamiento desadaptativo, y el
subconjunto de pacientes que mostró patrones relativamente
adaptativos se consideró atípico y se le prestó poca atención.
En la década de 1970, los investigadores habían descubierto
que los esquizofrénicos con los cursos de enfermedad menos
graves se caracterizaban por una historia premórbida de
competencia relativa en el trabajo, las relaciones sociales, el
matrimonio y la capacidad para cumplir con la responsabilidad
(Garmezy, 1970; Zigler y Glick, 1986). Aunque la resiliencia no
formaba parte del cuadro descriptivo de estos esquizofrénicos
atípicos, estos aspectos de la competencia social premórbida
podrían verse hoy como un pronóstico de trayectorias
relativamente resilientes.
De manera paralela, los estudios de hijos de madres
esquizofrénicas jugaron un papel crucial en el surgimiento de
la resiliencia infantil como un tema teórico y empírico
importante (Garmezy, 1974; Garmezy & Streitman, 1974;
Masten et al., 1990). La evidencia de que muchos de estos
niños prosperaron a pesar de su estado de alto riesgo condujo
a un aumento de los esfuerzos empíricos para comprender las
variaciones individuales en respuesta a la adversidad.
Tras los estudios pioneros de Emmy Werner sobre
niños en Hawái (Werner et al., 1971; Werner & Smith,
1977), la investigación sobre la resiliencia se amplió
para incluir múltiples condiciones adversas, como la
desventaja socioeconómica y los riesgos asociados
(Garmezy, 1991, 1995; Rutter, 1979). ; Werner &
Smith, 1982, 1992), enfermedad mental de los
padres (Masten & Coatsworth, 1995, 1998), maltrato
(Beeghly & Cicchetti, 1994; Cicchetti & Rogosch,
1997; Cicchetti, Rogosch, Lynch & Holt, 1993; Moran
& Eckenrode, 1992), pobreza urbana y violencia
comunitaria (Luthar, 1999; Richters & Martinez,
1993), enfermedad crónica (Wells & Schwebel, 1987)
y eventos vitales catastróficos (O'Dougherty-Wright,
Masten, Northwood, & Hubbard, 1997). El objetivo
de esta investigación fue una búsqueda sistemática
de fuerzas protectoras, es decir,
Los primeros esfuerzos se centraron principalmente en las
cualidades personales de los "niños resilientes", como la
autonomía o la alta autoestima (ver Masten & Garmezy, 1985).
Sin embargo, a medida que evolucionó el trabajo en el área,
los investigadores reconocieron cada vez más que la
resiliencia a menudo puede derivar de factores externos al
niño. Investigaciones posteriores condujeron a la delineación
de tres conjuntos de factores implicados en el desarrollo de la
resiliencia: (1) atributos de los propios niños, (2) aspectos de
sus familias y (3) características de sus entornos sociales más
amplios (Masten & Garmezy, 1985; Werner y Smith, 1982,
1992).
Durante las últimas dos décadas, el enfoque del trabajo
empírico también se ha alejado de la identificación de
factores clave para comprender los procesos protectores
subyacentes. En lugar de simplemente estudiar qué niños,
familias y factores ambientales están involucrados en la
resiliencia, los investigadores se esfuerzan cada vez más por
comprendercómotales factores pueden contribuir a resultados
positivos (Cowen et al., 1997; Luthar, 1999). Esta atención a los
mecanismos subyacentes se considera esencial para el avance
de la teoría y la investigación en el campo, así como para el
diseño de estrategias de prevención e intervención adecuadas
para las personas que enfrentan adversidades (Cicchetti &
Toth, 1991, 1992; Luthar, 1993; Masten et al., 1990; Rutter,
1990).
Finalmente, las concepciones de resiliencia como absoluta o
global, en oposición a relativa o circunscrita, también han
cambiado a lo largo de los años. En algunos de los primeros
escritos, aquellos que lo hicieron bien a pesar de los múltiples
riesgos fueron etiquetados como “invulnerables” (Anthony, 1974).
Este término era engañoso porque implicaba que la evasión del
riesgo era absoluta e invariable. A medida que la investigación
evolucionó, quedó claro que la adaptación positiva a pesar de la
exposición a la adversidad implica una progresión del desarrollo,
de modo que nuevas vulnerabilidades y/o fortalezas a menudo
surgen con las circunstancias cambiantes de la vida (Masten y
Garmezy, 1985; Werner y Smith, 1982). Por lo tanto, el término
"resistente", que describe con mayor precisión la naturaleza
relativa en lugar de fija del concepto, pasó a abarcar a aquellos a
los que antes se hacía referencia como "invulnerables".
EL CONSTRUCTO DE RESILIENCIA:
PREOCUPACIONES Y DESAFÍOS CIENTÍFICOS
En la siguiente discusión, abordamos, a su vez, varios temas
que han sido señalados como aspectos potencialmente
problemáticos del constructo de resiliencia. Ofrecemos
sugerencias explícitas para reparar las preocupaciones válidas
que han impedido el progreso en este campo, y aclaramos los
factores que podrían ser la base de esas críticas que creemos
que están menos justificadas.
Variaciones en definiciones y uso de terminología
1. La literatura teórica y de investigación sobre la resiliencia
refleja poco consenso sobre las definiciones, con variaciones
sustanciales en la operacionalización y medición de
construcciones clave.Sin duda, la resiliencia se define de
diversas formas en los escritos teóricos existentes. Rutter
(1987, 1990), por ejemplo, ha caracterizado la resiliencia como
el extremo positivo de la distribución de los resultados del
desarrollo entre individuos en alto riesgo. Masten y sus
colegas (Masten, 1994; Masten et al., 1990) han distinguido
entre tres grupos de fenómenos resilientes: aquellos en los
que (1) las personas en riesgo muestran resultados mejores
de lo esperado, (2) la adaptación positiva se mantiene a pesar
de la aparición de situaciones estresantes

experiencias, y (3) hay una buena recuperación del
trauma.
De manera similar, en la investigación empírica,
los enfoques adoptados para operacionalizar la
resiliencia han variado entre laboratorios (ver, por
ejemplo, Cicchetti & Garmezy, 1993; Gordon & Song,
1994; Kaufman, Cook, Arny, Jones, & Pittinsky, 1994;
Luthar & Cushing, 1999). ; Stouthamer-Loeber et al.,
1993; Tarter & Vanyukov, 1999; Tolan, 1996). Para
ilustrar, las condiciones de adversidad examinadas
van desde experiencias de vida estresantes únicas,
como la exposición a la guerra, hasta agregados de
múltiples eventos negativos (por ejemplo, mediante
listas de verificación de eventos de la vida). De
manera similar, ha habido una diversidad sustancial
al definir el ajuste positivo entre las personas en
riesgo. Algunos investigadores han estipulado que
para calificar para las etiquetas de resiliencia, los
niños en riesgo deben sobresalir en múltiples
dominios de ajuste (p. ej., Tolan, 1996),
Los investigadores de resiliencia también han
conceptualizado la conexión entre las condiciones de riesgo y
la competencia manifiesta de manera diferente. Algunos han
utilizado enfoques de análisis de datos basados en personas,
que implican identificar a personas con alta adversidad y alta
competencia, y compararlas con otras (p. ej., baja adversidad,
alta competencia). Otros investigadores han utilizado análisis
basados en variables y se han basado en modelos de efectos
principales o en aquellos que involucran efectos de interacción
(ver Luthar & Cushing, 1999, para una revisión detallada de los
problemas de medición). Esta diversidad en la medición ha
llevado a algunos académicos a cuestionar si los
investigadores de resiliencia están tratando con la misma
entidad o con fenómenos fundamentalmente diferentes
(Kaplan, 1999).
Aunque es cierto que diversos métodos empíricos pueden
conducir a una mezcla de hallazgos no relacionados, también se
debe señalar que cierta variabilidad en los métodos es esencial
para ampliar la comprensión de cualquier construcción científica
(Luthar, 1996). Consideremos, como caso análogo, la vasta
literatura sobre las relaciones entre padres e hijos. Si a uno se le
hablara de nueva evidencia de investigación sobre “predictores de
crianza adecuada”, inevitablemente surgirían varias preguntas,
entre ellas, “¿Crianza adecuada en términos de qué dimensiones?
¿Actitudes de los padres o comportamientos de los padres? Si es lo
último, ¿se refiere a crianza, disciplina, estilos de comunicación o
alguna combinación de estos? ¿Qué grupo étnico está involucrado
y quiénes son los encuestados? Dependiendo de las respuestas a
cada una de estas consultas, las conclusiones que se deriven de la
investigación podrían diferir sustancialmente.
Volviendo a la controversia que nos ocupa,
Luthar, Cicchetti y Becker 545
es claramente insostenible argumentar que la diversidad en la
definición o medición de la crianza positiva, en sí misma,
disminuye la literatura sobre este constructo. Por el contrario,
esta misma diversidad es esencial para establecer la validez de
los dominios de crianza discretos. Si diferentes estudios con
diversos métodos arrojaron hallazgos en gran medida
coincidentes sobre aspectos particulares de la crianza de los
hijos, sería razonable inferir que cada uno de ellos aprovechó
la misma construcción científica amplia (cf. Cronbach y Meehl,
1955).
Considerando tal evidencia de validez de constructo para la
existencia de un concepto hipotético (Carnap, 1950; Meehl,
1977; Pap, 1953), la investigación en el área de la resiliencia
parece estar en buen estado. Revisiones de la literatura
relativamente pequeña aunque floreciente (ver, por ejemplo,
Cicchetti & Garmezy, 1993; Luthar & Zigler, 1991; Masten et al.,
1990; Masten & Coatsworth, 1995, 1998; Rutter, 1990; Werner,
1990, 1995) han indicado evidencia sincrónica con respecto a
muchos correlatos de resiliencia (factores protectores) a través
de múltiples estudios que han utilizado diferentes estrategias
de medición. Los temas que se repiten en los estudios
incluyen la importancia de las relaciones cercanas con adultos
que brindan apoyo, escuelas eficaces y conexiones con adultos
competentes y prosociales en la comunidad en general.
Dicho esto, creemos que en futuras investigaciones, se debe
prestar atención concertada tanto a la selección como a la justificación
de las estrategias utilizadas para operacionalizar construcciones
fundamentales. La diversidad de definiciones puede dar lugar no solo a
conclusiones variables sobre el riesgo y los procesos de protección,
sino también a estimaciones dispares de las tasas de resiliencia entre
grupos de riesgo similares (Cicchetti & Rogosch, 1997; Kaufman et al.,
1994; Luthar & Cushing, 1999). En ausencia de una operacionalización
universalmente empleada de la resiliencia, los investigadores deben
explicar claramente los enfoques que seleccionan para definir tanto la
adversidad como la competencia y proporcionar justificaciones
convincentes para las elecciones realizadas tanto en términos
conceptuales como empíricos (consulte también las discusiones más
adelante en este artículo sobre la naturaleza multidimensional). de
resiliencia).
Además, a medida que se acumula la evidencia empírica
sobre la resiliencia, los académicos necesitan consolidar los
hallazgos periódicamente, identificando temas que se repiten
en estudios metodológicamente diversos en oposición a los
identificados en relativamente pocos casos (cf. Luthar, 1999).
Tal diversidad es esencial para permitir la derivación de
postulados teóricos comprobables que implican amplitud de
aplicabilidad a través de muestras y métodos dispares en
riesgo, a diferencia de aquellos que sugieren una especificidad
relativa en la aplicación.
2. También existen discrepancias en las conceptualizaciones de
la resiliencia como un rasgo personal versus un proceso dinámico. Los
investigadores usan el término indistintamente para referirse a cada
uno de estos.Confusión con respecto a la cuestión de rasgo versus
546 Desarrollo infantil
El proceso se deriva, en parte, de la influyente literatura
sobre la resiliencia del ego, un constructo desarrollado por
Jeanne y Jack Block (1980) que se refiere a una
característica personal del individuo. La resiliencia del ego
abarca un conjunto de rasgos que reflejan el ingenio
general y la solidez de carácter, y la flexibilidad de
funcionamiento en respuesta a las diversas circunstancias
ambientales. Los descriptores ilustrativos de la medida de
clasificación Q de California (Block, 1969) incluyen,
"comprometidos con el mundo pero no subordinados a él"
y "desempeño integrado bajo estrés".
Aunque la adversidad de algún tipo en realidad puede haber
sido experimentada por un niño etiquetado como resistente al
ego, por definición, no se puede asumir necesariamente que esto
sea cierto. En contraste, cuando el término resiliencia se usa para
referirse a un proceso, la experiencia de una adversidad
significativa es un hecho. Así, los términos resiliencia del ego y
resiliencia difieren en dos dimensiones principales (Luthar, 1996).
La resiliencia del ego es una característica de la personalidad del
individuo, mientras que la resiliencia es un proceso de desarrollo
dinámico.1En segundo lugar, la resiliencia del ego no presupone la
exposición a una adversidad sustancial, mientras que la resiliencia,
por definición, sí lo hace.
Al comentar sobre cuestiones de terminología, Masten
(1994) recomendó que el término resiliencia se use
exclusivamente cuando se refiera al mantenimiento de un
ajuste positivo en condiciones de vida desafiantes. Masten
advirtió contra el uso del término “resilienciay” en tales
situaciones porque este término lleva la connotación de un
rasgo de personalidad. Cualquier representación científica de
la resiliencia como un atributo personal puede, sin darse
cuenta, allanar el camino para la percepción de que algunas
personas simplemente “no tienen lo que se necesita” para
superar la adversidad. Además de estar mal informados e
injustificados, tales perspectivas hacen poco para iluminar los
procesos subyacentes a la resiliencia o para guiar el diseño de
intervenciones apropiadas (Masten et al., 1990; Reynolds,
1998; Tarter & Vanyukov, 1999).
La confusión adicional entre proceso versus rasgo puede
derivar del uso ocasional del término "niños resilientes",
incluso por académicos que conceptualizan la resiliencia como
un proceso dinámico (p. ej., Masten et al., 1990; Rutter, 1993;
Werner, 1984). Tenga en cuenta, sin embargo, que la frase
"niños resilientes" no implica una referencia a un atributo
personal discreto, similar a la inteligencia o la empatía. Más
bien, se usa para referirse a las dos condiciones coexistentes
de resiliencia: la presencia de una amenaza para el bienestar
de un niño determinado y la evidencia de una adaptación
positiva en este niño, a pesar de la adversidad.
1De hecho, el rasgo de resiliencia del ego a menudo puede estar
implicado en el proceso de resiliencia, desempeñando funciones
protectoras sustanciales entre los individuos que enfrentan la
adversidad (ver Block, 1993; Cicchetti & Rogosch, 1997; Cicchetti,
Rogosch, Lynch & Holt, 1993).
(cf. Richters & Weintraub, 1990; ver también Luthar,
1993; Luthar & Cushing, 1999). Por lo tanto, las
alusiones a la juventud resiliente se interpretan con
mayor precisión si implican una caracterización
bidimensional que abarca aspectos de las
circunstancias de la vida de los niños (al igual que
términos como niños “empobrecidos” o “maltratados”).
yevidencia de adaptación positiva entre estos niños, a
través de uno o más dominios de funcionamiento.
En futuros esfuerzos de investigación, es imperativo
que los investigadores sean cautos en el uso de la
terminología, indicando claramente cuándo su trabajo se
centra en un proceso y no en un rasgo de personalidad.
Estamos de acuerdo y subrayamos la recomendación de
Masten (1994) de que la competencia a pesar de la
adversidad se refiera al término "resiliencia" y nunca
"resiliencia", que conlleva la connotación engañosa de un
atributo personal discreto.
3. También hay poco consenso en torno a los términos centrales.
utilizado dentro de los modelos de resiliencia. Los
investigadores utilizan términos como factores de "protección"
o "vulnerabilidad" de formas variadas e inconsistentes.Sin
duda, esto es un problema: se ha observado una variedad de
inconsistencias en el uso de términos fundamentales (Luthar,
1993; Luthar & Cushing, 1999). En las primeras y más
convincentes descripciones de modelos de resiliencia
(Garmezy, Masten y Tellegen, 1984; Masten et al., 1988; Rutter,
1987), el término “protector” se reservaba para los efectos que
implicaban interacciones, en las que los individuos con una
determinada atributo, pero no los que no lo tenían, se vieron
relativamente poco afectados por los niveles altos y bajos de
adversidad. Por el contrario, varios investigadores utilizan el
término "protector" para referirse a los efectos directos de
mejora. En la investigación de Werner y Smith (1982, 1992),
por ejemplo, las variables protectoras eran simplemente
aquellas que distinguían a los niños de alto funcionamiento en
situación de riesgo de los que desarrollaban problemas
graves. Un uso similar del término es evidente en los informes
del Proyecto de resiliencia infantil de Rochester (Cowen, Work
y Wyman, 1997; Parker, Cowen, Work y Wyman, 1990; Wyman,
Cowen, Work y Kerley, 1993; Wyman, Cowen, Trabajo y Parker,
1991). La confusión persistente en torno al término "factores
protectores" también se refleja en las revisiones de la
literatura, en las que el término se usa indistintamente para
analizar los modelos de efectos principales y los que
involucran procesos interactivos (ver Haggerty, Sherrod,
Garmezy y Rutter, 1994; Luthar y Zigler, 1991; Rolf, Masten,
Cicchetti, Nuechterlein y Weintraub, 1990).
Para reducir la ambigüedad en las connotaciones de los términos
centrales en la investigación de la resiliencia, Luthar (1993) ha
defendido la incorporación de términos más diferenciados para
etiquetar los procesos destacados. Los atributos con efectos directos
de mejora, que operan tanto en condiciones de alto como de bajo
riesgo (consulte la Figura 1A), podrían simplemente
 Luthar, Cicchetti y Becker 547

Figura 1 Efectos ilustrativos de las variables moderadoras, en interacción con el estado de riesgo, en relación con los resultados de competencia: (A)
protector, (B) protector-estabilizador, (C) protector-mejorador, (D) protector-reactivo, (E) vulnerable -estable, (F) vulnerable-reactiva.

ser etiquetados como "protectores" como lo son por muchos
investigadores contemporáneos. Dichos efectos directos
pueden distinguirse de los procesos interactivos o de
moderación mediante el uso de etiquetas más específicas para
estos últimos, como "protector-estabilizar” (cuando el atributo
en cuestión confiere estabilidad en la competencia a pesar de
aumentar el riesgo, Figura 1B); "protector-mejorando" (cuando
permite a los niños “comprometerse” con el estrés de tal
manera que su competencia aumenta con el aumento del
riesgo, Figura 1C); o “protector peroreactivo” (cuando el
atributo generalmente confiere ventajas pero menos cuando
los niveles de estrés son altos que bajos, Figura 1D).
Se pueden emplear sufijos similares para los hallazgos sobre los
efectos de la vulnerabilidad, es decir, aquellos en los que los individuos
548 Desarrollo infantil
con el atributo manifiestan mayor desajuste, en general,
que los que no lo tienen. Para ilustrar, “vulnerable-estable”
podría describir hallazgos en los que la desventaja general
de los individuos con el atributo se mantuvo estable a
pesar de los niveles cambiantes de estrés (Figura 1E) y
“vulnerable yreactivo” cuando la desventaja general
relacionada con el atributo se acentuó con niveles
crecientes de estrés (Figura 1F).
En futuras investigaciones, sería útil luchar por una mayor
congruencia entre las connotaciones intuitivas de los términos
centrales y los patrones a los que se utilizan para referirse. Los
términos proceso de "protección" y "vulnerabilidad" pueden
usarse cuando los efectos generales sobre la adaptación de
los niños en riesgo tienen una dirección positiva o negativa,
respectivamente. Los efectos principales se pueden distinguir
de los procesos interactivos más complejos mediante el uso de
etiquetas más elaboradas para estos últimos, que indican
simultáneamente tanto la existencia como la direccionalidad
de los procesos interactivos en la resiliencia.
Al cerrar nuestra discusión sobre este tema, reiteramos
que la necesidad de una mayor precisión en la terminología va
mucho más allá de las cuestiones de semántica (Luthar, 1993).
Todas las ciencias se basan en clasificaciones que estructuran
sus dominios de investigación. Aunque la resiliencia se ha
reconocido cada vez más como un dominio distinto de
investigación (Cicchetti, 1989, 1993; Masten et al., 1990), su
vitalidad e impacto continuos requieren esfuerzos concertados
para llegar a un consenso sobre los términos fundamentales
dentro de los principales modelos (Rolf & Johnson, 1990). ;
Rutter, 1990). El logro de este objetivo es esencial para la
derivación final de los criterios operativos que pueden ser
interpretados sin ambigüedades por la variedad de científicos
y médicos que trabajan en esta área (Seifer, 1995).
La naturaleza multidimensional de la resiliencia
1. La naturaleza multidimensional de la resiliencia, ejemplificando
ficado por los hallazgos de que algunos niños de alto riesgo
manifiestan competencia en algunos dominios pero exhiben
problemas en otras áreas, ha llevado a algunos científicos a
cuestionar la veracidad del constructo.Los niños en riesgo que son
etiquetados como resilientes sobre la base de criterios de
competencia particulares pueden reflejar una heterogeneidad
considerable en el funcionamiento en otros dominios de ajuste.
Entre los niños con antecedentes de maltrato, por ejemplo,
Kaufman et al. (1994) encontraron que casi dos tercios eran
académicamente resilientes, pero solo el 21% manifestaba
resiliencia en el dominio de la competencia social. De manera
similar, los estudios han demostrado que entre los adolescentes
que experimentaron adversidades significativas, aquellos que
reflejan abiertamente una adaptación exitosa a menudo luchan
con dificultades psicológicas encubiertas, como problemas de
depresión y trastorno de estrés postraumático (ver, por ejemplo,
Luthar, 1991; Luthar et al., 1993). ; O'Dougherty-
Wright et al., 1997). La evidencia de tales variaciones entre
dominios ha llevado a algunos científicos a cuestionar si la
resiliencia es una construcción verídica en oposición a una
entidad mítica (Fischer et al., 1987; Liddle, 1994; Tolan, 1996).
En los estudios de resiliencia, creemos que
indudablemente debería haber cierta uniformidad entre
teóricamente similardominios de ajuste, pero no entre
aquellos que son conceptualmente distintos (Luthar, 1996,
1998). Por lo tanto, por ejemplo, si un subconjunto de niños en
riesgo parece resiliente en base a sus altas calificaciones
académicas, entonces también deberían reflejar una
adaptación positiva en los comportamientos perseverantes en
el salón de clases tal como los perciben los demás. Por otro
lado, no es realista esperar que ningún grupo de individuos
muestre un ajuste consistentemente positivo o negativo en
múltiples dominios que no están conceptualmente
relacionados, ya que incluso las trayectorias de los niños con
un desarrollo "normal" no reflejan una progresión uniforme
de diversos aspectos cognitivos, conductuales y sociales. y
capacidades emocionales (p. ej., Fischer, 1980; Fischer & Bidell,
1998). La desigualdad en el funcionamiento entre dominios es
una ocurrencia común en el proceso de ontogénesis (Cicchetti,
1993; Cicchetti & Toth, 1998a),ytrayectorias resilientes.
Si bien la evidencia de un funcionamiento desigual en
diferentes dominios no invalida en sí misma la resiliencia
como construcción, sí transmite un mensaje crítico para
los investigadores: la necesidad de especificidad en la
discusión de los resultados resilientes es apremiante. Al
describir sus hallazgos, los investigadores deben
especificar las esferas particulares a las que se aplican sus
datos y deben aclarar que el éxito en estos dominios de
ninguna manera implica una adaptación positiva en todas
las áreas importantes (Cicchetti & Garmezy, 1993; Luthar,
1993). Es alentador que los investigadores utilicen cada vez
más términos limitados como "resiliencia educativa" (Wang
et al., 1994), "resiliencia emocional" (Kline & Short, 1991) y
"resiliencia conductual" (Carpentieri, Mulhern, Douglas,
Hanna, & Fairdough, 1993), aportando así una mayor
precisión a la terminología comúnmente utilizada en la
literatura.
2. Inclusión de diversos dominios de adaptación, y evidencia
La evidencia de inconsistencias entre estos también complica
enormemente el proceso de delinear indicadores “óptimos” de
resiliencia dentro de los estudios individuales.Reconociendo la
noción de multifinalidad en los procesos de desarrollo
(Cicchetti & Rogosch, 1996), los investigadores de resiliencia
suelen considerar múltiples dominios teóricamente
importantes al operacionalizar la "adaptación positiva". Una
estrategia común es incluir varias tareas destacadas en las
etapas en las que, si tiene éxito, se consideraría que el niño
cumplió con las expectativas sociales asociadas con esa etapa
de la vida (Cicchetti & Schneider-Rosen,

1986; Havhurst, 1952; Masten y Coatsworth, 1998; Sroufe y
Rutter, 1984). Entre los niños pequeños en riesgo, por
ejemplo, los indicadores de resiliencia pueden incluir
comportamientos que reflejen vínculos seguros con sus
cuidadores y el desarrollo de un yo autónomo (Sroufe,
Egeland y Kreutzer, 1990). Para los niños en edad escolar,
los indicadores apropiados serían el éxito académico y las
relaciones positivas con los compañeros y con los adultos
(Masten et al., 1995).
Cuando se evalúan múltiples resultados, una
pregunta crítica a considerar es si estos deben
examinarse por separado o de alguna manera
integrados, y las decisiones a este respecto deben
basarse en la distinción conceptual de los dominios
en cuestión. Si los resultados evaluados representan
en gran medida constructos discretos, es mejor
examinarlos por separado. Para ilustrar, hay
evidencia acumulada de que entre los jóvenes de los
barrios marginales, la resiliencia según lo indicado
por los comportamientos convencionalmente
conformes (por ejemplo, el esfuerzo académico)
puede tener poco que ver con la resiliencia según lo
indicado por la aceptación de los compañeros; de
hecho, a veces los dos pueden ir en contra (Coie y
Jacobs, 1993; Luthar, 1995; Luthar y McMahon, 1996;
Seidman, Allen, Aber, Mitchell y Feinman, 1994). En
tales casos,
Una pregunta relacionada que surge cuando se consideran
múltiples resultados por separado es si a algunos de ellos se
les debe dar más importancia que a otros como los
indicadores más “críticos” de la resiliencia. Una vez más, las
decisiones de los investigadores deben guiarse por la
naturaleza del riesgo que se está estudiando. En situaciones
donde la condición de adversidad confiere un riesgo
particularmente alto para algunos resultados importantes, es
lógico darles prioridad sobre otros (Luthar, 1993). Para
ilustrar, en el caso de adolescentes con alto riesgo familiar de
trastorno de personalidad antisocial, las conductas
socialmente conformistas podrían ser el objetivo principal. La
evidencia de su excelencia escolar (aunque sin duda
importante) sería comparativamente menos central para
determinar el grado en que se superaron los principales
riesgos. Entre las personas en riesgo de desarrollar un
trastorno del estado de ánimo, el enfoque principal podría
estar en el logro de la autorregulación emocional y la evasión
de problemas significativos de internalización (Cicchetti &
Toth, 1998b). Nuevamente, si el niño se encuentra entre los
estudiantes más populares de la clase, sería
comparativamente más bajo en la jerarquía de resultados en
la identificación de trayectorias resilientes.
En muchos casos, sin embargo, ningún área en particular
puede verse más afectada que otras por el riesgo en cuestión.
Si esto es así, múltiples resultados, todos conceptos
Luthar, Cicchetti y Becker 549
realmente crítico—puede otorgarse una prominencia
equivalente y considerarse por separado o integrarse en un
compuesto, si hacerlo está justificado teóricamente. La última
estrategia se ejemplifica en el índice de competencia social de
Zigler-Phillips (Zigler y Glick, 1986), que incluye compuestos
basados en varias áreas teóricamente interrelacionadas del
funcionamiento de los adultos, incluida la historia laboral,
educativa y marital. Los constructos compuestos como estos
también se han examinado de manera provechosa en la
investigación sobre la resiliencia infantil, con la incorporación
de estrategias de evaluación de múltiples métodos y múltiples
informantes (p. ej., Pianta, Egeland y Sroufe, 1990; Richters y
Martínez, 1993).
Una pregunta final con respecto a los criterios de competencia
es si las etiquetas de resiliencia deben requerir niveles de
competencia excelentes versus niveles promedio, y aquí una vez
más, las elecciones deben guiarse conceptualmente por la
naturaleza del riesgo estudiado. Cuando el factor estresante
implica eventos severos o catastróficos (p. ej., consulte Gest, Reed
y Masten, 1999; Masten et al., 1999), el mantenimiento de un
funcionamiento cercano al promedio debería ser suficiente. Por
otro lado, cuando los riesgos experimentados caen generalmente
en el rango más moderado (p. ej., véase Luthar, 1991), se puede
requerir evidencia de un funcionamiento superior en dominios
conceptualmente importantes para justificar las etiquetas de
resiliencia.
En resumen, sin duda existe una variedad de formas posibles
de definir la adaptación positiva cuando se estudia la resiliencia.
Las consideraciones conceptuales deben guiar las decisiones con
respecto a si (1) se da prioridad a algunos dominios de resultados
sobre otros, (2) se combinan o se consideran por separado
múltiples dominios, y (3) los criterios para la resiliencia estipulan
un funcionamiento excelente versus adecuado. En investigaciones
futuras, es vital que los investigadores de resiliencia aseguren una
alta fidelidad entre los fundamentos teóricos de su trabajo y los
criterios específicos que seleccionan para operacionalizar la
"adaptación exitosa" dentro de muestras particulares en riesgo.
La solidez de la evidencia sobre la resiliencia
1. El constructo de resiliencia presupone exposición a
riesgos significativos. Sin embargo, dadas las incertidumbres en la
medición del riesgo, es difícil determinar si, en un estudio dado, todos
los individuos considerados resilientes experimentaron niveles
comparables de adversidad.Se han planteado dos cuestiones
destacadas a este respecto: (1) el concepto de riesgo estadístico versus
riesgo real (Richters & Weintraub, 1990); y (2) clasificaciones de riesgo
subjetivas versus “objetivas” (Bartlett, 1994; Gordon & Song, 1994). Las
preocupaciones con respecto al riesgo estadístico frente al real surgen
de la práctica generalizada en la investigación de la resiliencia de tratar
un índice particular como un reflejo de la adversidad si muestra
asociaciones estadísticas significativas con la inadaptación infantil
(Massachusetts, 2012).
550 Desarrollo infantil
diez et al., 1990; Richter y Weintraub, 1990). Incluso en los
casos en que se han establecido correlaciones generales
entre la exposición al riesgo y los malos resultados entre
los niños, quedan preguntas sobre las circunstancias de
vida específicas de diferentes individuos en una muestra
particular (Cicchetti & Garmezy, 1993; Kaplan, 1999;
Masten, 1994).
Los dilemas interpretativos a este respecto se ilustran
mediante el uso de resultados de investigaciones sobre hijos
de toxicómanos, un grupo con alto riesgo estadístico de
psicopatología. Entre los hijos de madres adictas a la cocaína
oa los opiáceos, se ha encontrado que el 65% de los niños
tienen un trastorno psiquiátrico importante (Luthar, Cushing,
Merikangas y Rounsaville, 1998). Aunque el 35% de los niños
libres de trastornos pueden ser vistos como "resistentes",
también es posible que sus entornos familiares fueran
relativamente saludables, como resultado, por ejemplo, del
alto apoyo de la familia extensa (p. ej., Rutter, 1990).
Sugerencias como estas conducen a preguntas sobre si todos
los niños en contextos aparentemente de alto riesgo están
realmente en riesgo o, alternativamente, si algunos niños que
funcionan bien pueden no ser resilientes en absoluto, pero en
realidad pueden haber enfrentado un riesgo próximo bajo
(Baldwin, Baldwin , & Cole, 1990; Richter y Weintraub, 1990).
Las diferencias individuales en los procesos
proximales no necesariamente invalidan la
investigación sobre resiliencia que se basa en índices
de riesgo globales o distales (Luthar, 1993; Luthar &
Cushing, 1999). Volviendo a los hallazgos señalados
anteriormente sobre la descendencia de los adictos,
la división del 65% al 35% indica que, considerando
un factor de riesgo delimitado, el abuso de drogas
por parte de los padres, las probabilidades son de
seis en diez de que un niño en particular desarrolle
un trastorno psiquiátrico. Es cierto que una madre
que funciona excepcionalmente bien en una familia,
o la presencia de un abuelo cariñoso en otra,
pueden proteger al niño contra el riesgo. De esto,
sin embargo, es precisamente de lo que se trata la
búsqueda de factores protectores, es decir, de la
localización de un conjunto de procesos que
distinguen a una proporción sustancial de los niños
sanos de los inadaptados (Gest, Neemann, Hubbard,
Masten, & Tellegen, 1993).
La evidencia probabilística sobre los riesgos globales también
cumple la útil función de dirigir el estudio científico de los
mecanismos de riesgo más destacados. Aunque los marcadores
de riesgo en sí mismos no causan resultados negativos, son
valiosos en términos de señalar procesos potenciales que sí
afectan causalmente los resultados (Cichetti & Rogosch, en
prensa; O'Connor y Rutter, 1996). El conocimiento de que los
factores de riesgo particulares están vinculados con una alta
probabilidad de inadaptación ha generado varios esfuerzos
productivos para dilucidar los procesos o mecanismos proximales
por los cuales los factores de riesgo distales confieren
vulnerabilidad a los niños afectados (p. ej., Baldwin et al., 1993;
Cicchetti & Lynch, 1993; Richters & Martínez, 1993).
Con respecto al tema de las percepciones subjetivas de riesgo
en la investigación sobre resiliencia, Gordon y Song (1994) señalan
que el significado de un evento adverso particular para el
individuo que lo experimenta puede diferir sustancialmente del
que tiene el investigador sobre resiliencia (Bartlett, 1994). Algunas
personas pueden verse a sí mismas como relativamente
acomodadas, aunque los científicos pueden definir sus
circunstancias de vida como altamente estresantes.
Las preocupaciones sobre las calificaciones subjetivas son
omnipresentes en la investigación psicológica y no son exclusivas
de los estudios de resiliencia. Por ejemplo, evidencia sustancial
sugiere que las calificaciones de las relaciones entre padres e
hijos, o de las relaciones entre compañeros, varían
considerablemente dependiendo de los informes en los que se
basen: los informes de los padres, del niño objetivo o de un
observador "objetivo" (Achenbach, McConaughy, & Howell, 1987;
Hart, Lahey, Loeber & Hanson, 1994; Kazdin, 1990; Reynolds &
Graves, 1989; Rothbaum & Weisz, 1994; Weisz et al., 1988).
Además, está claro que ninguno de estos informes captura
necesariamente "la verdad" más que otros. De hecho,
generalmente hay lecciones importantes que aprender al
contrastar los hallazgos basados en diferentes evaluadores
(Achenbach, 1993; Voelker, Shore, Hakim-Larson y Bruner, 1997).
También es relevante frente a las preocupaciones sobre las
percepciones subjetivas la capacidad del estado de riesgo
"determinado objetivamente" en sí mismo para permitir la
identificación de factores protectores destacados (O'Connor y
Rutter, 1996). Si la mayoría de los niños percibieron un evento
específico como nocivo pero un subconjunto lo percibió
subjetivamente como relativamente neutral, los datos para el
segundo grupo podrían ser críticos para iluminar las fuerzas
protectoras. Una vez más, la tarea de los investigadores sería
determinar por qué estos jóvenes diferían de la norma al
percibir el evento como benigno. ¿Eran generalmente más
optimistas que otros, por ejemplo, como resultado de un
temperamento tolerante? Alternativamente, ¿los ayudó la fe
religiosa a sentirse protegidos de la adversidad que habían
experimentado?
En resumen, las incertidumbres con respecto a los riesgos
proximales en la vida de los niños individuales, o la disonancia
entre las percepciones subjetivas de los niños y las calificaciones
"objetivas", no critican automáticamente la investigación de
resiliencia que se basa en asociaciones probabilísticas que
involucran índices de riesgo. Una vez que los investigadores han
determinado que las probabilidades de inadaptación son altas en
presencia de un cierto riesgo, es completamente lógico, de hecho,
vale la pena tratar de determinar los factores

asociados con resultados infantiles relativamente positivos, así
como para examinar los procesos proximales por los cuales el
marcador de riesgo distal confiere vulnerabilidad a los grupos
afectados de niños.
2. Los resultados de la investigación sobre la resiliencia a menudo pueden ser inestables.
ble Los hallazgos estadísticos obtenidos de las colas de
continuos siempre son inestables porque involucran números
más pequeños y, en el caso de la resiliencia, los investigadores
se enfrentan no a una sino a dos colas de continuos, es decir,
alta adversidad y alta competencia.Se deben considerar dos
cuestiones importantes al sopesar las preocupaciones sobre la
inestabilidad de los hallazgos estadísticos sobre la resiliencia
(ver Fisher et al., 1987; Gordon, Rollock y Miller, 1990;
Kaufman et al., 1994; Tolan, 1996). Primero, el número de
individuos con los que uno está tratando depende en gran
parte de los criterios usados para definir alta adversidad y
alta competencia en un estudio particular (Cicchetti &
Rogosch, 1997; Fischer et al., 1987). Si se utilizan criterios
relativamente estrictos (p. ej., más una desviación estándar
tanto en la adversidad como en la competencia), es cierto que
el investigador puede terminar con un pequeño número de
individuos resilientes (ver Luthar & Cushing, 1999).
Por otro lado, cuando los criterios de competencia
se operacionalizan de manera menos estricta, y de
manera apropiada, cuando se trata de adversidades
de la vida extremadamente duras (cf. Gest et al.,
1999), el número de niños resilientes en una
muestra particular podría estar lejos de ser trivial
( Cicchetti y Rogosch, 1997). Considere, por ejemplo,
una investigación que involucra a 100 hijos
adolescentes de padres que abusan de las drogas,
muchos de los cuales experimentan exposición al
crimen y la violencia desenfrenados en sus
vecindarios, pobreza crónica y, a menudo,
psicopatología parental grave. Para estos jóvenes,
un criterio apropiado para los resultados positivos
(resiliencia) podría ser simplemente la evasión de
una psicopatología externalizante grave. Si se usara
este criterio, se podría esperar que al menos la
mitad de la muestra se clasificara como resiliente
sobre la base de la evidencia de que a mediados de
la adolescencia,
Incluso suponiendo, por el momento, que solo un pequeño
número de niños cumpla con los criterios estipulados para la
resiliencia, esto en sí mismo no puede negar el valor de
estudiar el constructo. Una miríada de ejemplos en la
literatura refleja años de esfuerzo científico productivo
centrado en grupos que son, en términos absolutos, de
tamaño pequeño (p. ej., autismo, síndrome de Down,
enfermedad maníaco depresiva, abuso físico, esquizofrenia,
etc.). Por lo tanto, los límites en números absolutos, per se, no
brindan una base sólida para concluir que la resiliencia es una
construcción que no merece el estudio científico.
Los problemas señalados anteriormente presuponen
Luthar, Cicchetti y Becker 551
enfoques analíticos; la estrategia alternativa, donde la resiliencia
se ve como una variable continua, presenta un conjunto diferente
de complicaciones con respecto a la inestabilidad en los resultados
de la investigación. Como se indicó anteriormente, los estudios
que utilizan enfoques basados en variables se basan en
asociaciones de efecto principal o efecto de interacción para
detectar factores protectores. Cuando los hallazgos se basan en
asociaciones de efectos principales, pueden ser relativamente
sólidos, con tamaños de efecto para factores protectores
individuales de hasta 10%–20% (Conrad & Hammen, 1993;
Garmezy et al., 1994; Luthar, 1991; Morison & Masten, 1991;
Pellegrini, Masten, Garmezy y Ferrarese, 1987; Wyman et al., 1993).
Sin embargo, cuando los estudios requieren efectos de interacción
para inferir un proceso protector o de “amortiguación” en la
resiliencia, los tamaños del efecto son pequeños (a menudo del 2
% al 5 %) y los hallazgos, en consecuencia, tienden a ser inestables
(Luthar, 1993). Este hecho ha llevado a muchos investigadores a
advertir contra la confianza indebida en los efectos de interacción
al tratar de comprender los factores relacionados con la resiliencia
(Luthar y Cushing, 1999; Rutter, 1983; Wertlieb, Weigel y Feldstein,
1989). Aunque los modelos de efectos de interacción capturan un
subgrupo de fenómenos de resiliencia conceptualmente
interesante, estos modelos más complicados están abiertos a
varias dificultades relacionadas con las pruebas estadísticas.
En resumen, los hallazgos de la investigación sobre resiliencia
no son inevitablemente inestables porque involucran muestras
pequeñas. En cualquier estudio, el número de individuos
clasificados como resilientes dependerá de los criterios utilizados
para definir alto estrés y alta competencia. Además, una baja
frecuencia de ocurrencia no debería descalificar a ningún
fenómeno de ser el foco de la investigación científica. En la
investigación basada en variables en la que la resiliencia se
clasifica como un continuo, es probable que los hallazgos del
efecto principal de las influencias protectoras sean más sólidos
que los que, a menudo, son más intrigantes desde el punto de
vista conceptual y que involucran efectos interactivos.
3. Puede haber una inestabilidad ontogenética considerable en
el fenómeno de la resiliencia, ya que las personas con alto
riesgo rara vez mantienen un ajuste positivo constante a
largo plazo.Algunos investigadores han argumentado que
la resiliencia tiene una utilidad científica tenue porque este
fenómeno refleja inestabilidad ontogenética. Aunque
algunos niños en riesgo sobresalen en un momento
particular, muchos fallan posteriormente y manifiestan un
deterioro sustancial en sus niveles de adaptación (Coie et
al., 1993; Kaplan, 1999; Tarter & Vanyukov, 1999; Tolan,
1996).
No hay duda de que todos los individuos, resistentes o no,
muestran fluctuaciones a lo largo del tiempo dentro de dominios
de ajuste particulares. Sin embargo, cada vez hay más evidencia
de que, en general, los niños en riesgo que sobresalen en
dominios críticos continúan reflejando perfiles de adaptación
generalmente positivos a lo largo del tiempo. La investigación
longitudinal de Werner (1994, 1995) ha demostrado que
552 Desarrollo infantil
a lo largo de un período de más de 30 años, la mayoría de los
niños que fueron etiquetados como resilientes mantuvieron un
alto funcionamiento en la vida cotidiana. Egeland, Carlson y Sroufe
(1993) han demostrado que entre los niños en riesgo, la
adaptación positiva durante la infancia y la niñez temprana está
relacionada con el funcionamiento competente durante los años
de la escuela primaria. Cowen et al. (1997) encontraron estabilidad
en los niveles de ajuste en niños de zonas urbanas deprimidas
muy estresados, incluso frente al estrés continuo durante un
período de 1 a 2 años. Más recientemente, Masten y colegas
(1999) presentaron evidencia sobre vías longitudinales hacia la
resiliencia desde la niñez hasta la adolescencia tardía. Los
resultados de estas diversas investigaciones indican que la
resiliencia no es necesariamente un fenómeno transitorio o
efímero (Luthar, 1998).
A pesar de esta evidencia colectiva, se debe enfatizar que la
atención empírica a las fluctuaciones ontogenéticas es
fundamental, ya que la resiliencia claramente no es un estado
estático (Cicchetti et al., 1993; Coie et al., 1993; Egeland et al.,
1993). Como Garmezy (1990) ha enfatizado, la investigación
longitudinal a corto y largo plazo sobre la resiliencia brinda
oportunidades críticas para registrar cambios en las vías de
desarrollo a lo largo de la vida, incluida la aparición de nuevas
vulnerabilidades, fortalezas o ambas en cada período del
curso de la vida. lo que permite una mayor validación de la
naturaleza dinámica del constructo de resiliencia (Gest et al.,
1993; Rutter, 1990). De manera óptima, tales estudios
deberían incluir la medición de todos los dominios de
competencia investigados en al menos tres o más ocasiones,
con evaluaciones lo suficientemente espaciadas en el tiempo
para permitir que los factores protectores hipotéticos ejerzan
sus efectos. Además, dichos estudios deben diseñarse de
manera que permitan el uso de procedimientos estadísticos
tanto orientados a personas como a variables, ya que estos
enfoques a menudo producen conjuntos de ideas y
conclusiones sustancialmente diferentes (Bergman y
Magnusson, 1997; Cicchetti y Rogosch, 1996; Luthar y Cushing,
1999).
Preocupaciones teóricas
1. El progreso en el área de resiliencia seguirá siendo serio
limitado mientras los estudios sigan siendo en gran parte
impulsados empíricamente en lugar de basados en la teoría, con
poco reconocimiento conceptual de la importancia de múltiples
contextos en el desarrollo de los niños.Coincidimos con la
afirmación de Rigsby (1994, p. 91) de que la acumulación de “. . .
más correlatos de resiliencia y fracaso no serán útiles si se hace
fuera del contexto de la construcción de una teoría seria sobre el
desarrollo humano”. Coincidimos igualmente con Kaplan (1999, p.
75) en que un marco teórico poderoso sería aquel que consiste
“. . . de variables que están lejanamente relacionadas con el
resultado, variables que son el resultado de esas variables
lejanamente relacionadas y que son
más estrechamente relacionadas con los resultados, y variables
que moderan los efectos de las variables que están más distal o
próximamente relacionadas con la variable de resultado de
interés”.
Al mismo tiempo, no creemos que los estudios
existentes sobre resiliencia tengan bases teóricas
inadecuadas o que carezcan de reconocimiento conceptual
de las transacciones que involucran contextos de
desarrollo (ver Kaplan, 1999; Tolan, 1996). De hecho, tres
marcos principales han guiado gran parte de la
investigación existente, a través de los cuales se hace
hincapié en múltiples niveles de influencia en la
adaptación de los niños y en las asociaciones recíprocas
entre estas diversas influencias y el estado de adaptación
del niño en diferentes esferas.
La primera de estas perspectivas orientadoras es la
identificada por Garmezy (1985) y Werner y Smith
(1982, 1992), en la que se considera que los procesos
de protección y vulnerabilidad que afectan a los niños
en riesgo operan en tres niveles amplios. Estos incluyen
influencias a nivel de la comunidad (p. ej., vecindarios y
apoyo social), la familia (p. ej., calidez o maltrato de los
padres) y el niño (p. ej., rasgos como inteligencia o
habilidad social). Este marco triárquico ha servido para
organizar muchas investigaciones sobre la resiliencia
(p. ej., Cowen et al., 1997; Fergusson, Horwood y
Lynskey, 1994; Fergusson y Lynskey, 1996; Luthar,
1999; Masten et al., 1988; Seifer, Sameroff , Baldwin y
Baldwin, 1992; Wyman et al., 1991).
Un segundo conjunto de perspectivas rectoras
consiste en aquellas centradas en las transacciones
entre el contexto ecológico y el niño en desarrollo,
como la teoría ecológica de Bronfenbrenner (1977),
la perspectiva transaccional de Sameroff y Chandler
(1975) y el modelo integrador ecológico-
transaccional de Cicchetti y Lynch (1993). de
desarrollo. En el modelo ecológico-transaccional, los
contextos (como la cultura, el vecindario, la familia)
se conceptualizan como una serie de niveles
anidados que varían en proximidad al individuo.
Estos niveles interactúan entre sí a lo largo del
tiempo para dar forma al desarrollo y la adaptación
ontogénicos. Tales explicaciones teóricas, en las que
se enfatizan los entornos contextuales y los
intercambios transaccionales, han formado las bases
conceptuales para la investigación de resiliencia que
involucra diversos riesgos, incluida la pobreza
familiar,
Una tercera teoría pertinente es la perspectiva estructural-
organizacional (Cicchetti & Schneider-Rosen, 1986; Sroufe,
1979), en la que es central la creencia de que generalmente
hay continuidad y coherencia en el desarrollo de la
competencia a lo largo del tiempo. Aunque distal

los factores históricos y las influencias actuales se
consideran importantes para el proceso de desarrollo;
se cree que la elección individual activa y la
autoorganización ejercen influencias críticas en el
desarrollo (Cicchetti y Tucker, 1994). Una vez más,
varios investigadores de resiliencia han adoptado la
perspectiva organizacional como su enfoque teórico
rector (p. ej., Cicchetti & Rogosch, 1997; Cicchetti et al.,
1993; Egeland et al., 1993; Egeland & Farber, 1987;
Luthar, 1995; Luthar & Suchman, 2000; Gest et al., 1993;
Masten et al., 1995, 1999; Wyman et al., 1993).
Las discusiones anteriores podrían provocar objeciones
entre algunos de que las teorías enumeradas no son
exclusivas de la resiliencia; aunque es claramente cierto,
no consideramos que esta cuestión constituya un
problema. Muchos procesos fundamentales del desarrollo
operan de manera similar entre niños de bajo y alto riesgo
(Graham & Hoehn, 1995; Graham & Hudley, 1994; Luthar,
1999), por lo que intentar derivar teorías que se aplicarían
solo a "niños pobres" o familias en riesgo es innecesaria (o
incluso imprudente; García Coll et al., 1996).
Quéescrítico, por otro lado, es que cuando las teorías
generales del desarrollo se aplican en la investigación de la
resiliencia, se expanden específicamente para considerar las
características que son prominentes dentro de la circunstancia
de adversidad particular que se estudia (Luthar, 1999). Dichos
esfuerzos de extensión de la teoría están bien ejemplificados
en un modelo integrador para estudiar la juventud de
minorías, presentado por García-Coll et al. (1996). Anclado en
la teoría de la estratificación social, este modelo postula que
ocho construcciones principales afectan el desarrollo de los
niños de minorías:posición socialvariables (p. ej., raza, género);
racismoy discriminación;segregación(residencial y
psicológico);promoviendo/entornos inhibidores(ej., escuela y
cuidado de la salud);cultura adaptativa(tradiciones y legados);
características del niñocomo la edad o el temperamento;
valores familiaresy creencias; y niñoscompetencias de
desarrollo.El atractivo de este modelo radica tanto en la
centralidad otorgada a varios constructos que son destacados
y, a menudo, exclusivos de las vidas de los jóvenes de las
minorías, como en la clara especificación de las vías de
influencia, lo que a su vez produce hipótesis teóricas
susceptibles de ser probadas en investigar.
En resumen, los futuros estudios empíricos sobre
resiliencia deben presentarse dentro de marcos teóricos
convincentes. Además, cuando las teorías de desarrollo
existentes se aplican al estudio de la resiliencia, es necesario
que haya una consideración conceptual explícita de cómo las
interrelaciones entre la matriz de construcciones examinadas
pueden verse afectadas por la naturaleza de la condición de
adversidad específica que se estudia.
2. Algunos académicos que abogan por la parsimonia científica
sostienen que la noción de resiliencia no agrega nada al
término más general “ajuste positivo” y argumentan que
Luthar, Cicchetti y Becker 553
el enfoque en la resiliencia no aumenta la teoría del
desarrollo.Aunque coincidimos en que la resiliencia y el
constructo más amplio de ajuste positivo se superponen
(ver, por ejemplo, Tarter y Vanyukov, 1999), creemos que
tiene un valor considerable conservar la resiliencia como
un constructo distinto. La noción de resiliencia representa
una heurística útil en la ciencia del desarrollo, ya que
proporciona un marco para pensar sobre el desarrollo que
difiere de muchas teorías clásicas (Luthar, 1996). Al
especificar el logro de un ajuste positivo frente a una
adversidad significativa, la resiliencia resume la visión de
que la adaptación puede ocurrir a través de trayectorias
que desafían las expectativas “normativas” (cf. Cicchetti,
1996).
Una segunda razón para retener el carácter distintivo
conceptual de la resiliencia radica en la evidencia de que los
patrones de ajuste positivo que ocurren con, versus sin,
condiciones de adversidad a menudo tienen correlatos
diferentes y, por lo tanto, reflejan construcciones distintas
(Luthar, 1998, 1999). Varios estudios han indicado diversos
antecedentes de resiliencia en comparación con el ajuste
positivo en general (cf. Rutter, 1990). Para ilustrar, Dubois y
sus colegas encontraron que los efectos saludables del apoyo
del personal de la escuela eran más pronunciados entre los
jóvenes pobres que entre otros, lo que sugiere que para los
niños que enfrentan múltiples adversidades, la relativa
escasez de experiencias positivas fuera de la escuela puede
hacer que las que ocurren dentro de la escuela sean incluso
mayores. más destacado (DuBois, Felner, Brand, Adan y Evans,
1992; DuBois, Felner, Meares y Krier, 1994). Similarmente, Se
han encontrado diferentes antecedentes de resiliencia entre
niños desfavorecidos maltratados y no maltratados (Cicchetti
& Rogosch, 1997). Los factores de relación fueron predictores
significativos entre los últimos pero no entre los primeros, lo
que probablemente refleja la relevancia relativa de las
relaciones padre-hijo gravemente perturbadas en la vida de
los jóvenes maltratados (Cicchetti & Toth, 1995).
Las ilustraciones anteriores suponen efectos interactivos en la
investigación sobre resiliencia; sin embargo, ¿cómo deben
manejarse los hallazgos del efecto principal sobre los factores
protectores? Si los grupos de alto y bajo riesgo fueron ayudados
por apoyos sociales informales, por ejemplo (ver Dubow & Tisak,
1989; Pryor-Brown & Cowen, 1989; Sandler & Barrera, 1984), ¿no
debería esta evidencia ser vista como un subconjunto de datos
sobre el ajuste positivo general, en lugar de como un subconjunto
de evidencia sobre la resiliencia?
Mientras que discutir tales hallazgos como correlatos de
"ajuste positivo" puede ser científicamente parco en algunos
aspectos, mantener la resiliencia como una noción distinta sirve a
la parsimonia en otros aspectos: hacerlo excluye de la
consideración un cuerpo considerable de evidencia de relevancia
cuestionable. La mayor parte de la evidencia existente sobre los
procesos de desarrollo se basa en el trabajo con
554 Desarrollo infantil
muestras blancas de clase media (Graham, 1992; Spencer, 1988).
Algunos de estos resultados pueden ser de poca relevancia para
los investigadores interesados en la resiliencia, ya que muchas
fuerzas que son poderosas en circunstancias benignas de la vida
pueden perder su prominencia relativa en el contexto de factores
estresantes externos graves. Para ilustrar, las percepciones
maternas de los problemas de comportamiento en los niños
parecen afectar los comportamientos de crianza de las madres con
desventajas socioeconómicas bajas, pero no las de las madres con
desventajas crónicas. Entre los últimos, los niveles
(frecuentemente altos) de estrés vital y angustia personal que
experimentan parecen ser mucho más potentes a la hora de
afectar la calidad de su crianza (Dumas y Wekerle, 1995).
A medida que la investigación relevante se
acumula con el tiempo, es ciertamente posible que
los caminos hacia la "resiliencia" y el "ajuste positivo"
se consideren más similares que diferentes; sin
embargo, hallazgos recientes sugieren que asumir
tal congruencia en este momento sería prematuro.
Por ejemplo, existe un creciente cuerpo de evidencia
de que la tipología de crianza de Baumrind no opera
entre los pobres como lo hace entre la clase media
(ver Luthar, 1999 para una revisión). En lugar de
comportamientos autoritarios y democráticos, los
comportamientos más adaptables en las zonas
urbanas deprimidas suelen ser los que reflejan un
alto grado de rigurosidad y vigilancia de los niños.
De manera similar, el éxito en algunas de las tareas
de desarrollo clásicas de la adolescencia, por
ejemplo,
Volviendo a la cuestión de si la investigación
sobre resiliencia puede contribuir a la teoría del
desarrollo, vemos un potencial sustancial en este
sentido. Un principio cardinal del campo de rápido
crecimiento de la psicopatología del desarrollo es
que el estudio de lo normal y lo atípico es
mutuamente beneficioso (Cicchetti, 1989, 1993;
Sroufe & Rutter, 1984). Comprender los procesos
que contribuyen a un ajuste positivo en condiciones
de adversidad puede ayudar a ampliar la
comprensión de los procesos de desarrollo que
pueden no ser evidentes en entornos normativos
"suficientemente buenos". Además, comprender los
casos que no sucumben al resultado negativo
generado por un proceso de riesgo puede ser
fundamental para ampliar nuestra comprensión de
cómo funciona el proceso de riesgo. En años
recientes,
En resumen, creemos que en este punto de la ontogénesis
de la investigación del desarrollo, mantener las distinciones
entre resiliencia en oposición a resultados positivos
viene en general es importante. Las categorías científicas discretas
ayudan a dirigir la investigación hacia dominios relevantes, y los
hallazgos sobre resultados positivos que ocurren en ausencia de
factores estresantes ambientales conocidos, aunque
potencialmente útiles desde el punto de vista heurístico, no
siempre se puede suponer que se generalicen a los procesos de
resiliencia entre las personas que enfrentan adversidades.
Además, creemos que el estudio continuo de las trayectorias
resilientes conlleva un potencial sustancial para los refinamientos
continuos de las teorías existentes del desarrollo humano normal.
DIRECCIONES FUTURAS Y CONCLUSIONES
Al consolidar las direcciones para futuras investigaciones sobre la
resiliencia, primero resumimos brevemente las que se derivaron
de nuestra revisión anterior de las críticas al constructo. A
continuación de este resumen, presentamos algunas direcciones
adicionales para el trabajo en el área, que pertenecen a la
exploración científica de los procesos subyacentes; el uso de
diseños de investigación multidisciplinarios; y la interfaz entre los
estudios de intervención y los esfuerzos para comprender los
procesos de resiliencia.
Direcciones derivadas de las críticas existentes
Claridad y consistencia en el uso de definiciones y terminología.
Todos los informes científicos deben incluir declaraciones precisas de
los criterios utilizados para operacionalizar la resiliencia, es decir, los
métodos específicos empleados para medir tanto la competencia como
la adversidad. Con la acumulación de hallazgos empíricos a lo largo del
tiempo, existe la necesidad de una integración académica periódica de
evidencia sobre procesos de protección, con una consolidación de
aquellos que son inherentes a diversos enfoques para operacionalizar
el riesgo y la competencia frente a aquellos que son en gran medida
exclusivos de grupos o diseños de investigación particulares.
El término “resiliencia” siempre debe usarse cuando se
refiere al proceso o fenómeno de competencia a pesar de la
adversidad, y el término “resiliencia” se usa solo cuando se
refiere a un rasgo específico de la personalidad. Al describir
los procesos que alteran los efectos de la adversidad, los
términos "protector" y "vulnerabilidad" deben usarse para
describir los efectos generales que son beneficiosos frente a
los perjudiciales, con etiquetas más elaboradas (p. ej., con
sufijos a estos dos términos principales) que se emplean para
etiquetar diferentes procesos interactivos en resiliencia.
Conocimiento de la naturaleza multidimensional de la
resiliencia.La evidencia de que los niños en riesgo sobresalen
dentro de dominios de ajuste particulares nunca debería
oscurecer la posibilidad de problemas significativos dentro de
otras esferas. Los investigadores deben evitar declaraciones
demasiado globales al describir sus hallazgos, limitando su

conclusiones sobre los dominios precisos en los que se
manifiesta la resiliencia.
La selección de criterios de competencia específicos para
operacionalizar la resiliencia dentro de estudios particulares
siempre debe estar impulsada conceptualmente. La
naturaleza de la adversidad examinada y la teoría del
desarrollo deberían guiar conjuntamente las decisiones de los
investigadores sobre los dominios y grados de competencia
más relevantes, así como el valor de combinar diversos
dominios adaptativos versus examinarlos individualmente.
Atención a cuestiones de estabilidad y coherencia conceptual.
Dentro de cualquier estudio dado, la estabilidad de los hallazgos
estadísticos sobre la resiliencia variará según los criterios
utilizados para definir tanto el riesgo como la competencia, así
como la relación entre estos. Cuando los hallazgos sobre
resiliencia se basan en un pequeño número de niños y en modelos
de efectos interactivos (en lugar de principales), se deben
establecer claramente los posibles límites a la estabilidad de los
hallazgos.
Los estudios longitudinales a corto y largo plazo sobre la resiliencia
son fundamentales porque la resiliencia es una construcción dinámica
del desarrollo. Los estudios longitudinales deben investigar no solo la
estabilidad de la resiliencia a lo largo del tiempo, sino también la
capacidad de las personas anteriormente resilientes para "recuperarse"
después de períodos difíciles, para lograr una adaptación resiliente
más temprana.
Consideraciones teóricas.Los investigadores de la resiliencia
deben presentar sus estudios dentro de un marco teórico
claramente delineado dentro del cual se consideren las hipótesis
sobre la vulnerabilidad más destacada y los procesos de
protección frente a la adversidad específica que se estudia. Los
investigadores también deben dilucidar los postulados teóricos
quederivara partir de sus propios hallazgos, cuando se consideran
colectivamente con otros resultados relacionados, para guiar de
manera útil futuras investigaciones en el área. Siempre que sea
posible, las lecciones aprendidas para comprender los procesos
normales de desarrollo deben articularse claramente.
Consideraciones adicionales para futuras investigaciones
Exploración de los procesos subyacentes a los factores de
protección/vulnerabilidad.La investigación sobre la resiliencia
debe acelerar su paso de un enfoque en la descripción a un
enfoque en la aclaración de las cuestiones del proceso de
desarrollo. Con la evidencia acumulada de que una variable en
particular afecta los niveles de competencia dentro de un
grupo en riesgo específico, los investigadores deben centrar
su investigación en comprender los mecanismos por los
cuales se podría conferir dicha protección (o vulnerabilidad).
Concretamente, tales esfuerzos pueden explorarse
examinando el grado en que varios mecanismos pueden mediar
los efectos de un “factor protector” dado. Una vez que los
científicos han acumulado evidencia de que ciertos constructos
están vinculados de manera confiable con resultados positivos
Luthar, Cicchetti y Becker 555
entre los grupos de riesgo particulares, los mecanismos
potenciales tendrían que ser delineados sobre la base de
evidencia teórica y empírica previa. Por ejemplo, si la fe
religiosa fuera el factor protector en cuestión, los posibles
mecanismos subyacentes podrían incluir (1) aumentos en
los apoyos informales y (2) reducciones en los patrones de
afrontamiento disfuncionales (p. ej., consumo de alcohol)
para negociar los factores estresantes cotidianos (Brody,
Stoneman, & Flor, 1996; Luthar, 1999). La importancia
relativa de cada mediador hipotético podría luego
examinarse estadísticamente por medio de los procesos
descritos por Baron y Kenny (1986), que esencialmente
implican determinar el grado en que las asociaciones entre
el antecedente (protector) y las variables de resultado se
atenúan después de considerar la varianza compartida
entre estos. y los mediadores hipotéticos.
La importancia de la investigación integradora y
multidisciplinar.Para que el campo de la resiliencia crezca de
manera acorde con la complejidad inherente al constructo, los
esfuerzos para comprender los procesos subyacentes se verán
facilitados con una mayor implementación de la investigación
multidisciplinaria diseñada dentro de un marco de psicopatología
del desarrollo. La investigación de esta naturaleza implica una
consideración de los procesos psicológicos, sociales y biológicos/
genéticos a partir de los cuales pueden surgir diversos caminos
hacia la resiliencia (equifinalidad), así como aquellos que dan como
resultado diversos resultados entre las personas en riesgo
(multifinalidad).
La falta notable en la investigación existente sobre la
resiliencia es la atención al papel debiología.Los factores
biológicos no solo afectan los procesos psicológicos, sino que
además, las experiencias psicológicas pueden modificar la
estructura y el funcionamiento del cerebro (Cicchetti & Tucker,
1994; Eisenberg, 1995; Nelson & Bloom, 1997). El papel de los
factores biológicos en la resiliencia también es sugerido por la
evidencia sobre las funciones del sistema nervioso,
neuroendocrino e inmunológico en relación con la reactividad
al estrés (Maier & Watkins, 1998; McEwen & Stellar, 1993), y en
la investigación genética conductual sobre los efectos
ambientales no compartidos (Plomin , Rende y Rutter, 1991;
Rende y Plomin, 1993).
También es valiosa la investigación interdisciplinaria que
integra los conocimientos de la psicología del desarrollo con la
experiencia de la antropología, la sociología y la psicología
cultural. Tal investigación puede aumentar sustancialmente
nuestra comprensión deespecífico del contextoprocesos de
protección y vulnerabilidad en el desarrollo infantil, es decir,
aquellos relativamente exclusivos de grupos subculturales
particulares (Luthar, 1999).
Finalmente, hay valor en la investigación sobre resiliencia en
diferentes momentos del desarrollo humano.La mayor parte de la
investigación existente en esta área se ha centrado en los niños.
Sin embargo, la resiliencia se puede lograr en cualquier punto del
ciclo de vida (cf. Cicchetti & Tucker, 1994; Luthar, 1999), y hay
556 Desarrollo infantil
existe la necesidad de un trabajo adicional sobre el logro
de resultados positivos en personas en riesgo en la vejez
(cf. Rutter, 1993; Schulz y Heckhausen, 1996; Staudinger,
Marsiske y Baltes, 1993, 1995).
Interfaz entre la investigación y las intervenciones.Se puede
ganar mucho con una mayor interfaz entre la investigación “pura”
sobre los procesos de protección y la aplicación del conocimiento
acumulado para derivar intervenciones. La comprensión de la
resiliencia basada en la investigación puede permitir a los
profesionales aprovechar los períodos de cambio en el desarrollo
como oportunidades únicas para promover una adaptación
positiva (Cicchetti, 1993; Cicchetti & Toth, 1992). En los últimos
años, los psicopatólogos del desarrollo han comenzado a
aprovechar cada vez más los hallazgos de la investigación sobre la
resiliencia en el diseño de intervenciones para diversos grupos en
riesgo (p. ej., Cowen et al., 1997; Egeland y Erickson, 1990; Luthar y
Suchman, 2000).
En futuros esfuerzos, también existe la necesidad de una
mayor atención a labidireccionalnaturaleza de los vínculos entre la
búsqueda de conocimiento sobre los procesos protectores en
resiliencia y los esfuerzos de intervención para fomentarlos. La
investigación de la prevención se puede conceptualizar como
verdaderos experimentos para alterar el curso del desarrollo
(Cicchetti & Toth, 1992; Kellam & Rebok, 1992), ofreciendo así
oportunidades para probar las teorías del desarrollo existentes, así
como conocimientos sobre la etiología y el curso de los resultados
adaptativos (por ejemplo, , al verificar la importancia de los
postulados “procesos protectores”).
CONCLUSIONES
Esta crítica a la investigación sobre la resiliencia nos
ha llevado a dos conclusiones generales. Primero,
creemos que a pesar de los muchos desafíos
relacionados con el estudio de este complejo
constructo, la continuación del trabajo científico en
esta área tiene un valor sustancial. Se han logrado
avances importantes en la comprensión de la
resiliencia en las últimas décadas, y la investigación
continua de los procesos de riesgo y protección
tiene un gran potencial para expandir la teoría del
desarrollo y sugerir vías útiles para la intervención.
En resumen, no estamos de acuerdo con los juicios
negativos globales sobre la resiliencia, como "la
resiliencia puede haber cumplido su propósito y se
le puede permitir retirarse del campo con gracia y
honor" (Kaplan, 1999, p. 109, manuscrito original),
Nuestra segunda conclusión, de alguna manera, constituye una
importante advertencia a la primera, es decir, existe una clara necesidad de
que los investigadores en resiliencia mejoren el rigor científico de su trabajo.
Como ha señalado Kitcher (1985), los estándares de evidencia y de
autoescrutinio deben ser extremadamente altos siempre que las
afirmaciones científicas se refieran a la materia.
términos de política social. Creemos que el campo de la
resiliencia tiene una deuda sustancial con aquellos
académicos que han articulado preocupaciones sobre el
constructo, ya que sus críticas han llamado la atención sobre
muchos temas importantes que merecen una seria
consideración en futuros esfuerzos científicos.
Las controversias actuales en torno a la resiliencia
recuerdan las preocupaciones que se han expresado
sobre muchos otros constructos psicológicos (ver
Pedhazur & Schmelkin, 1991), particularmente
aquellos que connotan una promesa de reparar el
sufrimiento humano o las desigualdades sociales (cf.
Cowen, 1994). Discutiendo una noción algo similar,
Sarason (1993, p. 260) advirtió: “Empoderamiento se
ha convertido en una palabra de moda. Tiene el
anillo de la virtud y la moralidad incuestionable. . . .
Si el movimiento de empoderamiento quiere evitar
los peores excesos de eslóganes y superficialidad
conceptual, tendrá que enfrentarse a cuestiones que
son tan complejas conceptualmente como lo son en
el nivel de la acción”. La aprensión inherente, como
ha advertido Cowen (1994),
EXPRESIONES DE GRATITUD
Este artículo está dedicado a Norman Garmezy,
pionero en el campo de la resiliencia infantil. Partes
de este documento se presentaron en la 104.ª
Convención Anual de la Asociación Estadounidense
de Psicología, Toronto, del 9 al 13 de agosto de
1996. La preparación de este manuscrito fue
financiada en parte por las subvenciones NIH RO1-
DA10726, RO1-DA11498 y el Premio al Desarrollo
Científico de Investigación K21-DA00202 a Suniya
Luthar; una subvención financiada conjuntamente
por el NIMH y la Administración de Niños, Jóvenes y
Familias a Dante Cicchetti; subvenciones de la
Fundación William T. Grant a Suniya Luthar ya Dante
Cicchetti; y subvenciones de la Oficina de Abuso y
Negligencia Infantil y Spunk Fund, Inc., a Dante
Cicchetti.
DIRECCIONES Y AFILIACIONES
Autor para correspondencia: Suniya S. Luthar, Departamento
de Desarrollo Humano, Teachers College Box 133, Universidad
de Columbia, 525 West 120th Street, Nueva York, NY
10027-6696; correo electrónico: Suniya.Luthar@columbia.
educación Dante Cicchetti está en Mt. Hope Family Center,
Universidad de Rochester, Rochester, NY; y Bronwyn

Becker está en Teachers College, Universidad de Columbia,
Nueva York, NY.
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