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“Llevaba 6 años trabajando en esa casa. Cuando llegó el 14 de marzo de 2020, mis
empleadores me despidieron y me quedé sin sueldo”. Claudia habla por teléfono
desde uno de los barrios más pobres de Madrid, contando cómo fue su vida durante
los 3 meses más duros de la pandemia. Una mujer que trabajaba como empleada del
hogar en una casa hasta antes de la pandemia se pone al otro lado del cable para dar
voz a las mujeres que cuidan la sociedad y son invisibilizadas en el día a día. Marina,
otra empleada del hogar, de SINTRAHOCU, un sindicato de origen reciente para las
trabajadoras del hogar y los cuidados, también pone su voz para hablar sobre la
realidad de las empleadas del hogar durante la pandemia. Laboralmente, también
están sometidas a presión y precarización: según el régimen de las empleadas del
hogar, no tienen derecho a una prestación por desempleo pese a haber sido
despedidas.
Los ritmos frenéticos actuales dificultan, en muchos casos, que las personas que
trabajan en ámbitos productivos, como la industria u oficinas, tengan tiempo para
dedicar a cuidar y hacer de su casa un entorno en el que pasar el tiempo de manera
agradable. Por ello, es cada vez más común que se contraten a personas para que
lleven a cabo estas actividades: son muchas las personas, según la Encuesta de
Población Activa del INE, que se dedican a esto. 630.000 personas aproximadamente
tienen como principal actividad de ingresos las labores de cuidados y limpieza en casa
ajenas a las suyas propias.
Como se puede observar en los datos, la situación de esas personas tiene un perfil
claramente feminizado y marcado por la precariedad, tanto salarial como
contractualmente hablando. Esto viene dado, por una parte, porque se ha tendido a
infravalorar el trabajo que se hace en el día a día en las casas, en el ámbito privado.
Por el ordenamiento de la sociedad, se relega a un plano secundario, entendiendo
que es algo que no necesita de unas altas cualidades y que cualquier persona podría
hacerlo con eficacia.
Las propias empleadas del hogar son conscientes de la invisibilidad a la que su sector
está sometido: “A veces la gente no entiende que el papel que jugamos es crucial:
entramos en sus casas, cuidamos a sus niños y mayores, permitimos que puedan
continuar con su día a día. Y, sin embargo, parece que no somos igualmente
valoradas por la sociedad”, dice Claudia, quien dice disfrutar de poder ser quien, en
gran medida, cuida y cría a los hijos de quienes no pueden encargarse de ellos. Sin
embargo, pese a gustarle, admite que le gustaría poder sentirse más valorada en su
día a día por las labores que ejerce.
“Es un mundo súper abandonado, malmirado. Me faltó una ayuda más directa,
con menos burocracia. Más al alcance de todas”.
Cuenta, además, que esto está relacionado con una experiencia previa, en la que sí
estuvo dada de alta con respecto a lo que le correspondía, prescindiendo de una parte
importante del sueldo para pagar la Seguridad Social. Cuando acabó su contrato con
la familia, no recibió prestación por desempleo: “sólo repercutió en mi cotización de
cara a la pensión. Cuando vives al día, prefieres los 200 euros al mes antes que una
pensión decente en unos años. Tuve que elegir”. Cuando se le pregunta qué le frena
de regularizar su situación de manera completa, dice que se encuentra ante el dilema
de elegir eso o que le bajen una cantidad significativa del sueldo. “Cuando te pagan
una cantidad parecida a la del SMI (Salario Mínimo Interprofesional), una bajada de
200 euros puede suponer la diferencia entre llegar a fin de mes o no”. Claudia hace
mucho énfasis en estas declaraciones. Dice que el objetivo de esta decisión no es
hacer actividad en negro, ni siquiera ser capaz de acumular más dinero del que se
podría pensar que necesita: es mera supervivencia, no tener que mezclar el trabajo
en 4 casas diferentes para poder llegar a fin de mes.
La poca cobertura legal que tienen las empleadas del hogar no es algo anecdótico ni
superficial: está sustentado desde el propio régimen específico creado para este
sector. De esta manera, como su trabajo no se rige por los mismos principios que el
de otros empleos, sus derechos laborales se ven recortados: trabajar en casa ajena
(entendido como ámbito privado) les repercute negativamente. Esta falta de garantías
laborales hace que, para muchas mujeres, darse de alta en la Seguridad Social no
sea una verdadera garantía de bienestar y suponga, por tanto, un coste mayor que
los beneficios que les pueda aportar. Otra salida por la que optan muchas personas
que ejercen como empleadas del hogar es una suerte de intermedio, alentadas
también por los propios empleadores: darse de alta sólo durante ciertas horas.
Fotografía 1: Una empleada del hogar en una manifestación por sus derechos
laborales. Edu León en El Salto.
Este caso podría verse como el precedente de lo que pasaría en la pandemia con los
despidos masivos de las empleadas del hogar. Al pasar de casos individuales a una
problemática generalizada, en el que la mayoría de trabajadoras del hogar fueron
despedidas debido al impedimento formal que suponía el decreto del Estado de
Alarma, el tema se vuelve aún más claro: hay un sector especialmente desprotegido
frente a los despidos y el desempleo, y esta desprotección viene reforzada por la
propia legislación del país.
Precisamente por esta problemática, el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos lanzó
una ayuda extraordinaria durante la pandemia debiera funcionar como una suerte de
ayuda por desempleo a las empleadas del hogar. Sin embargo, esta ayuda llega en
junio. Como Claudia comentaba, ella para entonces ya había tenido que usar sus
ahorros para pasar el periodo más fuerte de restricciones. No sólo eso, sino que se
plantea el problema ya mencionado previamente: debido a que casi un tercio de
empleadas del hogar no sienten una protección real si se dan de alta oficialmente en
la Seguridad Social, el 32% de las mujeres que trabajan en este ámbito no tenían
derecho a pedir la ayuda.
Cuando a Claudia se le pregunta si está o estuvo sindicada, dice que sí, pero que
conforme se mete a este trabajo decide no hacerlo: “Prefiero no negociar demasiado:
como comenté antes, prefiero 200 euros más que me entren directos en casa antes
que quedarme en la calle o darme de alta en la Seguridad Social”. Marina comenta
que, muchas veces, el miedo a sindicarse va de la mano de una posible confrontación
con los empleadores. Sin embargo, remarca mucho la importancia de que las
empleadas del hogar no entiendan a estos como enemigos, sino como posibles
interesados de la propia reivindicación de sus derechos. “El problema es un sistema
que no nos reconoce como trabajadoras al 1000%, no nuestros empleadores. Claro
que puede haber casos de explotación, pero para eso lo que necesitamos es
protección laboral, no enemistarnos o tener malas relaciones con quienes nos
contratan”. Comenta que, cuanta más regularización y protección de sus derechos,
más seguridad también para quienes las emplean frente a posibles accidentes
laborales y mejor relación pueden establecer con las familias que contratan sus
servicios.
Marina plantea una cuestión final sobre las ayudas, la pandemia y la esencialidad de
su trabajo: “¿si tan esenciales se entendió que éramos a lo largo de la pandemia, por
qué sólo se recurre a un parche ocasional?”. La precariedad de estos trabajos no
viene dada por la naturaleza del trabajo en sí, sino la cobertura legal que se le ha
dado hasta el momento. El régimen híbrido entre empleo “total” y empleo “a medias”
genera inestabilidad y una discriminación en cuanto a los derechos laborales que
afecta de manera concreta a un sector feminizado y migrante muy importante. “Lo que
pedimos”, continúa Marina, “no es sólo una equiparación de derechos laborales, sino
una resignificación y dignificación de nuestro empleo: que se entienda que somos
trabajadoras como el resto de sectores del país”.