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CAPÍTULO VIII
Mujeres entre naranjas:
las trabajadoras de los almacenes
valencianos de manipulación y
comercialización de cítricos
por Paloma Candela
y Josefina Piñón

1. Introducción

El presente capítulo Mujeres entre naranjas recoge los principales


resultados de una investigación que ha tratado de conocer y com-
prender la cara menos visible de la producción citrícola valenciana
vinculada al trabajo desempeñado tradicionalmente por las mujeres en
los conocidos almacenes de manipulado. Indagar y sacar a la luz las
causas, significados y consecuencias que entrañan esta realidad laboral,
ampliamente naturalizada en las comunidades rurales, ha sido una de
las apuestas estratégicas de este largo viaje1.
Nuestro estudio de caso se centra en uno de los tradicionales y
principales motores de la economía regional: la producción de cítricos.
Unas magníficas condiciones de suelo y clima avaladas por varios
siglos de explotación agraria continuada y un perfeccionamiento co-
mercial del producto que hunde sus raíces exportadoras en el último
tercio del siglo XIX han propiciado un proceso de especialización
citrícola que hoy alcanza cotas muy elevadas. La naranja valenciana,
como insisten sus más leales defensores, es el producto más preciado
del mercado internacional: un valioso bien alimentario de consumo
en fresco y elevada calidad.
La influencia de la citricultura en la sociedad rural regional está
plenamente vigente. Del cultivo y comercialización de la naranja de-
pende un vasto número de trabajadores y trabajadoras, implicados
1. Ofrecemos en estas páginas una síntesis de las aportaciones más reveladoras y
remitimos a la lectora o lector interesados al texto completo recientemente publicado:
Candela y Piñón, 2004.
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principalmente en las labores de recolección y manipulado, así como


el sustento de muchas economías familiares que se mantienen, todavía
hoy, bajo patrones tradicionales de pluriactividad, sobre todo en el
regadío del litoral de la región.
Las mujeres, particularmente, han tenido una presencia histórica
en el trabajo de los cítricos, participando en las labores del campo, en
la recolección directa (o en el apoyo a la misma), y sobre todo en el
desempeño de las tareas de aseo y envasado del fruto. En efecto, desde
épocas tempranas las mujeres valencianas han mantenido un invisible y
normalizado protagonismo en la confección y manipulado de cítricos,
trabajos que se llevan a cabo en los conocidos almacenes de naranjas
distribuidos por toda la geografía citrícola de la región. Numerosas
comarcas y localidades viven cada año la movilización de un enorme
contingente de mujeres experimentadas que trabajan intensamente y a
bajo coste durante los meses de campaña. El aprovechamiento de esta
mano de obra in situ adaptada (y moldeada) a las condiciones de tem-
poralidad, disponibilidad horaria, escasa cualificación y moderación
salarial que caracteriza “el trabajo del almacén” es una de las claves
del funcionamiento del peculiar sistema agro-comercial valenciano.
Una gran cantidad de estudios e investigaciones sobre el trabajo
de los citrícos y sobre los desafíos de la modernización agrícola, en
particular, nos ha servido de plataforma de arranque y de guía en el
desarrollo de nuestra investigación2.
La metodología empleada apostó por la mirada y el conocimiento
directo sobre la realidad estudiada, partiendo de un exhaustivo trabajo
de campo que ha incorporando visitas y recorridos por huertos y al-
macenes de naranjas, además de la elaboración contrastada de un rico
dispositivo de información cualitativa.
Nuestro universo de observación quedó acotado a dos comarcas
agrícolas con una gran tradición y especialización citrícola: La Plana
Baixa y el Camp de Morvedre. La primera, situada en la base sur del
litoral castellonense, es una de las comarcas citrícolas más relevan-
tes de la región tanto en superficie cultivada como en instalaciones
comerciales. El tradicional monocultivo, junto al reciente proceso de
“clementización”, y el reducido tamaño de sus explotaciones, con una
media menor de cinco hectáreas (según Domingo Pérez, 1993), son las
características más destacadas de su situación agraria.

2. A lo largo del texto y en la bibliografía final se recogen algunos de los autores


y obras más destacadas. Un balance de la acumulación de investigaciones habida
en las últimas décadas y de sus particulares aportaciones se recoge en nuestro libro
Mujeres entre naranjas.
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Como contraste, en las últimas décadas los cítricos han ido perdien-
do peso e importancia en la comarca del Camp de Morvedre, limítrofe
con la anterior y situada en el sector septentrional de la provincia de
Valencia. Una buena parte de la actividad agrocomercial se concentra
en los alrededores del pueblo de Sagunto extendiéndose en su prolon-
gación hacia el interior de la comarca, donde los pueblos de la zona
de Les Valles (Quart, Benifairó, Faura…) continúan acaparando una
parte sustancial del entramado citrícola comercial.
Junto a la observación directa y una rigurosa explotación docu-
mental, las entrevistas personales han resultado una herramienta clave
de investigación. Dos grupos diferenciados de informantes son los
protagonistas del cuerpo central de las entrevistas en profundidad rea-
lizadas. Por un lado, los testimonios recogidos a un grupo de “actores”
implicados a lo largo del proceso productivo de la naranja (gerente,
sindicalista, collidor, corredor o comprador, técnico de la adminis-
tración…), nos ha permitido obtener información privilegiada sobre
algunos aspectos y contenidos concretos que integran el núcleo temá-
tico de la investigación, así como visiones y discursos contrastados
sobre la situación general del trabajo en el sector. Simultáneamente,
en un segundo frente de entrevistas, pensadas y diseñadas desde un
plano mucho más pegado a los intereses concretos de la investigación,
hemos interrogado a siete mujeres trabajadoras del manipulado, todas
ellas en activo y ubicadas en diferentes niveles jerárquicos dentro del
almacén3.

2. La economía de la naranja

La producción de cítricos tiene en la agricultura valenciana su


referente más inmediato, predominando como cultivo especializado
en amplias zonas de su geografía agraria y representando una de las
principales fuentes de empleo. Esta Comunidad concentra más del
sesenta por ciento de la cosecha de cítricos españoles, esto es, un
volumen de 3.353.292 toneladas de naranjas y mandarinas, de las
cuales, en la última campaña, se exportaron casi el 90 por ciento, en
su mayoría con destino a países de la Unión Europea4.

3. A lo largo del texto se recogen fragmentos de los discursos de los entrevistados


puntualmente identificados. Solo los testimonios de las trabajadoras, y por insistencia
de las mismas, se codifican con nombres ficticios.
4. España, con una producción anual que oscila en torno a los 5 millones y medio
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Los cítricos, su cultivo y recolección conjuntamente, representan el


38 por ciento de la demanda de trabajo agrario regional. La recolección
aparece como la tarea agraria que mayor empleo absorbe, a la que se
dedican anualmente unos 45 mil trabajadores, con una proporción cada
vez mayor de jornaleros inmigrantes en una situación de precariedad
e ilegalidad laboral5.
Además, la estrecha vinculación existente entre la producción y la
comercialización de cítricos, peculiaridad definitoria tradicionalmente
del sector, favorece el funcionamiento de una amplia red de empresas
comerciales, principalmente cooperativas y operadores privados de-
dicados a la confección, preparación y venta del producto, actividad a
la que se dedican un considerable volumen de trabajadores, principal-
mente mujeres empleadas durante la época de campaña en los alma-
cenes de manipulado. Fuentes sindicales nos hablan de 377 empresas
del manipulado hortofrutícola que afecta a un volumen de empleo de
30.000 trabajadores, mujeres en su inmensa mayoría6.

2.1. Panorama agrocomercial de los cítricos valencianos

En las últimas décadas, el funcionamiento y la organización del


sistema agrocomercial citrícola valenciano ha sufrido cambios y trans-
formaciones importantes, tanto en la producción como en la confección
y comercialización del producto.
Si bien la actividad agrícola valenciana comparte muchos aspectos
y similares relaciones de trabajo propias de las agriculturas mediterrá-
neas, como ejemplifican las regiones de Murcia y Almería, algunos
especialistas califican de menos intensivo el comportamiento de la
agricultura valenciana, destacando, entre sus principales diferencias,
la reducida producción hortícola y el menor peso del trabajo asalariado

de toneladas, representa el cuarto país productor de cítricos con una cuota del 6 por
ciento aproximadamente de la cosecha mundial. Nuestro país, es, también, el primer
exportador de naranja en fresco, acaparando más de un tercio de su comercio total y
más de la mitad, específicamente, en la comercialización concreta de las mandarinas,
el grupo varietal predominante. Balance Cosecha de Cítricos, Campaña 2002-2003,
de la Consellería de Agricultura, Pesca y alimentación.
5. Observatorio de Empleo del Sector Agrario del País Valenciano (1998- FOREM,
P.V., FEOAGRA, Universidad Miguel Hernández y Fondo Social Europeo) bajo la
dirección de Llorens Avellá. Sobre las tendencias y pautas de la inserción de la mano
de obra inmigrante en la agricultura valenciana, véase también: Avellá Reus, 1992;
Colectivo IOE, 1999; y Torres Pérez, 2002.
6. Véase la obra colectiva ya mencionada de Alfonso, Aparisi y otros, 1997.
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eventual7. Ciertamente, el peso de la tradición local y de otros factores


concretos que explican la supervivencia y transformación de las estruc-
turas citrícolas como orientación predominante de la producción hor-
tofrutícola regional, recomiendan detenernos en las especificidades del
caso valenciano haciendo un breve repaso de su situación agraria.
Entre los rasgos más característicos de la agricultura valenciana
cabe destacar la especialización productiva de la mayoría de sus co-
marcas con una cada vez más acusada realidad de monocultivo: los
cítricos en zonas de regadío y el viñedo en el secano aparecen como las
producciones predominantes. Además, la estructura productiva agraria
se define por la gran parcelación y pequeña dimensión física de las
explotaciones (3,3 Ha. de media), lo que viene representando un im-
portante freno a la mecanización de las tareas agrícolas. La importante
presencia de la agricultura a tiempo parcial, el envejecimiento progre-
sivo de la población agraria y el fuerte proceso de industrialización,
terciarización y urbanización experimentado en las últimas décadas
sustancian, a juicio de los especialistas, los principales problemas de
la agricultura valenciana8.
Todo ello, hace posible, en definitiva, la realidad de un mercado de
trabajo agrario dependiente de otros sectores económicos, con fuerte
arraigo de la pluriactividad, y una tendencia reciente a la reducción de
la población activa, al tiempo que persiste una alta estacionalidad de
la demanda de trabajo coincidente con los períodos punta destinados
a la recolección. Precisamente, el seguimiento exhaustivo de la varia-
bilidad mensual de esta estacionalidad, revela cómo en las áreas con
predomino de cítricos las necesidades de mano de obra se centran en
los meses más fuertes de la recolección, noviembre-febrero principal-
mente (Avellá Reus y Vega, 2002).
La superficie citrícola regional también ha experimentado un no-
table cambio como resultado, principalmente, de su adaptación a las
nuevas tendencias del consumo y a la adecuación de las nuevas varie-
dades a las distintas zonas de cultivo. Así, los cítricos han pasado de
ocupar 150.000 Ha., en 1980, a cerca de 200.000 Ha. en la actualidad
(2000). Un progresivo aumento que ha privilegiado el protagonismo
del grupo de las mandarinas cuyo cultivo, en toda la región, aparece
más que duplicado desde los primeros años ochenta.

7. El 61,1% en la Comunidad Valenciana en relación al 81,9% alcanzado, por ejem-


plo, en Murcia, o al 79,7% en Andalucía. Véase: Avellá Reus y Vega (2002:100).
8. Véase: Arnalde, 1980 y 1989; Arnalte Alegre, Estruch y Muñoz, 1990; y Avellá
Reus y Vega, 2002, entre otros estudios que prestan atención a la agricultura del
regadío litoral valenciano.
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Junto a esta evolución de la superficie cultivada, el proceso de


cambio y reconversión varietal ha favorecido la consolidación de
una mayor especialización productiva en algunas zonas con una am-
plia tradición de monocultivo. El cambio varietal más espectacular
se ha producido en el fruto pequeño, orientado hacia el cultivo de
clementinas, especialmente Clemenules, Clementinas tempranas y
algunas variedades híbridas. Este fenómeno de especialización varie-
tal o de clementización –como lo han bautizado desde algunos foros
del sector– se ha extendido mayoritariamente en las comarcas del
naranjal castellonense (Domingo Pérez, 1989, 1993), afectando, nove-
dosamente, a algunas zonas citrícolas de la provincia de Alicante que
lo combinan perfectamente con el cultivo mayoritario del limón. En
definitiva, la expansión y reconversión citrícola experimentada en los
últimos años, ha reforzado la concentración productiva característica de
áreas tradicionales de la geografía naranjera ubicadas principalmente
en la franja litoral9.
La especialización interna del cultivo, ha propiciado el afianzamien-
to de variedades tempranas y, en buena medida, también de las naranjas
más tardías en busca de un alargamiento de la campaña citrícola que
contribuya a aumentar la productividad del sector.
En el marco de una enraizada tradición, las empresas de comercia-
lización se ocupan de la recolección, el transporte y el envasado de los
cítricos, cuya confección se lleva a cabo en instalaciones preparadas ex
profeso y conocidas comúnmente como “almacenes”, aprovechando
para ello la disponibilidad de una abundante mano de obra femenina
y local adecuada a las conocidas condiciones de temporalidad y flexi-
bilidad que impone, bajo esta lógica de funcionamiento, el trabajo del
manipulado (Domingo Pérez, 1993, 1997). El funcionamiento de este
peculiar sistema organizativo, modelado por los vínculos e intereses
entre agricultores, comerciantes e intermediarios, viene experimentan-
do en los últimos tiempos algunos cambios sustanciales. La tendencia
a la concentración de empresas comerciales es uno de ellos.
Es igualmente llamativo el incremento del número de empresas
cooperativas dedicadas a la comercialización. Las cooperativas, en la
actualidad, tienen una presencia y un peso considerable en el sector
representadas colectivamente por FECOAV y vinculadas comercial-
mente, en la mayoría de los casos, a través de una cooperativa de

9. Confirmando la importancia de zonas productoras como la Ribera Alta (con el


16% de la superficie citrícola de la Comunidad), la Plana Baixa (con el 14%) o el
Baix Segura (12%), según la Encuesta de frutales de 1997-98 (Ministerio de Agri-
cultura, Pesca y Alimentación) y El Observatorio… (1998).
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segundo grado, ANECOOP, creada en 1975 y que se dedica princi-


palmente a la exportación.
Así pues, la concentración empresarial en el comercio de los cí-
tricos, independientemente de que sean cooperativas u operadores
privados, viene siendo particularmente notoria en los últimos años,
respondiendo, en gran medida, a los imperativos de una cada vez
mayor concentración de la demanda en manos de las multinaciona-
les de distribución alimentaria10. En efecto, uno de los cambios más
acusados en el desarrollo del sector de la última década está vincula-
do a las transformaciones habidas en las estructuras de distribución
agroalimentaria con la aparición y progresiva expansión de las grandes
superficies como reflejo y consecuencia de la creciente liberalización
de mercados. Todo ello ha provocado una extraordinaria concentra-
ción de la demanda, como pone de manifiesto el hecho de que, en
los principales países de la Unión Europea consumidores de cítricos
españoles (Francia, Alemania, Holanda y Gran Bretaña), las tres princi-
pales empresas de distribución agroalimentaria controlan más del 50%
del mercado11. El poder absoluto que la distribución en esta posición
de oligopolio detecta frente a las empresas comerciales a la hora de
negociar precios, condiciones de suministro o de imponer pautas de
consumo, es valorado por las organizaciones implicadas como uno de
los principales problemas que enfrenta la situación actual y el avance
de la citricultura regional.
Junto a la influencia de estos factores estructurales, la cada vez
más intensa integración de actividades agrarias y comerciales ha do-
tado a los almacenes de una función estratégica en la coordinación
del sistema productivo citrícola. Esta centralidad y nuevas funciones
que desempeñan los almacenes de manipulado de cítricos, no es un
fenómeno exclusivo de este sector, sino un reflejo de un modelo de
desarrollo agrícola que reconoce, como en el caso de la producción
hortofrutícola murciana, la función estratégica del producto/mercado
bajo una lógica organizacional propiamente postfordista (Segura, Pe-
dreño y De Juana, 2002).

10. “En las últimas décadas en el sector, han habido muchos cambios, sobre todo
por parte del mercado que ha variado enormemente, en Burriana, por ejemplo,
yo he conocido hasta veinticuatro almacenes funcionando al mismo tiempo, casas
de importación y exportación. Hemos pasado de un mercado de compradores a
un mercado de ofertantes”, Gerente de una cooperativa exportadora (Nules, 27 de
septiembre de 2002).
11. Soivre: Memoria Campaña 1999-00.
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Es por ello que la situación de los almacenes de manipulado y


envasado de cítricos aparece cada vez más subordinada a la lógica
comercial (al capital internacionalizado) que ajusta cada vez con mayor
rigidez sus márgenes de rentabilidad: “hemos pasado de vender toda
la naranja que se producía a producir solo la variedad que se vende”,
en palabras de un experimentado empresario local.
Frente a la creciente dependencia de un mercado incierto y competi-
tivo, la fuerza de trabajo aparece como uno de los factores productivos
de compensación que garantizan el mantenimiento dinámico de la
comercialización naranjera. El aprovechamiento y la disponibilidad
de una abundante mano de obra local, mujeres en su inmensa mayoría,
está en el origen de la estrategia empresarial que, históricamente, ha
permitido y, todavía hoy, permite que el manipulado y la comerciali-
zación de cítricos sea un negocio enormemente rentable. Una lógica
productiva que, como veremos, cobra un mayor significado al observar
la adecuación de estas trabajadoras –al igual que sus madres y abuelas
en el pasado– a las condiciones de temporalidad, flexibilidad horaria,
escasa cualificación, moderación salarial, docilidad, etc. que impone
el trabajo y su organización.
Con todo, la tendencia más firme hoy en día apunta hacia una clara
intensificación del trabajo, manteniendo estrategias de flexibilidad
y ahorro de costes de mano de obra (los inmigrantes resultan más
baratos que las mujeres) al igual que las seguidas en otros sectores
de la economía estudiados en este libro. Los cítricos valencianos no
se cultivan (¡todavía!) bajo plásticos, ni su manipulación se organiza
bajo los patrones del modélico postfordismo. Sin embargo, las pautas
y formas organizativas que predominan en la realidad concreta del
trabajo y en los discursos y representaciones del sector (la gestión de
calidad, el dominio de las cadenas de distribución, la gestión justo a
tiempo de los pedidos, etc.), nos acercan, más que nos alejan, a las
conocidas tesis de Pedreño (1999, 2000) sobre la extensión del modelo
productivo californiano, es decir, del predominio de prácticas y estrate-
gias empresariales que perpetúan la precariedad y la sobreexplotación
laboral. Sabemos bien que cada año son más los jornaleros inmigrantes
“sin papeles” que se emplean en la recolección de naranjas por sueldos
ínfimos, y que viven durante la Campaña en condiciones infrahumanas
en pueblos como Puzol, Sagunto, Orihuela…12.

12. Véase solo algunos botones de muestra en: “Los ‘Ejidos’ valencianos” (El País,
28 de diciembre, 2000); “Una veintena de ecuatorianos tienen que huir de Sagunto
tras denunciar su explotación” (El Levante, 6 de enero, 2001); “Los contratos ile-
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Las plantillas de los almacenes, por su parte, tal y como hemos


constatado, se enfrentan a la jubilación de las últimas trabajadoras
experimentadas y a una dudosa continuidad generacional. En tal caso,
y a la vuelta de una década: ¿cuál va a ser el perfil de la nueva tra-
bajadora o trabajador del manipulado que a la fuerza deberá seguir
siendo rentable, es decir, flexible y barata/o para no desequilibrar los
estrechos márgenes productivos de las empresas comerciales? Estos
son, entre otros, algunos de los interrogantes que se plantean, cuyas
respuestas ya están en la mente de muchos y en el interior de algu-
nos almacenes: mano de obra inmigrante, hombres y mujeres jóvenes
tomarán, sin duda, el relevo en los almacenes como ya lo han hecho
en los campos valencianos13. De esta forma, nuevamente, mujeres e
inmigrantes se vislumbran como sujetos sociolaborales vulnerables
dentro de un horizonte de riesgos no muy lejano, basta mirar de soslayo
a la vecina realidad del campo Murciano (Segura, Pedreño y De Juana,
2002; Castillo, 2001-2002).

3. Las mujeres en el trabajo del almacén

Aparentemente, los almacenes de naranjas han sido los escenarios


de los cambios y transformaciones más significativos en la organización
de la producción y del trabajo citrícola. Las tendencias más recientes
muestran cómo la modernización y automatización del trabajo están
provocando una progresiva disminución de puestos de trabajo que
afecta directamente al personal femenino que integra masivamente
sus plantillas.
Ahora bien, una de las impresiones más firmes que hemos obtenido
a lo largo de los meses de trabajo de campo es el enorme contraste y
la diversidad de situaciones que rodean la actividad del manipulado
en la Comunidad Valenciana. Viejos estereotipos de la organización
tradicional del almacén, que muchos creen enterrados –como el control
arbitrario de las horas de trabajo efectivo o los castigos a las opera-

gales a inmigrantes se triplican este año, según los empresarios” (Las Provincias,
6 de enero, 2001); “Detenidos 6 empresarios agrícolas en Orihuela por explotar a
‘sin papeles’” (El País, 28 marzo de 2002); “El empleo de ilegales crece mientras el
gobierno limita a 142 los contratos” (El País, 4 de enero 2003).
13. Prueba de ello son los cursos de formación en recolección, tría y manipulado de
cítricos dirigidos a población inmigrante que imparte el Centro de Estudios Rurales
y Agricultura Internacional (CERAI) con la colaboración de Cruz Roja Española
(www.cerai.es).
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rias– conviven con prácticas de gestión de alta calidad en plantas


supermodernas, al ritmo de sofisticados calibradores automatizados.
Para entender los procesos y cambios que han desencadenado esta
compleja realidad tratamos de indagar en los orígenes históricos y
también en los antecedentes más inmediatos que han configurado una
lógica de funcionamiento productivo que continúa modelando las ac-
tuales situaciones de trabajo en los almacenes.

3.1. De los viejos almacenes a las modernas centrales de


transformación de cítricos

Fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando el negocio


de la naranja vinculado a la exportación cobró una importancia sig-
nificativa en la economía valenciana. En los comienzos de esta etapa
embrionaria, solo una parte de la producción era sometida a un proceso
puntual de aseo, clasificación y encajado de naranjas, fundamentalmen-
te, aprovechando para ello los espacios domésticos. A finales del siglo
XIX nacen los primeros almacenes diseñados como espacios físicos
para llevar a cabo el trabajo de confección y envasado de naranjas,
adoptando la tipología de nave industrial14.
En los inicios, el trabajo del manipulado era completamente ma-
nual. Los almacenes eran atendidos por una gran cantidad de mujeres
ocupadas en la selección y envasado del fruto. Como bien ha destacado
Vicente Abad (1988:29), solo los bajos salarios percibidos por las tra-
bajadoras compensaban la gran cantidad de mano de obra empleada.
El trabajo, de naturaleza artesanal, se organizaba y ejecutaba bajo
la estricta autoridad del amo, figura que con frecuencia encarnaba el
extendido poder económico y social de los caciques locales, tal y como
retrata Blasco Ibañez en su novela Entre Naranjos ambientada (no por
casualidad) en los años noventa del siglo diecinueve en la sociedad
rural de Alzira, una destacada localidad naranjera de la comarca de
La Ribera15.

14. Domènech (1996:119) analiza y describe muchos ejemplos y restos de esta


arquitectura industrial que ha dejado profundas huellas en el paisaje rural y urbano
de las principales poblaciones naranjeras (Carcaixent, Burriana, Alzira, Algemesí,
Vila-real, Nules, etc.).
15. “En el padre de Rafael aún quedaba mucho de aquel estudiantón que tanto
había dado que hablar. Sus gustos de libertino rústico le hacían perseguir a las
hortelanas, a las muchachuelas que empapelaban la naranja en los almacenes de
exportación. Pero tales devaneos quedaban en el secreto: el miedo al quefe [jefe]
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Así, la figura del amo, personalizada bien en el propietario o, por


delegación, en el encargado o capataz del almacén, ha modelado his-
tóricamente la estructura de autoridad y control disciplinario en estos
centros de trabajo. En buena medida, el poder real (y simbólico) del
patrón ha calado profundamente en las prácticas laborales, así como en
la cultura del trabajo del almacén, particularmente en las localidades
rurales de mayor tradición naranjera.
El impulso y la prosperidad que acompañó al desarrollo del co-
mercio citrícola a partir de los años veinte –el período dorado de la
naranja– se manifestaron en la construcción de nuevos almacenes y en
los primeros intentos de racionalización del trabajo en el manipulado.
Aunque fue a partir de 1925 cuando se produjo la gran expansión.
El trabajo en el interior de los almacenes presentaba algunos cam-
bios orientados claramente a la mejora de las condiciones previas a
la selección y a la presentación final del producto, indicadores ambos
de la preocupación que empieza a despertar la calidad de la fruta
exportada.
Poco a poco, la mecanización en los almacenes, como estrategia de
abaratamiento de costes productivos, se fue extendiendo a otras ope-
raciones y procesos del manipulado. Aunque no es muy probable que
estos avances se llevaran a cabo de forma generalizada, la introducción
de estas primeras líneas de selección en serie impuso un nuevo ritmo
al trabajo de las triadoras y encajadoras, cuyo rendimiento pasaría a
estar bajo la vigilancia estricta de una encargada.
Pocos cambios se experimentaron en el mundo del trabajo de los
almacenes durante los difíciles años de la postguerra. Las enormes
dificultades de estos años, la carencia de abonos y fertilizantes y el
desastre que provocó la famosa helada de 1946 que situó las cifras
de exportación por debajo de los resultados conseguidos a finales del
siglo XIX, han llevado a calificar estos largos años como el período
más negro de la citricultura española.
Durante las décadas de los años 1950 y 60 se vivió una reactiva-
ción del comercio citrícola, impulsado, en buena parte, por el auge
del transporte terrestre, el ferrocarril principalmente, que alumbró
la continuidad y el nacimiento de nuevas aventuras empresariales de
corte familiar, algunas de las cuales se consolidarían en poco tiempo
como las primeras firmas exportadoras del país. A esta generación
de empresas con hondas raíces familiares en el negocio pertenecen

ahogaba la murmuración, y como además, costaba poco dinero, doña Bernarda no


se daba por enterada” (Entre Naranjos [1900], Ed. Cátedra, 1997:118).
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algunas de las Sociedades estudiadas o identificadas a lo largo de


nuestra investigación, como las desaparecidas Pascual Arnal, Pascual
Hermanos o las superviventes Frutas Franch (1948) o Torres Hermanos
y Sucesores S.A., esta última gestionada en la actualidad por los nietos
de quien la fundara en 1952.
Al igual que hoy, a principios de los años sesenta, el contraste y la
diversidad definían las situaciones de trabajo en los almacenes. Los
progresos de la estandarización en la confección de naranjas introdu-
cidos por las empresas más pioneras, contrastaban con los sistemas y
formas artesanales de manipulado que subsistían en la mayoría de los
pequeños almacenes.
Una de nuestras entrevistadas16, nacida en Vilavella en 1945 e
iniciada en el trabajo de la naranja con apenas 14 años, evoca un
ambiente de pocos cambios en los centros de La Plana, donde era una
práctica muy frecuente a principios de los sesenta que las mujeres
triaran sobre un cojín en el suelo, sacando a ojo hasta cinco tamaños
de naranja, sobre todo en los almacenes de los “rebuigeros” (comercio
de desecho).
Pascual Hermanos encarnó durante los años sesenta y setenta, a la
cabeza de la exportación nacional, la modernización del sector. Esta
sociedad familiar, pionera por excelencia en la horticultura intensiva
mediterránea y hoy prácticamente desaparecida en la Comunidad Va-
lenciana, llegó a tener ocho almacenes funcionando simultáneamente:
en Almenara, Alquerías del Niño Perdido y Vall d’Uxó (Castellón),
en Sueca, Carcaixent y Alquerías (Valencia), y en Pego y Agost (Ali-
cante), además de los centros establecidos en la región de Murcia.
Algunas de sus plantas se mantenían en funcionamiento durante todo
el año, reuniendo una plantilla global de varios miles de empleados
trabajando frutas y hortalizas además de cítricos. En sus años de es-
plendor, así como hoy, Pascual Hermanos es considerada una de las
empresas más precursoras y modernas en la organización del trabajo
de los almacenes. Además de las novedades tecnológicas y organiza-
tivas (“trabajábamos siempre en función de los pedidos…”) esta firma
mostraba también otros signos de modernidad relacionados con la
gestión laboral, como representaba, por ejemplo, la cuestión concreta
del tiempo de trabajo:

16. Se trata de Victoria, una de nuestras informantes “clave” con más de 40 años de
experiencia directa, que trabaja como Encargada de Tría en una cooperativa de Vila-
vella. Fue una de las entrevistas más instructivas y desmitificadoras que realizamos
(el 13 de junio, 2002) en su casa gracias a la mediación de Concha Domingo.
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“…era uno de los poquísimos almacenes donde se cumplía un


horario fijo de trabajo: de 8 de la mañana a 5 de la tarde con 20
minutos para el bocadillo y 1 hora para comer, cualquier hora que
se hiciera antes o después, se consideraba extra, tanto era así, que
aunque la empresa no tuviera producción y te llamaran a las 10,
todo lo que se hiciera después de las 5, era pagado como extraor-
dinario. Eso no quita que el número de horas que hacíamos era
impresionante, jornadas de 13 horas sobre todo desde mediados de
octubre a mediados de enero que era el grueso de la campaña”.
Un tema éste enormemente importante si tenemos en cuenta la
arbitrariedad que caracterizaba las prácticas de gestión empresarial
predominantes.
Los últimos años de la década de 1980 marcaron un punto de
inflexión en el curso de las relaciones laborales del sector citrícola.
Un tema poco investigado pero que tiene una importancia sustancial
a la hora de explicar y entender algunas de las transformaciones que
han operado en el interior de los almacenes y en el comportamiento
individual y colectivo de las trabajadoras.
La etapa de tensión y conflictividad laboral que vivió el sector
desde 1986 hasta la famosa huelga de collidors de noviembre de 1989,
que paralizó prácticamente la actividad tanto en el campo como en
los almacenes durante diez días y en plena campaña, abrió el camino
hacia la normalización de las relaciones de trabajo en los almacenes.
La conquista (histórica) de un Convenio Colectivo de Comunidad
Autónoma que unificara las condiciones sociales y tablas salariales
de todos los trabajadores cítricolas en las tres provincias valencianas
supuso una larga y dura negociación, cuyos términos incluyeron la
necesaria regulación, también, de las trabajadoras del manipulado.
Las huelgas, conflictos y negociaciones de los años siguientes entre
los sindicatos y la patronal citrícola sirvieron para terminar de consen-
suar las condiciones laborales de las trabajadoras (incrementos salaria-
les, atrasos, antigüedad, el paso de temporal a fijo-discontinuo, etc.) y
regular el funcionamiento de los centros de trabajo, estableciendo, por
ejemplo, el orden de llamamiento por antigüedad, regulando las horas
extraordinarias o exigiendo a las empresas comerciales el alta de las
trabajadoras en el INEM cuando finalizaba la campaña, etc.
Una nueva realidad que despertó también la conciencia de las traba-
jadoras, al tiempo que alumbraba las dificultades y contradicciones que
implicaba la ruptura con un modelo de gestión del trabajo hondamente
enraizado en la invisibilidad y la desvalorización social del trabajo
316 | CANDELA Y PIÑÓN

femenino: el lugar que la mujer venía ocupando (y consintiendo) en


los almacenes, su disponibilidad absoluta, empieza a cambiar.
Para la mayoría de las trabajadoras, la instauración de un marco
legal de negociación colectiva ponía fin a la atmósfera tradicional de
los almacenes perpetuada durante mucho tiempo en torno a un universo
inalterable de códigos, símbolos y costumbres que muchas trabajadoras
heredaban de sus madres y abuelas.
“Aparte de las mejoras y condiciones sociales (que algunas ni ha-
bían soñado), poco a poco, las mujeres de los almacenes empezaron
a darse cuenta de muchas cosas: por ejemplo, que los encargados
y encargadas no muerden, que tienes derecho a un trato digno, que
puedes negarte a hacer horas extraordinarias sin miedo a que te
castiguen o no te llamen al día siguiente, que si un hijo se te pone
enfermo, el permiso no te lo dan porque te hagan un favor, sino
porque te corresponde…”17.

3.2. Los almacenes de naranjas hoy: ¿fábricas flexibles?

En nuestro acercamiento a la realidad concreta de los almacenes de


naranjas, el primer y principal obstáculo ha sido conocer la localización
y distribución de su actividad, así como el número de trabajadores que
emplean. Ante la inexistencia de una fuente estadística fiable que recoja
la actividad citrícola comercial en las comarcas valencianas, y en un
esfuerzo por sobrepasar las barreras de invisibilidad que rodean a los
almacenes de manipulado, nos propusimos construir una amplia base
de datos que reuniera informaciones estadísticas de diferentes fuentes
que pudiéramos, cotejar, para los casos concretos de las comarcas del
Camp de Morvedre y La Plana, con la observación y el trabajo directos
sobre el terreno18.
Para el conjunto de la Comunidad Valenciana, nuestra exploración
estadística confirma las tendencias observadas por estudios anteriores,

17. “Al final hay cosas que están cambiando mucho y dentro de unos años se verán,
aunque todavía tienen que cambiar muchos esquemas por parte de los empresarios,
pero: ¡cuidado!, también, por parte de las mujeres. Yo se lo digo muchas veces:
cuando vosotras seáis capaces de valorar vuestro puesto de trabajo, empezaremos
a ver las cosas de otra manera, porque esto no es una paraeta que entras y sales
cuando te da la gana, esto es un puesto de trabajo, exige tus derechos pero tienes tus
responsabilidades” (Responsable Sindical, FEAGRA-CC.OO. del País Valenciano.
Valencia, 23 de abril, 2002).
18. Sobre los pormenores del diseño y análisis de resultados, remitimos al capítulo
III y a los Anexos de nuestro libro (Candela y Piñón, 2004).
CAPÍTULO VIII | 317

donde Valencia destaca como la provincia con mayor concentración


de empresas hortofrutícolas. Nuestro censo arroja una cifra global de
576 empresas, dedicadas en su mayoría, aunque no en su totalidad, a
la confección y manipulado de cítricos. Una cifra que, sin duda, so-
brevalora la realidad numérica del sector debido, en parte, a la confusa
definición estadística de los almacenes que terminan englobando una
amplia casuística de establecimientos como, por ejemplo, distintas
sedes de una misma empresa, Sociedades de Transformación Agraria
(SAT) sin vinculación directa con el manipulado, empresas de servicios
o proveedoras e, incluso, almacenes agrocomerciales de otras orienta-
ciones productivas. Recordemos que en la última monografía publicada
(Alfonso, Aparisi y otros, 1997) se estimaba un total de 377 empresas
de manipulado hortofrutícola en el conjunto del País Valenciano.
Como cifras orientativas, también de la actividad empresarial y del
volumen de empleo que mueve la rama del manipulado, conocemos,
según el Registro General de la Seguridad Social, que para el último
trimestre del 2002, son 551 las empresas inscritas en el Sistema Espe-
cial de Frutas y Verduras y que cotizaron por un total de 31.335 traba-
jadores, el 65 por ciento, registrado en la provincia de Valencia19.
Centrándonos en el análisis de nuestra geografía naranjera, la in-
formación estadística sobre centros de trabajo confirma la notable
concentración de almacenes de naranjas en la comarca castellonense
de La Plana Baixa (92 en total), así como su persistente distribución
geográfica en torno a las principales localidades naranjeras de Burriana,
Nules, Villa Real y Alquerías del Niño Perdido. En un radio aproximado
de ocho kilómetros se concentra el 60% de las centrales de manipulado
citrícola que continúan abasteciéndose de mano de obra local para
su funcionamiento. Concretamente, 4.084 es la cifra aproximada de
trabajadoras en esta comarca. En efecto, la presencia de este contin-
gente de mujeres es lo que continúa caracterizando las estrategias de
ubicación y/o relocalización de los establecimientos de manipulado. El
peso de redes de parentesco y vecinales terminan aglutinando a muchas
mujeres que, sin más expectativas de trabajo, acuden puntualmente a
los almacenes durante la cita anual de la campaña.

19. Una de las estrategias de aproximación estadística-laboral al colectivo del mani-


pulado ha sido la consulta de los datos de afiliación donde normalmente se inscribe,
es decir, dentro del Régimen General, en el Sistema Especial de Frutas y Verduras
(actualmente incluye también Conservas Vegetales-0132), y analizar de forma des-
agregada, por comarcas y municipios, su representación. Sobre los límites y dificulta-
des de esta fuente véase nuevamente el tercer capítulo de Mujeres entre Naranjas.
318 | CANDELA Y PIÑÓN

La cooperativa citrícola, muy arraigada en la producción agro-


comercial de la zona, aparece como la forma jurídica predominante
en los municipios de La Plana Baixa (49%), junto a la presencia del
negocio particular de carácter familiar que se recogen bajo la moda-
lidad de Sociedad Limitada (el 16%). El escenario de proliferación
de cooperativas de reducido tamaño que agrupaban los intereses de
los pequeños agricultores locales, tan palpable en los años ochenta y
noventa, ofrece hoy una realidad bien distinta, y son, precisamente,
la fusión (y/o desaparición) de cooperativas y la absorción y concen-
tración empresarial lo que define una de las principales estrategias de
supervivencia del sector20.
La evolución de las condiciones técnicas y económicas de la pro-
ducción citrícola ha influido también en la dimensión media de las
plantillas. Más de la mitad de los establecimientos de La Plana poseen
menos de 100 empleados. Nóminas modestas que se combinan con un
significativo 16% de centros que registran plantillas de más de 200 y
hasta 1000 trabajadores, donde se ubican los almacenes más modernos
y de mayor capacidad productiva (por ejemplo, Nulexport).
Por su parte, la comarca del Camp de Morvedre reúne, según nues-
tros cálculos, un total de 25 almacenes con una mayor implantación del
negocio privado. Sagunto es el municipio que continúa concentrando
la mayor actividad comercial, albergando el 58% de los establecimien-
tos y más de la mitad de los 897 trabajadores censados. En general,
la pérdida de dinamismo citrícola en esta comarca y su fragmentada
estructura comercial se refleja en nóminas de personal y saldos de
facturación cada vez más moderados. En su mayoría, los centros de
trabajo no superan los 100 empleados, con un 47% de plantillas me-
nores de 50 trabajadores.
En definitiva, a partir del análisis y contraste de estos datos, obser-
vamos la acentuación de algunas tendencias ya apuntadas por Domingo,
entre otros autores, que pronosticaban una disminución progresiva
del número de almacenes, y la reducción tendencial de la oferta de
empleo.

20. Remitimos al ejemplo de la cooperativa de Vilavella comentado en páginas


anteriores. De los tres almacenes-cooperativas estudiados en esta pequeña localidad
por Domingo Pérez (1993) hoy solo funciona uno. En otro casos, durante el trabajo
de campo, hemos sido testigos de fusiones o desapariciones, como el verificado in
situ recientemente en el municipio de Vall D`Uxó, donde cuatro de las seis coope-
rativas locales (registradas en nuestra base de datos) se han fusionado bajo la firma
VALLEXPORT.
CAPÍTULO VIII | 319

Tras este esfuerzo por situar y dimensionar la actividad produc-


tiva de los almacenes ubicados dentro de las comarcas de referencia,
centramos nuestra atención en los procesos y técnicas de confección y
envasado de cítricos, haciendo especial hincapié en el significado y con-
secuencias de los cambios técnicos y organizativos más recientes.
El proceso de trabajo en el manipulado reproduce una secuencia
con una estructura simple, capaz de encadenar tres tipos de operacio-
nes o funciones centrales: 1) selección y clasificado, 2) limpieza y
desinfección, y 3) envasado o confección y preparación del producto
para el mercado.
La clasificación y selección de las naranjas es una de las partes
del proceso que más ha evolucionado, realizándose prácticamente de
forma generalizada mediante dispositivos mecanizados o automati-
zados. En las plantas de manipulado más modernas, esta operación
ha tomado el nombre genérico de calibrado, y su función se reparte
en dos momentos clave del manipulado de la naranja. El primero, es
al inicio del ciclo, donde una línea de precalibrado, bajo un riguroso
control informático, selecciona el género entrante en función de su
calidad, tamaño y grado de madurez. Esta primera criba, capaz de
separar simultáneamente el destrío (desecho), las naranjas verdes y el
género óptimo, es fundamental para la planificación del trabajo diario
y un claro reflejo de las transformaciones más recientes que reclaman
una mayor coordinación y capacidad de aprovisionamiento –del flujo
de cosecha recolectado– para gestionar más ágilmente los pedidos. La
función contadora e identificadora de la naranja entrante que propor-
ciona el precalibrado electrónico o “máquina de la verdad”, en palabras
de uno de los directivos entrevistados, está evidenciando algunos de
los conocidos problemas del minifundismo citrícola local:
“Por la ‘máquina de la verdad’ pasamos todas las partidas, los
10.000 kg. tuyos o los 5.000 míos, y entonces la máquina que no
sabe de qué socio se trata, porque solo le facilitamos un número
de parcela, pues, te lo saca todo (1ª, 2ª, 3ª…), calibre, color… y
desde entonces el 99% de líos en la clasificación de los entrantes
de socios se ha terminado. Porque aquí tenemos al socio más pe-
queño, al más grande, al que mejor lleva la tierra y el que peor la
lleva y ese se descubre que no puede seguir porque cuando llega
le dices: oiga Ud. tiene terceras calidades y con lo que saca no
puede ni cultivar”.
Asimismo, la integración de una avanzada gama de cámaras de
conservación y enfriado (preenfriado con aire forzado húmedo, des-
320 | CANDELA Y PIÑÓN

verdizado, hidroenfriado…) posibilita un mayor control de los ritmos


de producción, garantizando las necesidades mínimas para un abasteci-
miento ininterrumpido del proceso de manipulación.. Se logra planificar
la producción de forma más ajustada trabajando básicamente con cero
stockaje y realizando pedidos de hoy para mañana.
Como sucede en la moderna agricultura y en la realidad agraria mur-
ciana (Friedland, 1994 y Pedreño Canovas, 2000:85), la introducción
de esta decisiva tecnología de post-recolección representa “el anclaje
de una organización de la producción que hace inseparable la labor
propiamente agraria de la labor propiamente industrial”. En nuestro
caso concreto, la introducción del precalibrado electrónico, reemplaza
partes mecánicas del proceso de trabajo tradicional, sustituyendo a
las cuadrillas de triadoras que seleccionan manualmente desde las
clásicas plataformas elevadas (“escaleras” en la jerga del almacén)
las naranjas buenas y las de desecho (o destrio). Ahora, se requiere
un trabajador (normalmente varón) altamente cualificado capaz de
modificar la programación electrónica.
Con todo, nos encontramos ante una estrategia de ahorro de costes
laborales y mejora en el servicio al cliente, por la que parecen apostar,
nuevamente, las centrales más innovadoras del sector, aunque no se
han alcanzado los efectos amortizadores que esta avanzada tecnología
prometía:
“En la práctica [los calibradores] nos está dando algunos pro-
blemas. Si la fruta está madura y bien coloreada, trabaja bien,
pero si está algo más verde de color, las confunde y las tira fuera,
claro, como la probamos con fruta madura. […] /Nos gastamos
250 millones en una máquina que teóricamente tenía que traba-
jar para ahorrar de 20 o 30 mujeres, pues son 210.000 pesetas y
30 problemas menos porque, además, cada mujer u hombre es
un problema. Entonces una máquina de estas sería la salvación”
(Gerente de una cooperativa exportadora de Nules).
Una vez en línea, tras el lavado, desinfección, encerado y secado
de las naranjas, se produce el segundo momento clave del calibrado,
que responde a la clasificación principal del proceso de selección de
la fruta (líneas de calibrado robotizado).
En la organización interna del trabajo, otra innovación de significa-
tivo alcance ha sido la mecanización y robotización de la circulación
de mercancías y su colocación en palets, funciones hoy plenamente
integradas en la mayoría de los almacenes.
CAPÍTULO VIII | 321

En las líneas de encajado tradicional, que según hemos observado


todavía son mayoritarias en muchos pequeños y medianos valencianos,
las mujeres están de pié, dispuestas en torno a una mesa central que
recibe las naranjas debidamente calibradas, y su trabajo consiste en ir
colocando la fruta, una por una, en las cajas que tienen delante y que
una vez llenas depositan sobre una cinta, debajo de la mesa, la cual las
transporta hasta otra sección donde se colocan y grapan las cubiertas
de malla y las etiquetas correspondientes. Un sistema de recorrido
aéreo suministra cajas a las operarias de esta sección.
Como ya hemos señalado, el trabajo de confección y manipulado de
cítricos es muy intensivo en labores manuales, y tradicionalmente exige
una serie de destrezas vinculadas a la familiaridad visual con el fruto y
la rapidez de movimientos, bien para su selección o empaquetado. En
particular, estas operaciones acaparan los porcentajes más altos de la
ocupación femenina de los almacenes. El trabajo de encajar, tanto por
su naturaleza artesanal como por los años de aprendizaje que requiere,
representa una de las labores más especializadas del almacén, una
cualificación implícita vinculada a la experiencia (y al orgullo) y a la
definición de un puesto concreto sin ningún tipo de reconocimiento.
“¡Como vas a comparar!: donde esté una caja, encajada por nosotras
que se quiten las máquinas”, fue el expresivo comentario de una de las
entrevistadas al mencionar los progresos de los robots envasadores. No
obstante, esta cualificación no se recoge en el convenio.
El almacén desempeña una función principal en la organización
del proceso productivo de los cítricos, generando un doble flujo de
información “hacia el campo”, por un lado, y hacia el mercado. De
esta manera, el almacén se presenta, coincidiendo con el diagnóstico
de Pedreño Canovas (2000:85) como centro administrativo y comer-
cial de la empresa, en donde cada vez más se determina y controla el
trabajo y la calidad de los cítricos valencianos21.
Otro elemento que destaca en la modernización más reciente de
la gestión de los almacenes es la tendencia a integrar, mediante la in-
formática, el proceso propiamente de confección y manipulado con la
oficina administrativa que desempeña en el pesado tareas y controles
de contabilidad e identificación de las naranjas entrantes, facturaciones
(a cada uno de los socios en las cooperativas, por ejemplo), etc. Ahora,
desde el pesado de la fruta en los muelles de carga hasta su salida en

21. La “trazabilidad”, desde su lado más aséptico (método de etiquetado o DNI del
producto), funcionaría, pues, como uno de los dispositivos clave de esta estrategia
de gestión integral de calidad.
322 | CANDELA Y PIÑÓN

el punto terminal, todo el proceso estaría informatizado22. Ahora bien,


en términos reales, estaríamos hablando de una informatización sui
géneris sobre todo en los almacenes más pequeños –es decir, los más
numerosos– que optan por subcontratar este servicio especializado a
empresas locales de abastecimiento y asesoramiento informático. La
desconfianza y falta de formación de los cuadros medios de muchos
almacenes (encargados, sobre todo) hacia este tipo de tecnología in-
formática, se muestra, como hemos constatado en nuestras visitas, en
el funcionamiento de un doble sistema de control: el ordenador del
calibrador de entrada (conectado a la oficina de Infalsys) y el control
paralelo de los “estadillos de papel” que siempre han hecho las oficinas
de los almacenes. Como ésta, se observan otras interesantes estrategias
de resistencia y subversión a las nuevas reglas de gestión y sobre todo
a las normas de calidad implantadas (ISO-9000, etc.) a las que habría
que seguir la pista23.
Por otro lado, algunas firmas destacadas de nuestro universo de
estudio poseen una amplia infraestructura comercial que les permi-
te el mantenimiento de varios almacenes de naranjas, ampliando su
funcionamiento productivo, en algunos casos, con otras campañas de
frutas y hortalizas. Estas estrategias de localización (y re-colocación)
de establecimientos permiten a los comerciantes secuenciar el trabajo
de la campaña y jugar con mayores márgenes a la hora de atender las
demandas imprevistas.
La Sociedad Miguel García, por ejemplo, tiene su almacén central
en Sagunto y una sucursal en Nules que mantiene en funcionamiento
hasta el final de campaña aprovechando la naranja tardía. Esta fór-
mula le sirve también de cobertura ante problemas o imprevistos en
momentos punta, como la avería mecánica que provocó la suspensión
del trabajo en el almacén de Nules durante una de nuestras visitas
de campo, facilitándonos la oportunidad de entrevistar a una de sus
trabajadoras: “…me pilláis de milagro porque se paró la máquina y
entonces nos mandan a casa; si no nos llaman para volver esta tarde,
es que se lo llevan a Sagunto…”.
En otros casos, como Frutas Romu, la simultaneidad de varios
centros de trabajos se utiliza para reforzar las estrategia de gestión de

22. Por ejemplo, en nuestra zona de estudio tiene una gran implantación INFALSYS,
empresa especializada en la gestión de almacenes hortofrutícolas (www.infalsys.es).
23. Sobre su significado e interpretación en un marco comparativo con los dispo-
sitivos implantados y las actitudes desarrolladas por los trabajadores de la máquina
herramienta, véanse los trabajos de Arturo Lahera (2000 y 2004).
CAPÍTULO VIII | 323

mano de obra, fomentando la competitividad entre los almacenes y


aprovechando el grado de sometimiento (de debilidad de acción) de
las trabajadoras: “…que en Sagunto no quieren hacer horas extras,
pues abro el almacén de Vilavella”, resume, en opinión de algunas
trabajadoras afectadas, la actitud amenazante del responsable.
La empresa Llusar, por su parte, representa un caso típico de “estra-
tegia de relocalización”, trasladando recientemente su actividad desde
el almacén que mantenía en Vilavella (Domingo y Viruela Martínez,
1997) a una planta de nueva y moderna construcción que exhibe a la
entrada de Chilches, donde sabía que no le iba faltar mano de obra
femenina dispuesta y experimentada.
Las largas jornadas, los intensos ritmos de trabajo y el perpetuo
clima de tensión que mantienen los almacenes de manipulado du-
rante el período fuerte de la campaña (octubre-enero), se justifican
insistentemente en todos los medios consultados por las presiones de
un mercado cada vez más liberalizado y por el inevitable poder de las
multinacionales de distribución alimentaria.
“Unos y otros [la patronal] entendemos las variaciones tecnoló-
gicas que se han producido y las variaciones de mercado que son
muy importantes. Hoy no se trabaja igual que en el año 79, ni que
en los 80, cuando te llegaban los pedidos con mucho tiempo y
podías organizarte, hoy las grandes superficies, los problemas de
la globalización, nos están machacando los centros. Eso de decir:
yo te paso un fax (como hace Carrefour) y me pasas tantos palets
para esta noche y los quiero mañana a primera hora, y si no me los
mandas tú, pues se los pido a otro. Este poder que tienen hoy las
grandes superficies sobre las empresas, entonces no se tenía”.
En el caso de las cooperativas, la problemática en torno a las formas
de gestión de la fuerza del trabajo es todavía más complicada, debido a
que, en muchas ocasiones, la frontera entre los deberes y obligaciones
de socios y trabajadores sigue siendo muy difusa:
“Porque en las cooperativas se juega con una cuestión de fondo
que termina por confundirlo todo, a las trabajadoras socias se les
dice: no pasa nada porque cobréis un poco menos porque luego
en el precio de la naranja os lo damos. Vamos a ver, como yo les
digo: ¡noooo!, los socios de la cooperativa tienen que aprender a
defender sus derechos en las juntas de socios y sus derechos como
trabajadores dentro del centro de trabajo” (Responsable sindical,
Feagra, CC.OO.- P.V.).
324 | CANDELA Y PIÑÓN

Frente al convencimiento sindical de que un modo mejor de produ-


cir naranjas es posible, con menos estrés para trabajadores y gerentes, la
patronal responde con el pertinaz argumento de lo inevitable de la orga-
nización económica actual: “…las exigencias del mundo globalizado,
el precio que tenemos que pagar si queremos que nuestros almacenes
de naranjas se conviertan en auténticas fábricas de alimentación”,
etc24. En efecto, la entrada y el afianzamiento de los grandes operadores
internacionales en el sector hortofrutícola en general –recordemos que
desde 1988 prácticamente se ha duplicado el número de hipermercados
y grandes supermercados en Europa–, ha transformado las condiciones
tradicionales del comercio citrícola, imponiéndose cada vez con mayor
insistencia la máxima del poder absoluto del mercado.
Y para hacer frente a la creciente exigencia y competitividad del
mercado europeo y mundial, los exportadores citrícolas valencianos
responden con una firme apuesta por una gestión de calidad del pro-
ducto que, desde hace algunos años, se extiende también a todo el
proceso que recorre su elaboración, desde el cultivo hasta el transporte
pasando por el estadio intermedio de la confección. Iniciativas públicas
de estímulo a la producción integrada, la insistencia en prácticas de
gestión que incorporen la trazabilidad del producto, las campañas de
promoción de la llamada Identificación Geográfica Protegida (IGP)
“Cítricos Valencianos”, son algunas muestras del interés que la calidad
despierta, al menos en el discurso y en la imagen publicitaria25.
Ahora bien, más allá del empuje real de estas intenciones, cons-
tatamos cómo (también) el sector citrícola se ha contaminado de la
corriente propagandística de la “gestión total de calidad”, haciendo
de ella uno de los pilares más firmes de su estrategia de desarrollo.
Así pues, la calidad y la innovación abanderan una firme apuesta, más
discursiva que real, que se inicia en la elección de las condiciones del
sitio y de las variedades de producción, continúa con una recolección

24. Presidente del Comité de Gestión de Cítricos, entrevista realizada en Valencia,


el 14 de junio del 2002.
25. Igualmente, la “crisis de la mosca”, desatada a raíz del bloqueo de las auto-
ridades norteamericanas a la exportación de clementinas españolas en noviembre
del 2001, puso de manifiesto la capacidad de movilización del sector. La reacción
unánime de los actores involucrados (una especie de pacto implícito) silenciando
las primeras noticias sobre el veto a las clementinas para que no afectara al mercado
europeo en un momento punta de la campaña, refleja el clima de reserva y secre-
tismo que impregna el comportamiento del empresariado citrícola valenciano. En
esta ocasión, la alianza entre agricultores, productores y comerciantes (nacionales y
exportadores) minimizó la catástrofe de pérdidas que este suceso hubiera ocasionado
de haberse propagado inmediatamente la noticia.
CAPÍTULO VIII | 325

cuidadosa, se prolonga con una exigente labor de manipulación y


confección conforme a los requerimientos del mercado y, finalmente,
culmina con el transporte, distribución y venta en el tiempo previsto
apoyado por una buena política de promoción y venta que garantice
la calidad original del producto y satisfaga las expectativas del consu-
midor. Así, paradójicamente, el ideario de la “calidad total” prevalece
en estrategias y prácticas empresariales recientes, llegando incluso
a representar por sí mismo, un atributo principal, sin que el origen
valenciano del cítrico sea una condición sin e cuan um de calidad. De
esta manera, los procedimientos y tratamientos de post-cosecha (los
almacenes) pueden sustituir el peso del linaje de la naranja valenciana.
La tendencia hacia la deslocalización de los cítricos, como reflejan
la rápida expansión de cultivos fuera de la Comunidad Valenciana y
la importación de fruta extranjera para completar el calendario de la
campaña local, son algunos fenómenos recientes que revelan el alcan-
ce y las limitaciones reales de la “certificación” de la calidad. Cada
vez son más los comerciantes castellonenses que optan por invertir
en zonas de Tarragona y Huelva, donde pueden adquirir propiedades
más extensas a precios más asequibles y en mejores condiciones pro-
ductivas, garantizando la calidad del abastecimiento de sus centrales a
veces con variedades que refuerzan una planificación más secuenciada
del trabajo del manipulado26.
Precisamente, la ampliación o el alargamiento de la campaña, favo-
recido por la renovación tecnológica de los almacenes en los últimos
años, aparece como uno de los desafíos inminentes para la sosteni-
bilidad del sector. Hemos visto cómo las inversiones en sofisticados
equipos de refrigeración de amplia capacidad están permitiendo, en
buena medida, y en las plantas más modernas, una progresiva des-
estacionalización de las tareas del manipulado. Fenómeno al que
contribuye decisivamente, la cada vez más regular importación de
“cítricos extranjeros” y la apertura de nuevos mercados de materia
prima que garanticen el abastecimiento y funcionamiento de las cen-
trales de manipulado durante todo el año, reduciendo al mínimo, los
meses tradicionales de parada, y consiguiéndose, en definitiva, una

26. “Tarragona está plagada de propietarios citrícolas con residencia en Castellón”,


Todo Citrus (núm. extra del 2002). “Zonas de Andalucía o el Delta del Ebro acogen
la ampliación de varias explotaciones castellonenses. Sevilla, Córdoba y Huelva
son las tres provincias escogidas por un importante grupo de empresarios que han
optado por desplazar sus puntos de producción o expandir su negocio, más allá de
la Comunidad Valenciana” (‘El cítrico se deslocaliza’, en El País, C. Valenciana, 25
de abril, 2004).
326 | CANDELA Y PIÑÓN

mayor racionalización del trabajo del manipulado. El futuro del sector


dependerá del éxito de las posibilidades que contribuyan a garantizar
“campañas citrícolas donde se trabaje todo el año”27.

3.3. Las trabajadoras del manipulado de cítricos

Estudios e investigaciones recientes sobre las empresas del ma-


nipulado hortofrutícola del País Valenciano, han destacado, entre
otros, dos aspectos fundamentales: la consolidación de una elevada
tasa de empleo femenino en el sector (más del 80 por ciento) y las
precarias condiciones de trabajo que comparten las trabajadoras de los
almacenes28. Sobre la base de estas informaciones y de las observa-
ciones recopiladas a lo largo de nuestra investigación, nos asomamos
a la realidad laboral de las trabajadoras del manipulado citrícola. Una
situación compleja, no exenta de fisuras y contradicciones, a la que nos
aproximan las propias mujeres a través de sus experiencias, vivencias
y percepciones.
Jimena tiene 55 años y trabaja desde los 15 en el almacén, triando y
encajando naranjas. Aunque cada año el trabajo le cuesta más, le gusta
volver cada campaña y reencontrase de nuevo con sus compañeras,
además de obtener una importante ayuda económica para enfrentar los
gastos domésticos. La trayectoria laboral y vital de Jimena ilustra ejem-
plarmente la de otras tantas mujeres del manipulado que ingresaron en
los almacenes siendo muy jóvenes, a mediados de los años sesenta o
principios de los setenta, los abandonaron para casarse y dedicarse al
cuidado de sus hijos y regresaron, pasados algunos años (y cumplidos
muchas los cuarenta), permaneciendo hasta hoy en activo en espera
de completar su cotización para jubilarse dignamente.
Es éste uno de los perfiles sociodemográficos más definidos en las
plantillas de los almacenes, que representa a mujeres casadas en su
mayoría con una larga y amplia experiencia en el oficio, que han vivido
los cambios más significativos operados en los almacenes:
“Encajar no era fácil y eso no se olvida. Ahora no se hacen las
americanas que se hacían antes, que eran unas cajas de aquí a allá,
de madera, que la tenías que hacer en dos veces, de las orillas al
medio, que te bajara y de arriba, que te subiera. Porque luego,

27. “Intercitrus defiende la necesidad de que la campaña citrícola se alargue” (El


País, C. Valenciana, 9 de julio de 2004).
28. Concretamente a los trabajos ya mencionados de Domingo Pérez (1993, 1997)
y la obra colectiva de Alfonso, Aparisi y otros (1997).
CAPÍTULO VIII | 327

cuando les ponían las maderas, no se tenían que rozar la de los


lados y para encajar eso, tela. Pero ahora es facilísimo encajar”
(Jimena).
Diana, a sus 25 años ha trabajado de camarera, limpiadora, depen-
dienta, ayudante de cocina…, antes de recalar en un conocido almacén
de Sagunto. De todo lo que ha probado en su corta pero vigorosa expe-
riencia laboral (que inició con 16 años), reconoce que el almacén es el
trabajo que más le complace, sobre todo ahora que se siente integrada
entre sus compañeras y muy implicada en la actividad sindical del cen-
tro. Esta casada con un trabajador fijo del metal, tiene un nivel medio de
estudios y a corto plazo no tiene expectativas laborales de cambio.
En este caso, nuestra informante aparece como la excepción a la
regla, desviándose de otro nítido perfil generacional representativo de
estos centros de trabajo: jóvenes, casi siempre solteras y en período
formativo, que recurren esporádicamente al empleo temporal de la
campaña como fórmula transitoria para ganar dinero. Recordemos
que hace apenas unos años, el grupo de mujeres entre 18 y 35 años
representaba el 38 por ciento del colectivo de las empleadas en el
manipulado hortofrutícola valenciano.
Entre ambos grupos, según la literatura especializada y nuestras
propias observaciones, (re)conocemos otro segmento generacional
representado por mujeres de edades intermedias, de 35 a 45 años (e,
incluso, próximas a los 50), casadas, con hijos en edad escolar y con
una formación limitada, sin otras posibilidades laborales. Este perfil
de trabajadora se ajusta perfectamente a la experiencia de Hortensia
y de Pilar, otras dos de nuestras entrevistadas que desde diferentes
circunstancias domésticas han seguido trayectorias laborales muy
similares29.
Las informaciones recogidas indican que la media de edad de las
mujeres oscila entre los 42 y 45 años. El anclaje o la inserción genera-
cional será una de las variables que más peso tenga en la configuración
de vivencias y opiniones que, en algunos casos, unen o uniformizan,
y en otros separan la experiencia común de nuestra trabajadora co-
lectiva.
La temporalidad y la flexibilidad horaria, son, sin duda, los ele-
mentos distintivos de la situación de trabajo de las asalariadas de los

29. Estas cuatro informantes presentadas –cuyos testimonios identificaremos en


adelante con nombres ficticios: Jimena, Diana, Hortensia y Pilar– representan, junto
con Victoria, Sara y Felisa, el núcleo central de entrevistas, realizadas entre Sagunto
y Valencia los días 23-24 de abril y 11 de junio del 2002. Documento 6.
328 | CANDELA Y PIÑÓN

almacenes. Son casi excepcionales los centros de trabajo que cum-


plen un horario fijo durante toda la campaña. Concha Domingo Pérez
(1993:96-101), en su trabajo de campo en la Vilavella, ha documentado
ampliamente la trayectoria del calendario de la campaña y su incidencia
en la demanda local de empleo, poniendo de relieve cómo los mayores
volúmenes de trabajo (donde se alcanza las 40 horas semanales) se
concentran a partir de la segunda semana de diciembre hasta mediados
de febrero. Durante el período punta de la campaña, las trabajadoras
afrontan las jornadas más largas e intensas, sobrepasando en algunos
casos semanas de 70 horas de trabajo30.
Efectivamente, el carácter estacional de la actividad condiciona el
estatus laboral de estas mujeres, que acuden a los almacenes siendo,
en la mayoría de los casos, contratadas como trabajadoras fijas-dis-
continuas, una especial forma de contratación fija a tiempo parcial
que se adquiere trabajando dos temporadas consecutivas de 30 días
como mínimo31. Precisamente, esta condición de “temporalidad” u
“opcionalidad” (legitimada, incluso por el tipo de relación contractual),
en contraste con la continua y principal disponibilidad laboral de los
hombres, nos ofrece también una de las claves para entender la valo-
ración y percepción de las trabajadoras sobre su propio trabajo.
Como ya hemos comentado, la presencia de las mujeres en los
almacenes de naranjas está limitada a unas cuantas ocupaciones, tria-
doras, encajadoras, operarias de máquinas, encargadas de la limpieza,
todas ellas bajo una misma categoría profesional32. En general, se trata

30. “[…] es una marcha que no te puedes casi ni lavar, como aquel que dice, a un
ritmo de 15 a 16 horas diarias y así durante semanas”. Los cálculos de Domingo
(1993:101) estimaban en una media de 746 horas normales y 120 horas extras por
mujer al año, que en ningún caso se alcanzaba las cien jornadas anuales.
31. En el momento en que escribimos estas páginas, se ha firmado el nuevo “Con-
venio Colectivo de manipulado y envasado de cítricos, fruta y hortaliza para la
Comunidad Valencia (2003 al 2010)”, aprobado desde el 1 de septiembre de 2003
y publicado en el DOGV el 25 de marzo de 2004. Tras un polémico proceso en el
que se hicieron patentes las diferencias entre los sindicatos UGT y CC.OO., el texto,
finalmente fue ratificado por UGT-FTA, el CGC y APECA.
32. La clasificación profesional se recoge en El Acuerdo de Sustitución de la Re-
glamentación Nacional de Trabajo del Manipulado para el Comercio y Exportación
de Agrios, texto legal sustituto de las antiguas Ordenanzas Laborales (Artículo 15).
En el último Convenio publicado, se especifican dentro del “Personal de encajado,
clasificado y selección” dos categorías: la ya existente de “Encajador-a/Triador-a”
y la nueva figura de “Encajador-a/Triador-a Sin Experiencia”. Esta última novedad
hace referencia al personal que no acredite una experiencia de al menos 75 jornadas
de trabajo efectivo, y se regula en condiciones de menor remuneración.
CAPÍTULO VIII | 329

de trabajos muy rutinarios y repetitivos (esencialmente en las labores


manuales al principio y al final de la cadena del manipulado, es decir,
en la tría y en el envasado). Solo las operarias de máquinas requieren
una cualificación específica.
Si bien en los almacenes de cítricos no existen fórmulas de medición
de rendimientos fijos o sistemas de premios formalmente establecidos,
la función de vigilancia y el control que ejercen los niveles de man-
dos (encargadas, supervisores, etc.) sirve, precisamente, para exigir
(recriminar o reforzar) a las trabajadoras un ritmo óptimo de trabajo
diario: “…oye tu, fulanita, a ver si mañana espabilas más que hoy te
han faltado cajas…”33.
Asimismo, en algunos centros, el control y el poder de los cargos
intermedios, normalmente puestos de confianza de la dirección, se
extiende al terreno disciplinario del trabajo diario con decisiones y
traslados muchas veces arbitrarios, amenazas y castigos a las trabaja-
doras, prácticas, todas ellas, muy arraigadas en la cultura jerárquica
del antiguo almacén:
“…donde yo trabajo es un almacén como los de antes, con el amo
achuchando…, la encargada me tenía enfilada y me he tirado cuatro
temporadas quitando podrido y luego, como gran favor, me pasó
a reponer el aéreo…; a mí también me han castigado y mira que
llevo años en la empresa, pero castigada eh: ‘así aprenderás a no
contestar y que la encargada soy yo’, y toma, ¡chúpate el podrido
todo el día!…”.
En este sentido, la disciplina laboral del almacén está perfectamen-
te establecida, aunque descansa la mayoría de las veces en normas y
preceptos informales; una mezcla de actitudes de amistad, vecindad,
compañerismo y paternalismo, tan eficaz como cualquier otro meca-
nismo de control (Aguilar Criado, 1999:147).
La formación (o especialización) de las trabajadoras, en el caso de
la triadoras y encajadoras más mayores, viene de lejos, y en las más
jóvenes predominan los sistemas informales, donde las trabajadoras
veteranas transmiten a las inexpertas sus conocimientos en la misma
línea de manipulado.
La experiencia concreta de Hortensia, que en la última campaña
ha pasado de triadora a controladora de robots, es un buen ejemplo
del tipo de promoción profesional que está favoreciendo el proceso

33. “…Para mí, una buena encajadora es la que hace las cajas limpias, bien hechas
y bien terminadas, la que la encargada te pilla detrás y no te quita ninguna caja”
(Hortensia, trabajadora del manipulado en una cooperativa de Sagunto).
330 | CANDELA Y PIÑÓN

de tecnificación de los almacenes, abriendo nuevos, aunque escasos,


horizontes ocupacionales para las trabajadoras:
“Ahora estoy en los Robots; empecé a principios de temporada, sin
hacer ningún cursillo, resulta que la chica que los llevaba no pudo
incorporarse a trabajar la primera semana y me dijo el encargado
que si quería, y dije ‘bueno, vale’ […]. Fácil no es, te voy a hablar
por mi experiencia, llegas ahí y va todo mecanizado por ordena-
dores, llenos de botones y te entra un susto. Pero ahora que llevo
toda la campaña, ahora sí ya te puedo decir que incluso sola, los
pongo en marcha, los paro, envío las etiquetas del ordenador a los
robots, pero a mí me ha costado toda la trayectoria desde octubre
que entré. Con el ratón, al principio me volvía loca, y eso que he
estado muchas horas en casa practicando con mi hijo, ahora ya
me he hecho gato y lo cazo bien, pero no ha sido nada fácil. […]
Pero, te voy a ser clara, he llegado a la conclusión de que ahí estoy
divinamente. Curras, sabes, no te creas que no, porque si yo no
estoy cambiando cintas, estoy encajando mallas como todas”.
Este ejemplo de reciclaje profesional revela también el modo más
optimista en que algunas trabajadoras, sobre todo las más veteranas,
perciben los cambios técnicos en los almacenes. Los avances del con-
trol informático van despertando el interés de algunas operarias cuando
éstas tienen la oportunidad de conocer las ventajas concretas que ofre-
cen, como el conocimiento del tiempo de trabajo efectivo:
“Es un trabajo más distraído, todo los días te pasan una cuartilla y
yo en cuanto veo la faena que hay ya puedo echar cálculos y hay
veces que digo: ‘oye, tranquilas que hoy salimos a merendar’”.
(Hortensia).
La uniformización de la situación de las trabajadoras del manipula-
do, reconocida en los convenios, tiene también su reflejo en el ámbito
salarial: no importa el contenido ni la responsabilidad del puesto de
trabajo, todas las mujeres, excepto las encargadas, cobran igual en
los almacenes. Según el convenio colectivo (2002), una encajadora-
triadora cobra al día un salario (bruto) de 37,79 euros (6.288 ptas.), y
8,27 (1.376 ptas.) por cada hora extraordinaria realizada. Este cómputo
se eleva en el caso de las trabajadoras con antigüedad reconocida,
incrementándose tanto el valor del jornal como el de la hora extra34.

34. A estas cantidades base hay que descontar el 6,35% de deducciones de S.S.+FP
Desempleo, además de los porcentajes de retención de IRPF que para cada persona,
según su situación familiar, será diferente. Tablas Salariales 2001-2002. Convenio
CAPÍTULO VIII | 331

Las observaciones recogidas nos muestran cómo, precisamente, en


el pago de las horas extraordinarias, que el convenio contempla de
forma limitada, es donde mayores irregularidades se cometen: “…en
la mayoría de las empresas pagan únicamente el valor ordinario de
las horas, hagas las que hagas”.
La brevedad e irregularidad del trabajo durante la campaña, y las
exigencias de la situación laboral (hace falta acumular 180 jornadas
para cobrar el paro) llevan a que muchas trabajadoras complemen-
ten sus ingresos haciendo verdaderos excesos de horas extras, que en
algunos casos (el convenio lo contempla como un derecho para las
delegadas sindicales) acumulan como “bolsas de horas” transformán-
dolas en valor cotizable para cobrar el subsidio.
A pesar de que en las últimas décadas ha aumentado el poder de
negociación de las trabajadoras del manipulado, todavía son muchas
las resistencias para alcanzar una subida salarial. La falta de concienti-
zación (y aceptación) de las propias trabajadoras y un discurso sindical
dominante poco beligerante respecto a una reivindicación económica
que afecta, en definitiva, al 80 por ciento de las plantillas de los al-
macenes en un momento crítico del desarrollo del sector, no auguran
expectativas de mejoras salariales con efectos inmediatos35.
Los verdaderos estragos del trabajo del almacén se hacen más que
evidentes al indagar en la salud de las trabajadoras, un tema que viene
captando la atención de especialistas, técnicos y otros profesionales
implicados en las cuestiones de salud e higiene en el trabajo. Las
intensivas jornadas de trabajo concentradas en las semanas álgidas de
la temporada, el exceso de movimientos monótonos y repetitivos en
la mayoría de los puestos, la identificación de posturas de alto riesgo
vinculadas con tareas específicas (la reposición del aéreo, por ejemplo),
el hecho de trabajar siempre de pié durante muchas horas seguidas en
locales sin acondicionamiento, con humedades y corrientes de aire en
muchos casos, etc., están provocando un alarmante cuadro de lesiones
y enfermedades profesionales entre las trabajadoras.

Colectivo Manipulado y Envasado de cítricos Valencia y Alicante (Feagra-CC.OO).


Véase en la próxima cita algunas de las novedades salariales que introduce el nuevo
Convenio.
35 Recientemente, el nuevo Acuerdo colectivo establece para las encajadoras-triado-
ras un incremento adicional que conlleve en el futuro a la equiparación salarial con
las categorías de apilador/capaceador. Orientativamente el salario previsto (2003-
2004) para la jornada de 8 h., se calcula en 42,12 euros para Encajador-a/Triador-a
y 39,52 euros para Encajador-a/triador-a Sin experiencia.
332 | CANDELA Y PIÑÓN

Según los expertos consultados, las afecciones físicas más comunes


y recurrentes son las lesiones de tipo músculo-esqueléticas, tendinitis,
lumbálgias, deformaciones óseas, etc. Junto a ello, los informes mé-
dicos revelan un alto nivel de ausentismo provocado por bajas psico-
lógicas a causa del estrés, la ansiedad y la fatiga mental, etc., siendo
común que se recurra al consumo de ansiolíticos y tranquilizantes
durante la campaña.
Son, frecuentemente, las trabajadores de más edad las que acusan
y reconocen con mayor firmeza el sobresfuerzo físico y mental que
representa el trabajo del almacén:
“Ahora, cuando hace frío nos protegemos con cajones, nos mete-
mos dentro y así tenemos los pies calentitos. Antes hacía muchí-
simo frío, mira si el frío era insoportable que las señoras mayores
se llevaban una manta y estaban allí, sentadas, triando, o en la
máquina y se envolvían con la manta. Porque entonces estaban
sentadas las triadoras, ahora no, ahora todas estamos de pie. […]
A mí me gustaría dejarlo pronto, porque cada año me siento más
cansada pero, aparte, es que tengo los huesos muy mal, muy des-
gastados, me dice el especialista. Ahora me tienen que operar de
las muñecas, del brazo, las rodillas las tengo hechas polvo, las
cervicales igual…” (Jimena).

3.4. ‘Trabajar en el almacén’:


de la naturalización al consentimiento

El cuadro de vivencias y condiciones presentado es un reflejo, en


definitiva, del proceso de normalización que caracteriza la situación del
trabajo en el manipulado citrícola valenciano, donde la mayoría de las
trabajadoras acepta una realidad laboral con muy pocas expectativas
de transformación o mejora.
Como en tantas otras actividades y ocupaciones ampliamente fe-
minizadas –véase en esta misma obra las realidades descritas para
las trabajadoras de la confección gallega o las empleadas en los Call
Centers madrileños–, la mayoría de las trabajadoras del manipulado
no percibe como injustas ni discriminatorias, las prácticas y condi-
ciones laborales mostradas anteriormente. El peso ideológico de las
representaciones de género explica en buena parte el ocultamiento de
la discriminación, que no nace en los almacenes ni en las percepciones
de las propias trabajadoras, sino que entronca con normas y valores
sociales de más profundo arraigo en las sociedades locales. En nuestro
CAPÍTULO VIII | 333

caso, y durante un largo proceso histórico, la desvalorización social del


trabajo del almacén ha favorecido la naturalización de una situación
de trabajo, y con ella un conjunto de prácticas invisibles, indignas,
excluyentes y discriminatorias para las mujeres.
Desde este ángulo de abordaje, y sobre la base de las dificultades
de desentrañar el significado de estos procesos sociales, consideramos
que deben entenderse e interpretarse las profundas fisuras y contra-
dicciones que emergen de los discursos de las propias trabajadoras.
Por ello, hemos rastreado el significado y el alcance de este complejo
proceso de naturalización que comienza en el propio aprendizaje con
la iniciación tradicional de las mujeres en el trabajo del almacén. Un
aprendizaje laboral y cultural integrado en un amplio proceso de so-
cialización femenina común a los pueblos naranjeros: no había otra
cosa, mi madre, mis tías, las mujeres estaban siempre en casa y cuando
llegaba la temporada, lo normal, era ir al almacén.
Como una prolongación del ámbito doméstico, y desde una cons-
trucción patriarcal, “trabajar en el almacén” es considerado como una
ayuda o complemento familiar, una concepción que históricamente ha
infravalorado su función productiva. La invisibilidad tradicional de esta
relación salarial (entre trabajadoras y empresas de comercializadoras)
ha reforzado y retroalimentado, precisamente, las características de un
trabajo concebido como “ayuda familiar”36. Por tanto, el carácter de
salario suplementario a la renta familiar actúa como un factor determi-
nante de la división horizontal del trabajo (según género): los oficios
masculinos acaparan el trabajo en el campo y las mujeres se emplean
mayoritariamente en las tareas del manipulado (Domingo Pérez y
Viruela Martínez, 1998; Pedreño Canovas, 2000).
A pesar de los cambios y las conquistas de derechos sociales y
laborales, en los discursos de nuestras entrevistadas continúa presente
la concepción femenina del trabajo del almacén: se asume como traba-
jo-ayuda que debe compatibilizarse con el trabajo doméstico.
La persistencia de la (auto)representación del trabajo como ayuda
económica refuerza, sin duda, la posición de vulnerabilidad laboral de
las mujeres del manipulado. No obstante, en la mayoría de los casos

36. Esta situación es la más común en sectores y actividades altamente feminiza-


das en el marco formal e informal de nuestra economía. Véase: Viruela Martínez
y Domingo Pérez (2000), así como el balance ofrecido por Ybarra, Hurtado y San
Miguel (2001). Igualmente, el salario femenino concebido como suplemento a la
renta familiar es común en el mundo rural (García Ramón y Baylina Ferré, 2000).
Asímismo, remitimos al trabajo de Taboadela, Martínez y Castro, en el capítulo V
de este mismo libro, sobre las trabajadoras invisibles en la confección gallega.
334 | CANDELA Y PIÑÓN

los ingresos del almacén se viven y se sienten desde la satisfacción


por la conquista de un cierto nivel de independencia y capacidad de
decisión (económica) en la distribución del gasto doméstico.

4. El almacén en la vida de las mujeres

En este último apartado, y teniendo presente las limitaciones de la


información recabada, nos adentramos en el complejo mundo de las
prácticas y estrategias de adaptación que desarrollan las mujeres para
compatibilizar sus funciones y posiciones en ambas esferas: cómo
viven y cómo resuelven, en definitiva, el día a día de sus vidas como
madres, esposas, amas de casa, trabajadoras del almacén, etc.

4.1. Vivencias, experiencias y estrategias domésticas

Realizado en el ámbito extradoméstico, regularizado por el mer-


cado y remunerado, como hemos visto, el trabajo del manipulado de
cítricos continúa siendo considerado como una ayuda complementaria,
siguiendo el modelo tradicional del male breadwiner. Es su carácter
temporal, a pesar de que cada año se alargue más la campaña y algunas
mujeres reconozcan trabajar de seguido hasta 8 y 9 meses, lo que les
ha permitido (y permite) amoldar sus ciclos biológicos y familiares
sin alterar demasiado su rol reproductivo y su presencia natural y
responsable en el ámbito doméstico. Criar a los hijos, educarlos y
sacarlos adelante, así como el día a día del hogar, son tareas recono-
cidas como propias en los discursos de las trabajadoras más mayores
que, solo en casos excepcionales, asumen como valores educativos (o
mentalidades) en proceso de cambio:
“Se suponía que era el marido el que tenía que trabajar, y a tí te
educaban para estar en casa, criar hijos, atenderlos y educarlos y
todo en casa. Si podías hacer algún jornal o ayudar un poquito en
casa era lo normal. ¡Eso, era la normalidad!” (Victoria).
Desde esta lógica, el trabajo en el almacén se entiende como un
sobresueldo familiar que permite asegurar o mejorar el mantenimiento
del hogar sin poner en riesgo la subordinación de la mujer al mismo. Y
con ello se garantiza el funcionamiento (de siempre eficaz) de la esfera
de la reproducción, no solo como lugar de la producción material de la
fuerza de trabajo, sino también como espacio de trabajo doméstico (y
CAPÍTULO VIII | 335

como lugar de consumo) donde, además, se realizan otro tipo de tareas


como el cuidado y la atención de familiares enfermos37, etc.
Más allá de las diferencias de edad, del anclaje generacional y de
las variantes o condicionantes que implican el pertenecer a un parti-
cular entorno socio-familiar, las mujeres del manipulado comparten
estrategias de supervivencia doméstica y familiar muy semejantes,
particularmente, en relación a la organización concreta y a las inme-
diatas aspiraciones que persiguen. Entre las trabajadoras de mayor
edad –tomemos de nuevo el ejemplo de Victoria–, el contexto familiar
(y la centralidad de la “institución familiar”) y el entorno social fue
determinante en el desarrollo de su trayectoria concreta, limitada por
las escasas alternativas del empleo local:
“Prácticamente, yo he vivido en un ambiente siempre de naranja.
Desde que nací lo primero que vi, serían naranjas, se podría decir.
Porque además de tener nuestros pequeños huertecitos de naranjos
en casa, mi padre se dedicaba a eso, era agricultor. Pero además
en la temporada de recolección de naranja, mi padre siempre tenía
un cargo así; o era capataz de cuadrilla”.
“No había otras cosas, las mujeres, incluso las niñas, yo empecé
a los catorce años, salíamos a recoger la naranja al campo, en
cuadrillas. Yo salí a coger la naranja, cuando terminé los estudios
primarios de Escuela, si fuese ahora, no hubiera ido, hubiera es-
tudiado…”.
Para muchas mujeres, durante la etapa de desarrollo familiar, ter-
minar los estudios primarios implicaba comenzar a trabajar. “Era
otra época. No se podía. Tenía que ayudar en casa de mis padres, que
éramos también cinco; cinco hermanos y yo, la mayor…”. Esta misma
realidad se reproduce también en Sagunto, localidad más pujante por
su puerto y el apogeo industrial de los Altos Hornos. “Eramos siete
hermanos y la cosa no estaba para hacer derroches, y me puse a tra-
bajar en Pascual Hermanos”, nos recuerda Hortensia.
Las operarias más jóvenes de los almacenes han comenzado tam-
bién tempranamente a trabajar-ayudar. La mayoría cuenta con niveles
de estudios medios, bachillerato o F.P.2 que, en ocasiones, terminan
compatibilizándolos con el trabajo de campaña, aunque también son

37. “Cuando te llega la época, que nos llega a todas, en que los mayores se hacen
muy mayores, es terrible…” (Sara). En esta línea de investigación son conocidas
los aportes de Mª Ángeles Durán. Véase, por ejemplo, el número monográfico de
Política y Sociedad (núm. 19, mayo-agosto de 1995) coordinado y presentado por
esta autora.
336 | CANDELA Y PIÑÓN

muchas las que renuncian al itinerario formativo para incorporase al


mercado de trabajo.
La maternidad, en su sentido más amplio, es percibida por la mayo-
ría de las entrevistadas (madres o no) como una función exclusivamente
propia y consustancial a su identidad femenina. En la construcción de
este imaginario simbólico de la maternidad, núcleo duro en torno al
cual gira el poder doméstico –en palabras de los sociólogos-as Torns,
Borrás y Carrasquer (2004:130)–, la mujer asume individualmente
su rol principal de madre sin contemplar siquiera la posibilidad de
compartirlo con su pareja:
“Tuve al niño y no volví al almacén, claro, porque se supone que
yo tenía que estar en casa cuidando al niño y entonces…, ya sabes,
un hijo necesita a su madre… aunque su padre lo quiera mucho,
tú lo has parido, es una parte de tí…”.
El reloj biológico marca una pauta en las trayectorias de estas mu-
jeres, que no se plantearon la vuelta al almacén hasta haber cumplido
con sus responsabilidades reproductoras más inmediatas: “…yo, los
primeros años, lo añoré. Lo que pasa es que he tenido los niños muy
deprisa, y no volví hasta catorce años después” (Victoria).
Esta interrupción de la trayectoria laboral, que se prolonga según
los casos en función del número de hijos y de la solvencia del apoyo
familiar que se tenga (madres, suegras, hermanas…), se encuentra
absolutamente normalizada entre las trabajadoras del manipulado. Y
hablamos conscientemente de “interrupción”, aunque pueda evocar
un contrasentido (no es un trabajo, es una ayuda), porque la presencia
de las mujeres en el almacén, aunque de forma esporádica y puntual,
también representa su salida del ámbito doméstico y el abandono,
aunque sea temporal, de sus funciones “naturales”. En este sentido,
se acepta –malamente– que la mujer trabaje siempre que cumpla con
sus deberes: “…fue la primera cosa que me impuso mi marido, que
si tenía que dejar a mi hijo abandonado, que me olvidara totalmente
del trabajo” (Hortensia).
Una vez reincorporadas al almacén, las trabajadoras-madres, antes
al igual que ahora, deben compaginar la jornada laboral con el cuidado
de los hijos, el trabajo y la intendencia doméstica, entre otras cosas,
y para ello recurren la mayoría de las veces a las redes comunitarias
más próximas integradas por mujeres de la propia familia. En este
contexto, la doble presencia se mantiene y perpetúa gracias al apoyo
familiar, vecinal, a la solidaridad intergeneracional (principalmente
entre mujeres), a la proximidad física que favorece el universo de
CAPÍTULO VIII | 337

acción local (hogar-almacén-casa de la madre-guardería o colegio…),


entre otros factores esenciales que favorecen las estrategias de adap-
tación familiar que desarrollan las trabajadoras38. En muchos casos,
estas estrategias domésticas reproducen los patrones que siguieron
sus madres o las propias vivencias personales: “…a mí me soltaron
en casa de mi abuela con 5 meses” (Diana).
Hortensia recuerda cómo en la época de campaña trasladaba a su
hijo a casa de sus padres.
“…dormía, cenaba, hacía toda la vida ahí. O sea que lo único que
hacía yo era ir a verlo, cuando venía del trabajo. Lo único. Como
era pequeñito no me lo iba a llevar a casa y luego levántate por la
mañana, despiértalo, cógelo… él se quedaba con sus abuelos”.
Por esa misma época, se reincorporaba Sara al trabajo del almacén.
La presencia de su marido, que trabajaba en una gasolinera por turnos,
no era reclamada (al igual que en el caso anterior) en la estrategia de
atención y cuidado de su hija:
“Mi hija estaba con mi madre durante la jornada laboral, que vive
a tres kilómetros y también es una barbaridad levantar a la niña
a las 6 de la mañana para llevarla. Entonces, lo que hago es que
la inscribimos en un colegio en el barrio de mi madre, ella vive
en el puerto de Sagunto y yo en el Pueblo, cuando yo termino de
trabajar, me voy a casa de mi madre, ceno con la niña y me estoy
un rato hasta que se acuesta…”.
A pesar de las combinaciones, cálculos y esfuerzos invertidos en
estas estrategias de acción, el sentimiento de culpa (y la “mala concien-
cia”) por el abandono de la función cuidadora siempre está presente.
Los meses de trabajo se viven y se sienten, por parte de las mujeres,
como un paréntesis en la vida y en la rutina diaria: el tiempo “privado”
se paralizara, la carga doméstica, el reclamo de “los demás”, se hacen
más presentes, desvelándose entonces el significado y las dimensio-
nes reales que representa la doble jornada. Es precisamente en esta
situación, y en sus momentos de máxima intensidad, cuando algunas
mujeres confiesan sentirse presas de la culpa, el remordimiento, la
ansiedad, el estrés, la incomprensión…

38. Sobre la importancia social de la “solidaridad intergeneracional”, entendida


como ese amplio soporte de apoyo material y moral que prestan los padres a los
hijos y a los nietos, y el ahorro público que implica, véase el artículo de Ana Mª
Rivas (1999) en el núm. 36 de Sociología del Trabajo.
338 | CANDELA Y PIÑÓN

“Es durísimo, porque además te crea un estado de ansiedad enorme,


tienes la sensación de que nunca estás cuando debes y siempre
haces menos de lo que puedes. Entonces hay temporadas que lo
pasas fatal, lo pasas muy mal. Esta sensación la tienes sobre todo
cuando tienes hijos pequeños, sientes que te estás perdiendo algo,
porque las mujeres lo asumimos todo, lo de dentro y lo de fuera de
casa. Además, lo queremos hacer todo tan perfecto que siempre
tienes la sensación de que no acabas de hacerlo todo lo bien que
debieras. Yo creo que por eso hay, en estas temporadas, depresiones
en el trabajo, estados de ansiedad, eso a los hombres no les pasa y
en los almacenes se da muchísimo más porque las mujeres tienen
que compagina todo, el trabajo, la casa, los hijos, y luego, el suegro,
la suegra además padres…, todo para mí” (Sara).
Tal y como nos recuerda el final de este testimonio, muchas veces el
cuidado de los hijos se amplía a otros miembros del grupo doméstico,
particularmente familiares mayores que requieren cuidados específicos,
lo que provoca que muchas mujeres multipliquen sus esfuerzos hasta
límites verdaderamente sobrehumanos39.
En el marco concreto de esta realidad, debe interpretarse el valor
que las trabajadoras conceden a algunos “privilegios” de su situación
en el almacén, como es la concesión de permisos para el cuidado de
un hijo enfermo, acompañar al médico a algún familiar, etc., no tanto
reconociendo su derecho legal al mismo, sino viviendo estas ausencias
al trabajo como un trato de humanidad (y favor) por parte de las encar-
gadas y responsables de la empresa. Y muchas trabajadoras, además,
son conscientes de la reciprocidad que implica dichas prácticas, siempre
a la larga beneficiosas para el empresario:
“…hoy te dan permiso porque saben que mañana si te llaman para
venir a una vela o para una jornada larga porque fulanito a hecho
un pedido, tú vas a estar aquí, al pie del cañón”.
Estas estrategias y lógicas de funcionamiento doméstico se ex-
tienden también al terreno del reparto y distribución de los ingresos
obtenidos durante la Campaña. Es sabido que abundan las situaciones
donde el salario de las trabajadoras es decisivo para el sostenimiento
de la unidad doméstica, hogares afectados por el desempleo o la vul-
nerabilidad que implica la condición de jornalero del campo de los

39. “Mis hijos eran pequeños, y yo me iba al almacén, del trabajo llegaba a casa,
hacía la cena, arreglaba todo y salía corriendo al hospital y a lo mejor me quedaba
toda la noche con mi madre. Y me salía de allí para irme a trabajar. Y tenía a mis
hijos pequeños” (Pilar).
CAPÍTULO VIII | 339

cónyuges (Alfonso, Aparisi y otros, 1997). No obstante, la realidad


más ampliamente constatada a lo largo de nuestra investigación nos
sitúa frente a familias en las que los ingresos generados por las muje-
res en los almacenes se conciben como sobresueldos imprescindibles
para el mantenimiento de estrategias reproductivas que garanticen,
por ejemplo, la formación universitaria de los hijos, la diversificación
de patrones de consumo (el apartamento en la playa, un coche más
grande…), entre otras aspiraciones de ascenso social. En el fondo,
lo que se visualizan son estrategias en las que las mujeres generan
recursos propios que les proporcionan mayor un margen de maniobra
en el manejo de una parte del gasto o presupuesto familiar.

4.2. La realidad de “la Campaña”: la vida como trabajo

Junto al cuidado y atención de los hijos, maridos, familiares ma-


yores…, el trabajo doméstico, la intendencia diaria de la casa, es otro
importante capítulo invisible que nuestras trabajadoras asumen como
parte de su responsabilidad en la reproducción. Para la mayoría, el
trabajo comienza en el hogar varias horas antes de entrar en el almacén,
donde se llega “con las costillas calientes” como describe elocuente-
mente una de nuestras entrevistadas en su relato de un día normal de
campaña:
“Esta última campaña [2001-2002] empecé el día de mi cum-
pleaños, el 27 de septiembre, y a lo mejor a lo primero, pues no
terminas las ocho horas, porque no hay bastante naranja, está en
cámara y no está para sacar, entonces hay que esperar. Entramos
a las 8 y a las 9:30 paramos a almorzar media hora, pero, claro,
antes de eso yo he dejado todo arreglado porque me suelo levantar
a las 6 de la mañana para asear y dejar lista la casa. Después de
almorzar nos volvemos a poner hasta las 2 que paramos para co-
mer y siempre corriendo y con el tiempo justo. Ahora, por suerte,
tengo a mi hija que me friega. A las 3 h. nos volvemos a poner
hasta que hacemos las 8 horas, suele ser hasta las 5:30 o 6 si no
hay faena extra. Este año hemos hecho bastantes horas, muchos
días de salir a las 10 y a las 11 de la noche y eso que ha sido una
campaña corta [hasta el 31 de marzo] y se ha acabado antes que
otros años” (Jimena).
En efecto, durante la Campaña la vuelta a casa, ya sea en el medio
o al final de la jornada, significa para las estas mujeres organizar la
casa, las compras, lavar ropas y preparar comidas para el día siguiente
340 | CANDELA Y PIÑÓN

y siempre bajo la presión de no saber cuándo te van a llamar, con el


tiempo justo al medio día y agotadas físicamente por la noche.
Junto a la presión que representa la condición temporal del trabajo
y el habitus de “autoexplotación” que genera en la actitud de muchas
trabajadoras, es la incertidumbre horaria y la irregularidad de los tiem-
pos reales de trabajo el factor que introduce mayor tensión y dificultad
en las prácticas de organización y compatibilización domésticas:
“…si tú supieras a la hora que entras y a la hora que sales del
almacén, tu casa estaría organizada. Pero, no lo sabes, aquí, nunca
se sabe y eso es mortal” (Victoria).
Este ritmo se intensifica durante el grueso de la campaña, ocho o
diez semanas trabajando, sin horario fijo, entre 10 y 14 horas diarias,
donde las jornadas se vuelven eternas y la vida solo trabajo. No hay
espacio para el descanso. Porque, además, como insiste Victoria, “los
sábados y domingos que no te llaman para trabajar, te pegas la paliza
padre limpiando la casa”. Las mujeres no se regalan ni media hora, se
vuelven presas del cansancio, del abandono personal y de un estado
de ánimo que se va extendiendo hasta bloquear las relaciones con
los demás. Y llega un momento en que las relaciones familiares y de
pareja pasan a segundo plano, a una especie de estado de hibernación,
la comunicación con la familia, las relaciones sociales, las necesidades
afectivas, el tiempo propio…, todo se aplaza hasta pasar la campaña. Y,
la vida se paraliza hasta tal punto, que el final de la temporada represen-
ta, en mucho casos, la vuelta a la normalidad, un tiempo de reencuentro
con los hijos, el marido, los amigos… y la calma, la cotidianidad y el
tiempo doméstico para la mayoría de las trabajadoras40.
“Las campañas son muy agotadoras y yo lo que suelo oír perma-
nentemente de la mayoría de mujeres es que por lo menos desde
fines de octubre hasta mediados de enero, no tienen vida social. Es
decir, ni vida social ni en casa” (Sara). “Ni marido, porque yo los
primeros años de trabajo, es que no lo veía, no lo veía” (Pilar).
Y a larga, como ya se ha mencionado, los efectos perversos de esta
situación de trabajar contra reloj tienen su reflejo más directo en el
deterioro de la salud física y psicológica de las trabajadoras:
“La ansiedad aumenta por no saber cuál es mi horario, cuándo
voy a terminar, dios mío con lo que tengo que hacer, y hoy tenía
40. Los escasos márgenes de privacidad femenina (Murillo, 1996), siempre en
términos domésticos, desaparecen por completo, instalándose, estas mujeres, en un
espacio-tiempo en el que su función se autopercibe más imprescindible que nunca.
CAPÍTULO VIII | 341

que venir a mi casa y tenía que haber ido a ver a mi madre y tenía
que mi hijo no sé qué y si salimos a las 11, no voy a llegar y si
mañana entramos a las 6 y ahora cuando llegue tengo que poner
la cena, la comida para mañana y la lavadora y no se qué y no sé
cuántos. ¡Y eso es terrible!” (Sara).
“La persona, no siempre está igual. Llegas a casa, estás cansada.
Incluso, en casa lo notan. Cuando tienes mucho trabajo, tienes
ganas de gritar o no tienes ganas de escuchar a nadie. Y tienes
trabajo. Y dices: ‘Éste, por qué habrá dejado estas zapatillas aquí
y cuando…’. Hoy mismo, que estoy trabajando y estoy bien, pues
están las zapatillas y cojo y las retiro yo. Pero, vienes a casa cansa-
da y ves una zapatilla, donde no… se la tirarías a la cabeza a quien
fuera. Pues ocurre lo mismo allí dentro. Si tienes estrés y estás
muchos días allí, pues al final lo paga cualquiera” (Victoria).
En relación al reparto de las tareas domésticas, es predominante
entre las entrevistadas que la esperada ayuda ni siquiera es recibida,
reconociendo que la mayoría de sus parejas no saben ni quieren rea-
lizar las “cosas de casa”, y en muchos casos “ni siquiera valoran el
esfuerzo que representa”41. La colaboración de los hijos, particular-
mente los varones, en las tareas domésticas, depende de los valores
(y enseñanzas) trasmitidos por sus madres, es decir, en la mayoría de
los casos, cumplir con una mera función de ayuda, en la misma línea
de los maridos “mejor educados”.
“Los hijos ayudan en casa; siempre han ayudado, en las faenas del
campo, cuando han tenido… Pero, siempre les hemos dicho que,
primero es lo de ellos, que no vayan a perder un día de clase, ni
un examen, ni nada por nosotros. Que nosotros, ya nos apañare-
mos. Vosotros a lo vuestro. Me ha gustado que estudiaran, me ha
gustado que fuesen lo que yo no…” (Victoria).
Entretanto,
“…las trabajadoras de los almacenes perciben que todo, absoluta-
mente todo su entorno tiene el derecho de quejarse por las carencias
o alteraciones que ocasiona el que ellas vayan a trabajar; aunque
ese es su derecho, valoran [unánimemente] que no tienen otra op-
ción posible, al menos hasta ahora” (Aparisi Prats, 1997:109).

41. Una situación que agrava las ya difíciles condiciones para la conciliación entre
la vida laboral y familiar, como pone de manifiesto una reciente y desmitificadora
investigación que constata la vigencia de una realidad en la que “las mujeres no quie-
ren ceder” y “los hombres no quieren pensar” (Torns, Borrás y Carrasquer, 2004).
342 | CANDELA Y PIÑÓN

Agotador, estresante, mal pagado…, el trabajo del almacén re-


presenta una opción elegida por muchas trabajadoras que vuelven
cada año e intentan aumentar sus jornales con mayor número de horas
extras. “En el fondo es un trabajo cómodo para nosotras que siempre
estamos en casa”, reconoce Jimena, desde una actitud conformista y
autocomplaciente respecto a su situación laboral. La compatibilidad
con su “función reproductiva”, la falta de otras alternativas, el conven-
cimiento de poseer la cualificación y experiencia adecuada, el peso de la
costumbre y la tradición de la desigualdad (“…las mujeres de siempre
hemos estado en los almacenes”), la buena imagen o el prestigio del
almacén frente a otros empleos asequibles, etc., son algunos de los
elementos de mayor peso en el imaginario colectivo y en las actitudes
de las trabajadoras más veteranas del manipulado.
“Después de tantos años, es que no se olvida. No se olvida. Encajar
no se olvida. Y, es que trabajo, como aquel que dices, es que no
hay. Ni para mayores ni para jóvenes. Entonces si, por ejemplo,
haces la campaña, ganas dinero y ese es el que tengo, para una
ayuda” (Jimena).
“No tenemos otra cosa. No he trabajado en ninguna industria,
ni en nada. Yo, eso pues de ir a ponerme a trabajar al Balneario,
haciendo camas, limpiando escaleras, eso no. No me va. A mí, me
gustaba ésto” (Victoria).
Y, al final, una significativa mayoría de estas mujeres, lejos de sen-
tirse explotadas o humilladas, se declaran agradecidas o como mínimo
satisfechas (hacen lo que hay que hacer) con su situación de trabajo.
Esta predisposición y la presión que ejercen, en última instancia, los
estrechos vínculos familiares, nos ayudan a entender el comportamiento
condescendiente de muchas trabajadoras hacia la empresa, así como las
fuertes resistencias que la acción sindical encuentra en la movilización
y concientización de este amplio colectivo laboral.

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