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UNIDAD VI: MODELO DE ECONOMÍA DE LA ESCUELA CRÍTICA

INTRODUCCIÓN

Esta unidad se propone estudiar las tendencias sansimonianas, para conocer las aportaciones teóricas de la escuela crítica,
en relación a la población obrera.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Exposición oral......................................... (x) Lecturas obligatorias............................... (x)


Exposición audiovisual........................... ( ) Trabajos de investigación....................... (x)
Ejercicios dentro de clase..................... (x) Prácticas de taller o laboratorio........... ( )
Ejercicios fuera del aula......................... (x) Prácticas de campo…................................ ( )
Seminarios…............................................... (x) Otras: a criterio del profesor…………… (x)

OBJETIVOS PARTICULARES

Estudiar las tendencias sansimonianas, así como sus aportaciones.

CONTENIDOS:

6.1. San Simón y los orígenes del colectivismo.

6.2. Sismondi y sus aportaciones.

6.3. Crítica a la economía política clásica.

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6.4. El liberalismo económico.

6.5. El pauperismo, las crisis, la abstracción y la crematística.

6.6. La explotación de los obreros.

6.7. Teoría de la población y el salario.

Por mucho que queramos dilatar la acepción del vocablo, no podremos decir que Owen fuese un economista. Sin
embargo, era algo más que eso, pues fue un innovador que remodeló los datos que manipulan los economistas. Owen, al
igual que todos los socialistas utópicos, pretendía cambiar el mundo; pero en tanto que los demás escribían con mayor o
menor energía, él siguió adelante y trató de realizar ese cambio.

Quizá, si lo pensamos mejor, nos parezca que Owen dejó en pos de sí una gran idea, a la que sirve de encantadora
expresión la siguiente anécdota, sacada de la biografía de su hijo, Robert Dale Owen:

«Cuando el niño llora de rabieta, mi querida Carolina - decía su padre (Robert Owen)-, colócalo en mitad de su cuarto y
déjalo allí hasta que pare de llorar. » - Pero, querido, seguirá berreando horas y horas.» «Tú déjalo berrear.» «Se le irritarán
los pulmones y quizá le dé un ataque.- «No lo creo. Pero, en todo caso, más tendrá que sufrir si se convierte en un
muchacho ingobernable. El hombre es producto de las circunstancias. »

-El hombre es producto de las circunstancias.- ¿Y quién crea las circunstancias, sino el hombre mismo? El mundo no es ni
bueno ni malo de manera inevitable, sino en el grado que nosotros hacemos que lo sea. En ese pensamiento, Owen nos
legó una filosofía esperanzadora, de muchísima mayor eficacia que todas sus fantásticas ideas acerca de las azadas, los
arados, el dinero o las aldeas cooperativas.

Robert Owen es, sin duda, el más romántico del grupo de personajes del siglo XIX que protestaba contra las injusticias del
capitalismo, pero no es en modo alguno el más característico. Si atribuimos este título a la pura terquedad de carácter,
entonces debemos otorgárselo al conde Henri Claude de Rouvroy de SaintSimon, y si lo otorgamos a la excentricidad
indiscutible de las ideas, en este caso nadie puede parangonarse con Charles Fourier.

Saint-Simon, cual ya sugiere su apellido, era aristócrata; su familia afirmaba descender de Carlomagno. Nació en 1760, y
fue educado de manera que en él se mantuviera viva la conciencia de la nobleza de su linaje y de la importancia que tenía
el conservar el lustre de su apellido; siendo joven, su lacayo lo despertaba todos los días con estas palabras: «Levantaos,
señor conde, porque hoy tenéis que hacer grandes cosas.»

El saberse vehículo elegido por la Historia puede ejercer extrañas influencias en un hombre. En el caso de Saint-Simon le
proporcionó la autojustificación para actos de una egolatría extravagante. Ya desde niño solía confundir la fidelidad a los
principios con la testarudez extrema; cuéntase que en cierta ocasión fue a cruzar un carretón por donde él estaba jugando,
y entonces se tendió a lo ancho del camino, negándose obstinadamente a moverse... ¿Y quién tenía la osadía de apartar a
un condecito, arrojándolo a la cuneta? Esa misma terquedad lo llevó más adelante a desobedecer los mandatos de su
padre de que comulgase; pero el padre, quizá por estar más acostumbrado a la intransigencia de su hijo, y seguramente a
darle menos importancia, se apresuró a encerrarlo en un calabozo.

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Ese egoísmo suyo podría haberlo empujado hacía el más ególatra de todos los grupos políticos: el de la corte de Luis XVI;
pero le libró de ello su amor a la más anticortesana de las ideas: la democracia. El año 1778 el joven conde marchó a
Norteamérica y se distinguió en la guerra revolucionaria. Combatió en cinco campañas, ganó la Orden de Cincinnatus, y lo
que es todavía más importante, transformóse en discípulo apasionado de las nuevas ideas de libertad y de igualdad.

Pero todas esas cosas no llegaban todavía a constituir las - grandes cosas -. El final de la guerra de la Independencia
norteamericana lo dejó en Luisiana, desde donde marchó a México, y allí apremió al virrey para que construyese un canal
que se habría anticipado así al de Panamá. Esa obra podría haberlo hecho célebre, pero quedó en nada.... aunque, la
verdad sea dicha, era en sus nueve décimas partes pura idea, y sólo tenía otra décima parte de plan concreto. Entonces el
joven aristócrata revolucionario regresó a Francia.

Llegó a su patria exactamente al estallar la Revolución, y tornó parte en ella con gran ardor. Los ciudadanos de su pueblo
natal, Falvy, en Peronne, le ofrecieron la alcaldía, pero Saint-Simon la rechazó, diciendo que constituía un mal precedente
el elegir a un miembro de la antigua nobleza; mas como a pesar de ello lo enviaron de representante a la Asamblea
Nacional, propuso en ésta la abolición de los títulos nobiliarios y renunció al suyo para no ser sino un simple ciudadano.
Sus predilecciones democráticas no eran cosa falsa; Saint-Simon sentía un afecto auténtico hacia toda la Humanidad. Ya
antes de la Revolución, yendo cierto día en coche hacia Versalles con gran pompa, se cruzó con el carretón de un
campesino que se había atascado en un bache. Saint-Simon se apeó de su coche, arrimó su hombro elegantemente
ataviado a la rueda y después entabló conversación con el aldeano, encontrando esta tan grata, que despidió el coche e
hizo el viaje hasta Orleáns en el carretón de su nuevo amigo.
La Revolución se portó con Saint-Simon de una manera por demás extraña. Por un lado, le permitió especular hábilmente
con las tierras de la Iglesia y crearse así una modesta fortuna; por otro lado, se lanzó a desarrollar un proyecto educativo
gigantesco, y corno para ello tuvo que ponerse en contacto con personajes extranjeros, despertó recelos y fue detenido
en prisión preventiva. Se fugó, pero, con un gesto a la vez romántico y de auténtica nobleza, se entregó de nuevo a la
justicia al enterarse de que el propietario del hotel en que se hallaba oculto había sido acusado de complicidad.

Esta vez fue encarcelado. En su celda le advino de pronto la revelación que venía esperando durante toda su vida. Y, cual
suele suceder en esa clase de comunicaciones sobrenaturales, la cosa ocurrió en sueños. He aquí cómo la describe el
propio SaintSimon:

En el período más cruel de la Revolución, durante una noche de mi encarcelamiento en el Luxemburgo, se me apareció
Carlomagno y me dijo: - Desde el principio del mundo no ha habido una familia que haya disfrutado del honor de
producir un gran filósofo, además de un héroe. Semejante honor estaba reservado a mi casa. Hijo mío, tus éxitos de
filósofo serán tan grandes como los alcanzados por mí como guerrero y político.-

Saint-Simon no deseaba más. Consiguió salir de la cárcel y dedicó todo el dinero qué había acumulado a una fantástica
búsqueda del saber. De hecho, se lanzó a estudiar todo cuanto cabía aprender; todos los sabios de Francia, científicos,
economistas, filósofos, políticos, fueron invitados a su casa, ayudados económicamente en sus tareas e interrogados
continuamente, a fin de que Saint-Simon pudiera abarcar el ámbito intelectual del mundo. Fue una aspiración por demás
pintoresca. En un momento dado llegó al convencimiento de que carecía de conocimientos de primera mano acerca de la
vida familiar, y que estos le eran necesarios para completar sus estudios sociales.... y entonces se casó, pero mediante un
contrato de matrimonio por sólo tres años. Un año fue para él bastante, pues su mujer hablaba con exceso y sus invitados
bebían demasiado. Saint-Sirnon llegó a la conclusión de que el matrimonio tenía sus inconvenientes como institución
educativa. Entonces buscó la mano de la mujer más brillante que por entonces había en Europa, madame de Staél,

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afirmando que era la única con capacidad suficiente para comprender sus proyectos. Se relacionaron, pero esto fue algo
desilusionador; a ella Saint-Simon le pareció un hombre lleno de ingenio, pero que distaba mucho de ser el gran filósofo
del mundo. Y en esas circunstancias, el entusiasmo de Saint-Simon se desvaneció también.

No obstante, si bien esa búsqueda del saber enciclopédico resultaba estimulante, financieramente era desastrosa. Saint-
Simon había despilfarrado el dinero en forma desenfrenada, y su matrimonio le había salido mucho más costoso de lo que
él calculara. Encontrase, primero, reducido a la estrechez, y luego, a una pobreza auténtica; se vio en la precisión de buscar
un empleo de escribiente, y salió adelante gracias al cariño de un antiguo servidor suyo que le proporcionó casa y
pensión. Entre tanto, Saint-Simon escribía, escribía furiosamente una serie inacabable de folletos, observaciones,
exhortaciones y críticas de la sociedad. Envió sus obras a los más destacados mecenas de su tiempo, con una nota
patética:

Señor:

Sed el salvador mío, porque me muero de hambre... Quince días llevo ya a pan y agua.... después de vender todas mis
ropas a fin de imprimir mi obra con su importe. Si he llegado a situación tan calamitosa, ha sido debido a mi ardiente
pasión por el saber y en favor del público bienestar, a mi anhelo de descubrir medios pacíficos para salir de esta crisis
espantosa por que atraviesa toda la sociedad europea...

Nadie le prestó ayuda. El año 1823, aunque ya su familia le pasaba para entonces una pequeña pensión, intentó suicidarse,
en un arrebato de desesperación; pero el pistoletazo no tuvo otras consecuencias que la pérdida de un ojo. Nada le salía a
la medida de sus deseos. Vivió dos años más, enfermo, pobre, retirado, pero altivo. Al ver llegar su fin, reunió en torno
suyo a sus pocos discípulos y les dijo: -¡Recordad que aquel que aspira a hacer grandes cosas tiene que ser
vehemente!¿Qué había hecho él para justificar un final tan teatral?
Había hecho una cosa rara: fundar una religión industrial. No se había valido para ello de sus libros, voluminosos, pero que
nadie leía, ni dando conferencias ni haciendo - cosas grandes -. Con su influjo directo y personal había fundado una secta,
había reunido un pequeño grupo de discípulos y había suministrado a la sociedad una imagen nueva de lo que aquella
podía ser.

Era una religión extraña, semimística y desorganizada, lo cual no era de extrañar, porque tenía por base un edificio
ideológico incompleto y desequilibrado. El fundador ni siquiera tuvo el propósito de que eso fuese lo que se dice una
religión; y, sin embargo, hubo después de su muerte una Iglesia saint-simoniana, con seis templos departamentales en
Francia y con ramificaciones en Alemania e Inglaterra. Quizá fuese más correcto compararla con una orden o hermandad
religiosa; los discípulos vestían trajes de tonos azules y estaban jerarquiza- dos en «padres e hijos». Y, como símbolo
simpático de la finalidad que había perseguido su maestro, vestían un chaleco especial que era imposible colocarse o
quitarse sin la ayuda de otra persona, a f in de que esto les recordara constantemente que los unos necesitaban de los
otros. Pero aquella Iglesia degeneró muy pronto en algo que era ya apenas más que un culto, porque los saint -
simonianos redactaron su propio código de moral, que en ciertos casos constituía poco más que una inmoralidad
respetablemente codificada.

El evangelio que Saint-Simon predicó no puede sorprender desagradablemente a los ojos modernos. Proclamaba el
principio de que «el hombre debe trabajar», si quiere ser partícipe de los frutos de la sociedad. Pero, comparada con las
consecuencias que pueden sacarse de esta premisa, la sociedad de los paralelogramos de Robert Owen era la claridad
personificada. «Supongamos - escribe Saint-Simon - que Francia pierde, de pronto, sus cincuenta mejores físicos, sus

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cincuenta mejores químicos, sus cincuenta mejores fisiólogos..., matemáticos..., .mecánicos -, y así sucesivamente hasta un
total de tres mil sabios, artistas y artesanos (téngase en cuenta que Saint-Sirnon no se distingue por la economía de su
estilo). ¿Qué resultaría de ello? Una catástrofe que despojaría a Francia de lo que es su verdadera alma.

Pero - dice Saint-Simon - supongamos ahora que en lugar de perder este número reducido de individuos, Francia se viera
privada de súbito de toda su clase social distinguida; es decir, que perdiese al hermano del rey, duque de Berry, a
duquesas y servidores de la Corona, a los ministros y jueces, y a diez mil de los más grandes terratenientes..., treinta mil
personas en total. ¿Qué consecuencias tendría esto? Sería lamentable, desde luego, porque se trata de personas honradas,
pero la pérdida sería puramente sentimental; el Estado apenas sufriría perjuicios. Infinidad de gentes del pueblo estarían
en condiciones de desempeñar las funciones de esos encantadores adornos sociales.

La moraleja es evidente.- Son los trabajadores - les industriels - de todas clases y jerarquías quienes merecen las más
elevadas recompensas sociales, y son los ociosos quienes deberían recibir las menores consideraciones. Pero ¿qué ocurre
en la realidad? Por un sorprendente extravío de la justicia ocurre todo lo contrario: que quienes menos trabajan se llevan
la parte mejor. Saint-Simon propone que se rehaga debidamente la pirámide. La sociedad se halla ya organizada a
manera de una fábrica gigantesca, y debería llevar hasta sus últimas consecuencias lógicas los principios por los que una
fábrica se rige. El Gobierno debería ser un órgano económico y no político: debería ocuparse de arreglar las cosas y no de
dirigir a los hombres. Las recompensas deberían guardar proporción con la contribución social de cada uno y otorgarse a
los miembros activos de la fábrica y no a los vagos que se limitan a ver trabajar. Saint-Simon no predica una revolución; lo
suyo no es ni siquiera socialismo, tal como entendemos el vocablo. Es una especie de himno lírico al proceso industrial y
una protesta contra el hecho de que las clases ociosas se lleven la parte del león, al ser repartida la riqueza en una
sociedad de trabajadores.

Ni una sola palabra dice acerca de cómo habría que hacer lo que propone; los últimos saint-simonianos avanzaron en esto
un paso más allá que su fundador, e insistieron en la supresión de la propiedad privada; pero, aun así, apenas si ‘pudieron
presentar un vago programa de reformas sociales. Era la suya una religión del trabajo que carecía de un catecismo
apropiado; ponía de relieve las grandes injusticias que se cometían en la distribución de la riqueza social, pero no
proporcionaba a quienes aspiraban a rectificar aquel estado de cosas sino unas normas de acción sumamente
incompletas.

Fue, quizá, esta carencia de programa lo que contribuyó al éxito de un hombre que era el polo opuesto de Saint-Simon,
porque mientras este ex aristócrata escribió animado por el fervor de una gran idea, Charles Fourier actuó inspirado por su
pasión de las cosas triviales. Fourier, al igual que Saint-Simon, creía que el mundo estaba lamentablemente
desorganizado, pero la receta curativa que propuso abarcaba hasta los más pequeños detalles.

LA ESCUELA CRÍTICA

l). EL TRIUNFO DEL LIBERALISMO.--En el inicio del siglo XIX el triunfo del liberalismo económico era total; el Estado
permanece ajeno a la vida económica y particularmente respecto de las relaciones obreropatronales, salvo que se trate de
reprimir la coalición sindical y los movimientos de huelga. Los esposos Webb mencionan que en 1810 una comisión de

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información de la Cámara de los Comunes produjo un informe en el que se dice que ninguna intervención legislativa
puede llevarse a cabo sin violar principios generales de la más capital importancia para la prosperidad y la dicha de la
comunidad. En Inglaterra en 1825, se permite la coalición sindical en forma verdaderamente limitada.

La libertad se impone en las relaciones obrero- patronales y solamente resulta real y efectiva para los patrones quienes
ven favorecidos sus particulares intereses. Paralelamente al éxito del capitalismo industrial empiezan a aparecer en las
ciudades suburbios de obreros de las fábricas que viven una existencia miserable y las crisis de superproducción o más
bien dicho de subconsumo.

El empleo de mujeres y niños en las fábricas, salarios miserables que apenas permiten al obrero mantenerse con vida,
largas jornadas de trabajo que se prolongan hasta trece o quince horas son la tónica de la época, no obstante que en
1819 se limita el trabajo de los niños en las fábricas de hilados de algodón.

Juan Bautista Say relata que en 1815 un obrero inglés no gana sino las tres cuartas partes o la mitad de lo necesario para
cubrir sus gastos imprescindibles. En 1840 en Francia, el doctor Villermé narra cómo pende del telar el chicote de nervio
de buey con el que son azotados los niños. Las mismas asociaciones de patrones como la Sociedad Industrial de
Mulhouse, reconocieron que la jornada de trabajo se prolongaba hasta 16 y 17 horas, argumentando que no podía
reducirse porque eran las últimas horas las que les producían alguna ganancia.

Por lo que se refiere a las crisis, en 1815, se produce la primera, miles de trabajadores son arrojados a la calle ante el
temor de los manufactureros ingleses que vieron repletos sus almacenes de mercaderías. En 1818 se produce la segunda
crisis y en 1825 la tercera, que provoca la quiebra de 70 bancos provinciales. Los efectos de estos fenómenos cada vez
son más graves y abarcan mayores extensiones.

El pauperismo y las crisis son los dos nuevos fenómenos que preocupan a los, estudiosos y que ponen en duda las ideas
de Smith acerca de la armonía de los intereses privados y el interés público. Entre esos estudiosos el más notable fue
Carlos de Sismondi, quien explica las crisis y se empeña en buscar los medios para prevenirlas y para mejorar la condición
de la clase trabajadora. Dicho pensador no es socialista, sino partidario del liberalismo económico, pero formula una crítica
seria de los abusos del sistema capitalista.

2) DATOS BIOGRÁFICOS.- Juan Carlos


Leonardo de Sismondi, nació en Ginebra en 1773 y murió en 1842. Escribió los libros intitulados “Historia de las
Repúblicas” e “Historia de los franceses” que le ganaron fama de historiador. La escuela clásica descuidó la dependencia
de la economía con otros móviles del hombre. Sismondi en cambio relacionó la vida económica del hombre con su
naturaleza ética. Fue además un denodado defensor de los deberes sociales y fundador de la “Política Social”.

En 1803 publica su estudio titulado “De la riqueza comercial” y en 1819 su obra “Nuevos Principios de Economía Política”.
En su primera obra Sismondi se manifiesta partidario de las ideas de Smith hasta 1818 en que observa los sufrimientos de
la clase trabajadora en Italia, Suiza y Francia, y recibe información sobre la situación que prevalece en Inglaterra, Alemania
y Bélgica. En ese tiempo le pidieron un artículo sobre economía para la Enciclopedia de Edimburgo y advierte la honda
transformación de sus ideas, y así aparece en 1819 su “Nuevos Principios de Economía Política” que precede a sus
“Estudios sobre Economía Política” (1837).

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3) SU CONCEPTO DEL MÉTODO Y DEL OBJETO DE LA ECONOMÍA.- Sismondi no difiere sustancialmente de los principios
de la escuela clásica, sino exclusivamente en lo que se refiere al método, al objeto y a las conclusiones prácticas. Crítica los
métodos abstractos que han sido introducidos en la ciencia y en su opinión la economía es una ciencia moral en la que
todo está íntimamente ligado y que descansa sobre la experiencia, la historia y la observación. La generalización conduce
a errores y no puede prescindiese de la acción que ejercen las instituciones sociales y el régimen político sobre la
prosperidad.

La idea de Sismondi sobre el método es desde luego correcta cuando trata de examinarse un caso concreto o un
problema práctico, pero no cuando se representa o se examina el mecanismo general, porque en este último caso, el
economista no puede prescindir de la abstracción.

Sus críticos afirman que el rechazo de Sismondi a la abstracción se debe a su propia torpeza para abstraer. Para explicar
las crisis de superproducción general, afirma que la renta anual de un país es la que paga la producción anual del año
siguiente, de manera que si la producción de un año es superior a la renta del año anterior, una parte de esa producción
quedará sin ser vendida y los productores se arruinarán.

Este razonamiento hace pensar que Sismondi supone que toda la nación está compuesta de agricultores, que con el
producto de sus cosechas compran los productos fabricados. Además, en realidad la renta anual de una nación es igual a
la producción anual y no son las producciones de dos años diferentes las que se cambian una por otra, sino los diversos
productos creados en cada momento los que se cambian entre sí, de tal suerte, que puede decirse que en un momento
dado puede haber exceso de determinados productos, pero no exceso de todos los productos a la vez.

La economía política se concebía como la ciencia de las riquezas o crematística como la llamara Aristóteles. Sismondi dice
que el objeto de esa ciencia es el hombre, el bienestar físico del hombre y olvidar este fin es errar el camino. Esto significa
que es tan importante la distribución como la producción de las riquezas.

Los clásicos habían afirmado que su preferencia por la producción se explicaba porque la abundancia de productos es
condición misma de todo progreso. Sismondi cree que para que la riqueza merezca tal nombre debe estar repartida en
proporción conveniente, especialmente considerando a aquellas personas que trabajan largas jornadas en el campo y en
las fábricas, y que constituyen la mayoría de la población.

En cierta parte de su obra expresa que la economía política es la teoría de la beneficencia, o sea lo que más tarde va a
llamarse, “Economía Social”.

Say dice que Sismondi llama a la Economía Política la ciencia que se encarga de velar por la felicidad de la especie
humana, y, sin duda también, que los gobernantes si quieren mostrarse dignos de sus altas funciones, deben saber la
Economía Política; mas la felicidad de la especie humana estaría gravemente comprometida si, en lugar de descansar
sobre la inteligencia y el trabajo de los administrados, se asentara sobre el gobierno.

4) CRÍTICA DE LA SUPERPRODUCCIÓN Y DE LA LIBRE COMPETENCIA.- Los clásicos eran partidarios del aumento general
de la producción, en vista de que si ésta excedía a las necesidades de la demanda, se producía una baja inmediata de los
precios, lo cual permitía enmendar cualquier error. Por el contrario la elevación de los precios advertía a los productores
que la oferta era insuficiente y que había que producir más.

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Sismondi considera dicho punto de vista como ligero, porque estima que los clásicos han razonado en abstracto y que un
aumento de oferta, cuando ésta es insuficiente para responder a una demanda progresiva, no perjudica a nadie pero que
la restricción de una oferta excesiva, cuando las necesidades no responden a ella, no se puede hacer con tanta facilidad.
Argumenta que el trabajador no podrá abandonar bruscamente el trabajo al que está dedicado y que le da de comer,
porque seguramente ha significado un largo y penoso aprendizaje, así que aceptará que se le reduzca su salario, se
prolongue la jornada de trabajo, etcétera, antes que ser despedido. El fabricante tampoco podrá abandonar la
manufactura a la que está dedicado, la cual también significa experiencia e inversión de un capital, que específicamente
está destinado a producir ciertos bienes.

En tales condiciones, es difícil reducir una producción excesiva frente a una demanda insuficiente. Es evidente que a la
larga el reajuste habrá de realizarse como piensan los clásicos, pero a costa de la miseria del trabajador y de la ruina del
capitalista y así dice literalmente: “Los productores no se retirarán nunca del trabajo, y su número no disminuirá más que
cuando una parte de los capataces y regentes de talleres les haya hecho defección y una parte de los obreros haya muerto
de miseria”. “Guardémonos - dice a guisa de conclusión - de la peligrosa teoría de ese equilibrio que se restablece por sí
mismo. . . Un equilibrio dado que se restablece, en verdad, a la larga, pero es a costa de espantosos sufrimientos”.
Sismondi advierte que la producción se multiplica por el empleo creciente de máquinas, las cuales son consideradas
benéficas porque suministran productos más baratos, liberando parte de la renta del consumidor e indirecta mente
intensificando la demanda de otros productos que da ocupación a los trabajadores que pudieran haber quedado cesantes
por el empleo de aquéllas.

Sismondi está de acuerdo en que teóricamente el equilibrio se restablece y que una producción nueva crea un consumo
nuevo, pero considera que el efecto inmediato de las máquinas es el despido de los obreros, la competencia que se
entabla entre ellos y la baja de los salarios, todo lo cual se traduce en una disminución de su consumo. Si las máquinas
son introducidas cuando hay un aumento previo de riqueza, nadie podrá discutir las ventajas de las máquinas; pero
Sismondi insiste en que todo aumento de producción para ser útil debe ser siempre precedido de una demanda nueva y
se niega a aceptar que el aumento de producción por sí mismo cree indirectamente la demanda en otras fuentes de
trabajo. Independientemente de la razón que puede asistir a Sismondi, lo valioso de este autor es su preocupación por la
situación de la clase trabajadora en esos periodos de transición en que se realiza el ajuste de la oferta y la demanda, y por
ello se le considera como el precursor de la Economía Social.

Pero no solamente preocupa a Sismondi que los obreros sean eliminados por las máquinas sino que no tengan más que
una participación muy pequeña en los beneficios que esas máquinas proporcionan. Los clásicos consideraban que el
obrero se beneficia como consumidor al abaratarse los productos. Sismondi cree que el uso de las máquinas debería
producir la reducción de la jornada de trabajo, pero que en la realidad dicho uso agrava la competencia que se hacen
entre sí los obreros, disminuyendo los salarios y obligando a la clase trabajadora a aceptar jornadas de trabajo más
prolongadas.

Además, Sismondi advierte que los bienes producidos pueden quedar fuera del consumo del trabajador y entonces éste
no se beneficia como afirman los clásicos. En este caso propone que por lo menos alguna de las ventajas del maquinismo
se reparta entre el consumidor y el obrero. Esta idea ha sido acogida por los sindicatos modernos.

Adam Smith había dicho “En términos generales, si una rama cualquiera de la industria o una división, sea la que sea, del
trabajo es ventajosa para el público, lo será cada vez más a medida que la competencia sea más libre y más general”.
Sismondi rechaza esta idea porque según él ningún progreso es útil en la producción si no va precedido de una demanda

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efectiva más intensa, porque de lo contrario la competencia emitirá a los productores más poderosos o más diestros
arruinar a sus rivales, abaratando los precios mafíosamente para atraer a la clientela. Además el espíritu de baratura del
contratista lo lleva a hacer economías en sus costos, empleando el trabajo de mujeres y niños que son obligados a laborar
largas jornadas mediante salarios miserables, al igual que los adultos. Es decir, que obtienen ganancias a costa de la salud
de los seres humanos.

Sismondi ilustra su afirmación con casos concretos y describe cómo se agota la salud de los jóvenes en una atmósfera
cargada de pelos y de polvo y comenta que esto es pagar demasiado caro el progreso económico.

Sismondi llega a afirmar que el beneficio de un contratista de trabajo no es otra cosa, muchas veces, que una explotación
del obrero a quien emplea; su ganancia la debe a que no concede al obrero una compensación suficiente por su trabajo.
Su crítica sobre la cuestión social es desde luego justa y prepara la intervención del Estado en la esfera económica,
precisamente en las relaciones obrero- patronales.

En sus estudios sobre economía política Sismondi llega a hacer las afirmaciones siguientes: Casi se podría decir que la
sociedad moderna vive a expensas del proletariado, de la parte que ella le quita de la recompensa de su trabajo. “Ha
habido expoliación y ha habido robo del rico para el pobre, cuando este rico percibe de una tierra fértil y hábilmente
cultivada una renta que le hace nadar en la opulencia, mientras el cultivador, que es el que ha hecho nacer esa renta... se
muere de hambre, sin poder percibir ni la más pequeña parte de ella”.
Algunos han creído que Sismondi es un precursor de la teoría de la plusvalía de Marx, lo cual es inexacto, porque cuando
Sisrnondi afirma que el obrero es expoliado se concreta a decir que el obrero no está suficientemente retribuido o que no
percibe lo bastante para vivir, pero no sustenta el principio marxista de que el propietario capitalista se queda con una
parte del producto del trabajo del obrero que no es retribuido.

Sismondi no es socialista, pero quebranta muy seriamente el liberalismo y consecuentemente la idea sobre la coincidencia
de intereses individuales con el interés general y los efectos beneficiosos de la libre competencia y su mérito reside en
haber abordado el tema de la distribución de la riqueza y concretamente de la propiedad. En la injusta distribución de ésta
y consecuenten ente en la desigual situación de los hombres, es en dónde encuentra la explicación de la contradicción
que existe entre los intereses individuales y el interés general.

5) LA EXPLICACIÓN DEL PAUPERISMO Y LAS CRISIS.- Sismondi afirma que la sociedad se ha dividido en dos grandes
sectores: el de los ricos y el de los pobres, y literalmente afirma “Las categorías intermedias han desaparecido - y en cierto
lugar -: los pequeños propietarios, los pequeños colonos en los campos, los pequeños maestros de talleres, los pequeños
manufactureros, los pequeños tenderos en las ciudades, no han podido sostener la competencia de los que dirigen vastas
empresas. Ya no hay sitio en la sociedad más que para el gran capitalista y para el asalariado, y se ha visto cómo ha ido
creciendo de una manera pasmosa la clase, en otro tiempo casi inadvertida de los hombres que no tienen absolutamente
ninguna propiedad. Nos encontramos bajo una condición completamente nueva de la sociedad y de la cual no tenemos
todavía la más pequeña experiencia. Tendernos a separar toda clase de propiedad de toda clase de trabajo... Aquí es
donde yo señalo un peligro”.
La ley de la concentración capitalista de Marx tiene su antecedente en Sisrnondi, quien describe cómo va aumentando la
clase proletaria por el ingreso de pequeños industriales y comerciantes que no pudiendo resistir la competencia de los
grandes capitalistas y terratenientes aumentan las filas de la clase trabajadora, y es precisamente en este hecho en el que
Sismondi encuentra la explicación de la miseria de los obreros y de las crisis económicas.

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6) LA SEPARACIÓN DE LA PROPIEDAD Y DEL TRABAJO.- El propiciar el aumento de los obreros ha provocado que la oferta
de éstos exceda a la demanda y que por tanto los trabajadores se resignen a prestar su trabajo por el primer salario que
se les ofrezca y a aceptar largas jornadas de trabajo. Esto también es aplicable a los trabajadores del campo, porque si
todos los campesinos fueran propietarios cuidarían de que el producto bruto no descendiera, pero como al propietario
territorial no le importa más que el producto neto, sacrifica el producto bruto con tal de aumentar el producto neto. Por
ejemplo si un terreno produce mil pesos de producto neto al colono y cien pesos de arrendamiento al propietario, éste
prefiere ganar ciento diez pesos si lo destina a pastizales y en este caso él ganará diez pesos más, pero la nación perderá
ochocientos noventa.
La misma oposición entre la propiedad y el trabajo explica las crisis económicas, las que dependen de la dificultad de
conocer un mercado, que ha llegado a ser demasiado extenso y en el que los productores no se guían por las necesidades
de ese mercado, sino por el monto de sus recursos y especialmente por la mala distribución de las riquezas. Son
únicamente las rentas de las clases poseedoras las que aumentan y las de los obreros permanecen estáticas, no obstante
su pequeña cuantía. De esas circunstancias resulta inestable y desordenada demanda de productos, lo cual se remediaría
si la propiedad estuviera uniformemente repartida y si las rentas de las diferentes clases sociales aumentaran
proporcionalmente. Además, la demanda de artículos suntuarios aumenta mientras que las industrias fundamentales
sufren quebrantos lo que a su vez produce el despido de obreros que aumentan la masa de desocupados y que se ven
forzados reducir su consumo. “Por la concentración de las fortunas en las manos, de un corto número de propietarios dice
Sisrnondi, el mercado interior se va estrechando y cerrando cada vez más, y la industria se ve cada vez más reducida al
tener que buscar la salida de sus productos en los mercados extranjeros, en donde más considerables revoluciones los
amenazan”.

La explicación de Sismondi sobre las crisis es desde luego endeble porque la dificultad de adaptar la producción a la
demanda constituirá un problema, aun cuando el reparto de las riquezas se efectúa en forma más equitativa, pero de
todos modos significa un esfuerzo para explicar el problema.

7) LOS PROYECTOS DE REFORMA -EL mayor mérito de Sismondi está en poner de relieve ciertos aspectos que la
economía teórica parecía ignorar. Después de Sismondi las crisis no pueden ser consideradas como fenómenos pasajeros,
y no pueden desconocerse las consecuencias de la desigual distribución de la riqueza, ni la repercusión que este hecho
tiene en el campo de la producción de bienes.

La necesidad de una política social se impone si los intereses individuales no son capaces por sí mismos de lograr la
armonía social y se justifica plenamente una intervención estatal que señale cauces a la actividad individual y corrija los
abusos.

Sisrnondi ha sido considerado como un pensador conservador porque para él la actividad del Estado debería ejercerse
para limitar la producción y para frenar la introducción de las nuevas invenciones, de modo que el progreso se realizara
paulatinamente; en el fondo es un simpatizador de las corporaciones y de los gremios.

Si la principal causa del pauperisrno y de las crisis son los bajos e inestables ingresos de la clase trabajadora y la injusta
distribución de la propiedad, sugiere que se aumenten los artesanos independientes y los pequeños agricultores y
solamente concreta algunas reformas tendientes a aliviar la situación de las clases trabajadoras, como son: reconocer el
derecho de coalición de los obreros; prohibir el trabajo de los niños; limitar la jornada de los adultos; conceder el
descanso semanal y especialmente el establecimiento de la “garantía profesional” o sea la obligación para el contratista de
mantener a sus expensas al obrero en caso de enfermedad; de paro forzoso o de vejez, con lo cual los contratistas ya no
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tendrán interés en reducir los salarios de los obreros; mecanizar las industrias y producir sin ningún límite, porque siendo
los responsables de los obreros, tendrán interés en cuidarlos. Con estas ideas Sismondi se convierte en el precursor del
Seguro Social, con la única diferencia de que para él es el patrono el único responsable de los riesgos del trabajo, en tanto
que en el Seguro Social moderno generalmente colaboran el Estado, los patrones y los trabajadores.

El propio Sismondi expresa su confusión respecto a los problemas de que se ocupó y las soluciones que propone, al decir
“Lo confieso: después de haber indicado dónde está, a mi modo de ver, el principio, de la justicia, no me siento con la
fuerza necesaria para trazar los medios de ejecución. La distribución de los frutos del trabajo entre cuantos concurren a
producirlos me parece viciosa, mas también juzgo casi superior a las fuerzas humanas concebir un estado de propiedad
absolutamente diferente del que nos hace conocer la experiencia”.

Independientemente de las críticas de que ha sido objeto Sismondi, sus ideas afectan seriamente a la escuela clásica y su
preocupación por la situación de las clases desamparadas no puede pasar ignorada en el futuro.

Por el empleo de la historia es un precursor de la escuela histórica; por su ternura y simpatía por las clases trabajadoras es
precursor de los cristianos sociales y finalmente, por su inclinación a la intervención del Estado y su rechazo al liberalismo
es precursor del socialismo de Estado o intervencionismo.

Su influencia inmediata no fue grande y aun cuando Sismondi no fue socialista ha sido leído por los socialistas y es
precursor de algunas de sus ideas. Marx le hace justicia en el manifiesto comunista y la tesis de la concentración de los
capitales y de la proletarización creciente de la clase trabajadora, del célebre pensador socialista, tiene su antecedente en
Sismondi.

Documento Ficha

6. A. HEILBRONER, Robert L.

VIDA Y DOCTRINA DE LOS GRANDES


ECONOMISTAS.

Barcelona, Ediciones Orbis 1972

98
Págs. 170-176

6. B. ASTUDILLO, Ursúa Pedro

LECCIONES DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO


ECONÓMICO

UNAM, México 1978

Pág. 99-106

99

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