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“Si fuimos tan esenciales durante la pandemia, ¿por

qué no nos garantizan derechos laborales?”


Dedicarse a cuidar hogares ajenos es un trabajo que, de estar adecuadamente
regulado, supondría un 2.8% del PIB del país. Pese a ello casi un tercio de quienes
se dedican a esto viven en el umbral de la pobreza.

Alba García Ferrín. 17/12/2021.

“Llevaba 6 años trabajando en esa casa. Cuando llegó el 14 de marzo de 2020, mis
empleadores me despidieron y me quedé sin sueldo”. Claudia habla por teléfono
desde uno de los barrios más pobres de Madrid, contando cómo fue su vida durante
los 3 meses más duros de la pandemia. Una mujer que trabajaba como empleada del
hogar en una casa hasta antes de la pandemia se pone al otro lado del cable para dar
voz a las mujeres que cuidan la sociedad y son invisibilizadas en el día a día. Marina,
otra empleada del hogar, de SINTRAHOCU, un sindicato de origen reciente para las
trabajadoras del hogar y los cuidados, también pone su voz para hablar sobre la
realidad de las empleadas del hogar durante la pandemia. Laboralmente, también
están sometidas a presión y precarización: según el régimen de las empleadas del
hogar, no tienen derecho a una prestación por desempleo pese a haber sido
despedidas.

El perfil social y demográfico de quienes cuidan

Los ritmos frenéticos actuales dificultan, en muchos casos, que las personas que
trabajan en ámbitos productivos, como la industria u oficinas, tengan tiempo para
dedicar a cuidar y hacer de su casa un entorno en el que pasar el tiempo de manera
agradable. Por ello, es cada vez más común que se contraten a personas para que
lleven a cabo estas actividades: son muchas las personas, según la Encuesta de
Población Activa del INE, que se dedican a esto. 630.000 personas aproximadamente
tienen como principal actividad de ingresos las labores de cuidados y limpieza en casa
ajenas a las suyas propias.

Figure 1: Elaboración propia a partir de datos de Oxfam y la EPA.


El perfil demográfico de las empleadas del hogar es importante a la hora de entender
su situación social y el efecto que la pandemia pudo tener en su día a día: la
composición demográfica de este grupo está compuesta, principalmente por mujeres
(95.5% de las veces), personas migrantes (que suponen un 72% del total, estando un
25% de estas en situación de irregularidad). La mayoría de estas personas, un 78%,
se encuentra en situación de precariedad contractual, con unos ingresos medios de
776 euros al mes. De hecho, más de un tercio de las empleadas del hogar habitan
viviendas que se sitúan por debajo del umbral de la pobreza, duplicando el número
medio de personas asalariadas que se retrasan en el pago de mensualidades en los
casos de alquiler, según un informe de Oxfam con la Universidad Carlos III de Madrid.
Además, un 32% de quienes ejercen labores de cuidados y trabajo en el hogar no
están dadas de alta en la Seguridad Social o, al menos, no las horas que les
corresponderían.

Como se puede observar en los datos, la situación de esas personas tiene un perfil
claramente feminizado y marcado por la precariedad, tanto salarial como
contractualmente hablando. Esto viene dado, por una parte, porque se ha tendido a
infravalorar el trabajo que se hace en el día a día en las casas, en el ámbito privado.
Por el ordenamiento de la sociedad, se relega a un plano secundario, entendiendo
que es algo que no necesita de unas altas cualidades y que cualquier persona podría
hacerlo con eficacia.

Las propias empleadas del hogar son conscientes de la invisibilidad a la que su sector
está sometido: “A veces la gente no entiende que el papel que jugamos es crucial:
entramos en sus casas, cuidamos a sus niños y mayores, permitimos que puedan
continuar con su día a día. Y, sin embargo, parece que no somos igualmente
valoradas por la sociedad”, dice Claudia, quien dice disfrutar de poder ser quien, en
gran medida, cuida y cría a los hijos de quienes no pueden encargarse de ellos. Sin
embargo, pese a gustarle, admite que le gustaría poder sentirse más valorada en su
día a día por las labores que ejerce.

“Es un mundo súper abandonado, malmirado. Me faltó una ayuda más directa,
con menos burocracia. Más al alcance de todas”.

La mayoría de las personas que realizan estos trabajos se encuentran en una


situación de irregularidad laboral. Claudia cuenta que es ella misma la que elige estar
dada de alta “sólo” en lo correspondiente a dos horas diarias: “lo suficiente para que
me cubra en caso de accidente”, dice. Frente al conocimiento de que no les
corresponde una ayuda por desempleo en caso de despido o enfermedad, el darse
de alta en la Seguridad Social no es la opción más interesante para ellas.

Cuenta, además, que esto está relacionado con una experiencia previa, en la que sí
estuvo dada de alta con respecto a lo que le correspondía, prescindiendo de una parte
importante del sueldo para pagar la Seguridad Social. Cuando acabó su contrato con
la familia, no recibió prestación por desempleo: “sólo repercutió en mi cotización de
cara a la pensión. Cuando vives al día, prefieres los 200 euros al mes antes que una
pensión decente en unos años. Tuve que elegir”. Cuando se le pregunta qué le frena
de regularizar su situación de manera completa, dice que se encuentra ante el dilema
de elegir eso o que le bajen una cantidad significativa del sueldo. “Cuando te pagan
una cantidad parecida a la del SMI (Salario Mínimo Interprofesional), una bajada de
200 euros puede suponer la diferencia entre llegar a fin de mes o no”. Claudia hace
mucho énfasis en estas declaraciones. Dice que el objetivo de esta decisión no es
hacer actividad en negro, ni siquiera ser capaz de acumular más dinero del que se
podría pensar que necesita: es mera supervivencia, no tener que mezclar el trabajo
en 4 casas diferentes para poder llegar a fin de mes.

Marina hace hincapié, como su compañera de sector, en la precariedad y poca


seguridad que tienen en su día a día. “¿Cuántas veces escuchaste a lo largo de la
pandemia que éramos esenciales? Yo muchas. Sin embargo, cuando ha acabado el
confinamiento, no se ha hecho nada formal para reconocer el trabajo que hacemos
en el día a día. ¿Quién nos cuida a nosotras?”, plantea.

Sistema Especial de Empleados del Hogar: cuando la propia


legislación priva de derechos laborales

La poca cobertura legal que tienen las empleadas del hogar no es algo anecdótico ni
superficial: está sustentado desde el propio régimen específico creado para este
sector. De esta manera, como su trabajo no se rige por los mismos principios que el
de otros empleos, sus derechos laborales se ven recortados: trabajar en casa ajena
(entendido como ámbito privado) les repercute negativamente. Esta falta de garantías
laborales hace que, para muchas mujeres, darse de alta en la Seguridad Social no
sea una verdadera garantía de bienestar y suponga, por tanto, un coste mayor que
los beneficios que les pueda aportar. Otra salida por la que optan muchas personas
que ejercen como empleadas del hogar es una suerte de intermedio, alentadas
también por los propios empleadores: darse de alta sólo durante ciertas horas.

El no estar dada de alta en la Seguridad Social durante más horas supuso un


problema bastante importante para Claudia cuando en marzo de 2020, llegó la noticia
del confinamiento en España. Tras 6 años cuidando de los niños, Claudia fue
despedida el 14 de marzo. De un día para otro se vio enfrentando la pandemia con
los ahorros hasta el momento: a día de hoy, se le han agotado y vive con lo que gana
como empleada del hogar. Los despidos de limpiadoras por la pandemia estuvieron
a la orden del día: se tuvieron que enfrentar a, o tener que estar internas, sin contacto
con gente que no fuesen las personas a las que cuidaban o limpiaban o a ser
despedidas de sus trabajos.

Marina, empleada del hogar y participante de SINTRAHOCU, enumera muchas de


las problemáticas que sus compañeras afrontan en el día a día: la más grave, la falta
de una prestación por desempleo una vez finalizada la actividad laboral. Las otras dos
que más destacan son, en primer lugar, la falta de un plan de prevención de riesgos
laborales, lo que las dejó especialmente expuestas durante el Covid-19 debido a la
falta de un protocolo unitario en el sector y, por último, la inexistencia de inspección
laboral. Esta última falta en sus derechos, dice Marina, impide concienciar muchas
veces de los niveles de explotación que quienes se dedican a este sector llegan a
sufrir.
¿Qué explica, en gran medida, la precariedad que, incluso las trabajadoras del hogar
que están regularizadas, sufren en su día a día? Una parte importante está vinculada
a que su figura como empleadas no se acoge al mismo Convenio que el resto de
trabajadores. De aquí emana una de las causas de riesgo durante la pandemia:
cuando las despiden, da igual el tiempo que llevasen trabajado, no cuentan con
prestación por desempleo. Su trabajo y cotización en la Seguridad Social no repercute
en el derecho a cobrar el paro una vez son despedidas o finaliza el contrato.

Fotografía 1: Una empleada del hogar en una manifestación por sus derechos
laborales. Edu León en El Salto.

Esto ya suscita dudas en el ámbito del derecho internacional: Maciej Szpunar, el


abogado general de la UE planteó hace algunos meses lo discriminatorio de la
situación de la legislación en torno a las empleadas del hogar y su situación en caso
de desempleo. La declaración, no vinculante, llega cuando el caso de una mujer se
notifica al Tribunal de Justicia de la Unión Europea después de que esta misma
presentase un escrito ante la Seguridad Social reclamando su derecho a cotizar para
tener derecho a paro y la institución se lo negase, así como su paso por diversos
Tribunales españoles. Szpunar argumenta, de hecho, que esta normativa presenta
una razón de discriminación indirecta por género ya que, como se ha mencionado
previamente, un 95% de las personas que ejercen estas labores son mujeres. Desde
el Tribunal de Justicia de la Unión Europea se entiende que no hay una razón de peso
para establecer esta diferencia en torno a los derechos laborales: sentencia contra
España que su legislación es contraria al derecho comunitario, según el cual se tiene
que garantizar el bienestar de los trabajadores sin discriminaciones de ningún motivo.
A esta discriminación indirecta por género habría que añadirle el ya comentado perfil
predominantemente extranjero de las personas que ejercen como empleadas del
hogar, comenta Marina.

Este caso podría verse como el precedente de lo que pasaría en la pandemia con los
despidos masivos de las empleadas del hogar. Al pasar de casos individuales a una
problemática generalizada, en el que la mayoría de trabajadoras del hogar fueron
despedidas debido al impedimento formal que suponía el decreto del Estado de
Alarma, el tema se vuelve aún más claro: hay un sector especialmente desprotegido
frente a los despidos y el desempleo, y esta desprotección viene reforzada por la
propia legislación del país.

Precisamente por esta problemática, el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos lanzó
una ayuda extraordinaria durante la pandemia debiera funcionar como una suerte de
ayuda por desempleo a las empleadas del hogar. Sin embargo, esta ayuda llega en
junio. Como Claudia comentaba, ella para entonces ya había tenido que usar sus
ahorros para pasar el periodo más fuerte de restricciones. No sólo eso, sino que se
plantea el problema ya mencionado previamente: debido a que casi un tercio de
empleadas del hogar no sienten una protección real si se dan de alta oficialmente en
la Seguridad Social, el 32% de las mujeres que trabajan en este ámbito no tenían
derecho a pedir la ayuda.

Figure 2: Elaboración propia a partir de datos de la EPA.

La pandemia hizo que los despidos fueran dramáticos: empeoró la situación de


precariedad al que las limpiadoras estaban sometidas. Marina, cuando se le
entrevista, destaca la precariedad que supuso, especialmente para las mujeres
migrantes que realizaban estas tareas, el periodo de la pandemia. Saca a la luz un
debate importante: ¿qué pasa con aquellas mujeres que, al no tener familia en
España, no tenían ninguna clase de apoyo económico? Hace mucho hincapié en este
hecho. “Hay quienes tenemos a toda la familia fuera, en el extranjero y somos
nosotras las que mandamos dinero. Una vez llega la pandemia, todas las mujeres en
esta situación, se quedan desprotegidas. No pueden volver a casa y esperar que el
colchón familiar, por mínimo que sea, las proteja económicamente hasta que puedan
volver a trabajar. Si no hubiese sido por las redes de apoyos de ciudades y barrios,
¿qué habría sido de todas esas trabajadoras?”.

Sin embargo, la cantidad limitada de personas que podían acceder a la ayuda no es


el único inconveniente que esta tenía: la excesiva burocracia y complejidad
administrativa supusieron un obstáculo muy grande para que muchas personas
durante la pandemia accediesen a ellas. La página de la Seguridad Social para
solicitar el Ingreso Mínimo Vital era, ya de por sí, complicada de acceder. Los trámites
eran casi imposibles. Claudia comenta que entiende que “al final la burocracia es una
manera de asegurarte que la gente no accede fácilmente ayudas”. Marina dice que
nadie estaba preparado, y que muchas de las empleadas del hogar no tengan los
recursos suficientes, siquiera, para acceder a pedir estas prestaciones.

Cuando a Claudia se le pregunta si está o estuvo sindicada, dice que sí, pero que
conforme se mete a este trabajo decide no hacerlo: “Prefiero no negociar demasiado:
como comenté antes, prefiero 200 euros más que me entren directos en casa antes
que quedarme en la calle o darme de alta en la Seguridad Social”. Marina comenta
que, muchas veces, el miedo a sindicarse va de la mano de una posible confrontación
con los empleadores. Sin embargo, remarca mucho la importancia de que las
empleadas del hogar no entiendan a estos como enemigos, sino como posibles
interesados de la propia reivindicación de sus derechos. “El problema es un sistema
que no nos reconoce como trabajadoras al 1000%, no nuestros empleadores. Claro
que puede haber casos de explotación, pero para eso lo que necesitamos es
protección laboral, no enemistarnos o tener malas relaciones con quienes nos
contratan”. Comenta que, cuanta más regularización y protección de sus derechos,
más seguridad también para quienes las emplean frente a posibles accidentes
laborales y mejor relación pueden establecer con las familias que contratan sus
servicios.

Después de la pandemia, Claudia se considera afortunada. “Gasté muchos de mis


ahorros, casi todos. Sin embargo, ahora he vuelto a trabajar en la casa de la que me
despidieron y he vuelto a cobrar lo que cobraba antes. Incluso, al asumir más
responsabilidades, como la limpieza y no sólo los hijos, creo que cobro un sueldo
decente. Yo tengo suerte, conozco muchas otras mujeres que, debido al miedo por
los contagios, aún no han vuelto a trabajar”.

Marina plantea una cuestión final sobre las ayudas, la pandemia y la esencialidad de
su trabajo: “¿si tan esenciales se entendió que éramos a lo largo de la pandemia, por
qué sólo se recurre a un parche ocasional?”. La precariedad de estos trabajos no
viene dada por la naturaleza del trabajo en sí, sino la cobertura legal que se le ha
dado hasta el momento. El régimen híbrido entre empleo “total” y empleo “a medias”
genera inestabilidad y una discriminación en cuanto a los derechos laborales que
afecta de manera concreta a un sector feminizado y migrante muy importante. “Lo que
pedimos”, continúa Marina, “no es sólo una equiparación de derechos laborales, sino
una resignificación y dignificación de nuestro empleo: que se entienda que somos
trabajadoras como el resto de sectores del país”.

La precariedad e invisibilidad de esta clase de trabajos puede constituir uno de los


grandes retos de esta década. Ante un sector que tiene a un tercio de sus trabajadoras
sumido en el umbral de la pobreza, parece importante actualizar la legislación que lo
envuelve y, supuestamente, protege, para ser capaces de adaptarlo a la realidad que
se vive. Según el informe entre Oxfam y la Universidad Carlos III de Madrid, se calcula
que una regularización total del sector implicaría un 2.8% del PIB del país. Las
personas que trabajan en este sector piden justicia social: que un trabajo tan
necesario socialmente sea reconocido como tal legalmente. Esto sería beneficioso
para la economía, para la sociedad y para garantizar la seguridad y el bienestar de
quienes dedican sus vidas a cuidar.
Entregas adicionales:
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reportaje en disposición web como el audio en formato compartido de Google
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facilidades tanto de lectura, como de acceso y elaboración.

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