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Introducción

al humanismo renacentista
-i.
T

Editado por Jili Kraye


T V A N 1 G E O P G ! C O H V M
I TR F R P R I \/S -
Introducción al humanismo
renacentista

E d ic ió n a carg o de
JIL L K RA YE
Warburg Institute

Edición española a cargo de


C A R L O S C LA VER ÍA

Traducción de Lluís Cabré

||g C am bridg e
I j p p 1 U N IV E R S IT Y PRESS
P u b l ic a d o p o r T he P ress Syndicate oe the U niversity of C ambridge
The Pitt B u ild in g , T rum p in gton Street, C am b rid ge, U nited K in gd om

C ambridge U niversity P ress


The Edinburgh Building, Cambridge CB2 2RU, UK
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Ruiz de Alarcón, 13, 28014 Madrid, España
Título original The Cambridge Companion to Renaissance Humanism (ISBN 0 S 21 43 624 9)
publicado por Cambridge University Press 1996
© Cambridge University Press 1996

Edición española co m o introducción al humanismo renacentista


Prim era edición 1998
Traducción española © C am b rid ge U niversity Press,
Sucursal en España 1998
ISBN 84 8323 0 1 6 X rústica

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bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía
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Impreso en España por C + I, S.L.
Depósito legal: M - 1.729-1998
índice

Ilustraciones 7
Colaboradores 9
Prefacio 11

Prólogo a la edición española 1.5


1 Orígenes del humanismo 19
2 La erudición clásica 41
3 El libro humanístico en el Cuatrocientos 73
4 La reforma humanística de la lengua latina
y de su enseñanza 93
5 La retórica y la dialéctica humanísticas 115
6 Los humanistas y la Biblia 137
7 El humanismo y los orígenes del pensamiento
político moderno 159
8 Filólogos y filósofos 189
9 Artistas y humanistas 211
10 La ciencia moderna y la tradición
del humanismo 243
11 El humanismo y la literatura italiana 269
12 Humanismo en España 295

Bibliografía de comulta 331


Bibliografía española de los autores citados 34S
índice onomástico 353
Ilustraciones

3.1. Caligrafía humanística formato: inicio del segundo libro del De


dignitate et excellentia hominis de Giannozzo Manetti, ejecutado por
el copista florentino Gherardo del Ciriagio en 14SS. Londres,
British Library, ms. Harl. 2593, fol. 25r. (Reproducido por gen­
tileza de la British Library.) ............................................................................... 77
3.2. Tipos romanos: la Historia natural de Plinio el Viejo, impresa en
Venecia por Nicholas Jenson en 1472. Este ejemplar está tirado
sobre pergamino e iluminado a mano. British Library, C.2.d.8,
fol. 4r. (Reproducido por gentileza de la British Library.) .......... 86
9.1. Templo Malatestiano, Rímini; proyectado por León Battista
Alberti. (Fotografía: Istituto céntrale per il catalogo e la docu-
mentazione, Roma.) ............................................................................................... 214
9.2. Domenico Ghirlandaio, Bruto, Escévola y Camilo. Sala dei Gigli,
Palazzo Vecchio, Florencia. (Fotografía: Alinari.) ............................... 227
9.3. Durero, Némesis, grabado de 1501-02. (Fotografía: Warburg
Institute, Londres.) .............................................................................................. 229
9.4. Sandro Botticelli, Primavera. Uffizi, Florencia. (Fotografía: Alinari.). 231
9.5. Conrad Celtis, proyecto de una xilografía para ilustrar los Libri
amorum (Núremberg, 1502). M únich, Bayerische Staatsbi-
bliothek, ms. clm 434,fol. 70r............................................................................. 236
9.6. Durero, Filosofía; ilustración procedente de los Libri amorum de
Celtis (Núremberg, 1502)...................................................................................... 237
9.7. Medalla con la efigie de Erasmo obra de Quentin Metsys
(1519), con el dios Término en el reverso. (Reproducida por
gentileza de la Victoria and Albert Museum, Londres.) ................ 240
9.8. El suicidio de Bruto ilustrando el lema «La Fortuna vence a la
Virtud», según los Emblemata de Andrea Alciato (París, 1542),
pág. 96................................................................................................................................ 241

7
Colaboradores

A L E JA N D R O COROLEU es profesor en el Department o f Hispanic


Studies de la Universidad de Nottingham. Interesado por las relaciones entre
España e Italia en el siglo xvi, ha publicado varios artículos sobre la recepción
de León Battista Alberti en la España renacentista y sobre las traducciones lati­
nas de Juan Ginés de Sepúlveda.
M A R T I N D A V I ES dirige la sección de incunables de la British Library y
edita The Library. Es autor de Columbus in Italy: An Italian Versificaban of the Letter on
the Discovery of the New World (Londres, 1991), Aldus Manutius, Printer and Publisher of
Renaissance Venice (Londres, 199S) y The Gutenberg Bible (Londres, 1996), así como
coeditor de Vergil: A Census of Printed Editions, 1469-1500 (Londres, 1992).
ANTHONY GRAFTON ocupa la cátedra Dodge de Historia en la
Universidad de Princeton. Ha publicado Joséph Scaliger, 2 vols. (Oxford,
1982—93), y Defenders of the Text: The Traditions of Scholarship in an Age of Science,
1450—1800 (Cambridge M A, 1991), y ha editado el catálogo Rome Reborn: The
Vahean Library and Renaissance Culture (Washington DC, 1993).

A L A S T A IR H A M I L T O N es catedrático de Historia de la Reforma Radical


en la Universidad de Amsterdam y ocupa también la cátedra C. L.
Thijseen—Schoute de Historia de las Ideas en la Universidad de Leiden. Ha
publicado, entre otros títulos, The Family of Love (Cambridge, 1981), William
Bedwell the Arabist, 1563-1632 (Leiden, 1985) y Heresy and Mysticism in
Sixteenth-Century Spain: The Alumbrados (Cambridge, 1992).

JA M E S H A N K I N S , catedrático de Historia en la Universidad de Harvard,


es autor de Plato in the Italian Renaissance, 2 vols. (Leiden, 1990), así como de
numerosos artículos sobre la historia intelectual del Renacimiento.

CHARLES HOPE es profesor de Renaissance Studies en el Warburg


Institute (Londres). Ha publicado Titian (Londres, 1980) y actualmente pre­
para una compilación de fuentes y documentos sobre el mismo tema.
K R I S T I A N JE N S E N dirige el Incunable Project de la Bodleian Library
(Oxford). Ha publicado Latinskolens dannelse (Copenhague, 1982) y Rhetoriccil
Philosophy and Philosophical Grammar: JuJius Caesar Scaliger’s Theory of Language (Munich,
1990).

11LL K R A Y E es profesora de Historia de la Filosofía en el Warburg Institute


(Londres). Ha codirigido The Cambridge History of Renaissance Philosophy
(Cambridge, 1988) y coeditado la miscelánea The Uses of Greek and Latín: Historical
Essays (Londres, 1988). También ha cuidado de la obra conjunta Cambridge
Translations of Renaissance Philosophical Texts, I, Moral Philosophy y II, Political Philosophy
(Cambridge, 1997), y ha publicado diversos artículos sobre la presencia de
la filosofía clásica en el Renacimiento.

E L I Z A B E T H M c G R A T H tiene a su cargo la Photographic Collection del


Warburg Institute (Londres) y coedita el Journal of the Warburg and Courtauld
Institutes. Es autora del volumen Rubens: Subjects from History, Corpus Rubenianum
13, 2 vols. (Londres, 1996).

P E T E R M A C K es profesor del English Department de la Universidad de


Warwick. Es autor de Renaissance Argument: Valla and Agrícola in the Traditions of Rhetoric
and Dialectic (Leiden, 1993), responsable del volumen Renaissance Rhetoric
(Londres, 1994) y coeditor de England and the Continental Renaissance: Essays in
Honourof J. B. Trapp (Woodbridge, 1990).

M A R T I N L. M c L A U G H L I N es profesor de Italiano en la Universidad de


Oxford y Student de Christ Church College. Tiene a su cargo la sección de ita­
liano de The Modera Language Review y ha publicado el volumen Literary Imitation in
the Italian Renaissance (Oxford, 1995).

N IC H O L A S M A N N es director del Warburg Institute y catedrático de


Historia de la Tradición Clásica en la Universidad de Londres. Ha dedicado
largos años al estudio de la obra de Petrarca, incluyendo varios aspectos de su
interés por el mundo antiguo.

M IC H A E L D. REEVE es catedrático de Latín de la Universidad de


Cambridge y Fellow de Pembroke College. Ha editado la novela de Longo
Daphnis y Cloe (Leipzig, 1982) y el discurso Pro Quincho de Cicerón (Leipzig,
1992). Además de colaborar en el volumen Texts and Transmission, ed. L. D.
Reynolds (Oxford, 1983), ha estudiado la fase humanística de la transmisión
textual de muchas obras latinas clásicas.

10
Prefacio

Hace ya muchos años que el humanismo despierta un considerable interés entre


estudiantes e investigadores de muy diversas disciplinas. También es cierto, sin
embargo, que numerosas publicaciones sobre la materia se escriben, o se escri­
bieron en su momento, pensando en un público de especialistas. A menudo se
da por supuesto que el lector posee un buen bagaje de cultura clásica y rena­
centista, y que maneja con soltura el griego y el latín, además, claro está, de las
lenguas extranjeras que requiere el estudio de tantas monografías imprescindi­
bles. En otras palabras: pese a su deseo de aprender, quienes carecen de esa for­
mación específica y de los instrumentos lingüísticos necesarios han visto
limitado su acceso a un conocimiento riguroso y profundo del movimiento
humanístico. Este libro pretende facilitar ese acceso ofreciendo un tratamiento
asequible y, por decirlo así, monolingüe de algunas facetas fundamentales del
humanismo. Con esa primera finalidad, se han traducido todas las citas clási­
cas, así como buena parte de las escritas en lenguas modernas.
Una segunda razón para desarrollar el proyecto, y hacerlo de manera
divulgativa, se encuentra en el afán por contrarrestar la opinión de que el
humanismo fue una aventura de corte estrictamente filológico, consagrada
exclusivamente a los menesteres de latinistas y helenistas profesionales y defi­
nible en los cauces de un currículo formado por la gramática, la retórica, la
poesía, la historia y la filosofía moral. Todos estos saberes reciben considera­
ble atención a lo largo del volumen, naturalmente, pero sin olvidar el estudio
de la dimensión del humanismo como movimiento cultural e intelectual de
amplio horizonte, es decir, com o empresa que configuró decisivamente o,
cuando menos, dejó huellas visibles en terrenos tan variados como los estu­
dios bíblicos, el pensamiento político, las bellas artes, el conocimiento cien­
tífico y todas las ramas de la filosofía. Paralelamente, para no ceñir la visión
del humanismo, como suele ser habitual, al periodo que se extiende desde
principios del siglo xiv hasta finales del xvi, se han reservado no pocas pági­
nas al estudio de sus antecedentes medievales y, con mayor relieve, al de su
pervivencia en el seiscientos y aun en siglos posteriores. A todo ello se añade,
Introducción al hum anism o renacentista

como tercer objetivo, la voluntad de subrayar que el Renacimiento fue tam­


bién lugar de encuentro entre la cultura neolatina y la vernácula; las comple­
jas relaciones entre esos dos mundos se reflejan al detallar el impacto de los
studia humanitatis en la literatura en lengua vulgar, con particular referencia al
caso de Italia y a las letras hispánicas, tratadas en un capítulo encargado espe­
cialmente para esta edición española.
Algunos directores de cine dicen que el principal secreto de toda buena
película reside en la elección del reparto. Terminado mi quehacer, no creo que
me corresponda mayor mérito que el de haber reunido a un equipo excep­
cional de investigadores, expertos todos ellos en sus respectivos campos, que
han querido poner su erudición al alcance de una audiencia mayoritaria. Mi
gratitud debe alcanzar también a Lluís Cabré, autor de esta versión, y a su
empeño por no dejar nada sustancial fuera de los subtítulos.
En mis fatigas como responsable del volumen y, por supuesto, en mi labor
propiamente académica, me he beneficiado enormemente del contacto diario
con la biblioteca del Warburg Institute, ese extraordinario instrumento que se
brinda al estudioso del humanismo y, en general, a todo aquel que se apasione
por cualquier aspecto de la tradición clásica, desde sus viejas raíces hasta los fru­
tos más actuales. A poca distancia del Warburg se alza la British Library: juntas,
ambas instituciones forman un centro de investigación ideal para quien cultive,
de un modo u otro, las tierras que labraron los humanistas.
Jill Kraye
Nota a la edición española
Para la versión española, y en lo que respecta a los títulos de las obras citadas, se traducen al
castellano las que aparecen en inglés en el original y se apuntan en latín las que así vienen en
la edición inglesa. Los nombres propios se editan siguiendo el criterio de la editora inglesa.
Para esta edición se han suprim ido los artículos originales titulados «Vernacular
hum anism in the sixteenth century», de Warren Boutcher; «H um anism and English
Iiterature in the fifteenth and sixteenth centuries», de C. Carrol, y «H um anism and seven-
teenth-century English Iiterature», de J. Loewenstein, y se han sustituido por el redactado
sobre el hum anism o en España para la ocasión por Alejandro Coroleu. Las notas a pie de
página mantienen las referencias bibliográficas del original, y en el caso de que haya edi­
ción española se anuncia con una llamada [*] que remite a la B ibliografía de c o n su lt a . Del
m ism o m odo, se mantiene la forma de las citas bibliográficas, si bien en la B ibliografía
española hemos preferido añadir el nombre del editor para hacer más fácil la identifica­
ción y la búsqueda. Para la edición española se ha preparado también un índice de las
obras que aparecen en el texto y una bibliografía en castellano de las obras de los autores
(aunque no los literarios más al uso) citados, atendiendo en este caso sólo a ediciones
modernas; existen conocidos repertorios bibliográficos con inform ación todavía válida
sobre las versiones antiguas de dichos autores.

12
Mapa 1. Europa: centros de estudio de la cultura clásica durante el M edievo y los
prim eros años del Renacim iento

13
Mapa 2. Italia: centros de estudio de la cultura clásica durante el Medievo
y los primeros años del Renacimiento

14
Prólogo a la edición española

Los procedimientos y el trabajo de los humanistas se extendieron por buena


parte de Europa desde que, por ejemplo, Petrarca, Coluccio Salutati y, algo
más tarde, Leonardo Bruni y Poggio Bracciolini la recorrieron para saciar lo
que ahora sabemos que fueron las dos vocaciones fundamentales de los
letrados italianos desde los primeros años del siglo xiv: la recuperación de la
literatura grecolatina y el deseo de «erudición literaria». El presente volu­
men abunda en la «línea de trabajo» que se ha venido desarrollando en los
últimos años a la hora de abordar las consecuencias de estas dos vocaciones.
Se resalta aquí la importancia y aun la obsesión por la crítica y la fijación tex­
tuales y el carácter de inexcusables que tuvieron ambas para cuantos al
amparo de los studia humanitatis ejercían tareas intelectuales [Rico 1978]: edi­
tores, artistas, filósofos, maestros, traductores, teólogos, mecenas, poetas,
hombres de estado... También se insiste en la intención educativa del huma­
nismo. Sabremos que bajo la influencia de una retórica clásica revalorizada
(Cicerón y Quintiliano a la cabeza y modernizados por Poliziano o Valla),
también en la tradición humanística española, «la educación clásica, orien­
tada a proporcionar un amplio dominio de la lengua y la literatura de Roma
y de Grecia, según los métodos de la antigua paideía, era la base más adecua­
da para formar debidamente al hombre en tanto individuo y en tanto ciu­
dadano» [Alcina-Rico 1991].
Para la primera línea de trabajo es fundamental el estudio de Rico [1993]
y en él el repaso al trabajo de los especialistas, de los gramáticos y de los filó­
logos como abanderados de la importancia que tuvieron tanto el «pormenor
de sintaxis» como la voluntad educativa y formadora de esa elite culta [Barón
1993 y antes Garin 1981 y 1987] y obcecada en la tradición clásica [Tavoni
1984], La pureza del legado, el legado mismo y la divulgación de sus exce­
lencias unen por igual las intenciones de todos los integrantes de la «síntesis
burckhardtiana», también en España, y son el hilo conductor de las prácticas
humanísticas: los juristas quieren un buen texto para delimitar mejor su tra­
dición legislativa, los arquitectos quieren recuperar los textos que explican

1S
Introducción al hum anism o renacentista

aquellas construcciones para mejorar las propias y para explicar el nuevo


modelo [Sebastián 1981, Blunt 1985], los filósofos necesitan un buen ejer­
cicio textual para poder confiar en las obras que les permiten justificar su
avance pensador y explicativo [Grassi 1993, Seres 1996], el impresor deberá
su fama a la precisión de cuanto edite [Berger 1987, Aquilón 1990], el mece­
nas gozará de más prestigio si su biblioteca es amplia y sobre todo cuidada,
el biblista [Bentley 1983] hará suyo el método que le permita divinizar el
texto... Y esto no sólo en Italia, recuérdense a Suárez y Soto, que Juan de
Herrera tenía una biblioteca envidiable, a Fox Morcillo reflexionando sobre
la imitación a la vista de un texto homónimo de Pico el joven, que Nebrija
no es menor escoliasta que Bárbaro, que el marqués de Santillana no es colec­
cionista menos impulsivo que el duque de Urbino, que la preocupación
bíblica española se alarga, en primera línea, desde Cisneros hasta Arias
Montano, y al sevillano Pacheco que hace a veces de Vasari...
Con esto, tras Rico y otros estudiosos no menos conspicuos, parece que­
dar como tangencial y por fin apartado el debate sobre la filiación histórica
entre el humanismo español y el europeo [Grafton-Jardine 1986]. No es la
cuestión cuánto tardaron en implantarse los procedimientos humanísticos ita­
lianos, y por ende si el furor de historiador de Fernández de Heredia es un
retraso del renacimiento del siglo x i i o un avance del «quattrocento»; [para la
cuestión ver Batllori 1995:109—1 18] sino cuáles y con qué fundamentos lle­
garon, por qué cedazos hubieron de pasar y con qué características peculiares
acabaron sus días en España. Labor extraordinaria en el rastreo de estos fun­
damentos es el trabajo de Ynduráin [1994], que se remonta hasta los Padres
de la Iglesia y que persigue y encuentra la evolución paralela entre la tradición
pagana y la religiosa desde Lactancio y Cicerón hasta Vives y Erasmo*.
Coincidiendo también con Rico [1993] en que el humanismo queda ajustado
a tarea de profesionales y que ni Vives, ni Budé, ni Erasmo son el reflejo del
interés de todos sus colegas nacionales por el nuevo modelo humanístico (y
por sus consecuencias), la apreciación sobre qué zona tuvo la preeminencia en
la introducción de cierto humanismo en España ha quedado relativizada y así

* Será p ro p io de otro lugar y de interesado co n m ás e n ju n d ia analizar las tan traídas y


llevadas anotaciones al p ag an ism o del h u m a n is m o , así c o m o recordar la relación de los
h o m b re s d e Iglesia españoles co n las co n se cu en cias q ue d ejaba el deseo d e « e r u d ic ió n
literaria », c ie n tífic a , artística y p o lítica (M ariana) e n los hum anistas esp añ oles. N o o lv id em o s
q u e allí A d ria n o de U tre ch t fu e papa; Perotti, arzob isp o; Erasm o p u d o ser card en al, c o m o
Sad oleto , B e m b o y Bessarion; Ficin o fu e sacerdote; C o lo n n a y Savonarola, frailes; P ic c o lo m in i,
papa; q u e B io n d o y C astig lio n e frecu entaro n la corte p o n tific ia ...

16
Prólogo a la edición española

Badía [1988] en Cataluña y Seres [1994] en Castilla han delimitado y evalua­


do con finura el empuje de la moda literaria y la calidad del profesional. Del
mismo modo, Gómez Moreno [ 1994] ha establecido las bases para la catalo­
gación de las relaciones entre el humanismo italiano y los géneros humanísti­
cos en España a partir de sus modelos originales.
Con esto, sabiendo que los trazos son similares aunque el alcance y la
nómina de practicantes más limitada, se ha podido centrar el estudio del
humanismo español en establecer qué patrones sociales, educativos e intelec­
tuales e incluso religiosos organizaban a los profesionales, a los funcionarios,
a los teólogos, a los poetas y a los artistas españoles. Basta olvidarse de si fue­
ron antes o después, de si fueron más o menos y acercarse a los trabajos de
G il [afortunadamente rescatado en 1997] y aun Maravall [1984 y 1986], No
tienen parecida estructura la corte de Alfonso V en Nápoles [Ryder 1989, ].
C. Rovira 1990] y la de Juan II en Castilla (recuérdense las personalidades de
las Generaciones y semblanzas), ni la de Carlos I en España [todavía Keninston
-1 980— y Fernández Álvarez —1989- y ahora Lynch —1994—] ni mucho
menos la de Felipe II [Goodman sobre las posibilidades científicas de la socie­
dad española tras Trento y como complemento al todavía insustituible catá­
logo de López Pinero]. Así, la organización política de España no dio la
nómina de consejeros, políticos, juristas, abogados, filósofos, embajadores y
otros hombres al amparo del Estado, que en Italia fueron legiones (una lista
en Burke 1986 y aquí infra) practicando las obligaciones filológicas y cívicas
(y también artísticas o científicas) del humanismo. Pero un disperso conjun­
to de finos estudiosos nos permite seguir el hilo de un humanismo español
desarrollado al arrimo de la Iglesia y de algunos mecenas (hasta 1550 apro­
ximadamente), en contra del aristotelismo universitario (aunque véase
Kristeller [1982]) y al servicio de los impresores extranjeros después. Para las
excepciones menos conocidas entre esos amparados véase Moya del Baño
[1990] y Maestre [1993], y para los grandes nombres y sus problemas ver
todavía Bataillon, Maravall y Batllori.
Para controlar la aceptación del trabajo de los humanistas en España basta
acercarse a los estudios que analizan el oficio y el trabajo de los impresores
españoles. Aquí sí hay simultaneidad con Italia, pero no hay un Aldo, un
Giunta... ni un Estienne, ni un Grifio ni un Froben. Barcelona fue un centro
de cierto interés educativo [Madurell-Rubio, y Millares y ahora Peña] pero las
cartillas que aquí o en Sevilla [Griffm] o en Alcalá [Martín Abad] o en
Salamanca [Ruiz Fidalgo] o en Medina [Cátedra] se imprimían junto a algu­
nos clásicos o rudimentos gramaticales no alcanzaban a las grandes ediciones

17
Introducción al hum anism o renacentista

de clásicos y humanistas contemporáneos que daban dinero y fama en


Europa, ni eran coincidentes en gusto [Clavería, Eisenstein, Hindman,
Petrucci].
Para comprobar que el humanismo generó especialistas no sólo filológi­
cos y que hubo otros detallistas buscadores de modelos y de erudición artís­
tica pueden consultarse Bonet [1993] y Cortés [1994], donde se justifica la
importancia que tuvo trasladar cierto procedimiento humanístico al terreno
del artista. Y con ello la invitación a rebuscar en otros campos hasta qué
punto los procedimientos y los trabajos de los humanistas italianos se repro­
dujeron entre los intelectuales españoles y si la sociedad y los estamentos
(universitarios, religiosos, profesionales) que a veces los cobijaron, aceptaron
de buen grado o con distancia hacerse dúctiles y presentarse permeables a
la oleada de tradición clásica o pagana [Ynduráin 1994, de nuevo], al nue­
vo rigor investigador (insobornable al capricho de lo ya establecido), al
nuevo modelo cosmológico [Granada], a la nueva belleza y a los nuevos des­
cubrimientos. Esto es, a la tarea de Nebrija, Vives, Arias Montano, Sánchez de
las Brozas, Servet, Valverde de Hamusco, Sagredo, Pérez de Vargas, Jarava,
Palmireno, Laguna, Antonio Agustín, Cano, fray Luis... y otros muchos que
hubieron de verse publicados fuera de sus fronteras quizá tanto por su cali­
dad intelectual como por lo carpetovetónico de la sociedad española y gracias
al carácter pan europeo, ya pasado el año 15 25, del humanismo.

C. C.

18
1

Orígenes del h u m an ism o

NICHOLAS M ANN
Toda interpretación del pasado está acotada por las ideas preconcebidas, las
aspiraciones y, sobre todo, el conocimiento o la ignorancia del estudioso que
la lleva a cabo. Para ordenar la materia que investiga, para explicarla, el histo­
riador recurre a palabras y a conceptos que ni están exentos de crítica ni son
impermeables al cambio, sino más bien al contrario: con frecuencia se trata
de elementos en buena medida subjetivos, términos que evolucionan a medida
que nos vamos acercando a una mayor comprensión de los tiempos que nos
precedieron. Etiquetas como Edad Oscura en referencia a las supuestas tinieblas
de la primera Edad Media, o Renacimiento, aplicadas a toda una etapa de la
historia europea, aunque útiles en el marco de una exposición historiográfica,
puede que refieran sólo parte de la verdad del periodo que pretenden carac­
terizar. Cuanto más aprendemos sobre la etapa que siguió al crepúsculo del
imperio romano, menos oscura y poco cultivada nos parece; cuanto más pro­
fundizamos en todo aquello que volvió a nacer en los siglos xvi y xv, más
cuenta nos damos de su relación con el pasado.
La historia del humanismo muestra de manera ejemplar esa noción de
continuidad y a la par un espíritu de renovación. El término mismo debe su
origen a la voz latina humanitas, que Cicerón y otros autores usaron en la época
clásica para significar el tipo de valores culturales que procederían de lo que
podríamos llamar una buena educación o cultura general. Los studia humanitatis
consistían, pues, en el estudio de unas disciplinas que hoy consideraríamos
propias de una formación de letras: lengua, literatura, historia y filosofía moral.
Si bien es cierto que Cicerón no fue lectura ampliamente divulgada en la Edad
Media, algunos hombres instruidos del siglo xiv (sobre todo Petrarca, para
quien Cicerón era autor de cabecera) conocían bien su obra y su vocabulario.
Iras ellos, el nuevo siglo ya pudo contar con la firme incorporación de los stu-
(Iki humanitatis al currículo universitario. Así, en el lenguaje académico de la Ita­
lia cuatrocentista la voz unionista devino habitual para referirse a quien enseñara
o estudiara la literatura clásica y las disciplinas que la acompañaban, inclu­

19
Introducción al hum anism o renacentista

yendo la retórica. Su equivalente en español («humanista») apareció a media­


dos del siglo xvi con parecido significado, pero no fue hasta el siglo xix, pro­
bablemente en Alemania por primera vez (1809), cuando el calificativo dio
lugar al sustantivo («humanismo») para designar la devoción por la literatura
de la antigüedad grecorromana y los valores humanos que de ella se puedan
derivar. En suma: el volumen que ahora echa a andar se ocupa de un concepto
relativamente reciente, aunque tal concepto, como se pretende mostrar en este
capítulo inicial, atañe a una actividad de larga y venerable trayectoria, practi­
cada durante siglos antes de que alguien osara siquiera bautizarla1.
A pesar del recelo expresado a propósito del valor de las etiquetas histo-
riográficas, se im pone la necesidad de contar con una definición de hum a­
nismo que permita operar en las páginas sucesivas. Pero precisamente porque
primero fue una práctica y no un concepto es posible adelantar sin reparos una
descripción que justifique el hecho de dedicar un libro entero a la cuestión.
El humanismo es aquel desvelo por el legado de la Antigüedad -e l literario en
especial pero no exclusivamente- que caracteriza la tarea de los estudiosos por
lo menos desde el siglo ix en adelante. Por encima de todo, supone el redes­
cubrimiento y el estudio de las obras de los clásicos grecolatinos, la restitu­
ción e interpretación de sus textos y la asimilación de las ideas y valores que
contienen. Puede abarcar desde el interés arqueológico por los restos del
pasado hasta la más minuciosa atención filológica por el detalle de cualquier
tipo de testimonio escrito, desde inscripciones hasta poemas épicos, pero llega
a impregnar también, com o veremos, casi todas las áreas de la cultura pos­
medieval, a saber: la teología, la filosofía, el pensamiento político, la juris­
prudencia, la medicina, las matemáticas y las artes. Enraizado en lo que hoy
se consideraría labor de alta investigación, el humanismo pronto halló expre­
sión en la docencia, y así se convirtió en la encarnación y el vehículo de la tra­
dición clásica, que es tanto com o decir en la principal avenida por la que
transcurre la continuidad de la historia cultural e intelectual de Europa. Este

1 D o s aproxim aciones bien distintas a los problem as historiográficos que envuelven a los
térm inos « h u m a n ism o » y « R e n acim ien to » , en W K. Ferguson, The Renaissance in Histórica! Thought:
Five Centuries of Interpretation (C a m b rid ge M A , 1948), y E Burke, The Reiwissance (Londres, 1964) [ * ] .
Véanse tam bién el capítulo de Burke «The spread o f'Italian h u m a n ism » , en A . G o o d m a n y A.
M ackay (ed s.), The Impact of Humanism on Western Europe (Londres, 1990), págs. 1 -2 2 ; C . Trinkaus, The
Scope of Rcnaissance Humanism (A n n A rbor M I, 1983) , y M . M cL a u g h lin , « H u m a n ist co n cep ts o f
Renaissance and M id d le A g e s» , Renaissance Studies, 2 (1 9 8 8 ), págs. 131- 42 Sobre los térm inos
« h u m a n ism o » y «h u m an ista », E O . Kristeller, « H u m a n is m » , en C . B. Sch m itt, Q . Skinner
y E. Kessler (ed s.), The Cambridge History oi Renaissance Philosophy (C a m b rid ge , 1988), págs. 1 13—37.

20
Orígenes del humanismo

capítulo pretende trazar los rasgos fundamentales de ese recorrido, desde sus
presuntos inicios en el siglo IX hasta finales del xiv: un periodo en el que la
erudición se centró en gran medida, aunque no en exclusiva, en la cultura de
Roma y en la literatura latina.
La prueba de que esos pasos iniciales son sólo supuestamente los prime­
ros, y de que ya contaban con el anónimo esfuerzo de una etapa anterior, que
a su vez descansaba sin duda en intentos todavía más tempranos por mante­
ner con vida el espíritu de Roma y sus autores, se puede encontrar en un de­
talle revelador de la transmisión de un texto clásico: el De Chorographia, de
Pomponio Mela, geógrafo del siglo i. Sabemos que Petrarca adquirió uno de
los raros ejemplares de esta obra en Aviñón a mediados de la década de 1330.
Aunque no conservamos ese manuscrito, algunos de sus descendientes reco­
gieron las anotaciones textuales de su privilegiado lector y transmitieron el
resultado de sus sabios afanes a los estudiosos posteriores. Petrarca trabajaba
sobre un ejemplar copiado casi con seguridad en el siglo xn, y que con segu­
ridad procedía de un manuscrito del siglo ix copiado a su vez en Auxerre y
anotado por el maestro carolingio Heiric. Por su parte, Heiric debía su cono­
cimiento del De Chorographia a una miscelánea compilada en el siglo vi por Rus-
ticius Helpidius Domnulus en Ravena, un importante foco de cultura ya desde
la Antigüedad tardía. En este caso (y no es el único) se puede trazar una línea
de descendencia textual que conduce directamente de Roma al Renacimiento,
una línea establecida por m edio de un tipo de actividad erudita típica del
humanismo.
El trabajo de Heiric en Auxerre da la medida del llamado Renacimien­
to carolingio, vale decir una recuperación de la práctica académica en los siglos
viii y ix que presenta muchos de los rasgos que configurarían más tarde el
oficio del humanista. Durante el reinado de Carlomagno, Auxerre fue uno de
los centros monásticos de relieve donde floreció la redacción y copia de li­
bros y se crearon bibliotecas importantes; a su lado figuraban los de Tours,
Fleury y Ferriéres en Francia; Fulda, Hersfeld, Corvey, Reichenau y Saint Gall
en áreas germánicas, así como Bobbio y Pomposa en el norte de Italia. A un
erudito y maestro influyente com o Heiric debemos la transmisión de unos
cuantos textos clásicos además del de Pomponio Mela, entre los que destacan
algunos fragmentos de Petronio. Fue discípulo de Lupo de Ferriéres, el estu­
dioso de mayor enjundia del siglo ix y, en verdad, el primer filólogo clásico.
A zaga de Lupo, Heiric no sólo reunió una biblioteca muy respetable, sino que
intentó conseguir, sin escatimar fatigas, códices de obras que ya poseía para
cotejarlos con los propios y así enmendar o ampliar el texto de sus ejempla­

21
Introducción al hum anism o renacentista

res. Más de una docena de manuscritos anotados de su propia mano, inclu­


yendo obras de Cicerón, Valerio Máximo y Aulo Gelio, dan fe en la actualidad
de su quehacer filológico. Cuatro o cinco siglos más tarde, manuscritos como
éstos ofrecieron a los humanistas italianos los materiales con que llevar a cabo
su recuperación de los autores clásicos.
Otro aspecto bien distinto del periodo carolingio proyecta su sombra, hasta
cierto punto, sobre el posterior renacer de las humanidades en Italia. El régi­
men centralizado del Sacro Imperio creó la necesidad de contar con adminis­
tradores instruidos fuera de la restringida esfera monacal. La solución de
Carlomagno fue llamar, en el año 782, al rector de la escuela de York, en aquel
entonces la más importante de Europa, para que le aconsejara en materia edu­
cativa. Alcuino trajo consigo de Inglaterra un método pedagógico eficaz, basado
en la lectura de textos clásicos, y un resultado significativo de sus consejos fue
el edicto imperial por el que se establecían escuelas no sólo en los monasterios,
sino también en las catedrales, a beneficio del clero secular. Aunque su función
se limitaba probablemente a garantizar la difusión de las letras más elementa­
les, las escuelas catedralicias contribuyeron a la formación de una clase letrada
fuera del claustro monacal y generaron una creciente demanda de libros que
amplió el círculo lector de las obras así difundidas2.
Pese a que el florecimiento de las letras en el momento cumbre de la cul­
tura carolingia no sobrevivió al ocaso del Imperio, el establecimiento de un
sistema que extendía la enseñanza a las ciudades tuvo consecuencias de gran
magnitud. Naturalmente, los principales monasterios siguieron siendo cen­
tros de estudio y producción de libros, y no dejaron tampoco de promover la
afición por la literatura clásica; por citar el ejemplo más notable, varios manus­
critos espléndidos, así como la conservación de diversos textos capitales, se
deben al monasterio fundacional benedictino de Monte Casino, especialmente
a su labor en tiempos del abad Desiderio. Pero el futuro residía en las cortes,
en las escuelas catedralicias y en las ciudades. A lo largo del siglo x ii, se abrió
paso un nuevo resurgir del saber clásico, en esta ocasión etiquetado como
Renacimiento del siglo xn. En las cortes y en las escuelas catedralicias (llama­
das a ser universidades en más de un caso) del sur de Italia y de Sicilia, de la
Península Ibérica, de Bolonia y Montpellier, del norte de Francia y de la Ingla-

2 U n excelente resum en sobre la p ráctica filo ló g ic a y los estud io s e n el p e rio d o


c a ro lin g io , en L. D. R eynolds y N . G . W ils o n , Scribes and Scholars: A Guide to the Transmission oí Greek and
LatínLiterature ( O x fo r d , 1 9 9 1 3) [ * ] , cap. 3; véase tam b ién T rin k aus, Scope, c it ., p ágs. 4—6.

22
Orígenes del humanismo

térra normanda, los hombres doctos aplicaron su erudición clásica no sólo a


las letras sino a fines más prácticos y, anotémoslo, ya plenamente seculares.
Además de literatos y filósofos, la sociedad necesitaba juristas, médicos y fun­
cionarios, y para éstos el estudio de los textos antiguos tomaba el cariz propio
de una instrucción profesional. El repertorio de obras disponibles se había
extendido notablemente en materia de literatura, gramática y lógica, pero
ahora avanzaba en el campo de las traducciones al latín de textos científicos y
filosóficos griegos: tratados de medicina, Euclides, Ptolomeo y algunas obras
de Aristóteles.
El hecho de que incluso la literatura vernácula muestre las huellas de la
clásica indica hasta qué punto las letras antiguas impregnaron la cultura fran­
cesa del siglo x ii. En sus tres últimos decenios, tres romaiis (Román de Thébes, Eneas
y Román de Troie) y muchas obras breves se cimentaron directamente con mate­
rial que remontaba al mundo grecolatino. El aumento en los mismos años de
la producción de florilegio, es decir, antologías de extractos de los viejos auto­
res, confirm a la impresión de que sus obras (las obras antiguas o, cuando
menos, algunos retazos) llegaban a un público cada vez más numeroso, aun­
que no siempre muy cultivado3.
Juan de Salisbury, uno de los intelectuales más sobresalientes del
momento, ilustra ese estado embrionario del humanismo. Se educó en Char-
tres y en París a comienzos del siglo x ii y llegó a poseer, no cabe duda, un
conocimiento de la literatura latina impresionante, si bien un tanto desigual
(en parte dependía de florilegio y no de originales); elogió, además, la elo­
cuencia y propugnó el estudio de las letras en su Metalogicon, y fue diestro en el
empleo de su saber entresacando ejemplos de la historia antigua con que ilus­
trar juicios morales que proyectaba a los problemas de la época. Por otra parte,
luán de Salisbury no da muestras de haber percibido la vieja cuestión de la
relación entre retórica y filosofía, ni tampoco de haberse adentrado hasta el
londo de las obras espigadas: sus exempla valen como ornamentación del dis­
curso más que como parte esencial del pensamiento que lo vertebra. Fue un
latinista excelente, pero más por gramático que por filólogo. En pocas pala-

1 Para el R en a cim ie n to del siglo XII, C . H . H askin s, The Renaissance oí the Twelfth Century;
M *k- G a n d illa c y E. Jeauneau (ed s.), Entretiens sur la renaissance du 12esiécle (París, 1968); C . Brooke,
llir Ivvdfth Century Renaissance (Londres, 1 9 69 ); R . L. Benson y G. C onstab le, eds., Renaissance and Rene-
mil m (he Twelfth Century (O x fo r d , 1 9 8 2 ), esp. págs. 1 -3 3 . Sobre los romans d’antiquité en francés a n ti­
güe ». A. Fourrier, l ’Humanisme medieval dans Ies iittératures romanes du XIIe au XIV* siecle (París, 1964).

23
Introducción al hum anism o renacentista

bras, su figura representa lo mejor a que pudo llegar el clasicista medieval: un


viajero de salón bien informado, pero que aún no ha pisado personalmente el
terreno que los humanistas italianos habrían de explorar detenidamente hasta
hacerlo suyo4.
Los factores que impidieron que la lectura de los clásicos en manos de un
Juan de Salisbury llegara a la plenitud de los studia humanitatis eran males endé­
micos en una sociedad como la del norte de Francia, en la que privaba el inte­
rés de la Iglesia. La enseñanza clerical se sustentaba en los pilares del derecho
canónico (el Corpus de leyes eclesiásticas impuestas por la autoridad en mate­
ria de fe, moral y disciplina) y de la nueva lógica de Aristóteles; dentro de los
límites de la teología escolástica, difícilmente podía la cultura pagana dejar oír
su auténtica voz. Tiempo después algunos tacharían al escolasticismo de pura
antítesis del humanismo, aunque tal actitud, a decir verdad, supone una sim­
plificación excesiva de la cuestión. Lo cierto es que en Italia se había impuesto
un modelo social urbano, muy diferente de la sociedad básicamente agraria y
feudal de los países transalpinos, de modo que la conveniencia de la adminis­
tración civil y del comercio terminó por ganarle el pulso a la Iglesia, espe­
cialmente en las ciudades-estado del norte peninsular. Así se originó una nueva
clase de letrados compuesta por laicos bien preparados, principalmente juris­
tas y funcionarios.

En Francia, el estudio de los textos clásicos, habitual hasta bien entrado el Tres­
cientos, nunca dejó de centrarse en la gramática en cuanto herramienta que
permitía la comprensión y a veces la imitación de los autores latinos. Al sur de
los Alpes, en cambio, esa dedicación siguió otros derroteros y se encaminó
hacia la retórica, entendida como una capacidad válida para la vida del pre­
sente. En Italia, pues, el estudio de lo que fue en la época clásica el arte de
hablar en público se convirtió en el ars dictaminis, el arte de escribir cartas, y sus
practicantes, los dictatores, en expertos dominadores de un instrumento puesto
al servicio de sus protectores o de la profesión jurídica. En un principio, los
dictatores no eran estudiosos de lenguas clásicas a carta cabal, sino rétores que
extraían de los viejos autores la elocuencia para sus cartas y discursos. Ocupa­
ban, eso sí, puestos influyentes como maestros, secretarios o cancilleres de un
gobernante o de una comuna urbana, por lo que intervinieron (y su presen­
cia se dejó notar) en la esfera política. En el dictamen se puede reconocer una

4 V id . G a n d illa c, Entretiens, págs. 53—84; B rooke, Twelfth Century Renaissance, págs. 53—74.

24
Orígenes del humanismo

de las raíces del humanismo, profundamente arraigada en el pasado: la epís­


tola llegaría a convertirse, en gran parte gracias a Petrarca, en uno de los géne­
ros de mayor fortuna durante el Renacimiento; un género versátil, que dio
cabida al discurso personal y al político, a la investigación erudita y al ensayo
filosófico, así como a toda una gama de tareas literarias.
En esa misma Italia trescentista se puede entrever otra de las raíces del
humanismo, entrelazada y a veces inseparable de la actividad de los dictatores:
el estudio del derecho romano en sus vertientes filológica y práctica. Al pala­
cio real de Pavía, y a fecha tan temprana como el siglo ix, se remontan las tra­
zas de notarios que aplicaban el Corpus iuris civilis (la regulación del derecho
romano compilada en el siglo vi a solicitud del emperador Justiniano) a situa­
ciones de actualidad, anticipando en cuatro siglos la figura del funcionario con
formación jurídica, el letrado laico por antonomasia, que habría de desempe­
ñar un papel tan esencial en la vida ciudadana. Efectivamente, en las comunas
urbanas italianas del norte, independientes y en fase de rápido desarrollo, la
actuación de los juristas en asuntos de orden político y económico fue crucial.
A partir del siglo xn, por lo menos, y de modo muy notable en la Universidad
de Bolonia, la enseñanza de las leyes cobró nuevo vigor, de suerte que la glosa
y la interpretación de los grandes textos del derecho romano, el Código y el
Digesto, aplicadas a los problemas legales del momento y combinadas con una
conciencia de los orígenes históricos (sin duda reforzada por la presencia física
de numerosas reliquias de la Antigüedad), alentaron el sentimiento de que la
civilización clásica aún estaba viva, y este sentir despertó a su vez el deseo de
conocerla5.
Así fue com o los juristas que estudiaban textos legales y adaptaban los
preceptos del derecho romano a las necesidades de una sociedad com ple­
tamente distinta ampliaron su interés a otras facetas de la herencia clásica,
cu particular a la historia y a la filosofía moral; y así fue, tam bién, com o
llegaron a entretener sus ocios com poniendo versos en latín. El notario y
luego juez Lovato Lovati fue el primero en dar ejemplo de tales inclinacio­
nes, para más señas en Padua, donde se rodeó de un cenáculo, afín a sus

5 Sobre el papel de dictatores y juristas en este co ntexto R. W eiss, The Dawn of Humanism in Italy
(Tondres, 19 47 ), págs. 3 - 5 ; R O. Kristeller, Eijlit Philosphers oí the Renaissance (Stanford, 1964),
págs. 14 7-6 5 [ * ]; Kristeller, « H u m a n is m » , en C. B. Sch m itt et allí., págs. 1 2 7 -3 0 ; Trinkaus, Scope,
págs. 9 - 1 1 ; R . G . W itt, «M edieval Italian culture and the o rígin s o f h u m an ism as a stylistic id ea l»,
en A. Rabil (e d .), Renaissance Humanism. Founclations, Forms, and Leyacy, 3 vols. (Filadelfia, 1 9 88 ),
I, págs. 2 9 -7 0 ; J. E. Seigel, Rhetoric and Philosophy in Renaissance Humanism (Princeton, 1 9 6 8 ), cap. 6.

25
Introducción al hum anism o renacentista

intereses, cuya actividad permite hablar de esa ciudad com o uno de los
focos más tempranos del protohumanismo. Lovato estaba familiarizado con
un am plio espectro de textos clásicos, m uchos todavía raros en aquel
m om ento, com o las tragedias de Séneca y la lírica de Catulo, Tibulo y Pro-
percio; probablemente halló algunas de estas obras en la abadía benedic­
tina de Pomposa y en la biblioteca capitular de Verona, dos centros famosos
por haber almacenado los escritos de los viejos autores. Fue asimismo un
hábil intérprete de textos epigráficos y tampoco le faltó pasión de anticua­
rio por el pasado local, como demuestra el hecho de que en 1283—84 iden­
tificara com o pertenecientes a Antenor, el mítico fundador de la ciudad, los
restos encontrados en un sarcófago cristiano primitivo excavado en el curso
de unas obras. Por decisión com ún y harto elocuente del clima cultural, la
supuesta reliquia gloriosa de la Padua antigua se incorporó a un m o n u ­
m ento de presunto estilo clásico con un epígrafe en latín escrito por el
mismo Lovato.
Sin embargo, por más revelador que resulte, el episodio no hace justicia
al saber del notario. A juzgar por lo que queda de su producción, los auténti­
cos logros de Lovato deben buscarse en sus epístolas latinas en verso, donde
se percibe la impronta de los poetas antiguos, así como en un breve pero nada
desdeñable comentario de las tragedias de Séneca, fruto de una esmerada lec­
tura personal y un no menos notable intento de redactar el primer tratadito de
métrica clásica. En estas obras se aprecian en embrión tres de las característi­
cas que definirían el desarrollo posterior del humanismo: sed de textos clási­
cos, preocupación filológica por enmendarlos y determinar su sentido, y
anhelo de imitarlos. Estos rasgos, más o menos acusados, se distinguen tam­
bién en una serie de figuras menores del círculo paduano de Lovato. Cabe seña­
lar a su sobrino Rolando de Piazzola y a Geremia da Montagnone, quien
com piló uno de los florilegio medievales de más éxito, el Compendium moralium
notabilium («Antología de ejemplos notables de conducta virtuosa») o, según
reza la edición de 15OS, Epitoma sapientiae («Epítome de sabiduría»), un vasto
conjunto de extractos de autores clásicos y medievales cuidadosamente iden­
tificados6.

6 Sobre los p ad uanos y otros hum anistas de la prim era é p o ca, adem ás d e las obras
citadas en la nota anterior, vid . R. W eiss, II primo secolo deU'umanesimo (R o m a , 1 9 4 9 ), esp. cap. 1, y
The Renaissance Discovery of Ciassical Antiquity ( O x fo r d , 19 8 8 2); N. G . Siraisi, Arts and Sciences at Padua:
The Studium of Padua before 1350 (Toronto, 1 9 7 3 ), págs. 4 2 - 5 5 ; y los cap ítu lo s d e G . B illa n o v ic h ,
R . A vesani y L. G argan en Storia delia cultura veneta, 6 vols. (V ice n z a, 1976—8 6 ) , II, p ágs. 19—170.

26
Orígenes del humanismo

El más conspicuo de los discípulos de Lovato, y elemento clave de este


retorno de las letras, fue Albertino Mussato, jurista, político y patriota, cuya
reputación como diplomático y escritor fue mucho más allá de los confines de
su ciudad natal. Era hombre leído, como su maestro, y tales lecturas fructifica­
ron en sus versos latinos, en gran parte escritos con talante polémico. Compuso
una defensa de la poesía y la historia, De gestis Henrici VII Cesaris («Las gestas del
emperador Enrique V II»), bajo el modelo de Tito Livio, pero su fama se
cimentó sobre todo en su tragedia en verso Ecerinis. Y con razón, pues se trataba
de una pieza dramática fundida en el molde del metro clásico, a imitación de
Séneca: la primera en su género desde la época antigua. Contenía, además, un
mensaje político de largo alcance, ya que relataba la caída del tirano de Padua
Ezzelino da Romano y advertía contra el peligro de dominación que entrañaba
Cangrande della Scala, gobernante de Verona. En reconocimiento a ese dechado
de poesía y patriotismo, los paisanos de Mussato lo laurearon en 1315. Ochenta
años después, este episodio (entre otras razones) movió al humanista floren­
tino Coluccio Salutati a otorgarle un lugar entre los predecesores de Petrarca,
según afirma al repasar el elenco de los padres del saber restaurado7.
La investigación reciente ha rescatado del olvido a buen número de auto­
res secundarios que vivieron en Padua o en sus alrededores. Por lo general, se
trata de hombres formados en el estudio de las leyes, cuyo entusiasmo por la
cultura clásica les llevaba a establecer lazos con el mundo antiguo (como en el
epigrama de Benvenuto dei Campesani, de Vicenza, celebrando el regreso a
Verona de su hijo Catulo) y a emular la epistolografía o la historiografía lati­
nas. En parte debido a su notable biblioteca capitular, qué duda cabe, Verona
devino otra de las cunas del protohumanismo. Giovanni Mansionario, por
ejemplo, entre 1306 y 1320 recurrió a esos fondos de manuscritos para com ­
pendiar una Historia imperialis (ca. 1310) que destaca por la colación y evalua­
ción crítica de las fuentes históricas. En otra de sus obras, Mansionario probó
que el Plinio conocido en la Edad Media como autor de la Historia natural no era
el mismo que compuso una serie de epístolas, y que, por consiguiente, exis­
tieron dos escritores homónimos en época clásica. También en Verona, Benzo
d ’Alessandria, el canciller de Cangrande, dio forma a una vasta enciclopedia

7 En una carta a B a rto lo m e o O lia r i d el 1 de ago sto de 13 9 S , vid . C o lu c c io Salutati,


Kpislolario, ed. F. N o v ati, 4 vols. (R o m a , 1891 —191 1), III, pág. 8 4 : « e l p rim ero que cu ltiv ó la
elo cu e n cia fu e tu co m p a trio ta M ussato de Padu a». Sobre M u ssato , M . T. D a z zi, II Mussato
picumanista 1261-1329: lambiente e Topera (V ice n za, 1964).

27
Introducción al hum anism o renacentista

histórica, la Crónica (131 3—20), basada en un nutrido repertorio de obras anti­


guas que había ido desenterrando, en bastantes ocasiones personalmente, a lo
largo de sus viajes. La búsqueda de textos, tanto como la agudez crítica de Man-
sionario, son signos inconfundibles del avance en el camino de la erudición.
Por lo menos en Padua, Vicenza y Verona, parece como si este progreso
llegara a desplegarse en un ideal literario y estético común: el redescubri­
miento de textos antiguos y, por ahí, el establecimiento de lazos, a veces míti­
cos, con la civilización de Roma, así com o la reimplantación de géneros y
estilos clásicos. En el resto de Italia, en cambio, las trazas de un reviva] similar
son mucho más tenues y suelen partir de la iniciativa de individuos aislados.
Uno de ellos fue Giovanni del Virgilio, contratado en 1321 como profesor de
poesía latina en la Universidad de Bolonia. Pese a limitarse, por lo que sabe­
mos, a la obra de Virgilio y Ovidio, los poemas en latín que dedicó a Mussato
y a Dante contienen una de las más tempranas muestras de égloga a la manera
virgiliana. En Florencia, otros, y no pocos, tomaron asimismo parte activa en
la tarea de reavivar e imitar la literatura clásica, como en el caso de Francesco
da Barberino y de Geri d’Arezzo, a quien Coluccio Salutati concedió un lugar
parejo al de Mussato8; no obstante, en este periodo no hay indicio alguno que
apunte a un concierto de intereses por la cultura antigua comparable al de
Padua y sus alrededores.

Otros dos focos trescentistas de saber libresco merecen aquí una especial aten­
ción. El primero es la corte angevina de Ñapóles, testimonio entre los más
madrugadores del renacer de la lengua griega; a él volveré en la parte final del
capítulo. El segundo es la curia papal de Aviñón, estrechamente vinculada a la
corte napolitana, en particular durante el reinado de Roberto I (1309—43). El
llamado «cautiverio babilónico» del papado (resultado de la presión ejercida
por los reyes de la om nipotente Francia) transformó a Aviñón en la capital
diplomática y cultural del Occidente a lo largo de los tres primeros cuartos del
siglo xiv. Poco a poco, la biblioteca papal fue adquiriendo un fondo im por­
tante de obras clásicas, mientras la curia, es decir, el principal centro de mece­
nazgo, atraía a hombres doctos y con formación literaria de toda Europa,
proporcionando empleo a juristas cultivados y a dictatores. Quizá la más ilustre

8 En la carta citada en la nota anterior, inm e d iatam e n te después de m e n c io n a r a


M ussato , Salutati, Epistolario, III, pág. 84 , afirm a: « ta m b ié n G e ri d ’A rezzo , el m ás grand e de los
im itado res d el o rador P lin io el Jo v e n » .

28
Orígenes del humanismo

figura intelectual que emergió de este ambiente fue Francesco Petrarca, con­
siderado con frecuencia el padre del humanismo y, sin duda alguna, el eru­
dito y escritor más brillante de su generación9. En su actividad tanto como en
sus escritos, las varias tendencias en la ruta del saber hasta aquí reseñadas lle­
gan a la plenitud; no se debe olvidar, sin embargo, que sus logros no hubie­
ran sido posibles si otros no hubieran allanado el terreno.
El padre de Francesco, un notario florentino, tuvo que exiliarse de su ciu­
dad natal en 1302, pocos meses después de que lo hiciera Dante (ambos eran
conservadores y cayeron víctimas de un cambio de poder favorable al sector
radical), y en la coyuntura dirigió sus pasos a la curia papal en busca de
empleo. N o sorprenderá, pues, que anhelara una formación de jurista para
su hijo y que con tal propósito lo enviara seis años a Bolonia cuando éste
había cumplido los dieciséis. No obstante, según cuenta el mismo Petrarca,
la voluntad paterna tuvo que ceder ante la pasión por los autores clásicos que
el joven Francesco había alimentado desde temprana edad con la lectura de
todo cuanto caía en sus manos, en particular las obras de Cicerón y Virgilio.
Del primero, aprendió un dom inio de la retórica y el estilo que lo elevaría
muy por encima de los dictatores; del segundo, la dilección por la poesía que
habría de marcar toda una vida dedicada a las letras. En la formación jurídica
y retórica de los primeros años se descubre un reflejo de aquellos notarios
paduanos del tiempo de Lovato: Petrarca nunca abandonó el mundo secular
y prestó sus servicios en calidad de político y diplomático a los magnates que
lo protegieron.
La primera mitad de la vida de Petrarca transcurrió en Aviñón y sus inme­
diaciones, sobre todo en Vaucluse, lo que significa que tuvo acceso al mece­
nazgo, la cultura y la vida intelectual que brindaba la curia, así com o a los
libros que conservaba la ciudad: los de la biblioteca papal y los que otros
habían traído consigo. A pesar de la aversión que llegó a sentir, andando el
tiempo, por los negocios de la curia y las costumbres disolutas de la ciudad
pontificia, para él Aviñón supuso una plataforma ideal en más de un sentido:
allí pudo llevar a buen puerto sus primeros cometidos filológicos y desde allí
pudo viajar en busca de otras empresas.

9 El co m p endio canónico de la biografía de Petrarca es E. H . W ilkin s Life of Petrarch


(Chicago, 1961); véase tam bién M . Bishop, Petrarch and His World (B loo m ingto n, 1963); para un estu­
dio introductorio que presta atención a la vertiente hum anística y contiene una bibliografía de obras
y estudios, N . M an n , Petrarch (O xfo rd , 1984). Véase tam bién Trinkaus, Scope, págs. 6 -7 , 11 -1 5 .

29
Introducción al hum anism o renacentista

En Aviñón, sin ninguna duda, Petrarca supervisó, en torno a 132S, la con­


fección de un manuscrito de Virgilio para su padre, y también allí, una docena
de años más tarde, el artista sienés Simone Martini agregó un frontispicio al
códice a instancias de Francesco, En Aviñón aún, y con la ayuda de los manus­
critos que halló en la ciudad y con los que seguían llegando, Petrarca pudo
recomponer y restaurar el texto de la Historia de Roma de Tito Livio, combinando
un testimonio incompleto de la tercera década, copiado en el siglo xm, con
uno que contenía la primera (transcrito en gran parte de su puño y letra) y
aun con otro de la cuarta que Landolfo Colonna había traído de Chartres. Hacia
1330 o poco antes, Petrarca estaba en condiciones de ofrecer el texto de Livio
más completo hasta la fecha y de deducir cómo debía ser la obra original en
su integridad. Por si fuera poco, mejoró el texto de modo sustancial, colacio­
nando cada década con la lección de otros manuscritos. Sus notas y enmien­
das a la tercera década resultan especialmente valiosas, puesto que recogen
variantes de un códice, probablemente también debido a Colonna y hoy per­
dido, que descendía de una rama muy distinta de la tradición. Aunque en rea­
lidad no hay pruebas de que Petrarca sopesara críticamente el valor que debía
atribuirse a cada una de las fuentes cotejadas, su celo y su sagacidad de filó­
logo, así como su fervor por la literatura clásica, resultan indiscutibles.
Tal entusiasmo se refleja así mismo en la búsqueda de nuevas obras. La pri­
mera muestra remonta a un viaje por el norte (1333), durante el cual descu­
brió en Lieja un manuscrito del olvidado Pro Archia de Cicerón y en París uno
de Propercio procedente del erudito del siglo xm Ricardo de Fournival. Petrarca
estudió ambos textos minuciosamente y legó a la posteridad sus anotaciones y
enmiendas, al igual que lo haría en el caso ya mencionado del De Chorographia de
Pomponio Mela. En ese sentido, el humanismo de Petrarca cuenta con el mérito
añadido de su contribución personal a la transmisión de textos clásicos here­
dados de las generaciones precedentes. Una parte importante de los estudios
posteriores no hubiera sido posible sin esa mediación, y es muy probable que
debamos la existencia actual de ciertas obras a sus indagaciones y a sus afanes10.
Otros compartían su entusiasmo, por supuesto. La historia de la restaura­
ción de Tito Livio seguramente le debe tanto a Landolfo Colonna com o al
mismo Petrarca. Con todo, es la búsqueda activa de manuscritos de obras clá­
sicas lo que claramente apunta el desarrollo de lo que luego constituyó una de

10 Véase la va lo ra ció n de la tarea filo ló g ic a de Petrarca segú n R eyn olds y W ils o n , Scribes
and Scholars, págs. 128—34 [ * ] .

30
Orígenes del humanismo

las tareas capitales de los humanistas que siguieron sus pasos, comenzando por
su discípulo Giovanni Boccaccio. La consecuencia más inmediata, sin embargo,
lúe el rápido incremento de la biblioteca personal de Francesco. Gracias a
la lista de obras predilectas que compuso poco antes de 1340, sabemos que
las arcas del humanista ya cobijaban en aquella fecha una cifra proporcional-
mente alta de textos clásicos (catorce de Cicerón entre ellos); a su muerte,
daban cabida a la mayor colección de literatura latina existente en manos
de un particular, incluyendo un buen número de códices que había rescatado
personalmente11.
Aunque esta valiosísima biblioteca se dispersó, muchos de los volúmenes
lian sobrevivido. Cabe destacar, quizá por encima de todo, el ya mencionado
de Virgilio, conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y la copia de
bivio de mano de Petrarca, hoy entre los códices Harley de la British Library12.
lin los márgenes de manuscritos como éstos se puede apreciar cómo el huma­
nista dialogaba de tú a tú con los autores antiguos: sus notas a los versos de
Virgilio y al comentario anexo de Servio atestiguan su penetrante atención por
detalles prosódicos o de carácter histórico y descubren una tupida red de refe­
rencias a otras obras clásicas. Su notable dominio de este Corpus le permitió a
menudo rectificar las interpretaciones de Servio e incluso probar (en una carta
posterior) que el pasaje donde Virgilio relata los amores de Dido y Eneas era
una patraña, históricamente hablando, puesto que Dido vivió unos trescien­
tos años después de la muerte del héroe troyano13. Por su parte, las notas y
correcciones al texto de Livio dan fe de la entrega con que Petrarca quiso fijar
correctamente no sólo la letra sino los hechos del pasado. Su extrema familia­
ridad con esta obra le proporcionó además un inmejorable conocimiento de
l.i historia romana, aplicado luego a la enmienda de otros escritos, com o la
traducción de la crónica de Eusebio debida a San Jerónimo. A tales fuentes
agregó la inspección personal de los monumentos de Roma durante su visita
de 1337, y aun el estudio de monedas antiguas. La calidad de su saber le capa­

11 Para los lib ros favoritos d e Petrarca en Vaucluse, P. de N o lh a c , Petrarque et í'humanisme, 2


vi ils. (París, 19 072) , II, págs. 2 9 3 -9 6 ; para la historia p osterio r de la b ib lioteca, M . Pastore
’.iiic ch i, «La b ib lioteca d el Petrarca», en Storia della cultura veneta, II, págs. 5 3 6 -6 5 .
12 A m b o s m an u scritos d isp o n en de facsím il: el m s. S.R I 0.2 7 de la Biblioteca A m b ro -
'.i.ma de M ilá n , en Petrarca, Vergilianus codcx, e d . G . G a lb ia ti (M ilá n , 1930); el m s. H arley 2493
■ti' la British Library de Lo nd res, en G iu se p p e B illa n o v ic h , La tradizione del testo di Livio e le origini
ilrHiimanesimo, 2 vols. (Padua, 1 9 8 1 ), II: II Livio del Petrarca e del Valla.
13 Petrarca, Seniles I V 5, en sus Opera (Basilea, 1 5 54 ), pág. 8 7 2 . Para una a n to lo gía de las
Sriiilcs, ver Petrarca, ed. F. R ic o , págs. 2 9 9 -3 2 2 .

31
Introducción al humanismo renacentista

citaba para identificar edificios (como el Septimonium, cuyas ruinas forma­


ban parte del monasterio de San Gregorio al Celio) o para señalar que durante
siglos se había confundido al Terencio autor de comedias en verso (Terentius
Afer) con un personaje hom ónim o (Terentius Culleo). Su breve biografía del
primero pasó a formar parte de casi todos los manuscritos humanísticos de las
comedias terencianas. En una ocasión, en 1361, incluso fue llamado a con­
sulta, a título de experto, por el emperador Carlos IV para que analizara un
documento de dudosa autenticidad. Basándose en referencias históricas y en
rasgos lingüísticos y de estilo, Petrarca dictaminó que se trataba de una falsi­
ficación y no de un privilegio concedido por Julio César y Nerón, como pre­
tendía Rodolfo IV de Habsburgo con vistas a justificar el derecho de Austria a
ser un estado soberano independiente dentro del Im perio14. La erudición,
pues, se puso al servicio del estado.
N o se debe ocultar, por otra parte, que Petrarca no siempre acertó en sus
juicios. Muchos detalles de los monumentos romanos que examinó le pasa­
ron por alto, de suerte que, por poner un ejem plo, atribuyó a Trajano el
Ponte Sant’Angelo pese a la clara inscripción con el nom bre de Adriano.
Com o Lovato, creyó también que la tumba de un liberto llamado T. Livius,
descubierta en Padua a principios del siglo xiv, era la del gran Tito Livio.
Algo de candidez política se trasluce en el detalle: el deseo de recomponer
los lazos de unión con la antigua Roma fue más fuerte que el sentido crítico
que podría haber im pedido el error. A idéntica ingenuidad se podría atri­
buir la admiración y soporte incondicional que prestó a Cola di Rienzo, un
notario de Roma con un pronunciado gusto por las reliquias del pasado que
intentó reimplantar la república de los tiempos clásicos. Cola di Rienzo tomó
parte en las revueltas populares que agitaron Roma en la década de 1340 y
llevaron a su nombramiento primero com o rector y luego como tribuno de
la ciudad; más tarde fue armado caballero en una ceremonia que incluyó el
baño ritual en la fuente de Constantino; finalmente, el 15 de julio de 1347,
fue coronado Tribuíais Augustus en el Capitolio con toda solem nidad15. Según
parece, Petrarca quedó deslumbrado ante tamaño despliegue de pasión apli­
cada a todo aquello que él m ism o tenía en la más alta estima: el ideal de
Roma compuesto por los múltiples reflejos de las inscripciones, los m onu­

14 Petrarca, Seniles X V I .S , en sus Opera, págs. 1 0 5 5 -5 8 .


15 Sobre el c o n o c im ie n to q u e Petrarca tuvo de R o m a , y sus relacion es co n C o la di
R ie n z o , vid. W eiss, Renaissance Discovery, págs. 32—1-2

32
Orígenes del humanismo

mentos, las monedas y la historia de Livio. No importó que el ideal distara


de ser impecable, ni que las llamas de la revolución se apagaran tan rápida­
mente com o habían prendido, com prom etiendo seriamente al Papa y al
mismo Petrarca. La restitución del m undo antiguo en su sede capital, en
aquel momento lamentablemente postergada en ausencia del pontífice, era
un objetivo por el que Francesco estaba dispuesto a sacrificar incluso el más
prestigioso de sus empeños literarios: la com posición del Aphrica sive de bello
púnico (1337-1345), un poema épico que celebraba las virtudes romanas de
Escipión el Africano.
Era este proyecto, probablemente, lo que le había hecho merecedor de los
laureles en una celebración que llevó también (si hemos de confiar en su pro­
pio relato) el sello inconfundible del renacer de Roma: tras un minucioso exa­
men oral en Nápoles a cargo del rey Roberto, el día de Pascua de 1341 Petrarca
recibió la corona en el Capitolio de manos de un senador romano y pronun­
ció un discurso, basado en un texto de Virgilio, que abundaba en el valor del
arte poético16. Es muy posible que tanto en el ceremonial como en la defensa
de la poesía el laureado evocara a sabiendas el ejemplo de Mussato; también
era consciente, eso no admite reparos, de que en el mundo antiguo se conce­
día el honor a emperadores y a poetas mediante la coronación. En todo caso,
el renovado interés por la poesía y, aun más, por fabricar versos de buena
hechura clásica son aspectos arquetípicos del humanismo. En el Aphrica, con­
cebido a imitación de la Eneida, así como en el Bucolicum carmen («Eglogas»), tan
influidos por las Eglogas virgilianas, se halla un proceder característico de
Petrarca: no ya el hecho de componer obras de inspiración señaladamente clá­
sica, sino cada detalle del modo en que adaptó los modelos sin caer en la copia
servil da la medida de esa aleación, profundamente suya, entre el pertinaz estu­
dio erudito de la Antigüedad y la recomposición de ese mismo mundo en una
forma nueva y esencialmente original.
Hoy se conoce más a Petrarca por su poesía vernácula, sobre todo por el Can-
/miiere (1348—1359—1366), el gran ciclo de sonetos que celebra el amor por una
dama de ficción llamada Laura17. Incluso ahí, la huella de los poetas antiguos
resulta evidente. Pero fue ante todo su producción latina la que estableció su

16 V id . E. H . W ilk in s , The Making of the Canzoniere and Other Petra rehan Studies (R o m a, 1951),
p.igs. 9—69: el d iscu rso p ro n u n ciad o en tal o casió n lo traduce W ilk in s en sus Studies in the Life and
Works of Petrarch (C a m b rid g e M A , 1 9 5 5 ), págs. 30 0—13.
17 Para una e d ició n b ilin g ü e del Canzoniere, vid . Francesco Petrarca, Cancionero, ed. Jaco b o
C ortin es (M ad rid , 19 84 ).

33
Introducción al hum anism o renacentista

reputación de humanista. Los cimientos históricos que habrían de sostener el


Aphrica se fraguaron ya en el Vitarum virorum illustrium epitome (1337) («Sobre hom­
bres célebres»), una obra donde Petrarca recurrió especialmente a Livio y a Sue-
tonio y en la que relataba las vidas de romanos ilustres, en particular las de
Escipión el Africano y Julio César, ambas reelaboradas y ampliadas conforme
aumentaban los conocimientos del autor. Por otra parte, pero sin alejarnos dema­
siado, cabe apuntar también los Rerum memorandarum libri IV («Cosas memorables»),
escritos a modo de réplica a los Factorum et dictorum memorabilium libri IX de Valerio
Máximo y con el afán de ilustrar las virtudes cristianas con numerosos ejemplos
sacados de la historia de Roma.
Las epístolas merecen capítulo aparte. Seguramente Petrarca las venía guar­
dando desde la primera madurez al paso que las escribía. Pero fue en 134S, tras
descubrir en la biblioteca capitular de Verona un manuscrito de las cartas de
Cicerón a su amigo Atico (Ad Atticum), cuando halló inspiración para empezar
a moldear una colección propia, los Epistolarum de rebus familiaribus libri VIII («Car­
tas familiares»), reordenada y pulida incesantemente hasta finales de los cin­
cuenta. El resultado que vio la luz en aquel momento (sucesivas revisiones llegan
hasta 1366) constituyó el primer epistolario humanístico. La concepción y la fac­
tura se debían a Cicerón (así como gran parte del contenido, dada la admira­
ción de Petrarca por el estadista romano), pero no obedecían menos al cuidado
con que el autor cultivó la proyección de su propia imagen a través de las car­
tas. Algunas de ellas, en particular las dirigidas a Boccaccio, versan específica­
mente sobre la imitado, un tema crucial para la siguiente generación de
humanistas. Petrarca describe el impacto que le produjo la literatura clásica y su
íntimo trato con ella. Ofrece sus opiniones sobre la licitud de explotar la mina
de los grandes autores del pasado, al tiempo que subraya la necesidad de hacerlo
de modo discreto y nunca servil: el escritor puede andar tras la huella de otro,
pero no debe reproducir exactamente sus pasos. La semejanza ideal no será la
que media entre retrato y modelo sino la de hijo a padre: similitudo non identitas
(semejanza no igualdad). La imagen procede de Séneca y es elocuente del talante
práctico que Petrarca nunca abandona, ni siquiera en plena discusión teórica.
Tanto es así que incluso trae a colación ejemplos de pasajes concretos del Buco-
licum carmen en los que, antes de mejorarlos, había percibido ecos demasiado
próximos, para su gusto, a los versos modelo de Virgilio, Ovidio y Horacio18.

18 V id . Petrarca, Le familiari, ed. V. R ossi, 4 vols. (Florencia, 19 3 3 - 4 2 ) . Las cartas que


hacen particular referencia a la imitado son : Familiares 1.8; X X I I .2; y X X III. 19. A lg u n as Familiares
han sid o traducidas en Petrarca, Obras, ed. F. R ic o , págs. 2 3 8 -2 9 7 .

34
Orígenes del humanismo

Algunas de estas afirmaciones, con su nota de autocomplacencia, no represen­


tan tanto la materia propia de un carteo cotidiano como la sustancia de unos
escritos de carácter polémico y didáctico que Petrarca dirigía a quienes sentían
más de cerca sus mismas inclinaciones. Entre los de su generación, probable­
mente fue Boccaccio quien compartió más estrechamente la pasión por desen­
terrar códices singulares y por escribir conforme al canon de los viejos textos
que transmitían. También compuso una obra en parte dedicada a la historia clá­
sica, así como un manual sobre los dioses paganos que tuvo gran repercusión;
como se verá en breve, confraternizó con Petrarca en los primeros intentos serios
por reanimar el estudio del griego.
El interés a la vez por la forma y el contenido de la literatura antigua,
ampliamente atestiguado, se refleja de modo muy idiosincrático y algo medie­
val en el tratado más ambicioso de la madurez de Petrarca: De remediis utriusque
fortune («Sobre los remedios para ambas fortunas», 1366), vale decir una enci­
clopedia moral que ofrece curas para los efectos nocivos de la buena fortuna
y consuelo para los golpes de la desdicha. Con el modelo de las Disputaciones tus-
culanas de Cicerón, el tratado se desarrolla com o serie de diálogos entre una
Razón de carácter estoico y las cuatro emociones condenadas por esta escuela
filosófica (Alegría y Esperanza, Tristeza y M iedo), y da cabida, además, a un
enorme acarreo de materiales inconfundiblemente clásicos: más de quinien­
tos ejemplos procedentes de la cantera antigua y un número elevado de refe­
rencias implícitas a escritores romanos. Por todo ello, el De remediis podría llegar
a considerarse la cumbre de la producción de Petrarca, pero se echa en falta la
capacidad de síntesis. A lo largo del discurso filosófico-moral no hay más hilo
conductor que el manido desprecio cristiano por los dioses terrenos y el con­
suelo contra la adversidad en la tradición de Boecio. El componente clásico
pierde así su aguijón; los ecos del estoicismo de Cicerón y Séneca se disuelven
en una masa de materiales que prestan apoyo a opiniones más ortodoxas. En
ésta su obra más popular internacionalmente durante más de dos siglos,
Petrarca no muestra atisbo alguno de la renovación filosófica que podría haber
llevado a considerarle el fundador de aquella corriente humanística más honda
que ya deja atrás la simple lectura y manejo de los textos19.

19 De remediis utriusque fortune fue la obra m ás p op ular de Petrarca y se conserva en


centenares de m anu scritos. La p rim era e d ició n es de 1474 y se puede consultar en Petrarca,
Opera, o en tradu cció n fragm entaria en Obras, ed. F. R ico , págs. 41 1 -4 6 5 . Para una breve relación
de las actitudes estoicas que presenta, N . M a n n , «Petrarch’s role as m oralist in fifteen th-cen tu ry
F ra n ce» , en A . H . T. Levi ( e d .) , Humanism in France at the End of the Middíe Ages and in the Earíy Renaissance
(M anchester, 1 9 7 0 ), págs. 6 - 1 5 .

35
Introducción al hum anism o renacentista

La única ocasión en que se enfrentó abiertamente a un tema filosófico fue


en el De sui ipsius et multorum ignorantia («Sobre su propia ignorancia y la de
muchos otros», 1367), un texto de controversia que contiene una acerada res­
puesta a cuatro aristotélicos que habían afirmado que Petrarca era un hombre
de bien pero con pocas letras. Para empezar, el autor censura la ignorante sabi­
duría de quienes lo acusan, lo que es tanto como decir la filosofía escolástica,
cuya doctrina —arguye- acaso pueda conducir a la verdad, pero nunca a sen­
tir amor por ella. A continuación, Francesco defiende la causa de los studin hiima-
nitatis, el saber al que había entregado toda una vida, alegando que el estudio
de la literatura, en particular la clásica, es senda de perfección y fuente de bon­
dad. Retórica y filosofía moral quedan, por consiguiente, hermanadas bajo
una sola bandera. El mejor ejemplo —no podía ser otro—lo proporciona Cice­
rón, presentado en la obra como una figura protocristiana. Y así, de la mano
del De ignorantia, se cierra un círculo completo: volvemos al autor que inspiró
a Petrarca desde el com ienzo y le acompañó a lo largo de su carrera, ofre­
ciéndole textos que estudiar y, todavía más, un modelo literario y un patrón
ético que configuraron su vida y su obra20.
A final de trayecto se podría concluir que Petrarca no fue enteramente un
innovador, que su brillante erudición se desplegó en un campo desbrozado
por el esfuerzo de generaciones anteriores, y que formó parte, en definitiva,
de una cadena sin rupturas. Pero estas consideraciones no deben limitar en
absoluto el reconocimiento del ímpetu extraordinario que transmitió a esa tra­
dición: por el extraordinario aliento de su saber; por su sentido de la distan­
cia histórica real que mediaba entre su época y la Roma antigua; por la calidad
del latín y la influencia de los escritos que legó a la posteridad; y por el pres­
tigio que confirió a la actividad del erudito. A aquella imitación de los clási­
cos que predicó tanto com o practicó, y que en 1341 tomó cuerpo en su
coronación con laureles all’antica, se debe atribuir el primer impulso de calibre
que recibió el humanismo renacentista, y el buen nombre de su fama.

Un componente esencial del desarrollo humanístico no ha recibido hasta aquí


la debida atención: la restauración del estudio del griego clásico. Una parte
considerable de la producción científica griega, en especial una buena porción
del corpus aristotélico, se había traducido al árabe y había llegado a Occidente

10 Petrarca, De ignorantia, en sus Opere latine, e d . A . B u ñ a n o , 2 vols. (T u rín , 197 5),


II, págs. 1 0 2 5 -1 5 1 . H ay e d ició n castellana en Obras, ed. F. R ico , págs. 2 3 8 -2 9 7 .

36
Orígenes del humanismo

a través del norte de África y la Península Ibérica, donde se llevaron a cabo un


número sustancial de versiones al latín entre los siglos xi y xm. A principios
del siguiente, sin embargo, el griego aún era prácticamente desconocido en
Italia (al igual que en el resto de Europa), pese a su ininterrumpida presencia
oral como lengua vernácula en Sicilia y en el extremo sur de la Península, y a
pesar también de los habituales contactos comerciales entre Venecia y Bizan-
cio. N o existió, en consecuencia, una tradición de estudio análoga a la que
hemos visto en el caso de las letras latinas21.
Retazos de información sugieren que en Padua, a mediados del Trescien­
tos, algunos maestros y juristas poseían manuscritos griegos y que incluso los
podían descifrar. Otros signos indican que, durante el reinado de Roberto I,
la corte angevina de Nápoles fue un centro de traducciones al latín de los tex­
tos griegos que se hallaban en los manuscritos de la biblioteca real reunida por
Carlos I de Anjou (el conquistador del Reino de Sicilia en 1268) y sus suce­
sores. En un momento dado, el rey Roberto llegó a contar con no menos de
tres traductores trabajando a un mismo tiempo, entre ellos el calabrés Niccoló
da Reggio, a quien se deben versiones de algunas obras médicas de Galeno.
Fue otro nativo de Calabria, sin embargo, un monje basilio, de nombre Bar-
laam, que había pasado un cierto tiempo en Constantinopla antes de transfe­
rir su obediencia a la iglesia occidental y trasladarse a la corte napolitana, quien
ejerció el primer influjo en los humanistas que ya conocemos.
Al parecer, en 1342 el rey Roberto envió a Barlaam en misión diplomá­
tica a la curia papal de Aviñón, donde enseñó griego durante aquel verano.
Petrarca, con su entusiasmo habitual por todo lo clásico, recibió clases parti­
culares algunos meses hasta que el monje partió con destino a un obispado en
Calabria tras la recomendación de su flamante pupilo. Difícilmente se puede
otorgar al episodio una gran trascendencia, ya que Petrarca no fue capaz de
leer el manuscrito de Homero que le regaló a principios de 13 54 Nicolás
Sigero, un legado de Bizancio en la curia pontificia a quien había conocido en
Verona en 1348. Sin embargo, nada de esto impidió que más adelante solici­
tara a Sigero obras de Hesíodo y Eurípides, ni que siguiera a la caza de otros
manuscritos homéricos. Sabemos que examinó y rechazó uno en Padua a fina­

21 Sobre la restauración de la len gu a g rie g a , W eiss, The Dawn, págs. 1 9 -2 0 ; Kristeller,


« M e d iev al an te ced en ts» , en su Hight Philosophers of the Italian Renaissance (Stanford, 1 9 64 ),
págs. 1 4 7 -6 5 (1 5 7 —5 9 ) [ * ] t y «Renaissance h u m a n ism and classical a n tiq u ity » , en R ab il,
Renaissance Humanism, I, págs. 5 - 1 6 (10—14); R eynolds y W ils o n , Scribes and Schoiars,
págs. 1 4 6 - 4 9 [ * ] ; G . di Stefano, La Découverte de Plutarque en occident (Turín, 19 6 8 ) , esp. cap. 1.

37
Introducción al hum anism o renacentista

les de 13S8 y que por aquel tiempo conoció allí a otro calabrés y discípulo de
Barlaam, un hombre de mal carácter, según parece, que respondía al nombre
de Leoncio Pilato22.
En marzo del año siguiente, Boccaccio visitó a Petrarca en Milán. Durante
su estancia, departieron sobre el Bucolicum carmen y sobre algunos aspectos de
la imitatio que darían origen a la epístola ya comentada. También hablaron
de Pilato, y el resultado final de esas conversaciones fue que Boccaccio per­
suadió al calabrés, cuando éste se detuvo en Florencia camino de Aviñón, para
que se quedara a enseñar griego a sueldo de las autoridades florentinas. Así,
pues, al año de 1360 le corresponde el honor de registrar la primera muestra
conocida de enseñanza oficial del griego en una ciudad de Italia. Aunque
resulta difícil determinar cuánto tiempo permaneció Pilato en Florencia, su
paso dejó rastros palpables: la traducción parcial de Homero y de unos cua­
trocientos versos de la Hécuba de Eurípides, por encargo de Boccaccio, así como
de parte de las Vidas de Plutarco a petición de Coluccio Salutati.
La actividad subsiguiente de Pilato está mal documentada. Sabemos que
en 1363 permaneció tres meses al lado de Petrarca en Venecia y que Boc­
caccio se sumó a ellos por algún tiempo. Aquel verano Pilato decidió volver
a Constantinopla, lanzando improperios contra Italia y los italianos. Poco
tardó, sin embargo, en dirigir sus invectivas contra la ciudad bizantina y sus
habitantes y planear su retorno a Italia. M urió al naufragar en el viaje de
regreso en 1365. En la primavera de aquel año, Petrarca había preguntado a
Boccaccio acerca de un pasaje de la traducción de H om ero; a finales del
siguiente recibió por fin un manuscrito con la Odisea y la Ilíada vertidas al
latín, y al cabo de un par de años su amanuense G iovanni M alpaghini ya
había sacado copia de ambas obras.
Todos esos contactos nacidos de la corte angevina significaron, a lo sumo,
los inicios titubeantes de la historia de la recuperación del griego. Las traduc­
ciones de Pilato eran desmedidamente literales, por lo que cobraron peaje
cuando Salutati intentó traducir su tanto de Homero en un latín más feliz. Lo
mismo se puede decir de otro texto que quiso mejorar unos años más tarde:
una versión aún medio griega del tratado sobre la ira de Plutarco, fatigosa­
mente pergeñada en Aviñón por el arzobispo de Tebas Simón Atumano en

11 Sobre las relacion es entre Petrarca, B arlaam y P ilato, vid . W ilk in s , Life of Petrarch, págs.
3 3 - 3 4 , 1 6 2 -6 4 , 169, 190—9 2 , 2 0 0; y N. G . W ils o n , From Byzantium to Italy: Greek Studies in the Italian
Renaissance (Londres, 1 9 9 2 ), p ágs. 2—7. Para la in flu e n cia de Barlaam y Pilato en B o ccaccio , ver su
Genealogie deorum y la e d ic ió n castellana (M a d rid , 1983).

38
Orígenes dei humanismo

1373Z3. Los primeros traductores con una preparación seria no llegaron hasta
más tarde y directamente de Bizancio, inicialmente a título de emisarios en un
momento de gran actividad diplomática entre Constantinopla y la Europa occi­
dental, cuando la amenaza turca, cada vez más inminente, se cernía sobre el
imperio griego. Treinta y siete años después del mal comienzo de Pilato, un
diplomático bizantino llamado Manuel Crisoloras llegó a Florencia para tratar
unos negocios y allí instituyó un curso de griego que habría de mantenerse
durante varios años.
La enseñanza de Crisoloras se caracterizó por favorecer el mérito literario
de las versiones latinas a expensas del viejo método de la traducción palabra
por palabra que tanto maniataba el estilo de Pilato y Atumano (método en
parte debido, quizá, al hecho de que la exactitud se creía adecuada en el caso
de la traducción de un texto científico). En su anhelo por facilitar una mejor
comprensión del griego, Crisoloras también escribió un libro de gramática
(Erotemata, «Cuestiones»), el primero de su género en llegar a la imprenta, ya
a finales del Cuatrocientos; su éxito entre los discípulos de Crisoloras fue más
que considerable, y todavía alcanzó a Erasmo y otras figuras del humanismo
posterior.
Por todo ello, 1397 es una fecha clave en la historia del humanism o e
incluso de la cultura europea. Entre los pupilos de Crisoloras se contaban algu­
nos de los hombres de letras más brillantes de una nueva generación, Leonardo
Bruni y Guarino de Verona en la primera fila. Con ellos, y con la llegada del
siglo xv, el griego recuperó el lugar que le pertenecía dentro de los studia huma-
nitatis, y el humanismo entró sin duda en una nueva etapa.

23 Para esta tra d u cció n, D i Stefano, Découverte, caps. 2—3.

39
2

La erudición clásica

MICHAEL D. REEVE
En el año 62 a.C. Cicerón defendió en los tribunales a un poeta griego, Arquías,
cuya ciudadanía estaba en entredicho. La versión del discurso que divulgó más
tarde trata extensamente del servicio que los poetas prestan al estado revis­
tiendo a los héroes con la inmortalidad y alentando con ello el espíritu comu­
nitario. N i los historiadores, afirma Cicerón (Pro Archia 24), llegan a tanto:
Alejandro Magno llevó consigo a muchos de ellos en sus campañas, pero aun
así, al llegar a la sepultura de Aquiles, cerca de Troya, exclamó: « ¡O h , joven
afortunado que encontraste a Homero como pregonero de tu valor!». Y lle­
vaba razón, añade, porque sin la Ilíada la tumba se hubiera cerrado no sólo
sobre el cuerpo de Aquiles, sino también sobre su nombre.
W illiam de Malmesbury, un historiador inglés que murió hacia 1143,
cuenta la misma anécdota1. ¿La habría leído en el alegato ciceroniano en favor
de Arquías? Aunque las letras latinas de la Roma republicana e imperial reco­
rren unos seiscientos años (aproximadamente desde el 200 a.C. hasta comien­
zos del siglo v), ningún autógrafo ha perdurado hasta nuestros días. Las poesías
de Virgilio, las piezas teatrales de Terencio y el relato de la guerra contra A ní­
bal obra de Tito Livio son casos inusuales de conservación en manuscritos de
fecha tan temprana com o los siglos iv o v, compuestos evidentemente para
coleccionistas que aún no habían sufrido los efectos obvios de la conversión
del Imperio al cristianismo. Después de esta fase, la cifra de obras registradas
va menguando hasta el final del siglo vm, cuando Carlomagno creó en el O cci­
dente europeo un im perio sucesor del romano y lo gobernó desde la baja
cuenca del Rin. Por caminos difíciles de seguir, las bibliotecas monásticas y
reales empezaron entonces a obtener códices antiguos, de autores paganos en
no pocos casos, y a copiarlos, generalmente con un nuevo tipo de escritura

1 W illia m de M alm esb ury, Polyhistor, ed. H . T. O u elle tte (B in g h a m to n , 1 9 8 2 ), pág. 4 9 ,


lín eas 2 1 - 2 2 .

41
Introducción al hum anism o renacentista

que se ha transmitido con pequeños cambios hasta la imprenta moderna. Así,


pues, la mayoría de los textos clásicos latinos sobreviven en manuscritos del
siglo ix o más tardíos y, hasta finales del xm, éstos proceden en su mayor parte
de la Europa septentrional. A comienzos del siglo xn, algunos textos, discur­
sos de Cicerón inclusive, ya se podían encontrar en muchas bibliotecas. De la
defensa de Arquías, sin embargo, sólo se conservan dos manuscritos anterio­
res al siglo xiv: uno copiado hacia el 1030 en la abadía belga de Gembloux, el
otro escrito hacia 1150 para la abadía de Corvey, en el noroeste de Alemania1.
W illiam de Malmesbury nunca visitó el continente. En realidad, sus palabras
textuales demuestran que la anécdota sobre Alejandro le llegó de segunda
mano vía San Jerónimo, quien la narra al principio de la vida de San Hilarión2
3.
Con poco más de veinte años, Petrarca abandonó Italia para unirse a la
corte papal de Aviñón. Desdé allí viajó a París y a Lieja en 1333, y en esta ciu­
dad descubrió el discurso en defensa de Arquías y lo transcribió de propia
mano. Dieciocho años más tarde, cuando un amigo florentino le brindó más
discursos de Cicerón, Petrarca se lo agradeció entregándole una copia del Pro
Archia, descrito en la carta adjunta (Variae 45) como «un discurso lleno de admi­
rables elogios a los poetas». Habla ahí el primer poeta coronado en el Capito­
lio desde los tiempos de Estado, el que dtó, en el discurso compuesto en 1341
para la ocasión, la opinión ciceroniana de que los poetas no se hacen, sino que
nacen por favor divino (Pro Archia 18)4. El códice de Lieja se ha perdido, así
com o la copia de mano de Petrarca, pero se puede probar que de ésta des­
cienden todos los manuscritos posteriores excepto uno. Algunos preservan en
sus márgenes anotaciones que Petrarca había escrito en el suyo5. Cuando Cice­
rón utiliza la expresión litterarum lumen, «la luz de las letras» (§ 14), Petrarca
escribe lumen litterarum al lado y esboza un candil o una vela. Cuando Cicerón
dice que muchas ciudades pretendieron la ciudadanía de Homero (§ 19),
Petrarca añade que otros aseguraban que era egipcio porque venía de Tebas,

2 L. D R ey n old s (e d .), Texts and Transmission: A Survey oí the Latín Classics ( O x fo r d , 1 9 8 3 ),


págs. 8 5 - 8 6 . Véase este v o lu m e n siem pre q u e m e n c io n o detalles sob re la tran sm isió n sin
in d icar referencia.
3 San Je r ó n im o , Vita S. Hilarionis, Patrología Latina 23 (París, 1 8 8 3 ), co l. 29. D e b o esta
o bserv ació n a N e il W rig h t.
4 C . G o d i, «La 'C o lla d o lau re ad o n is’ del Petrarca», Italia medioevale e uraanistica, 13
( 1 9 7 0 ), 1 -2 7 (1 4 , 17). Para el m aterial m ás al d ía sob re Petrarca, M . Feo ( e d .) , Codid latini del
Petrarca nelie biblioteche fiorentine (F loren cia, 1991).
5 C ito del m ás a n tig u o : C iu d a d del Vaticano, B iblioteca A p o stó lica Vaticana, m s. Vat.
Lat. 9 3 0 5 , fols. 4 6 r-5 0 r.

42
La erudición clásica

una célebre ciudad de Egipto, y cita la autoridad del segundo libro del comen­
tario de Calcidio al Timeo de Platón (se conserva el ejemplar que poseía Petrarca).
Cuando Cicerón afirma que los poetas griegos pueden alcanzar mayor gloria
que los latinos porque el griego se lee casi en todas partes y en cambio el latín
sólo en los estrechos límites de su territorio (§ 23), Petrarca apunta «no es eso
lo que suele decir acerca del griego». Cuando Cicerón observa que incluso los
filósofos que escriben libros sobre la indiferencia ante la gloria ponen su nom ­
bre en el título (§ 26), Petrarca agrega un pasaje de las Disputaciones tusculanas
donde se declara lo mismo (1.34). Cuando Cicerón asevera que la virtud no
pide en su empeño otra recompensa que la gloria, sin la cual no hallaríamos
motivo de esfuerzo en esta breve vida (§ 28), Petrarca anota al margen «ten
cuidado, sin embargo». En ciertos lugares señala una palabra y escribe una
forma alternativa en el margen, y dos de esas soluciones, togati por Iocati (§ 27)
y quantum por quanto (§ 31), aparecen en todas las ediciones modernas; casi con
seguridad se trata de conjeturas del propio Petrarca.
Los historiadores actuales discuten aún sobre el sentido y el origen de la
voz «humanismo». El autor de un trabajo reciente consagrado a la expresión
studia humanitatis (literalmente: «afán por la cultura»), la documenta en dos pasa­
jes de los discursos de Cicerón (Pro Murena 61 y Pro Caelio 24) y luego en varios
escritores italianos, desde Coluccio Salutati (1369) hasta mediados del si­
glo xv.6 En Italia, no obstante, nadie había leído el Pro Murena, ni circulaba el
Pro Caelio en una forma que incluyera la palabra studio en el § 24, hasta que Pog-
gio Bracciolini, en 1415, envió a Florencia un antiguo manuscrito de Cluny.
Sorprende, en cambio, que no se haya reparado en el siguiente pasaje del exor­
dio del Pro Archia (§ 3):

... os ruego que en este proceso me otorguéis una concesión apropiada al acu­
sado y que para vosotros no sup one, espero, m olestia alguna: ya que repre­
sento a un poeta excelso y hom bre de gran eru dición , ante una audiencia que
ha congregado a hom bres tan devotos de las letras, ante un tribunal de tamaña
h u m an id ad , y dond e preside éste de entre todos los m agistrados, perm itidm e
que hable algo más librem ente del afán por la cultura y por las letras [de studiis
humanitatis ac litterarum]...

6 E. Petersen, « 'T h e co m m u n ic a tio n o f the d ea d ': notes o n the studia humanitatis a n d the
nature o f h u m a n ist p h ilo lo g y » , en A . C . D io n iso tti, A . G ra fto n y J. Kraye (e d s.), The Uses oí Greek
and Latín: Histórica! Essays (Lo ndres, 1 9 8 8 ), págs. 57—69.

43
Introducción al hum anism o renacentista

Petrarca marcó el fragmento. Salutati ya poseía el Pro Archia en 1370, cuando


envió una copia de su puño y letra por carta, y en su correspondencia éste es
el discurso más citado. Reelaborando uno de sus pasajes (§ 16), Coluccio con­
duce a una conclusión conmovedora su muy acostumbrado encomio de los
litterarum studia y los humanitatis studia.7 Si es cierto que studia humanitatis era la
expresión más cercana a «erudición clásica»** de que disponían los humanis­
tas italianos, se convendrá que el Pro Archia dio carta de naturaleza a esta disci­
plina en el Renacimiento.
No olvidemos, sin embargo, que las etiquetas y los eslogans simplifican
y confunden. En la atención que Petrarca dedicó al Pro Archia se pueden distin­
guir ocho componentes:

1. descubrió el discurso
2. le gustó por el entusiasta elogio de la poesía
3. lo utilizó en sus propias obras
4. subrayó algunos puntos, a veces porque detalles afines le habían llamado
la atención en el curso de sus lecturas de otras obras antiguas
5. retocó el texto
6. habló del hallazgo en cartas que luego difundió más ampliamente
7. puso en circulación el discurso
8. era tanto su prestigio como escritor y coleccionista que, a su muerte, el
Pro Archia, como tantos otros textos de su biblioteca, fue solicitado como
ejemplar base para copiar.

Ante esa variedad de circunstancias históricas pertenecientes a un periodo


distante del que les ocupa, los estudiosos del mundo clásico quieren llegar al
manuscrito descubierto por Petrarca tomando el camino más corto. Sin
embargo, no prestar suficiente atención a los otros siete puntos puede dar pie
a juicios erróneos. Más de un editor de Catulo ha creído que, después del verso
10 del poema II, existía un «extenso fragmento» que sólo Alessandro Guarino
vio en un «manuscrito muy antiguo», aunque para Guarino fragmentum signi­
ficaba «vacío» textual. Editores recientes del discurso Pro Piando de Cicerón
incluyen en el § 88, sin plena conciencia de lo que hacen, una frase que

7 C o lu c c io S alutati, Epistolario, e d . F. N o v ati, 4 vols. (R o m a , 1891—1 9 1 1 ), I, pág. 134;


III, pág. 3 3 0; IV 2 , ín d ice IV, « A u to ri classici e m e d ie v a li» , s.v. C ic e r o n e , Pro L. Archia.
* La expresió n classical scholarship, que da título al capítulo, se ha tradu cido por « e ru d ic ió n
clá sica» , en d etrim ento d e su equivalente tradicional (« filo lo g ía c lá sica» ), para dar cabida a la
d istin ció n establecida por el autor en el últim o párrafo de su c o n trib u c ió n . [N. del. T.J

44
La erudición clásica

Petrarca simplemente apuntó para aclarar una transición elíptica8. Otros, y


no es caso singular, se han dejado engañar por manuscritos que son mera
copia de una fuente impresa, o por aquellos que incorporan tantas capas de
cotejos y conjeturas que parecen depender de fuentes valiosas hoy perdidas.
Se ha acusado a los eruditos quinientistas de inventar manuscritos, cuando,
en realidad, para ellos codex quería decir libro impreso. La única protección
posible contra tales errores es la familiaridad con el lenguaje y con el modo
de proceder de los humanistas. Los siete puntos restantes merecen por ello
un examen más atento.
El resultado más evidente de los dos últimos puntos es la conservación de
más de doscientos manuscritos del Pro Archia. Dos códices que resultaban acce­
sibles en 1471 sirvieron para que el discurso llegara a la estampa en Roma y
en Venecia, y a partir de entonces la mayoría de sus lectores lo han leído
impreso y no manuscrito. Los editores modernos, en cambio, han remontado
laboriosamente, por medio de los manuscritos humanísticos, hasta la copia
que sacó Petrarca en 1333. Esta marcha atrás ha sido posible gracias al pro­
gresivo refinamiento de los métodos que en su día ya empleara Petrarca, como
atestiguan sus notas y reajustes al texto: recoger pruebas y datos es tarea fun­
damental del estudio profesional, y la necesidad de mejorar un texto corrupto,
aunque no exclusiva de la erudición clásica, surge con más frecuencia cuando
el texto en cuestión lo ha transmitido, copiándolo, una larga sucesión de per­
sonas con intereses, conocimientos y hábitos de escritura distintos9.
Se podría objetar que, al igual que su uso del texto, las anotaciones de Petrarca
no siempre revisten el carácter que hoy se atribuiría a la labor de quien trabaja en
textos clásicos. Los investigadores modernos pueden escribir monografías sobre
el lenguaje de la vituperación en la antigua Roma, pero cuando Jean Jouffroy seña­
laba los insultos más pintorescos en su ejemplar del alegato ciceroniano contra
Pisón, lo hacía con la intención de ponerlos en práctica10. Cuando Leonardo Bruni
demostró que ya Sila, y no Julio César, había fundado Florencia, pretendía ofre­
cer a la república florentina un origen republicano en lugar de uno autocrático

8 V id . S. R izz o , II kssico filología) degli umanisli (R o m a, 1 9 73 ), págs. 2 3 7 -3 8 (y cf, ix ) , y


« A p p arati c ice ro n ia n i e co n gettu re del Petrarca», Rivista di filología e di istruzione classica, 103
( 1 9 7 5 ), 5 - 1 5 (1 1 -1 3 ).
9 E. ]. Kenney. The Clossical Text: Aspects of Editing m the Age of the Printed Book (Berkeley, 1974);
S. T im p a n aro , La genesi del método del Lachmonn (Padua, 198 5 2, reim presa co n co rreccion es y
a d icio n e s).
10 La H aya. K o n in klijk e B ib lio th ee k , m s. 75 C 63 , fols. 3 7 v -4 5 r.

45
Introducción al hum anism o renacentista

(Lorenzo Valla replicó que Sila fue un malvado sin excusa y el primer tirano de
Roma)11. Cuando el Panormita (Antonio Beccadelli) compendió una lista de poe­
tas clásicos que habían defendido la poesía licenciosa y otra de nombres respeta­
bles que la habían practicado, respondía al efecto que su Hermaphroditus (1425—26)
había causado en Poggio: incluso Virgilio, había dicho Poggio, compuso Priapea
en su juventud, pero también el Panormita debería crecer.12 Cuando en 1440
Lorenzo Valla demostró la falsedad de la Donación de Constantino, un texto que
daba soporte documental al poder secular del papado13, su protector Alfonso de
Aragón y el papa Eugenio IV se disputaban Nápoles por las armas. En términos
generales, las reglas y los modelos clásicos con que se compusieron discursos,
cartas, relatos históricos o versos fueron una ayuda para quienes satisfacían con
tales menesteres las habituales exigencias de una carrera pública. Filósofos, poe­
tas e historiadores clásicos proporcionaron preceptos morales y ejemplos en abun­
dancia, en su mayor parte perfectamente compatibles con el cristianismo. Y los
buenos escritores inspiraron a otros buenos escritores.
Aun por otras tres razones resulta difícil aislar el perfil de los estudios rena­
centistas en materia clásica. En primer lugar, se debe recordar que muchos de
quienes se interesaron críticamente por los textos clásicos no disfrutaban
de empleo en una universidad o una biblioteca, de modo que no tenían obliga­
ción profesional alguna con la disciplina. Un segundo factor reside en la incor­
poración del quehacer erudito a textos literarios. La Elegía a Giovanni Lamola,
compuesta en 1427 por el Panormita, contiene la variante retulit, destacada en
un autógrafo por medio de tres procedimientos gráficos. El término proviene de
una corrupción en Lucrecio, retulerunt (incorrecto) por tetulerunt (correcto ) (De
rerum natura VI.672), como se desprende de un ejemplar de la obra que el Panor­
mita anotó más tarde: «RETVLIT, con la primera sílaba breve, que seguí en mi
Elegía»14. La mayoría de las obras de Petrarca presentan una textura similar, y el
prefacio de los Miscdlanea (1489) de Angelo Poliziano, como si cada capítulo no
fuera ya lo bastante erudito, teje una red de sofisticadas alusiones a raras nove­
dades del saber. La tercera dificultad se debe al hecho de que los humanistas ita­

11 E. B. Fryde, Humanism and Kenaissance Historioqraphy (Londres, 1 9 8 3 ), págs. 13—14;


L. B arozzi y R. Sab b a d in i, Studi sul Panormita e su! Valla (Florencia, 1 8 9 1 ), pág. 75.
12 Panorm ita, Epistolarum libri V (Venecia, 1 5 5 3 ), fols. 79r- 8 3 r.
13 Lo renzo Valla, The Treatise on the Donation of Constantine, trad. C . C o le m a n (N e w H aven ,
19 22 ). [Puede verse la ed ició n latina del Contra Donationis, quae Constantini didtur, Privilejjium, ut falso
creditum Dedamatio, en lo s Opera Omnia, Basilea, 15 4 0 , págs. 7 6 1 -7 9 5 .]
14 ). L. B u trica, The Manuscript Tradición of Propertius (Toronto, 19 8 4 ), pág. 9 1 , n . 11.

46
La erudición clásica

lianos nunca definieron un terreno tan limitado como el de la investigación del


mundo clásico. La lista de los libros predilectos de Petrarca, confeccionada no más
tarde de 1343, no incluye ni un título medieval, con excepción de un tratado de
astronomía y dos obras de consulta15; Salutati, por su parte, no halla mérito lite­
rario alguno en las obras que median entre Casiodoro y Dante16; y Valla sostiene
que nadie escribió en buen latín después de Boecio17. No obstante, ninguno de
los tres traza distinciones de principio entre escritores paganos y cristianos, y que
Valla —recuérdese—trabajó en el texto del Nuevo Testamento. Cosimo de’ Medici
adquirió algunos libros de Salutati y colaboró estrechamente con Niccoló Niccoli,
uno de los principales coleccionistas florentinos; parece que apreciaba especial­
mente a Cicerón y a los historiadores clásicos, pero aun así se preocupó de abas­
tecer la nueva biblioteca de San Marco con obras que complementaran el legado
predominantemente clásico de Niccoli18. En el desapego generalizado por los tiem­
pos medievales también había sitio para discutir cuándo habían empezado. La obra
histórica más ambiciosa del siglo xv, las Décadas (1437—42); de Flavio Biondo, relata
la historia de Italia hasta sus días y a partir de la conquista de Roma por los bárba­
ros (410 d.C.), un hecho que Biondo considera el principio del ocaso, un siglo
antes de Boecio y Casiodoro19. En su panorama de los Scriptores ¡Ilustres Latinae iinguae
(«Escritores ilustres de la lengua latina», 1437), Sicco Polenton mantuvo que la
poesía en latín, después de Juvenal, permaneció en letargo durante un milenio20.
Inevitablemente, la frontera dependía del campo de estudio personal. Los floren­
tinos que reformaron la escritura a principios del siglo xv no siguieron modelos
antiguos, sino manuscritos en letra Carolina minúscula, especialmente códices ita­
lianos del siglo xi o comienzos del xn21.

18 W M ild e , «Petrarch’s list o f favorite b o o k s » , Res publica litterarum, 2 ( 1 9 7 9 ), 22 9—32 ,


tras los pasos de B. L. U llm a n , «Petrarch’s favorite b o o k s » , en sus Studies in the Italian Renaissance
(R o m a, 19 732) , p ágs. 1 1 3 -3 3 .
16 B. L. U llm a n , The Humtmism of Coluccio Salutati (Padua, 1 9 6 3 ), pág. 95.
17 L o ren zo Valla, Dialectae disputationes, en sus Opera (Basilea, 1540; reprint T urín , 19 62 ),
pág. 6 4 4 (p re fa cio ). C f M . L. M c L a u g h in , « H u m a n is t co ncep ts o f R enaissance and M id d le
A ges in the Tre- and Q u a ttro c e n to » , Renaissance Studies, 2 ( 1 9 8 8 ), págs. 13 1 -4 2 .
18 B. L. U llm a n y R A . Stadter, The Public Library of Renaissance Florence (Padua, 1972); A. C.
de la M are, « C o s im o and his b o o k s » , en F. A m es-Lew is (e d .), Cosimo il Vécchio' de' Medici,
1389-1464 ( O x fo r d , 1 9 9 2 ), págs. 1 1 5 -5 6 .
19 D. Hay, «Flavio B io n d o and the M id d le A g e s» , Proceedimjs of the British Academy, 45
( 1 9 5 9 ), págs. 9 7 - 1 2 5 .
20 S icco P o le n to n , Scriptorum iilustrium Latinae Iinguae libri XVIII, ed. B. L. U llm a n (R o m a,
19 28 ), págs. 125, líneas 1 7 -2 2 , 128, línea 3 1 - 1 2 9 , lín ea 1.
21 B. L. U llm a n , The Origin and Development of Humanistic Script (R o m a, 1960); E. C asam assim a,
«Per una storia d elle d ottrin e p aleo gra fich e d a ll'u m a n e s im o a Jean M a b illo n » ,

47
Introducción al hum anism o renacentista

Los actuales estudiosos del Renacimiento tienen sus razones para dar pri­
macía a todas esas peculiaridades y concluir que es anacrónico buscar en aque­
lla época una «erudición clásica» con el valor moderno de la expresión, tal
como la entienden ellos. Las obras de muchos humanistas son voluminosas
(también las publicadas) y no todo el mundo lee en latín con fluidez, menos
aún si se trata de bloques de texto sin separación de párrafos, con una pun­
tuación peculiar y frecuentes erratas, com o ocurre en ediciones de los
siglos xv y xvi22. Además, puede que los estudios de tema clásico no sean el
centro de interés de aquellos que sí cumplen con el esfuerzo requerido. Por
todo ello, las declaraciones sobre los objetivos de los humanistas tienden a
reflejar, en el mejor de los casos, las afirmaciones más generalizadoras de los
mismos escritores; y éstas, a su vez, suelen pecar de una cierta falta de since­
ridad, especialmente si se encuentran en prefacios o en otros lugares donde la
tradición imponía al autor una justificación de su quehacer.
Ahora bien, en realidad, la herencia de las letras renacentistas comprende
un cúmulo de materiales que contribuyeron a la reconstrucción de la Anti­
güedad clásica, fueran o no concebidos con tal designio, y que en su mayor
parte no pueden haber cumplido otro propósito que no sea el avance del saber,
aunque su difusión, eso sí, se produjo de un m odo desigual y hasta cierto
punto gobernado por las convenciones literarias. Los materiales pensados para
la divulgación no escatiman las pruebas externas de tal actividad, como mues­
tra la referencia al Pro Archia en la correspondencia de Petrarca, pero ni siquiera
él, pese a tapizar sus ejemplares de obras clásicas con variantes sacadas de otros
testimonios y con sus propias conjeturas, dejó en su voluminosa obra ni un
solo análisis de un problema textual o interpretativo. Petrarca, por ejemplo,
reconstruyó y en parte transcribió un manuscrito de Tito Livio, ahora el ms.
Harley 2493 de la British Library, que luego pasó a manos de Valla23. Los rea­
justes textuales y otras anotaciones de Francesco superan ampliamente en

Studi medievaíi, ser, 3, 5 ( 1 9 6 4 ), 5 2 5 - 7 8 , y «Literu lae latin a e» , en S. Carori y S. Z a m p o n i, Lo


scrittoio di Bcirtolomeo Fonzio (M ilán , 1 9 7 4 ), págs. ix - x x x i ii. M u c h o s trabajos de A . C . de la M are
co n tien e n m aterial al respecto, por e je m p lo « N e w research o n h u m a n istic scribes in
F lo re n c e » , en A . G a rze lli, Miniatura florentina deJ Rinascimcnto 1440-1525: un primo ccnsimento, 2 vols.
(Florencia, 19 85 ), I, págs. 3 9 3 -6 0 0 ( 3 9 6 - 9 7 ) .
22 Hay, « Flavio B io n d o » , 101—0 2 , e xp lica p or q u é las obras m ás im p ortan tes suelen
encontrarse sólo en antiguas e d icion e s. T am bién existen prob lem as textuales serios, con
frecu encia d eb id os a revisiones de autor,
23 G iu se p p e B illan o v ich ha p u b lic a d o u n fa csím il: II Livio dd Petrarca e del Víiíia (Padua, 19 81 ).

48
La erudición clásica

número a las de Valla, pero fue éste quien dio a luz en 1447 un conjunto de
enmiendas a los libros X X I-X X V I24 Le movía el afán polémico: a su parecer, el
Panormita y Bartolomeo Fació habían corregido con incompetencia el manus­
crito de los libros X X I-X X X que Cosimo de’ Medici había ofrecido al rey de
Nápoles, Alfonso de Aragón. Probablemente, ni el Panormita ni Fació nunca
pensaron en publicar sus correcciones, y Valla, que las había visto directamente
en el códice, podría haber impresionado a Alfonso simplemente copiando las
suyas al lado. Pero ambicionaba un triunfo de mayor resonancia. La discusión
pública sobre cuestiones de crítica textual contaba con el antiguo precedente
del comentario de Servio a Virgilio, por citar un caso; también se puede recor­
dar que, en una carta conservada en un códice del siglo IX, un desconocido Col­
man detecta en algunos testimonios del Carmen Paschale de Sedulio variantes que
violan la métrica25. No obstante, la frecuencia de tales debates en la segunda
mitad del siglo xv, en contraste con su total ausencia a lo largo de la Edad Media
y pese a la práctica continua de la enmienda textual, significa un paso gigan­
tesco hacia lo que se entiende por erudición clásica en la actualidad.
¿Qué decir, pues, del único punto restante de la lista, la satisfacción de Petrarca
al leer el Pro Archia? Sin ese entusiasmo, su descubrimiento podría haber caído en
tierra baldía. Varias obras clásicas deben su supervivencia a reacciones como la
suya. Por lo demás, respuestas distintas a las nuestras pueden resultar reveladoras.
Tras aquella primera reacción, el Pro Archia pronto suscitó otras de más
alcance. Apenas transcurridos treinta años tras la muerte de Petrarca (1374),
Antonio Loschi, secretario del duque de Milán, escribió un comentario sobre
los once discursos de Cicerón que habían pasado por sus manos. En su intro­
ducción al Pro Ardua, menciona el elogio de los poetas en «este distendido y
bellísimo discurso», pero sigue adelante para preguntarse por qué se había
cuestionado la ciudadanía de Arquías si el poeta no había provocado reacción
hostil o resquemor de ninguna clase: «el discurso no ofrece respuesta, y no
recuerdo haber leído ninguna en otra parte». Al proceder a analizar el discurso
con la técnica aprendida en Quintiliano26, Loschi observa que el elogio de los
poetas resulta en buena medida superfluo.

24 L o ren zo Valla, Antidotum in Facium, ed. M . R eg o lio si (Padua, 1 9 8 1 ), págs. 3 2 7—70.


25 R. Sharpe, « A n Irish textual critic and the Carmen paschale o f Sed ulius: C o lm a n ’s letter
to Fe rad ach » , Journal of Medieval Latin, 2 ( 1 9 9 2 ), págs. 4 4 - 5 4 .
26 C . J. C lassen, « Q u in tilia n and the revival o f lea rn in g in Ita ly » , Humanística Lovaniensia,
43 ( 1 9 9 4 ), págs. 7 7 - 9 8 .

49
Introducción al hum anism o renacentista

El descubrimiento del Pro Archia que hizo Petrarca es un eslabón de una


cadena que, en la década de 1570, ya había transformado el canon de la litera­
tura clásica latina17. Hasta 1520, detrás de esos hallazgos casi siempre se encuen­
tra la mano o la instigación de un italiano, si bien muchos de ellos tuvieron
lugar fuera de la Península. Al igual que Petrarca se benefició de los contactos
internacionales y las oportunidades para viajar que le brindaba Avíñón, los estu­
diosos posteriores que asistían a concilios eclesiásticos o desempeñaban tareas
de diplomático o secretario en el extranjero aprendieron cómo explotar incluso
las bibliotecas más lejanas. En 1433, Giovanni Aurispa trajo al Concilio de Basi-
lea un manuscrito procedente de Mains con una docena de discursos dirigidos
a emperadores, entre ellos uno que Plinio el Joven había dedicado a Trajano en
el año 100 d.C. Aurispa confesó en una carta que nunca había leído nada más
placentero. Urgía mejorar el texto, sin embargo, y un corrector (la ignorancia
de cuyo nombre causó cierta desazón a un editor reciente) enmendó numero­
sos pasajes «con admirable perspicacia»2
28. Hace poco ha sido identificado como
7
Tommaso Parentucelli, más conocido como Nicolás V, el papa humanista que
proyectó una biblioteca en Roma con la intención de que rivalizara con la clá­
sica institución de Alejandría29. En 1426 Parentucelli había descubierto en
Nonantola un ejemplar de Lactancio del siglo vi; entre 1439 y 1443 compuso
para Cosimo de’ Medici un catálogo de las obras que debería albergar una buena
biblioteca; y en 1451 envió a Enoch d’Ascoli por tierras del norte, hasta la lejana
Dinamarca, a la caza de manuscritos. Enoch volvió con un botín decepcionante,
aunque al parecer incluía dos obras de Tácito bastante apropiadas: su m ono­
grafía sobre Germania y la vida de su suegro Agrícola, quien había navegado
alrededor de Escocia cuando era gobernador de Britania.
Los descubrimientos son materia poco amante del orden. No siempre exis­
tió una búsqueda sistemática previa ni una difusión inmediata. No siempre
ocurrieron cuando parecía más probable. A veces pasaron sin novedad, o la

27 R. Sab b a d in i, Le scoperte dei codici latini e greci ne’ secoli X IV e X V , 2 vols. (Floren cia,
1 9 0 5 -1 4 ) , reim p reso co n una in tro d u c c ió n de E. G a rin y adiciones y co rreccio n e s de una
co p ia anotada p or el autor (F loren cia, 1 9 67 ). M i a rtícu lo « T h e rediscovery o f classical texts in
the R en aissan ce», en O . Pecere ( e d .), Itinerari dei testi ontichi (R o m a, 1 9 9 1 ), págs. 1 1 5 -5 7 , n o
o frece una visión sistem ática pero al m en o s co n tien e b ib lio g ra fía. N o existe u n tratam iento
ad ecu ad o d el p erio d o posterio r a 1 4 93 , p ero véase L. D. R ey n old s y N . G . W ils o n , Scribes and
Scholars ( O x fo r d , 19 913) [ * ] , pág. 139.
28 XII Panegyrici latini, ed. R. A. B. M yn o rs ( O x fo r d , 1 9 6 4 ), pág. x .
29 A . M a n fre d i, en L. B e llo n i, G . M ilan e se , A. Porro (eds.) Studia classica Iohanni Tarditi oblata,
2 vols. (M ilá n , 1 9 9 5 ), II, p ágs. 3 1 3 -2 5 .

SO
La erudición clásica

novedad no fue anunciada por el descubridor. Por lo demás, «descubrimiento»


no es término de fácil definición30.
Salutati realizó uno de esos hallazgos por casualidad: escribió a Milán
pidiendo un ejemplar de la correspondencia de Cicerón a Atico, rescatada por
Petrarca en Verona en 1345, y recibió a cambio uno de las cartas misceláneas,
Aá familiares, que Petrarca nunca llegó a conocer. Algunos de los textos que
representaron una novedad para Poggio entre 141S y 1429 probablemente ya
habían sido recuperados por otros humanistas, como los franceses Nicolás de
Clémanges y Jean de Montreuil; muchas de esas obras, además, apenas circu­
laron hasta que Poggio abandonó el servicio papal en 1453 para ir a Floren­
cia. U n poema anónimo dirigido a Livia, esposa de Augusto, donde se lamenta
la muerte de su hijo Druso, acaecida en el año 9 a.C., aparece por vez primera
en un manuscrito de 1469, probablemente escrito en Padua, y no hay otra
referencia a su descubrimiento sino la de Giovanni Calfurnio en una edición
impresa en Venecia en 1474: «se encontró hace poco». En 1423 Poggio pidió
a su amigo florentino Niccoli que le devolviera dos textos que le había enviado
desde Britania mientras estaba al servicio del cardenal Beaufort: las poesías pas­
torales de Calpurnio y un texto de Petronio. Sin embargo, hacia 1360 ya había
reclamado la atención de Petrarca un manuscrito veronés de Calpurnio, del
cual se conservan dos descendientes, uno de ellos copiado por un amigo de
Boccaccio que compuso, al igual que éste y que Petrarca, versos pastorales.
En cuanto a Petronio, la transmisión de su novela sigue un curso tortuoso.
U n manuscrito francés del siglo xn que contenía extractos del Satiricón a con­
tinuación del tratado de agricultura de Paladio ya había llegado a Italia en el
siglo xiv. U no de sus posesores, el veneciano Francesco Bárbaro, mantenía
correspondencia regular con Poggio y Niccoli acerca de los descubrimientos
respectivos. Aun así, no hay indicio alguno de que nadie pasara las páginas del
manuscrito más allá de Paladio (de hecho, los extractos en cuestión se difun­
dieron mediante el ejemplar de Poggio). En el mismo año en que éste escri­
bió la carta a Niccoli, un erudito del Véneto copió otro episodio de la novela,
la Cena Trimalchionis, que Poggio había encontrado en la catedral de Colonia. Este
es el único ejemplar existente en la actualidad. Sigue siendo un misterio por
qué razón no se han conservado otras copias del manuscrito de Poggio; no hay
descendientes del que ha sobrevivido porque tardó poco en viajar y hundirse

30 Reeve, « R e d isco v e ry », págs. 1 1 5 -1 8 . Kenney, Clossical Text, p ágs. i x - x , m en c io n a su


« d e sc u b r im ie n to » de G . Pasquali, Storio delta tradizione e critico del testo (Floren cia, 1 9 34 ).

51
Introducción al hum anism o renacentista

en el pantano cultural de Dalmacia, de suerte que no volvió a la superficie hasta


1650 poco más o menos. Mientras tanto, en la década de 1560, estudiosos
franceses descubrieron nuevos fragmentos de Petronio en manuscritos sobre
cuya fecha y contenido se muestran, para nuestra desesperación, particular­
mente silenciosos.

Los textos deficientes, especialmente aquellos con lagunas obvias, fueron uno
de los diversos motivos que espolearon la exploración de bibliotecas en tiem­
pos del humanismo, como lo habían hecho en el siglo IX en el caso de Lupo
de Ferriéres, quien no cesaba de acosar a sus corresponsales en busca de ejem­
plares más completos.
Entre el martes 1 de septiembre de 1388 y el martes 2 de marzo de 1389,
el veneciano Paolo di Bernardo transcribió la primera década de Tito Livio,
«de contenido mayormente militar», y añadió al final:

Esta obra debería agradar m u cho a cualquiera, pero debo ser sincero y decir que
no es un m odelo de fineza en la fijación textual, pues no creo que tal cosa exista
en el presente. Lo que afirmaré con claridad es que no está tan corrom pida com o
m uchas otras que he visto en m is días, aquí o en cualquier otra parte. Para pro­
ducir esta copia he utilizado tantos ejemplares com o he podido, y con su ayuda,
y la de mis pocas luces, he aplicado mis buenos sudores a una lim pieza general31.

Unos años después de haber copiado un texto incompleto del De oratore, el


tratado de oratoria más extenso de Cicerón, Poggio encontró otro códice en
las inmediaciones de Estrasburgo. Com o no tenía modo de comprobar si con­
tenía un texto más completo, ni deseo de perder tiempo copiándolo o de pagar
a un copista sin saber si el manuscrito sería igual al que ya tenía, se contentó
con apuntar el principio y el final de cada sección aparente con vistas a hacer
el cotejo de vuelta a casa. Aún sin alejarnos del De oratore: tras haber perdido el
final del libro I y el comienzo del libro II, el manuscrito medieval más pro­
ductivo dejó a los lectores tratando de adivinar dónde se producía el paso de
uno a otro. En el pasaje ahora designado 11.26, una mano de principios del
siglo xv anotó: «H e visto en un manuscrito muy antiguo que el libro II
empieza aquí, razonablemente, creo, pues más abajo dice "ayer” y "el debate
de ayer” , y además algunos fragmentos que vienen luego los cita Quintiliano

31 París, B ib lio th éq u e N atio n ale , m s. lat. 5 7 2 7 , fo l. 106r.

52
La erudición clásica

como pertenecientes al segundo libro»32. Sus argumentos eran ciertamente


mejores que su presunta paleografía.
A esa costumbre de encolar manuscritos distintos y trasvasar lecciones de
uno a otro, los editores de nuestros tiempos la llaman «contaminación», aun­
que ellos mismos la practican en cada página. Probablemente alegarían en su
defensa que el apparatus criticus, es decir, la anotación filológica a pie de página,
da cuenta de las operaciones realizadas, mientras que los humanistas no sólo
seguían criterios rudimentarios al dar prioridad a un manuscrito sobre otro,
o al seleccionar una lección entre varias, sino que tampoco dejaron registro
alguno de su proceder, ni contaron con un sistema que hiciera referencia a los
manuscritos o permitiera siquiera distinguir entre una variante atestada y una
conjetura. Y es más: los editores modernos tienen que escoger a la fuerza
una de las variantes existentes, mientras que los humanistas solían apuntarlas
y dejar que se impusiesen por sí solas.
Ahora bien, mucho antes de que expirara el siglo xv algunos humanis­
tas ya iban camino de poner solución a estos problemas. En un manuscrito
de las Veninas de Cicerón, copiado hacia 1400, una mano que alguien identi­
ficó poco más tarde como la de Bruni agregó al final (quizá para advertir al
copista a punto de empezar su labor): «Al principio este libro estaba correc­
tamente escrito, pero más tarde lo corrompió alguien que pretendía corre­
girlo; así, pues, acepta el texto y rechaza las correcciones»33. Giovanni
Pontano colacionó un manuscrito del siglo XI de los Remedia amoris de Ovidio
con otro códice, y junto a la variante del paso 131, anotada a pie de página,
apostilló: «en mi opinión el texto de arriba es correcto»34. El amanuense que
copió en 1407, probablemente en Milán, el poema Culex, atribuido a Virgi­
lio según los códices, y que añadió al ñnal que lo había transcrito «de un
ejemplar muy antiguo, con una escritura casi desconocida en nuestros días»,
tenía razones para creer que los manuscritos antiguos eran mejores que los
recientes, como las tenía Bernardo Bembo, pues llamaba a su ejemplar de la
misma obra, ejecutado en el siglo IX , antiquissime antiquitatis reliquiae («una reli­
quia de extrema antigüedad»)35. En términos generales se hallaban en lo

32 Lo nd res, British Library, m s. A d d . 1 9 S 8 6 , fo l. 6 4 v.


33 Flo rencia, B iblio teca M ed icea Laurenziana, m s. Strozzi 4 4 , fo l. 1 0 4 v
34 F. M u n a ri, 11 códice Hamilton 471 di Ovidio (R o m a, 1 9 6 5 ), lám in a IV. 1.
35 M . D. Reeve, « T h e textual tradition o f the Appendix Vergiliana», Maia, 28 (1 9 7 6 ),
p ágs. 2 3 3 - 5 4 (2 4 3 , 2 4 5 , n. 58 ).

53
Introducción al hum anism o renacentista

cierto, y poco importa lo que quisiera decir exactamente «muy antiguo», ni


si estimaban con buen o mal ojo la edad de un códice. Una de las obras más
estudiadas hacia el 1400, especialmente por Gasparino Barzizza y sus discí­
pulos en Padua y Pavía, era el De oratore de Cicerón. Se sabía que era bastante
incompleto, así que cuando en 1421 el texto íntegro fue rescatado en Lodi,
cerca de M ilán, la demanda no se hizo esperar. En 1428, Giovanni Lamola
proclamó los lamentables resultados de su inspección:

Esta venerable r e liq u ia , ex traord in ariam en te a n tigu a , ha sid o m u y m altra­


tada por quienes la han m anejado y han extraído de este ejem plar incorrupto
el texto que circu la h o y en día. Errores de co m p re n sió n , raspaduras, altera­
cio n e s, añad id os: tien en m u c h o de que resp o n d er... Por m i parte, he ap li­
cad o to d o el c u id a d o , la in te lig e n c ia y el arte de que yo y otros esp íritu s
afines expertos en la A n tig ü ed ad som os capaces para recom p on erlo todo de
acuerdo con el texto o rig in a l y anotar al m argen , en cada p u n to , las c o n tri­
b uciones de esos traficantes de palabras, esos m o nstru os bárbaros. Tam bién
m e he esforzado por rep rod ucir com pletam ente el aspecto del v ie jo m an u s­
crito hasta el m ás m ín im o d etalle, in clu so cuan do éste perdía el buen sen­
tid o , c o m o suelen hacer los vie jo s m an u scrito s, p orq u e p refiero perder el
b u en sen tid o en tal c o m p a ñ ía que com p artir la cordura de nuestros ap lica­
dos a m ig o s36.

Cabe añadir que, en un manuscrito de Floro identificado hace poco,


Lamola da fe de su capacidad para componer una auténtica edición37.'
Mencionar los manuscritos utilizados, ya en sí una medida importante
para rendir cuentas de la tarea, respondería sólo a fines poco duraderos si los
códices en cuestión no hubieran llegado a depositarse en una biblioteca insti­
tucional. Ése era el caso, sin embargo, de muchos de los manuscritos más anti-
guos^y 'nuevas fundaciones, com o la biblioteca pública de San Marco en
Florencia, fomentaron esa tendencia38. Petrarca hace referencia a un manus-
critó de San Ambrosio en los archivos milaneses de Sant’Ambrogio (De vita soli­
taria II. 11). Hacia el 1400 alguien descubrió un final alternativo de la Andria de

36 G u arirlo de Verona, Epistolario, ed. R. Sab bad in i, 3 vols. (Venecia, 1 9 1 5 -1 9 ) , I,


págs. 6 4 1 -4 2 (Ep. 4 5 5 , líneas 1 4 3 -7 2 ) .
37 M . D. R eeve, « T h e Lransm ission o fF lo r u s and rhe Periochae a g a in » , Classica! Quarteriy, 85
( 1 9 9 1 ), págs. 4 5 3 -8 3 ( 4 7 5 -7 7 ) .
38 U llm a n y Stadter, Public Library.

S4
La erudición clásica

Terencio en un volumen encadenado en San Dom enico, en Bolonia, y dos


de los amanuenses que luego copiaron la obra mencionan la fuente. Más
entrado el siglo xv, un erudito italiano interesado en dos pasajes conflictivos
de Vitruvio consultó un manuscrito en Mons Blandinius, Gante, y anotó en su
propio ejemplar que las lecciones del Blandinianus codex coincidían39.
Todos esos esfuerzos palidecen al lado de la obra de quien se autodeñnió
como homo vetustatis minime incuriosus («un hombre en absoluto indiferente a lo
an tiguo»): el humanista florentino Angelo Poliziano. Los siguientes logros
acreditan su tarea:

1. fue el prim er estudioso que realizó una colación rigurosa de un m anus­


crito an tigu o : el cód ice de Terencio del siglo v que en aq uel tiem p o
poseían Pietro Bem bo y su padre Bernardo
2. colacionó otros manuscritos que los editores todavía consideran valiosos
3. cuan do cotejó más de un m anuscrito en la m ism a cop ia im presa, dis­
tin gu ió las lecciones respectivas por m edio de signos
4. identificó los manuscritos que usaba, m encionando el nom bre del pose­
sor y agregando detalles sobre su historia y su aparición
5. ded ujo que un m anuscrito de las Silvae de E stad o, escrito en 1417, era
u n ascendiente com ún de todos los que circulaban, y dem ostró que un
m anuscrito de las cartas Ad familiares de C icerón y otro de los Argonautica
de Valerio Flaco, am bos con los folios en desorden, figuraban antes en
la línea de descendencia que llevaba a otros códices que había visto
6. con firm ó su argum ento sobre Valerio Flaco al reconocer la escritura de
N ic c o li en el m anuscrito mal com paginado
7. en la vida de N erón debida a Suetonio, descubrió criterios para id enti­
ficar un autógrafo y los aplicó a un antiguo m anuscrito del D igesto (el
principal Corpus de derecho rom ano del em perador Justiniano) c o n o ­
cido com o las Pandectas florentinas40
8. d istingu ió cada vez más entre variantes y conjeturas.

El quinto de esos méritos formaba parte de su preocupación general por las


pruebas basadas en la autoridad; lo demuestra, por ejemplo, al argumentar
que todos los escritores posteriores a Heródoto que creyeron que Cadmo

39 M . D. R eeve, «Tw o m anu scrip ts at the E sco ria l» , en Actas deI VIII Congreso Español de
Estudios Clásicos (M a d rid , 1 9 9 4 ), II, págs. 8 2 9 -3 9 .
40 V Fera, Una ignota Expositio Suetoni del Poliziano (M esin a , 1 9 8 3 ), pág. 2 2 4 , citad o en N . G .
W ils o n , From Byzantium to Italo: Greek Studies in the Italian Renaissance (Londres, 1 9 9 2 ), págs. 110-1 I

55
Introducción al hum anism o renacentista

importó de Fenicia el alfabeto griego simplemente repetían la afirmación del


historiador41.
En los tiempos de Poliziano empezaba a imponerse el concepto de texto
recibido o versión vulgata. Así, Giannantonio Campano, el segundo editor de
Tito Livio [Roma, 1470], habla con reverencia de la obra del gran historiador
y saluda la llegada de la imprenta, por cuanto ésta reproducirá un texto res­
ponsablemente controlado y acabará con los errores de los amanuenses. Gale-
otto Marzi, por su parte, advierte a Lorenzo de’ M edid que la civilización se
hundirá si se permiten alteraciones textuales de Virgilio, la Biblia, Aristóteles,
Tomás de Aquino, los títulos de propiedad o nobleza, o las crónicas42. Sin
embargo, por cada diatriba contra las manipulaciones deliberadas, hallamos
un alarde como el de Franciscus Puteolanus en la segunda edición de las Silvae
de Estado [Parma, 1473], donde se jacta de haber mejorado este texto y el de
Catulo en más de tres mil puntos. En tanto que algunos temían que la impre­
sión de centenares de ejemplares sería una nueva y peligrosa arma en manos
de los editores, otros celebraban el punto de referencia común que supondría
la circulación de tantos textos idénticos. Ya en 1S 3 5, la pereza intelectual que
daba por bueno el texto más divulgado se había extendido hasta el punto de
provocar la réplica tajante del erudito de Bohemia Sigismundus Gelenius. En
la edición de Livio preparada juntamente con Beatus Rhenanus, afirmaba:

' Así, pues, antes de objetar de entrada que estamos suprim iendo el texto recibido,
la gente debería sospesar qué es lo que hem os sup rim ido y qué lo que hem os
puesto en su lugar. A m i parecer, se debería considerar com o texto recibido el
recibid o hace m ás de m il años y n o el que se ha introdu cid o furtivam ente en
tiempos recientes por obra de tipógrafos descuidados y ha desplegado su influen­
cia de la n o ch e a la m añana gracias a la rep rod ucción en grandes cantidades,
mientras los doctos fingían no darse cuenta o se dedicaban a otros menesteres43.

En la misma edición, aún indispensable ya que entre sus fuentes se hallan


dos códices de gran valor hoy extraviados, Rhenanus lamentaba que ya nadie
se molestaba en examinar un manuscrito. Por fortuna, hombres doctos de toda
Europa pronto desmintieron sus palabras.

41 A . T G ra fto n , « O n the sch olarship o f P o litian and its c o n te x t» , Journal of thc Warburg and
Courtauld Instituto, 45 ( 1 9 7 7 ), págs. 1 5 0 -8 8 .
42 B u trica, Properlius, págs. 60—6 1 , n. 22.
43 T ito L iv io , Decades tres, 5 vols. (Basilea, 1 5 3 5 ), I, pág. 5.

56
La erudición clásica

Mejorar un texto no representa más que un aspecto de su plena comprensión.


¿Quién era el autor? ¿Cuándo y por qué escribió la obra? ¿Qué significa esa
palabra rara o ese extraño latín? ¿A qué historia hace alusión aquí el autor?
¿Debemos tomar lo que dice al pie de la letra o hay un sentido oculto? ¿Quién
tiene razón al respecto, este autor o aquel otro?
Los lectores medievales a m enudo apuntaron en sus manuscritos res­
puestas a preguntas similares, y algunos eruditos del Medievo hilvanaron
exposiciones sistemáticas de obras clásicas, por ejemplo del manual de retó­
rica Ad Herennium (entonces atribuido a Cicerón) o de las sátiras de Persio y
Juvenal44. Los humanistas, con todo, no aportaron nada sustancialmente
nuevo al campo del comentario hasta la década de 1470, cuando Dom izio
Calderini impuso la moda de abordar una selección de los problemas en vez
de exponer el texto entero y repetir, inevitablemente, lo ya dicho en com en­
tos anteriores45. Por otra parte, gracias a los nuevos hallazgos, el volumen de
producción en latín que podía arrojar luz sobre un cierto pasaje aumentó
enormemente, tanto es así que se puede situar en su tiempo y lugar al autor
de un comentario atendiendo a las fuentes utilizadas en sus aclaraciones y
comparaciones.
Al haber muchos más lectores que autores, las anotaciones ofrecen más de
una sorpresa. En el paso 1.2.15-16, Propercio hace mención de Febe e Hilaira,
aquellas hijas de Leucipo de cuya belleza se prendaron Cástor y Pólux. El ano-
tador de un códice escrito en Roma en la década de 1450 cuenta una historia
al respecto alegando la autoridad de «Urbano, un antiguo comentarista del libro
VI de la Eneida»46. En los márgenes de un Ovidio de la misma época, aproxi­
madamente, se encuentra una versión más breve del mismo relato, de nuevo
bajo la autoridad de Urbano.47 Ahora bien, no se conoce comentario virgiliano
alguno bajo tal nombre; Servio cita a un Urbano y el sexto libro de la Eneida
menciona a Cástor y Pólux, pero la referencia de Servio no corresponde a este
pasaje ni narra la historia en cuestión. ¿De dónde la sacaron los anotadores?

44 Ver la obra en curso Catalogus transiatiomim et commentariorum, que cuen ta c o n siete


v o lú m en e s p u b licad os entre 1960 y 1992; la e m p e zó P O . Kristeller y a ctualm en te la edita
V irg in ia Brow n.
45 G ra fto n , « Sch o la rsh ip o f P o litia n » , págs. 1 5 2 -5 6 .
46 H1 E scorial, Real B ib lio teca , m s. g III 12, fo l. 2r; d eb o su c o n o c im ie n to a Trinidad
A rco s Pereira y M aría Elisa C u yá s de Torres.
47 C iu d a d del Vaticano , B iblioteca A p o stó lica Vaticana, m s. Vat. Lat. 15 95 , fo l. 3 9 r, a
p ro p ó sito de O v id io , Heroidas X V I .3 2 7 -3 0 ; d eb o su c o n o c im ie n to a G e m m a D o n a ti y Silvia
R izzo .

57
Introducción al hum anism o renacentista

Ciertos textos pronto se convirtieron en obras de consulta. El dicciona­


rio de Nonio Marcelo, «alimento de pioneros y entusiastas»48, ya era recurso
frecuente en época carolingia, aunque su uso no se generalizó de nuevo hasta
el siglo xv. En un manuscrito de Propercio que el Panormita compuso en
1427, al lado del título Monobiblos se lee «o Elegías según N onio Marcelo»: un
título, o una descripción, que el diccionario esconde bajo la entrada del
verbo secundare49. Niccoli escudriñó de arriba abajo la obra de Nonio en busca
de referencias a obras ciceronianas perdidas50. Y es N onio, por fin, el nom ­
bre más frecuente en los márgenes del ejemplar de Plauto sobre el que tra­
bajaba Pontano51. El diccionario sigue el orden alfabético, pero en aquellos
tiem pos, cuando no existían índices de autores citados, no quedaba más
remedio que recorrer toda la obra para hallar la cita deseada: los humanis­
tas leyeron muchos libros de los que los investigadores modernos tan sólo
consultan el índice.
A veces también se planteaban la autenticidad de un texto. U n amanuense
que transcribió el final alternativo de la Andria de Terencio, según el códice
boloñés ya mencionado, añadió: «pero no creo que Terencio lo escribiera,
porque ni el estilo ni el contenido casan con lo precedente». El discurso En
vísperas del exilio, escrito como si saliera de la pluma de Cicerón y a él atribuido
por lo menos a partir del siglo ix, mereció en torno a 1400 el siguiente
comentario: «quien diga que Cicerón compuso este discurso afirma algo que
no es verdad». Entre los textos estrictamente clásicos, ninguno vio su carác­
ter espurio expuesto a más sistemática demostración que la Donación de
Constantino cuando Valla descargó su batería de argumentos históricos y lin­
güísticos52.
En lo que respecta a géneros de erudición más discursiva, los humanistas
heredaron de la época antigua y la medieval un rico acervo de biografías. Dos
formas terminaron por imponerse: la enciclopédica, cuyo modelo en última
instancia era el De viris illnstribus de San Jerónimo, y la biografía de un solo autor,

48 L. D. R ey n old s, « N o n iu s M a rce llu s» , en R ey n old s (e d .), Texis and Transmission,


págs. 2 4 8 -5 2 (2 5 2 ).
49 C iu d a d del Vaticano, B iblio teca A p o stó lica Vaticana, m s. Vat. Lat. 3 2 7 3 , fo l. I r.
s0 R A. Stadter, « N ic c o ló N ic c o li: w in n in g back the k n o w le d ge o f the a n cie n ts» , en
R. Avesani, M . Ferrari, T. F o ffan o , G . Frasso y A . Sottili (e d s.), Vestigio: studi in onore di Giuseppe
Billanovich, 2 vols. (R o m a , 19 84 ), II, págs. 7 4 7 - 6 4 (7 5 7 ).
51 R. C ap p elletto , La «lectura Piauti» del Pontano ( U rb in o , 1 9 8 8 ), ín d ic e , s.v. N o n io .
52 Véase a rrib a, n. 13.

58
La erudición clásica

generalmente agregada a la introducción de sus obras53. Las biografías huma­


nísticas de más ambición son: De gestis Cesaris («Sobre los hechos de César»),
que Petrarca dejó sin terminar; Cicero novus («Nuevo Cicerón» y la vida de Aris­
tóteles, ambas de Bruni54; y la obra de Sicco Polenton Scriptores ¡Ilustres Latinae
linguae55. Las aportaciones de Bruni fueron posibles gracias a un avance que
eclipsa a las demás conquistas del Renacimiento y le otorga, por encima de
todo, el derecho al nombre: el retorno de la lengua griega a la Europa oc­
cidental56.

Nunca había estado ausente del todo. El griego era lengua madre de los habi­
tantes de algunas áreas del sur de Italia (y lo sigue siendo). Comerciantes y
embajadores lo necesitaban. Además, en todos y cada uno de los siglos que
van del ix al xiv hubo quienes trabajaron seriamente en escritos griegos, aun­
que nadie como Robert Grosseteste, obispo de Lincoln d e l2 3 5 a l2 5 3 y pri­
mer canciller de la Universidad de Oxford, quien dio a luz una edición crítica
de un texto griego (el Corpus atribuido a Dionisio Areopagita) que ha sido
considerada la primera en su género a cargo de un hombre del Occidente euro­
peo57. Por último, cabe recordar que el monje alsaciano Johannes de Alta Silva
se las compuso (no sabemos cómo) para incluir en su ciclo de relatos latinos
(Dolopathos, c. 1190) una versión de la historia homérica que narra cómo U li-
ses huyó de la cueva del Cíclope y otra de la que cuenta Heródoto sobre el
egipcio que saqueó impunemente una pirám ide58. Ya en la Italia del Tres­
cientos, Niccoló da Reggio tradujo obras médicas de Galeno para Roberto de
Anjou, rey de Nápoles, unos decenios antes de que Boccaccio le encargara a

s3 Véase la in tro d u c c ió n de G . Bottari a su e d ició n d e G u g lie lm o da Pastrengo, De viris


illustribus ct de originibus (Padua, 199 1), y la de W Braxton a su e d ic ió n en prensa
(desgraciadam en te p ostum a) del De viris illustribus de G io v a n n i C o lo n n a .
54 Para tradu ccio nes de estas dos b io grafías, la p rim era co m p u e sta c. 1415 y la segu n da
c. 1429, vid . The Humanism of Leonurdo Bruni: Selected Texts, trad. G . G r iffith s , J. H an k in s y
D. T h o m p so n (B in g h a m to n , 19 87 ), págs. 1 8 4 -9 0 , 2 8 3 - 9 2 .
ss Véase arrib a, n. 20.
s6 W ils o n , From Byzantium to Italy. Véase tam b ién K. ]. D over (e d .), Perceptions of the Ancient
Greeks ( O x fo r d , 1 9 9 2 ), cap. 5: «T he m edieval w est», de A . C. D io n iso tti, y cap. 6: «The
R en aissan ce», de P. Burke.
57 A . C . D io n iso tti, « O n the Greek studies o f R obert G ro sseteste», en D io n iso tti, G ra fto n
y Kraye (e d s.), Uses of Greek and Latín, págs. 1 9 -3 9 (29—3 0 ).
s8 Jo h a n n e s de A lta Silva, Dolophatos, ed. A . H ilk a (H e id e lb e rg , 1 9 1 3 ), págs. 7 3 - 7 5 ,
4 9 - 5 7 . Es m era fantasía rom ántica sup on er q u e tales historias circu laro n o ralm en te durante
siglos.

59
Introducción al hum anism o renacentista

un griego del sur de Italia, de nombre Leoncio Pilato, la tarea de hacer lo pro­
pio con Homero. Esta última aventura, sin embargo, tampoco satisfizo a sus
promotores y no llevó a ninguna parte.
Coluccio Salutati admiraba a Cicerón por ser grande a la vez como esta­
dista y como escritor. En 1392-93, como se ha visto, obtuvo las dos colec­
ciones de cartas ciceronianas, y ambos manuscritos, procedentes de Milán, se
han conservado. Le debieron de parecer frustrantes. Inmerso en las letras grie­
gas y rodeado de cultura griega, Cicerón amenizaba su prosa con frases y citas
que generaciones de amanuenses habían reproducido a duras penas, sin enten­
derlas, copiando uno por uno los trazos de cada letra con la máxima fidelidad
posible. Salutati no hubiera sido capaz de comprender esas migajas de la len­
gua helénica ni tan siquiera si la transmisión hubiese sido impecable. Pero en
los márgenes, una elegante mano griega las descifró tan correctamente como
su distorsión lo permitía, dividiendo palabras y añadiendo acentos, y alguien,
además, interlineó la traducción latina correspondiente. Los paleógrafos han
identificado esa mano como la de Manuel Crisoloras, el hombre que «restauró
las letras griegas» en un manuscrito de las cartas Ad Atticum de Cicerón, según
sabemos por una noticia posterior. Crisoloras había conducido una embajada
griega de Constantinopla a Venecia en 1390. En esta ciudad le conoció el flo­
rentino Roberto Rossi, y en 1395, Jacopo Angelí da Scarperia, un conocido
de Rossi, partió para Constantinopla para aprender griego con Crisoloras. En
1396 la Universidad de Florencia le invitó a venir para que enseñara gramá­
tica y literatura griegas por un periodo de diez años. La carta de invitación,
que contiene dos referencias a la Eneida y dos citas ciceronianas, probablemente
fue redactada por el canciller en persona, Coluccio Salutati. Antes de estable­
cer los términos del contrato, la carta traza con gracia un curso a medio camino
de la superioridad y la deferencia:

Nuestros ancestros siem pre m ostraron la m ayor reverencia por la eru dición y
el saber. P.or ello, pese a que en un tiem po n o había universidad alguna asen­
tada en la ciu d ad , el n o m b re de Florencia a co g e , en todas y cada una de las
gen eraciones q u e se han su ced id o , a m u ch o s m aestros en una considerable
diversidad de m aterias, la m e m o ria de los cuales reluce en sus obras y en su
divulgada reputación. En nuestro tiem po hem os presenciado el gran provecho
que ha supuesto añadir los estudios de g riego a tales lo gro s. «Los rom an os,
señores del m u n d o», de quienes no som os la parte más insignificante, por boca
de sus más grandes autores confesaron haber recibido de los griegos todas las
ram as del saber: el veredicto de nuestro C ice ró n co n firm a que nosotros, los
rom anos, o hacem os por nuestra cuenta más sabias innovaciones que ellos, o

60
La erudición ciósica

m ejoram os lo que tom am os de ellos, aunque, naturalm ente, c o m o él m ism o


dice en otro lugar hablando de su época, «Italia es invencible en la guerra, G re­
cia en la cultu ra». Por nuestra parte, y sin voluntad de ofender, creem os fir­
m em ente que griego s y latinos han llevado siem pre el saber a la cum bre con
el intercam bio de sus escritos. Esta con vicción , y el deseo de que una genera­
ción más joven pueda beber de ambas fuentes y sum ar griego y latín en pro­
vecho de un co n ocim ien to más rico, nos ha llevado a la decisión de contratar
a un experto en am bas lenguas para que enseñe griego aquí y preste un servi­
cio útil y un sello de distinción a ese gran centro de honor, la U niversidad de
Florencia.

Crisoloras llegó en febrero de 1397. Leonardo Bruni, más tarde también


canciller, recordaría la trascendencia del suceso para su propia carrera: los
maestros de leyes abundaban, pero durante setecientos años nadie en Italia
había sabido griego, y he aquí que ahora se le presentaba una oportunidad
única, como llovida del cielo, de conocer a Homero, Platón y Demóstenes, y
de sumergirse en las admirables doctrinas que estos autores podían impartir59.
La gramática de Crisoloras, Erotemata («Cuestiones»), encontró el camino de
muchos pupitres, ya fuera en su forma original o en la adaptación de Guarino.
Comenzaban a llegar a Italia manuscritos griegos en abundancia y empezaba
a haber traducciones. Tras la caída de Constantinopla a manos de los turcos en
1453, un buen número de griegos buscó refugio en Italia, trayendo consi­
go más manuscritos. Ya en los tardíos años noventa, Lorenzo de’ Medid,
aún enviaba a Janus Lascaris a recabar todavía más, y éste volvió con unos
doscientos60.
Buena parte de la cultura helénica se había filtrado a través de la latina, de
m odo que, gracias a escritores como Cicerón, Horacio y Servio, algunos
de sus predecesores griegos (Platón, por ejemplo) se encontraron con un
camino alfombrado. Fueron éstos, junto con historiadores griegos que se
habían ocupado de Roma, quienes recibieron las primeras atenciones. N o
pocos traductores pusieron sus miras en las vidas de Plutarco, y pronto vieron
la luz en latín las referentes a personajes romanos, entre ellas la de Cicerón,,
tan útil para Bruni. En los quince años siguientes a 1397, cabe consignar dos

s9 R eeve, « R e d isc o v e ry » , págs. 1 3 4 -3 7 , d o n d e reedito el texto latin o de la in v itación a


C riso lo ras.
60 S. G e n tile , «L o re n zo e G ia n o Lascaris: il fo n d o greco della b ib lioteca m ed ice a privata»,
en G . C . G a rfag n in i ( e d .) , Lorenzo il Magnifico e il suo mondo (Florencia, 1 9 9 4 ), págs. 1 7 7 -9 4 .

61
Introducción al hum anism o renacentista

excepciones notables: la Geografía de Ptolomeo, escrita en el siglo n d.C. y más


tarde enriquecida con mapas ilustrativos, y una obra del siglo iv, el ensayo de
San Basilio A los jóvenes sobre lo utilidad de la literatura griega. El mismo Crisoloras
empezó una versión de Ptolomeo, terminada en 1409 por la mano de Jacopo
da Scarperia. En 1418, en el Concilio de Constanza, el cardenal Fillastre de
Reims encargó una copia para su catedral; en la nota final de ofrecimiento,
escribió: «por favor, tratadlo con cuidado, pues creo que es el primer ejemplar
que llega a Francia»61. El ensayo de San Basilio, por su parte, supuso para la lite­
ratura griega, en sentido lato, algo muy parecido a lo que el Pro Archia había sig­
nificado para la literatura sin adjetivos; por si fuera poco, contaba con la ventaja
de ser obra de un cristiano dirigiéndose a otros cristianos, así que servía de
réplica a los ataques contra las letras paganas, como los lanzados por Giovanni
Dom inici en su Lucula noctis («Luciérnaga») de 1405. La traducción de Bruni,
terminada ya en 1403, se conserva en más de trescientos manuscritos62.
Una segunda oleada de versiones sobrevino durante el pontificado de
Nicolás V, sin duda alentada por el proyecto papal de crear en Roma una biblio­
teca imponente. La materia más solicitada fue la historia, incluyendo los dis­
cursos de Tucídides, vale decir uno de los mayores retos que podían
presentársele a un traductor de griego. Valla, autor de la proeza, hubiera hallado
escollos de pareja dificultad en la lengua de los poetas, tan ardua por el estilo,
el metro y a veces el dialecto, y eso sin contar con el grado de corrupción que
ha afectado, por citar un caso representativo, a Esquilo. Pero en general, así en
latín como en griego, la poesía cedió ante la prosa —Virgilio ante Cicerón, a
los ojos de Bruni—hasta superada la mitad del Cuatrocientos63, e incluso enton­
ces se prefirió a los poetas helénicos que habían tenido imitadores en Roma,
especialmente a Homero, Hesíodo y Teócrito, los modelos de Virgilio.
Por razones obvias, pocos traslados latinos de obras griegas cuentan en la
actualidad con ediciones solventes: de poco sirven al editor de un texto griego,
a menos que el traductor utilizara un manuscrito hoy perdido, como lo hizo
probablemente Valla en su versión de Tucídides; por lo demás, quienes estu­
dian el humanismo raramente requieren más que una aproximación al tipo de

61 Reeve, « R e d isc o v e ry » , págs. 1 3 7 -4 0 .


61 L. S ch u c a n , Das Nachleben von Basilius Magnus «ad adolescentes» (G in e b ra , 1 9 7 3 ),
págs. 6 2 - 7 6 , 2 3 5 -4 2 .
63 C . D io n is o tti, Geografía e storia della letteratura italiana (Turín, 1 9 6 7 ), págs. 1 7 7 -9 9
( 1 8 6 -8 8 ) .

62
La erudición clásica

traducción y a la competencia de su autor. Eso explica que aún no se conoz­


can lo suficiente ni la escala ni los parámetros de su difusión. El poema de
Lucrecio sobre el universo (De rerum natura), descubierto por Poggio en 1417,
ofrece una visión del materialismo epicúreo mucho más comprensiva que los
apuntes sumarios, y por lo general hostiles, contenidos en las obras filosófi­
cas de Cicerón; del códice de Poggio conservamos unos cincuenta descen­
dientes. Ahora bien, Diógenes Laercio consagró por entero a Epicuro el décimo
y último libro de sus Vidas de filósofos; pocos humanistas lo leyeron en griego,
pero Ambrogio Traversari terminó su traducción en 1433646
. ¿Cuántos manus­
5
critos de esa versión se han conservado? Nótese de paso que Traversari om i­
tió los poemas.
El griego, en tanto que lengua viva, brindaba escasas perspectivas de uso
a los italianos. Se contentaron, pues, en un principio, con explotar la pro­
ducción escrita, original o traducida, por lo que en ella recababan sobre la
latina. Hacia 1462, Cristoforo Landino observó que el tema de la cuarta sátira
de Persio era un préstamo del Primer Alcibíades de Platón63. En 1482 y en 1504
el humanista florentino Bartolomeo Fonzio impartió clases sobre los Argonau-
tica de Valerio Flaco, y su ejemplar de trabajo, una edición impresa en Bolo­
nia en 1474, atestigua la pormenorizada utilización de la fuente más
im portante de Valerio, los Argonautico de Apolonio (Fonzio había obtenido
materiales sobre esa obra por mediación del estudioso bizantino Andrónico
Calixto)66. También en ese terreno Poliziano llegó m ucho más lejos. En las
notas que acompañan a los Fastos de Ovidio, por citar un caso, desfila un asom­
broso elenco de escritores grecolatinos. Y eso no es todo: siguiendo el hilo
de la labor de Giorgio Merula y Dom izio Calderini sobre la poetisa griega
Safo (a propósito de la ovidiana Carta de Safo), Poliziano consiguió reunir una
impresionante colección de fragmentos y testimonia67. U n texto poético sin­

64 A. S o ttili, «II Laerzio la tin o e greco e altri a u to gra fi d i A m b r o g io Traversari», en


A vesani, e d ., Vestigio, II, p ágs. 6 9 9 -7 4 5 ; M . G ig a n te , « A m b r o g io Traversari in terp rete di
D io g e n e L a e rz io » , en G . C . G a rfag n in i (e d .), Ambrogio Traversari nel VI centenario della nascita
(F lo re n cia, 1 9 8 8 ), p ágs. 3 6 7 -4 5 9 .
65 R. C a r d in i, La critica del Landino (Floren cia, 1 9 7 3 ), pág. 173, n. 50 , a partir d e M ilá n ,
B ib lio teca A m b ro sian a , m s. I 26 i n f , fo l. 2 1 3 r.
66 G . Resta, « A n d ro n ic o C allisto, B arto lo m eo F o n zio e la p rim a traduzione um a n istica di
A p o llo n io R o d io » , en Studi in onore di Anthos Ardizzoni, 2 vols. (R o m a , 1 9 7 8 ), II, págs. 1 0 5 5 -1 3 1 .
67 A n g e lo P o lizian o , Commento inedito ai Fasti di Ovidio, ed. F. Lo M o n a c o (F lo re n cia, 1 9 91 ).
Para otras notas de P o lizian o p ub licad as recien tem en te, véase m i reseña en Classicai Review, 107
( 1 9 9 3 ) , p ágs. 1 5 3 -5 6 .

63
Introducción al hum anism o renacentista

guiar como los Dionysiaca de Nonnus, citado no sólo en las anotaciones a los
Fastos, sino también en los Miscelkmea, «era accesible en el ms. Laur. 32.16,
escrito c. 1280 por una mano que hubiera forzado al máximo el saber paleo-
gráfico de Poliziano»68. Análoga erudición exhibe el veneciano Ermolao Bár­
baro en las correcciones a Plinio y Pomponio Mela publicadas en 149369. Los
Adagios de Erasmo, con su tratamiento ensayístico de antiguos proverbios, sólo
llegan a equipararse con un saber tan amplio y tan profundo en ediciones
posteriores a la de 150070.
A las puertas del siglo xvi, casi todo lo que ha perdurado de las letras grie­
gas se encontraba ya en las bibliotecas de Italia; entre 1495 y 1515, en Vene-
cia, Aldo Manuzio puso en letra de molde la mayor parte de ese bagaje. Sin
embargo, poco o nada hicieron los italianos de origen por mejorar los textos,
y sólo Marsilio Fiemo, comentador de Platón, y los neoplatónicos merecen un
lugar en la historia de su interpretación71. Poliziano fue el único en poseer
talento y experiencia suficientes como para saltar esa barrera, pero murió a los
cuarenta, un año antes de que viera la luz la primera edición aldina. El más
dotado de los críticos textuales a sueldo de Manuzio fue un cretense, Marco
Musuro, del mismo modo que los mejores de la generación anterior habían
sido bizantinos expatriados: Teodoro Gaza, el cardenal Bessarion, Andrónico
Calixto. Entre los europeos occidentales, los estudios de griego clásico hicie­
ron sus primeros progresos en Francia, y fue allí, en 1572, donde se levantó
su monumento capital, el diccionario de Robert y Henri Estienne.

Una de las más tempranas contribuciones del Renacimiento italiano a la eru­


dición sobre el pasado clásico fue una mezcla de epigrafía y orgullo local.
Alguien desenterró en Padua una losa con una inscripción cuya primera pala­
bra sin abreviar era el nombre Livius. Convencidos de que señalaba la tumba
de su compatriota Tito Livio, los paduanos la expusieron en el monasterio de
Santa Giustina, y, quienquiera que fuese, el autor de la breve vida de Livio con­

68 W ils o n , From Byzantium to ¡taly, pág. 18 0 , n. 15.


69 E rm o lao Bárbaro, Castigationes Plinianae ct in Pomponium Melam, ed. G . Pozzi, 4 vols.
(Padua, 1 9 7 3 -7 9 ); V Branca, « E rm o la o Bárbaro and late Q u attro cen to Venetian h u m a n is m » ,
en J. R. H a le (e d .), Renaissance Venia (Lo ndres, 1 9 7 3 ), págs. 2 1 8 -4 3 .
70 M . M . P h illip s, The «/Unges» oí Erasmus: A Study with Translntions (C a m b rid g e , 19 64 ).
71 ]. H a n k in s, Plato in the Italian Renaissance, 2 vols. (Leid en , 1 9 9 0 ), I, parte IV N o se
m e n cio n a a F ic in o , sin e m b a rg o , en R. K raut (e d .), The Cambridge Componían to Plato (C a m b rid g e ,
1992).

64
La erudición clásica

servada en varios manuscritos trescentistas (posiblemente el jurista paduano


Lovato Lovati y a finales del siglo xm) agregó a la inscripción una referencia al
descubrim iento72. Entonces, o más tarde, se doraron las letras, y en 1350
Petrarca firmó una epístola a Tito Livio (Familiares XXIV.8) «en la ciudad donde
ahora vivo y donde tiempo ha naciste y fuiste enterrado, en el pórtico de la
doncella Giustina y frente a la lápida de tu sepultura». En 1413, Sicco Polen-
ton anunció con emoción el hallazgo en Santa Giustina de los restos de Livio
en un cofre de plomo73. N i los modernos biógrafos de Livio ni los sabios com­
piladores del Corpus inscriptionum Latinarum revelan quién deshizo el encanto de
esa ilusión74.
En varios viajes por el Mediterráneo oriental, especialmente en 1435—37
y 1444—48, Ciriaco d’Ancona dibujó monumentos griegos y registró inscrip­
ciones. Desafortunadamente, la mayoría de sus cuadernos de notas se ha per­
dido, y reconstruirlos a partir de copias posteriores es harto arriesgado.
Tampoco pasó a limpio resultado o conclusión alguna75.
Los repertorios de inscripciones, a menudo con esbozos de los objetos
donde se hallaban, interesaron por un igual a historiadores y arquitectos. Es el
caso del veronés Giovanni Giocondo, quien conjugó el estudio de la Antigüe­
dad con los menesteres de su carrera profesional. Los expertos en filología clá­
sica lo recuerdan ante todo por su hallazgo de las cartas de Plinio el Joven al
emperador Trajano, pero también prestó sus servicios como arquitecto e inge­
niero a los reyes de Francia y a la República de Venecia. Al diseñar el Pont-de-
Notre-Dame en París y supervisar su construcción, Giocondo utilizó
maquinaria y métodos descritos en el tratado de arquitectura de Vitruvio, que
él mismo editó en 1511, «con ilustraciones y un índice para que pueda ser
usado y comprendido en la actualidad», tras consultar «no pequeña cantidad
de antiguas transcripciones, halladas no en una sola región o ciudad, sino en
muchas». Dos años más tarde, editó el tratado de Frontino sobre los acueduc­

72 G iu se p p e B illa n o v ic h , Tradizione e fortuna di Livio tra medioevo e umanesimo (Padua, 1 9 8 1 ),


págs. 31 0—3 1.
73 U llm a n , Studies, págs. 5 3 -7 7 ( 5 3 - 5 9 ) .
74 En una obra de 1684, reimpresa p or A. Drakenborch en su edición de Tito Livio,
Historiarum... libri qui supersunt omnes, 7 vols. (Leiden etc., 1 7 3 8 -4 6 ), VII, págs. 2 7 -8 0 , D. G . M o rh o f
otorgó tal m érito a su contem poráneo M arquard G u de. V id . Drakenborch, V II, págs. 12, n, 1, y 35.
75 E. W Bodnar, Cyriacus of Ancona and Athens (Bruselas, 1 9 6 0 ), págs. 1 7 -7 2 ; para una
m uestra de los Commentaria, E. W Bodnar y C . M itc h e ll, Cyriacus of Ancona’s Journeys in the Propontis
and the Northern Aegean 1444—1445 (Filadelfia, 19 76 ).

65
Introducción al hum anism o renacentista

tos de Roma. La primera edición, también con la obra de Vitruvio, se había


publicado en esa ciudad hacia 1487 aunque a partir de un manuscrito muy
deficiente, así que Giocondo fue el primero en imprimir un texto más satis­
factorio. La fuente de la mejora, un códice copiado en los años treinta para el
obispo de Padua Pietro Donato, contiene enmiendas de la mano del propio
Giocondo. Se trata de una miscelánea fascinante, que incorpora así mismo una
recopilación de textos epigráficos. La afición de Giocondo al género queda
demostrada en su propia colección, donde distingue entre las inscripciones
que ha visto personalmente y las que ha recogido por vía indirecta76.

En la década de 1130, Geoffrey de Monmouth compuso una ambiciosa e inte­


resante Historia regum Britanniae («Historia de los reyes de Bretaña»), desde Bruto,
biznieto del exiliado troyano Eneas, hasta la muerte de Cadwallader en el año
689 d.C. Obtuvo un éxito espectacular. Uno de los muchos manuscritos del
siglo xn llegó a manos de un humanista que tomó nota de su reacción: «Aun­
que he puesto un empeño sin precedentes en leer toda cuanta literatura me ha
sido posible encontrar, nunca había hallado nada tan repleto de ficciones y
locuras. El contenido de este libro sobrepasa las fantasías más desenfrenadas
que la bebida o el delirio puedan ocasionar»77. Viniendo de cualquiera que
no fuera Biondo, o Blondus Flavius, como le gustaba llamarse, la frase sobre
el esfuerzo sin precedentes parecería un alarde ocioso. Entre 1444 y su muerte,
en 1463, Biondo escribió cuatro obras históricas con una inmensa erudición.
Tres las dedicó a sendos pontífices. El primero de ellos, Eugenio IV, se había
visto forzado a dejar Roma por Florencia en 1434. La triste comparación de
aquella Roma decrépita con el nuevo esplendor de Florencia, por una parte, y
con la gloria de su pasado imperio, por otra, pedía explicaciones y una recti­
ficación. Cuando Eugenio retornó a Roma en 1443 y por fin parecía apuntar
el renacer largamente esperado, Biondo respondió a la coyuntura con su Roma
instaurata («Roma restaurada», 1446): una reconstrucción arquitectónica y
topográfica de la Roma antigua, basada en los autores clásicos, las inscripcio­

76 Para G io c o n d o , v id . L. C ia p p o n i, «Fra G io c o n d o da Verona and his e d itio n o f


V itr u v iu s » , Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 47 ( 1 9 8 4 ), págs. 7 2 - 9 0 , y « A g li in izi
deH ’u m a n e s im o francese: Fra G io c o n d o e G u g lie lm o B u d é » , en O . B e so m i, G . G ian e lla,
A . M artin i y G . Pedrojetta (ed s.), Forme e vicende: per Giovonni Pozzi (Padua, 1 9 8 8 ), págs. 1 0 1 -1 8 ;
R eeve, « T w o m an u scrip ts» .
77 C iu d a d del Vaticano, B iblioteca A p o stó lica Vaticana, m s. Vat. Lat. 2 0 0 5 , fo l. 69; c f
Flavio B io n d o , Scritti inediti e rari, ed. B. N o g a ra (R o m a , 19 2 7 ), pág. c v ii, n . 131.

66
La erudición clásica

nes y los restos monumentales. Año tras año, por Cuaresma —dice B iondo-
cuarenta o cincuenta mil peregrinos acuden en tropel a Roma y se emocionan
al ver los viejos palacios, los anfiteatros, los baños y los acueductos, y al apren­
der lo que fueron y lo que significaron; «así, reposando en fundamentos fir­
mes, la gloria de la majestad de Roma todavía im pone y, con extática
reverencia, libre de coacción y sin el fragor de las armas, una gran parte del
m undo inclina su cabeza ante el nombre de R om a»78. ¿Se arrepentiría de
alguna de estas frases al pasar revista a las instituciones de la Roma imperial y
dedicar Roma triumphans (1459) a Pío II cuando éste proyectaba una cruzada
contra los turcos?
Buena parte de la obra de Biondo se propone dar cuenta del presente. Un
fragmento característico de Roma instaurata versa sobre acueductos (11.98—101).
Poggio había descubierto el tratado de Frontino en Monte Casino en 1429 y
Biondo reproduce unos cuantos pasajes de la obra, entre ellos el elogio de
Roma, antes de pasar a Plinio el Viejo y a otras fuentes posteriores. ¿Por qué
—se pregunta Biondo—ha quedado tan poco de esas grandiosas estructuras?
Algunos aseguran que las destruyeron los godos, otros lo imputan a los estra­
gos del tiempo, pero ambas explicaciones son incorrectas. Leed a Casiodoro
—sigue diciendo—y veréis que Teodorico, a quien no faltaba espíritu cívico,
escribió desde Ravena advirtiendo a los romanos sobre una oportunidad para
abastecer de agua a los suburbios. Los elementos tampoco pueden ser los res­
ponsables, puesto que algunas partes de los acueductos se conservan intactas
en zonas despobladas. No: el sistema de conservación descrito por Frontino
expiró, y la gente, con el paso de los siglos, se ha ido apropiando de las pie­
dras talladas79.
En 1453, Biondo dedicó a Nicolás V su geografía histórica de Italia, Italia
illustrata, y después la fue revisando conforme surgía la oportunidad; por ejem­
plo, cuando cayó en sus manos un fragmento del historiador del siglo IV

Amiano Marcelino, probablemente uno que Enoch d ’Ascoli halló en Hersfeld


hacia 1455. Un manuscrito del siglo ix, procedente de Fulda, ya había llegado
a Italia de la mano de Poggio, y el mismo Biondo poseía un descendiente, en

78 B io n d o , Scritti, págs. c—c i, to m a d o de las frases finales de Roma instaurata.


79 p ° g g i ° cubre p arecid o reco rrid o en su d iá lo g o De varietate fortunae, ahora e ditado y
a n o tad o p o r O . M erisa lo (H e lsin k i, 1 9 9 3 ). Véase, en ge n era l, A . T. G ra fto n (e d .), Rome Reborn:
The Vatican tibrary and Renaissance Culture (W ash in gto n D C , 1 9 9 3 ), págs. 8 7 -1 1 3; los c in c o
p rim ero s capítulo s de este su n tu oso v o lu m e n son p ertinentes para el estud io so de la literatura
clásica.

67
Introducción al hum anism o renacentista

el cual, tras cotejarlo con el ejemplar fuldense, realizó las enmiendas perti­
nentes (hasta ahora atribuidas a filólogos posteriores). El texto fragmentario
en cuestión, sin embargo, era independiente, y Biondo pudo tomar de ahí
un extracto del libro XVI sobre la edificación en línea a lo largo de la Vía Fla-
minia, desde Roma a Ocriculum . (Su colación del códice de Fulda, dicho sea
de paso, confirma otras indicaciones al respecto: a pesar de sus amplias lec­
turas en latín, el griego de Biondo era escaso, ya que dejó lagunas en su pro­
pio manuscrito cuando podría haberlas completado con los pasajes griegos
del fuldense.)80
Antes de examinar el fragmento de Amiano, Biondo ya podía presumir de
haber visto otras primicias importantes. Su entrada en la escena de la erudi­
ción clásica la señala una suscripción a un manuscrito del Brutus ciceroniano:

El ejem plar no continuaba. D os hojas han sido arrancadas, pero en m i opinión


seguro que no faltan p ágin as, sino tan sólo algunas palabras.
C opié este Bmtus en M ilán , del 7 al 1S de octubre de 1422, de un ejemplar m uy
antiguo , hallado recientem ente en Lod i, que contenía las obras de C icerón De
inventione, Ad Herennium, De oratore, Orator a d Bmtum y Brutus de daris oratoribus81.

Este fue el manuscrito que provocó el estallido de Lamola82. De hecho,


Biondo no copió todo el Brutus de esa fuente, pero indicó el lugar donde había
empezado.
Años después, en 1435, Biondo tuvo oportunidad de sacar partido a la
obra, y a la que iba delante en el viejo manuscrito (Orator), al dedicar a Bruni
su primera incursión en el terreno de la investigación histórica: una breve
monografía De verbis Romanae locutionis («Sobre el vocabulario latino») donde se
describe un debate que discurrió en la antecámara de Eugenio IV con partici­
pación de Bruni y otros cuatro secretarios pontificios83. Bruni sostenía que los
romanos habían usado dos lenguajes, el coloquial, equivalente al vernáculo de

80 R. C ap p elletto , Recuperi ammianei da Flavio Biondo (R o m a , 1 9 8 3 ), p ágs. 2 6 ,


n. 3 0 , 95 , 102.
81 C iu d a d del Vaticano, B iblio teca A p ostó lica Vaticana, m s. O tto b . Lat. 15 92 , f’o l. S 8v,
c o n ilustración en E. C h atela in , Paléographie des clastiques latins, 2 vols. (París, 1 8 8 4 -9 0 ), I, lám in a
XXa.
83 Véase a rrib a, n. 36.
83 B io n d o , Scritti, p ágs. 11 5 - 3 0 ; M . Tavoni, « T h e 1 5 th -c e n tu r y con troversy o n the
lan gu age spoken b y the a ncient R o m a n s: an in q u iry into hu m an ist co n cep ts o f ‘Latín ’ ,
‘g ra m m a r', and 'v e rn a cu la r'» , Historiographia Lingüistica, 9 ( 1 9 8 2 ), p ágs. 2 3 7 - 6 4 ; S. R izzo ,

68
La erudición clásica

tiempos posteriores, y el literario; según él, incluso los grandes oradores se


expresaban en el primero y reservaban el segundo para la versión publicada,
como demostraban sus referencias al proceso de revisión. A la vista del comen­
tario de Asconio Pediano y de una carta a Trebacio del mismo Cicerón, Biondo
acepta que éste retocaba la mayoría de sus discursos antes de publicarlos, pero
luego argumenta, gracias a las críticas contra algunos oradores contenidas en
el Brutus, que lo que Cicerón llama sermo vulgi («el lenguaje del vulgo») era un
latín sin reñnar, no el vernáculo. En Roma triumphans vuelve a tratar de la dife­
rencia entre la versión oral y la publicada para aportar más pruebas: una carta
de Plinio el Joven a Tácito acerca de la práctica ciceroniana (1.20) y una de
Cicerón sobre la de Bruto (Ad Atticum XV. la .2). El hecho de que Biondo repre­
sente a Bruni recurriendo a estas nuevas pruebas es ejemplo ilustrativo de cuán
distintas pueden ser las aplicaciones de un mismo material en diversos momen­
tos de la historia de la investigación: las modificaciones que Cicerón pudiera
hacer antes de publicar sus discursos han sido materia muy discutida durante
los últimos cien años, sin olvidar el debate cuatrocentista, pero no se ha vuelto
a plantear el problema como propio de la historia de la lengua.

La lengua latina dio pie a otras controversias, a menudo alimentadas por la


reaparición de textos antiguos84. Ortografía, léxico, gramática, estilo, todas
las facetas fueron examinadas, y los resultados (muy divulgados incluso entre
quienes no habían leído demasiado sobre la teoría más reciente) se observan
a la perfección en la correspondencia entre humanistas italianos y estudiosos
de otros países que aún andaban algo rezagados: así, ya en 1352—53, en las
cartas de Petrarca y Johann von Neumarkt85, o en las que intercambiaron

«II la tin o n e ll’u m a n e s im o » , en A . A sor R osa (e d .), Letteratura italiana (Turín, 19 82 ),


V: Le questioni, p ágs. 3 7 9 -4 0 8 ( 4 0 1 - 0 8 ) , y «Petrarca, il latin o e il vo lga re », Quaderni Petrarcheschi,
7 ( 1 9 9 0 ), 7 - 4 0 . A parte de co n trib u ir a este debate, las obras de C ic e ró n d escubiertas en Lodi
« c o n fig u r a n , sin d u d a , la fijació n p o r escrito de la historia literaria durante la segu n da m itad
d el s ig lo » , segú n M . L. M c L a u g h lin , « H isto rie s o f literature in the Q u a ttro c e n to » , en
P H a in sw o rth , V Lu cch esi, C . R oaf, D. R o b ey y J. R. W o o d h o u se (e d s.), The Languages of Literature
in Renaissance Italy ( O x fo r d , 1 9 8 8 ), págs. 6 3 - 8 0 (7 7 ).
84 W K. Percival, «Renaissance gra m m a r» , en A . R ab il (e d .), Renaissance Humanism:
Foundations, Forms, and Legacy, 3 vols. (Filadelfia, 19 88 ), III, págs. 6 7 - 8 3 ; P L. S ch m id t, « D ie
W ie d e re n td e c k u n g der spátantiken G ra m m a tik im italian isch en H u m a n is m u s » , Studi italiani di
filología dassica, 85 ( 1 9 9 2 ), 8 6 1 -7 1 ; R izz o , « Il la tin o » , p ágs. 3 7 9 -4 0 8 .
85 S. R izz o , « Il latino del Petrarca nelle Familiari», en D io n iso tti, G ra fto n y Kraye (ed s.),
Uses of Greek and Latín, págs. 4 1 - 5 5 .

69
Introducción al hum anism o renacentista

Donato Acciauoli y el español Alfonso de Palencia en la década de 146086.


Biondo pagó sus respetos a Bruni porque, desde Lactancio, nadie com o él
había llevado la elocuencia ciceroniana a un punto más alto; tiempo después,
sin embargo, espíritus más mezquinos habrían de poner reparos a cada pala­
bra o expresión que rompía una regla clásica o no contaba con un paralelo
antiguo.
Los escribas medievales habían reducido los diptongos ae y oe a c y luego
a e. Ahora bien, como señaló Angelo Decembrio en su Politia ¡itteraria («Sobre
la elegancia de la escritura»), obra dedicada a Pío II en su versión final pocos
años más tarde de 1460, es importante saber si un gobernante extranjero
reclama a los romanos justicia, aequum, o su caballo, equum (V II.74—75). Un
amanuense que copió en torno a 1400 la versión ciceroniana del poema astro­
nóm ico de Arato (Phaenomena) reprodujo del ejemplar, probablemente un viejo
códice que Ciriaco d’Ancona más tarde vería en Vercelli, hábitos gráficos tan
nefastos com o escribir gemali por hiemali («invernal») y adienibus por a genibus
(«de las rodillas»)87. Transcurrido m edio siglo, muchos copistas ya hacían
exactamente lo contrario: escribir cum en su forma más arcaica, o sea, quom,
para confusión de aquellos eruditos que vieron en esa práctica, incluso en
tiempo cercano, un indicio de acceso a ejemplares venerables. Gasparino Bar-
zizza y Giovanni Tortelli compusieron manuales de ortografía (De ortographia),
y el segundo, bibliotecario de Nicolás V, quizá lo hizo con vistas a estandari­
zar la grafía de los volúmenes que debían abastecer la nueva biblioteca ponti­
ficia, en especial manuscritos con traducciones recientes88; su manual también
resulta útil, más en general, como enciclopedia de temas griegos. Ninguna de
estas propuestas ortográficas, sin embargo, pudo causar tanta alarma como el
anuncio que hizo Poliziano en 1489 (Miscellanea 1.77): a juzgar por un viejo
códice escrito en capitales, Virgilio era, en realidad, Vergilio.
En manos de Lorenzo Valla, el estudio minucioso del lenguaje se convir­
tió en un arma devastadora. Ya hemos visto dos ejemplos, uno en su trabajo
sobre Tito Livio, el otro a propósito de la Donación de Constantino. Quinien­
tos años antes de que un gramático actual declarara que «el intento de los pri­

88 Reeve, « R e d isc o v e ry » , p ágs. 1 3 1 -3 2 .


87 M . D. R eeve, « S o m e a stro n o m ical m a n u scrip ts» , Classicol Quarterly, 74 ( 1 9 8 0 ), 5 0 8 -2 2
( 5 1 0 , n . 11).
88 A g ra d e z c o a S ilv ia R izz o q u e c o m p a rtie ra c o n m ig o ideas aún n o p u b licad as sobre
c ó m o c o n ce b ía n N ic o lá s V y Tortelli la nueva b ib lio teca . Véase tam b ié n G r a fto n , Rome Reborn,
p ágs. 3 - 4 5 .

70
La erudición clásica

meros filósofos griegos por razonar de qué estaba hecho el mundo y cómo
había llegado a su estado actual se hundió porque el vehículo de su pensa­
miento no había sido objeto todavía de investigación científica»89, Valla argüyó
que la filosofía escolástica se alzaba en gran parte sobre la base de un mal uso
del latín, como mostraban la formación de nombres en -itas derivados de un
sustantivo, y no, como debieran, de un adjetivo. Sus Elegantice (1441-49) lan­
zan la campaña lingüística con una metáfora grandiosa tomada del quinto libro
de Tito Livio: ni escribiendo la historia —afirma el humanista—, ni traduciendo
del griego, ni componiendo discursos o versos conseguiremos echar a los inva­
sores galos y restaurar la libertad de Roma; él mismo reunirá un ejército y será
el primero en arrojarse al combate; ¿quién será el nuevo Camilo, el nuevo sal­
vador de Roma? Cincuenta y nueve ediciones en sesenta y cinco años deben
valer por una victoria. En un repaso que asombra por su visión de conjunto y
su capacidad analítica, Valla barrió de golpe todas las superficialidades que
habían satisfecho a Isidoro de Sevilla y sus sucesores medievales y describió de
primera mano la lengua de los autores clásicos: «no habrá nada en esta obra
que ya se haya dicho antes». «Quisiera señalar que Cicerón en ninguna oca­
sión usa et por etiam como hacen autores posteriores a partir de Virgilio, así en
natus et ipse dea («él, también, hijo de una diosa») (11.58): la observación pare­
cerá elemental, pero su autor poseía prácticamente todos los escritos de Cice­
rón que hoy se conocen y primero tuvo que leerlos página tras página.
Gramática, sintaxis y estilo no agotan el panorámico recorrido de las Elegantiae:
los críticos modernos que creen haber inventado el tópico de la clausura o des­
pedida deberían ojear el capítulo «Sobre las expresiones adecuadas para el final
de una obra» (III.85).

Tres aspectos de la cruzada de Valla son todavía vigentes: su método analítico,


la primacía concedida a la gramática y su defensa de un retorno a la norma
clásica. En lo que respecta al primero, no cabe sentir más que agradecimiento.
El segundo lo aplicó en una ocasión Tortelli, el destinatario de las Elegantiae, en
una cita de Quintiliano (1.4.5): «si la base del orador en ciernes no reposa fir­
memente en la gramática, cualquier construcción terminará por derrumbarse».
N o olvidemos, sin embargo, que este punto de vista presenta una vertiente
polémica, como ilustra la distancia entre el término inglés scholarship y los des­

89 E. C . W o o d co c k , A New Latín Syntax (Lo ndres, 1 9 5 9 ), pág. x ix .

71
Introducción al hum anism o renacentista

cendientes continentales de philologia: a diferencia de kiassische Philologie o filolo­


gía classica, la expresión classical scholarship («erudición clásica») tanto da cabida
a Biondo como a Valla. En cuanto a la tercera cuestión, no hay duda de que es
la que cuenta con menos justificación por parte del mismo autor. Por más que
admitiera que nuevas realidades exigían nuevas palabras, su demanda de una
depuración con la guía del latín clásico equivaldría, mutatis mutandis, a exigir a
los norteamericanos del presente que volvieran a la lengua de Edward Gibbon
(el célebre autor de Decline and Fall of the Román Empire) y Edmund Burke, es decir,
a la prosa inglesa contemporánea a la Revolución francesa. No todos los segui­
dores de Valla han sido tan inocuos: algunos editores de textos antiguos toda­
vía escriben prefacios en una lengua que confían que pasará por latín clásico
(y parte del daño se produce al crear la impresión de que el experto en el
mundo grecolatino dicta la ley y se opone por definición a cualquier cambio).
Ahora bien, objetar que Valla negligió o condenó arbitrariamente los proce­
sos evolutivos de una lengua viva sería caer en un anacronismo, puesto que
sostenía también la opinión (refutada por Biondo) de que el latín no había
sido nunca la primera lengua de nadie. En la misma medida en que los huma­
nistas tuvieron que redescubrir la época clásica, la ciencia actual debe redes­
cubrir a los humanistas.

72
3
El libro hu m an ístico en el C uatrocientos

MARTIN DAVIES
N o existió humanismo sin libros. Con ellos se construyó desde un princi­
pio y en ellos encontró el medio natural para su difusión. Todos los huma­
nistas fueron consumidores y, por regla general, productores de libros
manuscritos. Muchos se labraron una pronta reputación a fuerza de buscar
y acumular volúmenes, y con el nacimiento de la imprenta, a mediados del
siglo xv, no tardaron en establecer lazos con esa nueva forma de producción,
ofreciéndole autores, editores de textos y un mercado. Algunos, Erasmo el
primero, tanto y tan bien explotaron el poder de las prensas que consiguie­
ron proyectar su imagen en la escena de toda Europa. Lo mismo había ocu­
rrido más de un siglo antes con la divulgación manuscrita de las obras de
los primeros humanistas italianos, aunque de modo menos controlado. A lo
largo del Renacimiento, dignidades eclesiásticas o seculares con pretensio­
nes culturales gustaron de enaltecer su figura con bibliotecas y otras galas
de la civilización. De ahí que el libro actuara, y no en raras ocasiones, como
vehículo de una alianza entre cultura y poder, ya fuese en forma de traduc­
ciones o de obras originales con dedicatoria, compuestas por encargo o sin
previa solicitud.
El estudio, la asimilación y la imitación de los clásicos forman el vínculo
común donde se recogen los dispares intereses de los humanistas. Común era,
también, el clasicismo del latín que empleaban. ¿Qué distinguió, pues, al libro
humanístico? En primer lugar, una nueva manera de preparar y escribir los
manuscritos: nueva porque contrastaba con la práctica habitual de la época,
pero de aspecto venerable por cuanto pretendía recuperar las virtudes clásicas
de la claridad y la pureza. Aunque entre los primeros devotos de los studia huma-
nitatis no escasearon los miembros de órdenes monásticas o mendicantes, ni
los que trabajaban como profesores en un medio académico, el movimiento
nació y permaneció esencialmente al margen de conventos y universidades,
vale decir los centros tradicionales de producción de libros. La escritura y la
ejecución del libro humanístico, y, por consiguiente, muchos rasgos del

73
Introducción al hum anism o renacentista

moderno, los debemos a un grupo de laicos que se consagró al estudio de los


clásicos en la Florencia de finales del siglo xiv.
Los orígenes de la reforma de la escritura, como tantas otras cosas en la
historia del humanismo, remontan a Petrarca. Hacia la mitad del Trescientos,
su voz ya propugnaba una radical clarificación de la letra. Los estilos góticos
que se utilizaban para escribir libros en la Italia de su tiempo no ofrecían el
aspecto intricado y anguloso, como entretejido, propio de la caligrafía más allá
de los Alpes, pero aun así participaban de la creciente ambigüedad y artificio-
sidad de la escritura gótica. La tendencia de esa forma a la regularización y a
la uniformidad había desembocado en una página de escritura tupida, bordea­
da por líneas de rayado muy marcadas; a menudo quedaba poquísimo espa­
cio entre renglones, de modo que las letras se apiñaban y muchos caracteres
redondos se juntaban en una serie de nexos o fusiones convencionales. El efecto
estético de equilibrio y pulcritud se conseguía a costa de la legibilidad: muchas
de las minúsculas apenas se distinguían unas de otras y las letras con astas
ascendentes o descendentes ocupaban casi el mismo espacio vertical que las
restantes.
A Petrarca ese modo de escribir le parecía labor de pintores más que de
copistas, un estilo atractivo a primera vista pero fatigoso a corta distancia, «como
si lo hubieran diseñado con un propósito distinto a la lectura». Proponía, pues,
a guisa de recambio, una forma escrita «pura y clara, que se ofrezca espontá­
neamente a la vista y no contenga faltas de ortografía ni de gramática». En dis­
tinta ocasión, pensando en los manuales de uso universitario, Petrarca protestó
contra otro vicio de la escritura contemporánea: el tamaño demasiado pequeño
de la letra y el exceso de abreviaturas1. Y en una carta anterior, dirigida a Boc­
caccio, elogió la «majestuosidad, armonía y sobriedad decorativa» de un manus­
crito de San Agustín, copiado en el siglo XI, que aún se conserva2. Petrarca nunca
llegó a adoptar personalmente ese tipo de escritura, una minúscula carolingia
(Carolina) tardía, grande y de aspecto claro. No obstante, la reforma que postu­
laba pervivió al tomar el relevo una nueva generación: el grupo establecido, a
caballo de los siglos xiv y xv, en tomo al canciller de Florencia Coluccio Salutati.
La mano del mismo Salutati muestra con nitidez su deseo de facilitar la
lectura, así en el trazado como en la disposición de cada carácter, aunque de

1 B. L. U llm a n , The Origin and Development oí Humanistic Script (R o m a, 1 9 6 0 ), pág. 13, cita estos
pasajes (am bos fechados en 1366) de Petrarca, Familiares X X III. 19.8 y Seniles V I .5.
2 París, B ib lio th éq u e N atio n ale , m s. lat. 1989.

74
El libro humanístico en el Cuatrocientos

hecho la forma de las letras es todavía sustancialmente gótica. Además, para


configurar esa escritura pre-antiqua, como ha sido bautizada, Salutati experi­
mentó con una vuelta a la Carolina minúscula, incorporando algunos rasgos
que más tarde resultaron emblemáticos del modo de escribir de los humanis­
tas: la d con asta vertical, la s larga a final de palabra, la reducción drástica de
las abreviaturas y la reintroducción del olvidado ampersand (&) a expensas
de otros signos que representaban et según la grafía medieval. Sin embargo,
no es hasta el año 1400, aproximadamente, con la aparición de los primeros
manuscritos todavía sin firmar de Niccoló N iccoli y Poggio Bracciolini, dos
protegidos de Coluccio, cuando se puede hablar de una escritura humanística
plenamente formada: una letra caligráfica, redonda y sin inclinación, espaciosa
y así mismo definible porque evita abreviaturas y nexos e introduce una
reforma de la grafía. A las caligrafías ya mencionadas se sumaron otras (aun­
que no todas concurrieran necesariamente en un mismo espécimen), como,
por ejemplo, la r vertical, allí donde la escritura gótica utilizaba la redonda; la
a uncial con su característico trazo superior convexo (una mayúscula en la alta
Edad Media convertida ahora en minúscula), que reemplazó la típica a gótica
con un solo ojal; los grupos st y ct, ligados mediante enlaces; y la g minúscula,
la más inconfundible, trazada uniendo dos ojales con un golpe de pluma, exac­
tamente igual que en el tipo romano de la imprenta moderna. Estas minúscu­
las se combinaban con un repertorio de mayúsculas derivado de las antiguas
inscripciones romanas, si bien al principio se mezclaron aleatoriamente con
capitales propias de la escritura gótica o de la uncial medieval. La recuperación
de los diptongos oe y ae, a menudo transcritos mediante una e con cedilla, y
ciertas formas gráficas com o mihi («a m í») y nihil («nada»), en vez de las
medievales michi y nichil, se pueden atribuir a Niccoló Niccoli, cuyo interés por
tales minucias era proverbial.
Éste es el estilo de escritura (véase un ejemplo de mediados del siglo xv
en la lámina 3.1) que pronto sería conocido como ¡itterae antiquae o Iettera antica,
es decir, en términos actuales, humanística rotunda o formato. No remontaba direc­
tamente a los tiempos clásicos, sino al primer gran renacer de la Antigüedad
en época carolingia, en concreto a los manuscritos italianos de los siglos xi y
xn. Así lo demuestra Salutati, en la madrugadora fecha de 1395, al pedir a un
amigo suyo un manuscrito de Pedro Abelardo en «antiqua littera», pues aquí
no cabe confusión: para Coluccio, Abelardo ( f 1 142) no podía ser más que
un autor tardomedieval. Para la norma de la época, las bibliotecas del canci­
ller florentino y de su amigo Niccoli eran insólitamente ricas en códices de esa
clase, prueba fehaciente de su empeño por acudir a una tradición que conlle­

75
Introducción al hum anism o renacentista

vara un estado más puro de los textos que estudiaban. Sin duda, cuantas más
y más obras entraban en el circuito de búsqueda, adquisición y copia subsi­
guiente, más a menudo los humanistas debían ir encontrándose con ese género
de caligrafía más antigua, «más clásica»; lo que no está claro todavía es si la
primera hornada de humanistas creía, o no, que los viejos autores latinos
habían practicado ese mismo estilo de escritura3.
El afán de reforma no se agotó con la transformación caligráfica. En un
rechazo deliberado y programático de la técnica imperante en la composición
de libros, se buscaron igualmente modelos más antiguos para la disposición
de la página, el sistema de rayado y la decoración. Casi todos los manuscritos
humanísticos están escritos a línea tirada, con interlineados espaciosos, y no
a dos columnas, o más, como suele ocurrir en los códices góticos. En la mayo­
ría de casos, el soporte es el pergamino, cuidadosamente rayado con punta
seca, y el espacio escrito (de un texto en prosa) alcanza el margen derecho y
se alinea allí regularmente, dando lugar a otro de los rasgos -la línea de justi­
ficación—que luego pasarían a la imprenta. En cuanto a la decoración, los pri­
meros humanistas, saltando una vez más por encima de los siglos góticos,
descubrieron en los manuscritos carolingios de época tardía la sencilla sobrie­
dad de las iniciales en blanco y con entrelazos vegetales de parra; en trabajos
humanísticos, estas letras suelen decorar el comienzo de cada uno de los libros
integrados en una misma obra. N o de modo distinto, al comienzo la orna­
mentación marginal fue m uy simple; la más típica consistía en ribetes con
entrelazos de parra añadidos a uno o dos de los bordes de la página donde
empezaba el texto. El efecto de conjunto era púdico y no llamativo, armonioso,
no recargado4.

3 C o lu c c io Salutati, Epistolario, ed. F. N o v a d , 4 vols. (R o m a , 1 89 1—1 9 1 1 ), III,


pág. 7 6 , citad o en U llm a n , Origin, pág. 14. N o p o seem o s n in g u n a d eclaración expresa q ue
p recise qué en ten d ían los hum an istas p o r la e xp resió n litterae antiquae aplicada al estilo d e la
letra. El térm in o m is m o p ro cede d el sig lo xiv, cu a n d o se estableció en contraste a litterae
modernae, o sea, la escritura g ó tica. Para u n tratam iento de su variedad sem án tica (qu e
co m p ren d e in d istin tam en te tanto la escritura Carolina c o m o la h u m a n ís tic a ), ver S. R iz z o , II
lessico filológico degli umanisti (R o m a, 1 9 7 3 ), págs. 1 1 7 -2 2 , y su artículo « G li u m a n isti, i testi
classici e le scritture m a iu s c o le » , en C . Q u esta y R. R affaelli (ed s.), II libro e il testo
( U r b in o , 1 9 8 4 ), págs. 2 2 3 -4 1 .
4 Para un c e ñ id o resum en d e los rasgos p rin cip ales de la p ro d u c c ió n y d eco ra ció n del
lib ro h u m a n ístic o , A . D e ro lez, «Le livre m an u scrit de la R en aissan ce», en El libro antiguo español.
Actas del segundo coloquio internacional (M a d rid , 1 9 9 2 ), págs. 1 7 7 -9 2 .

76
El libro hum anístico en el Cuatrocientos

L 1 H K -T 4 0 & 1 S H V N C
e anim a humana trn u re r
..fcn p tu n f tam u m tngeníi
tacultattf eío<juentte d arí
(i optara fierenr. uttn h ac tra
í>fcura drtam a k ftru ía m a
i-Ljua. pbilofophi uarta ¿fcmter fed i
¿crfa ac pene contraria fcrtpítfle compmun
irn o n nuda precipua rtrftnguiariaintne
uitn affcrre poflemuf. fed cjuoraam rantam
iretufipítfdtflFtcultatem meíTe latenetp con
Ipicimuf ur acero romaneeioquentie-prm
cepTcum de anima diíTenenet' ac cjuid foretr
m preclaro ilío tufailanarum difpuranonum
dialogo dtltgent er riraccurate perfcrutane
tur. magnam cpandam deernf origin e loco
d ^ualitate dilTenftonem futfle deíc-nta-t".- <k
laárannuf cjuo^ueuírdo&tflfimuf arcp ciegan
ttffimuf cum de etfdem conditionituf tn comer
moratodeoptftaohominifoputcuíomuefHg ;
aret minino rnodurn fonhenf dixtflc depreden
ditur. Quid autem ftr anima n on dum tn ter
philofophofconuemr' ner fortraffer conuenítr-
td cuto ommljufcjuemadmodum di atar am
mi cfc'corponfmnkuf alicjua f-nrraffenon tn

lá m in a 3 .1 . Escritura Jiumoaistica formóla; in icio del segundo libro del De dignitate et


excellencia hominis de G ia n n o zzo M anetti, ejecutado por el copista florentino Gherardo
del C iria gio en 1455. Londres, British Library, ms. H arl. 2 5 3 9 , fol 25r.

77
Introducción al hum anism o renacentista

La letra humanística se aplicó a obras humanísticas, ante todo a escritos


clásicos y patrísticos en latín, pero también, y de modo progresivo, a los de
los mismos humanistas. Los libros dirigidos al interés profesional de filósofos,
juristas y médicos se siguieron copiando (y leyendo) en las prietas columnas
de los códices góticos. Salvo raras excepciones, los textos en lenguas vulgares,
sólidamente ancladas en sus respectivas tradiciones, no se ejecutaron tampoco
según el nuevo estilo hasta superada la mitad del siglo xv, e incluso entonces
con poca frecuencia. Un manuscrito humanístico pretendía sugerir el conte­
nido a través de la apariencia: un vino muy añejo en botellas nuevas, o el de
la mejor cosecha reciente en una presentación de diseño elegante.
Acaso nunca se pueda deslindar con exactitud en qué proporción Salutati,
Poggio y Niccoli contribuyeron, cada uno en su medida y por separado, a la
«invención» de la escritura humanística, por más que en los últimos años N ic­
coli ha cobrado mayor protagonismo tras la identificación de su temprana
escritura caligráfica. Sí se sabe con seguridad que fue Poggio quien más se
aplicó al desarrollo de la letra durante la primera década del Cuatrocientos. Lo
atestigua el librero florentino Vespasiano da Bisticci al afirmar, en una visión
retrospectiva desde los años setenta, que Poggio había sido un diestro ejecu­
tor de «lettera antica» y que así se había ganado la vida en su juventud (pre­
sumiblemente antes de abandonar Florencia en 1403 para iniciar su carrera en
la curia papal de Roma)5. Fue su ejemplo, y en ocasiones su magisterio directo,
lo que promovió una clase de copistas profesionales bien ejercitados en la
nueva escritura. Cuando en 1418 se compuso el inventario de la biblioteca
Medici, en el que casi la mitad de los códices se dan como escritos en «lettera
antica», este estilo -expresión visible de una casta intelectual- ya iba camino
de adueñarse del terreno gracias a la producción, sencilla pero elegante, de
volúmenes con textos clásicos. De ahí que un profesional como Giovanni Are-
tino pudiera convertirse durante algunos años en el amanuense de lujo de los
hermanos Cosimo y Lorenzo de’ Medici mientras ellos iban forjando la amal­
gama de poder y cultura que les había de procurar tan buena prensa.
El hecho de que la clase gobernante de las ciudades de Italia diera el bene­
plácito a manuscritos y bibliotecas fundidos ya según los nuevos moldes fue,
al parecer, lo que aseguró el porvenir del libro humanístico a largo plazo. Natu­
ralmente, estudiantes sin recursos y toda suerte de hombres de ciencia conti­

5 Vespasiano da B isticci, Le Vite, ed. A . G r e c o , 2 vols. (Floren cia. 1 9 7 0 -7 6 ) , I, págs.


539—52 ( 5 3 9 - 4 0 ) : « V ita d i m eser P o g g io flo re n tin o » .

78
E l libro hum anístico en el Cuatrocientos

nuaron escribiendo libros de uso personal en una letra que apenas se podía
distinguir de los estilos góticos tradicionales, de la misma manera que siem­
pre coexistieron variantes de carácter local y otras aproximaciones a la huma­
nística formato. Pero el cachet que pronto mereció la labor de Poggio y sus
seguidores en bibliotecas de coleccionistas tan influyentes com o los Medici
florentinos impidió que libreros y estacioneros pudieran emplear a un consi­
derable número de escribas y producir volúmenes de un acabado tan perfecto.
Es bien sabida la historia de cómo Vespasiano organizó (según su propio
relato) la tarea de cuarenta y cinco amanuenses que debían copiar, en menos
de un par de años, doscientos manuscritos para la biblioteca con que Cosimo
de’ Medici quería equipar la Badia de Fiesole. Los fondos se seleccionaron de
acuerdo con la lista que había elaborado el humanista Tommaso Parentucelli,
formando una especie de compendio ideal de los libros que cualquier biblio­
teca debería albergar6. Un caso semejante ocurrió en la década de 1470,
cuando Vespasiano recibió el encargo de formar rápidamente una biblioteca
principesca (que aún se conserva intacta en el Vaticano) para Federico da Mon-
tefeltro, duque de Urbino. Pero mientras esas transacciones a gran escala se
sucedían, los humanistas, para su propio provecho y satisfacción, no cesaron
de transcribir, comprar y vender manuscritos y, sobre todo, siguieron hablando
de libros: en las cartas que Poggio enviaba a Niccoli desde Roma, así como en
las que le escribió el monje Antonio Traversari desde Florencia, se discute con
frecuencia sobre libros antiguos y modernos, y sobre cómo unos pueden lle­
gar a transmudarse en los otros. Cabe afirmar con seguridad que la mayoría
de los nuevos códices se ejecutaban en una humanística formato, o bien en la pul­
cra e inclinada humanística cursiva —de hecho una variante rápida del mismo
tipo de escritura—que en el futuro daría lugar a la cursiva de imprenta (bas­
tardilla o itálica).
Paralelamente, en círculos más elevados iba surgiendo un afán competi­
tivo, a la caza del libro, diríamos, en la medida en que magnates civiles o ecle­
siásticos se apresuraban a adquirir colecciones de clásicos para dotar sus nuevas
bibliotecas o para enriquecer las existentes. La adquisición de libros era la insig­
nia de su poder en cuanto protectores de la cultura y tenía un valor propa­

6 Vespasiano da B isticci, Le Vite, II, págs. 1 6 7 -2 1 1 (1 8 3 ): « V ita di C o s im o de' M e d ic i» .


Lo q ue im p resio n a n o es tanto la rapidez de c o p ia c o m o el carácter altam ente cen tralizad o del
p roceso. Para el ca n o n de Parentu celli, íb id ., I, págs. 3 5 —81 ( 4 6 ^ t 7 , n . 7): «La vita di
N ic o la o P. R V » .

79
Introducción al hum anism o renacentista

gandístico bien definido. Compraban libros humanísticos y encargaban a los


humanistas obras originales y traducciones del mismo modo que los contra­
taban para que frecuentaran su corte y les redactaran sus cartas o sus biogra­
fías. A Tommaso Parentucelli, ya con el nombre papal de Nicolás V, se debe la
fundación de la más ambiciosa de todas las bibliotecas renacentistas, la Biblio­
teca Apostólica Vaticana7; pero bastantes más rivalizaron en la creación de
colecciones imponentes: entre otros, los Este en Ferrara, los Sforza en Milán y
los reyes de la Casa de Aragón en Nápoles.
El paso del manuscrito humanístico a un escalafón superior, en tanto que
objeto digno de un mecenas, conllevó una creciente sofisticación del producto.
Las sencillas iniciales con decoración vegetal aumentaron en tamaño y ornato,
lo que a su vez dio lugar, por atracción, a márgenes del mismo estilo o con
diseños florales o trenzados, pintados en oro y con colores vivos, primero sólo
en el interior, pero cada vez más en dos, en tres y hasta en los cuatro márge­
nes de la página que inauguraba el libro. En el borde inferior empezaron a apa­
recer las armas nobiliarias, o las guirnaldas vacías que les servirían de marco,
a menudo sostenidas por putti (querubines o cupidos). La segunda mitad del
siglo asistió también, más o menos al tiempo que nacía la imprenta, a la incor­
poración de elaborados medallones que presentaban el índice del volumen en
el vuelto del primer folio blanco, antes del texto. Otra tendencia tardía,
paduana de origen, consistió en rodear esa página inicial con un marco arqui­
tectónico que daba cabida a toda suerte de motivos clásicos e ilusiones ópti­
cas. Con frecuencia las capitales iniciales parecían talladas, com o en una
inscripción romana, siguiendo el estilo inspirado en la obra de Felice Feliciano
y Andrea Mantegna. Con todo, el momento realmente álgido de la decoración
del libro renacentista llegó con los libros impresos que se acababan a mano,
los incunables de los años setenta y ochenta. Alcanzado este punto, quedaba
ya muy lejos la púdica sencillez de los primeros códices florentinos, pero
incluso en esos productos tardíos y lujosos se puede reconocer la inspiración
clásica y humanística: de modo característico, la riqueza decorativa se halla
confinada al frontispicio; a partir de aquí el texto habla por sí solo. En gene­
ral, a los humanistas no les interesaba la imagen, sino lo que decía la letra.
Ahora bien, la cuestión clave del proceso reseñado reside en el mismo
hecho de que tales actividades y desarrollos fueran posibles. Y lo eran porque

7 V id . A . G ra fto n ( e d .) , Rome Reborn: The Vahean Library and Renaissance Culture (W ash in gto n
D C , 1993).

80
El libro humanístico en el Cuatrocientos

contaban con una sociedad urbana altamente cultivada y con un comercio de


libros muy bien organizado; Vespasiano -téngase en cuenta- era solamente el
más famoso de los muchos cartolai o estacioneros que poblaban la Florencia de
la época. Por primera vez (salvando, quizá, el caso restringido de los libros
de texto en las grandes universidades) libreros y estacioneros podían preparar
la producción de obras conocidas con la total seguridad de que las venderían.
Dicho de otro modo, la producción comenzaba a adelantarse a la demanda,
como ocurre hoy en día, y ya era posible llevar a cabo un libro pensando en
las previsiones de venta. El autor más popular en el mercado del manuscrito
renacentista fue Leonardo Bruni, historiador y canciller florentino. Vespasiano,
que lo conocía, cuenta que Bruni se hallaba en la envidiable situación de poder
recorrer las calles de la ciudad y comprobar cómo sus obras se copiaban don­
dequiera que fuese8.
Si reparamos en la estructura que sustentaba el comercio y no en los medios
de producción, esas mismas condiciones valen para el libro impreso. La afir­
mación podría sorprender, puesto que la invención de la imprenta no contó en
extremo alguno con la implicación de los studia humanitatis y sus adeptos (si se
exceptúa el hecho, al parecer circunstancial y sin consecuencias inmediatas en
Italia, de que el humanista Enea Silvio Piccolomini, más tarde papa con el nom­
bre de Pío II, a finales de 1454 fue testigo de excepción, para nosotros único,
de la preparación de la Biblia de Gutenberg)9. No obstante, la facilidad con que
los humanistas y todos los sectores instruidos de la sociedad italiana se adapta­
ron a la innovación que venía del norte, así como la preeminencia absoluta de
Italia en la primera etapa de la imprenta, son buena muestra de la receptividad
resultante del prolongado trato anterior con un activo comercio de libros. La
figura del cartolaio no perdió protagonismo pese a la llegada de las prensas: podía
organizar la provisión de papel, recabar las grandes sumas de capital necesarias
para cubrir la inversión inicial en sueldos y materiales mientras se aguardaba la
venta, proporcionar trabajadores para el acabado a mano de los libros y, lo más
importante, dar acceso a las redes de distribución, tan esenciales, hoy como
ayer, para el éxito de cualquier empresa editorial.
Diez años después de que Enea Silvio viera los primeros frutos del invento
de Gutenberg (y la técnica, en aquellos primeros años, era un secreto guar­

8 Vespasiano da B isticci, Le Vite, I, págs. 4 6 3 - 8 4 (47 8): « V ita d i m eser Lion ard o
d ’A re zo » .
9 V id . J. In g , Johann Gutenberg and his Bible (N ueva York, 19 88 ), pág. 67.

81
Introducción al hum anism o renacentista

dado bajo llave), la imprenta llegó a Italia de la mano de Conrad Sweynheym


y Arnold Pannartz, dos clérigos alemanes que habían abandonado Maguncia,
la ciudad de Gutenberg, en la diáspora que siguió a los trastornos políticos de
1462. En la abadía benedictina de Subiaco, a unos ochenta kilómetros
de Roma, instalaron sus prensas, y allí vieron la luz los primeros volúmenes
en 1464—65. Ignoramos por qué motivo escogieron Subiaco, aunque hay razo­
nes para sospechar la intervención de un filósofo y eclesiástico alemán, el car­
denal Nicolás de Cusa, figura hacía tiempo familiar en los círculos
humanísticos de Italia. Según el testimonio de Giovanni Andrea Bussi, secre­
tario del Cusano desde 1458 hasta la muerte del cardenal en 1464, éste siem­
pre había ansiado que el nuevo método para multiplicar libros viajase de
Alemania a Rom a10.
Es posible que el Cusano viera en ese «arte sagrado» un instrumento
de divulgación de textos más fieles y uniformes para el oficio divino: una idea,
según sabemos, que estimaba en lo más hondo. Pero eso no implica, evidente­
mente, que hubiera necesidad alguna de restringir la producción a un cierto
tipo de libro. Sin excepción, los primeros impresores, obedeciendo a su orien­
tación particular y a previsiones frecuentemente erróneas, llevaron a la estampa
todo aquello que podía encontrar un mercado. De hecho, Sweynheym y Pan­
nartz no imprimieron libros litúrgicos, ni tampoco de leyes o teología escolás­
tica, vale decir las principales materias de qué se nutría la producción en todas
partes11. Al contrario: ya de entrada su taller tomó un rumbo decididamente
proclive al humanismo. Así lo indicaba tanto la selección de textos (clásicos y
patrísticos en su mayoría) como la forma que revestía la impresión. Al princi­
pio los volúmenes presentaban una tosca aproximación a la escritura humanís­
tica; tras una posterior mejora, coincidiendo con el traslado de las prensas a
Roma en 1467, el resultado se acercó más al aspecto que ofrecen los tipos roma­
nos de la imprenta actual. Además, los dos impresores alemanes se tomaron el
trabajo de hacer fundir, sucesivamente, dos juegos de tipos griegos para poder

10 V éase ah o ra J. R o ll, « A crayfish in S u b ia c o » , The Library, ser. 6 . 16 ( 1 9 9 4 ), 1 3 5 -4 0 .


N . Barker, Aldus Mamitius: Mercantile Empire oí the Inteilect (Los Á n g e le s, 1 9 8 9 ), págs. 1 3 -1 4 ,
n o p ru eb a p ero sí aventura la relación del C u sa n o co n la em presa del m is m o G u ten berg.
T am bién se debe co ntar co n la p o sib ilid a d de que el cardenal Ju a n de T o rq uem ad a,
titular de la e n co m ie n d a de S u b iaco , interviniera en la cu estió n in v itan d o a ven ir a los
im presores.
11 Las obras de N ico lá s de Lira y Tom ás de A q u in o im presas por S w e yn h ey m y Pannartz
p erten ecen m ás al co m e n tario b íb lico que a la filo so fía escolástica.

82
El libro hum anístico en el Cuatrocientos

estampar con propiedad los libros en latín que incluían citas en aquella lengua.
Al igual que Gutenberg había diseñado el formato de la página y los tipos con
el modelo de los manuscritos góticos contemporáneos (no los tenía de otra
clase), Sweynheym y Pannartz se esforzaron por reproducir un tipo de libros
que satisficiera las expectativas del educado gusto italiano. Eso incluía también,
por supuesto, el acabado a mano del volumen, a menudo realizado en el taller
del impresor: rúbricas en rojo a principio de libro y capítulo, iniciales pintadas
a mano señalando las principales partes de la obra, márgenes decorados con
entrelazos de parra en la primera página, etcétera. El carácter humanístico
de la producción de Sweynheym y Pannartz se acentuó al contratar en cali­
dad de editor al antiguo secretario de Nicolás de Cusa. El conjunto de los pre­
facios de Bussi, uno de los cuales da cuenta de las esperanzas que el cardenal
depositaba en la estampa, representa una de las más fascinantes fuentes de infor­
mación sobre la infancia de la imprenta que puedan existir12.
¿Qué había cambiado y cóm o se percibió tal cambio? Sabemos de una
reacción casi inmediata al impacto inicial de las prensas gracias a la pluma de
uno de los más conspicuos humanistas del momento, León Battista Alberti,
secretario de la curia romana y, como se diría hoy, «hombre universal». Según
cuenta en su autobiografía, Alberti tenía la costumbre de pedir a toda suerte
de estudiosos, artistas y artesanos que le revelaran sus secretos profesionales.
En el prefacio a otra de sus obras, De cifris («Sobre la escritura cifrada»), com ­
puesta en torno a 1466, León Battista refiere una anécdota de gran interés y a
todas luces de lo más verosímil: se hallaba sentado con otro cortesano ponti­
ficio en los jardines del Vaticano cuando se pusieron a conversar sobre el nota­
ble invento alemán que permitía llevar a cabo, en cien días y con tan sólo tres
hombres, doscientas copias de un libro «mediante la impresión de caracte­
res» 13. Cálculos de ese tipo pronto resultarían habituales en tempranos docu­

12 Se hallan o p o rtu n am e n te reu n id o s, c o n una sustanciosa in tr o d u c c ió n , en G io v an n i


A n d rea Bussi, Prefozioni alie ediziom di Sweynheym e Pannartz, prototipojrafi romani, ed. M . M ig lio
(M ilá n , 1 9 78 ): véanse las p ágs. 4 - 5 para el pasaje sobre N ico lá s de C u sa , q ue p rocede del
p re fa cio a las Epístolas de San Je r ó n im o p ub licad as en 1468.
13 V id . León Battista A lberti, Dello scrivere in cifra, ed. A . Buonafalce (Turín, 1994), págs.
2 7 - 2 8 . Se da el caso de que el interlocutor de A lberti, Leonardo D ati, poseía u n o de los vo lú m e ­
nes de la estam pa de Subiaco que se conservan: la Ciudad de Dios de San A gu stín , term inado el 1 2
de ju n io de 1467. En el ejem plar de D ati, h o y en la B iblio théq ue N ation ale de París, se afirm a
q ue la ad q u isición (una de las prim eras en su género registrada en Italia) la o btuvo «de los m is ­

83
Introducción al hum anism o renacentista

mentos sobre la tipografía, y es así como Sweynheym y Pannartz debieron pre­


sentar sus talleres y su trabajo14.
El salto abismal en la escala de producción inherente a la nueva tecnolo­
gía comportó consecuencias de gran envergadura en la vertiente económica
del comercio de libros. Pero tampoco los hombres de letras italianos tardaron
m ucho en darse cuenta de lo que podía significar para su propia obra y sus
intereses lectores la irrupción de la imprenta. Así, un humanista como Fran­
cesco Filelfo, después de pasar buena parte de su vida transcribiendo manus­
critos a mano, celebraba la nueva disponibilidad en la oferta del libro y
procuraba hacerse con los frutos tempranos de la estampa romana15. Desde el
punto de vista del consumidor, el gran incremento de la producción facilitaba
el acceso a los libros en demanda (no escasean las cartas de humanistas madru­
gadores consagradas a la localización de una obra que querían copiar), al
tiempo que, evidentemente, rebajaba su coste. Tal como Bussi proclamaba en
sus prefacios, ahora por primera vez las obras eruditas resultaban asequibles a
los estudiantes con pocos medios. A manera de publicidad, Bussi enviaba a sus
corresponsales listas de los libros publicados por Sweynheym y Pannartz, con
indicación del precio; una de ellas acabó en las manos del médico y humanista
Hartmann Schedel, en Núremberg, dato harto elocuente del alcance interna­
cional de ese mercado naciente16. Gracias a sus contactos, en particular con
los Medici, el humanista florentino Angelo Poliziano —sirva como último ejem­
plo—podía disponer de un tesoro de viejos manuscritos, auténticas joyas del

m os alemanes que [ahora, en noviem bre de 1467], viven en R om a, quienes acostum bran no a
escribir sino a ‘im p rim ir’ [formare] libros de esta dase en gran n ú m e ro »; Catalogue of Books Printed in
the Fiíteenth Century now in the British Museum [de ahora en adelante BMC] (Londres, 1908—) , IV, pág, 2.
14 Véase el interesante p refacio de N ic o la u s G u palatin us a Jo h an n e s M esu e, Opera medicinalia
(Venecia, 1 4 7 1 ), analizad o e n M . A . y R. H . R o u se , « N ico la u s G u p alatin u s and the arrival o f
p rin t in Italy», La Bibliofilia, 88 ( 1 9 8 6 ), 2 2 1 -4 7 .
15 L. A . S hep p ard , « A fiftee n th -ce n tu ry h um anist; Francesco F ile lfo » , The Library, ser. 4 ,
16 ( 1 9 3 5 ), 1 -2 6 .
16 Véase lo q ue a firm a M ig lio , en B ussi, Prefazioni, pág. Iv i, y lu e g o en el ca p ítu lo entero
sobre «II p rezzo d ei lib r i» , p ág s. lv -lx iii; cf. tam b ié n «II costo del lib r o » , en Scrittura, biblioteche
e stampa a Roma nel Quattrocento. Atti del 2o seminario... 1982, ed. M . M ig lio (C iu d a d del Vatican o ,
1 9 8 3 ), págs. 3 2 3 - 5 5 3 . Existe otra lista de precio s p arecida, enviada p o r Bussi a N ic o d e m o
T ran ch e d in i, el e m b a jad o r de M ilá n en R o m a . H a rtm a n n Sch ed el tenía un a fo rm a c ió n m é d i­
ca y en h u m a n id ad es a d q u irid a en Italia; c o m p r ó lib ros h u m a n ís tic o s , m an u scrito s o im p r e ­
sos, m u c h o s d e los cuales todavía se co n se rv an , y a él se d ebe m ás tarde la p u b lic a c ió n de
una historia universal, la célebre Crónica de Núremberg, estam p ad a en 14 93 .

84
El libro humanístico en el Cuatrocientos

pasado; sin embargo, cuando quería un texto para hacer una colación, o sim­
plemente para leerlo, compraba un libro impreso: de buen manejo, fácil de
leer y barato.
Dejando aparte la cuestión del precio, una edición impresa poseía,
hablando en términos generales, el valor añadido de la uniformidad: todos los
ejemplares, centenares de ellos cada vez, eran copia de un mismo patrón, y
eso fomentó la práctica de la referencia precisa y sistemática en unos extremos
que los manuscritos no permitían. Así, a principios de los noventa, el huma­
nista veneciano Ermolao Bárbaro pudo referir su serie de enmiendas a la His­
toria natural de Plinio el Viejo al lugar correspondiente del texto estampado en
Venecia en 1472 (lámina 3 .2)17. Tanto la implantación de un sistema de refe­
rencia estándar, com o el fácil manejo de un texto con rúbricas, división de
capítulos, foliación e incluso paginación, representaron adelantos de no poca
trascendencia en el campo del estudio profesional. Ninguno de esos recursos
era desconocido antes de la imprenta, pero la misma naturaleza del manus­
crito entrañaba su aplicación de modo esporádico, irregular e individual.
La uniformidad del texto en sí mismo también trajo consigo consecuen­
cias significativas. Exceptuando algunas situaciones muy circunscritas, como
el caso de los libros escolares en las principales universidades, en la Edad Media
la divulgación de un texto correcto escapaba al control de la autoridad com ­
petente. La imprenta fijó la letra, para bien o para mal. El proceso de cotejar
varios manuscritos de una cierta obra acostumbraba a dar en un texto com ­
puesto a partir de dos o más ramas de la tradición textual, y ese producto
pasaba a ser propiedad intelectual de una sola persona o de un círculo redu­
cido. En cambio, la aparición de los libros impresos impuso un texto estándar
de facto, susceptible de ser enmendado o comentado por estudiantes y eruditos
de todas partes. Tras ese efecto no se escondía designio alguno, sino más bien
la habitual pereza humana: era mucho más cómodo reimprimir una edición
existente que establecer el texto de nuevo a partir de un manuscrito, ni que
fuera porque el cálculo exacto de las dimensiones de un libro era asunto de
vital importancia dada la alta cotización del papel. Así fue como muchas de las
obras clásicas y patrísticas más populares quedaron fijadas, como quien dice
por inercia, en una versión vulgatü, o textus receptus, es decir, recibido y aceptado

17 E rm o lao Bárbaro, Castigaciones Plinianae et in Pomponium Melam, ed. G . P o zzi, 4 vols.


(Padua, 1 9 7 3 -7 9 ). La p rim era ed ició n apareció en R o m a en 1 4 9 2 -9 3 ; n o se co n o ce n
m an u scritos de la obra.

85
Introducción al hum anism o renacentista

’CAII PLYNII SECVNDI NATVRALIS HISTORIAE LIBER .1.


TAIVS PLYHIVS SECVNDVS NOVOCOMENSIS DQMITIANO
-----------------PRAEFATIO.
SVO SA EM.
IBROS NATVRALIS HlSTORIAE N O '
uiaum camcmts quinnum tuorum opus natunt
apud me próxima fqctura licenaotc cpiftola nar'
rareconfhtu» nbi Lucundiflune imperaron Sic.n.
hxc tui prxfaao uenítimaidum majJo cófenelcic
¿nparre. Ná<^ cu folebaspucarcelTealicjd mieas
nugas:ucobucere motur Catullum comcrtunoti
mcum.Agnofcis 6i hoc caftréff uerbum. lLle eni
ucfostpermucans pnonbusfyllabis dunulculú
fe feac:c| uolebac exiftiman a uemaculis tuis:S¿
famuhs. Sunulur hac meapetulána fiat:quod
proximcnó fien queíhis cs:íaliaprocaa epirto'
la noftramcm quaadam artaexeie. Soantqfomncs:q exxquo cecum uiuacimpium.
Triumphalis & cenfonus tu fexcumquc conful ac mbuniax poccílatis parcceps. Ec
quod lis nobiliusfeaftudüiUud pam panter&equeílnordimprxftas prafetftus prx/
ronieiusiomniaqjhxcratpub. Ernobisquidon.qualis in calhcficontubernio;' Mee
qmcq mucauit in te fortuna: amphtudo in us:mfi ut proddTe tantundem poíTes: &
uelles. Itaq?cumcxtens inueneratione tui paccant omina illatnobis ad colendum ce
femiluriusaudadafola fupereft. Hancigitut ubi tmputabisj&in noftraculpa nb¿
«'tgnofees. Perfncui faaemmec camen profeci. Quandoalia uia occums ingerís. Et
'Clongius enam fubmoues ¿ngrnu fácibus. Fulgurar ui nullo unquenus diítauiselcv
[ quentúe. Tibí tnbumnx poteftatis facüdia. Q uito tu ore pams laudes tonas' Quá/
to fratris amas^ Quantus in poenca es' O magna fcecundicas anuni. Quéadmodú
fracremquoqjimicareristexcogicafti. Sed haxquis poíTctintrcpidus acftimareí'fubi-'
turus ingerni tunudicuim:prxfertim laceflitum.' Nequeenim fundís eft condmo
publicanaum:& nominatun nbi dicanaum. Tum poflcm dicerctquid tila legis im-'
petacón' Hunulí uulgo fenpea Cune: agncolarum: opdtcum turba*; dcniqr íh iA io m
ooofis. Quid teiudicem faast' Cum hancopetam condiccremtnon eras in hoc albo.
Maiorem tefaebamtq utdefeenfurum huc putarem. Ptrcerea eftqnxdam pubLca
enam eruditorum reiectio. Varurilla fií.M.Tulláis extra omnem ingenüaleam po-'
fitus. Et quod tmremunper aduocatum defcditur. Hxtdo¿hfIimum.ojmuü Perfiú
legere noto. Lrlium Dedmum uolo. Quodfi hoc Luollius quipnmus códidicfbli
nafum.’dicédum fibi punuit. S i Cicero mutuandütprxferamcum de repub.fcnbe-'
ret:quanto nos caufanus ab aliquo tudice dtffidimut ( Sed hac ego mihi ñutir parro'-
cinia ademi nuncuparione. Quiplunmú refert:fordanir ne aliquismdicéran eligac.
Multumqueapparacusintereftapud inuicatum hofpitem & oblacum'. Cum apud
Caconem illum ambitus hoftemiñí repulfis tanquasn hononbus ineptas gaudencem:
dagranabus comíais pecunias deponerme candidatithoc íe facete: pto ínocétúuquod
in rebus humarus fummii effetrprofirebát". Indedlanobilis.M.Ciceroms fufpirano.
O ce faiicrm.M.Pom a quo ron improbam petere nemo auder. Cum. tribunos ap'
pellaret.LSapio Afiaricus:»terquoseratGracchus:hocatteftabat:ueÍ mímico ludtd
feapprabarepoífe. Adeo fummum qutfqj caufx fuxíudicem faanquécunqj eligit:
Vnde prouoado appeliatur.Te qutdcm m excelfiflimo humani generé faíhgio po'
ficum fumma doquentia fumma emdinoneprxdttum religiofeadm eaam a falutá-'
obusfdo. Ecidcoimmenía prxter exceras fubi.t cuta ut qux ubi dicátur:cum digna

Lám ina 3 .2 . Tipografía rom ana o redonda: la Historia natural de Plin io el V iejo,
impresa en Venecia por N icholas Jenson en 1472. Este ejem plar está tirado sobre
pergam ino e ilu m in ad o a m ano. British Library, G .2 .d .8 , fol. 4r.

86
E l libro hum anístico en el Cuatrocientos

por la comunidad de estudiosos en general. Todavía podía darse el caso, cier­


tamente, de que diversas ramas de la tradición descendieran por separado hasta
desembocar en ediciones paralelas, pero en general no sucedió así, o no lo
hizo por mucho tiempo, por lo que respecta a los textos que interesaban a los
humanistas. A ello hay que añadir, como prueba un examen atento, que la revi­
sión a conciencia de la obra, proclamada por tantas ediciones (o editores) de
la primera época, fue un deseo no cumplido en el mejor de los casos, y en el
peor una impostura.
La estandarización im puesta por el poder de la im prenta se percibió
bien pronto com o un arma de doble filo. Las prisas con que un editor tan
atareado como Giovanni Andrea Bussi debía llevar a cabo la corrección, fre­
cuentemente sobre la base del primer manuscrito que tenía a mano, redun­
daron en la amplia difusión de textos deficientes18. O peor todavía: un texto
ya corrupto podía llegar a mediar, con premeditación del tipógrafo, en el
proceso de la enmienda editorial. Fue precisamente esta práctica lo que
m ovió a otro curial pontificio, el arzobispo de Siponto N iccoló Perotti, a
atacar las ediciones de Bussi en una fecha tan temprana com o 1471 y
a reclamar una inspección centralizada de los textos que se daban a luz en
Roma. Según sus propias palabras, Perotti había creído en el advenimiento
de la imprenta com o un adelanto sin precio para la humanidad hasta que
cayó en sus manos el Plinio editado por Bussi en 1470 y se dio cuenta de
que hombres de escaso saber estaban ahora en condiciones de poder publi­
car a centenares todo cuanto les viniera en gana, sin ningún tipo de res­
ponsabilidad editorial y sin control alguno; el rem edio —concluye el
Arzobispo pensando en sí mismo—sería que el Papa contratase a un profe­
sional competente y le encargara la supervisión de los volúmenes estampa­
dos en la ciudad vaticana19.

18 C o m p áre se ( c o m o el m is m o K enney hace) C . Bühler, The Fifteenth-Century Book


(F ila d e lñ a , 1 9 6 9 ), pág. 4 1 : «El d escu b rim ien to de la im p renta se p ro d u jo en el tiem p o m ás
o p o r tu n o para su a d v e n im ie n to » , co n E. J. Kenney, The Cldssical Text. Aspects of Editinc] in the Age oí
the Printed Book (Berkeley, 1 9 7 4 ), pág. 1: « D esd e el p u n to de vista del editor d e textos, se p u e d e
a firm ar... q u e el n uevo d escu b rim ien to no p od ía haber lle ga d o en p eor m o m e n to » .
19 V id . M . C . Davies, « M a k in g sense o f Pliny in the Q u a ttro c e n to » , Renoissance Studies, 9
( 1 9 9 5 ), p ágs. 2 3 9 - 5 5 . La d en u n cia de la c o rru p c ió n tip ográfica fu e tem a c o m ú n desde
M eru la a Erasm o y aún m ás adelante: vid . M . M . P h illip s, The «Adages» of Erasmus: A Study with
Translations (C a m b r id g e , 1 9 6 4 ), pág. 73.

87
Introducción al hum anism o renacentista

Transcurridos un par de años, cuando Bussi dejó el taller de Sweynheym


y Pannartz para convertirse en bibliotecario papal, Perotti -precisamente él—
tuvo la oportunidad de adiestrarse en la preparación de textos para las mismas
prensas. Los colegas humanistas que juzgaron sus trabajos no le dieron un trato
más benévolo que el dispensado por él a su predecesor; por lo demás, su utó­
pico proyecto para controlar las impresiones quedó en nada, aunque retuvo,
eso sí, el valor de haber desvelado una cara amenazadora del invento. Otras
voces se alzaron en el lado contrario. Bussi, por ejemplo, creía que su come­
tido era dar material a la estampa, y que las enmiendas realmente difíciles ya
se resolverían luego en una especie de empresa común. Años más tarde, en su
edición de Teócrito en griego (1496), el impresor veneciano Aldo Manuzio
adoptó una actitud complaciente (o resignada) bastante parecida, basándose
en la idea de que algo siempre es mejor que nada, y un texto, una vez impreso,
por lo menos puede llegar a muchos correctores, mientras que un manuscrito
sólo se presta a la enmienda esporádica e individual. Y esto, desde luego, a la
larga se cumple.
Por esas fechas, muchos humanistas ya llevaban no poco tiempo estre­
chamente vinculados a la imprenta en calidad de autores o editores, o incluso
com o impresores (como en el caso del mismo Aldo, o de Felice Feliciano,
en Pojano, o de Bonnacorso da Pisa y Alessandro M inuziano en M ilán ), de
m odo que los efectos del cambio se dejaban notar con claridad. Cuando a
finales de los años cuarenta Filelfo había querido distribuir ejemplares de
lujo de sus Sátiras, le había sido necesario reclutar a un grupo de amanuen­
ses para que copiaran los manuscritos uno por uno; en 1476, para que su
traducción de la Cyropaedia de Jenofonte alcanzara amplia divulgación, le bastó
con entregar al impresor un solo manuscrito (corregido por el autor, natu­
ralmente)20. Los estudiosos que obtuvieron cátedras universitarias de retó­
rica —D om izio Calderini en Rom a, G iorgio Merula en Venecia, Filippo
Beroaldo en Bolonia y luego en París- al parecer no tuvieron dificultad para
dar salida a sus propios escritos (Poliziano contaba con impresores habitua­
les de sus obras en ambos lados de los Apeninos, en Florencia y en Bolonia),
ni para publicar los textos clásicos que comentaban en clase. N o debe sor­
prender: los principales autores antiguos leídos en el aula estaban en conti­
nua demanda, si bien es cierto que algunas firmas, sobre todo Sweynheym

20 A u n q u e hay que añadir q ue el resultado le p areció lam en tab lem en te in satisfactorio:


S h ep p ard , « F ile lfo » , págs. 14—15.

88
E l libro hum anístico en el Cuatrocientos

y Pannartz en Roma, así com o los primeros impresores venecianos, sufrie­


ron algunos contratiempos a resultas de haber sobrestimado el ritm o con
que el mercado podía absorber ese tipo de artículos. M uchas de esas edi­
ciones, quizá la mayoría, iban provistas de un autorizado comentario huma­
nístico, y su disposición (o sea, la maqueta de la página) pronto se adecuó
a un número reducido de diseños estándar inspirados en modelos manus­
critos. Incluso si faltaba el com entario, aún debía haber sitio para cartas o
poesías, o para la vida del autor: pequeños adornos humanísticos que daban
empleo a los escritores y placer a los lectores. Contando sólo datos cuatro­
centistas, cerca de doscientas ediciones de Virgilio y más de trescientas de
Cicerón, con una tiraje medio de quinientos ejemplares, dan una idea de la
escala de producción, así com o de las posibilidades que se abrieron con
la implantación de la tipografía21.
Nos equivocaríamos, sin embargo, si leyéramos en tales cifras el ocaso
de la copia a mano. En verdad, las noticias que hablan de la muerte del manus­
crito en el Renacimiento han sido fruto de la exageración, como lo son las que
vaticinan la defunción del libro impreso en nuestros días22. Es probable
que existan tantos manuscritos de la segunda mitad del Cuatrocientos como de
la primera, y la producción total de esos cien años (o mejor: lo que se conserva
de ella) supera en cantidad a la de todos los siglos precedentes en conjunto.
Desde la óptica profesional del humanista, siempre hubo obras (ni que fueran
las propias) que, o no se hallaban impresas o bien resultaban inaccesibles si lo
estaban: centenares de manuscritos de la época son transcripción de un incu­
nable, a lo que hay que agregar el hecho de que, antes de finales de siglo, los
textos en griego sólo llegaron a las prensas en contadas ocasiones. En breve: el
hombre de letras aún dependía por fuerza de la copia manual.

21 U n análisis e xten so de las im p resio n es de textos clásicos y h u m a n ístico s en la Italia


d el siglo x v se p u e d e hallar en la in tro d u c c ió n a BM C, V II, págs. x - x ix (a cargo de V ictor
S ch o ld e rer). Véase tam b ién Scholderer, «Printers and readers in Italy in the fiftee n th c e n tu ry » ,
en sus Fifty Essays in Fifteenth- and Sixteenth-Century Bibliography, ed. D. E. R hod es (A m sterdam ,
1 9 6 6 ), págs. 2 0 2 - 1 5 .
22 Para la prim era cuestión: en determ inadas circunstancias la p ro d ucció n m anuscrita se
m an tuvo durante siglos. Sobre la segunda: todos los autores del presente vo lum en han escrito
sus artículos c o n un ord enad or y han entregado sus trabajos grabados en un disco; el libro se ha
co m p u e sto por m ed io s inform ático s y los ordenadores canalizarán estrecham ente la distribución
y la venta. El resultado es un lib ro im p reso en form a de có dice y co n tipos rom anos que un
hum anista de hace q uinientos años reconocería sin d ificu ltad algu n a. Parece probable, pues, que
siga siend o así todavía por algún tiem po.

89
Introducción al hum anism o renacentista

En cuanto al copista profesional, la llegada de la imprenta significó la con­


versión de sus productos en algo selecto. Desde el momento que Nicholas jen-
son fundió sus tipos romanos en 1470, la escritura humanística quedó fijada
en letras de molde de una belleza y una regularidad que pocos copistas podían
igualar (lámina 3.2). Por otra parte, la iluminación y la decoración de los incu­
nables de los años setenta y ochenta, en particular los venecianos, acostumbraba
a ser de tan alta calidad como la de cualquier manuscrito contemporáneo23.
Cierto que a principios de los noventa esta fase de iluminación lujosa del libro
impreso ya había declinado, pues los tipógrafos hallaron razones económicas
de peso para realzar sus libros con el procedimiento de la xilografía, mucho
más barato, pero esos grabados también solían ser obra de artistas de primera
clase, hombres que trabajaban dentro de la tradición del clasicismo véneto,
como el maestro anónimo que ilustró la célebre Hypnerotomachia Poliphili publi­
cada por Aldo Manuzio [Venecia, 1499], Este conjunto de factores dejó a los
amanuenses la opción de consagrarse al objeto de lujo: ejemplares únicos que
se ofrecían al destinatario de la obra, volúmenes para una biblioteca principesca,
libros, en suma, hechos a mano y a medida. Así y todo, en la punta de la pirá­
mide del mercado, al igual que sucedía en los niveles inferiores, el libro impreso
ocupó un lugar parejo al de su vecino manuscrito, de suerte que ambos se uti­
lizaron indistintamente, como caras alternativas de una misma realidad. N i las
colecciones de los M edid, ni la extraordinaria biblioteca italianizante de Matías
Corvino en Hungría, desdeñaron los más bellos impresos de su tiempo. Fede­
rico da Montefeltro —se recuerda a menudo—afirmaba que le parecería ver­
gonzoso dejar que la estampa ensuciara su biblioteca en Urbino24. Raramente
se presta atención a lo que la investigación ha descubierto: que en los estantes
de Federico los libros impresos se alineaban junto a los lujosos códices en per­
gamino, los únicos que, en opinión de Vespasiano, valía la pena poseer25.

23 La c a lid a d d e l tra b a jo e n a m b o s te r re n o s se h a lla a m p lia m e n t e ilu s tr a d a e n el


c a tá lo g o d e la e x p o s ic ió n The Painted Paje: Italian Renaissance Book Illumination, e d . ]. ]. G . A le -
x a n d e r ( L o n d r e s , 1 9 9 4 ) , a u n q u e n o in c lu y e s o la m e n te lib r o s r e la c io n a d o s c o n el
h u m a n is m o ; ve á se e s p e c ia lm e n te la c o n t r ib u c ió n d e L ilia n A r m s t r o n g , « T h e h a n d -
illu m in a te d p r in te d b o o k » , p á g s . 1 6 3 - 2 0 8 .
14 L a h is t o r ia p r o c e d e d e V e s p a sia n o d a B is t ic c i, Le Vite, I, p á g s . 3 5 5 - 4 1 6 ( 3 9 8 ) :
« V it a d el s ig n o r e F e d e r ic o , d u c a d ’ U r b in o » ; las p á g s . 3 8 5 - 9 9 e stán co n sa g r a d a s a la
c r e a c ió n d e lo q u e , p a r a V e s p a sia n o , era u n a b ib lio t e c a h u m a n ís tic a m o d e lo .
25 V id . A . C . d e la M a re , « V esp asia n o da B isticci e i c o p isti fio r e n tin i d i F e d e r ic o » , en
Federico di Montefeltro: lo stuto, le arti, la cultura, 3 vols. ( R o m a , 1 9 8 6 ), III, p ág s. 8 1 —9 6 (9 6 , n . 8 0 ).

90
El libro hum anístico en el Cuatrocientos

En el crepúsculo del Cuatrocientos, la materia prima del humanismo, la


palabra escrita, fuera impresa o copiada a mano, se ofrecía en mayor abun­
dancia y a mejor precio que en cualquier tiempo anterior. Entre el mundo del
amanuense y el del tipógrafo no mediaba un abismo, sino que ambas esferas
se entrelazaban estrechamente y de modo complejo: no pocos escribas se tor­
naron impresores; iluminadores y miniaturistas podían operar en ambos terre­
nos por un igual; y el libro impreso adaptó o adoptó las técnicas y patrones
del manuscrito. Valga un ejemplo ñnal como emblema de esa interacción y
sus implicaciones con el humanismo.
A finales de siglo, el refinamiento progresivo de la cursiva hum anís­
tica había llevado a un tipo m uy deñnido de manuscrito de lujo, general­
mente portador de un texto clásico (normalmente poético) sin comentario
ni aderezos de ninguna clase, encuadrado en formato pequeño y escrito
en una letra pulcra (aunque sin adornos) e inclinada, procedente en última
instancia de la mano de N iccoló N iccoli. El maestro supremo de esa escri­
tura y de esa suerte de libro —una presentación bien distinta de la que acos­
tum braban a vestir los clásicos en edición incunable— fue el paduano
Bartolomeo Sanvito. El trabajaba para el noble veneciano Bernardo Bembo,
entre otros proceres, y algunos de los códices que éste le encargó se han
conservado. En el prefacio a su edición de Virgilio de 1514, dedicada al
humanista y escritor en vernáculo Pietro Bembo, hijo de Bernardo, Aldo
M anuzio anota que fue la apariencia de libros com o los de la biblioteca de
Bernardo lo que años atrás le había dado la idea para su serie de clásicos
en octavo. Nada más cierto: los volúmenes de esa colección no hacían sino
verter con fidelidad el espíritu de elegante econom ía de los manuscritos
en cursiva de Sanvito. Para la literatura de ese género y para el libro
im preso suponían una novedad en cuanto a diseño, form ato y tipo de
imprenta, la cursiva (o itálica) aldina de tan larga fortuna. A partir de ahí,
de 1501 en adelante, los tipos itálicos y el formato en octavo pasaron a ser
el principal vehículo difusor de la literatura clásica en toda Europa, y no
con miras a un público prim ordialmente erudito, sino para el lector cul­
tivado y ahora ya sensible al mensaje humanístico, en latín, en griego o en
lengua vulgar.
Aldo Manuzio contribuyó a la cultura europea con múltiples iniciativas,
empezando, en un lugar de honor, por la magna publicación del Corpus de
Aristóteles en lengua original [1495—98] y por la edición de los Opera de Poli-
ziano [1498]. Los tipos griegos aldinos trajeron algo que hasta el momento
brillaba por su ausencia: un estilo señaladamente humanístico en la presenta­

91
Introducción al hum anism o renacentista

ción de textos helénicos26. En la persona de Manuzio se superponen la figura


del estudioso humanista y la del impresor y editor, creando así un modelo que
abrió la puerta a los grandes impresores eruditos del siglo xvi, los Froben y los
Estienne. Detrás de las varias y no siempre prósperas empresas de Aldo reposa
una idea simple pero viva y poderosa durante siglos: la tan humanística con­
vicción de que las buenas letras conducen, con la guía de Dios, a la bondad
humana.

26 Por m e d io d e los tipos ald in o s, una vena particular de caligrafía helén ica d e la época
cristalizó en una letra estándar q u e se m an tu v o varios siglos. Para los a n teced en tes, véase el
v o lu m e n generosam ente ilustrado de P. Eleuteri y R C anart, Scrittura greca nell’umancsimo italiano
(M ilá n , 1991).

92
4
La reform a h u m an ística de la lengua latin a
y de su enseñanza

KRISTIAN JENSEN
A pesar de los muchos cambios que tuvieron lugar a lo largo del Renacimiento,
el latín humanista fue, esencialmente, un desarrollo de las formas y las apli­
caciones del latín medieval. El latín era la lengua de la gente instruida y, si no
de los mismos gobernantes, cuando menos de las clases dirigentes. N o cono­
cerlo representaba dar prueba de no pertenecer a esos grupos sociales. En la
Edad Media, el latín era el lenguaje internacional de la administración civil y
eclesiástica, de la diplomacia, de la liturgia y de las instituciones docentes, en
cuyas aulas los estudiantes se formaban con vistas a su futura actividad
en dichas áreas. El interés por aprenderlo obedecía a razones prácticas. La tarea
principal de quienes trabajaban en el aparato administrativo del estado o de la
Iglesia era redactar la correspondencia oficial en latín. Por ello, el are dictaminis,
o arte de escribir cartas, constituía una pieza clave de la educación tardome-
dieval en Italia, aunque ya menos al norte de los Alpes, donde los estudios uni­
versitarios seguían una orientación más teológica que jurídica. El latín de la
Italia posmedieval retuvo todas estas funciones, y tanto el arte epistolar como
la com posición de piezas oratorias no dejaron de ser aspectos importantes
de la enseñanza de la lengua latina.
En ninguna esfera como en la de los asuntos de estado importaban tanto
el prestigio y las formas. Las negociaciones internacionales se despachaban en
latín, por correspondencia o mediante discursos pronunciados por un emisa­
rio. El latín humanístico surgió precisamente entre los altos cargos de la admi­
nistración civil y eclesiástica en la Italia del siglo xiv y principios del xv. Buen
exponente de ello fueron Leonardo Bruni y Poggio Bracciolini, cancilleres
ambos de Florencia y antiguos secretarios pontificios. Un humanista de la
siguiente generación, Enea Silvio Piccolomini, el futuro papa Pío II, exaltó (no
sin cierta exageración) el poder de ese nuevo estilo de diplomacia en lengua
latina: según sus palabras, el duque de Milán Giangaleazzo Visconti repetía a
menudo que los escritos de Coluccio Salutati le habían causado más daño que

93
Introducción al hum anism o renacentista

mil florentinos a caballo1. Lo que los maestros humanistas pretendían era capa­
citar a los alumnos para que supieran alcanzar el prestigio que encumbraría a
sus patronos y mecenas.
Si bien la enseñanza y el latín humanísticos deben su parte a la cultura
francesa, las pautas de su evolución responden ante todo a la tradición y a
las necesidades de la sociedad italiana, y desde allí se difundieron por toda
Europa. Dado que el conocim iento del latín era un sello de distinción, a
mayor dom inio de la lengua correspondía una estima social más alta. El
baremo para medir los resultados no admitía discusión: la superioridad del
latín de los grandes autores de la Antigüedad —Cicerón, Terencio, Virgilio,
Horacio y Ovidio—era ya un fundamento del currículo escolar medieval y
com o tal se mantuvo en las escuelas humanistas, aunque ampliando la
nóm ina de autores leídos con regularidad. Las voces que en Italia procla­
maban que el nuevo latín era digno del mejor estilo clásico contaron con la
aprobación general.
La función de la lengua latina com o instrumento de poder en el ámbito
de la política internacional se expone con claridad en la introducción de
Lorenzo Valla a sus Elegantiae Iinjjuae Latinae (1441-49), un título que quizá se
traduciría mejor com o «Latín correcto de grado superior». Valla describe
cóm o el imperio romano, pese a su extinción como fuerza política, todavía
perdura en un sentido más profundo y verdadero: «Nuestra es Italia, nues­
tra es Galia, nuestras son Hispania, Germ ania, Panonia, Dalm acia, Iliria y
muchas otras naciones. Porque el im perio romano se encuentra allí donde
la lengua romana im pone su ley »2. El acento en la supremacía romana lo
pone la frase lingua Romana, en contraste con la forma habitual lingua Latina. La
lingua Romana de Lorenzo podía pretender el dom inio sobre toda la Europa
letrada porque no estaba repleta de las voces y la sintaxis contrarias al latín
clásico que las hordas invasoras de los bárbaros habían introducido; ofrecía,
en cambio, como se detalla a lo largo de la obra, la lengua perfecta y depu­
rada de la vieja (y de la nueva) Roma. Valla argüía, y eso permite entender
en parte su postura, que, en Roma, el hilo de la tradición lingüística nunca
se había quebrado: incluso el vernáculo italiano hablado por los romanos de
su tiempo enlazaba a distancia con el latín coloquial del vulgo de la antigua

1 Enea S ilv io P ic c o lo m in i, De Europa, en sus Opera (Basilea, 1 5 5 1 ), pág. 4 5 4 .


2 V id . E. G a rin (e d .), Prosatori latini del Quattrocento (M ilá n , 1 9 5 2 ), págs. 594—601 (5 9 6 ).

94
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

metrópoli3. Para él, el imperio de la lengua se desligaba ostensiblemente de


cualquier entidad política, e incluso llegó a disociarlo del pasado imperial:
los pueblos sometidos tenían buenas razones para rechazar las leyes y los
decretos de la Roma clásica, ya que para ellos no suponían más que instru­
mentos de opresión, pero, eso sí, la oposición al dom inio político no había
im pedido que retuvieran el beneficio de la lengua romana. Nos encontra­
mos, en suma, ante un programa que propugnaba el establecimiento del latín
humanístico com o lengua internacional, aunque a ello se agregaba la pri­
macía del latín de la Roma pontificia: un programa que facilitó, no por azar,
la carrera de Valla en la curia papal.
No es difícil percibir en tales argumentos una actitud contraria al im pe­
rio germánico. La legitimidad política del Sacro Imperio se fundaba en la con­
tinuidad de un poder supuestamente transferido por la Roma imperial. Definir
el buen latín en los términos de Valla implicaba un ataque a esa presunta heren­
cia política, y no debe sorprender, pues en los círculos humanísticos de la Ita­
lia cuatrocentista la propaganda antigermánica circulaba en abundancia. Las
razones eran en parte políticas y en parte económicas: si, por un lado, las tro­
pas imperiales se distinguieron por su injerencia en los asuntos de las ciuda­
des-estado italianas, culminada en el Saco de Roma (1527) por el ejército del
emperador Carlos V, por el otro, la controversia acerca del traspaso de capital
de Alemania a la sede pontificia a través de derechos eclesiásticos -u n factor
importante de la futura Reforma—ya constituía un problema grave en el si­
glo xv. Una de las formas concretas de propaganda antigermánica consistía
en recordar al pueblo alemán que descendía de los bárbaros, los destructores
de la civilización antigua. ¿Qué mejor que su bárbaro latín podía probar la
continuidad de su naturaleza bárbara? Por consiguiente, además de indicar el
escalafón social de un individuo y de jugar un papel en las riñas internas entre
los mismos estados italianos, el latín humanístico conllevaba el claro mensaje
de la supremacía cultural de Italia sobre el resto de Europa, fuera cual fuera la
realidad política.
Huelga decir que los escritores de origen germánico acusaron con agu-
dez las estocadas de ese género. Así, Johannes Santritter, un alemán establecido
en Venecia, se lamentaba porque las obras de astronomía de su compatriota

3 M . Tavoni, Latino, grammatica, volgare. storia di una questione umanistica (Padua, 1 9 8 4 ),


p ágs. 1 1 7 - 6 9 (1 56—5 7 ). Las o p in io n e s d e Valla acerca del latín co lo q u ia l de la R o m a an tigua
eran sim ilares a las de Leo n ard o Bruni: véase arriba, cap. 2 , págs. 6 8 - 6 9 , 72.

95
Introducción al hum anism o renacentista

Johannes Regiomontanus no habían recibido en Italia el trato que merecían.


A su modo de ver, la causa residía en el odio de los italianos por todo lo ger­
mánico, y esa animosidad procedía, a su vez, de la envidia que sentían ante la
destreza técnica de los alemanes, inventores de la imprenta y paladines de todas
las ciencias prácticas. Sólo en un área los italianos les llevaban ventaja: los ale­
manes aún no sabían escribir en un latín elegante como el suyo. «Pero incluso
en Italia se perdió el buen latín en el pasado —apostilla Santritter- y confío que,
a no tardar, la elocuencia, reina de todas las cosas, también llegará a la perfec­
ción en nuestro país. Nuestro imperio romano no se verá privado por largo
tiempo de la lengua que le pertenece. La lengua romana (lingua Romana) cele­
brará la reunión con su propio imperio»45
. El eco de las palabras de Valla suena
en la frase lingua Romana, pero ahora, vuelto al revés, el argumento adjudica la
propiedad de la lengua al Sacro Imperio. De todos modos, el tanto se concede:
el auténtico latín es el que emplean los humanistas italianos. U n testimonio
similar lo brinda el caso de Dietrich Gresemund, joven de buena familia y no
falto de letras, que en la década de 1490 abandonó Maguncia para estudiar
derecho en Padua. No pasó unos años muy gratos. Sus amigos le aceptaron a
condición de mantener que las virtudes de Gresemund demostraban que no
se trataba de un alemán cabal. Dietrich se consolaba pensando en la insensa­
tez de las ofensas que tenía que encajar; aun así, cuando los italianos se bur­
laban de su latín, no le quedaba más remedio que admitir que llevaban razóns.
A finales del siglo xv, la superioridad de Italia en el terreno cultural y lin­
güístico se reconocía por doquier. De ahí que el principal objetivo de quienes
fomentaban la renovación pedagógica por toda Europa fuera proporcionar un
dominio del latín equivalente al que se alcanzaba en Italia. Si no sabían com ­
petir, perderían a los mejores estudiantes. Jakob W impfeling, promotor de la
reforma en las escuelas alemanas por aquellas fechas, explica en su libro Isido-
neus Germanicus de erudienda luventute («Una puerta a la instrucción de la juventud
germánica», c. 1497) por qué razón enseñar un buen latín debía considerarse
un imperativo en su país: «A los extranjeros les parecemos bárbaros porque
los pocos alemanes que reciben una buena educación malgastan su vida con

4 La carta de Santritter, fechada a 3 1 de octub re de 1492 y d irig id a a A ugu stin us


M oravu s, natural de O lo m o u c y a n tigu o estudiante en Padua, en A lfo n s o X , Tabulae cstronomicae
(Venecia, 1 4 9 2 ), sig. A 3 r -v .
5 Véase la carta d e G rese m u n d , fechada en 14 95 , en Jak o b W im p fe lin g , Briefwechsel,
ed. O . H e r d in g y D. M erten s, 2 vols. ( M u n ic h , 1 9 9 0 ), I, p ágs. 2 3 9 - 4 0 (Carta 54 ).

96
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

trivialidades gramaticales... Si surgiera la necesidad, serían incapaces de aco­


ger a un huésped extranjero ilustre con un discurso elegante o de dirigirse a
él con cortesía»6. En otra de sus obras (Germania, 1501), W impfeling advierte
a los burgueses de Estrasburgo que la reforma de su escuela resulta impres­
cindible si quieren que sus hijos puedan competir y obtener altos cargos en el
aparato de la Iglesia o del Imperio, o desempeñar funciones diplomáticas en
nombre de la ciudad. Ahí, una vez más, comprobamos que la aspiración de
los estratos superiores de la sociedad era hacer carrera en la administración
civil o eclesiástica, así como en la esfera diplomática.
El ascendiente de la educación italiana no se limitaba a los confínes de Ale­
mania. «He decidido —escribió un inglés a principios del siglo xvi- dejar mi
país y marcharme a Italia, y eso sólo por un deseo de latín y griego, pues aun­
que aquí puedo encontrar a un inglés que me instruya, como, sin embargo,
creo que puedo aprender más allí que aquí, siento un gran deseo de irme
para allá»7.

En los años anteriores a 1430, Guarino de Verona compuso una gramática


latina para estudiantes que, superada la instrucción más primaria, ya supieran
declinar los nombres y conjugar los verbos. Los temas incluidos en el manual,
y el modo de tratarlos, muestran la continuidad existente entre la gramática
de carácter humanístico y la enseñanza del latín elemental según la práctica
corriente a fines del Medievo. La principal innovación de Guarino consistía en
reducir notablemente el vocabulario técnico, acentuando a un tiempo la bre­
vedad y la sencillez como pautas a seguir en la docencia gramatical. Después
del veronés, muchos otros autores italianos escribieron gramáticas, algunas de
las cuales, gracias a la colaboración de la imprenta, se difundieron a lo largo
y ancho de Europa. Sólo difieren en cuestiones de detalle: unas tienden a con­
servar más ciertos aspectos de la terminología tardomedieval y otras menos,
pero a grandes rasgos todas coinciden en el enfoque de la materia.
En la primera edición de un manual de mediados de los ochenta, el an ó-.
nimo autor bajoalemán, en un capítulo que lleva por título «Protesta contra la
práctica de hacer que los alumnos dediquen demasiado tiempo a cuestiones

6 Jak o b W im p fe lin g , Isidoneus Germánicas de erudienda iuventute [Estrasburgo,


c. 1 5 0 0 ], fo l. 7r.
7 N ic h o la s O r m e , Education and Society in Medieval and Renaissance Engiand (Londres, 1989),
págs. 123—51 ( 1 4 7 ) , secció n 77: Lond res, B ritish Library, m s. R oyal 12 B x x , fo l. 48r.

97
Introducción al hum anism o renacentista

oscuras, prolijas e inútiles de la gramática», recomienda la adopción de los


métodos pedagógicos italianos:

Los maestros italianos siguen una costum bre m uy loable al educar a los m u cha­
ch os q u e les han co n fia d o : tan pronto c o m o éstos han ap ren did o los r u d i­
m entos de la gram ática, in m ed iatam en te les p onen de tarea el m ejor poeta,
V irgilio , y las com edias de Terencio y Plauto. Estudian las Epistulae a i familiares, el
Deamicitia, el Desenectute, los Paradoxa stoicorum y otras obras de C ice ró n . Así es
co m o deslum bran a las otras naciones con su latín rico y elegante... Los niños
necesitan unas pocas norm as breves que les llevarán rápidam ente a la m eta8.

La cita resume las razones que explicaban el éxito del aprendizaje del latín
en Italia desde la apreciación de un espectador foráneo. Los manuales de la tra­
dición medieval eran demasiado complicados. La crítica apuntaba a dos obje­
tivos. En primer lugar se dirigía contra las obras normativas, las que habían
sentado las reglas: por ejemplo, el Doctrínale (1199), la popular gramática en
verso del francés Alexandre de Villedieu, cuyos preceptos, mal expresados por
medio de un verso tosco, no sólo resultaban confusos, sino a menudo inco­
rrectos si se juzgaban a tenor del latín que los humanistas habían impuesto
con su voluntad de imitar a los autores clásicos. El Doctrínale pronto se convir­
tió en símbolo del mal latín enseñado en el transcurso de los siglos medieva­
les9 y, más en concreto, en término de oprobio para el sentimiento nacional
de Italia. Así lo reflejaba el autor de una gramática latina impresa en Venecia
en 1480 al manifestar su frustración porque los italianos se hubieran visto obli­
gados hasta tiempos recientes a aprender latín -su propia lengua- en las obras
de los bárbaros extranjeros10.
El segundo dardo crítico se orientaba hacia el enfoque teórico que dom i­
naba gran parte de la producción gramatical del Medievo. Las condenas más
severas las recibió, quizá, el danés Martín de Dacia, convertido en represen­
tante del tratamiento filosófico y especulativo de la gramática. Martín era un
modista, es decir, uno de los gramáticos que estudiaban de qué modo las pala­
bras designan el mundo (los modi significandi) y que concebían el lenguaje como

8 Exercitium puerorum grammaticale per dietas distributum [H a g e n au , 1 4 9 1 ], sigs. a lv - 2 r .


9 Véase, v. gr., la q u eja de A ld o M a n u z io , en sus Rudimento grommotices Lotinae linguae
[V en ecia, 1 5 0 1 ], por haberse visto o b lig a d o en su in fan cia a aprender gram ática c o n el
« in ep to p o e m a » de A lejan d ro: Aldo Manuzio editore, ed. G . O r la n d i, 2 vols. (M ilá n , 1 9 7 5 ),
I, págs. 3 9 - 4 0 (4 0 ).
10 Franciscus N ig e r, Grammatica [V enecia, 1 4 8 0 ], sigs. d d l v - 4 v («P ero ra tio » ).

98
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

una estructura explicable en términos de lógica. En otras palabras: la gramá­


tica modista no describía ni regulaba, sino que proponía una filosofía del sig­
nificado. Sin embargo, los preceptistas gramaticales adoptaron la nomenclatura
creada por los modistae con fines filosóficos, y fue ese vínculo entre la filosofía,
en particular la lógica, y la descripción de la lengua latina lo que encontró
la feroz oposición de los humanistas, para quienes la única razón de ser de la
gramática era enseñar el manejo del latín. Estudiarla por sí misma carecía de
valor: era una simple herramienta y en tanto tal un trámite sujeto a la máxima
brevedad.
Francesco Priscianese, autor de una gramática latina publicada por vez pri­
mera en Roma en 1540, declaraba que las lenguas modernas se podían adqui­
rir con poco esfuerzo, mientras que el latín y el griego exigían muchos sudores
y más empeño: su aprendizaje pedía tiempo y el intento muchas veces termi­
naba en fracaso. La razón había que buscarla en el hecho de que tanto los gra­
máticos antiguos como otros más recientes solían enseñar a sus discípulos más
gramática que lengua11. Valga el ejemplo para ilustrar los frecuentes varapa­
los que recibió la tendencia a organizar las gramáticas sin tener en cuenta las
necesidades de la enseñanza. Sin embargo, a pesar de la continua queja, nin­
gún gramático humanista se propuso dar una solución al problema. La misma
hostilidad para con los enfoques teóricos impidió que los pedagogos del huma­
nismo desarrollaran un concepto de gramática radicalmente distinto al de sus
antecesores medievales, y los manuales humanísticos siguieron basándose en
consideraciones de raíz filosófica sobre la estructura del lenguaje en vez de
regirse por un criterio que definiera claramente qué aspectos debían enseñarse
antes que otros para una mejor asimilación de la materia.

En su De ratione studii («Sobre el método de estudio», 1511), Erasmo vierte sus


consejos sobre cómo escoger el mejor manual de gramática latina:

N o hay diferencias sustanciales entre los gram áticos latinos actuales. N ic c o ló


Perotti parece el m ás p reciso, sin llegar a la pedantería. Ahora b ien , au nqu e
con ced o que reglas gram aticales de esa suerte son necesarias, deseo que haya
las m ínim as, siempre que sean buenas. N u n ca he dado m i aprobación a los gra­
máticos mediocres que pasan largos años inculcando norm as a sus discípulos12.

11 Véase la carta d ed icato ria a Francisco I de Francia en Fran cesco Priscianese, Della lingua
romana [V enecia, 1 5 4 0 ], fols. iir-iiiiv .
12 Erasm o, Opera omnia (A m sterdam , 1 9 6 9 ), 1.2, págs. 1 11-51 (1 1 4 -1 5 ): De ratione studii,
ed. J.- C . M arg o lin . [* H a y versión castellana en Erasm o, Obras escogidas, ed. Loren zo Riber. M ad rid ,

99
Introducción al hum anism o renacentista

Los Rudimento grammatices de Niccoló Perotti fue la más divulgada de las gra­
máticas humanísticas en las últimas décadas del siglo xv. Era mucho más larga
que la de Guarino y se distinguía de obras anteriores en su género por excluir
un considerable número de palabras y construcciones procedentes del latín
medieval (en contraste con las que tenían orígenes clásicos), así como por su
extenso tratamiento de términos de la antigua lengua romana que hasta la fecha
no había recogido ninguna gramática elemental. Gran parte del material de
Perotti hoy nos parecería más propio de un diccionario. En ese sentido seguía
la costumbre de los precedentes tardomedievales, pero con una diferencia: el
vocabulario de uso generalizado en los últimos siglos del Medievo ahora se
sometía a un atento escrutinio histórico y filológico.
En la baja Edad Media se consideraba que la atribución de significado a las
palabras era fruto de la convención social. De acuerdo con ese principio, aun­
que se podía establecer un vínculo teórico entre lo designado por medio de
una palabra y el proceso mental que yacía detrás del significado de esa pala­
bra, la forma fonética no guardaba relación alguna con el objeto que repre­
sentaba. En consecuencia, la norma lingüística dependía del consenso de los
usuarios, de suerte que se podían inventar palabras cuando fuera conveniente
y se podía manipular el lenguaje según el interés de quien lo empleara. El la­
tín de esa época, precisamente, se caracteriza por la gran flexibilidad de las
reglas de innovación léxica, puesta de manifiesto en el vocabulario y la fraseo­
logía que filósofos, teólogos y juristas fueron creando para los fines especí­
ficos de sus respectivas disciplinas. En el caso de los filósofos, Valla cargó contra
esa desviación del uso clásico (usus) en su Rq>astinatio díalectice et philosophie («Revi­
sión de la dialéctica y la filosofía», con tres versiones elaboradas a partir de
1430 y hasta 14-57)13. Para los humanistas, aunque el uso ciertamente deter­
minaba la corrección lingüística, el de su realidad contemporánea no tenía
valor normativo alguno. Sólo la lengua de los autores antiguos era aceptable;
por el contrario, la que se había desarrollado en el seno de diversas discipli­
nas escolásticas les parecía que reposaba en la asunción, para ellos errónea,
conforme a la cual la lengua podía crearse mediante un acto racional. El con-

19 6 4 2, págs. 444—4 5 8 , co n el títu lo Plan de estudios.] Véase tam b ién la tra d u cció n al in g lé s en
E rasm o, Coilected Works (Toronto, 1 9 7 4 ), X X IV : Literary and Educationa! Writings 2 , págs. 6 6 1 -9 1 : On
the Method of Study, trad. B. M cG reg or.
13 L o ren zo Valla, Repastinatio dialectice et philosophie, ed. G . Z ip p e l (Padua, 1 9 8 2 ). Para esta
o b ra , véase abajo, cap. 5, págs. 1 1 9 -2 0 .

100
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

cepto de uso quedó así enlazado con el de autoridad (auctoritas): la norma la


daban los textos antiguos, y con esa convicción se daba por sentado que el sen­
tido correcto de una palabra debería fundarse, a partir de entonces, en la sólida
base del uso habitual en los tiempos clásicos.
N o sorprenderá, por tanto, que los gramáticos humanistas consagraran
gran parte de su esfuerzo a depurar el léxico latino de todo cuanto no se hallase
en los autores de la Antigüedad. El objetivo final era extirpar los neologismos
medievales y reemplazarlos por equivalentes clásicos. No era tarea liviana. A
falta de descripciones lexicográficas sistemáticas, el resultado quedaba en
manos de la capacidad individual para asimilar el idioma de los viejos autores
mediante la lectura por extenso y la repetida memorización de las obras canó­
nicas; erradicar la aplicación desviada de voces clásicas resultaba, si cabe, toda­
vía más difícil.
La exigencia de un conocimiento detallado del usus así definido no obe­
decía meramente a un gusto de anticuario. Su proyección docente debe juz­
garse también como una respuesta de los maestros a las necesidades de aquellas
profesiones donde una recta inteligencia de los textos antiguos era impres­
cindible. Los médicos, pongamos, debían comprender la terminología de la
Historia natural de Plinio el Viejo si querían dominar sin margen de error las pro­
piedades medicinales de las plantas y los minerales, en tanto que los juristas
necesitaban entender con precisión el sentido de ciertos términos clásicos para
interpretar las leyes correctamente; así fue como una parte del Digesto (el cor-
pus central de derecho romano compilado bajo el mandato del emperador Jus-
tiniano), en concreto la que lleva por título «Sobre el significado de las
palabras», se convirtió en fundamento de la educación humanística en este
campo.

En la versión controlada por el autor, los Rudimento grammatices de Perotti fijaban


las pautas de un latín más clásico que el de sus antecesores medievales. En edi­
ciones posteriores, sin embargo, se reintrodujo el uso prescriptivo de algunas
construcciones y palabras del latín bajomedieval que Perotti había excluido e
incluso rechazado explícitamente. Algo parecido ocurre allí donde Perotti, opo­
niéndose sin ambages a los consejos de los manuales epistolares medievales,
describe el estilo correcto de una carta humanística: en ediciones posteriores,
se contradicen sus normas y se dan por buenas frases o fórmulas que él había
desechado.
No se trata de un fenómeno aislado. En las Elegantiae, Valla había prestado
especial atención a la correcta comprensión del léxico latino. La obra, sin

101
Introducción al hum anism o renacentista

embargo, no era un instrumento adecuado para enseñar el uso clásico en la


escuela primaria (contenía demasiada descripción, poca normativa y, por aña­
didura, era excesivamente larga y cara), de manera que no tardaron en apare­
cer compendios, librillos para consultar una palabra o una construcción verbal.
Al igual que en el caso de Perotti, esos resúmenes no siempre prescribían el
latín tal como Valla lo había establecido. Así lo muestran los producidos en Ita­
lia 14; cruzados los Alpes, la distancia entre el latín de las Elegantiae y el de las
obras que pretendían condensarlo era aún mayor: una gramática que vio la
primera luz en Basilea en 1485 se presenta como una adaptación de Valla, pero
en realidad no tiene nada que ver con ninguna de sus obras151
. En resumen;
6
asistimos aquí a la discrepancia entre las pretensiones de quienes declaraban
seguir el nuevo modelo humanístico y una práctica que se muestra al cabo
harto distinta.
Varias razones dan cuenta del porqué de esa reticencia a adoptar las nue­
vas reglas lingüísticas, en clara contradicción con la adhesión externa a los
principios que las inspiraban. La primera reside en la diferencia cualitativa
entre los diversos tipos de escuela que impartían latín. Ciertamente, la maes­
tría en esa lengua podía servir de ayuda para ganar una posición influyente,
dada la importancia que se concedía a las habilidades verbales, pero esa capa­
cidad a menudo reposaba en unos cimientos depositados en aulas humildes
por obra de modestos profesores. Los grandes pedagogos italianos, como Gua-
rino, dirigían colegios privados para los hijos de la clase gobernante, y la edu­
cación humanística se restringió de entrada a instituciones de esa clase; sólo
gradualmente fue llegando a centros menos elitistas. Para dotar sus escuelas,
los municipios generalmente contrataron a maestros de condición no parti­
cularmente alta, y no siempre cualificados, que recibían un sueldo mísero.
Por todo ello, la ambiciosa reforma del latín que se intentaba llevar a cabo en
las mejores escuelas de corte humanístico, la emulaban, con éxito desigual,
profesores con escasos recursos dedicados a pupilos con pocas aspiraciones
sociales.
Otra raíz del conservadurismo se encuentra en el carácter comercial de la
edición de libros escolares. En su Isidoneus, W impfeling denunciaba la codicia

14 M u y sign ifica tiva m en te, las Elegantiolüe de A g o s tin o D a ti, editadas por p rim era vez en
Ferrara, en 14 71 , y al m e n o s cie n to d oce veces m ás en lo que restaba de siglo.
15 Véase el c o lo fó n en verso del Compendium octo portium orationis [Basilea, c . 1 4 8 5 ].
16 W im p fe lin g , Isidoneus Germanicus, fo l. 7r-v.

102
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

de los impresores que vendían libros anticuados16, pero ese afán de lucro, ten­
gámoslo en cuenta, no hacía sino traducir una tendencia del mercado. Por el
contrario, un editor mal podía embarcarse en la publicación de un manual
revolucionario que corriera el riesgo de no ser aceptado por un número de
maestros suficientemente amplio. Las escuelas, además, dependían de los libros
que pudieran obtener, y eso podía conllevar dificultades incluso en un centro
editorial tan rico como la ciudad de Núremberg: en 1S 11, un maestro recién
contratado atestiguaba que la gramática de uso exclusivo hasta la fecha era el
único manual impreso disponible17.
La tercera razón debe buscarse en la misma naturaleza de los colegios, ins­
tituciones reacias al cambio casi por definición. Los profesores suelen repetir
lo mismo que les han enseñado y no en raras ocasiones se ven sujetos a las exi­
gencias de los progenitores, temerosos de la desventaja que pueda represen­
tar para sus hijos la aplicación de métodos modernos y aún poco
experimentados. Giovanni Sulpizio, en una gramática escrita en torno a 147S,
dejó bien claro cuál era el mayor obstáculo para la reforma del currículo: «¿De
qué va a servir todo si los padres insisten en que sus hijos sean educados con
el Alejandro [de Villedieu]? Nuestros decrépitos valores son la desgracia de
nuestros hijos. ¡Ay, cómo lloraría y gritaría en protesta!»18. A él se sumaba en
1511 el neerlandés Hermannus Torrentinus al asegurar que incluso la simple
modificación de la gramática de Alejandro era motivo de queja. Quienes recor­
daban los sudores vertidos por culpa de las confusas reglas del Doctrínale de­
seaban que los jóvenes recibieran un trato igualmente duro y que no cayeran
en la corrupción de la vida fácil19.
Aunque el conservadurismo de padres, maestros y centros docentes fue
un factor importante, la lentitud con que se asimilaron las nuevas normas lin­
güísticas también se debe al hecho de que el latín todavía era una lengua viva.
Las palabras no sólo se aprendían en los textos, las gramáticas y los comenta­
rios, sino a través de la lengua hablada, y ésta transmitía términos posclásicos
pero largamente aclimatados y por ello de costosa erradicación. Esa circuns­

Véase la carta in trod u ctoria de Joh an n e s C och lae u s a su Grammútica [Estrasburgo,


1 5 1 5 ], fo l. 1v, d o n d e el autor hace referencia a la gram ática de G ian fran cesco B o ccard o
(Pylades B u cca rd u s), que le parece « co m p u e sta en versos ru d o s y cub ierto s por una nub e de
co m e n tario s in c o m p re n sib le s» .
18 G io v a n n i S u lp iz io , De arte grammatica [opusculum] [P e ru gia , c. 1 4 7 5 ], fo l. 31v.
19 H e rm a n n u s T orrentinus, Commentario in primcrn partern Doctrinalis [C o lo n ia , 1 5 0 8 ],
fo l. 85r—v.

103
Introducción al hum anism o renacentista

tancia viene a subrayar, en definitiva, la continuidad entre el latín de la baja


Edad Media y el humanístico, así como la dificultad de reformar radicalmente
una lengua que pertenece a una tradición vigente.
Con todo, pese a las trabas puestas a la difusión de un latín más pró­
xim o al antiguo, los libros de gramática y otros textos escolares de nuevo
cuño no cesaron de alimentar el proceso gradual de la reforma lingüística,
describiendo y prescribiendo un vocabulario cada vez más clásico. Algunas
gramáticas casi adoptaron la estructura de un diccionario, de suerte que la
descripción sistemática de frases verbales dio paso a listas alfabéticas de ver­
bos, cada uno seguido de la construcción respectiva. Ahora bien, no debe
pensarse que las reglas gramaticales y el uso clásico contaran con la sola
ayuda de tales instrum entos, ni que nadie creyera que pudiera ser así,
siquiera por el mero hecho de que las gramáticas humanísticas no daban
cabida a todos los aspectos pertinentes del latín clásico. Al contrario: era
cosa sabida que la brevedad del contenido permitía al alumno acabar pronto
con el manual para pasar a la lectura de los autores. Puesto que la teoría,
desde la óptica del humanista, valía bien poco por sí misma, lo aconseja­
ble era acceder a la práctica sin demora: el conocimiento superior de la gra­
mática y del vocabulario clásicos se adquiriría analizando los textos antiguos
al pormenor.
Esa filosofía entrañaba más dificultades de lo que parece a simple vista,
pues los autores de Roma no escribieron sus obras para que se adaptasen al
aprendizaje del latín como lengua extranjera. Los textos clásicos no estaban
graduados según el nivel de dificultad, ni había ninguno escrito para princi­
piantes. Para hacer frente al problema, en la baja Edad Media se había estable­
cido una selección de ocho obras de lectura elemental, conocidas con el
término colectivo de auctores octo, que suelen encontrarse agrupadas tanto en
manuscritos como en ediciones impresas. Todas se distinguían por su valor
moralizante, aunque a los ojos de un humanista ninguna brillaba por la ele­
gancia de su latín. Dos de ellas (los Disticha Catonis, máximas en verso para la
edificación moral atribuidas a Catón, y una versión al latín de una colección
de fábulas griegas que se adscribía a Esopo) se mantuvieron como libros de
texto hasta bien entrado el siglo xvi, incluso en escuelas que aspiraban al ideal
de latinidad humanístico; las otras desaparecieron del currículo italiano antes
de que llegara la imprenta (y a finales del Cuatrocientos tampoco existían ya
más al norte). Otra compilación de sentencias morales en metro, organizada
alfabéticamente y conocida como los Proverbios, gozó de amplia fortuna gracias
a la supuesta autoría de Séneca. Al editarla en 1S 14, Erasmo señaló que se tra­

104
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

taba de una falsa atribución; a partir de entonces su uso en las escuelas no tardó
en decaer20.
En cualquier caso, la cuestión seguía ahí: la enseñanza humanística nece­
sitaba disponer de textos introductorios. Así, en currículos más próximos a los
studia humanitatis, se solía reemplazar a uno de los auctores octo (una obra anónima,
titulada Facetus, que estipulaba normas de conducta para niños en edad esco­
lar) por unos preceptos versificados, obra de Giovanni Sulpizio, que enseña­
ban a comportarse en la mesa21; la lectura de escritos clásicos venía una vez
leídos los preparatorios. No de otro modo, los Adagia de Erasmo (una colec­
ción de dichos morales impresa por vez primera en 1500) se utilizaron con
una función equivalente a los Disticha Catonis. También de Erasmo, cabe citar
finalmente una colección de frases de uso conversacional distribuidas por temas
(Familiarium colloquiorum formulae, 1S 18) y posteriormente adaptadas a pequeños
diálogos de gran difusión escolar (Colloquia, 1522—33)22. Mediante la descrip­
ción de hechos vulgares y cotidianos, ese género de obras pretendía inculcar
un latín coloquial que ofreciera a los alumnos un vocabulario útil para la vida
diaria.
Las obras clásicas llegaban más avanzado el currículo humanístico, pero
de nuevo hay que señalar que no pocas de ellas ya eran habituales en anterio­
res programas de estudio, y que el elenco, a semejanza de lo que ocurría con
los textos de iniciación, respondía a un tiempo a criterios morales y lingüís­
ticos. Las comedias de Terencio, presentes en las aulas a través de los siglos
medievales, conservaron una posición privilegiada en tanto que lectura de las
más socorridas. También se estudiaba a Plauto, el otro superviviente de la
comedia latina, aunque en menor grado, puesto que pertenecía a una genera­
ción mayor que la de Terencio y sus obras, pese a constituir una magnífica
fuente de latín coloquial, no reflejaban el uso de la lengua que los alumnos
debían imitar; a ello se añadía que las piezas de Plauto por lo general se juz­

20 La p rim era e d ició n de los Proverbios se encu entra entre los Opúsculo oliquot de Erasm o
(Lovaina, 1514) [en el Prefado in Catonem d ed ica d o a Joh an n e s N ev io de Lovaina, ex p o n e
Erasm o: « A d ie c im u s his M im o s P ub lianos, falso inscripto s Senecae Proverbia». T o m ad o de la
e d ic ió n de Opúsculo, p u b licad o s en Selestad en 1 5 2 0 ], A ctu alm en te, sólo la p rim era m itad
(hasta las p rim eras sentencias que em p ie zan co n la letra N ) se con sid era obra de P u b lilio Siró;
las m áxim as restantes se d eb en a un a n ó n im o autor cristian o posterior, o a m ás de uno.
21 G io v a n n i S u lp iz io , íl carme giovanile: De moribus puerorum in mensa seruandis, ed. M . M artin i
(Sora, 19 80 ).
22 A lg u n o s c o lo q u io s de Erasm o se p u e d e n leer en Obras esacogidas, ed. Lo ren zo Riber,
c it ., p ágs. 1 1 4 5 -1 1 7 6 .

105
Introducción al humanismo renacentista

gaban menos edificantes que las de Terencio, interpretadas (con un tanto de


buena fe) como exhortaciones a la continencia sexual, la fidelidad en el matri­
m onio, la obediencia filial y otras virtudes terrenales23.
Algo más tarde, las cartas de Cicerón a sus amigos (Ad familiares), relativa­
mente desconocidas hasta 1490, se integraron en el curso; probablemente ésa
fue la ampliación más significativa del canon de autores de uso escolar. Al igual
que las comedias de Terencio, su valor consistía en ofrecer, pese a la lima, un
latín clásico libre de formalidades, ya que no coloquial. Los discursos de Cice­
rón, así como sus obras de filosofía moral, en particular De amicitia, De senectute
y Paradoxa stoicorum, se leían en un estadio posterior, en parte por su contenido
moral, pero sobre todo porque marcaban la pauta en materia de lengua y estilo.
Por el contrario, el latín de las epístolas de Séneca, otro Corpus de carácter filo­
sófico, no se tenía por digno de im itación, si bien la tan divulgada corres­
pondencia espuria entre Séneca y San Pablo le ganó al autor clásico el puesto
de cristiano honorario24. Ya un peldaño más arriba, otras obras servían de
texto para la clase de retórica. Las más frecuentadas fueron el pseudocicero-
niano Ad Herennium y el De oratore de Cicerón; en cambio, la Institutio oratoria de
Quintiliano, cuyo texto íntegro había recobrado Poggio en 1416, nunca llegó
a formar parte del currículo.
Los humanistas acostumbraban a subrayar la importancia de incluir obras
históricas en el programa, a la par que lamentaban los malos tiempos pasados,
aquellas clases desprovistas de la historia de Roma y sus enseñanzas. Conser­
varon, pues, la tradición medieval de leer los Factorum et dictorum memorabilium libri
IX de Valerio Máximo e introdujeron a otros historiadores hasta entonces poco
usuales. Tito Livio el primero, Salustio ya menos y, en Alemania, Tácito se leían
en calidad de representantes del estilo sublime, es decir, adecuado para des­
cribir las memorables gestas de los grandes hombres del pasado. Sus obras
valían así m ism o com o copiosa mina de datos sobre las instituciones de la
Roma republicana y del primer imperio. Así entendido, el estudio de la his­
toria era un componente de la formación lingüística que también contribuía
a la educación moral y política del alumno. Los hechos preclaros y virtuosos

23 C onsúltese el co n sejo de Erasm o acerca de c ó m o dar clase sobre un a co m e d ia de


Terencio, en sus Obras escogidas, ed. Lo renzo R iber, c it ., pág. 4 5 4
24 V éanse los co m e n tario s despreciativos a p ro p ó sito d el estilo d e Séneca en el p refacio
de Erasm o a la e d ic ió n de sus obras de 15 29 , así c o m o su d en u n cia de la im p o stura de las
supuestas cartas entre San Pablo y Séneca: Erasm o, Opus epistolarum, ed. E S. A lie n , H . M . A lien y
H . W G a rro d , 12 vols. ( O x fo r d , 1 9 0 6 -5 8 ) , V III, págs. 2 5 -4 1 (Cartas 2 .0 9 1 - 9 2 ) .

106
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

de héroes y heroínas se presentaban como modelos a emular, si no en la vida


real, por lo menos en la página. Los personajes famosos de la Antigüedad ser­
vían como exempla de uso literario en nuevas obras latinas donde se trazaba el
perfil y se narraban los hechos de contemporáneos ilustres, siempre con
el patrón de sus venerables precursores. Julio César, pilar de la enseñanza del
latín en el siglo xix, nunca había aspirado a escribir en el estilo ampuloso
de otros historiadores romanos; no dejó, además, sino un puñado de episo­
dios susceptibles de interpretación moral y tampoco proporcionó demasiados
detalles sobre las instituciones políticas de Roma. Por todo ello, fue lectura
escolar más esporádica25.
Los poetas habían ocupado el puesto de mayor relieve en el curso supe­
rior de la educación medieval, y no menos fundamental fue su papel en las
aulas humanísticas: allí estaban Virgilio, ante todo las Églogas y las Geórgicas, pero
también la Eneida, las Odas de Horacio, la épica de Estacio, el Bellum civile de
Lucano, las Sátiras de Juvenal, las Metamorfosis de Ovidio y sus Tristes, y las trage­
dias de Séneca. Com o sus equivalentes en prosa, estos textos se leían mayor­
mente en razón de sus rasgos lingüísticos. Los libros de gramática incluían
normas para componer en metro clásico, pues la poesía se consideraba un arte
que se podía aprender, más complejo pero en el fondo equivalente a cualquier
otro género de producción literaria. En 1526, el humanista y reformador reli­
gioso alemán Philipp Melanchthon afirmó que nadie incapaz de escribir poe­
sía tenía derecho a expresar ninguna opinión tocante al saber y que tampoco
podía atribuírsele competencia alguna como escritor en prosa26. El cúmulo de
versos humanísticos escritos con motivo de una circunstancia específica -u n
evento político, una boda, un nacimiento, una muerte, la aparición de
un libro—prueba que la poesía revestía un carácter más propio de una maes­
tría aplicada que de un arte sujeto a la inspiración27.
Se debe hacer constar, finalmente, que no todas las escuelas de corte huma­
nístico contaban con un programa de lecturas tan extenso como el reseñado.
Los historiadores sólo se leían en las mejores instituciones. En los colegios de
calidad pero pequeños, los estudiantes no llegaban mucho más allá de las car­

25 Véase, en general, E. B. Fryde, Humanism and Renaissance Historiography (Londres, 1983).


26 Véase su carta de 15 26 d irig id a a Jaco b u s M ic y llu s, en P h ilip p M e la n ch th o n , Opera
quae supersunt omnia, ed. G . G . Bretschneider y H . E. B indseil, 28 vols. (H alle e tc ., 1834—6 0 ), I,
co is. 7 8 2 - 8 4 (Carta 3 64 ).
22 Véase, v. gr., F. J. N ic h o ls (ed. y tra d .), An Antholoqy of Neo-Latin Poetry (N ew H aven,
1 9 7 9 ), así c o m o A. Perosa y ]. Sparrow (ed s.), Renaissance Latín Verse An Anthology (Londres, 1979).

107
Introducción al hum anism o renacentista

tas de Cicerón y las obras de Terencio y Virgilio. Algunos centros -incluso


cuando se proponían impartir un latín de humanista- mantuvieron un currícu-
lo muy conservador. Por ejemplo, los estatutos de la escuela de Saint Paul, esta­
blecidos por John Colet en 15 18 y objeto de elogio por parte de Erasmo,
describían un programa de lecturas que, con pocas excepciones, cualquier
maestro de la baja Edad Media hubiese reconocido2-8.

La principal finalidad de la enseñanza del latín escrito era reproducir el estilo


de los maestros clásicos. Los ejercicios consistían en componer prosa o poesía
que imitara los modos expresivos de un cierto autor. Al declarar que la buena
prosa dependía de la capacidad para escribir en verso, Melanchthon reflejaba
una faceta que, conforme avanzaba el siglo, se había ido integrando en la con­
figuración básica del latín humanístico: la preocupación por el decoro en el
uso de la lengua. En contraste con buena parte de la prosa medieval, la de los
humanistas rehuía los términos poéticos; sin embargo, sólo la familiaridad con
ese vocabulario podía evitar el defecto de utilizarlo en el contexto de la prosa.
Así como un poema no debía incorporar las expresiones informales de las car­
tas de Cicerón, así una carta debía rechazar la prosa de altos vuelos propia de
los historiadores o la fraseología peculiar de los poetas. Se debía emular a los
autores latinos, pero con criterio.
El ideal estilístico de la imitatio requería un latín limpio de voces y expre­
siones medievales, dado que el uso clásico, como hemos visto, dictaba la
norma. Resultaba evidente, con todo, que los autores del pasado presentaban
estilos bien diversos. Hasta muy a finales del Quinientos, ni Séneca, ni Salus-
tio, ni menos todavía Tácito entraban en la lista de modelos recomendables.
En cuanto a los poetas, pocos hubieran afirmado que Catulo o Marcial fuesen
dignos de imitación. La necesidad de establecer un canon de referencia lin­
güístico era insoslayable. A lo largo del siglo xv y hasta comienzos del xvi, la
solución más radical la sugirieron los ciceronianos al postular que sólo se acep­
taran las palabras documentables en la obra de Cicerón. La propuesta, sin
embargo, daba pie a problemas poco menos que insuperables y contó con una
adhesión más teórica que práctica. Bastantes humanistas de la época se opu­
sieron a la idea, entre ellos Lorenzo Valla: para él, la realidad social contem­
poránea, tan diferente a la que existiera en tiempos de Cicerón, pedía la2
8

28 Para ios estatutos, J. H . L u p to n , A Life oí John Coiet... (Londres. 1909; reim p . H a m d e n


C H , 1961), págs. 2 7 1 —84; véase tam b ién J. B. G le a s o n , John Colet (Berkeley, 1 9 8 9 ), cap. 9.

108
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

introducción de neologismos29. Además, en los mismos textos del autor latino


se encontraban argumentos adversos a los de los ciceronianos, ya que Cicerón
no había tenido reparos en acuñar nuevas palabras siempre que le había pare­
cido oportuno, especialmente en el terreno de la filosofía.
La Iglesia se había desarrollado como institución sólo después de la época
antigua, de ahí que abundasen los términos posclásicos que describían su
estructura, su quehacer y sus funcionarios. No pocas de esas palabras eran prés­
tamos griegos; otras se habían creado en la Edad Media a partir del léxico clá­
sico pero no conforme a su m orfología. Los ciceronianos se esforzaron por
sustituirlas con voces auténticamente latinas o, mejor dicho, que se encontra­
sen en Cicerón. Eso comportaba el traslado de terminología pagana a un con­
texto cristiano: las monjas pasaban a ser vírgenes vestales, los sacerdotes
devenían flamines y las iglesias templos romanos. A la zaga de Valla, en eso como
en tantas otras cuestiones lingüísticas y religiosas, Erasmo ridiculizó esa ten­
dencia en su Ciceronianus [1528], escrito, con ironía muy propia del autor, en
forma de diálogo ciceroniano y en un latín de exquisita factura. A su modo de
ver, el ciceronianismo, bien acogido por entonces en la sede pontificia30, era
buen exponente del excesivo apego del papado por el mundo pagano y la vida
terrena. Reconociendo, pero repudiando, el vínculo ideológico que une a la
Iglesia con la Roma del pasado, uno de los actores del diálogo afirma: «Roma
ya no es Roma. No quedan más que ruinas y escombros, cicatrices y vestigios
de antiguas calamidades»31.
El ciceronianism o desapareció de la escena romana poco más tarde,
menos a causa de la estocada erasmiana que bajo los efectos del nuevo clima
intelectual y religioso que traía consigo la Contrarreforma. Se reclamaban
ya lazos más estrechos con los Padres de la Iglesia y, por ahí, la literatura
patrística llegó a imponer sus normas de lengua y estilo en la Roma de fina­
les del Quinientos. No obstante, fuera de la ciudad vaticana el culto a C ice­
rón retuvo su empuje contra toda crítica, y pronto Francia, con su flamante
pretensión de supremacía política y cultural, se convirtió en un foco de esa
tendencia.

29 I. Scott, Controversies over the Imitation oí Cicero... (N ueva York, 1 9 1 0 ), págs. 10—14.
30 J. F. d ’A m ic o , Renaissance Humanism in Popal Rome: Humanists and Churchmen on the Eve of the
Reformation (B altim o re, 1 9 8 3 ), págs. 1 2 3 -3 4 .
31 Erasm o, Opero omnia, 1.2, págs. 5 9 9 -7 1 0 (6 9 4 ): Ciceronianos, ed. P. M esn ard ; véase
tam b ié n la trad u cció n al castellano en Erasm o, Obras escogidas, ed. Lorenzo Riber,
c i t ., págs. 1 2 0 7 -1 2 3 4 .

109
Introducción al hum anism o renacentista

El ciceronianismo exigía la drástica eliminación de un Corpus léxico depo­


sitado durante siglos y adaptado a todas las facetas de la vida diaria: desde pala­
bras que designaban útiles domésticos hasta nombres de instituciones,
funciones y cargos públicos. Huelga decir que llevar a término una transfor­
mación de esta índole era empresa no poco espinosa. El ejemplo actual de
sociedades donde se ha intentado implantar una reforma lingüística nos enseña
que su aplicación, incluso a escala menor, ocasiona problemas de continuidad
en la esfera de la cultura y las letras. Así, por citar un caso, cuando en 15 17 el
obispo Richard Foxe ordenó los estatutos del colegio de Corpus Christi, en
Oxford, pese a escribir el prefacio general en latín humanístico, se sintió obli­
gado a advertir que los barbara vocabula resultaban inevitables para dar cuenta de
la labor del centro31.
Las consecuencias del cambio podían ser aún más dramáticas para las dis­
ciplinas académicas que habían desarrollado una refinada nomenclatura téc­
nica a lo largo de la baja Edad Media. La carga se dirigió en particular contra
la jerga lógica y metafísica de origen posclásico. Las críticas de Valla a la lógica
tardomedieval afectaban gravemente al conjunto de las materias filosóficas, e
incluso tocaban a cualquier asignatura de corte universitario. A principios de
la década de 1520, la actitud de Lorenzo encontró eco en Lutero y en su
rechazo de la metafísica. La denuncia comprendía tecnicismos precisos, ahora
considerados faltos de sentido, sólo útiles para disfrazar las simples verdades
de la fe. Aun así, ni el ardor polémico de los humanistas ni el de sus seguido­
res protestantes obtuvieron una victoria completa, y el discurso filosófico en
las universidades siguió dependiendo de la terminología medieval.
De todos modos, la aceptación general de la norma del latín humanístico
tuvo un impacto profundo en todo el espectro de los estudios universitarios.
A los estudiantes acostumbrados a leer ese tipo de latín, habituados en clase a
juzgar una obra conforme a su mérito estilístico, a veces les costaba levantar
el ánimo ante textos desprovistos de toda elegancia, por más atractivos que
fueran intelectualmente. En 1530, Heinrich Sybold, profesor de medicina e
impresor de Estrasburgo, publicó un sencillo y breve manual de filosofía natu­
ral, obra de Giorgio Valla, en cuyo prefacio se expresaba el deseo de que sir­
viera para que los estudiantes encontraran de nuevo un aliciente en el estudio
de la filosofía. Sybold confiaba que el embellecido latín de Valla despertaría el

3i V id . J. M c C o n ic a , « T h e rise o f the undergraduate c o lle g e » , en The History of the


University of Oxford ( O x fo r d , 1 9 8 4 - ) , III: The Collegiate Universit)', ed. J. M c C o n ic a , págs. 1 -6 8 (1 8 ).

110
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

interés de aquellos alumnos cuya actitud apática para con la materia obedecía
a su pedante preocupación por el estilo; su desprecio de la filosofía, aposti­
llaba el editor, traía consigo nefastas consecuencias para todas las disciplinas
universitarias33.
En efecto: la pasión de los humanistas por el estilo y las formas entrañaba
el peligro de desdeñar el saber factual. Adiestrarse en recopilar frases y luga­
res comunes de las obras leídas en clase era parte esencial del método de la
imitación; posteriormente, tales extractos se aplicaban de nuevo al contexto
oportuno, de modo que resultaba posible disfrazar la ignorancia de un tema
mediante la hábil exhibición de unos cuantos tópicos. Lo atestigua Melancht-
hon en su manual de retórica elemental al señalar precisamente ese proble­
ma derivado de la fortuna de la pedagogía humanística y oponerse a quienes
creían que una lista de sentencias entresacadas de los poetas y oradores clási­
cos equivalía al auténtico conocimiento: en su opinión, no se podía prescin­
dir de los lugares comunes a la hora de construir o expresar un razonamiento,
pero comprenderlos presuponía el estudio solícito de la disciplina a la que per­
tenecían34.

Varios factores limitaron un tanto el éxito incuestionable del latín humanís­


tico. Los escritores cristianos, vaya por delante, siempre han contemplado a
sus elegantes antecesores clásicos con una cierta ambivalencia. ¿Deben leerse
con el objetivo de absorber sus dotes de persuasión para luego utilizarlas en
su contra, o eso comportaría un riesgo de contaminación moral y religiosa y,
por tanto, es mejor rechazarlos tajantemente? La cuestión, formulada desde
los Padres de la Iglesia, fue tema de debate durante siglos. Lorenzo Valla, al
igual que lo hicieran otros antes y después, condenó la terminología escolás­
tica, entre otras razones, por estar basada en una filosofía pagana y porque su
com plejidad oscurecía la divina sencillez de las verdades de la fe35. Sin
embargo, el mismo Valla y otros humanistas, con su insistencia en la necesi­
dad de imitar el estilo de los autores clásicos, se exponían a recibir parecidas
críticas. La tendencia ciceroniana, muy en particular, estaba bajo la sospecha
de ocultar un retorno al paganismo. Algunos temían que los autores de la Anti­

33 G io r g io Valla, De physicis quaestionibus (Estrasburgo, [ 1 5 3 0 ]) , sig. A l v.


34 M e la n c h th o n , Opera, X III, cois. 4 1 2 - 5 0 6 (4 5 2 ): Elementa rhetorices [1 5 2 1 ].
35 Véase, v. g r., L o ren zo Valla, « In praise o f S aint T h o m as A q u in a s» , en L. A . K en n edy
( e d .) , Renaissance Philosophy: New Translations (La H aya, 1 9 7 3 ), p ágs. 1 7 -2 7 .
Introducción al hum anism o renacentista

güedad pudieran entrañar una amenaza para la sociedad cristiana. De ahí que,
a pesar de su entusiasmo por la mejora de la enseñanza del latín en los cole­
gios germánicos, Wimpfelmg prescribiera un currículo consistente, con alguna
excepción, en autores de finales del siglo xv; por eso, también, ansiaba con
especial ardor que las poesías de Baptista Mantuanus tomaran la plaza de Vir­
gilio, ya que las Églogas, rectamente entendidas, no podían sino encender los
más deplorables deseos carnales en los alumnos adolescentes. Por otra parte,
en el muy humanístico entorno de Florencia el dominico Girolamo Savona-
rola pretendió instituir un programa cristiano y anticlásico que suponía la
prohibición de leer a los antiguos autores paganos36; esa intención se hallaba
próxima a su espíritu de cruzada moral contra el juego, las canciones carna­
valescas y toda suerte de manifestaciones del materialismo: un espíritu sim­
bolizado por la hoguera de las vanidades. Ya más tarde, el siglo xvi presenció
una reacción de escritores y maestros cuyo objetivo era expulsar del currículo
escolar a las obras clásicas. Sébastien Castalion, por ejemplo, compuso un libro
de coloquios para que ocupara el lugar de Terencio, ya que, tratándose de un
autor pagano, su lectura se le antojaba tan dulce al oído como peligrosa para
el alma37. Todavía más: para un radical de la Reforma como Martin Bucer, el
latín humanístico no era sino un instrumento político, una manifestación del
vínculo existente, según pretendían los católicos, entre la iglesia de Roma y la
antigua cultura latina; fiel a ese planteamiento, deseaba desterrar totalmente
de su escuela la enseñanza del latín y sustituirla por la del griego y el hebreo,
las lenguas de las Escrituras38. Otros reformistas más moderados, así Lute-
ro, Melanchthon y Calvino, insistieron en la importancia de mantener el cu­
rrículo clásico en la educación protestante, pero de todos modos las inclina­
ciones paganizantes del ciceronianismo encontraron en ellos una oposición
tan firme como la de los mismos cerebros de la Contrarreforma.
Melanchthon, la figura más sobresaliente de la implantación de un sis­
tema de educación luterano en el norte de Europa, abrazaba con toda su alma
la causa del latín humanístico. Olaus Theophilus, uno de sus discípulos y
cabeza rectora de la escuela catedralicia de Copenhague entre 1565 y 1575,

36 G iro la m o Savonarola, Apologeticus de ratione poeticae artis [Pescia, 14 92 ].


37 Sébastien C astalion , Diúlogorum sacrorum ad linguam simui et mores puerorum formandos libri iiii
[A m beres, 1 5 5 2 ],
38 E .-W K ohls, Die Schule bei Martin Bucer in ihrem Verhdltnis zu Kirche und Obrigkeit (H e id elb e rg ,
1 9 6 3 ), págs. 6 9 - 7 3 .

112
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza

apuntó unas cuantas razones: «¿Por qué es necesario enseñar a escribir en latín?
Sin él no se puede conocer a Dios. Sin él nos hundimos en el lodo de la deses­
peración. Escribiendo en latín debilitamos - o mejor: derrocamos—el imperio
del diablo. Es algo necesario para la salvación de nuestras almas»39. Ahora bien,
por más que el programa docente de Melanchthon se centrara en el latín, sus
intenciones quedaban ya muy lejos de la meta que perseguían en Italia los pri­
meros pedagogos del humanismo. Guarino y sus colegas educaban a discípu­
los procedentes de las capas altas de la sociedad, mientras que las escuelas
italianas de rango inferior formaban a sus alumnos con vistas a una futura
carrera universitaria, generalmente medicina o derecho. Por el contrario, las
instituciones que seguían la línea educativa de Melanchthon se concibieron
pensando ante todo en estudiantes que luego habrían de cursar teología y regir
los destinos de una parroquia; en ese sentido, mantuvieron una tradición bajo-
medieval típica de la Europa septentrional: ajustar la educación de hoy a con­
veniencia del teólogo de mañana.
Como Lutero, Melanchthon insistió en imponer un control central del sis­
tema educativo y un currículo uniforme, ambos necesarios a tenor de las agrias
controversias religiosas de la época. La iglesia católica, por su parte, alcanzó
una uniformidad aún mayor gracias a los colegios jesuíticos que empezaron a
extenderse por toda Europa mediado el siglo xvi. Los profesores jesuítas com ­
pusieron un plan de carácter general, la llamada Ratio studiorum, con la inten­
ción de que actuara com o prontuario docente en todos sus centros de
enseñanza40. Como el de las escuelas rivales protestantes, ese programa giraba
en torno a la lengua latina y sus aplicaciones. Su dependencia de los objetivos
definidos por los humanistas doscientos años atrás se refleja en los nombres
que recibieron los diversos grados: tras la instrucción gramatical, los estu­
diantes progresaban de la clase de humanitas a la rhetorica.
Con el aumento de la institucionalización, el concepto de educación
humanística se transformó. Homogeneizar los planes de estudio, ya fueran
protestantes, ya jesuíticos, dio lugar a un enorme incremento en la produc­
ción y el uso de manuales, con frecuencia publicados en una variedad de adap­
taciones conformes al nivel educativo deseado. Aunque los profesores de la

39 O la u s T h e o p h ilu s, Paraeneas sen praeceptiones sapientes et útiles de inr.ce ac studiorum honesta


formatione... [C o p e n h a g u e , 1 5 7 3 ], citad o en K. Jen sen , Latinskolens dannelse (C o p en h a gu e, 19 82 ),
pág. 13.
40 A. R Farrell, The Jesuit «Rütio studiorum» of 1.599 (W ash in gto n D C , 1979).
Introducción al hum anism o renacentista

Reforma y la Contrarreforma prestaron igual apoyo al ideal literario de la lati­


nidad, la tendencia didáctica de aquellos primeros gramáticos y pedagogos del
humanismo se invirtió: en las escuelas se utilizaron más libros de texto que
nunca antes, y más que nunca se retrasó en el programa la lectura de los auto­
res clásicos.
5
La retórica y la dialéctica h u m an ísticas

PETER MACK
En la primavera de 1576, Gabriel Harvey, praelector en retórica de la Universidad
de Cambridge, inauguró sus lecciones con un discurso que más tarde publi­
caría bajo el título de Ciceronianus. En el parlamento, Harvey anunció que aban­
donaba el ciceronianismo superficial de aquellos que se expresaban tan sólo
por medio de palabras y frases de su mentor clásico y se entregaba al cicero­
nianismo más profundo de los que habían comprendido la argumentación y
el verbo de Cicerón. Así aconsejaba a su audiencia:

Prestad m enos atención al reluciente verdor de las palabras que al fruto m aduro
del sentido y la argu m en tación ... Recordad que H om ero filiada 1.201] dijo que
las palabras eran pteroenta, es decir, aladas, porque fácilm en te echan a volar a
m enos que se las m antenga en equilibrio con el peso de la materia tratada. U n id
la dialéctica y el saber a la retórica. M antened la lengua al m ism o ritm o que la
m ente. Aprended con Erasmo a com binar la abundancia (copia) de palabras con
la abundancia de contenido; aprended con Ram us a abrazar una filosofía aliada
ya con la elocu encia; aprended con el Fénix h o m érico a ser autores de gestas
tanto co m o escritores de palabras1.

Harvey se proponía consagrar sus lecciones al análisis retórico y dialéc­


tico del discurso de Cicerón Post reditum in Senatu. La contribución a la ense­
ñanza de la retórica que caracterizó al hum anism o fue, precisamente, la
aplicación conjunta de dialéctica y retórica a la lectura de textos clásicos2:
los preceptos de ambas materias debían proveer al lector con pautas que
guiaran su observación de la práctica de Cicerón y Virgilio, y la lectura de

1 G a b riel H arvey, Ciceronianus, ed. H . S. W ils o n (L in co ln , 1 9 4 5 ), pág. 82 . Para la


a lo c u c ió n d e F é n ix , Ilíada I X .4 4 3 .
2 Ésta y otras co n sid e ra cio n es p osteriores se tratan c o n m ás d etalle en P M ack ,
Renaissance Argument: Valia and Agrícola in the Tradition of Rhctoric and Dialectic (Leid en , 19 93 ).

115
Introducción al hum anism o renacentista

esos autores enriquecería, a su vez, su comprensión del sistema y le ayuda­


ría a utilizar palabras y argumentos con propiedad. Los autores clásicos le
ofrecerían, por añadidura, un cuantioso acervo de materiales útiles para una
nueva composición.
Algunos de los rasgos que definen al humanism o en general tuvieron
también su influencia en la configuración de la retórica. Para empezar, se
descubrieron nuevos manuscritos, entre los que destacan los textos íntegros
de la Institutio oratoria de Quintiliano (1416) y el De oratore de Cicerón (1421),
junto con diversos discursos, también de Cicerón, desconocidos hasta enton­
ces (Poggio desenterró diez en 1415 y 1417). Sin embargo, aunque los
escritores de los siglos xv y xvi sacaron buen provecho de Q uintiliano, el
texto básico para las clases de retórica continuó siendo la Rhetorica ad Heren-
nium, incluso después de que en 1491 se desmintiera la consabida atribución
de este tratado a Cicerón. Por otra parte, el desarrollo de los estudios grie­
gos trajo consigo nuevas traducciones de la Retórica de Aristóteles, así como
adaptaciones del retórico griego del siglo n d.C. Herm ógenes, a cargo del
emigrado bizantino Jorge de Trebisonda (Trapezuntius) y de Jean Sturm,
reformador de la enseñanza en Estrasburgo. Tampoco ninguna de esas nove­
dades dejó huellas profundas en los manuales más socorridos. Por el con­
trario, la versión latina de los Progymnasmata, unos ejercicios de retórica obra
de A ftonio, autor griego del siglo iii d .C ., se convirtió en uno de los li­
bros de texto más populares del siglo xvi. Por lo que respecta a la dialéctica,
no se produjeron hallazgos textuales de relieve. A eso hay que añadir que la
publicación de los comentarios griegos del Organon de Aristóteles repercutió
más en los filósofos aristotélicos de la Italia quinientista que en la enseñanza
de la dialéctica. La preocupación humanística por mejorar el estilo dio lugar
a la composición de manuales de dialéctica en latín clásico y, en ciertos círcu­
los, al abandono de los aspectos más técnicos de la lógica medieval. Con
todo, muy pocos humanistas aplicaron el principio del «retorno a las fuen­
tes» al texto griego de la dialéctica de Aristóteles. En suma: el enfoque huma­
nístico de la retórica y la dialéctica se distingue del medieval porque, como
se ha dicho, las dos disciplinas trabajaron en común al servicio del estudio
de los autores clásicos.

Como otras materias del currículo escolar, la retórica y la dialéctica se han visto
sujetas a numerosos cambios desde su aparición en los siglos v y iv a.C., respec­
tivamente. Ambas aspiran a enseñar de qué modo se puede convencer a otra per­
sona. La dialéctica gira en torno de la argumentación, tipificada (para un

116
La retórica y la dialéctica humanísticas

aristotélico) en el silogismo3. La retórica instruye acerca de toda una gama de


medios de persuasión, a saber: cómo presentarse a uno mismo, cómo manejar a
la audiencia, cómo apelar a las emociones y cómo usar figuras tropológlcas y
argumentos. La dialéctica se originó en la disputa (es decir, un debate que pro­
gresa según el principio de pregunta y respuesta, como en los diálogos de Pla­
tón) , mientras que la retórica procede del discurso político o pronunciado ante
un tribunal, aunque con el tiempo ambas se fueron aplicando a otros géneros lite­
rarios. Retórica y dialéctica se han dado la mano a lo largo de su prolongada his­
toria, pero también han rivalizado en su afán por atribuirse ciertas parcelas de la
educación, en especial el descubrimiento y la formulación de argumentos4.
En el bajo Medievo, la dialéctica era la materia más importante en una
facultad de artes, puesto que regulaba los métodos esenciales de la docencia
y la evaluación: la lección, el comentario, la quaestio y la disputa. Por sí misma
representaba también una disciplina de alta investigación que exploraba áreas
tan difíciles del Organon de Aristóteles como la naturaleza de los universales
(Categorías), la relación entre palabras, conceptos y cosas (De interpretatione), y
las ambigüedades resultantes del uso de algunas palabras y oraciones en par­
ticular (Sobre las refutaciones sofísticas). En cuanto a la retórica, aunque los es­
tudiosos no cesaron de producir comentarios lógicos y lingüísticos de los
libros básicos, la enseñanza medieval se centró en el arte de escribir cartas (ars
dictaminis). En las filas de los primeros humanistas se hallaban maestros del dic­
tamen, y esa aplicación perduró como una faceta importante de la retórica; eso
explica que a lo largo de los siglos xv y xvi no dejaran de aparecer nuevos
manuales de arte epistolar, compuestos con la intención de divulgar el ideal
de la latinidad ciceroniana5.

3 U n silo g ism o es u n a rg u m en to c o n tres partes, en el c u a l, si las dos prim eras


a firm acio n e s (las p rem isas) son ciertas, ento nces la tercera (la c o n clu s ió n ) tam b ié n lo es.
A ristóteles e x a m in ó todas las c o m b in a c io n e s posibles de tres variables en tres a firm acion es
para d eterm in ar cuáles tenían validez c o m o m o d e lo . U n e je m p lo de s ilo g ism o p o d ría ser:
Sócrates es un h o m b re ; todos los h o m bres son m ortales; p o r tanto, Sócrates es m ortal.
4 Para la retórica y la dialéctica de la época clásica y m ed ie va l, vid . P s eu d o -C ice ró n ,
Rhetorica ad Herennium, ed. y trad. H . C ap lan (Londres. 1954); W illia m de S h erw o o d , Introduction
to Logic, ed. y trad. N. K retzm ann (M in e áp o lis, 19 66); G . Kennedy, The Alt of Persuasión in Greece
(P rin ceto n , 1 9 63 ); N . K retzm an n , A . K enny y J. P in b o rg (ed s.), The Cambridge History of Later
Medieval Philosophy (C a m b rid g e , 1982).
s Para la trayectoria m ed ieval, K retzm an n , K enny y P in b o rg (e d s.), Cambridge History;
P. O . Kristeller, Renaissance Thought and ¡ts Sources (N ueva York, 19 79 ), págs. 8 5 - 1 0 S [ * j ;
J. M o n fa sa n i, « H u m a n is m and rh e to ric » , en A . R abil (e d .), Renaissance Humanism: Foundations,
Forms and Legacy, 3 vols. (Filadelfia, 1 9 8 8 ), III, págs. 1 7 1 -2 3 5 (1 7 5 , 1 9 2 -9 4 , 1 9 8 -2 0 0 ).

117
Introducción al hum anism o renacentista

En el transcurso de esos dos siglos, centenares de autores contribuyeron en


variada proporción a las diversas materias que hallaban cabida en los dom i­
nios de la retórica y la dialéctica. El estado actual de la investigación no per­
mite una tipología conforme a escuelas y periodos. En su lugar, resumiré la
aportación de siete nombres prestigiosos que valen como muestra de la acti­
tud de los humanistas con respecto a esas disciplinas.
Antonio Loschi sirvió en la cancillería de Milán entre 1391 y 1406 antes
de convertirse en secretario pontificio. En torno a 1392 compuso una Inqui-
sitio super XI orationes Ciceronis («Examen de once discursos de Cicerón»), donde
analiza una selección de la oratoria ciceroniana a la luz de la retórica clásica.
El prefacio de la obra inaugura el debate renacentista sobre el valor de las
reglas de composición al afirmar que, para llegar a la elocuencia, hace falta
talento natural, práctica y la guía de un profesor. Para Loschi, el orador debe
ser un hom bre íntegro, poseer un am plio conocim iento de todas las ver­
tientes de la filosofía y haber asimilado la técnica de la recta elocución. Su
análisis se divide en seis apartados: (1) argumentum: las circunstancias del caso
y la finalidad del discurso; (2) genus causae: el tipo de discurso (judicial, deli­
berativo o demostrativo); (3) constitutio causae: la principal cuestión enfocada
en el discurso (los puntos 2 y 3 se relacionan con un aspecto de la retórica
conocido como teoría de los status o posiciones); (4) dispositio orationis: el orden
de las partes del discurso; (S) partes orationis: la sección que explica dónde
empieza y acaba cada parte del discurso y qué propósito persigue cada una
de ellas, al tiempo que ilustra los argumentos respectivos y muestra cóm o
se refleja la teoría retórica en cada parte; (6) elocutio: un catálogo de tropos
y figuras con los ejemplos correspondientes6. De vez en cuando, Loschi
repasa brevemente un aspecto especíñco de la retórica antes de examinar el
texto de Cicerón, enlazando así teoría y práctica; sin embargo, aunque presta
considerable atención a ciertas argumentaciones en concreto, nunca intenta
desvelar la estructura de un discurso completo. Sus admirables y detalladas
disecciones superan con m ucho a los comentarios a cinco piezas oratorias
de Cicerón escritos por Asconio Pediano en el siglo i d.C. y recuperados en
1416 gracias a Poggio.
Jorge de Trebisonda, nacido en Creta y de habla griega, llegó a Italia en
141 6. Enseñó latín en Vicenza, Venecia, Florencia y Roma, y fue escribano

6 A sc o n io P ediano, In Orationes M . Tullii Ciceronis..., co m e n t. A n to n io L o sch i (Estrasburgo,


1 5 2 0 ), págs. 1 5 4 -5 7 .

118
La retórica y la dialéctica humanísticas

de la curia papal a partir de 1441. Sus Rhetoricorum libri V, acabados en Venecia


en 1433—34, constituyen el único tratado retórico de grandes dimensiones
que vio la luz en la Italia cuatrocentista (la mayoría de humanistas se contentó
con los textos clásicos). El de Trebisonda pretendía una síntesis de la tradi­
ción retórica latina con la griega. A la estructura fundamental de la Rhetorica
ad Herennium, agregó lo siguiente: abundantes ejemplos de Cicerón; el largo
tratamiento de la teoría de los status que se hallaba en Hermógenes, así como
su doctrina sobre el estilo; los tópicos del tratadista de lógica medieval Pedro
Hispano; y algunas secciones sobre la refutación procedentes de las Refutacio­
nes sofísticas de Aristóteles y las Objeciones insolubles de M áxim o el Filósofo, un
lógico bizantino. El resultado es una obra de grandes dimensiones, aunque
no m uy influyente por vía directa, que resume toda una vida dedicada a la
difusión del saber griego en la Europa occidental, a la par que exhibe el inte­
rés del autor por la dialéctica, así com o su alto concepto de Cicerón. Trape-
zuntius compuso también un texto de carácter preliminar, la Isagoge dialéctica
(«Introducción a la dialéctica», c. 1440), que compendiaba la doctrina de
Aristóteles (sin añadidos medievales) en un latín aceptable a los ojos de un
humanista. Aunque poco citado en el Cuatrocientos, este manual conserva­
dor gozó de enorme fortuna en el norte de Europa durante el siglo xvi. Casi
al mismo tiempo vio la luz otra obra del cretense, un comentario al discurso
Pro Ligario de Cicerón (1440), más tarde impreso en varias ocasiones al lado
de los comentarios de Loschi, de los que compuso su imitador Sicco Polen-
ton y de los antiguos de Asconio Pediano7.
El filólogo Lorenzo Valla merece un lugar entre las mentes más creativas
del siglo xv. Ya desde fecha temprana en su carrera, Quintiliano fue el centro
de su admiración, y el aristotelismo que entonces regía el mundo universita­
rio el blanco de sus brillantes polémicas. Valla concibió su Repastinatio dialectice
et philosophie («Revisión de la dialéctica y la filosofía») en Pavía en la década de
los treinta, la terminó durante los años entregados al servicio de Alfonso el
Magnánimo y a la empresa de la conquista de Nápoles (1434—41), y dedicó
el resto de su vida a revisar la obra (la segunda versión es de c. 1444 y la ter­

7 Para las obras, vid . Jo rg e de Trebisonda, Rhetoricorum libi V (Venecia, 1523) y De re


dialéctica ( C o lo n ia , 1539; reprint Frank furt, 1 9 6 6 ), págs. 2 6 1 -8 8 ; y Collectanea Trapezuntiana,
e d . J. M o n fa s a n i (B in g h a m to n , 1 9 8 4 ). Véase ta m b ié n ]. M o n fasa n i, George oí Trebizond: A Biography
and a Study of his Rhetoric and Logic (L e id en , 1 9 7 6 ), así c o m o C . J. C lassen , « T h e rheto rical w orks
o f G e o rg e o f Treb izond and their debt to C ic e r o » , Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 56
(1 9 9 3 ), págs. 7 5 - 8 4 .

119
Introducción al hum anism o renacentista

cera de 1457)8. La Repastinatio encierra un ataque devastador (aunque algo inge­


nuo, filosóficamente hablando) contra la metafísica aristotélica. Para Valla, la
retórica era la más importante de las tres artes del lenguaje, un instrumento
inestimable para convencer a alguien del buen camino a seguir, pero estudiarla
exigía gran empeño y sólo los más dotados podían llegar a la maestría. En com­
paración, la dialéctica resultaba sencilla, fácil de aprender y útil a cualquiera9.
Lo que se propuso, pues, fue simplificar la dialéctica aristotélica sujetándola a
las normas y uso del latín antiguo. Por medio del análisis gramatical, desau­
torizó términos filosóficos como ens, essentia y quidditas y los sustituyó simple­
mente por la voz clásica res10. Redujo así mismo las diez categorías aristotélicas
a tres (sustancia, cualidad y acción) y reelaboró el tratamiento que Aristóteles
daba a la proposición para que se amoldara al vocabulario clásico relativo a la
cantidad y la negación1
Por otra parte, Valla se opuso al formalismo con que Aristóteles trataba los
argumentos. A su modo de ver, éstos se descubrían a través de los tópicos12 y
luego hallaban expresión bajo formas diversas (el silogismo era sólo una de
las opciones posibles). La fuerza de un argumento no procedía de la forma
adoptada, sino de la solidez de la conexión establecida mediante los tópicos,
así como de la habilidad del escritor para seleccionar las palabras adecuadas.
Valla consideraba que la lógica era una capacidad verbal y por ello intentó resol­
ver las dificultades propias de la argumentación (equivalentes a las que Aris­
tóteles debatía en las Refutaciones sofísticas) evocando el contexto en que una cierta
frase se había pronunciado13*1
. La Repastinatio es una obra apasionante y que
5

8 Para las obras, vid. Lo renzo Valla, Repastinatio dialéctico et philosophie, ed. G . Z ip p e l (Padua,
1 9 8 2 ), y Opera omnia (Basilea, 1540; reprint T urín, 19 62 , co n u n s e g u n d o v o lu m e n a cargo de
E. G a r in ). Véase tam b ién O . B esom i y M . R e g o lio si ( e d s ) , Lorenzo Valla e l’umanesimo italiano
(Padua, 1986).
9 Valla, Repastinatio, págs. 1 7 5 -7 7 .
10 Valla, Repastinatio, págs. 11—21; véanse tam b ién las págs. 3 0 - 3 6 .
11 Valla, Repastinatio, págs. 1 9 0 -2 1 3 , 3 6 3 -6 6 .
11 Los tóp ico s son los diversos lugares generales d o n d e se p u e d e n en co n trar argum en tos
particulares. Se d e n o m in a n de acuerd o c o n una lista de rúb ricas q u e id en tifica n lo q u e se
tiene en cuenta en el tipo de a rg u m en to en cu estió n (v. gr. g é n ero , esp ecie, causas, e fectos,
adjun to s o co ro lario s, sem ejantes) y se p u e d e n aplicar a cu a lq u ier tem a si se q uiere generar
m aterial para la d iscu sió n . Para una e x p lic a c ió n de c ó m o se u tiliz an , ver M a c k , Renaissance
Argument, págs. 1 30—4 2 . En ge n era l, vid. C ic e ró n , Tópica; R o d o lfo A g r íc o la , De inventione dialéctica
( C o lo n ia , 1539; reprint N ie u w k o o p , 1 9 6 7 ), p ágs. 6 - 1 7 7 ; y N . J. G ree n -P ed e rsen , The Tradition
of the Topics ¡n the Middle Ages ( M u n ic h , 19 64 ).
15 Valla, Repastinatio, págs. 2 4 4 , 3 0 4 - 0 6 , 3 2 8 -3 4 .

120
La retórica y la dialéctica humanísticas

impresiona por su ambición de reformular la filosofía desde la base, pero a ñn


de cuentas se muestra dependiente de Aristóteles y tampoco ejerció gran
influencia. En contraste, las Elegantice linguae Latinae (1441-49), donde Valla exa­
minaba la historia y el uso de muchas palabras con el propósito de restaurar
la riqueza de matices del latín clásico, sí gozaron de alta estima entre sus nume­
rosos lectores a finales del siglo xv y a lo largo del siguiente.
El humanista frisón Rodolfo Agrícola estudió latín y griego en Italia
durante diez años (1 4 7 0 -7 9 )14. En su De inventione dialéctica («Sobre la inven­
ción dialéctica»), terminado en 1479 e impreso por primera vez en I S I S ,
hizo hincapié en la unidad de las tres artes del lenguaje:

El ob jeto de todo len guaje es con segu ir que una persona pueda hacer a otra
partícipe de sus pensam ientos. Por tanto, resulta evidente que deberían darse
tres cosas en cualquier discurso: el que habla, el que escucha y la m ateria tra­
tada. Así pues, al hablar se deberían observar tres puntos: que se pueda enten­
der lo que el orador quiere decir, que la audiencia escuche con avidez y que lo
que se diga sea plausible y pueda ser creído. La gram ática, que versa sobre el
arte de hablar correctam ente y con claridad, nos muestra cóm o alcanzar el p ri­
m er objetivo. El segundo lo enseña la retórica, prestándonos el adorno verbal
y la elegancia del lenguaje, ju n to con todas las añagazas para cautivar oíd os. A
la dialéctica com pete lo que queda, es decir, hablar de m o d o convincente sea
cual sea el contenid o del d iscu rso15.

Agrícola casa las artes del trivium (gramática, dialéctica y retórica) con los
rasgos definitorios del lenguaje. La función clave de hallar (invertiré) y organi­
zar la materia queda asignada a la dialéctica. Más adelante, el autor señala que
ese acto de descubrimiento (inventio) precede tanto al juicio (la parte de la dia­
léctica que trata de las formas de argumentación) como a la retórica, consi­
derada com o sinónim o de estilo1
16. La dialéctica instruye acerca del uso del
5
1
4
lenguaje en cuanto atañe al razonamiento. Tales afirmaciones, sin embargo,
no suponen una mera exaltación de la dialéctica, ya que en la versión de Agrí­
cola los materiales de esa disciplina se funden en amalgama original con los
retóricos: aunque la obra gira en torno a los tópicos y dedica su buen tiempo

14 A g r íc o la , De inventione dialéctica; véase tam b ién la e d ic ió n de esta o b ra al cu id a d o de


L. M u n d t (T u b in g a, 1 9 9 2 ), así c o m o F. A kkerm an y A . J. Vanderjagt (ed s.), Rodolphus Agrícola
Phrisius (1444—1485) (L e id en , 1988).
15 A g ríc o la , De inventione dialéctica, pág. 192; cf. Q u in tilia n o , Institutio oratoria I II.8 .1 5 .
16 A g r íc o la , De inventione dialéctica, págs. 8 , 1 8 0 -8 2 , 2 6 8 , 31 6.

121
Introducción al hum anism o renacentista

a la proposición y las formas de argumentación, estos elementos de la dialéc­


tica tradicional se equilibran con otros procedentes del programa de retórica,
como la teoría de los status, la exposición, el manejo de las emociones y la dis­
posición.
Valla ya había reconocido la importancia de los tópicos, pero en defini­
tiva su enfoque no era sino un préstamo de Quintiliano. Agrícola, en cambio,
procede a dar un trato nuevo y exhaustivo a la cuestión. Para empezar, explica
por qué los tópicos dan buen resultado, cóm o debe utilizarlos el orador y
cómo se elabora una lista de ellos17; además, ofrece aclaraciones, subdivisio­
nes y ejemplos que ayudan al lector a explorar el carácter y la utilidad con fines
argumentativos de la relación implicada en cada tópico.
Buena parte del resto de la obra versa sobre el uso de los tópicos. El
segundo libro expone cómo un escritor debe analizar la instrucción inicial
para descubrir de qué clase de pregunta se trata (lo cual orienta acerca del
tipo de respuesta requerida), qué preguntas subsidiarias puede entrañar y
cuáles de éstas determinarán el resultado18. Una vez desvelada la pregunta
decisiva, deberá aplicarse el proceso de invención por medio de los tópicos a
cada elemento de aquélla para generar argumentos utilizables en el discurso
que se quiere componer. El método de la inventio tópica está desplegado al deta­
lle y con numerosas ilustraciones prácticas19. Agrícola distingue dos proce­
dimientos: en la exposición, la materia o los hechos se organizan com o si se
dirigieran a un público dispuesto a seguir con com placencia; en la argu­
mentación, se defiende cada punto de modo que la audiencia se vea obligada
a conceder su aprobación20. Acto seguido, se describen los métodos respec­
tivos, cómo se relacionan mutuamente ambos procederes y cóm o es posible
convertir el uno en el otro; además, en la misma sección, el autor examina
(con ejemplos de Cicerón y Virgilio) diversas técnicas de persuasión y una
variedad de usos de los argumentos.
El tercer libro da cuenta del recurso a la emoción suasoria basándose en
la Retórica de Aristóteles y explicando de qué modo los tópicos pueden gene­
rar material afectivo21. El tratamiento de Agrícola es sin duda más concien­
zudo y sistemático que el de los manuales de retórica, donde la emotividad

17 A g r íc o la , De inventione dialéctica, p ágs. 6 - 9 , 22—25.


18 A g r íc o la , De inventione dialéctica, p ágs. 24 0—52 .
19 A g ríc o la , De inventione dialéctica, p ágs. 3 6 2 —72.
20 A g ríc o la , De inventione dialéctica, p ágs. 2, 2 5 8 -6 0 .
21 A g r íc o la , De inventione dialéctica, págs. 3 7 8—91 .

122
La retórica y la dialéctica humanísticas

oratoria suele aparecer sólo fugazmente a propósito de la peroración y al dis­


cutir algunos tropos. Su repaso de la disposición mejora así mismo el habitual
en ese género de libros, ya que, en vez de dar por sentada la estructura cua-
tripartita de un discurso, muestra una variedad de posibles ordenaciones. El
autor debe configurar la organización de una obra teniendo en cuenta el tema
y la finalidad, así como la probable reacción de la audiencia22.
Con bastante frecuencia Agrícola recurre a ejemplos literarios para ilustrar
cómo un argumento puede lograr el efecto deseado, o cómo se estructuran dis­
tintas modalidades de texto e incluso cómo funcionan las comparaciones. Tam­
bién propone una técnica de lectura dialéctica para poner al descubierto el
armazón argumental que apuntala una pieza oratoria o un poema, y la ilustra
con un comentario retórico y dialéctico de la oratio de Cicerón Pro lege Manilia23.
De inventione dialéctica es una obra original e instructiva, donde se forja una
nueva síntesis de los componentes del trivium. Se dio a estampa en cuarenta y
cuatro ocasiones a lo largo del Quinientos (sin contar las treinta y dos edicio­
nes de sus epítom es)24, pero también es cierto, por otro lado, que exige
m ucho del lector y que no es fácil encajarla en una división tradicional del
programa educativo. Algunas de las ideas de su autor tomaron cuerpo en las
reformas docentes (y los libros pedagógicos) de Erasmo, Philipp Melanchthon
y Pedro Ramus.
Desiderio Erasmo, el humanista más famoso de los primeros decenios del
siglo xvi, fue amigo de príncipes y obispos, autor de libros de texto y manua­
les para el maestro, y editor de San Jerónimo y del Nuevo Testamento25. Su De
ratione studii («Sobre el método de estudio», 1S 11) sugiere material de lectura
y métodos de estudio apropiados a una escuela de gramática latina y describe
un procedimiento para aplicar el análisis retórico a obras literarias, prestando
atención al género, los personajes, el lugar y la acción26. Otros libros de pro­
yección escolar tienen por finalidad la mejora del estilo. Los Adagio (publica­
dos en 1S00 y ampliados en ediciones posteriores) tratan sobre el uso de

22 A g ríc o la , De inventione dialéctica, págs. 4 1 2 —50.


23 A g ríc o la , De inventione dialéctica, págs. 3 5 3 - 6 2 , 4 6 1 - 7 1 .
24 G . C . H u is m a n , Rudolph Agrícola: A Bibliography (N ieu w lco o p , 1985).
25 C . A u g u stijn , Erasmus: His Lile, Works, and ¡nfluence (Toronto, 1 9 9 1 ). [ * ] J. C h o m a ra t,
Grammaire et rhétorique chez Erasme, 2 vols. (París, 1981).
26 Para una tradu cción al in g lé s, véase Erasm o, Collected Works (Toronto, 1 9 7 4 ), X X IV :
Literary and Educational Writings 2 , págs. 6 6 1 -9 1 ( 6 8 7 -8 9 ) : On the Method oí Study, trad. B. M cG regor.
Ver tam b ién Erasm o, Obras escogidas, ed. cit.

123
Introducción al hum anism o renacentista

proverbios clásicos, mientras que las Parabolae [1514] reúnen similitudes reca­
badas en autores latinos y griegos27. Erasrno contribuyó así mismo a la pro­
ducción humanística de retórica aplicada con el De conscribendis epistolis («Sobre
la redacción de cartas» [1498 y 1522])28, el prontuario de más éxito en su
género entre los muchos que salieron a luz en el siglo xvi, y con el Ecclesiastes
[1535], un manual de predicación que dejó inacabado. Con todo, su libro de
texto más influyente fue el De dupiici copia verborum ac rerum («Sobre la abundan­
cia de palabras y materia» [1512]), que contó con no menos de ciento cin­
cuenta ediciones quinientistas. El De copia sostiene que se puede llegar a alcanzar
un estilo copioso y variado por dos vías: haciendo más denso el tejido verbal
y amplificando el contenido. El primer libro se centra en la variación léxica y
el embellecimiento estilístico; el segundo examina las estrategias argumenta­
tivas y los tópicos de persona y cosa que proporcionarán material suplemen­
tario29. En un cierto sentido, como apuntara Gabriel Harvey, el De copia colaboró
en la tarea de fundir la retórica con la dialéctica. Pero quizá sería más exacto
afirmar que Erasmo sumó los métodos de la dialéctica a los recursos estilísti­
cos, dado que la carga de estilo, de acuerdo con el De copia, se sobreimponía a
una obra cuyo esqueleto ya estaba previamente diseñado. (La idea de interre­
lacionar recursos estilísticos y argumentativos se encuentra también en Agrí­
cola y Melanchthon.) Dejando a un lado sus elogios de Agrícola, Erasmo se
mostró más bien hostil a la dialéctica: en su opinión, las disciplinas que el
humanismo debía fomentar eran la gramática y la retórica.
Philipp Melanchthon, apodado «el preceptor de Alemania», fue íntimo
colaborador de Lutero, así como autor de la Confesión de Augsburgo (1530)
y promotor, en tanto que protestante y humanista, de numerosas reformas
educativas. En 1518 accedió a la cátedra de griego en Wittenberg. Las leccio­
nes del primer curso de retórica que impartió, publicadas con el título De rhe-
torica libri tres [1519], abundaban tanto en la dialéctica y subrayaban su
importancia con tal insistencia que, al año siguiente, el autor se vio obligado

27 Erasm o, Collected Works, X X III: Lucrar y and Educationa) Writings 1, p ágs. 1 2 3 -2 7 7 (Portilléis,
erad. R. A . B. M y n o rs); X X X I - X X X I V : Adajes, trad. M . M . P hillip s y R. A . B. M yn o rs. U n a
selecció n de adagios en castellano hay en Erasm o, Obras escogidas, ed. c it., págs. 1 0 3 1 -1 09 2.
28 Erasm o, Collected Works, X X V : Literary and Educationa! Writings 3 , p ágs. 1—2 5 4 (On the Writing
of Lctters, trad. C . Fantazzi).
29 Erasm o, Collected Works, X X IV , págs. 2 7 9 -6 5 9 (Copia: Foundations of the Abundan! Style,
trad. B. I. K n o tt).

124
La retórica y la dialéctica humanísticas

a producir un libro que tratase la materia por separado (Compendiaría dialectices


ratio, «Breve curso de dialéctica» [1520]), seguido de su equivalente en retó­
rica (Institutiones rhetoricae, «Instrucción retórica» [1521]). A partir de ese
m om ento, Melanchthon se ocupó de ambas artes conjuntamente, porque,
como él mismo decía, «retórica y dialéctica comparten una finalidad... el dis­
curso dialéctico sirve para enseñar, el lenguaje retórico para conmover a la
audiencia»30. Sus manuales, de contenido más bien conservador, ponen el
acento en los tópicos, a la manera humanística, pero incorporan también una
buena dosis de lógica escolástica. En sus propias clases, Melanchthon enseñaba
retórica y dialéctica en compañía de escritos clásicos y bíblicos, mostrando
cómo los preceptos de las artes del lenguaje se cumplían en la práctica textual.
Los comentarios bíblicos que publicó aplican la metodología de ambas disci­
plinas a la elucidación de las Escrituras.
Pedro Ramus construyó su carrera profesional sobre la base de sus escan­
dalosas críticas al panteón académico de aquel tiempo: Aristóteles, Cicerón y
Quintiliano. Al igual que Melanchthon, comprendió que los nuevos libros de
texto no tendrían efecto sin una adecuada política académica y sin una reforma
pedagógica. Compuso, también como el humanista alemán, manuales de retó­
rica y dialéctica emparejados, y los revisó de dos en dos31. Sus innovaciones
tomaron pie, como él mismo reconoció, en las clases que Sturm impartía en
París sobre el De inventione dialéctica allá por 1530 y en el valor que Agrícola otor­
gaba a la relación entre la dialéctica y la buena literatura32. Para Ramus, tanto
la invención (los tópicos) como el método (la proposición, el silogismo y la
disposición general) pertenecían a la dialéctica, mientras que la retórica se ocu­
paba del estilo y el acto de pronunciación del discurso. Tal consideración refle­

30 P h ilip p M e la n c h th o n , « E p isto la ru m ... líber se c u n d u s» , en sus Opera (juae supersiint omina,


ed. G . G . B retschneider y H . E. B in d seil, 28 vols. (H a lle, 18 3 4 - 6 0 ) , I, cois. 64—65; esta
e d ic ió n estándar n o in clu y e todas las etapas d e la p ro d u c c ió n de libros de texto de retórica y
d ialéctica. Véase tam b ién W M aurer, Der junge Melanchthon, 2 vols. ( G o tin g a , 1967—6 9 ) , así
c o m o K. M e e r h o ff, « T h e sign ifica n ce o f M e la n c h th o n ’s r h eto ric», en P. M ack ( e d .) , Renaissance
Rhetoric (Lo ndres, 1 9 9 4 ), págs. 4 6 - 6 2 .
31 U n a versión inglesa accesib le, en Peter R am us, The Logike, trad. R. M 'K ilw e in
(Lo n d res, 1574; reprint M en sto n , 1 9 6 6 ). Para la secuencia de sus escritos, N . B ruyére, Méthode
et diaiectique dans l’oeuvre de La Ramee (París, 1 9 8 4 ); K. M e e rh o ff, Rhétorique et poétique au XVTC siéde en
France (L e id en , 1 9 8 6 ), obra a la q u e d ebe bastante el presente trabajo; y P. Sharratt, «Peter
R am u s a n d the refo rm o f the u n ive rsity» , en P. Sharratt (e d .), French Renaissance Studies 1540-1570
(E d im b u rg o , 1 9 7 6 ), págs. 4—20.
32 Pedro R am u s, Scholae in liberales artes (Basilea, 1 569; reprint H ild e s h e im , 1 9 7 0 ), fo l. 2V.

125
Introducción al hum anism o renacentista

jaba el punto de vista de Agrícola, pero Ramus dispuso los materiales de un


modo más simple y más formalizado. Sus tratados operan por definición y
división, de ahí que se dejen representar según los célebres diagramas en
árbol33. En ellos, el autor incluye solamente aquello que es indiscutiblemente
cierto y lo relativo al tema, al tiempo que traza un recorrido desde el elemento
más general (la definición de la materia) al más particular (ejemplos de tópi­
cos o figuras tropológicas en concreto). N o cabe duda de que esa simplifica­
ción hacía posible la rápida asimilación de la estructura de cualquier tema, si
bien parecía (y parece) un tanto reductiva. Por otra parte, Ramus prestó aten­
ción a los textos literarios: no sólo los explicaba en clase en conjunción con
sus manuales, sino que publicó comentarios de un buen número de obras clá­
sicas. También éstos, sin embargo, pueden pecar de insensibilidad, puesto que
Ramus se veía obligado a forzar los textos para que cupieran en las dos únicas
estructuras que admitía: el método (de lo general a lo particular) y el enfoque
prudente (de lo particular a lo general). La influencia de los manuales de
Ramus fue inmensa, sobre todo en los países protestantes después de la muerte
del autor en la Masacre del día de San Bartolomé (1S72).
Por diferentes que sean, los siete autores comentados comparten ciertas
preocupaciones. El carácter de la retórica y la dialéctica, así como la valoración
de una respecto a la otra, se interpretaron desde ángulos diversos, cierto, pero
la mayoría de tratadistas de orientación humanística las concibieron com o
componentes inseparables de la educación que enseñaba a manejar el lenguaje,
y también la mayoría aplicó los principios de ambas disciplinas al análisis de
obras clásicas. En lo esencial, la dialéctica no se apartó de los moldes aristoté­
licos. Los humanistas de las áreas nórdicas compusieron nuevos tratados que
cubrían toda la materia, se adaptaban a los requisitos del latín clásico y recha­
zaban los añadidos de origen escolástico. El acento cayó en la invención dia­
léctica de argumentos a través de los tópicos. Los dos autores que criticaron a
Aristóteles con más ardor, Valla y Ramus, lo hicieron apuntando a doctrinas
bien distintas. En cuanto a la retórica, por lo general los humanistas se man­
tuvieron fieles a la tradición clásica, en particular a la Rhetorica ad Herennium y a
la Institutio oratoria de Quintiliano, bien que el compendio de Cipriano Suárez
De arte rhetorica libri tres [1557] ejerció un influjo nada desdeñable en tanto que

33 Se hallarán ejem p lo s de lo s diagram as en C . Vasoli, la dialettica e la retorica dell’umanesimo


(M ilá n , 1 9 6 8 ), una excelen te in tro d u c c ió n a la m ateria en general; tam b ié n en B ruyére,
Méthode, y M ack , Renaissance Argument.

126
La retórica y la dialéctica humanísticas

texto estándar de los jesuitas. Los nuevos manuales compuestos por humanis­
tas de la Europa septentrional tendieron a privilegiar aspectos fronterizos de
la disciplina, como la amplificación, los proverbios y la imitación. La persua­
sión por vía afectiva recibió poca atención en términos relativos.

Dejando ahora los libros de texto, a menudo pensados para el estudiante


universitario, y pasando a las mismas aulas, observaremos de qué modo la acti­
tud humanística, en especial ante la dialéctica, incidió en los hábitos de lec­
tura y escritura.
Los cuadernos de frases célebres eran moneda de curso corriente en las
escuelas de los siglos xvi y xvn. Imponiendo ese instrumento didáctico se pre­
tendía, ante todo, que el alumno guardara frases o ideas procedentes de sus
lecturas y las utilizara de nuevo en sus propios escritos. El estudiante copiaba
una serie de epígrafes —verbigracia: justicia, virtud o coraje—a principio de
página de su cuaderno de notas y cada vez que encontraba un pasaje m em o­
rable lo colocaba en la entrada correspondiente, de suerte que esos apuntes
con el tiempo llegaban a convertirse en un diccionario temático de citas para
uso personal. Naturalmente, ese tipo de ejercicio tenía su efecto también en
los hábitos lectores, puesto que el compilador de una de esas libretas cons­
tantemente debía preguntarse ¿bajo qué entrada voy a apuntar esta frase? o
¿con qué tema se relaciona lógicamente esta afirmación? Es probable que esa
práctica de clasificación mental capacitara al lector renacentista para asimilar
una novela o una obra de teatro desde dos planos distintos pero simultáneos:
seguiría por una parte el curso de la historia y a la vez registraría el debate que
desarrollaban las diversas opiniones de los personajes sobre temas como la for­
tuna, el valor o la riqueza34.
Los Progymnasmata, un texto del siglo m d.C. del autor griego Aftonio (gene­
ralmente leído, en las aulas renacentistas, en la adaptación latina de Agrícola
y Reinhard Lorich), consisten en catorce breves ejercicios de redacción, entre
los cuales se encuentran la fábula, el cuento, el proverbio, la caracterización
de un personaje y la descripción. Aftonio explica la función y las modalidades
de cada una de esas formas y añade como mínimo un ejemplo por caso. Sirva
de ilustración la siguiente estructura: chreia se define como un consejo atri­

34 V id . R o d o lfo A g ríco la , fucú Lacones (C o lo n ia , 1539; reprint N ie u w k o o p , 1967), págs.


198—99, Para el lib ro de extractos de Jo h n M ilto n , vid, M ilto n , The Works, ed, E A. Patterson, 18
vols. (N ueva York, 1 9 3 1 -3 8), X V III: The Uncollected Writings, ed. T. O. M ab b ott y J. M . French.

127
Introducción al hum anism o renacentista

buido a un autor; elogio del autor; paráfrasis del consejo; elaboración del con­
sejo a partir de los tópicos de causas, contrarios y analogía; ejemplo que ilus­
tra el consejo; confirm ación de su importancia por medio de otro autor;
epílogo. Para los oradores clásicos los progymnasmata eran ejercicios encamina­
dos a la composición de un discurso. A los estudiantes de la época renacen­
tista probablemente se les antojarían útiles por sí mismos: cuesta bien poco
observar cómo descripciones, caracterizaciones y argumentos se insertarían
en relatos, novelas y poesías35.
N o todas las escuelas de gramática renacentistas incluían en el programa
un libro de retórica completo, pero sí contaban con manuales epistolares, com­
pendios de tropos y figuras, y diccionarios de proverbios y comparaciones.
Aunque hoy nos resulte difícil imaginar a los escolares asimilando largas listas
de tropos, de hecho algo así debía ocurrir. El discípulo que aprendía las figu­
ras retóricas con toda su nomenclatura acaso se inclinara a aplicarlas en exceso,
pero sin duda también devenía más perceptivo al uso del estilo figurado, puesto
que catalogar facilita la identificación, el análisis y la comparación. Paralela­
mente, absorber libros de proverbios y todo aquel dudoso saber tradicional
sobre animales y plantas (que un crítico moderno ha llamado «la historia natu­
ral antinatural») seguramente incitaba al alumno a cotejar y juzgar las varias
utilizaciones de tales recursos estilísticos36.
Leer en el De copia de Erasmo los ejemplos correspondientes a las doscientas
formas de decir «tu carta me ha complacido mucho» posiblemente fomentaba
una escritura densa y repetitiva37. Pero, por otra parte, podía hacer que el alumno
comprendiera que emplear una fórmula cualquiera significaba escoger una alter­
nativa, dado que existían otras ciento noventa y nueve maneras de dar expresión
al mismo contenido. Y aún más: debía servir de estímulo para que el estudiante
rehiciera oraciones y párrafos enteros, al paso que tomaba conciencia de cómo,
con cada nueva modulación, cambiaba el propósito y se desplazaba el énfasis.
Algunos libros escolares de la época se acogieron a la boga de la imitado.
Agrícola esbozó un método que permitía variar uno tras otro todos los aspec­

35 V id . D. L. C la rk , « T h e rise and fall o f progymnasmatu...», y R . N ad ea u , « T h e


ProgymnosnMta o f A p h th o n iu s in tran slatio n », Speech Monographs, 19 ( 1 9 5 2 ), págs. 2 5 9 - 8 5 .
36 J. R. H e n d e rso n , «Erasm us o n the art o f le tte r-w ritin g » , en J. J. M u r p h y ( e d .),
Rendissance Eioquence (Berkeley, 1 9 8 3 ), p ág s. 33 1—55; L. A. S o n n in o , A Hondbook to Sixteenth-Century
Rhetoric (Londres, 19 68); W J. O n g , « C o m m o n p la c e rh ap so d y» , en R. R. Bo lgar ( e d .) , Classicúl
Iniluences on European Culture AD 1500—1700 ( C a m b r id g e , 1 9 7 6 ), págs. 91 —126.
37 Erasm o, Coilected Works, X X IV , p ágs. 3 4 8 —54.

128
La retórica y la dialéctica humanísticas

tos de un texto admirado hasta llegar al punto en que el usuario ya se veía


capaz de reproducir las maneras del original tratando un tema totalmente dis­
tinto38. John Brinsley hacía que sus alumnos trabajaran las cartas de Cicerón,
primero resumiéndolas y luego intentando escribir respuestas al autor en su
mismo estilo39. En el mejor de los casos, la imitación, sobre todo cuando se
recurría a más de un m odelo, podía resultar útil para deslindar los diversos
componentes que configuran el estilo propio de un escritor, o para suscitar en
el alumno el deseo de mejorar su dominio del latín; en el peor, podía ocasio­
nar una restricción del léxico y la fraseología como la que mereció las chan­
zas del Ciceronianus de Erasmo [1528]40.
N o se debe ocultar que buena parte de lo dicho en los últimos párrafos
cae en el terreno de la especulación; calibrar los posibles efectos de un cierto
libro de texto o de una práctica escolar entraña el ejercicio de la imaginación.
N o obstante, sólo por este camino (cuando se combina con el estudio atento
de la información que poseemos) se puede llegar a comprender el impacto
real de la docencia humanística.

El programa educativo de los studia humanitatis se consagró por entero a formar


a futuros lectores y escritores. Por ello, y por muy difícil que sea interpretar
los datos que nos han llegado, es preciso considerar el efecto de esa pedago­
gía de las letras en la misma práctica de la lectura y la escritura.
Muchos lectores renacentistas acostumbraban a escribir en los volúme­
nes que leían (los profesores solían aconsejar a sus pupilos que marcaran las
figuras retóricas o las frases poco corrientes)41; algunos dejaron apuntes sobre
sus lecturas; otros incluso compusieron esas anotaciones en forma de análi­
sis de una obra. La muestra que se transcribe a continuación procede del cua­
derno de Henry Addyter, un estudiante de Christ’s College, en Cambridge
( 1588 —93 ):

38 A g r íc o la , De inventione dialéctica, págs. 4 5 3 - 5 4 .


39 Jo h n Brinsley, Ludus literarius, ed. E. T. C a m p ag n ac (L iv e rp o o l, 1 9 1 7 ), págs. 1 5 9 -6 9 .
Para un buen tratam iento d e la im ita c ió n , véase el Scholenuister d e R o g e r A sc h a m , en sus English
Works, ed. W A . W rig h t (C a m b r id g e , 1 9 0 4 ), p ágs. 264—77.
40 M . Baxandall, Giotto and the Orators. Humanist Observers of Paintinjj in Italy and the Discovery of
Pictorial Composition 1350-1450 ( O x fo r d , 1 9 8 8 ), p ágs. 8 - 3 1 ; G . W P ig m an III, «Versions o f
Im itatio n in the R enaissan ce», Rcrkiissancc Quarterly, 33 ( 1 9 8 0 ), p ágs. 1—32.
41 Brinsley, Ludus literarius, págs. 4 6 , 141, 20 3.

129
Introducción al hum anism o renacentista

La exposición del salmo xix

En este salmo él enseñó Mediante las criaturas a la Iglesia y


en parte hasta el 7v los Pueblos

1. Adjuntos Perfecto, firme v7


Puro, recto v8
8 Claro, perpetuo
Verdadero, justo v9
2. Efectos Convirtió el alma
4 Dio sabiduría a los simples 7
Alegró el corazón
Mediante la ley Iluminó los ojos 8
que él
comendó por
3. Comparaciones por placer, más dulce que
2 la miel o la madreselva
por provecho,
fineza comparada
al Oro 10

4. Experiencia porque él conocía la ley para


hacerlo circunspecto v 11

5. la finalidad de conservarla, que es una


gran recompensa

él rogó que limpiara sus Pecados secretos


y éstos son o bien [o] de soberbia

que lo aceptara tanto en sus palabras


pensamientos

Al enseñar o bien comparó a los maestros


0
expuso las propiedades, efectos
finalidad del maestro

130
La retórica y la dialéctica humanísticas

la prim era es co m ú n tanto a aquellos


que no pertenecen a la Iglesia com o a
Materia los que pertenecen a la Iglesia
la segunda es propia de la Iglesia
La de Cristo
com paración está
o bien en el prim ero enseñó que hay un Dios
[los] Efectos el segundo que tenem os un D ios bueno
y m isericordioso

una nos hizo ind ignos


[la] Finalidad la otra (en Cristo) nos hizo
ind ignos de la salvación42.

En su análisis textual, Addyter observa que hay estructuras lógicas de dis­


tinta clase trabajando en colaboración. Primero divide el salmo según contenga
enseñanzas (versículos 1-1 1) o ruegos (12—14); luego subdivide las ense­
ñanzas según emanen de la creación (1—6) o de la Ley, es decir, la palabra de
Dios (7—11). En esta segunda sección, apunta los tópicos que emplea el Sal­
mista en la descripción de la Ley. Así, por ejemplo, los atributos de los ver­
sículos 7, 8 y 9 proceden del tópico de adjuntos, mientras que las frases de los
versículos 7 y 8 son efectos. Después de las divisiones, Addyter reúne las dos
partes de las enseñanzas bajo los tópicos de materia, efectos y propósito o fina­
lidad, al tiempo que resigue la comparación implícita entre creación y revela­
ción. En suma: gracias al conocimiento de la terminología dialéctica, Addyter
fue capaz de fijar las relaciones y distinciones que confieren fuerza y sentido
al salmo.
Ejemplos como éste, de respuesta elaborada ante un texto visto como una
entidad lógica, escasean en todas las épocas; se debe andar con tiento, pues, y
no sacar conclusiones a partir de algo que podría haber sido, a fin de cuentas,
un ejercicio de clase. Pero la literatura del Renacimiento ofrece otro tipo de
testimonios de la persistencia de los hábitos mentales creados por la retórica.
Franqois Rabelais solía deleitarse burlándose de los absurdos de la ciencia
medieval, y se divertía también, pese a defenderlo, a costa del saber humanís­

42 Lond res, British Library, m s. H a rle ia n 3 2 3 0 , fo l. 4 v. Para la fu en te, ver Biblia: Sal­
m o 1 8 (1 9 ).

131
Introducción al hum anism o renacentista

tico componiendo parodias de disputas, juicios y discursos. Así, en su elogio


de los que tienen deudas, Panurge imagina un mundo donde toda la gente
presta dinero con suma generosidad:

Estoy perdido en esta contem plación. Entre los hum anos, paz, amor, dilección,
fidelidad, reposo, banquetes, festines, gozo, alegría, oro, plata, m onedas, colla­
res, anillos y bienes sim ilares correrían de m ano en m ano. N in g ú n proceso,
n in gu n a guerra, n in gu n a disputa; n o habría usureros, ni cod icio sos, n i taca­
ños, n i m ezquinos. Por D io s, ¿no es verdad que la edad de oro, el reinado de
Saturno, la verdadera im agen del O lim p o se da cuando todas las otras virtudes
cesan y sólo Caridad reina, gob iern a, d o m in a y triunfa?. Todos serian buenos,
todos serían bellos, todos serían justos. ;O h , m u n d o feliz! ¡O h , gentes de ese
m u n d o feliz! ¡O h , tres y cuatro veces afortunados!43.

La prosa de Panurge, con sus sujetos y complementos verbales multipli­


cándose en forma de enumeración, con sus cuatro verbos subrayando la fuerza
del gobierno de Caridad, con su triplicación de frases paralelas, lleva el sello
del «estilo abundante». La textura del pasaje entero es «copiosa» hasta la exu­
berancia. Entre las figuras retóricas más evidentes, se contarían la anáfora (el
empleo de la misma voz al principio de frases sucesivas), el isocolon (una
secuencia de frases de igual longitud) y el apostrofe (el «O h» exclamativo ini­
cial). Con su irónica repetición del lamento de Eneas en medio de la tempes­
tad, «¡O h, tres y cuatro veces afortunados!» (Eneida 1.91), la última exclamación
saca a relucir las lecturas clásicas de Rabelais, en tanto que el pasaje sobre el
reinado de Caridad parece hacerse eco de San Pablo (Biblia: 1 Corintios 13). En
sü réplica al parlamento, Pantagruel aclama a Panurge por ser «bon topic-
queur» («bueno en el manejo de los tópicos»), pero le advierte que, aun si
continuara así hasta Pentecostés (como su habilidad en la invención permiti­
ría) , no conseguiría persuadirlo.
Por regla general, si bien el tejido verbal de la escritura del Quinientos
revela las trazas del aprendizaje estilístico, los procedim ientos dialécticos
subyacentes suelen permanecer ocultos. Algunos autores, sin embargo,
explotaron con fines literarios el saber de sus lectores en materia de retórica
y dialéctica. En el primer soneto de la serie Astrophil and Stella, Sir Philip Sid-
ney aborda una cuestión retórica: el valor respectivo del arte y la inspiración

43 Franyois R abelais, Oeuvres completes, 2 vols. (París, 1 9 6 2 ), I, pág. 421 ( I I I .2 - 4 ) .


Véase tam b ién T. C ave, The Cornucopuin Text ( O x fo r d , 1 9 7 9 ).

132
La retórica y la dialéctica humanísticas

en la buena literatura. El cuarteto inicial describe un proceso deductivo paso


a paso:

Loving in truth, and faine in verse my love to show,


That the deare She might take some pleasure of my paine:
Pleasure might cause her reade, reading might make her know,
Knowledge might pitie winne, and pide grace obtaine44.

[«Amar de verdad, y deseoso, mostrar mi amor en verso, que Ella, tan querida,
pueda sentir placer con mi dolor: el placer podría hacer que leyera, la lectura
podría hacer que supiera, el saber podría ganar la compasión, y la compasión
obtener la gracia.»]

Estos versos son también buen exponente de una ñgura retórica, el clí­
m ax, y así los cita Abraham Fraunce en su Arcadian Rñetorike [1588]. Un poco
más abajo el soneto hace referencia a la invención. Otros de la misma serie
están construidos con un armazón lógico (los versos 1, 5, 9 y 12 del soneto
5 conceden argumentos contrarios a una proposición que, aun así, se afirma
en el verso 14) o dependen de distinciones lógicas (como en el soneto 61,
donde se pide a Stella que distinga entre acto y agente, y Astrophil apela al
Doctor Cupido para que se oponga a la «sophistrie» de su Angel).
En otra obra, la Arcadia, Sidney presenta un debate entre Pyrocles y Musi-
dorus que nos permite observar cómo la noción que un contendiente tiene
del otro incide en la manera de exponer los argumentos respectivos y contes­
tar a los del contrincante. Veamos cómo el narrador relata lo que Musidorus
planificaba en respuesta a los argumentos de su amigo:
Pues, aunque al comienzo del alegato de Pyrocles en defensa de la sole­
dad había preparado mentalmente una réplica en alabanza de la acción vir­
tuosa (donde mostraba que tal suerte de meditación no era más que un
nombre glorioso de la ociosidad; que, por la acción, un hombre no sólo mejo­
raba personalmente, sino que beneficiaba a los demás; que los dioses no hubie­
ran dado el alma a un cuerpo con piernas y brazos [instrumentos de trabajo]
a menos que tuvieran la intención de que la mente les diera empleo; que la
mente conoce mejor su propio bien y su propio mal por la práctica; que tal
conocim iento es el único camino de aumentar el primero y corregir el

44 Sir P h ilip Sidney, The Poems, ed. W A . R in g le r ( O x fo r d , 1 9 6 2 ), pág. 165.

133
Introducción al hum anism o renacentista

segundo; y así muchos otros argumentos que la abundancia de la materia depa­


raba a la agudez de su ingenio), cuando vio que Pyrocles abandonaba la cues­
tión y pasaba a elogiar el lugar [Arcadia] con tanto ardor, él también la dejó y
se sumó a Pyrocles, porque en su humor percibía un fondo de extrema
pasión45.
En la voz del autor, se nos descubre aquí el esquema de un discurso lógico
y cargado de intención. Musidorus, sin embargo, cambia de parecer y decide
contestar ad hominem, primero con un cumplido que implica concesión y opo­
sición a un tiempo (tus razones, afirma, me llevan a estimar la soledad, pero
tus palabras me hacen anhelar tu compañía); acto seguido, enumera otros luga­
res a modo de refutación; finalmente, recurre a un argumento tomado del pro­
pósito (elogias este país, le dice a Pyrocles, para mostrar tu habilidad en la
invención). Con todo, el auténtico objetivo de la réplica de Musidorus se halla
menos en el esqueleto argumentativo que en la superficie, o sea, en la misma
expresión verbal, tal como se observa al final cuando Musidorus introduce la
palabra «amante» para comprobar la reacción de su amigo. Pyrocles responde
confesando que el amor es el verdadero motivo para querer permanecer en
Arcadia. El intercambio de parlamentos prueba hasta qué punto Sidney utili­
zaba nociones relativas a los argumentos lógicos y a la autopresentación retó­
rica para revelar el interior de sus personajes y cautivar al lector.
El ensayo, el género más importante entre los nacidos en el siglo xvi,
ofrece una última piedra de toque. En cuanto al origen de su forma, se ha
dicho que podría encontrarse, precisamente, en el cuaderno de frases célebres
escolar, ya que los primeros ensayos de Montaigne son relatos construidos en
conexión con diversas citas46, si bien podría matizarse que ese diseño permite
evocar igualmente la fábula y otros ejercicios de los progymnasmata. Sea lo que
fuere, lo cierto es que la materia tratada a lo largo del presente capítulo (y con
ella el timbre de la enseñanza humanística) dejó una marca visible en los Ersais
[1580—1S89] del maestro francés.
En la edición de 1580, el ensayo que lleva por título «Nuestros afectos nos
llevan más allá de nosotros mismos» (1.3) consta de cinco historias que cuen­
tan cómo las preocupaciones de ciertas personas por la reputación, el poder,
la bravura y la modestia perduraron una vez muertos; según apunta el mismo

45 Sir P h ilip Sidney, The Oíd Arcadia, ed. J. R ob ertso n ( O x fo r d , 1 9 7 3 ) ,págs. 1 3 - 2 4 ( 1 6 ) .


46 D. Fram e, « C o n sid e ra tio n s o n the génesis o f M o n ta ig n e ’s Essays», en I. D. M cFarlane y
I. M a d e a n (e d s.), Montaigne: Essays in Memory of Richard Sayce ( O x fo r d , 1 9 8 2 ), p ágs. 1 -1 2 .

134
La retórica y la dialéctica humanísticas

Montaigne, se refleja ahí una inquietud típica de los hombres por lo que ha
de venir después de la muerte. En la versión de 15 88, el autor añadió una
introducción que explicaba el tema y lo generalizaba al señalar que la con­
templación del futuro es algo consustancial a la naturaleza humana. También
agregó diversos comentarios: sobre el efecto que tiene la muerte en las acti­
tudes de la gente con los poderosos; sobre la tradición griega según la cual
quien solicitara enterrar a sus muertos después de la batalla concedería la vic­
toria; y sobre aquellos que se dan a la ostentación o se muestran ostentosa­
mente modestos en sus funerales. Todas las adiciones se relacionan por el
contenido con un elemento ya presente en la primera versión del correspon­
diente ensayo, pero no dependen necesariamente de su tema principal. En el
ejemplar de Burdeos, que da cabida a copiosos añadidos manuscritos y sin
duda estaba destinado a servir de base a una tercera edición, Montaigne incor­
poró nuevos relatos acerca de la muerte y los funerales, así como más comen­
tarios todavía sobre sus observaciones previas. Ahora, por ejemplo, critica la
preocupación humana por el futuro, o hace hincapié en su propia actitud res­
pecto a la modestia y los servicios fúnebres47. Montaigne declaró en una oca­
sión que lo más notable de sus ensayos era la forma48. Esa forma se crea, como
hemos visto, combinando narración con comentarios y recurriendo a la inven­
ción dialéctica (en este caso a través de los tópicos de contrarios, diferencias,
causas, semejantes y materia), aplicada a componentes de redacciones previas.
«Sobre la ejercitación» (II.6) trata, en esencia, de la conmoción que sufrió
el autor tras ser derribado del caballo49. El ensayo comprende cinco clases de
material. En primer lugar, la narración de la caída y la recuperación. Mezcla­
das con el relato, se encuentran también diversas reflexiones del ensayista sobre
cómo se sentía en cada momento. El tercer apartado contiene una variedad de
elementos que surgen al interrumpirse el hilo narrativo: comparaciones con
otras experiencias; un razonamiento sobre la naturaleza de la muerte; el miedo
de estar viviendo una agonía y la impotencia por expresar la situación; la creen­
cia, por parte del sujeto, de que las personas no tienen conciencia de lo que
hacen cuando se avecina la muerte; sus impresiones sobre actos que escapan
a la voluntad; y el más valioso de todos, el final de la historia, cuando M on­
taigne describe cómo recuperó el conocimiento de lo que había pasado mien­

47 M ic h e l de M o n ta ig n e , Essais, 3 vols. (París, 1 9 6 9 ), I, págs. 4 7 —53 [ * ] .


48 M o n ta ig n e , Essais, II, p ig . 78.
49 M o n ta ig n e , Essais, II, págs. 4 1 - 5 1 .

135
Introducción al hum anism o renacentista

tras estaba inconsciente y la lección que sacó del suceso. El cuarto componente
es la introducción: más reflexiones, ahora sobre la validez de la práctica, y si
es posible /ejercitarse en el morir, o no, y si es de alguna ayuda pensar en la
muerte, y por fin, ya más en general, sobre la relación entre la imaginación y
la experiencia. Finalmente llega la conclusión, añadida en el ejemplar de Bur­
deos pero basada en el final previo del relato, y en la que Montaigne defiende
su propia imagen (la que se había divulgado tras la publicación de la primera
edición) acentuando el valor y el carácter excepcional de la obra que está lle­
vando a cabo. Resumamos: todos los elementos de este ensayo admirable se
desarrollan sucesivamente por interpolación y a través de conexiones tópicas.
Los ejemplos traídos a colación prueban, en definitiva, que autores y lec­
tores del siglo xvi aplicaron los preceptos de la lectura dialéctica y el embelle­
cimiento estilístico aprendidos en el aula, y que, además, sacaron buen partido,
para sus propios fines, de las ideas humanísticas sobre el uso del lenguaje. Her­
manando retórica, dialéctica y gramática, la tradición del humanismo contri­
buyó a crear las condiciones adecuadas para que la inventiva verbal de los
escritores quinientistas pudiera florecer.

136
6
Los hu m an istas y la B ib lia

ALASTAIR HAMILTON*
Humanistas y escolásticos crecieron y se formaron bajo unas mismas creencias
cristianas. Muchos de entre los primeros recibieron una educación escolástica
y se integraron en el clero regular o secular. Es cierto, desde luego, que la acti­
tud humanística con respecto a las fuentes no cristianas divergía radicalmente
de la escolástica, pero no por ello la Biblia dejaba de ser tan fundamental para
unos como para otros. Cabe preguntarse, entonces, por qué las Escrituras tar­
daron tanto en recibir un tratamiento filológico propio de los studia humanitatis
y por qué la denominación humanismo cristiano, en sí misma algo engañosa,
sólo se aplica a los últimos años del siglo xv y a los primeros del xvi.
El planteamiento inicial de la cuestión se debe a Francesco Petrarca. El
mismo, al parecer, no tomó conciencia de la importancia de los textos sagra­
dos hasta una edad relativamente avanzada, cuando ya contaba con más de cua­
renta años. Por lo que consideraba «un retraso condenable», Petrarca sintió en
aquel momento la necesidad de disculparse. Según sus palabras, el camino de
vuelta a la Biblia partía de la lectura de los Padres de la Iglesia, especialmente
de Agustín, autor de cabecera y protagonista de uno de sus diálogos*1, pero
también de Ambrosio, Gregorio, Lactancio y por supuesto Jerónimo, el santo
a quien se atribuía la Vulgata, es decir, el texto bíblico aceptado en su traduc­
ción latina. En los Padres, Petrarca y otros humanistas posteriores encontraron
un doble atractivo, una concepción de la vida y la moral que reconciliaba los
valores cristianos con los clásicos y los presentaba envueltos en un estilo ele­
gante. En vez de utilizar a Agustín, pongamos, como fuente de un sistema teo­
lógico, según dictaba la tradición escolástica, los humanistas vieron en él un

* C on ste aquí m i gratitud a H . J. de Jo n g e p o r su ayuda y sus observacion es a un a


p rim era versión de este capítulo.
1 Petrarca, Sccrctum, trad. D. A . C arozza y H . J. Shey (N ueva York, 1 9 8 9 ). Para el Secretum
en castellano, ver Petrarca, Obras í. Prosa, ed. F. R ico , c it ., págs. 4 1 - 1 5 0 .

137
Introducción al hum anism o renacentista

modelo de talento retórico, un Cicerón en términos cristianos. A los ojos de


Francesco, en particular, Agustín representaba un maestro del análisis perso­
nal, el guía a seguir en un itinerario que llevaba de las ansias mundanas y los
textos clásicos hasta un estadio de iluminación espiritual y reposo en Dios.
Cuando por fin se enfrentó a las Escrituras, Petrarca, al igual que sus suce­
sores, las abordó en su vertiente de obra literaria, como un ejemplo de poesía
inspirada. La Biblia no debía ser tratada al m odo escolástico, aplicando un
esquema interpretativo aristotélico cuyos resultados servían para prestar apoyo
a las construcciones teológicas de los mismos exegetas, sino que merecía el
mismo tipo de estudio que otro texto literario cualquiera. Con todo, para un
amante de las letras y abogado de la pureza estilística como Petrarca, la Sacra
Página presentaba un problema: su latín distaba mucho de la elegancia. Así lo
admitía el mismo San Jerónim o, autor de una versión que no escatimaba
esfuerzos en su afán por mantenerse fiel al original, y no cabe duda de que
este precedente tenía su peso entre los humanistas2. Pero aun así, seguían
haciéndose preguntas: ¿era necesario, acaso, expresar materias tan santas con
un estilo algo tosco? La imagen de los Silenos de Alcibíades, cajas de aspecto
monstruoso pero con un preciado perfume en su interior, simbolizaría más
tarde la paradoja. En el mismo sentido, Petrarca había afirmado que, a pesar
de la áspera apariencia, «nada hay más dulce que el meollo [de las Escrituras],
nada más suave, nada más saludable»3.
Petrarca y a su zaga Coluccio Salutati admiraron las Escrituras y las reco­
rrieron a conciencia, pero nunca las examinaron con la óptica del filólogo. Tal
cometido requería un conocimiento de las lenguas en que habían sido escri­
tas: griego en el caso del Nuevo Testamento, hebreo y arameo para el Antiguo.
De ahí que los estudios bíblicos humanísticos sólo arrancaran de verdad tras
la reimplantación del griego como disciplina académica en Italia. Pero incluso
entonces su trayecto no se alejó demasiado de las pautas que marcó Petrarca:
entre los primeros textos traducidos del griego al latín encontramos a los Padres
de la Iglesia, seguidos de los textos bíblicos. Así, sacando provecho a la intro­
ducción del estudio del griego en la Italia del último Cuatrocientos, un huma­

2 V id . E. F. R ice, jr., Saint Jerome in the Renaissance (B altim ore, 1 9 8 S ), cap. 7.


3 Petrarca, De otio religioso, ed. G . R o to n d i (C iu d a d d el Vaticano, 1 9 5 8 ), pág. 103. Véase
tam b ién C . Trinkaus, In Our Image and Likeness: Humanity and Di vi ni ty in Italian Humanist Thought, 2 vols.
(Londres, 1 9 7 0 ), II, p ágs. 5 6 3 -7 1 . Para los Sileni /llcibiadis, M . M . P h illip s, The «ddages» of Erasmus:
A Study with Translatíons (C a m b rid g e , 1 9 6 4 ), págs. 2 6 9 - 9 6 . Los Silenios de .Alcibíades se p u e d e n leer
en castellano; Erasm o, Obras escogidas, ed. c it ., págs. 10 6 8 -1 0 8 3 .

138
Los humanistas y la Biblia

nista como Leonardo Bruni pudo ya llevar a cabo una solitaria versión de una
obra del Corpus patrístico45
. Sin embargo, el primero en emprender una labor
sistemática de traducción y edición fue Ambrogio Traversari, un monje camal-
dulense (en 1431 fue elegido general de la orden) del monasterio de Santa
Maria degli Angeli, en Florencia, que trabajó en patrística desde 1415 hasta su
muerte en 1439.
La iniciativa de Traversari pretendía recobrar para Occidente, con el be­
neplácito de sus colegas humanistas, la antigua tradición del cristianismo
griego, tan abandonada desde el siglo xm. Bajo el impacto del humanismo, los
escritos de los Padres, fueran en griego o en latín, ya se empezaban a apreciar
no sólo como ejemplo de retórica, sino también porque proporcionaban una
exégesis esencial para la comprensión de la Biblia. De ese Corpus Traversari
extrajo incluso argumentos en favor de una muy necesaria reforma eclesiás­
tica, así como preceptos que a su parecer podían llevar a la reuniñcación de la
iglesia griega con la de Roma en el Concilio de Florencia de 1439. La nómina
de autores griegos traducidos por Traversari incluye a Basilio, Crisóstomo, Ata-
nasio, Gregorio Nacianceno y el Pseudo-Dionisio Areopagita. Sus versiones
rechazan la práctica medieval de traducir palabra por palabra y aplican el nuevo
método humanístico que aspiraba a verter en buen latín tanto el significado
como el estilo del original. Paralelamente, Traversari editó obras de algunos
Padres del mundo romano —Lactancio, Tertuliano, Jerónimo—, enmendando el
latín deturpado por la transmisión manuscrita y reinsertando palabras y expre­
siones griegas que los copistas medievales habían om itidos.
El paso siguiente, de los Padres de la Iglesia a la Biblia, obedecía a una
conexión lógica: la Vulgata era la obra que debía recibir atención en primer
lugar y ésta se atribuía a San Jerónimo. El texto de la Vulgata se había elaborado,
parte en Roma y parte en Palestina, durante las décadas finales del siglo iv y
los primeros veinte años del siguiente. U n sinnúmero de manuscritos, a
menudo con lecciones sustancialmente distintas, lo difundieron por todo Occi­
dente, de suerte que poco a poco se fue imponiendo en el seno de la iglesia
de Roma. La versión que a la larga resultaría estándar se debe en buena medida
al trabajo llevado a cabo por el maestro inglés Alcuino de York en el siglo vm.

4 Se trataba d el texto d e San B asilio sobre el estud io de las letras grie ga s, tradu cido por
B ru n i a c o m ie n z o s del sig lo xv,
5 C . H . Stinger, Humanism and che Church Fathers: .Ambrogio Traversari (1386-1439) and Christian
Antiquity in the Italian Renaissance (Albany, 1 9 7 7 ), págs. 51—6 0 , 84—166. Véase tam b ién
G . C . G a rfag n in i ( e d .) , Ambrogio Traversari nel VI centenario della nascita (F loren cia, 1988).

139
Introducción al hum anism o renacentista

Esa forma textual, conocida como el «texto de París» tras su adopción en Fran­
cia, obtuvo amplia divulgación en los inicios del Doscientos y a partir de
entonces se convirtió en el fundamento de la autoridad dogmática6.
En su trato con las Escrituras, los humanistas tuvieron que afrontar cues­
tiones cada vez más complejas. La primera de esas dificultades ya preocupaba
a los estudiosos de la Biblia desde la llegada de la Vulgata a la Europa occi­
dental: ¿hasta qué punto la traducción era fidedigna?, ¿qué distancia la sepa­
raba del griego y del hebreo de los originales? Sólo en una fase relativamente
tardía, cuando ya se había desarrollado la tradición humanística de crítica tex­
tual, a esta pregunta siguió otra equivalente acerca de los manuscritos griegos
y hebreos entonces accesibles: ¿en qué medida podían éstos reflejar un origi­
nal que había desaparecido tanto tiempo antes? Tras ésta, todavía surgió otra
cuestión: ¿qué grado de fidelidad mantenía el texto aceptado de la Vulgata con
respecto a la traducción producida a caballo de los siglos iv y v? Tantos ama­
nuenses a lo largo de tantos siglos por fuerza debían haber introducido erro­
res: ¿cómo se podían eliminar esas faltas? Y, por ahí, se llegó a plantear otro
problema: ¿en qué proporción se debía al mismo San Jerónimo la versión que
circulaba bajo su nombre? ¿En cuántos casos se había limitado a revisar o sim­
plemente a adoptar traducciones ya existentes?
Responder al primero de esos interrogantes parecía de entrada la tarea más
urgente. Traversari empezó a estudiar hebreo con tal propósito, pero fue su
discípulo Giannozzo Manetti, un humanista laico, quien realmente se sumer­
gió en el conocimiento de las lenguas antiguas. Manetti prestó sus servicios
como embajador de la ciudad de Florencia, desempeñó el cargo de secretario
apostólico en la curia romana de Nicolás V y fue miembro del consejo real de
Alfonso de Aragón, rey de Nápoles. Tras adquirir un buen bagaje de griego
gracias a Traversari, sus pasos se dirigieron hacia el hebreo.
Desde un punto de vista práctico, en aquel entonces era más fácil acceder
al hebreo que al griego. A diferencia de lo sucedido con la lengua helénica
(salvando la comunidad de habla griega del sur de Italia), el conocimiento del
hebreo (y del arameo) se había mantenido sin interrupción en Francia, España
e Italia debido a la presencia de comunidades judías, por lo que la posibilidad
de aprenderlo nunca había dejado de estar al alcance de la mano. Valga el ejem­
plo del franciscano francés Nicolás de Lira, autor de un comentario bíblico

6 V id . R. Lo ew e, « T h e M ed ieval H isto ry o f the Latin V u lg a te » , en The Cambridge History oí


the Bibie, 3 vols. (C a m b r id g e , 1 9 6 3 -7 0 ) , II, p ágs. 1 0 2 -5 4 .

140
Los humanistas y lo B iblia

enormemente popular (las Postillae perpetuae in universam Sacram Scripturam, 1322—31)


y posiblemente el exegeta escolástico más importante de los últimos siglos
medievales: no sabía griego, pero su dominio de la lengua mosaica le permi­
tió saquear varios comentarios tardíos del Antiguo Testamento y comparar la
Vulgata con el original hebreo. Cabe recordar así mismo que diversas escuelas
medievales fomentaron activamente la enseñanza del hebreo y que, en la
coyuntura, las sospechas que podía acarrear el trato con las comunidades judías
nunca supusieron un obstáculo infranqueable, ya que, en definitiva, conocer
esa lengua era cosa recomendable para quien aspirara a evangelizar a sus
hablantes7.
También Manetti manifestó su intención de convertir a la fe cristiana a
cuantos judíos encontrase. A uno de esos conversos, un joven con instrucción,
lo alojó en su propia casa a título de preceptor, y en 1442, con la ayuda de
otro estudioso judío, probablemente Immanuel ben Abraham de San Miniato,
empezó a leer el Antiguo Testamento; al mismo tiempo, iba amasando una
colección de manuscritos en hebreo que más tarde formarían el núcleo del
fondo hebraico de la Biblioteca Vaticana (se incluía ahí un ejemplar del Viejo
Testamento comentado por David Kimhí, Abraham ibn Ezra, Rashí y Gerson,
figuras mayores todas ellas de la tradición rabínica medieval). Sin embargo, a
pesar de haber iniciado sus estudios en Florencia en 143S, Giannozzo no
abordó la traducción de la Biblia hasta mucho más tarde, entre 14SS y 1458,
cuando ya residía en Nápoles. Allí terminó el Nuevo Testamento, aunque del
Antiguo sólo pudo finalizar la versión de los Salmos. Al justificar su cometido,
el humanista hizo alusión a los reparos que suscitaba entre judíos y cristianos
el texto jerónimo y presentó sus propios resultados como una defensa del santo
traductor, bien que, a decir verdad, la ambición de Manetti (como la de casi
todos sus sucesores) apuntaba a la superación de la Vulgata.
En cualquier caso, esa lealtad de base no impidió que Manetti diera un paso
importante en el camino que finalmente llevaría a criticar la Vulgata con suma
aspereza. Uno de sus objetivos era facilitar la comparación de distintas versio­
nes del texto; por ello en el ejemplar de los Salmos que ofreció al rey de Nápo­
les la suya iba acompañada de otras dosuambas atribuidas a San Jerónimo: una
era traslado directo del hebreo, la otra de los Septuaginta o Setenta (es decir, la
traducción griega del Antiguo Testamento realizada en los siglos n y m a.C.).
Paralelamente, en el Apologeticus (1455-56) dio muestras de un profundo inte­

7 B. Smalleyv The Study oí the Bible in the Middle Ages (Oxford. 19843).

141
Introducción al hum anism o renacentista

rés por la historia textual de la Sagrada Escritura —un interés que avanzaba desa­
rrollos futuros—y analizó las diferencias entre la Biblia hebrea y la de los Setenta,
el texto preferido por la iglesia de Roma. Ese conocimiento de la tradición y las
fuentes hebraicas lo exhibió de nuevo para argumentar, contra la opinión de San
Jerónimo, que el Salterio se dividía en varios libros8. Por otra parte, en su faceta
de traductor del Nuevo Testamento, Manetti optó por un estilo flexible, en la
línea de Traversari, y no rehuyó en modo alguno la variación retórica. Al con­
trario de Lorenzo Valla, como pronto veremos, nunca creyó imperativo traducir
una voz griega siempre por el mismo equivalente latino, sino que fue partida­
rio de adoptar distintas soluciones según el contexto. No dejó constancia escrita
de sus criterios, cierto, ni tampoco un aparato crítico que diera cuenta de las
variantes respecto de la traducción latina estándar, pero su intención de mejorar
el estilo de la Vulgata se observa por doquier9.
Un rasgo sorprendente del biblismo cuatrocentista es la falta de colabora­
ción entre los diversos humanistas que tomaron parte en la empresa. Eso es espe­
cialmente cierto en el caso de Manetti y Lorenzo Valla, un colega suyo algo más
joven y seguidor de Leonardo Bruni cuya carrera siguió una trayectoria curiosa­
mente paralela a la de Giannozzo. También Valla trabajó en Nápoles, entre 1435
y 1448, y de 1453 a 1457 fue secretario pontificio en Roma, exactamente
al mismo tiempo que Manetti prestaba allí idénticos servicios101
. Aun así, pese al
trato diario que debió existir entre 1453 y 1455, no hay rastro de que ninguno
de los dos llegara nunca a saber de las ocupaciones en materia bíblica del otro.
A diferencia de Manetti, Valla no llevó a cabo una nueva traducción del
Nuevo Testamento, sino una serie de anotaciones textuales, compuestas al pare­
cer entre 1435 y 1448, mientras vivía en Nápoles, y luego revisadas de 1453
a 145 7 durante la etapa de su residencia en R om a1'. Cuando se enfrentó al

8 G ia n n o z z o M an e tti, j4po!o{jeticus, ed. A . de Petris (R o m a , 1 9 8 1 ), p ágs. 2 0 - 2 2 . Para la


trayectoria de M an e tti, ]. H . Bentley, Politics and Culture in Renaissance Naplcs (P rin ceto n , 1 9 8 7 ),
págs. 1 2 2 -2 7 .
9 T rinkaus, In Our Image, II, págs. 573—60 1.
10 P O . Kristeller, « V a lla » , en su Eight Philosophers of the Italian Renaissance (Stan ford , 19 64 ),
págs. 1 9 - 3 6 [ * ] .
11 Lo renzo Valla, Collado Novi Testamenti, ed. A . Perosa (Florence, 1 9 70 ); para la segu n da
versión, c o n o c id a c o m o las Adnotationes (1444), Valla, Opera omnio (Basilea, 1540; reim p reso en
Turín, 1 9 6 2 ), págs. 8 0 1 —9 5 ; y allí tam b ié n , págs. 8 0 1 - 8 0 3 , el p ró lo g o de Erasm o a las
Anotaciones d e Valla. Véase tam b ié n C . C e le n z a , «R enaissance h u m a n ism and the N e w
Testam ent: L o ren zo Valla's a n n otatio n s to the V u lg a te » , The Journal oí Medieval and Renaissance Studies,
24 ( 1 9 9 4 ), págs. 3 3 - 5 2 .

142
Los humanistas y la B iblia

texto bíblico, Valla ya era un filólogo reputado, para algunos el mejor de su


tiempo. Había demostrado, por ejemplo, que la Donación de Constantino (un
documento según el cual Constantino había concedido la primacía absoluta al
papa Silvestre I a principios del siglo iv) no era más que una falsificación
medieval12. También había traducido y editado varias obras griegas clásicas,
enmendando el texto recibido con unos criterios filológicos que sobresalen
por su modernidad. Con todo, el trato a que sometió el Nuevo Testamento fue
algo distinto: su objetivo principal no era la restauración del texto griego (por
más que hiciera algunas observaciones al respecto), sino que, equipado con
varios manuscritos griegos descubiertos en Roma y las cercanías de Milán pero
hasta el momento insatisfactoriamente identificados, intentó, al igual que
Manetti, mejorar la versión conocida de la Vulgata.
Valla dio muestras de una perspicacia asombrosa en más de un aspecto.
Por lo que sabemos, fue el primero en pensar que San Jerónimo en realidad
no había traducido el Nuevo Testamento contenido en la Vulgata, sino que
simplemente había difundido bajo su nombre una traducción ya existente tras
revisar por encima algunas partes. Más importante todavía: a la luz del texto
griego, Valla rectificó un número apreciable de términos y pasajes del latino,
sabedor —él mismo lo afirma—de que algunos eran producto de la negligen­
cia de los copistas, otros se debían a las deficiencias de la traducción original,
y otros, en fin, habían sido manipulados deliberadamente con el propósito de
acomodarlos a un dogma momentáneo. La cuestión del perfeccionamiento del
latín bíblico también le preocupó, pero, en contraste con Manetti, se m ani­
festó en contra de recursos de embellecimiento retórico tales como las tra­
ducciones alternativas de un mismo vocablo griego.
Aun cuando algunas de las modificaciones introducidas en la Vulgata (en
especial el pasaje sobre la fe y la gracia) años más tarde repercutirían seria­
mente en el dogma, en general Valla se abstuvo de hacer comentarios inter­
pretativos13. Su quehacer destacó por otras razones: por su insistencia en el
conocimiento del griego y en la necesidad de comparar las traducciones exis­

12 L o ren zo Valla, The Treotise on the Donation oí Constantine, trad. C. B. C o le m a n (N e w H aven ,


1922).
13 Las vigorosas o p in io n e s teo ló gicas de Valla, a m e n u d o p o lé m icas, d eb en buscarse, en
c a m b io , en sus tratados y d iálo go s; vid . C . Trinkaus, «Italian h u m a n ism and sch olastic
th e o lo g y » , en A . R abil (e d .), Renaissance Humanism: Foundations, Forms, and Legacy, 3 vols. (Filadelfia,
1 9 8 8 ), III, págs. 3 2 7 -4 8 (3 3 5 —4 4 ); S. I. C am p oreale, Lorenzo Valla: umanesimo e teología (Floren cia,
1 9 7 2 ); M . Fo is, II pensiero cristiano di Lorenzo Valla (R o m a, 1 9 6 9 ).

143
Introducción di hum anism o renacentista

tentes con el texto griego, y por su énfasis en la precisión gramatical y su uti­


lización de obras griegas no cristianas, pero contemporáneas al Nuevo Testa­
mento, que documentaban el uso de la lengua en época antigua. Fiel a esos
principios, Valla censuró con extremo rigor a todos los teólogos del pasado
(San Agustín inclusive) que habían despreciado el griego. El punto flaco de los
métodos de Lorenzo -e l aspecto en que sería superado por estudiosos poste­
riores—se encuentra en la selección de los manuscritos griegos: confió en tex­
tos nada fidedignos y los trató con escaso espíritu crítico14.
A pesar de que el proceder de Valla contó con la aprobación de su pro­
tector, el papa humanista Nicolás V, los ataques arreciaron en vida del autor.
De todos modos, como en el caso de Manetti, parece que los manuscritos de
la obra circularon de modo muy restringido y no ejercieron influencia alguna
en sus coetáneos. Sólo postumamente le sonrió la fortuna algo más que a Gian-
nozzo: medio siglo después de su muerte, exactamente en 1504, su reputa­
ción quedó restablecida cuando, en un convento cercano a Lovaina, Erasmo
dio con un códice que contenía las notas al Nuevo Testamento y las publicó al
año siguiente. Posteriormente, el mismo descubridor refinó la técnica de Valla
y dio a luz una obra que se puede considerar la más importante del siglo xvi
en lo que respecta al Nuevo Testamento. Antes de volver a ella debemos exa­
minar el recorrido paralelo del biblismo veterotestamentario.

A diferencia de lo que sucedía con el Nuevo Testamento, el estudio del Antiguo


no dependía de la búsqueda de manuscritos que pudieran contribuir a un tras­
lado más fiel del original. No debe sorprender: los códices hebraicos que hubie­
ran servido al propósito —los más antiguos—eran tan raros en época renacentista
que en la práctica resultaban inaccesibles. Por otra parte, los más tardíos habían
sido estandarizados por gramáticos judíos -los masoretas—, por lo que el texto
se presentaba ya con indicación de los puntos vocálicos. De ahí que el problema
de los eruditos no fuera tanto el descubrimiento de manuscritos como la com­
prensión e interpretación del hebreo. Eso requería capacidad para entender el
tárgum (glosas en arameo del Viejo Testamento puestas en circulación poco
antes del siglo in d.C.) y los comentarios rabínicos compuestos entre los si­
glos xn y xm, en especial los de Rashí, Abraham ibn Ezra y David Kimhí. Con la
llegada de la imprenta a mediados del Cuatrocientos y su relativamente pronta

14 J. H . Bentley, Humanists and Holy W rit. New Testament Scholarship in the Renaissance (P rin ceto n ,
1 9 8 3 ), págs. 3 2 - 6 9 .

144
Los humanistas y la B iblia

aplicación a textos hebraicos, la tarea de los estudiosos se vio facilitada en cierta


m edida15. Italia era el centro de esa suerte de tipografía, y allí, en la villa de
Soncino, cerca de Mantua, vio la luz en 1488 una magnífica edición del texto
masorético del Antiguo Testamento16.
En comparación con ese rápido progreso, debido en gran parte a la labor
de las comunidades judías, el saber de los hebraístas cristianos quedaba más
que rezagado. De hecho, el mismo Giovanni Pico della Mirándola, para muchos
el pionero de lo que hoy llamamos hebraísmo cristiano, estaba lejos de com ­
partir los objetivos filológicos de un Manetti o un Valla. Si bien es cierto que
comentó algunos libros bíblicos, en especial el Génesis y los Salmos, y que
ocasionalmente reparó en algunas cuestiones de filología concernientes al
hebreo, lo que realmente le apasionaba era descifrar la Cábala judía (el corpus
de textos medievales que, según se suponía, encerraba las doctrinas más arca­
nas del Viejo Testamento)17 para así poder demostrar que la fe judaica era com­
patible con la cristiana. Al igual que Manetti, Pico aprendió hebreo con la ayuda
de judíos fieles a su religión o conversos. Su primer encuentro con la filosofía
hebraica tuvo lugar a principios de los ochenta en la Universidad de Padua,
donde estudió con el averroísta judío Elisha del M edigo, pero no empezó a
profundizar en la materia hasta algo más avanzada la década y gracias a otro
preceptor, el converso Flavio Mitrídates18.
Las numerosas observaciones sobre la Cábala que Pico diseminó por todos
sus escritos, ante todo su convicción de que esta doctrina podía reconciliarse
con la cristiana, germinaron en el movimiento que ahora denominamos caba­
lismo cristiano. El ejemplo de Pico continuó en la figura del alemán Johannés
Reuchlin, un helenista de excepción que también dio prioridad a los estudios
cabalísticos, aunque en 1506 publicó una gramática y un diccionario a bene­

15 Entre las ed icio n e s cuatrocentistas conservadas, se p u e d e n con tabilizar un os cien to


cuarenta v o lú m en es im p resos en hebreo frente a n o m ás de sesenta en griego .
16 V id . S. T a lm o n , « T h e O íd Testam ent text», en Cambridge History oí the Bible, I, págs.
1 5 9 -7 0 ; B. H a ll, « B ib lic a l sch olarsh ip : ed itio n s and c o m m e n ta rie s» , ib id ., III, págs. 4 8 —54.
17 G . S ch o le m , Kabbaldh (Jerusalén, 19 74); M . Idel, Kabbalah: New Perspectivas (N e w H aven ,
1988).
18 C . W irsz u b sk i, Pico della Mirándolas Encounter with Jewish Mysticism (C a m b rid g e M A , 1989),
págs. 3—9 , 53—65 . Para Elisha del M e d ig o , D. R u d e rm a n , « T he ítalian R enaissance and Jew ish
T h o u g h t» , en R ab il (e d .), Renaissance Humanism, I, págs. 3 8 2 —43 3 ( 3 8 5 - 8 7 ) . Para la
in terp retació n cabalística q u e P ico llevó a ca b o de lo s versículos in iciales del G én esis, véase su
Heptaplus, en G io v a n n i Pico della M irán d o la , On the Dignity of M an... [ * ] , trad. C . G . W allis,
P J. W M ille r y D. C a rm ic h a e l (In d ian á p olis, 1 9 6 4 ), págs. 6 7 - 1 7 4 .

145
Introducción al hum anism o renacentista

ficio de los futuros estudiantes de la lengua mosaica. Fue el primer cristiano


que hizo tal cosa: la oposición que tuvo que vencer, tanto en lo que respecta
a su entrega a la filología hebraica com o a la causa judía, ilustra a la perfec­
ción hasta qué punto aún existían prejuicios antisemitas en su tiempo. Por
mediación de Reuchlín, el hebraísmo cristiano traspasó las fronteras de Italia
y, gracias a un creciente grupo de practicantes, entre quienes destacó Sebas­
tian Münster, en Basilea, prosperó a lo largo del siglo xvi19.
Todavía hoy se discute cuán lejos llegaron Pico o incluso Reuchlin en
su conocimiento del hebreo. N o alcanzaron, de eso no hay duda, el nivel de
los conversos judíos. En cualquier caso, el primer monumento bíblico cons­
truido con la técnica filológica que aportaba el humanismo, en alianza con el
dominio de la lengua hebraica, vino de España: un país que, como Italia, podía
recurrir a los servicios de los judíos que habían abrazado la fe cristiana. A fines
del primer decenio del Quinientos, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros,
arzobispo de Toledo y primado de España, había fundado la Universidad de
Alcalá, y allí se congregó a instancias suyas un grupo de eruditos cuyo esfuerzo
había de fructificar en la publicación de una Biblia en varias lenguas conocida
como la Políglota Complutense (Complutum era el nombre latino de Alcalá de
Henares). El proyecto contemplaba la presentación de textos y traducciones
del Antiguo y el Nuevo Testamento en las lenguas antiguas acompañados de
versiones en latín. Los seis volúmenes de la obra se imprimieron entre 1514
y 1517, aunque de hecho no fueron publicados hasta 1522. El Antiguo Testa­
mento constaba del texto hebreo masorético y el griego de los Septuaginta,
ambos con el traslado latino interlineado y dispuestos a modo de marco de la
Vulgata. En el primer tomo figuraba también a pie de página el tárgum del
Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia) con su correspondiente tra­
ducción al latín. El Nuevo Testamento comprendía el texto griego y el de la
Vulgata. De la parte veterotestamentaria, basada en diversos manuscritos (entre
ellos, cuando menos dos de la Biblia de los Setenta prestados por el Vaticano),
se encargaron principalmente tres conversos: Pablo Coronel, Alfonso de Toledo
y Alfonso de Zamora. Al parecer, la versión interlineal de los Septuaginta fue obra
de Juan de Vergara, también de ascendencia judía, y de un cristiano viejo,
Diego López de Zúñiga, más tarde famoso por sus críticas a Erasmo. El Nuevo

19 F. Secret, Les Kabbaiistes chrétiens de la Renaissance, e d ic ió n revisada (M ilá n , 1985) [ * ] ;


J. F rie d m a n , The Most Ancient Testimony: Sixteenth-Century Christian-Hebraica in the Age of Renaissance
Nostalgia (A thens O H , 1 9 83 ).

146
Los hum anistas y la Biblia

Testamento lo prepararon Demetrio Ducas (natural de Creta pero ya estable­


cido en Italia antes de partir para Alcalá), López de Zúñiga y la figura de mayor
relieve del grupo, Elio Antonio de Nebrija20.
Nebrija se había formado en las universidades de Salamanca y Bolonia, y
había impartido su magisterio en las aulas salmantinas y en las de Sevilla. En
la Apología (c. 1507) y en la Tertia quinquagena (probablemente escrita muy a prin­
cipios de siglo), vale decir las dos obras más importantes sobre el Nuevo Tes­
tamento que de él se conocen, Nebrija ya había dado muestras de ser un
filólogo de la talla de Valla, aun cuando por aquel entonces, pese a haber
pasado en Italia sus buenos años entre 1460 y 1470, quizá ni siquiera tenía
noticia de las anotaciones del humanista romano. Al igual que éste, Elio Anto­
nio intentó mejorar el texto latino del Nuevo Testamento comparándolo con
el griego, al tiempo que recomendaba el mismo proceder con respecto al Anti­
guo. Algunas de sus soluciones distaban poco de las de Valla, pero otras las
superaron con creces en audacia e ingenio.
Con todo, el ilustrado parecer de Nebrija no siempre prevaleció ante las
opiniones más conservadores de sus colegas, y al cabo terminaron por enfren­
tarse. En su versión definitiva, la Biblia de Alcalá se debe considerar como una
defensa de la Vulgata, si bien resulta innegable que a los responsables de la edi­
ción no les pasaron por alto algunos de los problemas más sutiles que plantea­
ba la tradición textual bíblica. Más aún que Valla, se percataron del modo en
que se habían introducido errores en los manuscritos latinos de la Vulgata por
culpa de copistas distraídos que insertaban en un cierto pasaje, por asimilación,
palabras, frases e incluso oraciones enteras procedentes de un paso bíblico pare­
cido; además, aunque no siempre manejaban manuscritos de la mejor calidad,
se dieron cuenta de que la corrupción afectaba por un igual a códices en griego
y en latín. Es cierto, por otro lado, que su ansia por salvaguardar una obra que
creían de San Jerónimo les llevó a enmendar el texto griego sin el menor escrú­
pulo para que se amoldara al latín de la Vulgata. Así lo prueba el caso del céle­
bre comma juánico de la primera epístola de San Juan (Biblia; 1 Juan 5:7). El
fragmento reza así: «Porque son tres quienes testifican en el cielo: el Padre, la
Palabra y el Espíritu Santo, y estos tres son uno». Ese importante testimonio de

20 V id . P G . B ieten h olz y T. B. D eu tsch er (ed s.), Contemporaries oí Erasmus: A Biopraphkal


Register of the Rcnaissance and Reformaron, 3 vols. (Toronto, 1985—8 7 ), II, págs. 3 4 8 —4 9 (Ló p ez de
Z ú ñ ig a ) , y III, págs. 9 - 1 0 (N e b rija ), 3 8 4 -8 7 (Vergara). Para D u cas, N . G . W ils o n , From
Byzantium to Italy: Greek Studies in the Italian Renaissance (Lo ndres, 1 9 9 2 ), pág. 146.

147
Introducción al hum anism o renacentista

la Trinidad forma parte de la Vulgata, pero no aparece en la mayoría de manus­


critos griegos: los editores de la Políglota Complutense llegaron al extremo de
incorporar el pasaje al texto griego después de traducirlo del latín21.
La mera existencia de la primera Biblia políglota, presentada, por si fuera
poco, con una tipografía modélica para la época, ya invitaba de por sí a reali­
zar esfuerzos similares. Tales empresas, cada vez más sofisticadas, se sucedie­
ron durante unos doscientos años. Uno tras otro, los estudiosos pusieron su
empeño en producir ediciones multilingües, fueran de la Biblia entera o de
una parte, siempre con el objetivo de establecer un texto mejor que el prece­
dente. Paralelamente, se iban añadiendo otras lenguas al conjunto tradicional
(latín, griego, hebreo y arameo). Uno de los primeros frutos de ese afán fue
la incorporación del siríaco, cuyo estudio se había iniciado en Roma, en 1515,
de la mano de algunos delegados de las iglesias orientales. El interés tenía una
razón de ser: dejando aparte su proximidad con el arameo, el siríaco todavía
era lengua leída con harta frecuencia (y ocasionalmente hablada) en las comu­
nidades de cristianos orientales, y con ellas, precisamente, el Vaticano inten­
taba restablecer relaciones en la esperanza de que se unieran a Roma. Gracias
a un monje maronita, el primero en impartir clases de siríaco en la ciudad
pontificia22, el conocimiento de ese lenguaje se fue extendiendo hasta llegar
a países más al norte de Italia. El primer pupilo del monje fue Teseo Ambro-
gio, natural de Pavía, quien a su vez instruyó a un bávaro, Johann Albrecht
Widmanstetter, y, andando por ese camino, finalmente se reconoció el valor
del siríaco para la erudición bíblica (y patrística). De poco servía en ese sen­
tido el Peschitto, es decir, el conjunto de libros que formaban la traducción
siríaca del Antiguo Testamento realizada en su mayor parte en el siglo 11 d.C. y
tan influida por el griego de los Septuaginta que su valor ancilar en una edición
quedaba anulado; por el contrario, las versiones siríacas del Nuevo Testamento
se creían traslados de un texto más antiguo que cualquiera de los accesibles a
San Jerónim o, de m odo que su publicación al cuidado de Widmanstetter
(Viena, 1555) supuso una contribución de primer orden al estudio de la Sacra
Página.
Más o menos al mismo tiempo que el siríaco, entró en escena el árabe. El
primer intento por integrarlo a una edición multilingüe de esa clase se docu­

21 Bentley, Humanists and the Holy W rit, p ágs. 70—11 1.


22 Los m aronitas eran una c o m u n id a d cristiana de o rig e n sirio ; desde 1182 p erten ecían
fo rm a lm en te a la c o m u n ió n de la iglesia cató lica rom ana.

148
Los humanistas y la B iblia

menta en un Salterio impreso en Genova en 1516. Dispuestos a doble página,


se ofrecían al lector los Salmos en hebreo, una traducción literal en latín, el
texto de la Vulgata y el de los Setenta, una versión árabe y el tárgum arameo
con su correspondiente traslado en lengua latina. El editor era Agostino Gíus-
tiniani, un dominico con fama de hombre docto que en 1514 había sido nom ­
brado obispo de la ciudad corsa de Nebbio; pasados tres años, el monarca
francés Francisco I le invitó a París para que enseñara hebreo. El Salterio en
cuestión, dedicado al papa León X, había de formar parte, según el plan ori­
ginal, de una Biblia políglota, pero el fracaso comercial echó por tierra el pro­
yecto. Pese a los reparos de Erasmo, el volumen descolló en su momento por
sumar a la Vulgata una versión latina literal del hebreo. No m ucho después,
un hebraísta más experto como Santes Pagnini secundó la iniciativa al com ­
poner, como veremos más adelante, una traducción interlineal de todo el con­
junto veterotestamentario23.

Al tiempo que los eruditos hispánicos preparaban la Políglota Complutense y


Giustiniani compilaba su volumen de los Salmos, Erasmo acometía una
empresa que a menudo se tiene por revolucionaria, aunque, a decir verdad,
fue bastante más conservadora de lo que muchos historiadores pretenden hacer
creer: una edición del Nuevo Testamento que confrontaba la letra griega con
el texto de la Vulgata revisado y acompañado de unas Annotationes. A resultas de
su formación en la ciudad holandesa de Deventer, donde recibió una educa­
ción de signo marcadamente humanístico, y de su desdichado paso por la U n i­
versidad de París, cuyas aulas frecuentó en 1495 tras obtener licencia para
abandonar el monasterio agustino de Steyn, Erasmo sentía una profunda aver­
sión por el escolasticismo. Su pasión por los clásicos y los Padres de la Iglesia
(a quienes había podido leer a sus anchas en el convento) se sumaba a tal sen­
timiento, todavía reforzado cuando, en 1499, viajó a Inglaterra y conoció a
John Colet, el futuro deán de Saint Paul, quien le animó a consagrarse al estu­
dio del Nuevo Testamento. (Colet, por su parte, se movía bajo la influencia del
trienio pasado en Italia, donde, además de leer la patrística, se había iniciado
en el estudio del griego, amén de entablar correspondencia con Marsilio
Ficino)24.

22 B ieten h o lz y D eu tsch er ( e d s .) , Contemporaries of Erasmus, II, págs. 1 02—03.


24 I. B. G le a so n , John Colet (Berkeley, 1989 ); J. B. Trapp, Erasmus, Colet and More; The Early
Tudor Humanists and their Books (Londres, 1 9 91 ).

149
Introducción al hum anism o renacentista

En el Enchiridion miiitis Christiani («Manual del caballero cristiano»), empe­


zado en 1502 y publicado al año siguiente, Erasmo dio cabida a su más fruc­
tífero encomio del Nuevo Testamento por aquellas fechas: se formulaba ahí
una philosophia Christi que postulaba los preceptos fundamentales (y simples) de
la Sagrada Escritura como único sistema moral cuya observancia resultaba nece­
saria para la salvación humana25. En esa época el autor abogaba por una inter­
pretación alegórica de la Biblia (y, desde luego, esa voluntad de cruzar la
barrera de lo que él llamaba el sentido literal nunca quedó de lado); aun así,
su mayor logro futuro habría de consistir, paradójicamente, en el esclareci­
miento del sentido literal26.
En 1500 Erasmo había comenzado a estudiar griego. Cuatro años más tarde,
como hemos visto, descubrió un manuscrito del Nuevo Testamento con las ano­
taciones de Valla en una biblioteca conventual y se apresuró a publicarlas en
París. A partir de ese momento, el buen nombre de Valla como filólogo de las
Sagradas Escrituras inició su andadura, en tanto que Erasmo, elocuente defen­
sor de la consulta directa de la palabra bíblica, se afirmaba en la convicción de
que el medio más eficaz para reformar la cristiandad era divulgar un Nuevo Tes­
tamento con el texto latino sometido a una corrección de gran envergadura.
Con ese propósito, aprovechando su estancia en Cambridge como profesor de
griego, en 1511 empezó a colacionar manuscritos en esa lengua. Uno de los
numerosos volúmenes que pudo examinar en Inglaterra -u n manuscrito cua­
trocentista conocido como el Códice de Leicester- aún se considera valioso hoy
en día por su conexión con un texto utilizado por Orígenes en el siglo m. A
esos testimonios agregó otros ocho, o más, consultados en Basilea y otros luga­
res. Finalmente, Erasmo decidió basar su edición en manuscritos copiados en
su mayoría en el siglo xn. El filólogo actual desaprobaría la elección de unos
códices sin duda inferiores por pertenecer a la familia textual bizantina y no a
la egipcia, la utilizada por San Jerónimo; sin embargo, en tiempos del huma­
nista holandés se los estimaba dignos de veneración y más próximos al origi­
nal que cualquiera de los que el Santo había inspeccionado.

25 Erasm o, Collected Works (Toronto, 1 9 7 4 ), L X V I: Spiritualia, p ág s. 1—127 (Enchiridion,


trad. C . Fantazzi). Ver la e d ic ió n castellana del Enquindon Manual del caballero cristiano, realizada por
P. R o d rígu e z Santid rián ( M a d rid ), 1995.
16 C . A u g u stijn , Erasmus: His Life, Works, and Influence (Toronto, 1 9 9 2 ), p ágs. 2 1 - 1 1 8 [ * ] ;
}. M c C o n ic a , Erasmus ( O x fo r d , 1 9 9 1 ). Para la d im e n s ió n teo ló gica del b ib lism o de Erasm o,
E. R u m m e l, Erasmus’ Annotations on the New Testament: From Philologist to Theologian (Toron to, 19 8 6 ), y
M . H o ffm a n n , Rhetoric and Theology: The Hermeneutic oí Erasmus (T o ro nto, 1 9 9 4 ).

150
Los hum anistas y la B iblia

No escaparon a Erasmo las dificultades que entrañaba establecer el texto


griego del Nuevo Testamento, y así lo muestra su cotejo sistemático de diver­
sos manuscritos; su verdadero interés, con todo, se centraba en la versión
latina. Los criterios para mejorar la existente quedaron registrados en el grueso
volumen de Annotationes que publicó en 1516 junto con la edición del texto
bíblico y que luego fue ampliando con los años. En lo que concierne al griego,
Erasmo ofreció una extensa lista de variantes: lecciones alternativas que había
recogido no sólo de los manuscritos examinados, sino también de fuentes
patrísticas. Recurrió, pues, a Crisóstomo y Teofilacto, dos Padres del orbe helé­
nico, para recuperar variantes perdidas con frecuencia en la tradición manus­
crita y para extraer interpretaciones habituales en la iglesia primitiva. Fue el
primer estudioso que hizo tal cosa. Buscó además, com o Valla, el apoyo de
fuentes no cristianas contemporáneas al texto bíblico a fin de elucidar el sen­
tido de un término difícil o atestiguar el uso lingüístico de la época27.
En el manejo y selección de las variantes, a Erasmo nunca le faltó una voca­
ción por la enmienda arriesgada (y a menudo correcta). Para ello contaba con
experiencia, conocimientos y un fino olfato. Sabía m uy bien, pues, que los
amanuenses habían alterado a sabiendas el texto griego, y que esos cambios
respondían a diversos motivos: la voluntad de completar una cita o de ade­
cuarla a los Septuaginta, el deseo de mejorar el sentido de un paso oscuro, o,
peor todavía, la intención de ajustar el texto a las conveniencias teológicas. Para
verificar la calidad de las variantes, Erasmo propuso por primera vez el prin­
cipio de la lectio difficilior, por el que se establecía como causa de posible corrup­
ción la tendencia de los copistas a reemplazar instintivamente una expresión
difícil por una más sencilla (y no al contrario). También fue sensible a pro­
blemas de autenticidad: cuestionó la atribución a Pablo de la Epístola a los
Hebreos y puso en duda que el Apocalipsis (cuya autoridad, por otra parte, le
parecía poco fiable) fuera obra de Juan Evangelista. N o vaciló tampoco a la
hora de corregir el latín del Nuevo Testamento en su versión aceptada, pues
creía, con Valla, que la intervención de San Jerónimo era materia más que dis­
cutible, y omitió con osadía el comma juánico en la primera edición de la obra
(aunque lo restituyó en la tercera). La colación de un buen número de códi­
ces de la Vulgata, algunos de ellos muy antiguos y de gran calidad, da fe del

17 H . J. de Jo n g e , «Novum Testamentum a nobis versum: the essence o f Erasm us’s e d itio n o f the
N e w Testam en t», Journal of Theological Studies, nueva serie, 35 ( 1 9 8 4 ), 3 9 4 -4 1 3 ; Bentley, Humanists
and the Holy W rít, págs. 1 1 2 -9 3 .

151
Introducción al hum anism o renacentista

rigor erasmiano. Por otra parte, como se observa en las enmiendas, no cabe
duda de que Erasmo atribuyó gran importancia a la elegancia del latín. Cier­
tamente, no llegó a la extrema insistencia de otros humanistas en cuestiones
de refinamiento estilístico, pero tampoco comulgó con la norma de traduc­
ción del inflexible Valla; su postura, cercana a la de Manetti y Traversari, puso
más bien el acento en la conveniencia de vertir el sentido del original de
acuerdo con los moldes propios de la lengua receptora.
Erasmo fue mucho más audaz que cualquiera de sus predecesores en su
relación con los antiguos exegetas cristianos. Las correcciones que introdujo
remontaban con frecuencia a fuentes patrísticas, como hemos visto, y él mismo
editó a muchos de esos autores (Jerónimo, Agustín, Cipriano, Hilario, Cri-
sóstomo, Ireneo y Orígenes). Ahora bien, esa contrastada devoción no les aho­
rró censuras siempre que Erasmo les pillaba en falta. Jerónimo -concedió en
una nota a Mateo 26—no era infalible: «Admito que fue hombre de gran sabi­
duría, pareja elocuencia y santidad incomparable, pero no puedo negar que
era hum ano». Más severo aún se mostró con Agustín, el ídolo del primer
humanismo, en sus anotaciones al Evangelio de San Juan: fue «sin duda un
santo y un hombre íntegro, dotado de un penetrante intelecto, pero inmen­
samente crédulo y, además, carente de instrumental lingüístico»28.
Erasmo, en suma, trató a los Padres de la Iglesia con tanto respeto como
discernimiento. Compartió su predilección por Orígenes con Fidno y Pico della
Mirándola, aunque para él Orígenes representaba mucho más que la transmi­
sión por vía cristiana del neoplatonismo: era un modelo al que cabía seguir en
toda doctrina. «Aprendo más acerca de la filosofía cristiana en un pasaje de Orí­
genes -escribió en 1518—que en diez de Agustín.» Pero muchos otros autores
patrísticos le brindaron razones oportunas en más de una ocasión. Así, en 1523,
cuando la ofensiva de sus oponentes alcanzaba la máxima intensidad, Erasmo
deploraba la existencia de controversias teológicas basándose en la autoridad
de Hilario de Poitiers, un Padre del siglo iv que encabezó la lucha contra la here­
jía arriana y que «por la santidad de su vida, por su extraordinaria sabiduría y
por su admirable elocuencia fue la luz de su tiempo»29.

28 R u m m e l, Erasmus’ Annouitiom on the New Testoment, págs. 5 8 - 5 9 . Véase tam b ién R ice,
St Jerome, cap. 5.
29 Erasm o, Collected Works, VI: The Correspondence: Letters 842 (o 992, trad. R. A. B. M yn o rs y
D. F. S. T h o m so n , pág. 35 (Carta 84 4); IX: The Correspondence: Letters 1252 to 1352, trad. R. A . B. M y ­
nors, pág. 261 (Carta 1334).

152
Los humanistas y la Biblia

La edición de 1516 del Nuevo Testamento, publicada con el título de


Novum imtrumentum, presentaba el texto griego al lado de la versión revisada
de la Vulgata. La segunda impresión, con el texto perfeccionado, apareció en
1519, y otras tres más vieron la luz en vida de Erasmo en 1522, 1526 y 1536,
cada una de ellas con nuevas enmiendas. Estampada en los talleres de Johan-
nes Froben, en Basilea, la obra pronto ganó popularidad, superando con
mucho la fortuna obtenida por la solitaria impresión de la Políglota Com plu­
tense en 1522. Gritos de entusiasmo, y otros tantos de indignación, saluda­
ron su llegada, y no debe extrañar, pues el nombre de Erasmo ya hacía mucho
tiempo que era sinónimo de héroe o villano para gran parte del mundo del
saber: lo justificaban su pbilosophia Christi, expresada en el Enchiridion y esparcida
un poco por doquier, así como las llamadas a la reforma y las rabiosas estoca­
das contra el estamento clerical que se hallaban en casi todas sus obras y habían
otorgado especial celebridad al Encomium moriae («Elogio de la locura» [1511])
y los Colloquia [1 5 2 2 -3 3 ]30. Las reacciones contrarias cubrieron, pues, un
amplio espectro, desde las dictadas por el prejuicio —una fe ciega en el carác­
ter sagrado de la Vulgata y un miedo cerval ante cualquier ataque a las insti­
tuciones eclesiásticas- hasta las que reflejaban una formación auténticamente
filológica y un buen conocimiento del texto griego, como fue el caso de López
de Zúñiga y Nebrija31.

La rápida divulgación de la edición de Erasmo, junto con sus anotaciones,


marcó un hito: a partir de aquel momento, ningún teólogo pudo ya desviar
la mirada ante los nuevos métodos filológicos. La pregunta, pues, acude de
inmediato: ¿qué efecto tuvieron esos métodos en la interpretación de la Sagrada
Escritura? En un principio pareció que la nueva preocupación por la precisión
lingüística tenía poco que ver con las formas de la exégesis bíblica tradicional
y que ambas tendencias, por tanto, podrían coexistir independientemente en
el futuro sin mayor problema. De acuerdo con el modelo medieval más común,

30 Erasm o, CoIIected Worlís, X X V ÍI: Literary and Educational Writings 5, págs. 7 7 - 1 5 3 (Praise oí
Foily, trad. B. R ad ice); Erasm o, The Colloquies, trad. C . R. T h o m p so n (C h ic a g o , 19 65 ). Para el Elogio
de la locura, en castellano, ver la e d ició n b ilin gü e a cargo d e O . N ortes Valls (B arcelona, 1976).
31 Véase la respuesta de Erasm o a L ó p ez de Z ú ñ ig a : Apología respondáis ad ea quae Iacobus Lopis
Stunica taxaverat in prima duntaxat Novi Testamenti aeditione, ed. H . J. de Jo n g e , en E rasm o, Opera omnia
(A m sterd a m , 1 9 6 9 ), I X .2. Para N e b rija , C . G illy, « U n a obra d esco n o cid a d e N eb rija contra
E rasm o y R e u c h lin » , en M . R evuelta S añ u d o y C . M o ró n A rroyo (ed s.), El Erasmismo en España
(Santander, 1 9 8 6 ), págs. 195—218.

153
Introducción al hum anism o renacentista

en un texto sagrado debían buscarse cuatro sentidos: el literal o histórico, el


alegórico o figurativo, el tropológico o moral y el anagógico o escatológico;
el nuevo enfoque sólo afectaba necesariamente al prim ero, y los filólogos',
como hemos visto en el caso de Valla, de entrada se abstuvieron de invadir el
territorio de los otros tres. No obstante, ese esquema cuatripartito (que tanto
impacientaba a Erasmo) se fue abandonando gradualmente, de suerte que, tras
la reducción, sólo quedaron el sentido literal -obviamente sujeto al progreso
de la filología bíblica—y un sentido moral o espiritual que venía a cubrir el
resto. Erasmo y algunos de sus contemporáneos, como el teólogo francés Jac-
ques Lefevre d’Etaples, se propusieron combinar esos dos3
32, y tal ejercicio se
1
generalizó tras el impacto de la Reforma.
Conform e avanzaba la década de 1520, los ataques a Erasmo se volvían
más violentos y más peligrosos. Se anunciaba ahí una transformación que, aun
cuando deudora ella misma del humanismo, terminaría por oponerse al tra­
tamiento humanístico de la Sagrada Escritura. Tras la ruptura definitiva con
Roma en 1521, los seguidores de Lutero se radicalizaron, y fue esa actitud lo
que al cabo significó una amenaza para la objetividad que había inspirado a
los estudiosos cuatrocentistas de la Biblia. Al campo protestante fueron lle­
gando muchos humanistas, admiradores de Erasmo, com o Johannes Oeco-
lampadius, Philipp Melanchthon y Conradus Pellicanus, entre otros, que
continuaron la tarea de editar a los Padres de la Iglesia de acuerdo con los cri­
terios establecidos por Traversari y Valla. Así mismo, Teodoro de Beza, el suce­
sor de Calvino en Ginebra, compuso a mediados de siglo unas anotaciones al
Nuevo Testamento cuyo objetivo era perfeccionar las de Erasmo y finalmente
reemplazarlas. Por otra parte, el énfasis protestante en la Biblia en tanto que
palabra de Dios fomentó la lectura sagrada en todas las capas sociales y, por la
misma razón, los más doctos de los reformados, empezando por Lutero, estu­
diaron y ocasionalmente enseñaron las Escrituras en las lenguas originales,
proporcionando a un tiempo conocimientos de griego y hebreo. La Vulgata
cayó en descrédito y fue sustituida por traducciones de nuevo cuño, com o la
versión alemana del propio Lutero. Pero a lo largo de ese proceso la imparcia­
lidad doctrinal con que Valla y Erasmo habían tratado la Biblia fue quedando
atrás. Incluso en las notas de Teodoro de Beza se percibe cómo el autor pone
el acento principal en las implicaciones dogmáticas de las nuevas traduccio­

31 V id . E. F. R ice, jr., « T h e H u m a n ist idea o f C h ristia n an tíq u íty : Lefevre d ’Etaples and
his c ir c le » , en W. L. G u n d e rsh e im er ( e d .) , French Humanism (Lo ndres, 1 9 6 9 ), p ág s. 163—80 .

154
Los humanistas y la Biblia

nes. De modo parecido, las observaciones de Valla a propósito de la fe y la gra­


cia, por citar un caso, adquirieron entonces mayor relieve, pues convenían a
la doctrina protestante. En breve: a finales del Quinientos, un reformado ya no
leía la Biblia como un producto literario antiguo que debía estudiarse en su
contexto histórico, sino como una obra dirigida al lector contemporáneo, a la
vez difusora de propósitos dogmáticos del momento y puntal del sistema teo­
lógico protestante33.
La reacción de la Iglesia católica fue todavía más acusada. La lectura de la
Sagrada Escritura por parte del vulgo, especialmente en traducciones vernácu­
las, pasó a ser práctica poco recomendable y a veces incluso prohibida, en tanto
que la Vulgata quedaba santificada como única versión digna de fe. En cuanto
a la actividad académica, también el orbe católico aportó figuras de primer
orden, estudiosos del griego y el hebreo que poseían también un buen dom i­
nio de la tradición rabínica. Fue en Italia, no debe olvidarse, donde el impre­
sor flamenco Daniel Bomberg, con la asistencia de un converso y el pleno
consentimiento de León X , estampó por vez primera, en 1S 17, la Biblia rabí-
nica, es decir, el Antiguo Testamento en hebreo acompañado del tárgum y los
comentarios de los rabinos. Ocho años más tarde, salió a luz una segunda edi­
ción mejorada.
El dominico italiano Santes Pagnini, prefecto de la Biblioteca Vaticana y
profesor de hebreo, se cuenta entre los más distinguidos hebraístas católicos.
Gracias al respaldo de tres papas (León X, Adriano VI y Clemente VII), Pagnini
pudo llevar a cabo una nueva traducción del Antiguo y el Nuevo Testamento,
publicada en 1528, que se alejaba radicalmente de la Vulgata y con frecuencia
se ayudaba de los comentarios rabínicos para traducir términos de difícil inter­
pretación. También preparó una gramática y un diccionario de uso escolar.
Corrían los años inmediatamente posteriores a la Reforma, por lo que Pagnini
aún pudo beneficiarse del clima de tolerancia que la había precedido y con­
centrarse por ello en el estudio de las lenguas bíblicas34. Pero ese compás de
espera había de durar bien poco. Lo ilustra, a finales de siglo, el caso de otro
hebraísta italiano, el cardenal jesuíta Roberto Bellarmino. Com o su predece­
sor, también él fue profesor de hebreo, autor de una buena gramática en esa
lengua y conocedor del Corpus rabínico; sin embargo, en vez de consagrarse

33 Bentley, Humanists and Holy W rit, págs. 194—2 1 9 .


34 G . Llo yd Jo n e s , The Discovery oí Hebrew in Tudor Encjlcind. A Third Languoge (M anchester,
1 9 8 3 ) , p ágs. + 0 - 4 4 .

155
Introducción al hum anism o renacentista

por entero a los estudios semíticos, sacrificó la mayor parte de su talento en


aras de los escritos de polémica antiprotestante.
La polarización se hizo particularmente evidente durante el Concilio de
Trento (1 545-63), en el que se fijó la doctrina ortodoxa católica por oposi­
ción al protestantismo, y a partir de ahí ya no cedió terreno. Aun así, los estu­
dios bíblicos no quedaron totalmente paralizados, especialmente en aquellas
regiones donde el cambio de religión oficial había creado un ambiente de fle­
xibilidad confesional y, con ella, una cierta permisividad. Esa coyuntura explica
que, entre 1569 y 1573, apareciera en Amberes la Biblia Regia o Políglota Real,
uno de los últimos logros del humanismo quinientista. Amberes formaba parte
de la Corona española, pero su lejanía del centro de poder permitía una liber­
tad considerable; en cualquier caso, el mismo Felipe II prestó su apoyo perso­
nal al proyecto de impresión. N o hacía m ucho, además, que la ciudad había
abandonado el protestantismo, y su carácter de burgo comercial conllevaba el
contacto continuo entre distintas confesiones. El impresor de la obra, Cristó­
bal Plantino, era católico de creencias poco rígidas y los eruditos que cuida­
ron de la edición -lo s mejores en su área— estaban lejos de comulgar
plenamente con la ortodoxia.
En su forma final, la Políglota de Amberes venía a rendir tributo a los
mejores esfuerzos realizados a lo largo del Quinientos en los dominios del
biblismo. Los volúmenes dedicados al Antiguo Testamento presentaban el texto
hebreo con la Vulgata, así como una versión latina literal de los Setenta y del
original griego, amén del tárgum con su traducción al latín. En un tomo aparte,
se ofrecía de nuevo el texto hebreo íntegro, pero ahora con la versión literal
de Pagnini ligeramente revisada y en impresión interlineal. El Nuevo Testa­
mento constaba de dos volúmenes: en el primero el texto griego se había
estampado al lado de la versión siríaca y la Vulgata, mientras que en el segundo
aparecía con el latín correspondiente entre líneas.
Para el Antiguo Testamento en hebreo se reimprimía en esencia el texto
de la Políglota Complutense, con algunos retoques basados en la segunda edi­
ción de la Biblia rabínica. El tárgum procedía de las mismas fuentes: de la pri­
mera se tomaban las glosas del Pentateuco, y de la segunda las restantes. En
cuanto a los textos griegos, de nuevo la Biblia de Alcalá actuaba como modelo,
pero también había variantes recogidas de la edición griega de Robert Estienne,
en concreto de la tercera, impresa en París en 15 50 (las anteriores eran de
1546 y 1549) y a su vez fundamentada en la de Erasmo. La versión siríaca
estaba basada en el Nuevo Testamento que publicara Widmanstetter en Viena
en 1555.

156
Los humanistas y la Biblia

A Plancin y a Benito Arias Montano, el erudito español que dirigía el


equipo, no les resultó fácil obtener el permiso papal. Diversos factores contri­
buían a la reticencia: la traducción de Pagnini (que ya no se veía con buenos
ojos), la dudosa ortodoxia de varios de los colaboradores y la crítica implícita
a la Vulgata. Aun después de concedida la licencia pontificia, la obra nunca
quedó libre de sospecha en el mundo católico. Uno de sus más conspicuos
editores, Andreas Masius, responsable en parte del texto siríaco y antiguo
pupilo de Widmanstetter, se creó todavía más problemas por querer sumarse
a la tradición crítica humanística: en su comentario al Libro de Josué, Masius
se atrevió a dudar seriamente del origen mosaico del Pentateuco; en conse­
cuencia, su labor terminó en el índice expurgatorio35.
La Políglota de Amberes traía un aparato crítico de grandes dimensiones
que no trataba la Biblia en calidad de depósito del dogma, sino como un escrito
sujeto a un contexto histórico. Ahí yacía el futuro de la investigación bíblica,
y ése fue exactamente el rumbo que tomaron las dos aportaciones fundamen­
tales del Seiscientos: las Armotationes [ 1642] del protestante holandés Hugo Gro-
tius y la Histoire critique du Vieux Testament [1678] del católico francés Richard
Simón. Ambos trabajos intentaban reconstruir las circunstancias que rodearon
la composición de la Sagrada Escritura y para ello recurrían a documentación
antigua, fuera cristiana, judía o pagana; sus autores, por tanto, seguían deli­
beradamente las huellas de Valla y Erasmo. Aunque ya en pleno siglo xvn, esas
obras quedaron com o monumentos aislados, oasis de saber en un terreno
dominado por exegetas cuyo interés principal era el dogma36.

35 H a ll, « B ib lic a l S ch o la rsh ip » , págs. 5 4 - 5 6 , 7 3 - 7 5 , 92.


36 H . J. de Jo n g e , « H u g o G ro tiu s: exégéte du N o u v e au T estam en t», en The World of Hugo
Grotius (1583-1645) (A m sterd am , 19 84 ), págs. 9 7 —1 15.

157
7

El h u m an ism o y los orígenes


del pensam iento p olítico moderno

JAMES HANKINS
Antes de la llegada del siglo xvi el humanismo no dio pensadores políticos de
la talla de Platón o Thomas Hobbes. No debe sorprendemos. A diferencia
de quienes hoy estudian ciencias políticas, o de los filósofos escolásticos medie­
vales, los humanistas del Renacimiento no se ocuparon de la teoría política
como tal. Profesionalmente, actuaron en calidad de maestros, diplomáticos,
propagandistas políticos, curiales y burócratas, y sus escritos de carácter polí­
tico nunca cuajaron en forma de summae, sesudos tratados monográficos para
un lector especializado; se añadieron, en cambio, a una antigua tradición de
literatura retórico-moral cuyo objetivo era la reforma del individuo y la socie­
dad. Sus modelos no eran Aristóteles o Tomás de Aquino, sino Cicerón y Séneca;
sus virtudes incluían la elegancia estilística, las buenas maneras y el saber, no la
complicación. Esos textos se dirigían a una amplia franja de lectores instruidos
en las áreas de letras, es decir, de acuerdo con las condiciones de la época, mer­
caderes acaudalados, profesionales con alguna carrera liberal y nobles. Recor­
demos, no obstante, que «la reflexión política —como observó Sir Moses Finley—
no supone necesariamente un análisis sistemático, y raramente lo es». Los
humanistas de los siglos xiv y xv no produjeron ninguna gran obra de filosofía
política, pero sin duda transformaron fundamentalmente el mundo intelectual
que desde entonces habría de envolver al pensamiento social. Más que en un
sistema articulado, el valor de su contribución reside en el clima ideológico que
supieron crear. Describirlo y evaluarlo no es tarea fácil, ya que los mismos
humanistas apenas eran conscientes de esa nueva mentalidad, e incluso la hubie­
ran rechazado, probablemente, de haber sabido todas las implicaciones que
encerraba. La naturaleza radical de los cambios que introdujeron sólo empezó
a ser visible a principios del Quinientos. En ese momento, tan sólo en el curso
de una década, Europa pasó a contar con dos pensadores de la máxima estatura,
Maquiavelo y Tomás Moro, en cuyas obras se manifestaron por primera vez los
dilemas y las tensiones características del pensamiento político moderno. La

159
Introducción al hum anism o renacentista

relación de ambos con el humanismo es una cuestión compleja, pero en todo


caso su figura resulta inimaginable fuera de ese ámbito.
A veces se dice que hay dos clases de reformistas: los que creen que, cam­
biando las instituciones, el individuo se regenerará y los que confían, por el
contrario, que la reforma humana conllevará la institucional. Los humanistas
italianos de los siglos xiv y xv pertenecieron en su inmensa mayoría al segundo
género: bajo el signo de una preocupación moral, se propusieron, ante todo,
aumentar el nivel de prudencia y sabiduría entre los miembros de las clases
dirigentes. N o es difícil entender sus razones. No fue hasta finales del Tres­
cientos cuando los humanistas comenzaron a participar seriamente en la vida
política. Lo hicieron, pues, en un periodo posideológico, como el actual. A
principios de siglo, la gran batalla ideológica que habían librado el papado
(con el soporte del partido güelfo) y el imperio germánico (apoyado por el
bando gibelino) tocaba prácticamente a su fin. Pasados los tiempos de Dante,
el Imperio dejó de ejercer un poder real sobre sus partidarios italianos y el
güelfismo político m urió al paso que se acercaba el Cuatrocientos. El gran
cisma de la Iglesia (1374—1415) trajo consigo el descrédito para el Sumo Pon­
tífice y la jerarquía eclesiástica. Las voces que habían sacudido la sociedad
medieval propugnando la reforma evangélica, la pobreza apostólica y el
gobierno popular ya habían sido marginadas. Políticamente hablando, además,
el Renacimiento fue una época de tiranos y oligarcas, de gobernantes cuyo
derecho al poder era a menudo harto dudoso. A caballo de los dos siglos, tras
ese naufragio general de las ideologías y la legitimidad política, era natural que
los humanistas volvieran su mirada, y su impulso reformador, hacia el indivi­
duo. Así lo dejó escrito el gran pedagogo humanista Guarino de Verona:

Porque si el fu turo regid o r del estado posee ju sticia, b o n d a d , p ru d en cia y


m odestia, puede com partir el fruto [de sus virtudes] con todos, y el provecho
suele alcanzar a todos. El estud io d e la filo so fía n o tiene la m ism a u tilid a d
cuando lo em prende un particular ... C o n todo derecho, pues, la A ntigüed ad
exaltó a quienes educaban a los regidores, ya que, de este m o d o , por m ed io de
u n o solo se reform aba la m oral y las costum bres de m uchos: tal co m o Anaxá-
goras h izo con Pericles, Platón con D ió n , Pitágoras con los príncipes itálicos,
Atenodoro con Catón, Panecio con Escipión, A p olonio con C icerón y con César;
y tal com o, en nuestros tiem pos, M anuel Crisoloras, un gran hom bre y un gran
filósofo, h izo ’ con m u ch ísim o s’ .

1 Carta de G u a rin o a G ia n N ic o la Salerno ( 1 4 1 8 ), en E. G a rin ( e d .) , II pensiero pedagógico


dellumanesimo (Florencia, 1 9 5 8 ), pág. 32 8.

160
El hum anism o y ios orígenes del pensamiento político moderno

El énfasis en la regeneración del individuo, en detrimento de la institu­


cional, se puede interpretar, claro está, com o una estrategia de conservadu­
rismo político; y no sería injusto describir a los humanistas como defensores
del status quo. Contrariamente al caso de los intelectuales del mundo moderno,
alejados de las esferas del poder casi por definición, el sustento de muchos
humanistas dependía de la Iglesia, las potestades seculares u otros miembros
de la clase rectora. En tales condiciones no era medida muy cauta lanzarse a
una crítica general del orden establecido. Así pues, la mayoría de sus escritos
políticos se presentaron en forma de amonestación moral a un gobernante,
o de panegírico a la patria y sus líderes. En las raras ocasiones en que hubo
lugar para el análisis, el tono empleado suele reflejar una actitud fríamente
distante, pragmática, y no el ardor del hombre que lucha por una causa. Aun­
que sus servicios se requirieron con fines propagandísticos, y no con poca
frecuencia, en general los humanistas no fueron ideólogos en el sentido actual
del término, es decir, intelectuales entregados a un determinado credo polí­
tico que excluye cualquier alternativa. Sus valoraciones de los sistemas de
gobierno casi siempre tendieron a los términos relativos: mejor y peor en vez
de bueno y malo. A zaga de Aristóteles, aceptaron la existencia de las diver­
sas formas de constitución política como dones de la naturaleza. Los fracasos
del sistema —una derrota en el campo de batalla, una contienda social o un
acto de manifiesta injusticia—solían hallar justificación en la maldad humana;
raramente, o nunca, pusieron en duda la legitim idad per se de los tres regí­
menes sancionados por su «bondad»; la monarquía, la aristocracia y la repú­
blica. Gran parte de su producción admonitoria se podría juzgar dirigida por
un igual a príncipes y a mandatarios de una república, y de hecho así fue en
ciertos casos. Por ejem plo, Bartolomeo Sacchi (de sobrenombre, Platina)
dedicó el tratado De principe a Federico Gonzaga en 1471; unos años más tarde,
tras algunos retoques, Lorenzo de’ Medici recibió la misma ofrenda, ahora
con el título De optimo cive («Sobre el buen ciudadano»). De modo parecido,
el sienés Francesco Patrizi, después de componer los nueve volúmenes de su
De institutione reipublicae («Sobre la educación de la república»), cambió de
rumbo para abordar sin demora, en la misma década, otro tratado de igual
enjundia y contenido muy similar pero bautizado como De regno et regis institu-
tione («Sobre el reino y la educación de los reyes»). En la primera obra, se
loaba al régimen republicano por asentarse en óptimos fundamentos; en la
segunda, los estados monárquicos merecían idéntico elogio. Para salvar la
contradicción, Patrizi argumentó que el bien de la comunidad no dependía
tanto del sistema de gobierno como de la virtud y la sabiduría de quienes lo

161
Introducción al hum anism o renacentista

dirigían2. Si los humanistas tuvieron algún prejuicio político en com ún, fue
contra los regímenes puramente populares. En tanto que funcionarios cuya
influencia se originaba en un dom inio de ciertas formas de conocim iento
especializado, el populismo les resultaba sospechoso y favorecían por natu­
raleza un modelo elitista, una minoría de hombres doctos guiando a la masa
ignorante.
La falta de compromiso ideológico, la sorprendente destreza para pasar de
un bando político a otro (un rasgo característico de los humanistas, desde
Petrarca y Coluccio Salutati a M aquiavelo), parecen hechas adrede para que
hoy las consideremos signos de hipocresía; y, en verdad, los historiadores
modernos han hecho correr ríos de tinta en un vano intento por encontrar la
coherencia subyacente a ese tipo de conducta. ¿Cómo debemos reaccionar ante
humanistas republicanos como Leonardo Bruni o Coluccio Salutati, capaces de
permanecer en el poder mientras se sucedían con violencia los cambios
de régimen? ¿Y qué decir de Pier Candido Decembrio, secretario durante la
fugaz etapa republicana de Milán (1448—50) tras haber dedicado veinticinco
años al servicio de la «tiranía» Visconti? ¿Cómo comprenderemos a Giovanni
María Filelfo, autor de un poema épico en cuatro libros que celebraba la toma
de Constantinopla por el Gran Turco (una actitud impensable, desde luego, en
tiempos de las cruzadas)? Sin embargo, todas esas posturas se dejan entender
bastante mejor si tomamos en cuenta la formación y las responsabilidades pro­
fesionales de los humanistas y tenemos presente el ambiente político que
entonces prevalecía.
Todos los humanistas habían pasado por una preparación retórica intensa
y gustaban de aplicar esa maestría argumentando a favor y en contra de una
misma cuestión. Si por ese motivo alguien les reprochara su ligereza, proba­
blemente admitirían (siguiendo a Cicerón) que el primer deber de un orador
es sostener la virtud moral, aunque su definición de moralidad no incluía,
desde luego, ni la coherencia política ni la fidelidad a una ideología. La edu­
cación retórica configuró, en suma, una mentalidad y unos hábitos expresi­
vos que calaron muy hondo en la cultura de la época. El hombre de la Italia
renacentista no tenía que sobrellevar la carga del culto a la sinceridad, tan típico
de la sociedad democrática de nuestros tiempos. La sinceridad, para él, era un

1 Francesco Patrizi, De regno et regis institutione [París, 1511], págs. v ii- v iii [1.1]; Francesco
F ile lfo e xpresó sen tim ien to s no tab lem ente p arecido s en una carta a Le o n ello d ’Este: Epistularum
familiarium libri XXXV'II [V enecía, 1 5 0 2 ], fo l. 4 4 r.

162
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

tropo como cualquier otro, y resultaba más importante que un discurso cum ­
pliera con la propiedad, la elegancia y la eficacia que no que se ajustara estric­
tamente a la verdad. De hecho, las reglas del decoro reclamaban la celado
(«encubrimiento») o suppressio de la verdad e incluso la suggestio de algo falso en
el contexto retórico conveniente.
La pura pasión por ejercer el virtuosismo retórico llegaba a producir espec­
taculares derroches de falsedad. Es el caso, por ejemplo, de las cartas cruzadas
en 1438 entre Filippo Maria Visconti, duque de Milán, y el humanista de Flo­
rencia Poggio Bracciolini. Los dos estados acababan de firmar una tregua, y,
en un gesto de buena voluntad, Visconti - o mejor dicho: su secretario Pier
Candido Decembrio—escribió al afamado autor florentino denunciando públi­
camente las declaraciones que ensuciaban el buen nombre de la ciudad. La
carta era prácticamente un panegírico de Florencia, alabada por su belleza y
su libertad, por la brillante cultura y la tradicional virtud de sus gentes, por su
coraje en la guerra y su reputada vocación de paz, por su defensa de la inde­
pendencia italiana contra la invasión milanesa («esta ciudad, por alguna suerte
de justicia, ha sido el paladín de la libertad de las naciones»), y por «no haber
querido nunca hundir al Imperio hiriendo a sus aliados». Casi todos los moti­
vos del encomio procedían directamente de la propaganda política florentina,
en particular de la Laudado Florentinae urbis («Elogio de la ciudad de Florencia»,
1403/04) que había compuesto el humanista Leonardo Bruni, canciller de la
ciudad. Y también casi todos ellos habían ido encontrando, durante la guerra
que precedió a las cartas, la réplica feroz del mismo Pier Candido Decembrio,
expresada especialmente en su De laudibus Mediolanensium urbis panegyricus («Pane­
gírico en alabanza de la ciudad de los milaneses», 1436). Esa y otras obras del
mismo tenor habían lanzado duras críticas contra Florencia por su talante vio­
lento y sus disensiones internas, por su utilización de tropas mercenarias y sus
pretensiones de liderazgo cultural, y por intentar extender disimuladamente
sus dominios con la excusa de defender la libertad de los estados italianos.
Cuando en 1429, sin mediar provocación alguna, Florencia agredió a un anti­
guo aliado como la república hermana de Lúea, iniciando así una campaña de
anexión que terminó en fracaso, la maquinaria propagandística de Milán se
había frotado las manos; y cuando en 1431 el emperador germánico se esta­
bleció en Lúea, Decembrio había aprovechado la ocasión para acusar a los flo­
rentinos de ambicionar la ruina del Imperio. Por todo ello, el lector de la carta
de Visconti no podía sino disfrutar del ingenio retórico y la no escasa ironía
con que Decembrio conseguía dar la vuelta a las declaraciones pasadas. Pog­
gio, ni que decirse tiene, pagó con la misma moneda. Aunque la propaganda

163
Introducción al hum anism o renacentista

florentina había llenado de injurias a Filippo Maria y a su padre Giangaleazzo


durante más de medio siglo, tachándolos de tiranos de la más vil especie, Pog-
gio se refería ahora a Giangaleazzo como «príncipe muy excelente y digno de
toda alabanza», al paso que trataba a su hijo de «luz y ornato de nuestro
tiempo, en quien brillan de nuevo la antigua virtud y honradez de los italia­
nos». Eso lo afirmaba de un poderoso que dormía con los candiles encendi­
dos y adiestraba aves y disponía relevos de la guardia por si sus propios
súbditos intentaban asesinarlo en pleno sueño3*.
Aun cuando en su faceta de propagandistas podían darse a esa clase de jue­
gos retóricos, los humanistas eran también funcionarios de alto rango, acos­
tumbrados a los bastidores del poder y al realismo político. Los consejeros de
estado responsables de la política exterior debían preocuparse tanto por la ripu-
tatione, es decir, la imagen pública de la nación, como por el utile, los intereses
económicos y militares en concreto. A menudo se admitía que los dos aspec­
tos entraban claramente en conflicto. Los humanistas que ocupaban el puesto
de canciller tenían a su cargo la redacción de la correspondencia diplomática
secreta que se enviaba a los oratores o embajadores del estado (humanistas, con
frecuencia) y contenía los fines ocultos que perseguía el gobierno y las estra­
tegias de carácter confidencial, junto con instrucciones indicando cómo debían
manifestarse públicamente tales designios políticos. También se habían for­
mado con los studia humanitatis quienes se encargaban de escribir missive, es decir,
la correspondencia internacional que tenía por objetivo presentar la política
visible del gobierno desde un prisma lo más favorable posible, como en las
actuales conferencias de prensa. Dado que más que decidir las medidas polí­
ticas lo que hacían era darles voz, a nadie se le ocurrió trunca pensar que los
humanistas fueran moralmente responsables de las acciones emprendidas por
el régimen que representaban; su postura era la de un subsecretario perma­
nente, leal al sistema y no al poder del momento, que ejecuta tan bien como
sabe las cambiantes directrices que le van dictando los superiores de turno.
Poco cuesta imaginar qué hábitos mentales se forjarían en esas circunstan­
cias: una cierta flexibilidad moral y algo de hostilidad ante los principios teó­
ricos, un bien ejercitado criterio para separar lo normativo de lo descriptivo, y
una probada convicción de que la conducta política se mueve de verdad por
intereses y no por ideales. Una muestra notable de cómo estas actitudes «rea­

3 P ° g g io B ra ccio lin i, Opera omnia, ed. R. F u b in i, 4 vols. (Turín, 1 9 6 4 -6 9 ),


págs. 33 3—39.

164
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

listas» podían afectar al pensamiento político se encuentra en la Historia tripartita


(«Una indagación en tres partes», 1440), un conjunto de diálogos escritos por
el secretario pontificio Poggio Bracciolini. Uno de los interlocutores arremete
contra la dignidad del derecho y la profesión jurídica. Después de argüir que
las leyes que establecen los hombres no guardan relación alguna con la ley natu­
ral, sino que varían de acuerdo con el tiempo y la civilización, sigue diciendo:

Vuestras leyes sólo controlan a la gente hum ilde y a las clases más bajas de una ciu­
dad... los poderosos dirigentes de la sociedad transgreden su im perio. Anacarsis
com paró con acierto las leyes a una tela de araña que captura al débil pero se
rom pe ante el fuerte... Com probam os, ciertamente, que las repúblicas alcanzan la
cim a del d o m in io m ediante la violencia y que los reinos se obtien en, n o por
la ley, sino por el poder y la fuerza, enem igos de la ley... ¿Q ué decir de la repú­
blica de Rom a? ¿N o es verdad que creció despojando y devastando al m u n d o
entero y por m edio de la masacre hum ana, todo lo cual está prohibido por la ley?...
El m ism o parecer valdría para los atenienses, cuyo poder se extendió por todas
partes... N o hubieran dado albergue al estudio de las letras de no haber ensan­
chado sus fronteras. N o hubieran surgido la filosofía, la elocuencia n i las demás
artes civilizadas que descubrieron y cultivaron... Pues todas las gestas famosas y
mem orables brotan de la injusticia y la violencia ilícita, con el mayor desprecio
por las leyes... Y llegando a nuestros tiempos, ¿no es cierto que los duques de Lom -
bardía, los venecianos y los florentinos y m uchos [otros] han medrado merced a
la codicia y apropiándose de lo que no les pertenece?... ¿Debo acaso creer que,
cuando el pueblo de Florencia o Venecia declara la guerra, convoca a los letrados
y hace la declaración de guerra siguiendo sus consejos? ¿N o les mueve el prove­
cho y [el deseo de] engrandecer su república? ¡Acabem os con esas vuestras leyes
y derechos, pues son un estorbo para la expansión im perial, la conquista de rei­
nos y la extensión de una república, y sólo las cum plen las personas sin cargos y
el pueblo llano, los que necesitan protección contra el poderoso!... Los hombres
serios, prudentes y sensatos no necesitan las leyes; ejercitados en la virtud y el
buen obrar por naturaleza y mediante el estudio, ellos m ism os dictan la ley con
el recto proceder. Los poderosos escupen y pisotean las leyes, en cuanto propias
de gente débil, mercenaria, obrera, codiciosa, vil y aquejada por la pobreza, gente
gobernada m ejor por la fuerza y el temor al castigo que por la ley4.

La misma mentalidad utilitaria y pragmática se observa a menudo en la


historiografía humanística. Los historiadores medievales tendían a analizar un

4 P o g g io , Opera, I, págs. 3 2 -6 3 ( 4 8 - 4 9 ) : Historia tripartita.

165
Introducción al hum anism o renacentista

suceso en función de la moral y de la providencia divina; el éxito o el fracaso


equivalían, respectivamente, al premio por la virtud o al castigo del pecado.
Por el contrario, los humanistas secularizaron a conciencia la explicación de
los procesos históricos, ya fuera interpretando los hechos como un producto
de las virtudes, finalidades y recursos de sus protagonistas humanos, o bien
com o el resultado que dictaban las condiciones de una determinada confi­
guración política. Los partidarios de la república, por ejemplo, argumenta­
ban que el gobierno compartido por muchos suele promover medidas de paz.
Complementariamente, la Oratio ad principes Italiae de periculis imminentibus («Dis­
curso dirigido a los líderes de Italia acerca de los peligros inminentes», 1471)
del cardenal Bessarion ofrece una disección brillante de la lógica del expan­
sionismo totalitario, mostrando cómo la constitución de la sociedad otomana
y su gobierno provoca inevitablemente que los turcos ataquen a los países
vecinos. Es cierto que los humanistas creyeron que la historia era una «filo ­
sofía que enseña por medio de ejemplos», una fuente de modelos de actua­
ción correcta, pero no lo es menos que supuso así m ism o una escuela de
prudencia. Desarrollar esta virtud quería decir comprender las causas reales
de un suceso, no las aparentes, y eso podía llevar, en obras de carácter histó­
rico como el Rerum suo tempore gestarum commentarius de Bruni («Comentario sobre
los hechos de su tiempo», 1440/41), a una rudimentaria conciencia de que
los mecanismos del poder operaban según unas normas muy distintas de las
que regían la ética.
El realismo en materia moral que caracterizó a los humanistas ayuda a
entender la varia acogida que recibieron la República de Platón y la Política de
Aristóteles en el Cuatrocientos. La segunda ya había sido traducida por G ui­
llermo de Moerbeke en el siglo xm, pero Leonardo Bruni llevó a cabo una
nueva versión en 1436/37; la República, por su parte, mereció cuatro traduc­
ciones a lo largo del siglo, obra del humanista milanés Uberto Decem brio
(1402), su hijo Pier Candido (1439), Antonio Cassarino (c. 1447, en Génova)
y el filósofo florentino Marsilio Ficino (1466/69). Pese a contar con menos
traducciones, la Política gozó de una fortuna mucho mayor: las cuatro versio­
nes latinas de la República se conservan en treinta y seis manuscritos y dos incu­
nables, mientras que la obra de Aristóteles, incluyendo sólo la versión de Bruni,
alcanza la cifra de doscientos ocho manuscritos y catorce incunables. La Polí­
tica se entendía como una aproximación directa, de carácter empírico, al com ­
portamiento real de diversas clases de regímenes, de modo que sus conexiones
de orden teórico con la ética naturalista y la teleología aristotélicas pasaron
desapercibidas. En otras palabras: significaba un valioso depósito de buen tino

166
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno

político, y como tal la utilizaron ampliamente los humanistas que profesaban


su magisterio en las universades de Italia. La obra de Platón, en cambio, nunca
fue objeto de lectura pública, por lo que sabemos, e incluso parece que levan­
taba más de una sospecha. La razón no hay que buscarla meramente en las doc­
trinas del quinto libro (comunismo, amor libre, igualdad de la mujer, aborto,
eutanasia), extrañas para la época y obviamente incompatibles con la moral
cristiana establecida. Era el enfoque teórico global lo que se juzgaba imprac­
ticable, luego inútil. Hasta los humanistas que defendían a Platón (como los
Decembrio, Bessarion y Ficino) tenían que admitir que «la sociedad celeste»
descrita en la República, por más que pudiera valer para santos y hombres sin
mácula, difícilmente ofrecía un proyecto aplicable a la sociedad humana en su
estado actual. La obra era, sencillamente, demasiado escandalosa, experimen­
tal en exceso; le faltaba aquella sentenciosa e irreflexiva insistencia en los valo­
res burgueses tradicionales que los humanistas confundían con la sabiduría.
Bruni la despachó tachándola de obra incomprensiblemente extravagante e
inservible, de la misma especie que los despreciables escritos escolásticos, con
su «inútil» interés por la ciencia natural, la metafísica y demás teorizaciones
absurdas5.
La reflexión política humanística se inclinó, como hemos visto, por el con­
servadurismo, el realismo y una posición no ideológica, al paso que ponía el
acento en la educación y la reforma del individuo. Ahora bien, que los huma­
nistas evitaran al máximo la demanda de una transformación de las institu­
ciones del poder no quiere decir que carecieran de audacia para censurar con
frecuencia los valores que imperaban en la sociedad y la cultura de su tiempo;
y, naturalmente, la condena podía comportar consecuencias importantes para
el pensamiento político.
Las raíces de esa crítica social se encuentran habitualmente en el culto al
pasado clásico, el sello que distinguió a todos los humanistas del Renacimiento.
Sin duda alguna, la mayoría de autores de la Antigüedad tardía y el Medievo,
desde los tiempos de Constantino en adelante, aceptaban determinados aspec­
tos de la cultura pagana grecolatina y habían procurado incorporarlos a la civi­
lización cristiana; no obstante, con el nacer del movimiento humanístico, unas
nuevas coordenadas modificaron la relación entre ambos mundos. La misma
definición de humanista -u n literatas que practicaba las buenas letras, para decirlo

5 J. Hankins, Plato in the ítalian Renaissonce, 2 vols, (Leiden, 1990), esp. vol. I, págs. 63-66.

167
Introducción al hum anism o renacentista

en términos más actuales—ya implicaba la restauración de los principios de la


cultura clásica. Para él, los defectos de la cristiandad moderna debían imputarse
en gran medida a la pérdida de la herencia clásica: la sabiduría, la virtud, el poder
militar y la capacidad práctica que atesoraba la Italia antigua. Pero celebrar el
pasado significaba, inevitablemente, condenar el presente. En el empeño por
recobrar el legado de los antiguos, esos intelectuales laicos, generalmente urba­
nos, estaban destinados a toparse con los guardianes de la cultura establecida y
con las tradiciones del saber monacal y escolástico que éstos representaban. Eso
no quiere decir en modo alguno que los humanistas fueran hostiles al cristia­
nismo como tal -ese cargo lo hubieran negado con la máxima vehemencia-,
pero sí estaban en contra de muchos valores de la cultura cristiana medieval.
La condena del orgullo y la vanagloria, por ejemplo, había sido parte fun­
damental de la doctrina cristiana desde su origen. Los humanistas, sin
embargo, observaron con razón que no era posible recuperar la virtud pública
de acuerdo con las costumbres clásicas sin restablecer también los premios de
la fama y la gloria, de modo que las recompensas a la virtud pasaron de la vida
venidera a la presente. La lucha interna entre la humildad cristiana y el deseo
de gloria mundana había angustiado a Petrarca en lo más hondo, como ates­
tigua su Secretum, compuesto en la década de 1340 o 1350; al entrar el Cua­
trocientos, los muchos humanistas que alentaban a príncipes, papas y
ciudadanos a obtener la gloria no mostraban ya remordimiento alguno.
Ciertas ideas tradicionales sobre el matrimonio fueron también blanco de
la crítica de los humanistas cuatrocentistas. Según San Pablo, la institución
matrimonial era una concesión a aquellos que no podían refrenar los im pul­
sos lujuriosos. Varios autores monásticos del cristianismo primitivo desarro­
llaron posteriormente una detallada jerarquía social que culminaba en la pureza
sexual y la vida contemplativa; era bien conocida, por ejemplo, la declaración
de San Jerónimo conforme a la cual el único valor real del matrimonio con­
sistía en procrear vírgenes para el servicio divino. Los humanistas, por el
contrario, se pronunciaron en favor de un sistema de valores bastante más secu­
lares. Así, en su Vita civile (1435/38), Matteo Palmieri escribía: «Tener hijos es
cosa útil: aumenta la población y da ciudadanos a la patria. Cuando han sido
cuidadosamente preparados para la vida recta, los hijos son útiles fuera y den­
tro de la ciudad, en la guerra y en la paz, para el bien com ún y el manteni­
miento de todos»6. Desde esa óptica, el matrimonio constituye la base de la

6 M atteo P alm ieri, Vita civile, ed. G . B e llo n i (F loren cia, 1 9 8 2 ), pág. 161.

168
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno

familia, y las familias son las piedras que edifican el estado; marido y mujer
forman el conjunto que garantiza el bienestar de la sociedad siguiendo un
designio natural; la función del marido es obtener y la de la mujer conservar;
los bienes resultantes aprovechan a la familia, a los amigos y al estado. A bo­
gando por la riqueza, los humanistas censuraban implícitamente la vieja tra­
dición cristiana de pobreza apostólica, la que había encontrado un altavoz
institucional con la creación de la orden franciscana en el siglo xm. Existía, por
supuesto, una costumbre igualmente antigua de interpretar la pobreza en sen­
tido espiritual, y los teólogos medievales habían elaborado toda una casuística
para deslindar el terreno de las transacciones mercantiles lícitas. Pero la acti­
tud de los humanistas fue mucho más decidida. Para muchos de ellos, enri­
quecerse era un proceder encomiable en tanto que útil al particular y a la
nación. El afán de lucro se consideraba algo natural y universal; quien perse­
guía ese objetivo se tornaba —como afirmaba Poggio—«valeroso, prudente,
industrioso, sensato, moderado, liberal y sabio en el consejo». Sin poseer una
fortuna no se podían ejercer las virtudes de la liberalidad y la magnificencia.
Los pobres suponían una amenaza para el bienestar de la comunidad; los ricos
la embellecían y le otorgaban prosperidad y poder. El dinero daba fuerza y vita­
lidad a la república, la capacitaba para defenderse de sus enemigos. En una
época de ejércitos mercenarios —pensaban—, una ciudad desprovista de ciuda­
danos acaudalados no tardaría en perder su independencia. Monjes y frailes,
por otra parte, no contribuían en lo más mínimo al bien común; «Por favor,
no menciones -escribe Poggio con disgusto—el yerm o de esos canallas ambu­
lantes e hipócritas que, fingiendo ser religiosos para obtener así su sustento
sin sudor ni fatiga alguna, predican a otros la pobreza y el menosprecio del
mundo (un tipo de negocio bien provechoso). Las ciudades se construyen con
nuestro trabajo, no por obra de esos espantajos holgazanes»7.
El elogio de la riqueza formaba parte de una más amplia revalorización de
la vida activa del ciudadano. En esto, los humanistas se enfrentaban a sus pre­
decesores medievales tanto como a la tradición filosófica dominante en la Anti­
güedad pagana. Epicúreos y estoicos, Platón y Aristóteles, todos, en suma,
habían cifrado pocas esperanzas en la posibilidad de que quienes se com ­
prometían en la vida pública de los estados de Grecia pudieran ejercer su come­

7 P ° g g '° . Opera, I, págs. 1-31 (1 3 ): De avaritia; para un a trad u cció n al in g lé s, véase


B. G . K ohl y R. G . W itt (e d s.), The Earthly Republic: Italian Humanists on Government and Society
(M anchester, 1 9 7 8 ), págs. 7 4 1 -8 9 .

169
Introducción al hum anism o renacentista

tido respetando a un tiempo los más altos principios éticos: por definición, la
vida del hombre realmente sabio debía renunciar a la política. El cristianismo
reforzó ese prejuicio al convertir la vida contemplativa del monje en la mejor
de todas las vocaciones humanas. En el siglo xv, sin embargo, algunos huma­
nistas, recurriendo a autores latinos, Cicerón en particular, pusieron en tela de
juicio la tradicional supremacía de la vida contemplativa sobre la activa. N o
cuestionaban, por supuesto, la contemplación en tanto que preparación del
alma para el otro mundo, pero sí postulaban (y no sólo los llamados «civiles»
o republicanos) la comunidad política com o fuente de valores alternativos.
Desde la perspectiva de la sociedad, la vida activa era con m ucho la más útil
-alegaba el sienés Francesco Patrizi en su tratado De regno—, pues daba mayor
proyección a la práctica de la virtud, mientras que la vida contemplativa tan
sólo redundaba en beneficio de uno mismo; la beatitud -aq u í, claramente, la
salvación cristiana— quizá era incluso más fácil de alcanzar por m edio de
la vida activa8.
M ucho más radical todavía se mostró Lorenzo Valla en su esfuerzo por
anular completamente la diferencia entre vida activa y contemplativa en favor
de una especie de igualitarismo espiritual. Otros, pese a mantener la distin­
ción, extendieron el territorio de la vida activa mucho más allá de lo que auto­
rizaban las fuentes filosóficas. Aunque Aristóteles la confinaba al ejercicio real
del poder político y el mando militar, para los humanistas comprendía tam­
bién a comerciantes adinerados, funcionarios de rango menor, burócratas, sol­
dados con ciudadanía, cortesanos, maestros y hombres de letras. La coherencia
con la teoría sufrió algún recorte (Aristóteles hubiera asignado toda ese espec­
tro social a la vida basada en el placer), pero la ganancia valía la pena, puesto
que los humanistas podían ahora predicar la virtud a una audiencia notable­
mente ampliada, y con más provecho.
Los humanistas cuatrocentistas articularon, pues, una visión laica y total­
mente nueva de la sociedad cristiana, una visión en la que los valores cristia­
nos tradicionales se fundían con los del paganismo clásico. Nunca se opusieron
frontalmente al régimen eclesiástico, cierto, y siempre rehuyeron toda cues­
tión que plantease las relaciones entre el poder civil y el religioso, pero aun
así muchas de sus afirmaciones tuvieron el efecto de menoscabar las am bi­
ciones políticas de la iglesia tardomedieval. Ocultos a menudo tras los perso­
najes ficticios de sus diálogos, pusieron en tela de juicio las bases ideológicas

Patrizi, De regno, pág. cclv ii ( V I .5).

170
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

del sistema clerical, es decir, la jerarquía, el monacato y el principio de la


subordinación de los fines políticos a los religiosos. Sus reparos al cristianismo
de la época se vestían a veces con las ropas de la reforma, vale decir un intento
por volver a la supuesta pureza cristiana del mundo antiguo; en otras ocasio­
nes, se diría que no importaba tanto la conservación de la ortodoxia religiosa
com o la recuperación de los honores de la civilización clásica. En cualquier
caso, resulta evidente que, por lo menos en ciertas materias, los laicos empe­
zaban a oponer una seria resistencia intelectual a la tutela de sus superiores.
La aparición de esa nueva perspectiva de la sociedad cristiana trajo otra
consecuencia significativa para la historia del pensamiento político. La crítica
cultural de los humanistas dejaba a su público con la opción de escoger entre
la edad de oro de la Italia del pasado -poderosa, unida y culta en extremo—y
un m undo contemporáneo débil, corrupto y dividido. De m odo parecido,
cuando se jactaban de sus propios logros o adulaban a un magnate, solían
ensalzar el triunfo de los valores clásicos sobre la rudeza «medieval» o
«gótica». En ambos casos, la mera existencia de una alternativa minaba el bas­
tión de cualquier sociedad tradicionalista: la incapacidad para reconocer el
valor y la viabilidad de otras formas de proceder. Con su «guerra cultural», los
humanistas convirtieron esa incapacidad en una posibilidad, en una realidad
incluso. Su profundo conocimiento de otra civilización y la costumbre de com­
pararla con la de sus días, así como su realismo y la práctica habitual de dis­
cutir el pro y el contra de cualquier situación, terminaron por desembocar en
una suerte de relativismo cultural. Esa actitud resulta quizá más evidente en la
obra de un humanista tardío como M ichel de Montaigne, pero los primeros
síntomas se perciben ya en Petrarca. Por supuesto, una de las primeras leccio­
nes de tal relativismo enseña que lo que acostumbramos a considerar heren­
cia natural en realidad puede que sea un producto de la cultura. Y de ahí al
corolario: lo que pertenece a la civilización, no a la naturaleza, ya lo puede
transformar la mano del hombre. Aplicada a la esfera de la alta cultura, la
voluntad de rechazar la tradición para adherirse al cambio puede llevar a un
Renacimiento; proyectada en la esfera política, puede conducir a una Utopía.

La Italia medieval dio cabida a dos grandes corrientes de pensamiento sobre


la configuración política de la sociedad: la que propugnaba la monarquía como
óptima forma de gobierno y la que veía en el poder popular la mejor salva­
guarda contra los tiranos. Ya desde el siglo xn, ambas tradiciones hundían sus
raíces conscientemente en las autoridades de la Roma clásica, y ambas se man­
tuvieron y se desarrollaron en época renacentista. En cuanto a la monárquica,

171
Introducción al hum anism o renacentista

la innovación más importante fue la tendencia, manifiesta entre algunos huma­


nistas al servicio de regímenes señoriales, a salvar la distancia que mediaba
entre monarquía y tiranía. El renacer de los estudios griegos en el siglo xv pro­
porcionó nuevos resortes ideológicos favorables a esa identificación. Así, la tra­
ducción de antiguas obras griegas sobre la tiranía (verbigracia, A Nicocles, de
Isócrates, el Hiero de Jenofonte y las Cartas del Pseudo-Falaris, todas ellas inmen­
samente populares) no hizo más que alimentar el realismo moral típico del
humanismo. Si bien el jurista trecentista Bartolo de Sassoferrato ya había fija­
do los dos criterios que definían a un tirano —la usurpación y la injusticia
activa—, los humanistas disponían de sistemas más prácticos para evaluar a un
gobernante. Algunos, como Pier Candido Decembrio, aseguraban que, si todo
poder era en su origen ilegítimo, lo que importaba era la virtud del ejercicio.
En alguna ocasión, así en el prefacio de Francesco Griffolini a su versión de las
Cartas del Pseudo-Falaris, llegaron a declarar que los tiranos apenas se distin­
guían de los otros miembros de la sociedad, pues cometían, como cualquiera,
actos de justicia y de injusticia, y que deberían sopesarse las virtudes y defec­
tos del hombre en vez de encasillarlo a priori en las categorías artificiales de
«buen» o «mal» príncipe, rey o tirano.
Previsiblemente, las reflexiones humanísticas sobre el régimen comunal
han merecido bastante más atención en la historiografía moderna del pensa­
miento político que los escritos sobre la monarquía y la tiranía. Con todo, la
habitual expresión «republicanismo renacentista» encierra un cierto equívoco,
puesto que la tradición republicana en Italia comenzó en el siglo xn y se pro­
longó hasta el final del xvm: a mediados del primero surgen las manifestacio­
nes más tempranas de esa ideología y ya no cesan hasta 1798, con la caída de
la República de Venecia ante las tropas de Napoleón. Los dos momentos cru­
ciales de esa trayectoria llegaron con la recuperación de la Política de Aristóte­
les a últimos del siglo x iii y con la obra de Maquiavelo en los albores del xvi.
Comparada con esas dos influencias mayores, la contribución de los hum a­
nistas anteriores a Maquiavelo es bastante modesta: ni alteró esencialmente los
términos del debate medieval sobre el gobierno por parte de la comunidad,
ni aportó por otros caminos nada lo bastante original como para que resulte
rentable hablar de una tradición específicamente renacentista en ese campo9.
No obstante, el republicanismo humanístico no carece de rasgos de inte­
rés. A diferencia de los humanistas que habían abrazado un republicanismo

9 J. M . Blythe, Ideal Government and the Mixed Constitution in the Middie Ages (Princeton, 1992).

172
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno

popular en el tramo final del siglo xm, los que reanimaron la tradición com u­
nal en Venecia y Florencia a fines del Trescientos la interpretaron ya, bajo el
peso de la realidad política, en términos de oligarquía. Esos últimos fueron
también quienes se adaptaron a las circunstancias del momento y aprendie­
ron a celebrar las glorias que da el dominio. Por aquellos años, Roma, Vene­
cia, Florencia y Milán empezaban a configurarse como estados territoriales
mediante la anexión de ciudades vecinas; los humanistas, bien presente la
ideología imperialista de la Roma republicana, pronto ensalzaron esas con ­
quistas com o una defensa de la libertad contra la tiranía. Por otra parte, al
poseer un conocimiento de la historia clásica y la filosofía moral m ucho más
exhaustivo y refinado que el de rétores y escolásticos, portavoces del repu­
blicanismo medieval, esa misma generación ya estaba en condiciones de enri­
quecer el concepto de vida comunitaria propugnando el valor y la dignidad
de la vida activa —el vivere civile- contra sus detractores. Finalmente, ya iniciado
el Cuatrocientos, Leonardo Bruni y otros humanistas florentinos desarrolla­
ron, con la guía de historiadores clásicos como Salustio y Tácito, una lectura
histórica de corte republicano que vinculaba el florecimiento de las artes y
las letras a épocas de libertad política y asociaba la decadencia cultural con la
monarquía.
Los escritos de Leonardo Bruni ilustran a la perfección cóm o el bagaje
popular de la comuna medieval se reinterpretó subrepticiamente en favor de
la ideología oligárquica, si bien se debe advertir que, al igual que el régimen
cuyo interés representaban, tales textos suelen esconder sus intenciones bajo
-la capa de la retórica populista. El lenguaje político florentino se había forjado
en los años del llamado popolo secondo, es decir, el segundo periodo de gobierno
popular de la Florencia medieval; fue entonces, en las décadas de 1280 y 1290,
cuando se promulgaron las Ordenanzas de Justicia, de sesgo antiaristocrático,
y se crearon las principales instituciones republicanas que rigieron la ciudad
de iure hasta 1494. Ahora bien, a partir de 1300, el carácter popular del sistema
se había degradado progresivamente en la medida en que un grupo de fami­
lias con dinero, influencia y abolengo fue tomando el poder a la sombra, aun­
que sin dejar de mantener las formas y el lenguaje de la comuna original. De
ahí que los textos de Bruni, por más que a menudo aparenten festejar la tra­
dición florentina de libertad y participación popular en el gobierno, se pue­
dan considerar objetivamente (como soban decir los marxistas) como una sutil
reconversión de esas costumbres a la causa oligárquica. A primera vista, se diría
que Leonardo aboga por una clase política de amplio espectro, pero una lec­
tura más atenta, una que repare en las convenciones retóricas, no puede dejar

173
Introducción al hum anism o renacentista

de descubrir que el autor en el fondo prefiere el gobierno de una reducida (si


bien virtuosa) oligarquía10.
No de modo distinto, la postura de Bruni con respecto al imperio floren­
tino se puede entender como un fiel reflejo de la óptica oligárquica. La cre­
ciente expansión de Florencia por tierras toscanas entre 13 82 y 1440
respondía, según afirmaban sus dirigentes, a las medidas de seguridad que
debían tomarse en el contexto de la guerra continua contra el «tirano» de
Milán, aunque a la hora de la verdad lo que hacía era fortalecer en más de un
sentido el poder de la oligarquía: le confería el prestigio de la conquista, crea­
ba incontables oportunidades para el dirigism o en las villas sojuzgadas, ali­
viaba la presión fiscal de los mismos florentinos y abría nuevos mercados para
sus productos. Bruni, lejos de sentir vergüenza alguna por el hecho de que una
república libre hubiera puesto fin a la independencia de otras ciudades, cele­
bró esos triunfos con positivo entusiasmo. Se convirtió así en un Rudyard
Kipling del imperio florentino. Ya en su Laudatio Florentinae urbis le faltó poco para
caer de lleno en el exceso patriótico y formular la superioridad natural de los
florentinos sobre los otros pueblos. La misma tónica se mantuvo en los Histo-
riarum Florentini populi Iibri XII («Historia del pueblo florentino en doce libros»,
1416-44), compuestos con el propósito de conmemorar la expansión de Flo­
rencia. El punto de vista de Bruni, afin al de la oligarquía, presentaba el domi­
nio imperial como un instrumento de libertad, una salvaguarda que protegía
de la agresión milanesa a Florencia y a las ciudades bajo su dominio (aunque
éstas, desde luego, no siempre compartían la misma opinión). Y no sólo eso:
el expansionismo debía entenderse como un fin apetecible por sí mismo, ya
que la conquista militar (como se razona en el discurso atribuido a Pino della
Tosa al final del libro VI) fomenta el espíritu cívico y la devoción al bien
común. Sin embargo, tras la fallida campaña contra la República de Lúea en
los años treinta, cuando la aventura imperial se tornó amarga, Bruni echó las
culpas a la temeridad popular que había empujado a los «hombres sabios y
prudentes» (es decir, los oligarcas) a emprender una acción que su buen ju i­
cio desaconsejaba1'. Ese veredicto tampoco se distinguió por su sinceridad en
el reparto de responsabilidades.*1
3

10 J. H a n k in s, « T h e 'B arón T h e sis’ after forty years, and so m e recent studies o f


Leo n ard o B r u n i» , Journal of the History oí Ideas, 56 ( 1 9 9 5 ), p ágs. 3 0 9 -3 8 .
13 Leo nardo B r u n i, Difesa contro i reprehensori del popolo di Firenze nelía impresa di Lucca,
e d . P. G u erra (L u cca , 1 8 64 ).

174
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno

Ahora bien, que Bruñí no fuera un partidario del gobierno popular sino
un leal servidor de la oligarquía Albizzi y del partido M edid, y que sus obras
respondieran en gran medida a la ideología consiguiente, no significa en abso­
luto que creyera en su fuero interno que la libertad de Florencia y las institu­
ciones comunales no eran más que una farsa. Aunque capaz de defender el
principio de la monarquía papal en las bulas que redactaba para el Sumo Pon­
tífice, o de escribir cartas cantando las excelencias del gobierno de un mag­
nate todopoderoso, es muy probable que considerara el estilo de vida
florentino bastante más liberal que el de los regímenes señoriales coetáneos.
Personalmente, prefería vivir en el seno de una república, y la razón principal,
de eso tampoco no cabe la menor duda, era su convicción de que las artes y
las letras encontraban campo abonado bajo ese tipo de gobierno. Tal creencia
contradecía toda la tradición del humanismo trescentista. Petrarca y otros
humanistas de su tiempo habían tendido a identificar el estudio de las letras
con la vida contemplativa y ésta, a su vez, les parecía perfectamente compati­
ble con un sistema autocrático. Para Bruni, en cambio, la vida intelectual y la
creación artística eran manifestaciones de la vida activa puestas al servicio de
la ciudad; las artes de la cultura, por tanto, alcanzaban su máximo esplendor
de m odo natural en un contexto, com o el de la república, que valoraba al
máximo la actividad del ciudadano. En su historia de Florencia, Bruni llegó a
trazar, finalmente, toda una teoría de la evolución histórica en la que asignaba
los momentos cumbre de la civilización humana a las épocas de mayor liber­
tad: la Atenas de Pericles, la última etapa de la Roma republicana y la moderna
República de Florencia.

Después del golpe de estado mediceo de 1434, el pretendido régimen comu­


nal de la ciudad pasó a ser, más que nunca, una ficción de difícil manteni­
miento. Si bien algunos humanistas, como Platina, aseguraban todavía que
Florencia era una república libre bajo el liderazgo de los M edid, poco a poco
se fueron remodelando o incluso repudiando las formas tradicionales del repu­
blicanismo, especialmente en la última parte del periodo laurenciano. Se ha
dicho en alguna ocasión que el renacer del platonismo en el círculo de Mar-
silio Ficino, ya en la Florencia del último Cuatrocientos, alentó dicha tenden­
cia, y algunos estudiosos han llegado al extremo de sugerir que el revival en
cuestión fue una estrategia de mecenazgo nada ingenua, que los Medici lo
esgrimieron como una arma ideológica para justificar la nueva situación polí­
tica y apaciguar a los ciudadanos. Quienes lo creen así suelen afirmar que el
platonismo, de manera más clara que el aristotelismo, prefería el gobierno de

175
Introducción al hum anism o renacentista

un rey ñlósofo al sistema democrático y que impulsaba un retorno a la vida


contemplativa, socavando con ello los cimientos del vivere civile republicano. El
argumento no es completamente erróneo. Resulta innegable que el neoplato­
nismo, en particular el nuevo énfasis en las Leyes de Platón, proporcionó una
base intelectual que contribuyó, en manos de algunos partidarios de los
Medici, al rechazo de la tradición republicana de Florencia. Con todo, la tesis
carece de solidez por varias razones.
Primero, porque los orígenes del renacimiento platónico en Florencia
remontan a Leonardo Bruni y no a Marsilio Ficino, y eso sin contar que, incluso
durante el supuesto apogeo del «humanismo civil» en las primeras décadas del
siglo xv, muchos humanistas, como Ambrogio Traversari, Poggio, Niccoló Nic-
coli y Giannozzo Manetti, nunca se sumaron a Bruni en su afán por desplazar
los estudios filosóficos y literarios a la esfera de la vida activa y establecerla en
términos de igualdad con la contemplativa. En segundo lugar, porque Platón
no fue ni mucho menos el único ñlósofo cuyo nombre se invocó en favor del
primer gobierno mediceo: Juan Argirópulo se sirvió de la Política de Aristóteles
con la misma intención; Aurelio Brandolini descubrió en el De regno de Tomás
de Aquino un rico depósito de argumentos monárquicos; y Bartolomeo Scala,
entre otros, adujo la autoridad de los estoicos y de San Agustín. Por lo demás,
no existen pruebas fehacientes de que ninguno de los primeros Medici esco­
giera el platonismo en detrimento de las otras escuelas filosóficas, y nada impe­
día, tampoco, que humanistas florentinos como Bruni utilizaran las obras de
Platón (y de hecho así fue) en pro del gobierno comunal y la vida activa. Jorge
de Trebisonda se basó en las Leyes para ensalzar la constitución mixta aunque
aristocrática de los venecianos, y Francesco Patrizi recurrió en el De regno a la
autoridad de Sócrates y Platón para postular la supremacía de la vida activa. Un
buen número de autores (incluyendo a Ficino) trajeron a colación el símil pla­
tónico de la caverna (contenido en el libro VII de la República) al declarar que los
filósofos tenían el deber de participar en la vida política. Y eso no es todo: el
pasaje pseudoplatónico según el cual «no nacemos sólo para nosotros mismos,
sino también para nuestra familia, nuestros amigos y nuestro país» (Carta IX,
3 5 8A) se convirtió en un auténtico lugar común de la defensa humanística de
la vida activa. Por todo ello es incorrecto afirmar que la recuperación del pla­
tonismo en la Florencia medicea fue responsable en algún sentido del paso de
una ideología comunal a una monárquica. Se dirá, mejor, que el principado
de los Medici creó las condiciones para que una cierta lectura del pensamiento
político de Platón cuajara en forma verbal, bien entendido que ésa no era ni
mucho menos la única interpretación existente en el siglo xv.

176
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno

En cualquier caso, el repudio mediceo de la tradición republicana dio ori­


gen a un análisis sobre la constitución política que quizá sea el más penetrante
de toda la producción humanística anterior a Maquiavelo. Se trata del De com-
paratione reipublicae et regni (c. 1490), una obra de escasa divulgación -se conserva
tan sólo en dos manuscritos- y prácticamente desconocida entre los historia­
dores actuales12. Su autor, el florentino Aurelio Brandolini, la escribió m ien­
tras se hallaba exiliado en la corte real húngara de Matías Corvino y la dedicó
a Lorenzo de’ Medici. Formalmente, el De comparatione es un diálogo socrático
(el único, que yo sepa, en representar auténticamente ese género en el Rena­
cimiento) modelado según las tempranas obras de Platón; su contenido con­
siste en un ataque demoledor, puesto en boca del mismo Corvino, a los
presupuestos ideológicos del republicanismo florentino. El otro interlocutor,
un mercader de Florencia que responde al nombre de Dominicus Junius, hace
cuanto puede por argüir que las repúblicas son más libres, que en ellas hay
más justicia e igualdad, que la vida cultural brilla con más esplendor y que el
gobierno, en fin, es mejor y el régimen más estable y menos proclive a la
corrupción. Corvino hace pedazos uno tras otro todos estos argumentos. Más
en concreto, resulta interesante observar que la discusión sobre la libertad
enfoca el concepto en negativo: no la libertad positiva de regirse a uno mismo,
sino la capacidad de hacer lo que uno quiere. El hecho de que el autogobierno
puede ser valioso per se, en tanto que requisito indispensable para la dignidad
o la felicidad del individuo, parece una noción fuera del alcance de los dos
contrincantes13. También es digno de atención el tono del debate, realista
cuando no cínico. He aquí algunos puntos señalados por Corvino: la corrup­
ción del sistema electoral; el modo en que los ricos controlan a los miembros
del gobierno gracias a las deudas y al tráfico de influencias; los límites que la
realidad impone a la libertad de expresión; la tendencia del sistema judicial a
servir el interés del poderoso; cóm o la inexistencia de igualdad económica
convierte cualquier otro tipo de equiparación en un engaño; cómo las mane­
ras imperialistas que configuran el trato con las ciudades sometidas a Floren­
cia son fuente de arrogancia y fraude público; cómo los intereses económicos
pervierten la política exterior florentina; y, para terminar, la imposibilidad de

12 La h e co n su ltad o en el m s. Plut. 7 7 , 11 de la Biblioteca M ed ice o -L au re n zian a de


Florencia.
13 Para ese rasgo del rep u b lican ism o renacentista, Q . Skinner, « T h e rep ub lican ideal o f
p olitica l lib e r ty » , en G . B o c k , Q . Skinner y M . V iro li (e d s.), Machiavdli and Republicanism
( C a m b r id g e , 1 9 9 0 ), págs. 2 9 3 -3 0 9 .

177
Introducción al hum anism o renacentista

que nadie persiga el bien común dadas las características psicológicas innatas
del ser humano. Mejor que cualquier otro texto de la época, el diálogo de Bran-
dolini da cuenta del hundimiento del republicanismo florentino tradicional
en tiempos de la generación anterior a Savonarola y Maquiavelo.

El crepúsculo del Cuatrocientos asistió al inicio de una revolución en el arte


de la guerra, así como al nacimiento del estado moderno: dos procesos que
desencadenaron una crisis que habría de afectar por largo tiempo a la socie­
dad, los sistemas de gobierno y el pensamiento político europeos. En el orden
geopolítico, la situación no se presentaba nada halagüeña. Los turcos del impe­
rio otomano, superado el largo litigio sucesorio posterior a la muerte de Moha-
met II en 1481, habían renovado su ofensiva en la Europa oriental y por todo
el Mediterráneo; en el occidente, las disensiones políticas y la falta de credi­
bilidad del liderazgo religioso, sumadas a la amenaza turca, hacían temer a
muchos observadores que la cristiandad podía estar tocando realmente a su
fin. La crisis repercutió con especial crudeza en el norte y el centro de Italia,
un área que perdió su privilegiada posición en la economía europea poco des­
pués de 1500 y que cayó bajo el dominio de una potencia extranjera (algo que
no sucedía desde mediados del siglo xm). Unas décadas desastrosas en torno
al cambio de siglo bastaron para destruir la seguridad de muchos italianos,
especialmente en Florencia, y para poner en duda la validez de sus tradiciones
culturales. La reforma política en términos humanísticos, vale decir la ingenua
pretensión de llevarla a cabo elevando la virtud moral de la clase dirigente, se
contemplaba ahora con escepticismo. En 1494 la educación humanística ya
contaba con más de un siglo de vida, pero ¿dónde estaban los grandes líderes
de Italia, los patrióticos soldados y los sabios estadistas cuando Carlos VIII atra­
vesó la Península triunfalmente en unos pocos meses y apenas sin oposición?
En el reino del pensamiento político la reflexión crítica caló m ucho más
hondo todavía con la llegada de una generación de intelectuales que habría de
cuestionar drásticamente los presupuestos de toda la tradición política occi­
dental, de Platón en adelante. La figura de más relieve, así como el pensador
más radical, fue Niccoló Machiavelli.
Actualmente ya no cabe la menor duda de que Maquiavelo fue un huma­
nista en el sentido estrictamente profesional del término14. N o obstante, su

14 R. Black, «M a ch ia v elli, servant o f the Florentine re p u b lic » , en B o ck , Skinner y V iro li


(ed s.), Machiavelli and Republicanism, págs. 7 3 -7 8 .

178
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

relación con el pensamiento humanístico precedente es asunto más discutible.


Es cierto, por una parte, que heredó aquella flexibilidad en materia de lealtad
política tan característica del humanismo en términos generales: lo que que­
ría era poder y poco le preocupaba si lo disfrutaba a las órdenes de un gran
señor o de un gobierno comunal. Como los humanistas, también, opinaba que
fomentar la virtud de la clase gobernante era el medio más eficaz para lograr
la reforma, y siempre le interesó más transformar la mentalidad política que
las instituciones. Creía así mismo que el estudio de la Antigüedad clásica ofre­
cía ejemplos aleccionadores para el mundo moderno y que el éxito del im pe­
rio romano —el mayor en los anales de la humanidad—le hacía acreedor al
puesto de modelo por excelencia. Tampoco le faltó realismo en su visión de
la política, y evitó, por ende, las explicaciones históricas teleológicas, de la
misma manera que censuró abiertamente el cristianismo de su tiempo.
Pero las semejanzas acaban aquí. Aunque Maquiavelo escribió tratados
tanto para obtener el favor de los M edid como para conseguir el de sus opo­
nentes republicanos, en el segundo caso se mostró mucho más próximo a la
causa popular que sus predecesores humanistas. N o le faltaban razones: el
gobierno al que sirvió antes de 1S 12, así como el que pretendía ganarse a fina­
les de la década de 1520, buscaban una amplia participación de la ciudadanía
(y, ciertamente, el que dirigió los destinos de Florencia entre 1494 y 1512
recibió el mayor respaldo social registrado desde la revuelta de los ciompi en
1378)1s. Se diga lo que se diga sobre su compromiso personal con el repu­
blicanismo, no se puede negar que Maquiavelo fue el primer humanista que
defendió en sus obras, públicamente, el régimen popular.
En segundo lugar, se debe considerar que sus críticas al cristianismo fue­
ron mucho más extremas que las lanzadas hasta la fecha1
16. Conscientes de la
5
fricción existente entre los valores paganos y los cristianos, los humanistas
anteriores (Valla, por ejemplo) quisieron remodelar el cristianismo a la luz de
ciertos principios paganos, o minimizar (es el caso de Ficino) las diferencias
entre ambas teologías; o bien intentaron trazar (como Bruni) una línea divi­
soria entre el credo político y el religioso asignándoles distintos campos de

15 N . R u b in ste in , «M a ch ia v elli and Florentine rep ub lican e x p e rie n c e » , en B o ck , Skinner


y V iro li (e d s.), Machiavelli and Republicanism, págs. 3 - 1 6 .
16 A u n q u e q u izá haya q u e m atizar si se tienen en cuenta las con versacion es privadas
entre hum anistas. Véase el De compamtione de B ra n d o lin i, fo l. 1 2r, d o n d e C o r v in o observa: « y
n o faltan q u ie n es acusan a la religió n cristiana d ic ie n d o q u e, p o r su cu lp a , nos hem os vu elto
tem erosos e in n o b le s» (una o p in ió n inaceptable para el personaje q u e la fo rm u la ).

179
Introducción al hum anism o renacentista

acción. Maquiavelo, en cambio, no pretende disfrazar en lo más m ínim o la


incompatibilidad entre la moral cristiana y la que se requiere para edificar un
régimen político que persiga el triunfo siguiendo los pasos de la Roma repu­
blicana. Subordina, pues, directamente el mundo de la fe a los intereses de la
sociedad civil. Su visión de la religión como un agente instrumental, a todas
luces irreconciliable con las convicciones de un hombre creyente, supone una
ruptura sin precedentes en el pensamiento político occidental.
N o menos revolucionaria fue su actitud en el trato con las autoridades clá­
sicas. La tradición humanística había fomentado un tipo de imitación externa,
gestual, una que reprodujera el discurso, los actos, los objetos y las virtudes
de la Antigüedad. Maquiavelo se pronunció en contra de esa mimesis, super­
ficial a su modo de ver. Lo que quería aprender del pasado, en concreto del
romano, era la fórmula secreta del éxito y el poder. Para ello, se imponía dejar
atrás las respetuosas y manidas declaraciones de los moralistas clásicos o
modernos, había que superar la cándida creencia de que los antiguos estaban
hechos de un material más noble que el hombre del presente. Los hechos his­
tóricos (y los actuales) debían estudiarse con vistas a desvelar no las convic­
ciones éticas, sino la conducta real de los protagonistas y las razones del triunfo
o el fracaso. De ese modo, pensaba, se podrían deducir pautas de comporta­
miento que limitasen el azar e incrementasen el porcentaje de éxito. Aplicando
tales directrices no se adquirirían las cuatro virtudes cardinales de la moral
establecida, pero sí la virtú en la acepción de Maquiavelo: fuerza, coraje, capa­
cidad, poder.
En II principe [1513], especialmente, pero también en los Discorsi sopra la prima
deca di Tito Livio («Discursos sobre la primera década de Tito Livio», 1513/19),
Maquiavelo insistió en el principio de que los parámetros que determinan una
actuación política que alcanza sus objetivos no guardan relación con las nor­
mas que inculca la moral tradicional. Es aquí, pues, donde recusa un bloque
de premisas del pensamiento político europeo que hasta el momento ningún
humanista había discutido y menos aún impugnado. Desde los tiempos de Pla­
tón, el vínculo inquebrantable que unía naturaleza, felicidad y virtud se con­
sideraba una verdad fuera de toda duda. La naturaleza -aceptaba cualquier
filósofo- desea que el ser humano sea feliz y ha sido concebida de tal modo
que concede felicidad a todo aquel que no se aparta de sus preceptos. Ese
código de conducta, es decir, las leyes naturales de la humanidad, se identifi­
caba con las virtudes y se podía descubrir por medio de la razón; ponerlo en
práctica conducía a la felicidad. U n sistema análogo gobernaba la vida polí­
tica: dado que los estados se consideraban instituciones naturales, para que

180
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

éstos obtuvieran la felicidad, sus rectores debían actuar virtuosamente; el arte


de la política no tenía otro objeto que nutrir la moral y velar por la rectitud de
los dirigentes de la comunidad. Tampoco San Agustín, pese a trasladar el pre­
mio al otro mundo, dejó de añrmar ese hondo enlace entre creación (tanto
eterna como temporal), bondad y beatitud: la naturaleza tal como la conoce­
mos en esta vida, sujeta al tiempo y al cambio, podría parecer defectuosa,
puesto que la virtud no conlleva la felicidad, pero esa recompensa se dará final­
mente, con la ayuda de la gracia, cuando el alma escape de la dimensión tem­
poral y llegue a la eterna.
Maquiavelo se resistió a aceptar, precisamente, que esos tres anillos (natu­
raleza, felicidad y virtud) formaran una cadena indisoluble. El célebre capítulo
1S de 11principe formula sus motivos con franqueza:

Porque hay tanta distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel
que deja lo que se hace en beneficio de lo que se debería hacer aprende a for­
jarse la ruina más que la propia conservación. Porque el hombre que haga voto
de virtud en todas las cosas por fuerza encontrará la ruina entre tantos que no
son buenos. De ahí que un príncipe, si quiere perdurar, deba aprender la capa­
cidad de no ser bueno, y aplicarla o no según la necesidad17.

El argumento —sin duda una amarga lección de época producto de la cala­


mita d’Italia- viene a recordar que la supervivencia es condición previa a cual­
quier otro bien y que no puede haber felicidad en un estado de esclavitud;
dado que sobrevivir a veces implica actuar en discrepancia con la moral tradi­
cional, hay que estar dispuesto a abandonarla si se quieren mantener las con­
diciones mínimas para la felicidad, o sea, la libertad política. Así diciendo,
Maquiavelo niega terminantemente la convicción central del De officiis de Cice­
rón y del pensamiento moral humanístico al completo, según la cual no puede
existir contradicción entre la moral y el provecho, entre el honestum y el utile.
Isaiah Berlín ha sugerido que Maquiavelo en realidad se limitaba a recu­
perar una moral «pagana» para oponerse al cristianismo de su tiempo, y que
la originalidad de su pensamiento debe buscarse en su percepción de la im po­
sibilidad de medir ambos sistemas éticos con la misma regla18. Pero esa opi­

17 N ic c o ló M ach ia ve lli, II Principe e Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, ed. S. Bertelli
(M ilá n , 1 9 6 0 ), pág. 65 [ * ] .
18 I. B erlin , « T h e o rig in a lity o f M a c h ia v e lli» , en M . G ilm o re (e d .), Studies on Machiavelli
(F loren cia, 1 9 7 2 ), p ágs. 1 4 7 -2 0 6 .

181
Introducción al hum anism o renacentista

nión difícilmente se sostiene. Ningún moralista clásico (con la única excep­


ción, quizá, de Gorgias y Trasímaco) perdonaría el tipo de conducta propuesta
por N iccoló en sus dos famosos tratados políticos. En el mundo antiguo los
hombres sin escrúpulos prosperaban tanto como en el moderno, qué duda
cabe, pero nunca hubo un código moral pagano que justificara el mal en inte­
rés del poder político. También se equivocan Benedetto Croce y sus numero­
sos seguidores al declarar que Maquiavelo divorciaba la política de la moral.
Lo que hizo, de hecho, fue reconocer la heterogeneidad de medios y fines en
relación al juicio moral: no todo buen fin se consigue a través de un «buen
medio» y no todos los «buenos medios» llevan a un buen fin. Al dar ese paso,
Maquiavelo relega la ética eudemónica y teleológica del viejo pensamiento
occidental para abrazar los dilemas de la ética moderna, el habitual conflicto
entre ser bueno y actuar conforme al bien. Una ética de la consecuencia, por
decirlo así, en la que se debe permitir que la bondad de los fines gane la par­
tida a la de los medios, y también una ética «deontológica», en la que un acto
será bueno en la medida en que se halle libre de los intereses (en sentido kan­
tiano) de quien lo ejecuta: ése es el nuevo mundo moral que Maquiavelo
empezó a explorar en la segunda década del siglo xvi.
Con cierta frecuencia, a Maquiavelo se le llama el padre de la ciencia polí­
tica, y ciertamente se merece el título, como se verá a continuación. Para N ic­
coló, la actividad política estaba sujeta a un cálculo moral distinto, uno en el
que el agente debe responder de las consecuencias de sus actos sean «buenos»
o no: el príncipe que tolera el desorden porque le repugna actuar con cruel­
dad es responsable de los males resultantes de su «buena» acción. Esa ética
dominada por la consecuencia presupone, sin embargo, que el sujeto está capa­
citado para prever con exactitud todas las implicaciones de su conducta en unas
circunstancias dadas. Como señaló G. E. Moore, sin una certeza razonable de
los resultados, no se puede inferir principio moral alguno: a menos que sepa­
mos que la crueldad pondrá fm al desorden, no podemos justificarla; por tanto,
postular la validez de una ética de ese género equivale a afirmar que poseemos
un conocimiento científico del comportamiento humano (entendiendo «cien­
tífico» en el sentido de capaz de predecir la conducta de acuerdo con las leyes
de la naturaleza humana que se conocen). Pero ese tipo de pretensión cogni-
tiva era algo que Maquiavelo no se cansó de repetir en I¡ principe y los Discorsi
(de ahí que Guicciardini le criticase por expresarse en términos «demasiado
absolutos»), aseverando una y otra vez que a tal actuación de un gobernante
corresponderían necesariamente tales consecuencias. Para ello, asumía (1) que
la naturaleza humana no varía con el tiempo ni el espacio, (2) que los seres

182
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno

humanos casi siempre actúan por motivos egoístas y (3) que sus actos son
racionales. El observador experto que proyecte esos tres principios a una situa­
ción particular, omitiendo rigurosamente el juicio de lo que está bien y lo que
está mal, podrá determinar con antelación el comportamiento de un político y
tomar las decisiones oportunas para evitar un fm no deseado. En suma, la estruc­
tura de la ética de la consecuencia (y de la ciencia política de Maquiavelo) exige
al observador que levante una férrea barrera entre el elemento factual y la valo­
ración, entre lo descriptivo y lo preceptivo. Tal distinción constituye, una vez
más, uno de los rasgos definitorios del razonamiento moral y científico
moderno, en oposición a la teleología imperante en la etapa precedente, cuando
un valor podía establecerse con relación a un hecho y viceversa19.
Nunca se ha puesto en duda que Tomás Moro debe ocupar un puesto en
las filas del humanismo renacentista: su condición profesional, el perfil de su
saber y la dimensión de las cuestiones que se planteó lo indican con claridad.
Aun así, su vinculación con el pensamiento político humanístico es todavía más
compleja y espinosa que la de Maquiavelo. Por un lado, Moro comulga con esa
tradición al afirmar que la justicia debe guiar a la comunidad por encima de
todo, del mismo modo que sostiene el papel central de la virtud, el valor posi­
tivo de la vida activa y la importancia de la educación; por el otro, su posición
ante el pragmatismo moral típico del humanismo italiano resulta, cuando
menos, ambivalente. La visión social del pensador inglés no corresponde en
absoluto a la de un conservador, desde luego, y así lo atestiguan sus alegatos
contra nobles y terratenientes y la glorificación del trabajador humilde, ambas
sin paralelo entre sus predecesores. Tampoco cabe dudar de su compromiso con
ciertos principios políticos: en su protesta contra las maniobras de Enrique VIII,
el monarca que ansiaba extender el poder real a la política eclesiástica, Moro
sacrificó la propia vida. Además, siempre observó mucho más respeto por la
moral cristiana y la ortodoxia religiosa que la mayoría de los humanistas italia­
nos (de suerte que nunca admitió, por citar un aspecto, que buscar la fortuna
y la gloria militar a título personal redundara en provecho de la comunidad).
De su obra más conocida, la Utopía [1S 16], se ha dicho que ofrece, «con dis­
tancia, la crítica más radical del humanismo escrita por un humanista»20.

19 Vid. A. Maclntyre, After Virtue (Notre Dam e IN, 1984*).


20 Q . Skinner, The Fomidolions of Modera Politicol Thought, 2 vols. (C a m b rid g e , 19 78 ), I, pág.
25 6. Para el tratam iento de M o ro , m e baso en esta obra y en Skinner. « Sir T h o m as M o r e s
Utopia and the langu age o f R enaissance h u m a n is m » , en A . Pagden ( e d .), The Languages of Political

183
Introducción al hum anism o renacentista

La Utopía empieza formulando un dilema que constituye a la vez una con­


tundente réplica al pensamiento humanístico establecido. Para éste, o al menos
para la tradición dominante en el siglo xv, la verdadera filosofía era una forma
de la prudencia, una sabiduría práctica que debían estudiar los líderes políti­
cos (o sus consejeros) con vistas al fomento de la virtud. En apoyo de esa idea
(que en un contexto italiano no solía significar más que una velada petición
de empleo), los humanistas citaron hasta la saciedad el famoso dictum plató­
nico del quinto libro de la República (473C-E): los estados no lograrán la felici­
dad hasta que los gobiernen los filósofos o hasta que los gobernantes devengan
filósofos. Por el contrario, a Moro y a los humanistas ingleses de su genera­
ción, la sentencia del maestro griego les parecía un contrasentido. A su modo
de ver, un filósofo en una corte era como una vaca en un salón: sólo podía
provocar la carcajada seguida de una expulsión veloz. El filósofo de veras se
distinguía (como Platón había afirmado) por hablar con franqueza y sin miedo
en presencia del tirano, por decir la verdad y rechazar los obsequios del pode­
roso. N o obstante, la realidad de la vida cortesana alentaba la mentira, la adu­
lación y el engaño, suponía aceptar prebendas y honores, signos del rango
adquirido, y a menudo obligaba a decir no lo más aconsejable, sino lo que el
príncipe deseaba oír. La culpa había que atribuirla al sistema y a la educación:
el poderoso no tenía por qué ser a la fuerza un mal hombre, pero la presión
social y cultural que determinaba su proceder era imposible de vencer. No cabe
' duda de que el m ism o M oro, en calidad de personaje del diálogo, apela al
hombre de buena voluntad para que cumpla con el deber del consejero apli­
cando «una forma de filosofía más civil», es decir, más práctica; también es
evidente, sin embargo, que no confía demasiado en el éxito de la empresa y
que incluso siente que de alguna manera ha traicionado a una filosofía supe­
rior, la que representa en la obra el personaje Raphael Hythloday.
El primer libro de la Utopía llega a la conclusión de que la «forma de filo­
sofía más civil» de los humanistas italianos (y acaso también de Erasmo) difí­
cilmente mejorará la vida política y social. Moro, el «idealista», está diciendo
a sus antecesores «realistas» que han juzgado el ambiente de la corte con
demasiado candor. En el segundo libro el planteamiento se generaliza en los
siguientes términos: ¿qué debería cambiar en la sociedad -viene a preguntarse
el autor—para que ésta pueda asumir los valores en los que nosotros, huma­

Theory in Early Modern Europe (C a m b rid g e , 1 9 8 7 ), págs. 123—57 . La e d ició n de referencia es: T h o -
m as M o re , The Complete Works (N e w H a ve n , 1 9 6 3 - ) , IV: Utopia [ * ] , ed. E. Surtz y J. H . H exter.

184
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

nistas y cristianos, creemos? ¿Qué implicaría una sociedad que premiase a la


gente conforme a su mérito y su contribución al bien común, y no a tenor de
la riqueza y el linaje? Desde luego, educar a príncipes y oligarcas en las letras
clásicas -considera el filósofo inglés—no va a resolver el problema. Cabe obser­
var, en cambio, que todos los defectos de la sociedad humana remontan en
definitiva al dinero y al orgullo. Siguiendo ese hilo, Moro sugiere (por boca
de Hythloday) que la única posibilidad de limpiar la sociedad europea de tales
vicios pasa por una revolución drástica: la abolición de la jerarquía social y de
la propiedad privada. Sólo por ese camino el mundo cristiano puede llegar al
optimus status rei publicae, el mejor régimen posible de la comunidad; sólo así se
podrá conciliar finalmente la vida activa con la contemplativa, porque sólo en
Utopía puede el filósofo decir lo que cree sin temor alguno, y sólo allí puede
servir al bien común sin daño para su propio espíritu.
La mayor dificultad que presenta la lectura de la Utopía es decidir «hasta
qué punto pretende Moro que admiremos el retrato de la sociedad utópica tal
como lo esboza Hythloday en el libro II»2'. La cuestión es doblemente com ­
pleja, pues aunque Utopía es sin duda una república de orden filosófico, la
obra, Utopía, no deja de ser, cuando menos en parte, una sátira de la sociedad
cristiana de la época. Una posible aproximación al problema debe partir de la
consideración que merecían tales construcciones filosóficas en el Renacimiento.
En este sentido, se puede afirmar con seguridad que, por lo menos en el caso
de la República de Platón, todos los exegetas coincidían en señalar su carácter de
divinus status reí publicae: un régimen para hombres intachables o tocados por la
gracia divina, una forma ideal que orienta la búsqueda de los principios polí­
ticos correctos, pero no un proyecto realizable en una sociedad de pecado­
res2
1
22. Com o el nombre indica (utopia: «no lugar» o «el lugar que no existe»),
tampoco Moro pretendía que su comunidad fuera un modelo aplicable a la
Europa de su tiempo. La obra ponía al descubierto, eso sí, la ineficacia de las
panaceas políticas en boga, y acaso.proporcionaba unas cuantas indicaciones
sobre cómo mejorar la situación presente, pero sin duda era imposible ponerla
en práctica de verdad. La ironía del conjunto refuerza esa interpretación. Por­
que Hythloday, al igual que el filósofo en el libro VII de la República, cuando
abandona la luz de Utopía para volver a la oscura caverna de la sociedad cris­
tiana contemporánea y comparte su visión de la política de estado verdadera

21 Skinner, " M o r e s Utopia", pág. 141.


22 H a n k in s, Plato, I, p ágs. 1 4 2 -1 4 3 , 22 7—2 3 2 , 3 3 9 -3 4 0 .

185
Introducción al hum anism o renacentista

con dos estadistas en ciernes, al fin y al cabo no está haciendo sino cumplir su
deber para con el resto de la humanidad (por más que se empecine en afirmar
lo contrario); y sin embargo, el Tomás Moro personaje de ficción (y yo diría
que también el auténtico) se niega a admitir finalmente que Utopía pueda valer
como modelo para Europa más que en algunos aspectos secundarios: exacta­
mente la reacción que Hythloday (y Platón) habían predicho en el caso de
alguien que no fuera un filósofo.
A fin de trayecto, se diría que Moro ha glosado la célebre paradoja de Pla­
tón con una de propia cosecha: los estados no lograrán una condición óptima
hasta que los gobernantes no se conviertan en hombres buenos; pero un
gobernante no puede alcanzar la bondad hasta que el estado llega a la mejor
de las constituciones. Para Moro ése era un mensaje trágico, no menos dra­
mático por el hecho de expresarlo con agudeza e imaginación creativa. Todo
intento de reforma política termina por atrapar a su autor en un círculo
vicioso. El ideal de reforma por la vía educativa, el de los humanistas, había
de fracasar forzosamente por su falta de atención a las causas profundas de la
injusticia social en el mundo cristiano. Solamente un cambio radical podía
traer la solución, pero la Europa del momento sentía demasiado apego por la
propiedad privada y la jerarquía social com o para que esa transformación
tuviera alguna posibilidad de éxito. A la luz de esas afirmaciones, alguien
podría creer que Moro se limitaba a restablecer la visión agustiniana de una
comunidad necesariamente gobernada por la corrupción desde la Caída. Pero
entre el principio de necesidad de San Agustín y el de Moro hay una dife­
rencia no ya notable sino crucial. Para el primero, la necesidad era de raíz
metafísica: no puede existir un optimus status reí publicae en el mundo de los sen­
tidos, el tiempo y el cambio —en el saeculum—porque éste no es sino un reflejo,
pero inferior, del mundo espiritual, eterno e inmutable, nuestro auténtico
hogar. La misma naturaleza, por tanto, impide cualquier tipo de progreso real
y permanente. Por el contrario, Moro considera que la necesidad es humana
y cambiante. U n estado óptimo puede parecemos imposible en el mundo tal
como lo conocemos, el peso de la tradición y la perversidad humana se nos
antojará aplastante, pero aun así somos capaces de imaginar con lógica un
mundo en el que el ideal sea un hecho. Los únicos obstáculos al progreso los
pone la humanidad. Aunque seguramente los juzgaba insuperables —Moro, el
hombre, nunca fue un utópico—, no por ello dejó de fundar una corriente de
pensamiento político en la que los regímenes instituidos se entendían como
un producto de la costumbre y la historia, y no de la naturaleza; com o una
obra, pues, que la mano humana podía conformar. Con la mem oria com o

186
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno

testigo de sucesos no muy lejanos, difícilmente podemos olvidar que la uto­


pía política ha dado lugar a los mayores horrores que registra la historia uni­
versal; también deberíamos recordar, no obstante, que a ella se debe gran
parte del genuino progreso que nuestra civilización ha protagonizado desde
el siglo xvi en adelante. Fue Tomás Moro, no menos que Maquiavelo, quien
contribuyó a dar a la humanidad esa conciencia de su propio poder, que es,
a la par, azote y bendición del mundo actual.

187
8
Filólogos y filósofos

JILL KRAYE
La filosofía del Renacimiento se organizó a partir de los diversos sistemas de
pensamiento del mundo grecorromano. El aristotelismo ante todo, pero tam­
bién, aunque en grado menor, platonismo, estoicismo, epicureismo y escep­
ticismo se integraron en un complejo filosófico cuya composición seguiría
vigente hasta bien entrado el siglo x v ii. No debe extrañar, pues, que los huma­
nistas, expertos en el estudio de la Antigüedad, destacaran en el proceso de
construcción, ya fuera recuperando antiguos textos filosóficos, perdidos o
ignorados durante siglos, o bien fijando textualmente, traduciendo y comen­
tando esas mismas obras y otras que ya formaban parte del currículo de la filo­
sofía medieval.
Ahora bien, aunque filósofos y humanistas se interesaran por unos mis­
mos textos, su modo de aproximarse a la materia era radicalmente distinto.
Para los humanistas, el discurso filosófico, com o toda manifestación culta,
debía expresarse en un latín moldeado según el estilo de los mejores autores
clásicos. Acentuaban, pues, el valor de la claridad y la persuasión y, más impor­
tante todavía, de la elocuencia, y se oponían deliberadamente al escolasticismo,
el estamento que monopolizaba la enseñanza universitaria de la filosofía y recu­
rría a una jerga especializada, cargada de tecnicismos, sólo inteligible para los
iniciados. Además, y por encima de todo, los humanistas se enfrentaban a las
obras filosóficas con los mismos útiles que aplicaban a un texto literario o his­
tórico, es decir, con el saber filológico. Com o el mismo nombre indica, los
filólogos eran devotos (philoi) del estudio de las palabras (logoi), hombres que,
merced a su profundo dominio de la lengua, la cultura y la historia del pasado
grecolatino, podían determinar el sentido exacto de las palabras de un autor
antiguo en un contexto específico. Los filósofos, en cambio, se enorgullecían
de su dedicación a la búsqueda de las verdades fundamentales y la sabiduría
eterna (sophia). En términos escolásticos, eso comportaba estudiar los tratados
de Aristóteles por medio de la lógica y otros instrumentos de análisis, no tanto
con la intención de clarificar el verbo del autor, sino para entender sus argu­

189
Introducción al hum anism o renacentista

mentos y resolver complejos problemas, muchos de los cuales eran de origen


medieval y conectaban sólo tangencialmente con las palabras del Estagirita.
A causa de esas diferencias de enfoque, la relación entre filólogos y filó­
sofos fue a menudo difícil y a veces incluso estuvo envenenada. Nada de eso
impidió que los humanistas, como veremos, jugaran un papel de primer orden
en el desarrollo de la filosofía renacentista y ejercieran una influencia que se
prolongó hasta el siglo xvn, cuando ya empezaba a apuntar lo que ahora con­
sideramos filosofía moderna. Tal implicación repercutió a su vez en los studia
humanitatis. En los primeros tiempos, el humanismo se había concentrado en
la literatura, la gramática, la retórica y la historia; sin embargo, pasada la mitad
del Cuatrocientos, ese horizonte intelectual se fue ensanchando progresiva­
mente al paso que los humanistas afilaban sus armas filológicas y extendían su
aplicación a todo el espectro del legado clásico, incluyendo las diversas ramas
de la filosofía.

La práctica totalidad del Corpus aristotélico podía leerse en latín desde finales
del siglo x iii. Con todo, las traducciones medievales, aunque adecuadas al pro­
pósito de un filósofo, no podían contentar al exigente paladar humanístico, que
las juzgaba excesivamente literales (a veces meras transliteraciones del griego),
plagadas de errores hasta el punto de desfigurar el original y escritas en un latín
que distaba mucho de alcanzar la norma de estilo que imponían los modelos
clásicos. Para poner coto al problema, los humanistas se entregaron a la tarea
de producir nuevas versiones, sin duda menos oscuras y más elegantes que las
anteriores, pero no por ello exentas de otras dificultades. Llevados por la pasión
de la variación estilística, los filólogos a menudo traducían los términos técni­
cos sin un criterio sistemático, y no dudaron en abandonar la nomenclatura
estándar que la escolástica había fijado a fuerza de siglos; un vocabulario impres­
cindible para que un argumento pudiera establecer su línea de continuidad con
la tradición medieval. Eso explica que muchos filósofos profesionales siguieran
aferrándose a viejas traducciones, como la del De anima realizada por Guillermo
de Moerbeke (c. 1268), presente en las aulas universitarias y estampada en las
ediciones de los comentarios a la obra hasta la segunda mitad del Quinientos
(a veces al lado de una versión humanística de más fácil lectura)1. También es
justo consignar que, por duras que fuesen las críticas dirigidas contra los tra­

1 F. E. C ra n z, « T h e R enaissance reading o f De anima», en Platón et Aristote á la Renaissance: XVIe


Coiloque ¡nternational de Tours (París, 1 9 7 6 ), págs. 3 5 9 -7 3 .

190
Filólogos y filósofos

ductores medievales, buen número de las versiones humanísticas no pasaban


del retoque cosmético: se corregían los errores y se pulía el latín, cierto, pero
el primitivo armazón permanecía intacto2.
A partir de 1450, aproximadamente, un grupo de emigrados de origen
bizantino dio nuevo empuje a la traducción de las obras de Aristóteles. En tanto
que hablantes nativos, evidentemente dominaban el griego mejor que sus cole­
gas italianos, y su interés, en vez de limitarse a los tratados de filosofía moral,
como había sido el caso en Italia, cubría todo el conjunto de la producción aris­
totélica. Juan Argirópulo, profesor en Florencia y Roma, trasladó el De anima, el
De cáelo, la Física y la Metafísica, así como buena parte del Oiganon y aun la Etica a Nicó-
tnaco3; el cardenal Bessarion, un monje bizantino que llegó a lo más alto de la
jerarquía católica y contribuyó decisivamente al renacer del platonismo en el
siglo xv, produjo otra versión de la Metafísica (y con tanta fortuna que en el siglo
pasado todavía se utilizaba como texto latino estándar)4; y Teodoro Gaza, el pro­
tegido de Bessarion, se ganó el aplauso de muchos (aunque no el de todos) con
sus traducciones de la Historia animalium y los pseudoaristotélicos Problemata: «Aris­
tóteles -se dijo entonces—nos llega ahora hablando un buen latín»5. Por si fuera
poco, Gaza advirtió que la transmisión manuscrita había traspuesto los libros VII
y IX de la Historia animalium y fue también el primero en considerar que el décimo
era espurio: dos juicios aún vigentes que dan fe de su perspicacia filológica6.
U n discípulo de Gaza, el patricio veneciano Ermolao Bárbaro, continuó
con esa tradición que aliaba la elocuencia de la versión latina con un detallado

2 Leo n ard o B ru n i ilustra a la p erfe cció n la p o lé m ica h u m an ística contra los traductores
m edievales en el p refacio a su nueva versión d e la Ética de Aristóteles ( 1 4 16 ), en Leo n ardo
B ru n i, Humanistisch-philosophische Schriften, ed. H . Barón (W iesb ad en , 19 ó 9 2) , págs. 76—81 . Véase
tam b ién E. G a r in , «Le tra d u zion i u m a n istich e d i A risto tele nel secolo x v » , Atti e memorie dell’Acca-
demia fiorentina di scienze morali «La Colombaria», 16 ( 1 9 4 7 —5 0 ) , págs. 55—104.
J A . Field, The Orijins of the Pfatonic Academy of Florence (Princeton, 1988), cap. 5; N . G . W ilso n ,
Frnm By/mtivm to Italy: Greelt Studics in the Itolian Renaissance (Londres, 19 92 ), págs. 8 6 -9 0 .
4 L. M o h le r, Kardinal Bessarion ais Theologe, Humanist und Staatsmann, 3 vols. (P aderborn ,
1 9 2 3 -4 2 ) ; J. H a n k in s , Plato in the Italian Renaissance, 2 vols. (Leid en , 1 9 9 0 ), I, págs. 2 1 7 - 6 3 .
s A ristó teles, Problemata, trad. Teodoro G a za (R o m a , 14 75 ), sig. a 2 ' (Prefacio d e N ico la u s
G u p a la tin u s). Jo r g e de Trebisonda, el m a lh u m o ra d o rival d e G a za , creía q ue las obras c ie n tífi­
cas d eb ían traducirse literalm ente y le acusó de haber p ro d u cid o no una versión sin o una « p e r ­
ve rsió n » de los Problemata: véase el texto en M o h le r, Bessarion, III, págs. 2 7 7 —342.
T am b ién para A n g e lo P o lizian o las tradu cciones de G aza estaban sobrevaloradas: Miscelloneo 1.95,
en A . P o lizian o , Opera... omnia (Basilea, 1 5 53 ), págs. 3 0 1 -0 3 .
6 J. M o n fa sa n i, « P se u d o -D io n y siu s the A reo pagite in m id -Q u a ttro ce n to R o m e » , en
J. H a n k in s , J. M o n fasa n i y F. Purnell, jr. (ed s.), Supplementum Festivum: Studies in Honor of Paul Oskar
Kristeller (B in g h a m to n , 1 9 8 7 ), págs. 1 8 9 -2 1 9 ( 2 0 7 - 0 8 ) .

191
Introducción al hum anism o renacentista

escrutinio filológico del original griego7. A ese doble distintivo del aristotelismo
humanístico, Bárbaro agregó una tercera dimensión que habría de resultar nota­
blemente significativa para el desarrollo de la filosofía renacentista. Así, en 1481,
con su traducción latina de las Paráfrasis de Temistio (un autor del siglo iv d.C.),
el humanismo acogía por primera vez a uno de los antiguos comentaristas grie­
gos de la obra de Aristóteles. Algo de ese conjunto hermenéutico había aflorado
ya de la mano de los traductores medievales, pero en general con escasa fortuna8.
Los humanistas, en cambio, estimaron que esos autores, por el mero hecho de
pertenecer al mundo antiguo (aunque en realidad algunos eran bizantinos),
comprendían el pensamiento de Aristóteles con mayor conocimiento de causa
que los filósofos escolásticos o que un comentarista árabe tan influyente como
Averroes9. De ahí que se propusieran divulgarlos como alternativa a la tradición
exegética medieval. Bárbaro combinó ese objetivo con la voluntad de probar que
incluso disciplinas filosóficas tan científicas y técnicas como las que trataba Temis­
tio se podían expresar en un elegante latín de corte clásico101
. De hecho, la ver­
sión de las Paráfrasis no era sino parte de un ambicioso programa con el que
Bárbaro pretendía reformar el aristotelismo cimentándolo en el conocimiento
filológico del griego de Aristóteles y sus comentaristas, así como traduciendo
de nuevo la totalidad de ese corpus en un latín caracterizado por la claridad, la
precisión y el refinamiento: toda una demostración de su fe en la compatibili­
dad entre la sabiduría del filósofo y la elocuencia retórica del hum anista".

7 La a d m ira ció n q u e p rofesaba a su m aestro se dem uestra en E. B arbara, Epistolar, orationes


ct carmina, ed. V B ranca, 2 vols. (Floren cia, 1 9 4 3 ), I, pág. 9: « S ó lo él m e parecía un d ig n o
é m u lo de los a n tig u o s, ese h o m b re a q u ie n adoré y convertí en m i m o d e lo » .
8 S ó lo o b tu v ie ro n a m p lia d iv u lg a c ió n los co m en tario s g r ie g o s y b izan tin o s d e la Ética a
Nicómaco en la tra d u cció n de R o b e n Grosseteste. Para otras versiones latinas de los a n tiguo s
com entaristas g r ie g o s, B. D o d , «A ristó teles L a tin u s», en N . K retzm an n , A . K enny y J. P in b o rg
(e d s.), The Cambridge History of Later Medieval Philosophy (C a m b r id g e , 1 9 8 2 ), págs. 4 5 - 7 9 ( 7 4 - 7 8 ) .
9 Por e je m p lo , Bárbaro afirm a en sus Epistolae, I, pág. 9 2 : « si co m p aras lo s escritos [d e
A verroes] c o n los d e los [com entaristas] g r ie g o s, observarás q u e están sacados, palabra por
palabra, d e A lejan d ro [d e A fro d isia s], T em istio y S im p lic io » .
10 B arbara, Epistolae, I, pág. 2 3 : « A lg u n o s han n e gad o q ue la filo so fía natural se pueda
expresar en b u en latín: he refu ta d o c o n creces esa pretensión en m i e d ic ió n de T e m istio » . Para
su d ed ica ció n a la enseñanza de to d o el espectro de la filo so fía aristotélica, ibid., II, pág. 38.
11 Barbara, Epistolae, I, pág. 92; sólo se ha conservad o su versión de la Retórica, E n u n a de
las cartas ded icatorias q u e a com p añ a n la tradu cció n de Tem istio (ibid., I, pág. 17), Bárbaro
critica a los aristotélicos de su tiem p o por n o saber latín ni g rie g o y sostien e q u e «a q uien es
separan la filo sofía de la e lo cu e n cia, se les co nsid era filó so fo s vu lgares, in sig n ifica n tes y de
m ad e ra ». Véase tam b ién V Branca, « E rm o la o Bárbaro and late Q u attro cen to Venetian
h u m a n is m » , e n ] , R. H a le ( e d .) , Renaissancc Venice (Lo ndres, 1 9 7 3 ), págs. 2 1 8 - 4 3 .

192
Filólogos y filósofos

En la dedicatoria de la traducción del comentario de Temistio a la Física,


dirigida a Antonio De Ferrariis (II Galateo), un médico con inclinaciones huma­
nísticas, Bárbaro condenó sin paliativos a los filósofos profesionales, eruditos
que se creían únicos intérpretes competentes del pensamiento aristotélico y
despreciaban a quienes, como él mismo, lo abordaban desde la óptica de los
studia humanitatis. Para Bárbaro, acercarse a la filosofía sin poseer un sólido cono­
cimiento de las lenguas y la cultura de la Antigüedad, tal como hacían los aris­
totélicos de la época, equivalía a pervertirla y corromperla12. De la misma
opinión era el Galateo, a juzgar por la carta de respuesta en que, aparte de agra­
decer la dedicatoria, manifestaba su adhesión personal a los comentaristas grie­
gos13 a la par que declaraba todo su apoyo a la campaña contra la actitud filistea
del aristotelismo universitario. Comulgaba con Bárbaro, pues, al censurar los
sofismas de la escolástica, capciosos y retorcidos, y tampoco dudaba en atacar
a quienes alegaban que el estilo no tenía importancia en los dominios de la filo­
sofía: ¿acaso Aristóteles hubiera escrito la Retórica y la Poética si tales disciplinas
fueran inútiles para el filósofo? Sin embargo, y en eso se diferenciaba de Ermo-
lao, el Galateo también percibía un peligro en el otro extremo. A su modo de
ver, el discurso filosófico debía buscar un punto de equilibrio, tan lejos de ofen­
der al lector con un latín rudimentario y falto de toda belleza como apartado
de la deformación que el exceso de ornato retórico podía acarrear. De ningún
modo debía permitirse que la filosofía se redujera a mera filología a la flamante
manera de algunos gramáticos pedantes como Lorenzo Valla14. Prestando aten­
ción exclusiva a cuestiones de índole lingüística, esa clase de humanistas no
cesaba de quejarse porque «esa palabra no es propia del buen latín» o «esa otra
es oscura», olvidando que la misión de la filosofía no consiste en ocuparse de
las palabras, sino en descubrir los secretos de la naturaleza.
Unos años después, en una carta a su amigo Giovanni Pico della Mirán­
dola, el mismo Bárbaro dio un ejemplo idóneo de esa estrechez de miras que
merecía la repulsa del Galateo. En esa ocasión la crítica alcanzaba a dos figuras

12 Bárbaro, Epistolae, I, págs. 1 0 -1 1 .


13 A firm a en la carta que ha d edicado casi siete años (un perio do m ás largo que el e m b a ­
razo d e un elefante) a las versiones latinas del co m en tario de A lejandro de Afrodisias a la Meteorolo­
gía, así c o m o al De foto y los Problemata del m is m o filó sofo grie go ; todas ellas q uedaron inconclusas.
V id . A m o n io D e Ferrariis Galateo, Epistole, ed. A. Altam ura (Lecce, 1 9 59 ), págs. 8 5 -9 6 (88 ); y
tam bién E. Savino, Un curioso polígrafo del Qualtrocento, Antonio De Ferrariis (Galateo) (Barí, 1941).
14 V id . L. Valla, Repasnmrtio diakctice et philosopluc, ed. G . Z ip pel (Padua, 19 82); P M ack ,
Renaissance Argumenl: Valla and Agrícola in the Traditions of Dialectic and Rhetoric (L e id en , 1993);
P. O . Kristeller, Eight Philosophers of the Italian Renaissance (Stanford , 1964), cap. 2 [ * ] .

193
Introducción al hum anism o renacentista

cumbre de la escolástica medieval, Tomás de Aquino y Alberto Magno, a quie­


nes Bárbaro descalificaba no porque les faltara buen juicio en la materia -su
saber, admitía, era de altísimo n ivel-, sino por haber escrito en un latín poco
elaborado y nada elegante. La réplica de Pico (quien no en vano había dedi­
cado largo tiempo al estudio de esos autores) tomó el partido del Galateo: lo
importante en la filosofía no eran las palabras sino el razonamiento, la sus­
tancia y no el vehículo expresivo. Para «aquellos gramaticastros» que se con­
gratulaban con cada hallazgo etimológico, que miraban a los filósofos con una
mezcla de odio y desdén, no guardaba más que desprecio. La elocuencia tenía
valor en el lugar adecuado, por ejemplo en la correspondencia con un colega
humanista (como él mismo probaba con brillantez en la carta a Bárbaro) o en
un discurso de 1486 (como su célebre Diálogo de la dignidad del hombre)15, pero en
modo alguno podía resultar esencial en una obra filosófica, escrita para demos­
trar la verdad y no para embellecerla. Lo que requería esa escritura era un estilo
preciso y sin adorno, libre de las distorsiones que imponían los malabarismos
retóricos16. Cuando en 1489 un joven aristotélico le envió un tratado sobre la
naturaleza del sonido, disculpándose de entrada por su poca pericia en el
manejo del latín, Pico respondió:

N o hace falta que te excuses porque tu estilo no es culto en extrem o. Si un filó­


sofo es elocuente, m e place; si n o lo es, me da lo m is m o 17. El filó sofo tiene un
ú n ico deber y una sola meta: abrir el cerrojo de la verdad. Poco m e im porta si
lo hace con una llave de m adera o con una de oro; y ciertam ente es m ejor
abrirlo con una llave de m adera que cerrarlo con una de o r o 18.

La propuesta de Bárbaro pronto dio fruto en su Venecia natal. En 1495,


Girolamo Donato, un humanista estrechamente vinculado al rival epistolar de
Pico, publicó una versión latina del De anima de Alejandro de Afrodisias (c. 200
d.C .), obra que habría de dejar profundas huellas en el Tractatus de ímmortalitate
animae [1516] de Pietro Pomponazzi (con la base del comentario de Alejandro,

15 E. Cassirer, E O. Krísteller y J. H . R an d all, jr. (tra d .), The Renaissonce Philosophy of Mon ( C h i­
cago, 1 9 4 8 ), págs. 2 2 3 -5 4 .
16 Q . Breen, « G io v a n n i Pico della M irán d o la o n che c o n ílic t o f p h ilo so p h y an d rh e to ric » ,
Journal oí the History of Heos, 13 ( 1 9 5 2 ), p ágs. 3 8 4 -4 1 2 ( 3 9 2 - 9 4 ) . Véase tam b ién B. V ick ers, In
Defence oí Rhetoric ( O x fo r d , 1 9 8 8 ), págs. 184—9 6 .
17 C f C ic e r ó n , De finihus 1.5.1 5.
18 Para esa respuesta a la Quoestio de genere soni d e G a lg a n o da Sien a, vid. A . Verde, Lo studio
florentino 1473-1503: ricerche e documenti (F lo re n cia, 1 9 7 3 - ) , IV 2 , pág. 9 8 8 .

194
Filólogos y filósofos

el Trcictatus demostraba que la doctrina de Aristóteles no autorizaba la posición


cristiana sobre la naturaleza del alma, encendiendo con ello una controversia
que transformó el tratamiento renacentista de la psicología humana en térmi­
nos filosóficos)19. Entre 1495 y 1498, en los talleres de Aldo Manuzio en Vene-
cia, se imprimió el Corpus de Aristóteles en griego por primera vez. Y en 1497,
Niccoló Leonico Torneo, veneciano como Donato aunque de ascendencia griega,
empezó a impartir su magisterio sobre el texto griego de Aristóteles en la U n i­
versidad de Padua, bastión del aristotelismo escolástico. A Leonico hay que atri­
buirle el mérito de haber sabido poner en práctica el programa de reforma
humanística que propugnaba Bárbaro sin perder por ello su prestigio como filó­
sofo. Para conseguirlo, se aplicó a tres tareas: profundizó en la vertiente filoló­
gica de los textos de Aristóteles aunque sin negligir los problemas filosóficos;
vertió algunas de las obras de contenido más científico -a sí los Parva naturalia
(1523) y la Mecánica (1 525), un texto pseudoaristotélico—en un latín que her­
manaba la corrección clásica con la precisión terminológica; y recurrió con fre­
cuencia a los antiguos comentarios griegos pero conjugándolos con las
interpretaciones de Tomás de Aquino y otros exegetas medievales20.
La herencia de Bárbaro todavía conservaba su vigor en Venecia cuando
Agostino Valier, futuro cardenal y obispo de Verona, enseñaba filosofía en el
colegio de Rialto ya a mediados del Quinientos. Admirador ferviente de Bár­
baro y Donato, Valier mantuvo el sello de ese aristotelismo estudiando las obras
del maestro griego en el texto original y realzando el papel de sus antiguos
comentadores21. Puso así mismo especial énfasis en la necesidad de combinar
la sabiduría con la elocuencia, como enseñaban Platón, Aristóteles y el resto
de los grandes filósofos. Tampoco dejó de señalar, ciertamente, que el afán de
virtuosismo estilístico podía ir demasiado lejos, pero, en su opinión, quien no
fuera capaz de producir un buen latín debería abstenerse de escribir o, cuando
menos, de publicar obra alguna. Fiel a esa convicción, Valier llegó a afirmar

19 H. Kessler, « T h e intellective s o u l» , en C . B. S ch m itt, Q . Skinner y E. Kessler (ed s.),


Cambridge History oí Renaissance Philosophy (C a m b rid g e , 19 88 ), págs. 4 8 5 - 5 3 4 , esp. 5 0 0 -0 7 .
P o lizian o e lo g ió a D o n a to por ser « u n a au to rid ad , sabio y cu ltiv a d o » : Opera, pág. 30 I .
20 V id . D. J. G e an a k o p lo s, Constuntinople and the West (M ad ison W I, 1989), cap. 5; D. De
B ellis, « N ic c o ló Le o n ico Torneo interprete di A ristotele n aturalista», Physis, 17 (1 9 7 5 ),
págs. 7 1 -9 3 . L e o n ico se carteó c o n P o lizian o : vid. P o lizian o , Opera, págs. 20—22.
21 A. Valier, De recta philosophandi ratione libri dúo (Verona, 15 7 7 ), esp. to l. 5 8 r. Véase tam bién
A . L. Puliaí'ito, « F ilo so fía aristotélica e m o d i d ell'ap p re n d im en to : u n in terven to di A go stin o
Valier su 'Q u a ratione versandum sit in A risto te le ’ » , Rincscimento, 30 ( 1 9 9 0 ), págs. 1 5 3 -7 2 .

195
Introducción al hum anism o renacentista

que la mayoría de libros (incluidos los suyos) no merecían ser publicados:


Sócrates, Pitágoras y Cristo -recordaba con intención-, los hombres más sabios
de la historia, no habían legado ni una página a la posteridad22.
Una de las mayores contribuciones del humanismo al aristotelismo rena­
centista fue, como hemos visto, la reivindicación de los comentaristas griegos
de Aristóteles23. Bárbaro encabezó esa tendencia del mismo modo que abrió
la puerta a otra aportación humanística fundamental a la filosofía peripatéti­
ca: la voluntad de extirpar del canon aquellas obras que la tradición había atri­
buido a Aristóteles erróneamente. En el Corollarium a su versión de la Materia
medica (siglo r d.C.) de Dioscórides, Barbara señaló el carácter espurio del De
plantis: aunque en transliteración latina, los nombres de plantas en árabe indi­
caban que se trataba de una traducción al griego y no de un tratado original
del Estagirita24. No era el único en creerlo, pues la edición aldina del Corpus
aristotélico omitía deliberadamente esa pieza y la reemplazaba con los escri­
tos botánicos de Teofrasto, un continuador de Aristóteles. Pero la razón defi­
nitiva, el pormenor crítico, no llegó hasta 1556 con la publicación de una obra
de Julio César Escalígero, un humanista italo-francés que se había especiali­
zado en Aristóteles: su tratado probaba, con argumentos de orden filológico
y filosófico, que el De plantis era un texto originariamente árabe, traducido luego
al latín y finalmente vertido al griego en la baja Edad Media. Armado con un
profundo dom inio de la ciencia aristotélica (no en vano había traducido y
comentado la Historia animalium), Escalígero demostraba que entre la obra sus-
pecta y las auténticas mediaba un abismo doctrinal y metodológico; por otra
parte, en tanto que experto humanista y por ello conocedor de las lenguas y
la historia clásicas, detectaba vestigios de latín en el texto griego y anacronis­
mos que delataban su origen, como la mención a ciertas prácticas de la agri­

11 Fiel a esa creen cia, n unca p u b lic ó el tratado De caucione adhibenda in edendis libris, im p reso
p o stu m am e n te en Padua en 1719; véanse esp ecialm ente las p ágs. 10—11 , 14, 43 y 47 . Véase
tam b ié n G . S an tin e llo, Tradizione e dissenso ndla filosofía veneta fra Rinascimento e modernitá (Padua, 1 9 9 1 ),
págs. 1 4 0 -5 3 .
23 V id . C . B. S ch m itt, « P h ilo p o n u s ’ c o m m e n ta ry on A rístotle's Physics in tile sixteenth
ce n tu ry » , en R. Sorabji (e d .), Philoponus and the Rejecüon oí Aristotelian Science (Lo n d res, 1 9 8 7 ),
págs. 2 1 0 -3 0 ; E. P. M ah oney, « T h e G ree k co m m e n ta tors T h e m istiu s and S im p lic íu s - and their
in flu e n ce on Renaissance A risto te lian ism » , en D. J. O ’ M eara (e d .), Neoplatonismand Christian
Thought (N o rfo lk V A , 1 9 8 2 ), p ágs. 169—7 7 , 26 4—62; ]. Kraye, « A lexa n d er o f A p h ro d isias, G ia n -
fran cesco Beati and the p ro b le m o f Metaphysics a » , en J. M o n fasa n i y R. M u sto ( e d s .) , Renaissance
Society and Culture. Essays in Honor of Eugene F. Rice, jr. (N ueva York, 1 9 9 1 ), págs. 1 3 7 -6 0 .
24 E rm o lao B arbara, Corollarii libri quinqué (Venecia, 1 5 1 6 ). fo l. 6 r.

196
Filólogos y filósofos

cultura romana (82 1b7—8), tan fuera de lugar —apostilla- que incluso un niño
se hubiera dado cuenta de que no podían proceder de la pluma de Aristóte­
les, pues la Grecia del siglo iv poseía escasas referencias de los asuntos de
Rom a25, Años más tarde, pero con pareja erudición, el humanista holandés
Daniel Heinsius, un discípulo de José Escalígero, impugnó la autenticidad del
De mundo con un torrente de pruebas lingüísticas, literarias, históricas y filosó­
ficas26. Esfuerzos como ésos no cambiaron radicalmente la forma del Corpus
aristotélico, principalmente porque aquellos tratados que contaban con un
texto griego, como el De plantis y el De mundo, aunque no se juzgaran genuinos,
siguieron presentes en las ediciones de Aristóteles (y todavía están ahí). No
obstante, la valiosa información desenterrada a lo largo de la andadura llegó a
manos de los filósofos y contribuyó a fomentar su espíritu crítico en el trato
con las obras aristotélicas.
Naturalmente, no agradó a los profesionales de la filosofía que los filólo­
gos invadieran su propio terreno, de suerte que los recelos se sucedieron antes
de que se llegase a un acuerdo de circunstancias. El hecho de que la mayo­
ría de los humanistas se mostraran dispuestos, com o Bárbaro, a desestimar
toda obra filosófica falta de elocuencia causaba ira y frustración entre aquellos
filósofos que, al igual que Pico, valoraban la profundidad intelectual de los
pensadores medievales, por poco elegante que fuera su latín. Así, en el prefa­
cio a su edición de la Política con el comentario de Tomás de Aquino (1492),
Ludovicus de Valentia se quejaba porque los retóricos «se complacen dema­
siado en el ingenio verbal y el ornamento; satisfechos de haber entendido el
sentido de las palabras, se olvidan de investigar con diligencia la naturaleza y
las propiedades de lo que expresan. A resultas de ello, condenan obras que
carecen de lustre aunque contengan la verdad»27. Unos años más tarde, cuando
el filósofo escolástico Lorenzo Maioli envió un tratado al impresor humanista

25 J. C . Escalígero, In libros dúos, qui inscribuntur De plantis (París, 1 5 5 6 ), esp. fols. 15V y 12 8 r.
Véase tam b ién K. Jen sen , Rhetorical Pbilosophy and Philosophical Grammar: Julius Caesar Scaliger's Theory of
Language ( M ú n ic h , 1 9 90 ), esp. págs. 3 8 - 4 5 . Los estudiosos actuales consideran que la obra o r ig i­
nal era un tratado g rie go , ho y p erd id o , a trib uid o a u n autor del siglo i a .C .: N ico lás D am ascen o ,
De plantis: Five Translations, ed. H . J. D rossaart-Lulofs y E. L. J. Poortm an (A m sterdam , 1989).
26 D a n iel H e in s iu s , Dissertatio de autore libelli De mundo, en sus Orationes aliquot (Leid en , 1 6 0 9 ),
p ágs. 68—88 . Véase tam b ién J. Kraye, « D a n iel H e in s iu s and the auth or o f De mundo», en A . C .
D io n iso tti, A . G ra fto n y J. Kraye (ed s.), The Uses of Greek and Latín: Historical Essays (Londres, 1 9 8 8 ),
p ágs. 1 7 1 -9 7 .
27 Tom ás de A q u in o , Commentarii in libros octo Politicorum Aristotelis, ed. L u do vicus de Valentía
(R o m a , 1 4 9 2 ), sig. a2 r.

197
Introducción al hum anism o renacentista

Aldo Manuzio, éste, pese a reconocer la valía del texto, se negó a estamparlo
alegando que la prosa no alcanzaba la calidad literaria requerida. Maioli replicó
que no se debería menospreciar la sabiduría cuando se presentaba desprovista
de adorno; a las obras filosóficas, argumentaba a zaga de Pico, no les hacía falta
una bella apariencia, pues su objetivo era ofrecer la verdad desnuda, no un
reluciente artificio28.
Otras facetas de la actividad filosófica humanística, siempre desarrollada
con el instrumental filológico a mano, encontraron resistencia entre los filó­
sofos tradicionales. En 1492, cuando Angelo Poliziano, en aquel tiempo el más
experto conocedor de la cultura antigua, dio inicio a sus lecciones en la U n i­
versidad de Florencia, no sobre literatura griega y latina, como hiciera otrora,
sino sobre los Primeros analíticos, una de las obras más difíciles de Aristóteles, los
miembros de la facultad de filosofía no dudaron en recurrir a la burla: «He
aquí a Poliziano, el bufón, de repente dándoselas de filósofo»29. Sin embargo,
el interés de Poliziano por la filosofía aristotélica, nacido a la sombra de su
gran amigo Pico30, no tenía tal pretensión: «Aunque doy lecciones públicas
sobre Aristóteles, no lo hago como filósofo»31. En la lección inaugural, des­
bordante de maestría verbal y recóndita erudición clásica, anunciaba a sus opo­
nentes (lamiae, o sea, vampiros ávidos de sangre) que, a título de filólogo
(grammaticus) y, por consiguiente, experto en las múltiples facetas de un texto
antiguo, tenía todo el derecho a interpretar cualquier tipo de obra, ya fuera
poética, histórica, retórica, médica, legal o filosófica32.
En su análisis de la lógica aristotélica, Poliziano privilegió el punto de vista
de los comentaristas griegos. Com o Bárbaro, con quien le unía una buena
amistad, creía que esa antigua interpretación de Aristóteles era más sólida que
la de los exegetas medievales, por quienes no sentía sino el desprecio tan típico
de los humanistas: «a resultas de su ignorancia del griego y el latín, corrom­
pieron la pureza de las obras de Aristóteles con sus vulgares y detestables
nimiedades hasta tal extremo que unas veces me hacen reír y otras me irri-

28 Lorenzo M a io li, Epiphyliides in dialéctica (Venecía, 14 97 ), sigs. a 2 r- 3 r.


29 A . P o lizian o , Lamia: Praelectio in Priora Aristotelis analylico, ed. A. W esselin g (Leid en , 19 8 6 ),
pág. 4. Véase tam b ién W ils o n , From Byzantium to Itniy, cap. 12.
30 V id . P o lizian o , Opera, pág. 31 0. Véase tam b ién la d ed icatoria a P o lizian o del De ente et
uno, en G . Pico della M irá n d o la , De hominis dígnitate..., ed. E. G a rin (F loren cia, 1 9 42 ),
págs. 3 8 6 -8 7 , asi c o m o la carta de a grad ecim ien to, en P o lizian o , Opera, pág. 167.
íl P o lizian o , Opera, pág. 179.
52 P o lizian o , Lamia, p ágs. 16—18.

198
Filólogos y filósofos

tan»33. Esa opinión es sintomática del futuro que aguardaba a la lógica esco­
lástica, arrastrada a la decadencia por el prejuicio contra lo que parecía una com­
plejidad impenetrable: a medida que transcurría el siglo xvi, los manuales de
filosofía se fueron concentrando cada vez más en los textos de Aristóteles y sus
antiguos intérpretes, al tiempo que relegaban las adiciones e innovaciones fruto
de la tradición medieval. El enfoque humanístico, se podría concluir, trajo con­
sigo una mejor comprensión de la lógica aristotélica, pero también significó
que los avances escolásticos en dicha materia habrían de permanecer sepulta­
dos durante siglos hasta su recuperación en tiempos recientes34.
La tendencia a suprimir los comentarios aristotélicos de Averroes, gra­
dualmente reemplazados por la vieja hermenéutica griega a lo largo del Q u i­
nientos, provocó una contraofensiva. En 1550-52, veían la luz en Venecia los
diversos tomos de una ambiciosa edición que estampaba las glosas del comen­
tador árabe, en versión latina, junto con las obras de Aristóteles. Una de las
finalidades que perseguía el impresor, Tommaso Giunta, era compensar el
extremo helenismo de los humanistas: «su afición por los griegos es tanta
com o para proclamar que las obras de los árabes no son más que heces y
basura inservible». Pero los efectos de ese contragolpe, aunque vigorosos, no
tardaron en extinguirse: a partir de 1575 la obra de Averroes ya no llegó a las
prensas sino en contadas ocasiones35.
Tampoco debe olvidarse que algunos componentes del aristotelismo esco­
lástico consiguieron sobrevivir hasta ya entrado el siglo xvn, aunque debida­
mente combinados con un enfoque humanístico. El magno comento a la Ética
a Nicómtico (1 632—45) que preparó el jesuíta Tarquinio Galluzzi da fe de esa
difícil síntesis: por un lado, bebe en abundancia de las fuentes escolásticas, en
particular de los comentarios de Tomás de Aquino, y se presenta en el viejo
molde de la quaestio; por el otro, da cabida al texto griego de la obra con una
traducción latina, presta detallada atención a ciertas cuestiones filológicas y
toma en cuenta a los intérpretes helénicos36. De todos modos, ese y otros

33 «Praelectio de d ialé ctica » ( 1 4 9 0 -9 1), en P o lizian o , Optra, págs. 5 2 8 -3 0 (5 2 9 ). Véase


tam b ién V Branca, Poliziano e I'umanesimo tlella parola (Turín, 1 9 83 ), págs. 1 3 -1 9 .
34 A . B road ie, « P h ilo so p h y in Renaissance Sco tland: loss and g a in » , en J. M acQ u e en
(e d .), Humanism in Renaissance Scotland (E d im b u rgo , 1 9 9 0 ), págs. 75—96.
35 A ristóteles y Averroes, Omnia quat extant opera, 1 1 vols. (V enecia, 1 5 5 0 -5 2 ). I, fo l. 2V.
Véase tam b ién C . B. S ch m itt, «R enaissance A verroism stud ied th ro u g h the Venetian e d itio n s o f
A risto tle-A ve rro es» , en Averroismo in Italia (R o m a, 1 9 7 9 ), págs. 1 2 1 -4 2 .
36 C . H . Lolir, Latín Aristotle Comraentaries (Florencia, I 9 8 8 - ) , II, pág. 161.

199
Introducción al hum anism o renacentista

intentos por vestir (o al menos cubrir en parte) el Aristóteles medieval con


ropas más actuales no tuvieron gran efecto en aquellos filósofos del Seiscien­
tos que buscaban una base aristotélica para la nueva filosofía mecanicista: para
ellos cualquier rastro de escolasticismo estaba condenado a la desaparición. G.
W Leibniz, uno de los padres de la filosofía moderna, colaboró en el rescate
de un Aristóteles puro, lim pio de cualquier adherencia escolástica, y en ese
sentido se le puede asignar un papel en la última etapa de la reforma del aris-
totelismo emprendida por los humanistas37.

A diferencia de la que hemos venido examinando, las otras corrientes del pen­
samiento clásico nunca ocuparon un lugar destacado entre los intereses celo­
samente protegidos por el filósofo profesional, ni penetraron regularmente en
el recinto de la universidad. Los humanistas, por consiguiente, pudieron apli­
car los útiles filológicos al estudio de textos platónicos, estoicos, epicúreos o
pertenecientes al escepticismo sin que mediara oposición alguna por parte del
estamento universitario.
Fue una conjunción de perspicacia filosófica y saber lingüístico, felizmente
reunidos en la persona de Marsilio Ficino, lo que al cabo resultó decisivo para
la recuperación del platonismo en el Renacimiento. Aunque había recibido una
educación universitaria convencional, o sea, aristotélica, la antipatía de Ficino
por los filósofos escolásticos no le iba a la zaga a la de cualquier humanista de
la época: «no son amantes de la razón (philosophi), sino de la pompa (philopompi);
en su arrogancia, creen dominar con maestría el pensamiento de Aristóteles,
cuando apenas le han oído hablar brevemente en algunas raras ocasiones, y ni
tan sólo en griego, sino tartamudeando en una lengua extranjera»38. En cual­
quier caso, las preferencias filosóficas de Ficino se inclinaban más hacia Pla­
tón que hacia Aristóteles, principalmente porque, como sacerdote, la doctrina
del primero le parecía más fácilmente conciliable con la fe cristiana. Fue él
quien incorporó el platonismo al mapa de la filosofía renacentista, ante todo
publicando una versión latina completa de los diálogos (impresa por primera
vez en 1484) cuando la mayoría de ellos todavía se desconocían en la Europa
occidental, y traduciendo un número considerable de textos neoplatónicos tar-

37 C . M ercer, « T h e seventeenth -centu ry debate betw een the m ó d e m s an d the


A ristotelians: L e ib n iz and the phiiosophiú refórmala», en I. M arch lew itz y A . H e in e k a m p (e d s.),
Leibniz’ Auseinandersetzung mit Vorgangern und Zeitgenossen (Stutgart, 19 90 ), págs. 1 8 -2 9 .
38 M arsilio F ic in o , Lettere, ed. S, G e n tile (Florencia, 1990—) , I, pág. 176.

200
Filólogos y filósofos

doclásicos, con los que compuso el marco intelectual para una interpretación
cristiana de la obra platónica39. Gracias a su doble condición de filósofo y filó­
logo, Ficino pudo evitar muchos de los escollos con que topaba el traductor
humanista de textos filosóficos. Sus versiones fueron correctas pero sin fiori­
turas; capturaron la precisión del vocablo técnico griego y nunca rehuyeron
los términos medievales si éstos exprimían el sentido con más claridad que
una expresión clásica alternativa40.
A pesar de que los trabajos de Ficino -n o sólo las traducciones, sino tam­
bién sus comentarios y tratados originales—41 pronto despertaron el interés
de los filósofos, incluyendo a los más aposentados en el aristotelismo esco­
lástico, en el ambiente universitario las obras de Platón y los neoplatónicos,
lejos de ser valoradas por sí mismas, permanecieron en un segundo plano,
como un trasfondo sobre el que contrastar el perfil de la doctrina peripaté­
tica42. Entre los humanistas, en cambio, el impacto de la novedad tuvo un
efecto más visible, particularmente en el terreno literario. Cristoforo Landino
transformó los principios platónicos y neoplatónicos aprendidos de Ficino
—antiguo alumno suyo pero a la vez maestro en cuestiones de filosofía—en
instrumento de una hermenéutica que extraía las diversas capas de signifi­
cado de los seis primeros libros de la Eneida de Virgilio. Para Landino el peri-
plo de Eneas debía leerse com o una alegoría del ascenso del alma desde la
inconsciente dedicación al placer (Troya), y a través de la actividad política
(Cartago), hasta la contemplación divina (Italia), es decir, la meta final de la
existencia humana. Los seis libros restantes, donde se narra la sangrienta lucha
entre el héroe y los indígenas itálicos, quedaron convenientemente al mar­
gen de la interpretación43.

39 H a n k in s , Plato, I, págs. 2 6 7 -3 5 9 ; W ils o n , From Byzantium to Italy, págs. 9 0 - 1 0 0 .


40 Para una co m p a ra c ió n entre la técnica de F ic in o y P o lizian o , v id . A . W olters, « P o lizia n o
as a translator o f P lo tin u s» , Renaissance Quarterly, 40 ( 1 9 8 7 ), 4 5 2 - 6 4 .
41 Ficin o co m p u s o com entarios exhaustivos de diversas obras de Platón (Filebo, Fedro, El sofista,
la República, Timeo, Parménides, El banquete), así c o m o de las Encadas de Plotin o; la m ás im portante de
sus obras filosóficas o riginales es la Theoloqia platónica de inmortalitate animorum [1 4 7 4 ],
42 E. P M ahoney, «M arsilio F ió n o s influence o n N ico le tto Vernia, A go stin o N ifo and M arc-
a n to n io Z im a ra » , en G . C . Garfagnini ( e d .) , Marsilio Ficino e il ritorao di Platone: studi e documcnti, 2 vols.
(Florencia, 1 9 8 6 ), II, págs. 5 0 9 -3 1 . Sobre Francesco Patrizi, u n o de los pocos filósofos q u in ien -
tistas que se consagró al estudio del p latonism o y co m e n tó a Platón desde la cátedra universitaria,
véase M . M u c c illo , «M arsilio Ficino e Francesco Patrizi da C h e rso » , ibid., págs. 6 1 5 -7 9 .
43 C . L a n d in o , Disputationcs Camaldulcnses, e d . P. Lohe (Flore n ce, 1 9 8 0 ), lib ros III y IV Véase
tam b ién C . K alle n d o rf, « C risto fo ro L a n d in o ’s Aeneid and the hu m an ist critical tra d itio n » ,
Renaissance Quarterly, 36 ( 1 9 8 3 ), 5 1 9 -4 6 .

201
Introducción al hum anism o renacentista

La influencia literaria del platonismo ficiniano discurrió por los cauces de


la tradición vernácula. El italiano, el francés y otras lenguas europeas se con­
virtieron así en el medio de una amplia propagación de la pasión humanística
por la Antigüedad. Tomemos a modo de ejemplo el caso del comentario de
Ficino al Banquete (1469), que el mismo comentarista ya virtió del latín al vul­
gar. Uno de sus seguidores, Girolamo Benivieni, lo transformó más tarde en
una canzone de estilo densamente alusivo, por no decir hermético. A su vez, esa
poesía fue objeto de un comentario de Pico (1486), compuesto en italiano,
también, y con la voluntad de emular la interpretación de Ficino. Tiempo des­
pués, el tema central del Banquete o, mejor dicho, el amor platónico tal como
lo había cristianizado Ficino (trasmudando la homosexualidad en una casta
com unión entre amigos que comparten el fervor divino) lo retomaron el
humanista Pietro Bembo, en su bello diálogo Gli Asolani («Los Asolanos»
[1505]), y Baltasar Castiglione en II libro del corteqiano («El libro del cortesano»
[1528]); en ambos casos, así como en el caudal de imitaciones que cruzó toda
Europa, la doctrina amorosa quedaba aún más distante del contexto original,
situándose ya en el marco de las relaciones heterosexuales44.
En tanto que sistema filosófico, y no fuente de ideas y motivos literarios,
a mediados del siglo xvn el platonismo halló acogida entre un grupo de cléri­
gos y profesores universitarios de Cambridge. La mayoría enfocó el estudio de
Platón y sus seguidores neoplatónicos desde un ángulo más filosófico y teo­
lógico que filológico, pero, al menos en el caso de Ralph Cudworth, los efec­
tos de la erudición humanística se dejaron notar; así lo atestigua su True
Intellectual System of the Universe [1678], donde las numerosas citas de textos grie­
gos, latinos y hebreos representan otras tantas andanadas contra el materia­
lismo y el ateísmo de la época. Cabe añadir, sin embargo, que el recurso a la
autoridad, por mucho peso que aún tuviera en el círculo de Cudworth, ya no
podía hacer mella en su principal adversario, Thomas Hobbes, para quien los
argumentos no se validaban citando a filósofos clásicos, sino aplicando los pro­
cedimientos deductivos del método geométrico: dando la espalda a Platón y
Aristóteles, Hobbes volvía la mirada hacia Euclides45.

44 J. Kraye, « T h e Transform ation o f Platonic love in the Italian R enaissance», en A . Baldw in


y S. H u tto n (ed s.), Platonism and the Enylish Imagination (Ca m b rid ge , 1994), págs. 7 6 -8 5 .
45 Véase la epístola d ed icatoria a los Philosophical Rudiments, en T h o m as H o b b e s , English
Works, ed. W illia m M o le sw o rth , 1 I vols. (Lo n d res, 1839—4 5 ) , II, págs. iv - x i , así c o m o
H o b b e s , Levialhan (Londres, 16 51 ), págs. 4 , 15, 2 0 -2 1 .

202
Filólogos y filósofos

El interés de los humanistas por los comentarios griegos de Aristóteles, fun­


damental en el campo peripatético, contribuyó así mismo a un mayor cono­
cimiento de la doctrina estoica. Poliziano, por ejemplo, mientras preparaba en
1479 su versión latina del Enchiridion de Epicteto (un ex esclavo luego filósofo
estoico), echó mano de la interpretación compuesta por Simplicio, un comen­
tarista aristotélico del siglo vi. Com o explica en la dedicatoria a su protector
Lorenzo de’ Medici, los dos manuscritos griegos de que disponía para la tra­
ducción traían un texto corrupto y con numerosas lagunas. Examinando, pues,
los pasajes del Enchndion citados en la antigua exégesis, Poliziano pudo llenar
los vacíos y enmendar las deficiencias textuales, en lo que resultó una sober­
bia lección de filología. Por si fuera poco, también espigó el prólogo del
comentario en busca de datos sobre la vida de Epicteto para situar obra y autor
en el contexto histórico apropiado: otra ilustración del perfil característico del
humanismo filológico46. Finalmente, para responder a las críticas contra la
austeridad propugnada en el Enchiridion (por ejemplo, la convicción de que,
ante la muerte de la esposa o de un hijo, el hombre debe actuar con resigna­
ción estoica y no caer en la aflicción), Poliziano construyó una defensa del tra­
tado en parte basada en la lectura platónica que le brindaba Simplicio (cuyo
comentario creía dependiente del Primer Alcibíades de Platón)47.
Otra muestra del papel mediador de los comentaristas griegos se encuen­
tra en Alejandro de Afrodisias, autor de una obra sobre el destino en la que con­
denaba el determinismo estoico. Gracias a la versión latina de Girolamo Bagolini,
publicada en 1516, Alejandro pronto se convirtió en una fuente de primer
orden para el conocimiento de la doctrina estoica sobre la cuestión y, por esa
vía, influyó decisivamente en el De foto («Sobre el destino») de Pomponazzi (un
texto, cabe añadir, que el autor nunca se atrevió a publicar, aún fresco el escán­
dalo subsiguiente a la aparición de su tratado sobre la inmortalidad del alma,
tan inspirado, precisamente, en otra obra del mismo Alejandro)48.
Con análogo proceder al que hemos visto en el caso de los textos pseu-
doaristotélicos, los humanistas se propusieron depurar el Corpus estoico de
falsas atribuciones. Su mayor logro en ese terreno fue demostrar, con prue­
bas lingüísticas e históricas, que la presunta correspondencia entre San Pablo

46 P o lizian o , Opera, págs. 3 9 3 - 9 4 . Véase tam bién R. P. O liv ie r, « P o litia n ’s translation ot


the Enchiridion», Transactions of the American Phiioiogicol Society, 89 ( 1 9 5 8 ), págs. 1 8 5 -2 1 7 .
47 P o lizian o , Opera, págs. 4 0 5 —09.
48 M . Pine, Pietro Pomponazzi: Radical Philosopher o f (he Renaissance (Padua, 1986), cap. 4.

203
Introducción al hum anism o renacentista

y Séneca era una impostura; así quedó finalmente desacreditada la leyenda


medieval que había divulgado la secreta conversión al cristianismo del filó­
sofo estoico49. Con métodos similares, el humanista flamenco Justo Lipsio
dilucidó el viejo problema de la confusión entre Séneca, el filósofo y autor
de tragedias, y su hom ónim o progenitor, a quien se deben diversas decla­
maciones retóricas. La edición del Corpus senequista (1605), al cuidado del
m ism o Lipsio, debe considerarse un m onum ento fruto de la erudición
humanística; lo mismo podría predicarse de otras dos obras, estampadas el
año anterior, en las cuales reconstruía la historia de la Estoa (la tradición
ética y de filosofía natural) compilando y analizando todos los textos anti­
guos pertinentes. Aunque en un principio Lipsio se había acercado al estoi­
cism o con afán meramente filológico, poco tardó en descubrir que el
contenido filosófico de las obras de Séneca se aplicaba perfectamente a la
actualidad: el credo que recomendaba una reacción racional y libre de emo­
ciones ante los sucesos externos al individuo se le antojaba la solución ideal
para todo aquel que se hallara envuelto en el torbellino de las luchas políti­
cas y religiosas que azotaban los últimos decenios del Quinientos. Su atrac­
tiva presentación de la ética estoica, en particular en el De constando [15 74],
donde limaba al máximo las fricciones con la fe cristiana, cautivó al públi­
co europeo y condujo finalmente a una revaloración del estoicismo en el si­
glo xvn más allá del ámbito académico50.
Las ideas estoicas mantuvieron su vigencia hasta la década de 1660. Algu­
nas de ellas incluso se infiltraron en los nuevos sistemas filosóficos
de Descartes y Spinoza: ambos querían someter las emociones al imperio del
intelecto y ambos sostenían que todo lo externo carecía de valor para la con­
secución del bien supremo51. También los dos, sin embargo, rechazaban el
principio de autoridad clásica y habían entregado su fe a una filosofía de nueva
planta que se alzaba exclusivamente sobre la base de la razón; ninguno de ellos,
por tanto, reconoció su deuda con el estoicismo ni con aquellos humanistas
que lo habían hecho revivir.

49 L. B racciolin i Palagi, II cartegyio apócrifo di Séneca e San Paolo (F loren cia, 1 9 7 8 ), esp. págs.
2 2 -3 4 .
50 M . M o rfo r d , Stoics and Neostoics: Rubens and the Circle oí Lipsius (P rin ceto n , 1 9 9 1 ), cap. 5.
51 T. S orell, «M o ráis and m o d e rn ity in D escartes», en T. Sorell ( e d .) , The Rise of Modern
Philosophy: The Tensión between the New and Traditional Philosophies from Machiavelli to Leibniz ( O x fo r d , 1 9 9 3 ),
págs. 2 7 3 -8 8 ; S. Jam e s, « Sp in o za the S to ic » , ibid., págs. 28 9—31 6.

204
Filólogos y filósofos

Aunque las obras de Cicerón y Séneca ya ponían al alcance del estudioso


medieval un buen caudal de inform ación sobre el epicureismo, fueron de
nuevo los humanistas quienes facilitaron el acceso a las dos fuentes prim or­
diales para su conocimiento. La primera de ellas, el De rerum natura, es un largo
poema de contenido científico compuesto por Lucrecio, un seguidor de Epi-
curo en época romana. La obra llevaba largo tiempo en el olvido cuando, en
1417, Poggio Bracciolini la descubrió en un manuscrito mientras asistía al
Concilio de Constanza. Su condición de pieza maestra de las letras latinas se
reconoció de inmediato, pero aun así el examen erudito se demoró más de la
cuenta, en gran parte debido a la imposibilidad de conciliar la doctrina cris­
tiana con rasgos epicúreos tan prominentes como la negación de la providen­
cia divina y de la inmortalidad del alma. El primer comentario completo, a
cargo del humanista boloñés Giovan Battista Pió, no apareció hasta 1511, y
todavía transcurrió cerca de medio siglo hasta que vio la luz una segunda
empresa, producto del estudioso francés Denis Lambin: una edición, profusa­
mente anotada, que establecía el texto que habría de resultar canónico hasta el
siglo xix. En lo sustancial las notas respondían a cuestiones de carácter filoló­
gico o literario: lecciones de los testimonios manuscritos, posibles enmiendas
o paralelos textuales recabados en una vasta prospección de las literaturas clá­
sicas. Para Lambin, las implicaciones filosóficas debían quedar al margen en la
medida de lo posible, pues los conceptos epicúreos de Lucrecio —advierte en
el prólogo- le parecían «quiméricos, absurdos y contrarios al cristianismo»52.
La segunda novedad fueron las Vidas de los filósofos (c. 300 d.C.) de Diógenes
Laercio, cuyo décimo libro contiene tres cartas de Epicuro y una lista de sus
principales enseñanzas, además de una favorable aproximación a la biografía
y el pensamiento del filósofo griego. En 1433, Ambrogio Traversari (un monje
humanista que conjugaba su dedicación a las letras con sus deberes com o
General de la orden camaldulense) com pletó la traducción de las Vidas y la
dedicó a Cosimo de’ M edid. La versión circuló con fortuna y finalmente llegó
a la imprenta en 1472. El texto, no todo lo satisfactorio que debiera, fue objeto
de mejora por parte de sucesivos editores y no cesó de reimprimirse a lo largo
del Quinientos53. De ese modo, el público académico, acostumbrado a con­

52 Lu cre cio , De rerum natura, ed. D. La m b in (París, 1S 6 3 - 6 4 ) , sig. a3 v [ * ] . Véase tam b ién el
a rtíc u lo co rresp on d ien te a Lu crecio en el Catalogus translationum et commentariorum, ed. P O . K riste-
11er y F. E. C ra n z (W ash in gto n D C , 1960—) , II, págs. 3 6 5 -6 5 .
53 M . G ig a n te , « A m b r o g io Traversari interprete d i D io g e n e L a e rzio », en G . C . G a rfag n in i
( e d .) , Ambrogio Traversari ne! VI centenario della nascita (Floren cia, 1 9 8 8 ), págs. 3 6 7 -4 5 9 .

205
Introducción al hum anism o renacentista

fiar en la visión del epicureismo que habían establecido diversos autores clá­
sicos, patrísticos y medievales, casi siempre hostiles y mal informados, pudo
escuchar por fin la voz del propio Epicuro.
Aun así, el antiepicureísmo había echado raíces tan profundas que la difu­
sión de algunos escritos originales y de la obra de Lucrecio no consiguió des­
terrar el prejuicio. Epicuro declaraba que el placer era el máximo bien, y ese
principio, sumado a otras notorias incompatibilidades con el dogma cristiano,
bastó para asegurar la impopularidad de su filosofía. Tuvo que esperar, pues,
hasta la mitad del Diecisiete para que Pierre Gassendi, un clérigo francés que
poseía a la vez formación filosófica y dominio de las técnicas humanísticas,
abrazara su causa y le confiriera una posición respetable. Gassendi había ejer­
cido en un principio como profesor de filosofía, allá en la década de 1620,
pero sus embestidas contra el aristotelismo, aún imperante en los medios uni­
versitarios, le llevaron a abandonar su carrera y retirarse a una parroquia del
sur de Francia, donde continuó por libre su cruzada contra la doctrina peri­
patética. Una vez allí, en vez de optar por un ataque directo al Estagirita, Gas­
sendi intentó construir una filosofía alternativa que se acomodara mejor a la
ciencia mecanicista de Galileo, Descartes y Hobbes. Ese vivo interés científico,
sin embargo, no le impedía creer, con fe de humanista, que tales novedades
debían anclarse en algún sistema de pensamiento del mundo clásico. A su
modo de ver, el epicureismo, bien pertrechado con una física atomista y una
epistemología empírica, ofrecía la plataforma filosófica más adecuada a tal pro­
pósito. De ahí que, así como Lipsio había reconstruido la antigua tradición
estoica aplicando las herramientas humanísticas, Gassendi se propusiera ofre­
cer una visión completa del epicureismo por medio de un comentario filoló­
gico exhaustivo del décimo libro de las Vidas de Diógenes Laercio. Estableció,
pues, un texto griego correcto, proporcionó una traducción latina más fiable
que las existentes y com piló una rica anotación, donde vaciaba la obra de
Lucrecio y recogía todo tipo de testimonios, por fragmentarios que fueran,
tras un escrutinio sistemático del Corpus textual grecolatino. Finalmente, com ­
puso una vida de Epicuro que presentaba al filósofo como un hombre virtuoso,
casi un puritano, víctima inocente del vilipendio de sus adversarios estoicos54.
N o contento con los logros filológicos, Gassendi se entregó a la tarea de
adaptar la filosofía epicúrea a conveniencia de la época, tal como Lipsio había

54 pK:rr(. Gassendi, Animadversiones in decimum librum Diogcnis Laertii [Lyón, 1649] y De vita et niori-
bus Epicuri [Lyón, 1649], Véase también L. Joy, Gassendi the Alomist (Cambridge. 1987), esp. cap. 4.

206
Filólogos y filósofos

hecho en el caso del estoicismo. Huelga decir que eso implicaba la transfor­
mación drástica de algunos aspectos doctrinales, concretamente de aquellos
que suscitaban las objeciones de orden religioso y moral que tanto daño habían
causado a la reputación de Epicuro y a sus ideas. En cuanto a la física, el uni­
verso según lo concebían Epicuro y Lucrecio, es decir, constituido por una infi­
nitud de átomos, eternos y con movimiento propio, dio paso a un mundo
formado por un número finito de átomos, creados y puestos en movimiento
por obra de Dios. De modo similar, pero ahora en el campo de la ética, la doc­
trina del placer epicúreo pasó a interpretarse como parte de un plan de la pro­
videncia divina para garantizar la supervivencia de la humanidad55. Gracias a
Gassendi, concluyamos, un pensador de la segunda mitad del Seiscientos ya
podía explotar el potencial científico del atomismo epicúreo sin que le con­
denaran por ateo y ya podía vivir de acuerdo con la ética epicúrea sin tener
que responder por un pecado de hedonismo inmoral56.

La recepción de la filosofía escéptica durante el Renacimiento siguió el patrón


que ya hemos visto aplicado a estoicismo y epicureismo: una fase inicial de des­
cubrimiento y fijación de textos clásicos bajo el signo del humanismo condujo,
a finales del siglo xvi y principios del siguiente, a un activo retorno del antiguo
sistema filosófico. En esta ocasión, las obras fundamentales fueron los Bosquejos
pirrónicos y el Adversus mathematicos del médico griego Sexto Empírico57. En ellas se
ofrecía una versión del escepticismo derivada de Pirrón de Elis, un pensador de
una época mucho más antigua cuya doctrina sostenía que, por cuanto resulta
imposible conocer la naturaleza de las cosas más allá de la apariencia, el hom ­
bre debería abstenerse de enjuiciar cosa alguna ante una evidencia contradic­
toria (y eso incluía pronunciarse sobre la cuestión de si era o no era acertado
ese mismo proceder).
Una vez más, fueron los humanistas quienes dieron a conocer los manus­
critos de dichas obras a la Europa occidental, en esta ocasión trayéndolos de

55 Véase el Syntagma philosophicum, en Fierre Gassendi, Opera omnici, 6 vols. (Lyón, 1658),
I—II. Véase también B. Brundell, Pierre Gassendi: From Aristotelianism to a New Natural Phdosophy (Dor-
drecht, 1987), cap. 3, así como L. T. Sarasohn, «The ethical and political philosophy o f Pierre
Gassendi», Journal of the History oí Phílosophy, 20 (1982), págs. 239-60.
56 H. Jones, The Epicurean Tradition (Londres, 1989), caps. 7 y 8.
57 Entre los textos clásicos pertinentes, también destacan los Académica de Cicerón y la
biografía de Pirrón que se incluye en las Vidas de Diógenes Laercio. El término «escepticismo»
lo acuñó Traversari al verter esta última obra al latín.

207
Introducción al hum anism o renacentista

Bizancio. Cabe agregar, sin embargo, que no les movieron motivos filosóficos
de ninguna clase: las buscaban en tanto que depósitos de inform ación del
pasado clásico, y así lo certifica el hecho de que Poliziano, por ejemplo, trans­
cribiera extractos de un códice griego de Sexto Empírico y los organizara luego
a modo de enciclopedia del saber antiguo58. El primero en prestar atención a
su contenido filosófico fue Gianfrancesco Pico della Mirándola, sobrino de
Giovanni, en su Examen vanitatis doctrinae ¡jentium («U n examen de la futilidad
de las doctrinas paganas» [1520]), obra en la que utilizó ciertos argumen­
tos de Sexto Empírico para demostrar, como buen partidario de Savonarola, la
flaqueza de todo conocimiento humano, y en concreto de la filosofía aristo­
télica, en comparación con el divino saber revelado en la Biblia, vale decir la
certeza absoluta59.
Sexto Empírico no circuló en impresión latina hasta que Henri Estienne,
humanista e impresor, estampó su versión de la primera de las obras mencio­
nadas en 1562; siete años más tarde, veía la luz el Adversus mathematicos, ahora
en traducción de Gentian Hervet. Fue a partir de ese momento cuando los
principios del escepticismo griego se divulgaron ampliamente y, por ahí,
empezaron a calar en escritores de la talla de Michel de Montaigne, quien recu­
rrió a la m unición de Sexto Empírico para atacar, en sus célebres Essais
[1580—88], el dogmatismo filosófico y religioso de su tiempo60.
Com o ya había hecho antes con Gianfrancesco Pico, el escepticismo
brindó a los antiaristotélicos del Diecisiete —sería el caso de Gassendi—la opor­
tunidad de hundir la doctrina peripatética demostrando que sus argumentos,
supuestamente irrefutables, en realidad eran tan inciertos como los de cual­
quier otro sistema filosófico. Aún más: el filósofo francés, y con él muchos de
quienes pensaban de modo parecido, se mostró dispuesto a asumir, cuando
menos en parte, el principio escéptico que postulaba que la certeza total era
inalcanzable, y a aceptar también el corolario: que las propias conclusiones

58 L. C esarin i M artin e lli, «Sesto E m p íric o e una dispersa e n ciclo p ed ia delle arti e delle
scien ze di A n g e lo P o lizia n o » , Rinascimento, 20 (1 9 8 0 ), págs. 32 7—58.
59 C . B. S ch m itt, Gianfrancesco Pico della Mirándola (1469-1533) and his Critique of Aristotle (La
H aya, 1967).
60 M erece destacarse « A n A p o lo g y fo r R ay m o n d S e b o n d » , en M ic h e l de M o n ta ig n e , The
Complete Essays, trad. M . A . Screech (Londres, 1 9 9 3 ), págs. 4 8 9 —683 [ * ] . V id . C . B. S ch m itt,
« T h e rediscovery o f a ncient skep ticism in m o d e rn tim e » , en M . Burnyeat (e d .), The SkepticaJ
Tradition (Berkeley, 1 9 8 3 ), págs. 2 2 5 -5 1; L. F lo rid i, « T h e d ifíu s io n o f Sextus E m p ir ic u s s w orks
in the R en aissan ce», Journal of the History of Ideas, 56 ( 1 9 9 5 ), págs. 6 3 - 8 5 ; R. H . P o p k in , The His-
tory of Scepticism from Erasmus to Spinoza (Berkeley, 1 9 7 9 ), caps. 2 - 3 .

208
Filólogos y filósofos

científicas no podían aspirar sino a una validez modesta y limitada61. A otros,


sin embargo, les preocupaba seriamente que el escepticismo, al socavar los
pilares de la epistemología, pudiera poner en peligro la existencia de cualquier
forma de pensamiento sistemático62. Fue precisamente la voluntad de res­
ponder a esta amenaza, la necesidad de encontrar un método que permitiera
obtener algún conocimiento seguro, lo que condujo a Descartes hasta la for­
mulación del cogito ergo sum («pienso, luego existo»)63: un paso crucial en la
ruta filosófica que llevaba al racionalismo deductivo y se alejaba definitiva­
mente de la confianza en la autoridad del pasado clásico. No deja de ser iró­
nico que fuera el humanismo, precisamente, el encargado de recuperar la
tendencia que catalizó en buena medida esa revolución intelectual: una revo­
lución que alumbró el pensamiento moderno al tiempo que arrinconaba a la
filología, ya desde entonces herramienta obsoleta para la indagación filosófica.

61 Véase el lib ro I de las Exercitationes paradoxicae adversus Aristoteieos (1 6 2 4 ) de G assen di; y


tam b ié n B ru n d ell, Gassendi, cap, 1; P o p k in , History oí Scepticism, cap. 7.
62 Para el intento de contrarrestar el esce p ticism o p o r parte de algu n o s a ristotélicos de la
é p o ca, D. K ro o k , John Sergeant and his Circle: A Study of Thrce Seventeenth-Century English Aristotelians
(L e id en , 1 9 93 ).
63 R. H . Po p k in , « S ce p ticism an d m o d e r n ity » , en Sorell (e d .), Rise of Modero Philosophy,
p ágs. 1 5 -3 2 .

209
9
A rtistas y hum anistas

CHARLES HOPE y ELIZABETH M cGRATH


Hay dos fenómenos que siempre se consideran fundamentales al definir el
Renacimiento, especialmente con respecto a Italia: uno es el nuevo interés
por el latín y el griego clásicos asociado con el humanismo; el otro, la radi­
cal transformación en el terreno de las artes plásticas, descrita en las Rite [1550
y 15 68] de Giorgio Vasari com o un proceso de renovación cuyo desarrollo
alcanzó una cota más alta incluso que en la Antigüedad. Los historiadores sue­
len suponer que ambas trayectorias estuvieron estrechamente vinculadas, pero
el carácter de esa conexión, a decir verdad, no está nada claro. El humanismo,
a fin de cuentas, fue un movimiento intelectual, originado en el siglo xiv, que
se ocupó de unos textos cuya lectura por parte de los artistas, si es que la
hubo, debía escasear, ni que fuera porque carecían del latín necesario para
entenderlos. El renacer de las artes, en cambio, remonta a finales del siglo xm,
y los mismos autores renacentistas no acostumbraban a compararlo con el
humanismo sino con la eclosión de la literatura vernácula, pues no en vano
Cimabue y Giotto figuraban en la Divino commedia y Simone Martini hacía lo
propio en dos célebres sonetos de Petrarca1. Por otra parte, tampoco existen
razones para pensar que los desvelos de un humanista hubieran de incidir
directamente en la práctica artística habitual, es decir, en la ejecución de pin­
turas y esculturas de tema religioso y en el diseño de edificios tradicionales
como una iglesia o un palacio.
El hipotético encuentro entre ambos colectivos podría haberse producido,
básicamente, de cuatro formas distintas. En primer lugar, se podría suponer
una influencia de los ideales humanísticos que estimulara en el gremio de las
bellas artes el deseo de emular los logros de sus predecesores. Y al contrario:

1 Para el ren a cim ie n to artístico, W K. Ferguson , The Renaissnnce in Historical Thought


(C a m b rid g e M A , 1 9 4 8 ), p ágs. 1 -2 8 ; E. Panofsky, Renoissance and Renascences in Western Art
(E sto co lm o , 1 9 6 0 ), p ágs. 1-41 [ * ] .

21 1
Introducción al hum anism o renacentista

los artistas podrían haber ejercido un influjo sobre el humanismo, descu­


briéndole el valor estético y la importancia histórica del arte y la arquitectura
clásicas. La tercera posibilidad se daría en el caso de que los humanistas hubie­
ran modificado los criterios con que una persona culta juzgaba y discutía el
arte del momento. Finalmente, se debe considerar la implicación directa de
los cultivadores de los studia humanitatis en la producción de una obra artística,
en particular por lo que respecta a la utilización de temas y motivos pertene­
cientes al mundo de la erudición.
Los dos objetivos principales del primer humanismo fueron la recupera­
ción de obras antiguas y la recreación de un latín auténticamente clásico. N in­
guno de los dos halla un equivalente en los primeros tiempos del arte
renacentista. El esfuerzo por recobrar las obras maestras del arte antiguo no se
manifestó con continuidad hasta finales del Cuatrocientos, y solamente enton­
ces se las empezó a reconocer como ejemplo de estilo admirable y singular. En
el terreno de la arquitectura se desarrolló un lenguaje basado en modelos clá­
sicos, cierto, pero éste implicaba la codificación de los órdenes arquitectóni­
cos y no la incorporación, más o menos fiel, de motivos individuales. El primer
arquitecto que se aproximó a una imitación detallada del estilo clásico fue León
Battista Alberti, en concreto al concebir la fachada del Templo Malatestiano de
Rímini (c. 1454; lámina 9.1) inspirándose muy de cerca en un arco romano
que se erguía no muy lejos del templo; sin embargo, cabe observar que no
reprodujo el modelo que le brindaban los antiguos capiteles. Parece que Alberti
no era el primero que se aplicaba al estudio de la arquitectura del pasado.
Según escribió Antonio Manetti en tom o a 1480, Filippo Brunelleschi había
pasado muchos años en Roma dedicado a esa tarea1. Lo cierto, en cualquier
caso, es que no hay rastro visible de estructura clásica alguna en sus propios
trabajos: quizá aprovechara su conocim iento de la técnica de edificación
romana para alzar felizmente la cúpula de la catedral de Florencia -e l máximo
logro de la ingeniería cuatrocentista—, pero el resultado no se asemeja en nada
a una construcción clásica, ni necesariamente lo pretendía.
No se puede hablar de una imitación precisa, producto del estudio, hasta
la primera década del siglo xvi y con la obra de Donato Bramante, en particu­
lar el Tempietto de Roma. De modo paralelo, es sólo a partir de 1S00, apro­
ximadamente, cuando los arquitectos empiezan a plasmar en sus libretas

2 A n to n io M an e tti, The Life of Brundieschi, ed. H . Saalm an, trad. C . E nggass (U n ive rsity
P a rk P N , 1 9 7 0 ), págs. 5 0 -5 5 .

212
Artistas y humanistas

cuidadosas reproducciones a escala de los restos de la arquitectura antigua.


Antes de esa época, la emulación del estilo clásico no pasaba de ser un mero
rechazo del gótico. Pero incluso algo tan elemental com o la idea de que un
arco apuntado era algo extraño al espíritu antiguo, una forma incorrecta, tardó
lo suyo en imponerse a lo largo de un proceso que no se deja relacionar fácil­
mente con la difusión del humanismo. De ahí que en Venecia, por ejemplo, el
arco gótico y el de medio punto pudieran coexistir en un mismo edificio hasta
muy entrado el siglo xv.
Algo similar ocurre en el campo de la escultura: la conciencia de que el
mundo romano había elaborado un estilo propio no aparece hasta el Q u i­
nientos. El primero en afirmar explícitamente que la mejor escultura antigua
seguía unos principios sistemáticos, ya asumidos por el arte italiano del
momento, fue un escritor portugués, Francisco de Hollanda, quien reflejaba
así, en 1548, lo que había aprendido en Italia una década atrás3. Más o menos
a un tiempo, Vasari declaraba que el descubrimiento de unas pocas estatuas
clásicas excepcionales, incluyendo el Laocoonte y el Apolo de Belvedere, había
abierto los ojos a pintores y escultores italianos, ahora sensibles a las posibili­
dades de idealización artística, lo cual es básicamente cierto4. Entre los pri­
meros en adoptar ese canon de excelencia cabe destacar a Rafael, quien
transformó radicalmente su estilo tras su llegada a Roma en 1508. El cuidado
y la inteligencia crítica con que estudió los testimonios del pasado quedaron
fijados memorablemente en una carta sobre los restos de la antigua metrópo­
lis: todos los arquitectos clásicos seguían una norma coherente —afirmaba
Rafael con energía—, pero los relieves del Arco de Constantino, tomados de
edificios de la época de los primeros emperadores, eran de ejecución mucho
más fina que los realizados en tiempos del mismo Constantino5.
Huelga decir que la novedad del arte escultórico de Rafael no consistía en
el mero hecho de trabajar la cantera de la Antigüedad. Otros artistas italianos
habían explotado durante tiempo los sarcófagos, imitando ropaje?, desnudos
y figuras en movimiento. N o obstante, ninguno de esos precedentes había
tenido capacidad, o interés, para seleccionar los mejores modelos, deducir
unos postulados generales y proyectarlos luego a la propia obra de un modo

3 F rancisco d e H o lla n d a , Da pintura antiga, ed. J. d e V asco ncellos (O p o rto , 1 9 1 8 ), esp.


p ágs. 9 1 - 9 5 , 1 1 3 -1 6 .
4 G io r g io Vasari, le vite de' piti eccellenti architetti, pittori, et scultori italiani... (1 5 5 0 ), ed. L. Bellosi
y A . R ossi (Turín, 19 86 ), págs. 540—4-1.
5 V G o lz io , Raffaello nei documenté.. (C iu d a d d el Vaticano, 1 9 3 6 ), pág. 85.

213
Introducción al hum anism o renacentista

Lám ina 9.1. Tem plo M alatestiano, R ím in i; proyectado por León Battista Alberti.

sistemático. Para los pintores y escultores del Cuatrocientos, el arte romano


representó ante todo una fuente de motivos decorativos. Tanto es así que el
término all’antica parece que se aplicó inicialmente (en el contexto de las artes)
a un tipo de decoración, en concreto a los capiteles, pilastras y grotescos con
que se adornaban los marcos rectangulares de los retablos6. Esta moda man­
tuvo su popularidad hasta últimos de siglo, como testifican, por otra parte, los
incunables del estilo de la Hypnerotomachia Poliphili [1499], creadores de una ima­
gen de la civilización antigua extremadamente romántica y muy difundida en

6 Véase, v. gr., Neri di Bicci, Le ricordanze, ed. B. Santi (Pisa, 1976), passim.

214
Artistas y humanistas

Italia y por toda Europa7. Más influyente todavía fue la visión de la Roma del
pasado —un retrato sin precedentes, admirable (aunque erróneo) por el efecto
de conjunto—ofrecida en los Triunfos de César (1486—c. 1506) que grabó Andrea
Mantegna en época temprana.8 Es significativo, con todo, que su estilo no
muestre huellas visibles de su estancia en Roma entre 1488 y 1490: habida
cuenta de su estrecha relación con algunos humanistas, especialmente con
Felice Feliciano, resulta interesante comprobar que Mantegna no puso mayor
empeño que el resto de sus contemporáneos en imitar con rigor los modelos
clásicos.
En la época de Bramante y Rafael, la andadura humanística ya llevaba reco­
rrido más de un siglo. No hay razones para dudar que la creencia en el valor
singular de la civilización antigua había empujado paulatinamente a los artis­
tas hacia la adopción del arte clásico como modelo supremo. Los contactos
personales debieron contribuir al proceso, como sucedió en el caso de M an­
tegna, o en el de Lorenzo Ghiberti, buen amigo de Niccoló Niccoli. Pero aun
siendo así sigue sorprendiendo que, antes de 1500, no exista documentación
de otras relaciones análogas más que en unos pocos casos, ni nada que sugiera
en modo alguno que artistas y humanistas compartieron unos mismos obje­
tivos y tuvieron conciencia de esa asociación (si bien es cierto que en el curso
de la historia artistas y académicos raramente han sentido nada parecido a esa
supuesta com unión).
Vista desde el ángulo contrario, la situación se repite: la mayoría de los
humanistas no parece haber mostrado mayor interés en el arte antiguo o con­
temporáneo que el que sus enseñanzas suscitaron entre los practicantes de las
bellas artes. Si a lo largo del siglo xv prestaron atención a los monumentos
romanos, fue sobre todo porque resultaban una útil fuente de inscripciones
(el único género de escritura latina clásica que había sobrevivido), por más
que Poggio, siguiendo el ejemplo de Cicerón, adquiriera por lo menos tres
esculturas (unas cabezas de Juno y Minerva y un Baco con cuernos) para su
estudio o gymnasiolum9. Unos cuantos estudiosos, muy en particular Flavio
Biondo, se dieron a la labor de identificar antiguos edificios que aún seguían

1 Vid. Francesco Colorína, Hypnerolomachia Poliphili [*|, ed. G. Pozzi y L. A. Ciapponi,


2 vols. (Padua, 1964).
8 Vid. J. Martineau (ed.), Andrea Mantegna, catálogo de exposición (Londres, 1992),
págs. 349-92.
9 Vid. P Castelli (ed.). Un toscano del '400: Poggio Bracciolini 1380-1459 (Terranuova Braccio-
lini, 1980), págs. 109-15.

215
Introducción al hum anism o renacentista

en pie, y Manuel Crisoloras reconoció en los relieves un vivido testimonio de


las costumbres y el modo de vestir de los romanos10, pero en general las colec­
ciones amasadas por hombres de letras se limitaron a las inscripciones, a veces
complementadas con monedas o incluso algún busto escultórico. La perspi­
cacia de Crisoloras no obtuvo el aprecio que merecía hasta la llegada del Q u i­
nientos, cuando los eruditos se dieron cuenta de que los restos monumentales
ofrecían datos esenciales para el estudio de la civilización clásica. La función
del artista resultó entonces indispensable para dejar constancia de los nuevos
hallazgos en dibujos y láminas impresas. Avanzado el 1600, esa colaboración
entre el interés arqueológico y el artístico alcanzó un grado de intensidad sin
precedentes, como muestra la asociación entre Nicolas-Claude Fabri de Pei-
resc y Rubens, o la de Cassiano del Pozzo con Poussin.
El gusto de los humanistas por las antigüedades parece haber hallado eco
entre algunos de sus más distinguidos protectores (verbigracia, los Medici) ya
en la segunda mitad del Cuatrocientos. Hacia 1500, sin embargo, a los miem­
bros pudientes de la clase alta les empezaba a atraer la obtención de piezas de
arte antiguo más sustanciosas, al tiempo que se revaloraban también los pro­
ductos artísticos de la época. Paradójicamente, fueron los logros de pintores y
escultores renacentistas, más que los afanes humanísticos, lo que al cabo esta­
bleció un canon estético bajo el imperio del arte clásico. En ese sentido, no es
casualidad que los pioneros de ese tipo de coleccionismo fueran artistas (como
Ghiberti y Mantegna, ambos poseedores de ilustres esculturas clásicas) y que
a ellos se dirigieran inevitablemente los coleccionistas que buscaban el con­
sejo de un experto.

En los escritos sobre el arte del Renacimiento, el nombre de León Battista


Alberti siempre ocupa un puesto de honor. Fue hombre polifacético: se inte­
resó por las antigüedades; diseñó un buen número de importantes proyectos
arquitectónicos (aunque la realización, cabe matizar, corrió a cargo de otros
profesionales); trabajó también como pintor y escultor, según parece; y com ­
puso los primeros tratados modernos de pintura, escultura y arquitectura. Se
ha afirmado con mucha frecuencia y no menos convicción que esas obras teó­
ricas influyeron en la práctica de los mismos artistas, así como en la opinión

10 R . W eiss, The Renaissance Discovery of Classical Antiquity ( O x fo r d ,. 1 9 8 8 2) , págs. 59—72;


M . B axandall, Giotto and the Orators: Humanist Observers of Painting in Italy and the Discovery of Pictorial Com-
position 1350-1450 ( O x fo r d , 1 9 8 8 ), p ágs. 8 0 - 8 1 .

216
Artistas y humanistas

de sus clientes más cultivados. En suma: por su formación humanística con­


jugada con la experiencia directa en las artes plásticas, la figura de Alberti se
ha presentado como el lazo de unión entre ambos mundos.
Sin embargo, documentar tales pretensiones, por atractivas que sean, no
resulta nada sencillo. El De status, para empezar, es un tratado breve, de difícil
comprensión, que aborda un problema de escaso interés para los escultores de
aquel tiempo: cómo realizar por partes una estatua de gran tamaño. Por lo que
sabemos, la obra tuvo muy pocos lectores. Al De pictura (1435), en cambio, se
le suele atribuir mayor significación” . En concreto, el hecho de que el mismo
autor lo tradujera al italiano en 1436, dedicándolo a Brunelleschi, se ha con­
siderado un índice inequívoco de su influencia directa en la producción artís­
tica. Pero tampoco hay pruebas que lo confirmen. A juzgar por los datos que
poseemos, la versión italiana tuvo una circulación muy restringida: sólo se
conserva un manuscrito cuatrocentista y, antes de 1500, únicamente una per­
sona, el arquitecto y escultor florentino conocido como el Filarete, parece alu­
dir a la obra1
12.
1
A ello cabe añadir que la utilidad práctica del De pictura es más que cues­
tionable. Es cierto que se presenta en forma de tratado, pero lo hace con un
clasicismo consciente, siguiendo la división tripartita ars-opus-artifex («arte, obra,
artífice») según el modelo de la Institutio oratoria de Quintiliano; además, el sim­
ple hecho de que lo compusiera en latín hace pensar que el autor no perse­
guía un propósito didáctico13. Más bien se dirá que Alberti, escribiendo un
tratado pictórico sin precedentes clásicos en su género y con un buen latín clá­
sico, quería exhibir sus credenciales de humanista. De ahí que la obra se ocupe
tan sólo de la pintura antigua, con la excepción de Giotto, y olvide por com ­
pleto la temática religiosa.
A pesar de que el auténtico carácter del De pictura ya no se discute, más aún
cuando el mismo León Battista lo hace explícito en el prefacio, se sigue afir­
mando con cierta frecuencia que el tratamiento de la perspectiva en la primera
sección de la obra debió producir un cierto impacto en la práctica artística. Se

11 León Battista A lberti, OnPainting and OnScuIpture, ed. y trad. C. Grayson (Londres, 1972) [* ].
12 A n to n io A verlino d etto il Filarete, Trattato di architettura, ed. A . M . F in oli y L. G rassi,
2 vols. (M ilá n , 1 9 7 2 ), II, pág. 6 4 6 . C risto fo ro La n d in o p ro b ab lem ente co n o c ía el o rig in a l en
latín segú n se desprende de su a lu sió n a los escritos de p intura y escultura de A lb erti en
L a n d in o , Scritti critici e teorici, e d . R . C a rd in i, 2 vols. (R o m a , 1 9 7 4 ), I, pág. 117.
1! D. R. E. W r ig h t, « A lb e r ti’s De pictura: its literary structure and p u rp o s e » , Journal oí the
Wárburg and Courtauld Institutes, 47 ( 1 9 8 4 ), págs. 52—71.

217
Introducción al hum anism o renacentista

puede argumentar que, en el texto latino, Alberti reclamaba la paternidad de


la técnica descrita, pero tal pretensión resulta, una vez más, de imposible com ­
probación (aunque ya debería parecer bastante orientativo que se abstuviera
de repetirla al traducir el tratado al italiano). En cualquier caso, lo cierto es que
ni Alberti inventó la perspectiva como tal, ni puso especial empeño en trans­
mitir a los artistas sus ideas al respecto; si no fuera así, se hubiera preocupado
de adjuntar los diagramas correspondientes, cuando menos en la versión ita­
liana. El hecho de que, en toda Europa, el De pictura sobresalga por ser el único
tratado importante que trata de la perspectiva sin proporcionar ilustraciones
ya habla por sí solo. A los artistas de aquella Florencia donde Alberti escribió
la obra les hubiera sido más fácil aprender sobre la cuestión intercambiando
visitas a sus respectivos talleres.
En favor de la trascendencia de Alberti también se ha alegado que fue el
introductor de dos nociones fundamentales en la historia del arte: la idea de
un tipo supremo de pintura, al que se refería con la palabra historia, y el con­
cepto de com posición. En cuanto a la primera, se suele asumir que fue el
mismo Alberti quien acuñó el término y que con él quería expresar un tipo
concreto de representación plástica, de tema histórico y caracterizada por su
grave solemnidad y significación moral. Esto es completamente falso. En la
época de Alberti (y al menos desde un siglo antes), una pintura se podía cla­
sificar según dos grandes categorías: las imágenes, es decir, representacio­
nes humanas sin elemento narrativo, y las historias o traducciones plásticas
de un suceso14. En el segundo caso, esos eventos eran habitualmente de
carácter religioso, puesto que en aquel tiempo raramente se pedía a los artis­
tas que pintaran escenas mitológicas o relativas a la historia antigua. Al pro­
clamar que «la gran obra del pintor no es un coloso sino una historia», Alberti
afirmaba simplemente que, para el pintor, una escena narrativa suponía un
reto mayor que una imagen, incluso si ésta era de las más grandes15. El tér­
mino historia era moneda corriente tanto en italiano como en latín (y aun en
francés) desde hacía tiempo; por lo demás, no hay m otivo alguno que
induzca a creer que el entusiasmo de Alberti por los relatos pictóricos tuviera
nada de particular: podría tratarse perfectamente de una opinión habitual
entre artistas.

14 Vid. C. Hope, «Aspects o f criticism in art and literature in sixteenth-century Italy»,


Word ond linaje, 4 (1988), págs. 1-10.
15 A lb e rti, On Pointing, pág, 73 [ * ].

218
Artistas y humanistas

Pasemos a la segunda cuestión. En la labor del pintor, sea plasmando imá­


genes o historias, Alberti distinguió tres constituyentes: circunscripción, com ­
posición y recepción de la luz. La primera noción concierne al trazado de líneas
de perfil, mientras que la tercera trata del color, la luz y la sombra. La compo­
sición se define como el proceso por el cual se configuran las partes en un todo,
sean superficies, extremidades o, en las escenas narrativas, cuerpos enteros. La
idea de que el pintor compone diversos elementos individuales para construir
una figura no suponía novedad alguna: Cennino Cennini, autor de un manual
en italiano sobre pintura de carácter estrictamente práctico, utilizó la palabra
«componer» exactamente en el mismo sentido, y así se mantuvo a lo largo del
Renacimiento16. Alberti, sin embargo, sabía muy bien que «composición» era
un término retórico que designaba la creación de oraciones a partir de sus for­
mantes (palabras y cláusulas), de manera que, aplicando el concepto no sólo a
una figura, sino a una com binación de ellas en una escena, probablemente
exploraba terreno virgen. Además, tampoco se debe ocultar que Alberti reco­
mendaba un tipo concreto de relato pictórico, una composición en la que todas
las partes integrantes contribuían al efecto de conjunto, conseguido con una
cierta economía de medios expresivos, y que esa concepción, como se ha obser­
vado repetidamente, parece coincidir con la pintura narrativa que practicaba
Masaccio en aquellos tiempos, precisamente en Florencia.
Aun así, cuesta conciliar la distinción entre circunscripción y composición
con cualquier idea verosímil que podamos formarnos del trabajo práctico de
un pintor. Debemos recordar, también, que el concepto de «com posición»
de Alberti no se corresponde con el actual: al igual que a Cennini, la compositio
le parecía un proceso y no el acto de disponer las formas en una pintura. En
cualquier caso, su intento por extender su campo de aplicación no tuvo segui­
dores. Cristoforo Landino (un humanista con una acusada sensibilidad artís­
tica) , al incluir en su edición de Dante (1481) una valoración de varios pintores
y escultores florentinos reputados, elogió a Masaccio y a Donatello por ser hábi­
les «compositores» (componitori); sin embargo, cuando agrega que Donatello era
«despierto y m uy vivaz, tanto en lo que respecta a la disposición com o a la
situación de las figuras», nos damos cuenta de que para Landino (como tam­
bién para Cennini) la composición hacía referencia al diseño de figuras indivi­
duales, no a la ordenación del conjunto17.

16 Hope, «Aspects of criticism», págs. 1-2.


17 Landino, Scritti, I, págs. 123-25.

219
Introducción ai hum anism o renacentista

El aspecto más notable del De pictura no consiste en la defensa de un cierto


estilo, sino en el hecho de que, acentuando el componente narrativo y con­
firiendo un lugar de privilegio a la com posición —un término de pareja
importancia en el ámbito de las letras- Alberti abrió la puerta a la posibili­
dad de aplicar criterios procedentes del análisis literario, como el decoro y
la variación, al terreno de la narrativa pictórica. Las consecuencias de ese
trasvase a la larga tuvieron gran valor, ya que la retórica clásica ofrecía abun­
dantes modelos para la crítica literaria pero muy pocos para su equivalente
en las artes plásticas. Ello no im plica, con todo, que la estrategia de Alberti
no contara con antiguos precedentes. Horacio comparó a poetas y pintores
en un célebre pasaje (Ars poética 361—65) cuyos ecos incluso habían llegado
hasta Cennini, y Quintiliano trazó un paralelo entre el Discóbolo de M irón,
por su posición en contrapposto, y el recurso literario de la antítesis (Institutio
oratoria II. 13.8—11).
El primer texto humanístico en donde ese paralelismo entre pintura y poe­
sía se expresa abiertamente es el De viris illustribus («Sobre hombres célebres»,
1456). Su autor, Bartolomeo Fació, incluyó unas pocas biografías de artistas,
aunque, a la hora de la verdad, esos esbozos no hacen más que enumerar bre­
vemente algunas obras concretas, sin el menor intento por establecer distin­
ciones estilísticas18. Landino fue mucho más ambicioso y definió acertadamente
los rasgos característicos de diversos artistas: del estilo de Masaccio, por ejem­
plo, afirmó que era «puro sanzo ornato», mientras que el de Fra Angélico le
parecía «ornato m oho». Evidentemente, cuando realzaba la capacidad de crear
una intensa sensación de sosiego o el dominio del escorzo y la perspectiva, por
citar dos muestras, Landino recurría también a una tradición crítica vernácula
ya establecida entre los artistas de la época. Pero su ejemplo no cundió. La apa­
rición de una crítica dedicada al arte renacentista no se produjo hasta después
de la publicación del De pictura en 1540 y de una traducción italiana de la obra
siete años más tarde (si bien es cierto que en la década de los treinta ya se
encuentran algunos atinados juicios al respecto en las cartas de Pietro Aretino
y en otros lugares)19. Como Landino, los escritores quinientistas utilizaron a la
par las convenciones del análisis literario y los criterios que los mismos artífi­
ces de las obras habían ido desarrollando.

18 B axandall, Giotto, págs. 103—09.


19 Pietro A re tin o , Lcltere suH’arte, e d . F. P ertile, C . C o r d ié y E. C a m e sa sc a , 3 vols. ( M ilá n ,
1 9 5 7 -6 0 ).

220
Artistas y humanistas

Aparte de Alberti, el único humanista que compuso un texto exclusiva­


mente consagrado a las artes figurativas fue Poinponio Gaurico, autor de un
tratado De sculptura [1503] derivado en su totalidad de fuentes textuales. En
general, los humanistas del primer Renacimiento, al igual que la mayoría de
escritores clásicos, nunca encontraron la ocasión propicia para ocuparse del
arte de su tiempo. Sus comentarios, cuando los hubo, solían repetir los juicios
heredados de sus antiguos predecesores, a menudo sin salir del estereotipo, y
reflejaban así la superioridad (o el incomodo) con que unos hombres doctos
habían de considerar las actividades de quienes, en resumidas cuentas, por
muy de admirar que fuera su pericia, no dejaban de ser artesanos sin letras.
Alberti -incluso é l- evitó cualquier compromiso directo con el arte contem­
poráneo en el De pictura, y en cualquier caso nunca más abordó la cuestión.
Comprendemos, entonces, que los elogios acostumbraran a destacar la vero­
similitud de una obra de arte, o su viveza, y poca cosa más: se escondía ahí un
prejuicio tipificado en el comentario atribuido a Leonello d’Este, quien afir­
maba (si hemos de creer a Angelo Decembrio) que los artistas no poseen inge-
nium, o sea, talento natural, sino ars, habilidad adquirida20. N o de otro modo,
las referencias a las artes suelen aparecer en obras dedicadas a otros temas y
por lo general se limitan a invocar unos pocos tópicos clásicos: la historia de
Zeuxis creando una figura ideal con lo mejor de cinco hermosas mujeres, la
alusión a unas uvas pintadas que engañan a los pájaros, o una conocida frase
horaciana. Lo mismo se puede decir de los humanistas del norte europeo. Por
ejemplo, en 1528, en el famoso encomio de los grabados de Durero (cf. las
láminas 9.3, 9.6), Erasmo hizo lo imposible por acomodar términos utiliza­
dos por Plinio el Viejo en su descripción de la evolución de la pintura antigua
(según la cual el monocromo caracterizaba la fase más primitiva)21 a un medio
totalmente nuevo donde lo que importaba era la fuerza de la línea22. Tras los
pasos de Plinio, los hombres de letras compusieron también algunas breves
biografías de artistas modernos, pero ni en esas contadas ocasiones se descu­

10 Baxandal), Giotto, pág. 16.


21 P lin io el V ie jo , Historia natural X X X I II . 1 5 4 - 5 7 ; X X X I V 5 - 9 3 , 1 4 0 -4 1 ; X X X V 1 5 - 2 9 ,
5 0 - 1 4 9 , 1 5 1 -5 8 ; X X X V I .9 - 4 4 .
22 Erasm o, Collectcd Works (Toronto, 1974—) , X X V I: Litemry and Educational Wntincjs 2,
págs. 3 4 7—4 7 S ( 3 9 8 - 9 9 ) : The Right Way of Speaking Latin and Greek, trad. M . Pope; para el o rig in a l
latin o , Opera omnia (A m sterd a m , 1 9 6 9 -), 1.4, págs. 1 -1 0 3 ( 4 0 - 4 1 ) ; De recta Latini Graecique sermonis
pronuntiatione, ed. M . C ytow sk a. Véase tam b ién H. Panofsky, «Erasm us and the visual arts», Journal
of the Warburg and Courtauld Institutes, 32 ( 1 9 6 9 ), págs. 2 0 0 -2 7 (2 2 3 —2 7 ).

221
Introducción al hum anism o renacentista

bre un esfuerzo real por definir los logros de pintores y escultores más allá de
la generalización (excepción hecha de un texto incompleto escrito por Paolo
Giovio en la década de 1S 20)23. El humanismo, se puede concluir, no aportó
prácticamente nada propio ni singular a la apreciación del arte renacentista, y
su papel en el desarrollo de una valoración crítica del arte revistió menos
importancia que los juicios, por otra parte bien distintos, que iban configu­
rando una corriente de opinión en el seno de los mismos talleres.
Pero todavía hay más: la idea de que el Renacimiento conllevó una manera
especial de describir una obra de arte (la ékphrasis) —una idea ya convertida en
tópico de la historiografía actual sobre las artes y el humanism o—debe ser
puesta en cuarentena. Ese término se utiliza hoy en día indiscriminadamente
para etiquetar cualquier descripción o evocación literaria de una pintura o una
escultura, pero en la Antigüedad su campo de aplicación era m ucho más
amplio y, en general, a los escritores que escogían como tema una obra de arte
les preocupaba bien poco definir sus rasgos específicos; su intención no era
describir la obra en sí, sino revivir, para los ojos del lector, los hechos de que
trataba. Los autores renacentistas, en cambio, parecen haberse ceñido a lo que
estaba realmente representado en la obra. Así ocurre en el caso de Vasari (quien
probablemente no conocía el concepto de ékphrasis ni sus implicaciones litera­
rias) : en sus Vite apunta lo que vio, o lo que recuerda haber visto, o simple­
mente lo que, según su percepción, se le antojó más apropiado al contenido
de la obra en cuestión.
El humanismo cuatrocentista sólo produjo una obra sobre arquitectura: el
De re aedificatoria de Albertí, completado en 1452, aunque no sabemos exacta­
mente en qué forma. A diferencia de los textos dedicados a la pintura y la
escultura, en esta ocasión el volumen sí tuvo gran trascendencia histórica. Aun­
que en cierto modo se podría comparar con el De pictura, en tanto que pastiche
a la manera de un tratado clásico, el De re aedificatoria partía de un modelo con­
creto, el De architectura de Vitruvio, reelaborado por Alberti en forma más clara
e inteligible. Dicho esto, cabe matizar que la obra implicaba un lector formado
en las letras clásicas y no valía para el usuario en busca de una guía práctica de
arquitectura. Para satisfacer esa necesidad, el tratado del escultor florentino
Filarete, escrito en lengua vernácula, debía resultar infinitamente más útil.
Alberti hablaba de templos y basílicas (en el sentido que tenían estos térmi­
nos en el mundo romano), no de iglesias o palacios, y casi todos sus ejemplos

25 P. Barocchi (ed.), Scritti d'arte del Cinqiiecento, 3 vols. (Milán, 1971-77), I, págs. 7-23.

222
Artistas y humanistas

procedían de la Antigüedad. No obstante, el De re «edificatoria, de nuevo en con­


traste con el tratado sobre pintura, gozó de amplia divulgación, especialmente
entre mecenas tan ricos y sofisticados como Lorenzo de’ M edid, Federico da
Montefeltro y Federico Gonzaga. Fue Alberti, en verdad, quien dio el impulso
inicial a una idea cuya influencia habría de perdurar durante siglos por todo
el occidente europeo: la convicción de que cultivar un interés por la arquitec­
tura otorgaba un sello de distinción cultural. Su fe en el valor modélico de la
Antigüedad -e l rasero para medir la actividad artística moderna—era más fácil­
mente aplicable al terreno de la arquitectura que al pictórico, aunque, como
hemos visto, fueron los arquitectos prácticos, por decirlo así, los encargados
de sistematizar las reglas arquitectónicas de la época clásica, sin duda con el
apoyo entusiasta de los acaudalados lectores de Alberti. El De re aedificatoria allanó
un camino ya muy transitado a finales del Cuatrocientos. A partir de entonces,
con la entrada del nuevo siglo, el estudio de la obra de Vitruvio dio lugar pre­
ferente a la colaboración entre humanistas como Daniele Bárbaro y arquitec­
tos de la talla de Rafael y Andrea Palladio.

Esa colaboración se repite tan sólo en el campo de la iconografía. Fue aquí, sin
embargo, donde la relación entre el humanismo y las bellas artes se mostró
más íntima y duradera. La contribución humanística tomó formas muy varia­
das. Puede tratarse, ocasionalmente, de una inscripción que acompaña una
obra de arte ya existente; o puede encontrarse también en forma de reco­
mendación a un mecenas, o de respuesta a las consultas de los mismos artis­
tas; e incluso se da el caso de que un humanista encargara una obra de arte
por puro placer o cumpliendo algún compromiso propio de su actividad pro­
fesional. A ello cabe sumar, ya con un valor más general, el hecho de que los
ideales humanísticos, en particular el culto rendido al precedente clásico,
desempeñaron un papel fundamental en la evolución de la iconografía artís­
tica: un proceso que llevó desde un estadio donde la producción se centraba
casi exclusivamente en las imágenes religiosas hasta la adopción del retrato, la
historia profana, la mitología clásica y la alegoría. Es cierto que los humanis­
tas no activaron directamente ninguna de esas transformaciones, pero sin duda
ayudaron a crear el clima que las vio nacer y determinaron su curso posterior.
La práctica de añadir una inscripción a una obra de arte remonta al si­
glo xiv. La participación humanística no tardó mucho en llegar. El florentino
Roberto Rossi, por ejemplo, antes de 1400 compuso un poema para una cierta
imagen de Hércules en el Palazzo Vecchio, y en 1439 Leonardo Bruni pergeñó
la inscripción que había de acompañar el arca sepulcral de San Zenobio, obra

223
Introducción al hum anism o renacentista

de Ghiberti24. A veces la cuestión daba pie a la disputa, así cuando Lorenzo Valla
y el Panormita rivalizaron con sendos escritos epigráficos correspondientes a
las Virtudes del Arco de Alfonso de Aragón en Nápoles (en el dilema, el Rey
rechazó las dos propuestas con sabia cautela)25. La tradición se mantuvo hasta
el siglo xvn, y ahí halló su máximo exponente en el papa Urbano VIII, autor de
varios textos poéticos para las esculturas de Gianlorenzo Bernini. Existían, claro
está, antecedentes clásicos. Muy en especial, la Antología griega y la latina ofre­
cían abundantes modelos para la escritura de epigramas sobre una obra de arte,
real o imaginaria. Así, recién iniciado el Quinientos, se extendió la boga de
escribir versos, bien en latín, bien en vulgar, tomando por tema una pintura o
una escultura, aunque raramente intentaban capturar el estilo del objeto en que
se inspiraban. Al principio se tendía a completar poéticamente un retrato, pero
hacia finales de siglo algunos escritores ya ajustaban sus composiciones a gra­
bados de contenido narrativo, y en algunas ocasiones llegaron a publicarlas por
separado en sus propias antologías26.
Sólo un paso más allá y ya entramos en elaborados programas decorati­
vos en los que figuras e inscripciones se presentan talladas unas a la medida
de las otras. U n precedente, fruto de la cultura vernácula, se puede observar
en los frescos de Am brogio Lorenzetti en el Palazzo Publico de Siena: una
alegoría del buen y el mal gobierno que conjuga imagen y letra de tal modo
que resulta imposible decidir si la primera ilustra a la segunda o viceversa.
Lo mismo se puede predicar de los seis célebres republicanos de Domenico
Ghirlandaio en el Palazzo Vecchio (lámina 9.2), un conjunto pictórico en el
que Camilo, por citar un detalle, lleva un estandarte tal como se describe en
la Eneida (V I.8 2 5 )27. Aunque no se pueda demostrar de m odo fehaciente,
parece probable que la misma persona que preparó los textos escogió tam­
bién las figuras por su valor ejemplar: todas ellas, con sus gestos y atributos
respectivos, aluden a las gestas que las hicieron dignas de im itación en un

24 M . M . D o n a to , «H ercu les and D avid in the early deco ratio n o f the Palazzo V e cch io :
m an u scrip t e v id e n c e » , Journal oí the Warburg and Courtauld Institutes, 54 (1 9 9 1), págs. 8 3 - 9 0 ;
G . P o g g i, II Duomo di Firenze (B erlín, 19 0 9; reprint Flo re n cia , 1 9 8 8 ), págs. 18 7 - 8 8 , n ú m . 93 1.
25 B axandall, Giotto, págs. 1 1 1 -1 3 , 1 7 4 -7 6 .
26 I. M . V eldm an , Maarten van Heemskerck and Dutch Humanism in the Si.xteenth Century (M aarssen,
1 9 7 7 ), págs. 103—08; E. M c G r a th , « R u b e n s ’s ‘ Susanna and the Elders’ and m o ra lizin g
in scrip tio n s o n p rin ts » , en H . Vekem an y J. M ü lle r H o fsted e (e d s.), Wort und Bild in der
niederldndischen Kunst und Literatur des 16. und 17. Jahrhunderts (Erftstadt, 1 9 84 ), págs. 7 3 - 9 0 .
27 V id . N . R u b in ste in , «Classical them es in the d eco ratio n o f the Palazzo V e cch io in
F lo re n c e » , Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 50 ( 1 9 8 7 ), págs. 3 5 - 3 9 (con b ib lio g ra fía ).

224
Artistas y humanistas

contexto republicano. En cualquiera de esos complejos decorativos, donde


la coherencia del conjunto adquiere la máxima importancia, la presencia de
inscripciones en latín es indicio casi seguro de que algún humanista (o al
menos alguien con pretensiones eruditas) tomó parte igualmente en la selec­
ción iconográñca.
El uso de exempla de carácter histórico, a pesar de constituir un rasgo habi­
tual de la retórica clásica, no parece haber encontrado un hueco (aunque sor­
prenda) entre las formas tradicionales del arte antiguo. Muy al contrario, desde
los primeros tiempos del Renacimiento, este género no faltó en el arte de toda
Europa. En esta ocasión, pues, el precedente debe buscarse en los relatos visua­
les de contenido hagiográfico: historias de santos que proporcionaban, por
definición, modelos de conducta. Dada la inclinación de los humanistas por
todo lo clásico, no cuesta mucho imaginar que la introducción al mundo de
la plástica de temas didácticos extraídos de la historia antigua se deba en gran
parte a su intervención. Encontrarían para ello una fuente ideal en los Factorum
et dictorum memorabilium libri IX de Valerio Máximo, vale decir un compendio his­
tórico de carácter moral donde cada episodio se hallaba clasificado de acuerdo
con la virtud ilustrada. A zaga de Valerio, pasado el 1500 surgió un género
literario menor, de carácter humanístico, que solía incorporar también ejem­
plos cristianos y otros materiales modernos28.
Entre la enorme masa de conjuntos iconográficos de valor ejemplar, algu­
nos pueden atribuirse con cierta seguridad a humanistas bien conocidos, como
en el caso de Beatus Rhenanus, probable inspirador de las escenas plasmadas
por Hans Holbein el Joven en el Ayuntamiento de Núremberg29. Pero en gene­
ral cualquiera con un cierto latín era capaz de planificar ese tipo de represen­
taciones, ya que los libros de exempla circulaban por doquier: todos los
elementos temáticos de las pinturas de Domenico Beccafumi en la Sala del Con-
cistoro del Palazzo Publico de Siena, ejecutadas hacia 1529, se pueden reco­
nocer en un ejemplar anotado de la edición de Valerio M áximo publicada en
Venecia en 15 1830. Gracias a estos com pendios, los mismos artífices de las
obras podían localizar los motivos más apropiados a la obra solicitada o incluso
sugerir alguna idea a otros, como sucedió en 1627 cuando Rubens atendió a

28 Estas m uestras van d esde los Dicta factaque memorabilia [M ilá n , 1509] de Baptista Fregoso
hasta los Mónita et exempla política [A m b e re s, 1601] de ]usto Lipsio.
29 V id . J. R ow land s, Holbein ( O x fo r d , 19 85 ), págs. 2 2 0 - 2 1 , figs. 1 5 9 -8 2 (con b ib liog rafía).
i0 R. G u e r rin i, Studi su Víilerio Mossimo (Pisa, 19 81 ).

225
Introducción al hum anism o renacentista

una petición a propósito de unas pinturas que se quería encargar a unos maes­
tros franceses31.
La implicación de los humanistas en la elaboración de proyectos icono­
gráficos no quedó circunscrita a las inscripciones y al repertorio de exempln: su
erudición también resultaba necesaria a la hora de diseñar los atributos de una
figura mitológica, especialmente si se trataba de personificaciones. En efecto:
aunque a mediados del Quinientos empezaron a aparecer abundantes manua­
les de mitología (el más socorrido de los cuales fue Le imagini de i dei degli antichi,
una obra de Vincenzo Cartari publicada en 1SS6), los dioses paganos del
mundo antiguo sólo adquirieron unos rasgos reconocibles por la mayoría tras
un largo proceso. Antes de que su aspecto quedara fijado en dichos volúme­
nes, no había otra alternativa que consultar a un humanista. De ahí que, en
torno a 1449, descubramos a Guarino de Verona facilitando las descripciones
de las musas correspondientes a las nueve pinturas que debían decorar el estu­
dio de Leonello d’Este, duque de Ferrara32; como era de esperar, Guarino com­
puso así mismo unos versos para que figuraran al pie de cada una de ellas. De
ahí también que, unos cincuenta años más tarde, Willibald Pirckheimer hiciera,
al parecer, un favor similar a su amigo Albrecht Dürer (Durero), ahora extra­
yendo información sobre la figura de Némesis de un poema de Angelo Poli-
ziano (a su vez basado en fuentes clásicas): así tomó cuerpo la mujer alada que
sostiene una copa y una brida, simbolizando el premio y el castigo, tal como
la retrata el grabado de 1501-1502 (lámina 9.3)33.
Los humanistas sentían una especial inclinación hacia las personificacio­
nes de conceptos abstractos tales como los vicios y las virtudes. El hecho de
que en su mayoría fueran figuras femeninas (así lo dictaba el género de la voz
latina correspondiente) aumentaba sumamente su atractivo. Además, tenían
otras utilidades. Combinadas con exempla, hacían más claro el sentido de la
escena; o podían resumir vividamente un complejo de ideas, añadiéndose así
al ejemplo capital del género, la figura de Filosofía tal como la describe Boe­
cio cuando se le aparece en su famosa Consolación de la Filosofía (1.1): una mujer

31 V id . Peter Paul R u b e n s, The Lelters, trad. R. S. M a g u rn (C a m b rid g e M A , 1 9 5 5 ),


págs. 18 7-9 1 (Cartas 113 y 114).
32 A. Eórsi, « L o stu d io lo di L io n e llo d'Este e il p ro gra m m a d i G u a r in o da V e ro n a », Acta
historiae artium, 21 ( 1 9 7 5 ), p ágs. 15—52.
33 V id . W L. Strauss (e d .), The Intaglio Engravings of Albrecht Dürer (N ueva York, 19 81 ),
págs. 1 1 2-1 S (con b ib lio g ra fía ), así c o m o E. Panofsky, Albrecht Dürer, 2 vols. (P rin ceto n , 19 43 ),
I, págs. 8 0 - 8 2 .

226
A rtistas y hum anistas
Introducción al hum anism o renacentista

de estatura indeterminada, con el ropaje rasgado y decorado con una escalera


en cuyo extremo inferior figura la letra griega pi (práctica) y en el superior la
letra teta (teoría). Naturalmente, las personificaciones ya eran recurso didác­
tico habitual en la literatura y el arte de toda la Edad Media; sin embargo, ese
catálogo iconográfico (salvando, quizá, el campo de la miniatura) tuvo pro­
porciones bastante reducidas por lo menos hasta finales del Cuatrocientos. Fue
a partir de 1500, pues, cuando surgió un afán por justificar y regularizar pau­
latinamente los atributos de las figuras alegóricas, invocando a menudo, por
supuesto, los modelos clásicos. Para ello, el saber de los humanistas resultaba,
de entrada, imprescindible.
Una posibilidad consistía en indicar un pasaje clásico apropiado, así la céle­
bre caracterización de la Envidia en las Metamorfosis (11.760—82) de Ovidio: una
viejezuela demacrada, con apestoso aliento y dientes podridos, que se alimenta
de serpientes. Pero también había fuentes gráficas, en particular los relieves gra­
bados en el reverso de las medallas romanas, con sus personificaciones de figu­
ras tales como Liberalidad o Paz. Tras la publicación de eruditos tratados de
numismática en las décadas de 1540 y 1550, la difusión de ese tipo de imagi­
nería aumentó considerablemente34. Uno de los primeros en explotarla fue Vin-
cenzo Borghini al proponer un elaborado diseño decorativo para las calles de
Florencia con motivo de la recepción, en 1565, de la prometida del joven duque
Francesco de’ Medici35. (El ejemplo, dicho sea de paso, nos muestra a un huma­
nista aconsejando al ejecutor de la obra y no al patrocinador.) Un tercer caudal
de personificaciones procedía del lenguaje de los jeroglíficos, símbolos visua­
les presuntamente inventados en el antiguo Egipto para significar, entre muchas
otras cosas, conceptos tales como Piedad o Fuerza. La moda se expandió entre
los humanistas, tanto italianos como transalpinos, a partir de 1419, cuando se
descubrió un manuscrito griego atribuido al legendario autor egipcio Hora-
pollon que se presentaba como la clave para descifrar esa suerte de escritura36.
Una temprana muestra de su aplicación al arte de la época se halla en una
inmensa xilografía del Arco de Triunfo de Maximiliano I (1517—18), com ­
puesta por nada menos que 192 hojas y coronada por un retrato del Empera­
dor, obra de Durero, en el que la figura de Maximiliano se halla extrañamente

34 V id . M . H . C ra w fo rd , C . R . Ligo ta y J. B. Trapp (e d s.), Medals and Coins from Budé to


Mommsen (Lo ndres, 19 90 ).
35 R. Sco rza, « V in c e n z o B o rgh in i and invcnzione: the Florentine A pparato o f 1 5 6 5 » , Journal
of the Warburtj and Courtauld Institutes, 4 4 ( 1 9 8 1 ), págs. 5 7 -7 5 .
36 R. W ittkow er, Ailegory and the Migration of Symbols (Lo ndres, 1 9 7 7 ), p ágs. 1 1 4 -2 8 .

228
Artistas y humanistas

229
Introducción al humanismo renacentista

rodeada de diversas imágenes que simbolizan el alcance de su poder; ese «Mis­


terio de los jeroglíficos egipcios» fue diseñado por Pirckheimer, quien agregó,
juiciosamente, una traducción en latín, al tiempo que el historiador de la corte
Joannes Stabius proporcionaba una en alemán37.
La publicación de Hieroglyphica [15S6], una obra monumental de Pierio Vale­
riano, vino a enriquecer el restringido vocabulario simbólico de Horapollon con
un tesoro de materiales excavados en la cantera de las letras clásicas, la historia
natural y la filosofía. A modo de ilustración, se puede recordar que inspiró parte
de la iconografía ideada para la entrada de Carlos IX en París en 157138. Once
años atrás, un grupo de humanistas y académicos venecianos habían echado
mano del mismo texto al concebir los atributos de doce figuras alegóricas pin­
tadas en el Palacio Ducal39. Con todo, la auténtica influencia de Valeriano en el
terreno artístico se canalizó por vía indirecta a través de la Iconología [1593] de
Cesare Ripa, un diccionario de personificaciones (con sus atributos) al que recu­
rrieron sin cesar los artistas de toda Europa a lo largo de las siglos xvn y xviii.

Nadie suponía, desde luego, que tales figuras se pudieran entender, general­
mente, sin necesidad de glosa: el mismo Ripa aconsejaba que se las acompañara
de inscripciones, y tal práctica, de hecho, ya era corriente con anterioridad.
La combinación de diversas personificaciones para formar una alegoría
compleja contaba con una larga tradición. Un caso bien conocido era la pin­
tura de la Calumnia supuestamente atribuida a Apeles, descrita por Luciano
(Que no debe darse crédito fácilmente a la maledicencia 2-4) y destacada en el De pictura
de Alberti por su notable ingenio40. Con un deje típicamente humanístico,
Alberti subrayó: «tanta es la invención, que incluso por sí misma, sin necesi­
dad de representación pictórica, ya produce deleite». La observación acaso
obedezca a su conocimiento de la existencia de textos clásicos que describían
obras de arte. Lo cierto es que no recomendó a los escritores que se dieran a
componer alegorías visuales de esa clase, y en cualquier caso hay pocos indi­
cios de que los humanistas se aficionaran al género.

37 Panofsky, Diirer, I, págs. 173-79; II, láminas 225-28.


38 V E . Graham y W McAlhster Johnson, The París Enfries oí Charles IX and EJisabeth of Austria,
1571 (Toronto, 1974), esp. págs. 117-19.
39 Vid. C. Hope, «Veronese and the Venedan tradition o F allegory», Proceedings of thc British
Academy, 71 (1985), págs. 389-428 (403-04).
40 Vid. ). M. Massing, Du teste ci í'muye: la Calomnie d’Apelle et son iconojjraphie (Estrasburgo,
1990), esp. págs. 77-92.

230
¿m m M H H i

A rtistas y hum anistas


231

Lám ina 9 .4 . Sandro Botticelli, Primavera. U fflz i, Florencia


Introducción al hum anism o renacentista

De todas cuantas creaciones alegóricas se deben a la intervención de un


humanista, el ejemplo más celebrado, aunque menor, se encuentra en el con­
junto de instrucciones que Paride da Ceresara, un miembro del círculo litera­
rio de la corte de Mantua, preparó en 1S03 para el Combate entre Amor y Castidad
de Perugino (una de las piezas de la serie alegórica encargada por Isabella
d’Este para decorar su cámara privada)41. La composición, en este caso, era
bastante llana, hasta convencional, a pesar de que Paride hizo gala de su saber
añadiendo un detalle —unos Cupidos a lomos de cisnes- tomado de Filóstrato,
un autor tardoclásico (Imagines 1.9.3). N o obstante, con la base de este episo­
dio concreto y de un pasaje de Alberti (donde aconseja a los pintores que soli­
citen la ayuda de poetas y oradores al proyectar sus historias pictóricas)42, los
estudiosos actuales han postulado la existencia de consultas regulares relativas
al contenido del arte renacentista, hasta el punto de suponer que los hum a­
nistas proporcionaban a los artistas orientaciones muy precisas. El canciller flo­
rentino Leonardo Bruni ciertamente sugirió una lista de materias apropiadas
para las segundas puertas de bronce -las llamadas Puertas del Paraíso—que
labró Ghiberti para el Baptisterio de Florencia43. Su intervención se explica
fácilmente si pensamos que se trataba de uno de los edificios públicos más des­
tacados de la ciudad, por lo cual el artista difícilmente podía esperar plena
libertad de acción para escoger el tema de la obra. Sin embargo, resulta signi­
ficativo que la propuesta de Bruni no contuviera ningún elemento especial­
mente humanístico ni sutileza teológica de ninguna clase. Sabemos también
que nunca se llevó a la práctica. Com o él mismo consigna en sus Commentarii,
Ghiberti finalmente adoptó un diseño propio44.
En todo caso, la sugerencia de Bruni de ningún modo autoriza el trasfondo
humanístico de que se suele hablar a propósito de la Primavera de Botticelli
(lámina 9.4), por citar un ejemplo. Efectivamente, esa célebre escena se inter­
preta a menudo com o una alegoría didáctica, o aun filosófica, donde toma­
rían cuerpo una serie de abstrusas doctrinas del neoplatonismo florentino, en
lugar de ver en ella, simplemente, un retrato de Venus, diosa del amor y de la
primavera, en apropiada compañía. Un único detalle de la pintura podría muy
bien obedecer a un texto clásico en concreto: el grupo humano de la derecha

41 V id . D. S. Cham bers, Patrons and Artists in the lidian Renaissance (Londres, 1970), págs. 1 3 3 -4 3 .
42 A lb e rti, On Painting, pág. 95.
43 R. K rautheim er, Lorenzo Ghiberti, 2 vols. (P rin ceto n , 1 9 7 0 ), I, págs. 1 6 9 -7 1 ; II, págs.
3 7 2 -7 3 .
44 K rautheim er, Ghiberti, I, pág. 14.

232
Artistas y humanistas

parece corresponder al paso de los Fastos de Ovidio (V. 195—222), donde Flora
cuenta cómo antaño había sido una ninfa llamada Cloris, antes de que el dios-
viento Céfiro la forzara y ella se transformara en diosa de las flores. Aunque
Botticelli tenía a mano un sinfín de poemas en lengua vernácula con las que
inspirarse para establecer la asociación entre Céfiro y Flora y el advenimiento
de la primavera, cabe admitir que al pintar la metamorfosis de Cloris podría
estar aplicando aquel consejo de Alberti sobre la conveniencia de seguir las
indicaciones de poetas y hombres doctos en general. Al cabo de pocos años,
en Florencia, parece que Poliziano propuso al joven M iguel Angel el motivo
clásico de la batalla entre Lápitas y Centauros como tema adecuado para un
relieve en mármol; y ya en 1479 el cardenal Francesco Gonzaga había consul­
tado a un erudito de su corte acerca de esa y otras historias ovidianas que que­
ría pintar en su jardín45. Resulta evidente, sin embargo, que ninguno de estos
ejemplos nos muestra a los humanistas diseñando realmente una alegoría ori­
ginal para un artista, lo cual no debería sorprender demasiado si recordamos
los aires de suficiencia que solían envolver sus relaciones con el gremio de las
bellas artes, así como el afán por expresar sus inquietudes a través del lenguaje.
Una y otra vez, siempre que se requirieron sus servicios con motivo de algún
proyecto público, salta a la vista que sólo las inscripciones despertaban en ellos
un interés real: las pinturas no significaban más que una ilustración accesoria.
En el mismo sentido, cabe notar que las alegorías típicas de la decoración
barroca, con su elaborada interacción entre varias personificaciones, se deben
en su inmensa mayoría a la creatividad de sus artífices, especialmente de aque­
llos que tenían ambiciones literarias. Aunque las figuras proceden general­
mente de la Iconología, nada nos induce a creer que Ripa llegara nunca a
imaginar que sus creaciones darían origen a combinaciones de ese género.

Podemos aproximarnos todavía más a la actitud de los humanistas con respecto


al arte observando el trato que le daban en sus propias casas o en los libros que
escribían. En época clásica, las bibliotecas se decoraban con retratos de gran­
des escritores y filósofos. De igual modo, algunos humanistas buscaron, o
encargaron imágenes de los autores admirados, fueran antiguos o modernos.
Erasmo, pongamos por caso, exhibía en su estudio de Basilea un grabado de

45 A . C o n d iv i, Vita di Michelangiolo, ed. A. M araini (Florencia, 1 9 2 7 ), págs. 1 8 -1 9 ;


D. S. C h am b ers, A Renaissance Cardinal and His VVorlíi!}' Goods: The W ill and Inventory oí Francesco Gonzaga
(1+44—1483) (Londres, 19 92 ), págs. 8 7 - 8 8 .

233
introducción al hum anism o renacentista

Durero con la estampa de Pirckheimer46; los dos retratos que encargó a Metsys
en 1517 (uno del mismo Erasmo y otro de Pieter Gillis, ambos destinados a
su amigo común Tomás Moro) no hallarían rival entre las pinturas ejecutadas
por orden de un humanista47. Marsilio Ficino poseía un cuadro que repre­
sentaba a los filósofos griegos Demócrito y Heráclito riendo y llorando, res­
pectivamente, sobre la esfera terráquea. La obra se inspiraba probablemente
en Sidonio Apolinar, un autor de la Antigüedad tardía que había hecho refe­
rencia a un par de pinturas, con idénticos personajes y parejas actitudes, que
se hallaban en los gymnasia del Areópago en Atenas (Epistolae IX .9.14)48; Ficino
expuso la suya en su propio ¡jymnasium, o sea, en el aula de Florencia, segura­
mente. La novedad del tema causó un cierto impacto, pero no hay razón para
suponer que fuera fruto de un encargo a cualquiera de los reputados artistas
florentinos con quienes los estudiosos actuales gustan de asociar al humanista.
U n estudio que se conserva es el de Michel de Montaigne. La decoración
de la biblioteca consistía en máximas en griego y latín, como si quisiera refle­
jar la fe de todo humanista en el valor de la palabra por encima de la imagen,
especialmente en lo que concierne a la transmisión de principios éticos y otras
ideas filosóficas; anticipaba, pues, el dictamen que expresara Gabriel Naudé
en su tratado sobre la decoración de bibliotecas (1627): poner un cuadro en
tal sitio se le antojaba una manera de tirar el dinero49. En la habitación vecina
había por lo menos un par de pinturas: una trataba de Cimón y Pero, es decir,
la historia de la doncella que amamantó a su padre en la prisión, un célebre
ejemplo de amor filial; la otra representaba a Vulcano descubriendo a Marte y
a Venus juntos50. El obvio contenido lascivo de la segunda escena sugiere que
Montaigne también tenía in mente las connotaciones eróticas de la primera;
parece, pues, que no compartía la preocupación de otros humanistas —Erasmo
en cabeza—por el peligro moral que podía entrañar el arte.
Los casos de humanistas que encargaron o adquirieron una obra de arte
por cuenta propia escasean, bien por falta de interés o de recursos, o porque

46 Panofsky, «E ra sm u s» , págs. 21 8—19.


47 L. C a m p b e ll, M . M . P h illip s, H . Sch ulte H e rb rü g g e n y ]. B. Trapp, « Q u e n tin M atsys,
D esid eriu s Erasm us, Pieter G illis and T h o m as M o re » , Burlington Magazine, 120 ( 1 9 7 8 ),
págs. 71 6—24; L. Jard in e, Erasmus, Man of Letters (P rin ceto n , 1 9 9 3 ), págs. 2 7 -5 4 .
48 V id . A . B lankert, « H era clitu s en D e m o c ritu s , in het b ijzo n d er in de N ed erlan d se kunst
van de 17de e e u w » , Nederlonds Kunsthistorisch Jaarboek, 18 ( 1 9 6 7 ), págs. 3 6 - 4 0 , 85—86.
49 G ab riel N a u d é , Advis pour dresser une bibliothéque (Le ip zig, 1 9 6 3 ), págs. 1 0 7 -1 2 .
50 V id . A . M asson, Le Décor des bibliothéques du moyen age a la Revolution (G in e b ra , 1 9 7 2 ), pág. 80.

234
/Artistas y humanistas

no se presentó la ocasión. Sabemos que Justo Lipsio solicitó de su amigo Otto


van Veen un cuadro sobre la estoica muerte de Arria y Peto y que lo colgó en
el vestíbulo en compañía de los versos que escribiera al propósito el poeta
latino Marcial (Epigrammatn 1.13)51. En general, se diría que es entre los huma­
nistas del norte de Europa donde el arte de la época recibió mejor acogida,
especialmente cuando se ajustaba a su preferencia por materias edificantes.
Erasmo, valga de ejemplo, recomendó en más de una ocasión que se repre­
sentaran temas tales como la Continencia de Escipión52. No cabe duda de que
el humanista holandés reconocía el poder del arte (de ahí la inquietud por su
potencial efecto corruptor), hasta el punto de admitir que una imagen a veces
podía llegar a decir más que las palabras. Así, en una obra de 1525 (Lingua),
consignó varias muestras de la utilización de «símbolos sin palabras» (muta
symbola) que expresaban un mensaje vividamente. Uno de ellos era la historia
del rey Esciluro, quien contó a la belicosa turba de sus ochenta hijos que no
se podía romper un haz de flechas -e l emblema de la concordia—si se mante­
nía prieto y bien atado. El siguiente presentaba a Licurgo con sus dos canes
-u n o de pura raza pero sin adiestrar, el otro un mestizo bien entrenado—y
enseñaba cómo el segundo hizo caso omiso a un plato de comida y fue tras la
caza siguiendo las órdenes del amo, mientras que el primero se negó a obe­
decerle. La tercera lección la daba Sertorio, un general romano, al demostrar
cóm o a un hombre robusto le resulta im posible arrancar de golpe la cola
de un viejo caballo, en tanto que un débil anciano consigue el propósito, y
con un caballo joven, tirando de cada pelo por separado53. Los tres temas, nada
corrientes, los ilustraban con anterioridad tres medallones de vidrio pintado
que se hallaban en M echlin, en la casa de Hieronymus Busleyden, un amigo
de Erasmo54.

51 Ju sto Lip sio , Epistolarum selectarum centuriae ad Belgas, 3 vols. (A m b e re s, 1 6 0 5 ), III,


p ágs. 1 0 1 -0 3 (Carta 73 a Van Veen, c o n in fo rm a c ió n al respecto; la p in tura en cuestió n se ha
e xtraviado).
52 Véase, v. g r., Erasm o, Collected Works, X X V II: Literory and Educational Writings 5, págs.
1 9 9 -2 8 8 (2 4 8 ): Education oía Christian Prince, trad. N. M , C h esh ire y M . J. H e a th ; véase tam b ién la
e d ic ió n española de R o d ríg u e z Santid rián [ * ] , para el o rig in a l latin o , Opera, IV i , págs. 9 5 -2 1 9
( 1 7 7 - 7 8 ) : ínstitutio pñncipis Christiani, ed. O . H erd in g .
53 Erasm o, Collected Works, X X IX : Literary and Educational Writings 7, p ágs. 2 4 9 -4 1 2 ( 2 8 9 -9 0 ) :
The Tongue, trad. E. Fantham ; para el o rig in a l latin o . Opera, IV la : Lingua, ed. J. H . W aszin k,
pág. 56 . La Lengua de Erasm o se tradujo al castellano ya en 15 30 , y se p u b lic ó varias veces entre
1541 y 1551.
54 J. B ru y n , Ovcr het voorúeven áer miááeleeuwen (A m sterd a m , 19 61 ).

23S
Introducción a] hum anism o renacentista

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Lám ina 9 .5 . Conrad Celtis, el proyecto de una xilografía para ilustrar los
Libri cimorum (N úrem berg, 1502): M u n ich , Bayerische Staatsbibliothek,
ms. clm 4 3 4 , fol. 70r.

236
Artistas y humanistas

SopH iam m f G r pci v o can rL aT iru Sap iencum . zephnc?


E urus Egipcn «Chaldei mcmucntR.f’ GRrciscKipsere ,Acr\.
C o ic a c7 L<mm rru tifh ifeR eG eR fiu m a m p lia c ic R ^ e ..—, S^nguinc?

Quicquid haber Coelum quidTeRaa quidAen. &'acquofu


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— 70 Quicqmdmhumanis p^husA-'cíic poTCS'-'r—'
» ETdeusinrcrroqiJicquicl facer i ^tip tu oR.be
P/nlosophumeopecioRccunrra «peico

Lám ina 9 .6 . D urero, Filosofía; ilustración procedente de los Libri amorum de Celtis
(N úrem berg, 1502).

237
Introducción al hum anism o renacentista

Muchos humanistas se dedicaron a la enseñanza y por ello algunos apre­


ciaron la utilidad pedagógica de las imágenes. El precedente antiguo lo ofre­
cía la llamada Tabula Cebetis, una elaborada representación simbólica de la vida
humana descrita en una obra del siglo I d.C. (atribuida al filósofo griego Cebes)
y supuestamente emplazada en un templo, por obra de un anciano, para que
sirviera de ejemplo a los jóvenes. Erasmo ya se dio cuenta de que la pintura
no era más que un recurso retórico, una ficción, pero eso, claro está, no le res­
taba valor didáctico, más aún cuando la exposición destacaba por su claridad
y casi adoptaba la forma de un diagrama53. Las mismas cualidades saltan a la
vista en el único contexto donde nos consta con certeza que los expertos en
letras clásicas daban precisas instrucciones a los artistas, a saber: cuando se tra­
taba de ilustrar sus propios escritos. Así, al menos en el caso de dos de las ela­
boradas xilografías que acompañaban los Libri amorum [1S02] de Conrad Celtis,
sabemos que el autor planificó su disposición y determinó los textos corres­
pondientes. Una de ellas (láminas 9.5, 9.6), ejecutada por Durero (cuyo tra­
bajo Celtis ya celebró por adelantado en un epigrama), consistía en una
adaptación de la Filosofía tal com o la había personificado Boecio, aunque
embellecida con diversos añadidos de carácter simbólico. Nótese, por ejem­
plo, cómo está entronizada y rodeada de una guirnalda decorada con los repre­
sentantes de la sabiduría egipcia, griega, latina y germánica, y cóm o los
peldaños de la escalera ahora significan las siete artes liberales. (La sustitución
de la letra pi de Boecio por una fi acaso indique una progresión de la filoso­
fía a la teología reemplazando el ascenso boeciano de la práctica a la teoría)5
56.
5
Celtis proyectó igualmente la estampa que grabaría luego Hans Burgmair: un
águila bicéfala que simbolizaba al emperador Maximiliano, fomento del saber
humano tanto en su vertiente religiosa como en la secular57.
La complejidad del simbolismo, aquí como en el caso del Arco de Triunfo
de Maximiliano, responde a un rasgo habitual de la iconografía germánica del
primer Quinientos. Pero el gusto por los símbolos visuales lo compartieron
humanistas de todas partes, lo que explica en cierta medida la fortuna de los

55 R. Schleier, Tabula Cebetis (B erlín, 1973) [ * ] , ver Cebes.


56 M u n ic h , Bayerische Staatsbibliothek, m s. d r a 4 3 4 , fol. 70r (perteneciente al hum anista
H artm ann Schedel). V id . K. A. W irth , «Von m ittelalterlichen Bildern un d Lehrfiguren im Dienste
der Schule u n d des U nterrich ts», en B. M oeller, H . Patze y K. Stackm ann (ed s.), Studien zum stáelt-
ischen Bildungswesen des spáten Mittelalters und der frühen Neuzeit (G o tin ga, 1983), págs. 3 3 9 -4 3 ; íigs. 4 0 —41.
57 Hans Burpkmair: Das jfraphisehe Werk, catá lo go de e xp o sició n (Stuttgart, 1 9 73 ), n ú m . 17,
lám in a 20.

238
Artistas y humanistas

jeroglíficos. Al comentar la imagen de la serpiente que se muerde la cola, Ficino


señaló que el motivo comprendía la entera noción del Tiempo en una figura­
ción a la vez precisa y poderosa (firma figura), cuyo carácter insólito aumentaba
todavía más el impacto58. Por las mismas razones, bastantes humanistas se sin­
tieron atraídos por el género de las imprese, es decir, combinaciones de palabra
e imagen -una imagen no humana—que pretendían condensar la forma de ser
o las aspiraciones de un individuo y que gozaron de inmensa popularidad desde
el inicio del siglo xvi, en parte porque la relación entre el «cuerpo» (la ima­
gen) y el «alma» (la divisa) permanecía oculta a primera vista. La expresión de
cada uno de esos dos elementos indica que se les atribuía un valor interdepen­
diente. Erasmo tenía en especial estima el «símbolo personal» que él mismo
había ideado inspirándose en el motivo de una antigua joya que le habían rega­
lado en Italia. Su mejor reproducción gráfica, una medalla acuñada por Metsys
en 1519 (lámina 9.7), mostraba en el reverso el busto de Término -e l dios que
en una ocasión se negó a ceder ante Júpiter- con la melena al viento, sobre una
sólida base, azotado por el vendaval y aun así inamovible; el lema dice: concedo
nulli («no me rindo ante nada»). En vida del humanista holandés, se habló largo
y tendido sobre el posible significado de ese conjunto, y el problema sigue en
pie. Algunos creyeron que se trataba de una muestra de arrogancia por parte de
Erasmo, pero aún no se ha aclarado si las inscripciones adicionales en latín y
griego que figuran en la pieza de Metsys pretendían modificar o ampliar el sen­
tido original. Sea lo que fuere, esos dos textos —Mors ultima linea rerum («La muerte
es el último límite de todas las cosas») y hora telos makrou biou («Mira hacia el final
de la vida, aun cuando sea larga»)—sugieren que el dios podría identificarse
con la Muerte, y no con Erasmo, lo que daría cabida a un sentimiento compa­
tible con la humildad cristiana59.
Otro emparejamiento de letra e imagen que fascinó a algunos humanis­
tas fue el emblema, una forma compuesta por tres elementos en lugar de dos:
un lema, una imagen que podía incluir varias figuras (a veces representando
una historia ejemplar) y un epigrama de intención moralizadora (lámina 9.8).
El género encontró su primer exponente en los Emblemata [1531] de Andrea
Alciato, y a partir de ahí recorrió lo que quedaba de siglo proporcionando a
los humanistas, especialmente en la Europa septentrional, ocasiones para exhi-

s8 M arsilio F ic in o , Opera omnia, 2 vols. (Basilea. 1576), II, pág. 1768 (In Plotinuni epitomar
V I I I .6).
s9 Véase, sobre to d o , Panofsky, « E ra sm u s» . págs. 2 14—20.

239
Introducción al humanismo renacentista

Lám ina 9 .7 . M edalla con la efigie de Erasmo, obra de Q u en tin Metsys (1 51 9 ),


con el dios T érm in o en el reverso.

bir su ingenio. Aunque de modo indirecto, la influencia de Erasmo también


se dejó notar, ya que sus Adagio (publicados por vez primera en 1500), en tanto
que compilación de antigua sabiduría en forma de proverbios, constituía un
rico acervo de lemas y otros materiales aptos para el propósito; el mismo
Erasmo, de hecho, sugirió que los adagios podrían dar pie a ilustraciones muy
eficaces60. Tras esa etapa, el tipo literario del emblema siguió vigente hasta el

60 Erasm o, Collected Works, X X IV : Literary and Educacional Writings 2, págs. 6 6 1 -9 1 ( 6 7 1 -7 2 ) :


On tile Method of Study, trad. B. M cG re g o r; para el o rigin a l latino , Opero, 1.2, págs. 7 9 -1 5 1 (1 1 9 ):
De ratione studii, ed. J. C . M argo lin . Ver la e d ició n castellana de L. R iber [ * ] , en Obras escogidos.

240
Artistas y humanistas

$6 A N D , ALC. E M B L E M . L I B ,

fo r tu n a uirtutem f u p e r m . XL,

Cífarcopoftcjuhnfupcrutm nulite uidit


Ciuih undanian fanguine harfalum: P
lamum (¡riéturus moribundi in peckra fvrrum,
AudaahosBrutus protuhr ore fonos:
Infvlix uirtiu c ffo íis promdu uerbis ,
ícriu.’MU inri bus cur je furris douun¿m?

Lám ina 9 .8 . El suicid io de Bruto ilustrando el lema «La Fortuna vence


a la V irtu d », según los Emblemata de Andrea Alciato (París, 1542), pág. 96.

24
Introducción al hum anism o renacentista

siglo pasado, aunque cada vez más al servicio de la moraleja trivial y de un


público infantil. Cabe recordar, sin embargo, que sus orígenes se remontan a
un modelo literario —la Antología griega-, lo que explica que, en un princi­
pio, Alciato no pensara que hiciera falta un componente gráfico y que fuera el
editor quien diera con la idea61. Con esa postura inicial, el creador del género
reflejaba un rasgo típico de la mentalidad humanística: la convicción de que
sólo la palabra escrita valía para expresar adecuadamente una idea, por más
que, de vez en cuando, la compañía de una ilustración pudiera hacer el texto
más agradable al paladar y más duradero en la memoria. Los humanistas acep­
taron la vieja tradición cristiana que postulaba el carácter didáctico del arte, y
por esa razón, aunque fuertemente apegados a los textos clásicos, pusieron
menos empeño que los propios artistas en la recuperación del contenido del
arte antiguo, un contenido generalmente vacío de valor edificante.

61 H . M ie d e m a , « T h e term 'e m b le m a ’ in A lc ia ti» , Journal of the Warburg and Courtauld Institutes,


31 ( 1 9 6 8 ), págs. 2 3 4 -5 0 .

242
10
La ciencia moderna
y la tradición del h u m an ism o

A N TH O N Y GRAFTON
Constantijn Huygens se cuenta entre los más nobles de todos aquellos espíri­
tus selectos que a lo largo del siglo xvm se consagraron al coleccionismo de
antigüedades, a la invención de instrumentos científicos y al cultivo de un
gusto por los fenómenos del mundo natural. Fue pintor, poeta en diversas len­
guas e intérprete del laúd para el rey de Inglaterra. Se interesó por los pensa­
dores y escritores ingleses más avanzados de su tiempo -tradujo a John Donne
al holandés y transcribió las teorías sobre el progreso de Francis Bacon—y
manifestó su pasión por el humanismo del arte de Rubens, aunque no dejó de
reconocer la supremacía del joven Rembrandt como pintor de temas históri­
cos. En un texto clásico, aunque inacabado, de las letras vernáculas de Holanda
(Ddjjwerck) celebró los descubrimientos de la ciencia moderna e intentó conju­
garlos con la vida doméstica del siglo de oro de su país, aquel mundo relu­
ciente que inmortalizó Vermeer, con sus impecables suelos de baldosa, sus
mesas cubiertas con ricos tapetes y sus límpidas ventanas.
La polifacética actividad de Huygens responde a un plan de trabajo. A decir
verdad, lo educaron para que así fuera: su padre se encargó de que aprendiera
francés por la práctica cuando aún era pequeño y le animó a estudiar ciencias,
así como música y pintura. En su adolescencia fue alumno de la Universidad de
Ianden, la más avanzada de su tiempo, donde no sólo siguió cursos de latín sobre
los textos canónicos, sino que también asistió a clases en holandés de matemá­
tica moderna e ingeniería militar. Bien pronto, el joven universitario se convir­
tió en un habitual no tanto de las aulas como de las cortes, las residencias de los
embajadores y las sociedades científicas. Su perfil intelectual, en suma, parece
tan arquetípico de la época moderna como el de Descartes; además, al igual que
el pensador francés, Huygens también creyó que valía la pena dejar constancia
de su propio progreso en una autobiografía minuciosamente elaborada1.
1 Para el c o n te n id o de este párrafo y lo q u e sigu e , véase la a u to b io grafía del autor,
editada p o r J. A . W orp en Bijclragen en medeclcelingen von het historisch genootschop, 18 (1 8 9 7 ),

243
Introducción al hum anism o renacentista

Pero la semejanza termina aquí. En el Discurso del método [1637], Descartes


describía la formación de un revolucionario, un hombre que se había apar­
tado deliberadamente del saber humanístico y la filosofía escolástica que
gobernaban los colegios y se había construido una visión del mundo total­
mente distinta. Huygens, en cambio, dibujó el trayecto educativo de un mode­
rado, una persona capaz de combinar sin tensiones los afanes del humanista
con los del científico, la inclinación por lo clásico con la llamada de lo
moderno. Recordar cómo aprendió a componer versos latinos o cómo se ini­
ció en el uso del microscopio le complacía por un igual, y nunca percibió con­
tradicción alguna entre las dos vertientes de su quehacer. Su memoria, por lo
demás, quedó registrada en la lengua que aún se consideraba el vehículo natu­
ral de la ciencia y el conocimiento: no el vernáculo francés u holandés, sino
el latín; un latín, añádase, que rehuía la llaneza y se expresaba en una prosa
cuidada y embellecida, sembrada de alusiones y citas. Incluso cuando quiso
elogiar un cometido que se diría la quintaesencia de la modernidad, como el
tratado de H ugo Grotius, en vulgar, sobre los principios del derecho en
Holanda, Huygens recurrió a su bagaje clásico para señalar que los campesi­
nos mostrarían su agradecimiento al autor de la obra «sua si bona norint» («si
conocieran su propio bien»); sin duda suponía, acertadamente, que los con­
temporáneos identificarían la cita de las Geórgicas de Virgilio (II.45 8).
Poseer un dom inio práctico del buen latín todavía era una baza im por­
tante en la Holanda del siglo de oro. Para empezar, garantizaba el acceso a una
República de las Letras sin fronteras y permitía expresar una idea o narrar un
suceso con una precisión que la lengua vulgar echaba en falta. El latín, ade­
más, se mostraba perfectamente adecuado para tratar de los conceptos más
recientes o de las últimas innovaciones, por lo menos en el caso de un lati­
nista, como Huygens, a quien no le importara escudriñar textos y dicciona­
rios en busca de un equivalente plausible para referirse a los «ingenieros
militares» (architectones castrenses) y a otros especímenes fuera de la taxonomía
clásica. La elocuencia latina, herramienta y hábito mental por excelencia del
humanista del Renacimiento, pervivía.
Por una variedad de razones prácticamente vigentes hasta la llegada de la
última generación, los historiadores de la cultura, el arte y la literatura creye­
ron con firmeza que el humanismo renacentista se extinguió al mismo tiempo

págs. 1—1 22; para una tradu cció n m o d e rn a , c o n una in tro d u c c ió n y un a a n otación e xce len tes,
C o n sta n tijn H u y g e n s , Mij'n jeujjd, ed. y trad. C . Heesakkers (A m sterd a m , 1994).

244
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

que el siglo xvi tocaba a su fin. Parecía, en primer lugar, que el sesgo que
tomaba la literatura de la primera Edad Moderna, el cambio tajante que repre­
sentaba, ya no se debía a aquella lengua latina cuya elegancia los humanistas
habían cultivado con tanto ahínco. A fin de cuentas, se razonaba, en el Q u i­
nientos el italiano ya no era tan sólo una lengua literaria, sino una lengua clá­
sica con pleno derecho. U n joven aristócrata debía saber leerla, hablarla y
escribirla en parangón con el latín; además, el canon de autores clásicos en
vulgar —desde Dante, Petrarca y Boccaccio hasta Ariosto y Tasso—, antes des­
provisto de accesorios, ahora se presentaba cubierto de una espesa capa de
comentarios literarios y filológicos. Los poetas franceses de La Pléiade, los auto­
res de comedias y tragedias de la escena londinense y el círculo de jóvenes poe­
tas holandeses de la Universidad de Leiden probaron, cada uno a su hora y
para satisfacción general, que también era posible imitar, emular y satirizar a
los antiguos en las respectivas lenguas vernáculas. Del mismo modo que la
estrecha aplicación de los modelos griegos había convertido el balbuceo de
la Roma primitiva en un lenguaje transmisor de alta cultura, cualquier lengua
moderna podía llegar a ser un vehículo apto para la épica, la lírica, la historia
o la tragedia si sabía seguir de cerca las huellas del griego, el latín y el italiano.
Así, por ejemplo, la lírica de Petrarca, en concreto el recurso al oxímoron y la
ékphrasis, de fácil im itación, encontró ecos creativos en todo el espectro de
la literatura europea vernácula2. El latín aún seguía siendo necesario, al menos
para un estudioso profesional, pero la época que había contemplado su auge
como lengua literaria moderna bajo la guía clásica -la época que cubría el tra­
yecto de Petrarca a Erasmo—mostraba todas las trazas de haber llegado a una
muerte natural. Ese era el primer argumento.
Por otra parte, también parecía razonable suponer que el contenido de los
studia humanitatis ya resultaba demasiado elemental o simplemente estéril (o ambas
cosas a la vez) en los albores del Diecisiete. Ciertamente, la mayoría de promo­
tores de la revolución científica habían disfrutado de aquella depurada educa­
ción clásica, con raíces en el estudio concienzudo de las obras griegas, que
mereció la célebre apostilla de Thomas Gaisford: «no solamente eleva por endma
de la turba vulgar, sino que lleva con no poca frecuencia a posiciones muy bien
remuneradas»3. No obstante, un repaso a la genealogía tradicional del pensa­
miento moderno, heredada precisamente de sus creadores seiscentistas, dejaba

1 Véase, v. gr., L. Forster, The k y Fire (C a m b rid g e , 1969).


3 C ita d o en R. Jen k y n s, The Victorians and dncient Greece ( O x fo r d , 1 9 8 0 ), pág. 67 .

245
Introducción al hum anism o renacentista

ver que la nueva filosofía, la que lo había cuestionado todo desde la base, creció
en un terreno abonado con las cenizas del humanismo. En el último de sus ensa­
yos, titulado «Sobre la experiencia» (III. 13), Montaigne (a pesar de haber reci­
bido una formación humanística excelente, bien que idiosincrática) demostraba
cómo la misma idea de buscar una norma de conducta actual en los textos clá­
sicos implicaba que el lector extirpara las presuntas autoridades de su contexto
histórico. El abismo era tan grande, tan distintas las vidas y las situaciones per­
sonales, tan cambiada la sociedad y la religión, que, para Montaigne, cualquier
esperanza de que el pasado iluminara el presente carecía de fundamento4. No
de otro modo, el bisturí del ensayista se aplicó a la crítica del tiempo gastado
improductivamente en el curso de una educación humanística: una crítica citada
y parafraseada hasta la saciedad por los reformistas posteriores.
A llí donde Montaigne había abierto un hueco, cuestionando y subvir­
tiendo, dos de sus devotos lectores plantaron la dinamita y encendieron la
mecha. Según opinión del primero, Francis Bacon, el humanismo (como antes
el escolasticismo) debía considerarse como una enfermedad mortal que aque­
jaba a la ciencia. A los humanistas les había faltado capacidad para darse cuenta
de que el mundo había cambiado, de que los parámetros de la actualidad no
admitían comparación con los antiguos: los trayectos de las expediciones eran
más largos, los imperios más extensos, la tecnología más poderosa. Habían
creído que la «antigüedad» de griegos y romanos, es decir, el hecho de que
sus textos hubieran vivido tantos siglos, les confería la autoridad propia de la
vejez, cuando, en verdad, esa autoridad puede atribuirse a los seres humanos
porque no cesan de aprender con el paso de los años, pero no a los libros,
objetos sólo sensibles a los efectos dañinos del tiempo. La filología, empeñada
en citar e imitar a las autoridades clásicas hasta la obsesión, había conllevado
una desviación del auténtico fin intelectual de todo pensador: ampliar la fron­
tera de los dominios del hombre. Con la vista fija en el pasado, los humanis­
tas habían pasado por alto todo cuanto hubieran podido aprender de sus
mismos contemporáneos, de aquellas mentes más prácticas que elaboraban
teorías sobre el mundo natural fundándose en la experiencia y no en la sim­
ple interpretación de textos, de aquellos hombres que desempeñaban su labor
intelectual a lo largo de toda una vida, con entera satisfacción, sin salir de la
esfera del vernáculo5. Descartes, el segundo detractor, concedía, al menos, que

4 M ic h e l d e M o n ta ig n e , Essais, ed. R V illey (París, I 9 6 S ) , págs. 1065—1 16 [ * ] .


s V id . R. R Jo n e s , The Triumph oí the English Language (Stanford , 1953; reprint 19 66 ).

246
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

la instrucción de carácter histórico recibida en el colegio jesuita de La Fleche


le había servido de algo: le había enseñado que los valores y las pautas de con­
ducta variaban con el tiempo y el espacio. Pronto añadía, sin embargo, que la
misma lección, y con más inmediatez, la hubiera podido aprender viajando.
En cuanto al estudio de los filósofos de la Antigüedad, Descartes, recordando
a Montaigne, no dudaba en afirmar que sólo conducía a una conclusión: que
los autores clásicos discrepaban unos de otros en tantas cuestiones esenciales
que ninguno de sus sistemas podía aspirar a ofrecer certeza alguna.
Muchos otros profetas de la ciencia moderna se sumaron al coro de quie­
nes lamentaban las horas y horas perdidas garabateando versos dudosos en una
lengua muerta o buscando inútilmente un saber cabal en libros demasiado vie­
jos. Galileo, para empezar, recurrió a su brillante prosa italiana al presentar los
resultados de sus investigaciones al gran público, y no dejó de lanzar sus dar­
dos envenenados contra aquellos que, como le dijo a Johannes Kepler en una
ocasión, «piensan que la filosofía es un libro, como la Eneida o la Odisea, y que
la verdad no se debe buscar en el mundo o en la naturaleza, sino colacionando
textos (utilizo su terminología)»6. Los miembros del Experimental Philosophy
Club de Oxford, de la Royal Society, de la Académie des Sciences de París y de
la Accademia dei Lincei de Roma coincidieron en señalar que el fruto cientí­
fico de cualquier experimento o expedición encontraba un medio de expre­
sión más diáfano en la lengua vernácula. Evidentemente, esa nueva orientación
traía consigo la pérdida de un vehículo de comunicación internacional como
el latín, por lo que no tardaron en llover las propuestas alternativas: desde len­
guajes simbólicos, jeroglíficos o pictográficos hasta métodos para aprender en
un par de semanas cada una de las lenguas modernas de Europa7. Era el signo
de los tiempos. Incluso Sir Isaac Newton, a pesar de vestir con su fluido latín,
muy apropiadamente, la barroca imagen cosmológica de los Principia [1687],
utilizó el inglés para describir el cúmulo de detallismo experimental conte­
nido en la Óptica [1704], No de modo distinto, la moderna metafísica de G.
W Leibniz discurrió por los cauces del francés, aunque el filósofo se había car­
teado en latín con los sabios de media Europa. A juzgar por todos esos ejem­
plos (y los muchos más que podríamos agregar) se diría que el humanismo
latino del Seiscientos representó el papel del condenado en una dramática eje­

6 Joh an n e s Kepler, Gesammelte Werke, ed. W v o n D y ck y M . Caspar ( M u n ic h , 19 3 7 - ) ,


X V I, pág. 32 9.
7 H . A arsleff, From Locke to Saussure (M in e á p o lis , 1982).

247
Introducción al hum anism o renacentista

cución pública ante el regocijo de la multitud: justamente cuando los huma­


nistas habían ya rescatado la mayoría de textos antiguos que verían la luz antes
de la aportación de la papirología (como quien dice un segundo Renaci­
m iento), cuando ya se habían adueñado del nuevo medio de difusión que
representó la imprenta y se habían aposentado firmemente en el primer esla­
bón de la cadena educativa, entonces, precisamente, habían de ver cómo la
futilidad de la espina dorsal de su quehacer quedaba al descubierto y era objeto
de pública denuncia por parte de las voces más autorizadas del momento.
N o fueron pocos los humanistas que finalmente reconocieron que su saber
ya resultaba, si no totalmente inútil, cuando menos una cosa del pasado. Así
lo confirmaba el clasicista J. F. Gronovius en la década de 1650: «la edad de la
crítica y la filosofía ya queda atrás, y un tiempo de filosofía y matemáticas ha
tomado su lugar»8. Algunos siguieron insistiendo en la viabilidad y la necesi­
dad de la perspectiva histórica, pero aun así tendieron a aceptar la necesidad
de actualizar sus argumentos y la manera de presentarlos. Pierre-Daniel Huet,
por ejemplo, compuso una anticartesiana Demonstrado evangélica [1679] sobre el
origen bíblico de la mitología antigua en la que intentó operar con el rigor y
el tipo de razonamiento adecuados para hacer frente a la crítica de los parti­
darios de Descartes, convencidos como estaban de que la filología significaba
una absoluta pérdida de tiempo9. Huet también se esforzó por dar forma cohe­
rente y accesible a esa inmensa cámara de resonancia que constituían, por acu­
mulación, los comentarios humanísticos de textos antiguos; editó, pues, una
colección de clásicos, en principio destinada al Delfín de Francia, donde sólo
im prim ió las notas que le parecían vigentes, y eso aun después de haberlas
reducido a la esencia. En pocas palabras: si quería sobrevivir, el humanismo
debía revestirse inexcusablemente cuando menos con una capa de racionalismo
filosófico. Tal como puntualizó Richard Bentley, Master de Trinity College y
experto en crítica textual, en una célebre frase de su comentario a Horacio,
«ratio et res ipsa» («la razón y el hecho en sí mismo») pesaban mucho más
que el testimonio de un centenar de viejos manuscritos. El mismo Bentley
dedicó una serie memorable de lecciones magistrales (en el marco de las Boyle
Lectures) a defender las ventajas de orden filosófico y teológico de la cosmo­
logía de Newton, un modelo teórico que, también a los ojos de Bentley, se

8 Citado en F. F. Blok, Nicolaos Heinsius in dienst van Christina van Zvveden (Delft, 1949), págs. 111 —12.
9 C . B o rgh e ro , La ceitczza e la stona: cartesianismo, pirronismo e conoscenza storica (M ilá n , 1 9 8 3 ),
págs. 1 7 0 -9 5 .

248
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

definía no como una recuperación de algún antiguo saber, sino por su nove­
dad estricta, sin precedentes en el mundo grecorromano101
.

Sin embargo, y contra todo lo dicho, pese al acoso de los fiscales y la desmo­
ralización de los abogados, el humanismo sobrevivió, y, por sorprendente que
parezca, le sobraron fuerzas para contribuir sustancialmente a algunas de las
tendencias intelectuales que finalmente habrían de reemplazarlo. Los histo­
riadores de la generación actual han ido distinguiendo cada vez con más cla­
ridad hasta qué punto las noticias que anunciaban repetidamente la muerte del
humanismo, desde finales del siglo xvi y a lo largo del siguiente, fueron fruto
de una considerable exageración. En realidad, la era de la renovación cientí­
fica no impidió que se desarrollaran, a veces a gran escala, diversas iniciativas
típicamente humanísticas tanto por su componente filológico como filosófico.
Algunas de ellas mostraban signos de cansancio, cierto, al igual que algunos
de sus promotores parecían tener ya poco control, pero en otros casos su capa­
cidad para satisfacer las necesidades de la época resulta indiscutible.
La demanda de jóvenes bien preparados para ejercer tareas en el gobierno
aumentó de m odo sensible precisamente en el periodo que comprende el
declinar del siglo xvt y los comienzos del siguiente. Desde las cortes, más
pobladas que nunca, de la Inglaterra que veía el fin del remado de Isabel I y la
llegada de los Estuardo hasta aquellos pequeños estados policiales del imperio
germánico, la burocracia crecía, el papel circulaba en grandes cantidades y los
monarcas solicitaban más asistencia, y más detallada, a la hora de decidir una
cuestión política o social1'. El currículo humanístico continuaba siendo un
proceder válido (o así lo afirmaban la mayoría de profesores y servidores del
estado) para adquirir la formación que permitía desempeñar esas tareas vita­
les. A lo largo y ancho de Europa, los pedagogos no cesaban de proclamar, con
la inequívoca energía del convencido, que la mejor educación para un mucha­
cho consistía en el estudio profundo de aquellas disciplinas que Leonardo
Bruñí y Guarino de Verona, a zaga de Cicerón y Quintiliano, habían conside­
rado esenciales para quien quisiera llevar en el futuro una vida activa. El joven

10 L. G o s sm a n , Medievalism and the Ideologies of the Enlightenment (B altim o re, I 9 6 8 );


S. T im p a n a ro , La genesi del método del Lachmann (Padua, 19 8 5 2, c o n co rreccion es y a d icio n e s),
cap. 1; J. M . Levine, Humanism and History (Ithaca N Y , 1 9 8 7 ).
11 V id . G . O e streich , Neostoicism and the Early Modern State, ed. B. O e streich y H . G . K oen ígsb er-
ger (C a m b rid g e , 19 82); M . Stolleis, Staat und Staatsráson in der friihen Neuzeit (Frankfurt, 19 90 ),
págs. 1 9 7 -2 3 1; P S. D o n a ld so n , Madtiavelli and Mystery o¡State (C a m b rid g e , I 98 8).

249
Introducción al hum anism o renacentista

que soñaba con llegar a ser juez o embajador al servicio de un magnate —expli­
caba un estudioso tan influyente com o Arnold Clapmarius—debía alcanzar,
antes, un auténtico conocim iento del latín, por más que ya fuera capaz de
leerlo y sólo dispusiera de tres años para el conjunto de sus estudios: «es nece­
sario que tengas un latín elegante y pulido, a menos que quieras filosofar a la
manera de quienes escriben en vernáculo. Su pensamiento me parece com ­
pletamente aceptable, siempre que expresen sus ideas con elocuencia. Pero
hacen exactamente lo contrario y, en lugar de ilustrar su conocim iento, lo
oscurecen con su torpe pincel». Lejos de limitarse a la lengua escrita, esa maes­
tría significaba también la capacidad de hablar con fluidez: «Te aconsejo que
hables siempre en latín con el compañero de tu habitación. Si cualquiera de
los dos se olvida de hacerlo, que pague algún tipo de multa». Sólo poseyendo
tal soltura —un dom inio que exigía amasar un tesoro de coloquialismos
mediante la lectura repetida de las comedias de Plauto—se evitará la humilla­
ción que deben soportar con tanta frecuencia los hablantes germánicos: faltos
de práctica oral, concluye el maestro alemán, los nervios los atenazan cuando
deben expresarse en latín, ya que sólo piensan en esquivar los solecismos12.
Clapmarius no era el único, ni m ucho menos, en predicar la inmersión
lingüística y la necesidad de esforzarse hasta lograr un conocimiento activo de
una lengua muerta. También un profesor de retórica de la Academia de Ams-
terdam tan conspicuo com o G. ]. Vossius quería que sus pupilos iniciasen su
andadura escolar adquiriendo un control preciso del más puro latín. Vossius
tenía presente que ningún autor clásico había tratado todas las materias, y que
cualquiera de ellos ofrecía un modelo prosístico aceptable, pero no por ello
dejaba de exhortar a sus alumnos a concentrarse en la imitación sistemática,
aunque no servil, de las obras de Cicerón, el maestro supremo de la elocuen­
cia, el único que dominó a la perfección los periodos de la prosa latina más
elevada13. Unos ideales no muy distintos presidían la educación que empeza­
ron a impartir los colegios de los jesuitas a mediados del Quinientos, y con
tanta fortuna que atrajeron a su causa docente (y ganaron para la Iglesia cató­
lica) a los hijos de un sinfín de nobles familias protestantes, incluso en áreas
del imperio germánico y de Polonia donde la nueva religión amenazaba con

12 A . C la p m a riu s, « N o b ilis ad olescentis c rie n n iu m » , en H u g o G r o d u s et al., Dissertatianes di


studiis ínstituendis (A m sterd a m , 1 6 4 5 ), págs. 145—46 .
13 G . J. Vossius, «D issertatio b ip artita» , en Vossius et al., Dissertatianes de studiis bene instituendis
(U tr e c h t, 1 6 5 8 ), esp. págs. 1 5 -1 8 .

250
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

imponerse de modo permanente. Al igual que las academias protestantes, los


centros jesuíticos daban especial importancia al estudio aplicado de la poesía
y la historia de Roma y otorgaban al latín hablado un papel vital en el sistema
educativo. Su programa de estudios, con todo, no se distinguía por un saber
clásico o retórico más hondo que el habitual en las escuelas protestantes de
Estrasburgo o Altdorf, o en las public schools de Inglaterra: a lo ancho de todo ese
espectro docente se servía la misma receta latina a base de gramática, retórica
y prosodia, sazonadas con ejemplos históricos y lecciones morales14.
El currículo que se aconsejaba en aquella época -desde el último Quinien­
tos hasta fines del Seiscientos—a un joven que quisiera estudiar abarcaba una
variedad de disciplinas. Grotius recomendaba encarecidamente al futuro diplo­
mático que pusiera su empeño no sólo en las artes del lenguaje, sino en la
lógica, la física y aun en la teología escolástica de Tomás de Aquino. Cabe den­
tro de lo posible que tal demanda fuera, en su exigencia, insólita y poco rea­
lista, pues el mismo Grotius había sido un alumno prodigio en Leiden, donde,
ya maduro a los doce años y bajo la tutela de José Escalígero, había aprendido
los entresijos de la crítica textual antes de convertirse en uno de los intelectua­
les más originales de su día, autor de imponentes tratados de teología cristiana
y derecho internacional. Pero en cualquier caso no se apartaba de la norma
imperante entre los pedagogos al puntualizar las pocas materias totalmente ine­
ludibles en la formación del aprendiz de político. Vossius sostenía que el politi-
cus en ciernes debía consagrar su tiempo a la retórica por encima de todo, ya
que la persuasión sería el único instrumento que le permitiría conquistar amis­
tades e influencias en los pasillos del poder o dirigirse en público y con garan­
tías de éxito a personas encumbradas. Grotius no podía estar más de acuerdo:
un joven con tales ambiciones debía empezar por las cartas de Cicerón, porque
enseñaban «cómo adecuar los preceptos generales a un tema concreto»; luego
debía leer la Retórica de Aristóteles con la guía de sus tratados de ética y política,
de suerte que entendiera «cómo debían conducirse suavemente las aguas de la
moral y la política para que desembocaran en el arte de la persuasión»; el exa­
men de los discursos de Cicerón y Demóstenes le proporcionaría, en fin, ejem­
plos aplicados de esa práctica sutil15. Clapmarius, por su parte, se añadía a ese

14 Para un estud io exhau stivo del cu rríc u lo escolar del h u m a n is m o tardío, aplica d o al ""
caso de la prestigiosa a cad em ia de Estrasburgo tal c o m o la c o n c ib ió Jean S tu rm , vid- A . Scjaind-
lin g , Humanishsche Hochschule uncí íreie Reichsstfldt (W iesb ad en , 1977).
15 G ro tiu s, Dissertntiones. págs. 4 - S .

251
Introducción al hum anism o renacentista

sofisticado enfoque de la retórica, insistiendo con firmeza a sus discípulos para


que estudiaran ética y política, así como latín, antes de aventurarse a com po­
ner algo tan exigente como una pieza oratoria: el escrutinio detenido de la filo­
sofía moral y la retórica, la lectura atenta de las obras clásicas fundamentales,
sumados a un principio de orden y rigor en el estudio, harían del alumno un
hombre virtuoso y elocuente —un «vir bonus dicendi peritus»-, tal como siem­
pre habían afirmado los teóricos de la educación de la antigua Roma y la Italia
renacentista. Esas aspiraciones traen ecos familiares: Bruni o Erasmo podrían
haber propuesto argumentos similares, mutatis mutandis, con vistas a implantar
las letras grecolatinas y la retórica clásica en el centro neurálgico de la instruc­
ción que habilitaba para la vida civil. Comprendemos sin esfuerzo, entonces,
que el De studiis et litteris de Bruni (1424) y el erasmiano De ratione studii [1511]
llegaran de nuevo a la estampa en pleno siglo xvn y que dieran cuerpo, en com­
pañía de otros textos más actuales, a compilaciones de carácter pedagógico16.
Naturalmente, la formación de mi clasicista requería un conocimiento más
profundo de los maestros de la Antigüedad. Al igual que sus predecesores, los
humanistas de esa zona de tránsito entre los siglos xvt y xvii creían sin asomo
de duda que la literatura clásica cobijaba principios éticos y consejos de sabi­
duría de valor imperecedero. Grotius, por ejemplo, alentaba a sus estudiantes
para que leyeran las tragedias de Eurípides, las comedias de Terencio y las Sáti­
ras de Horacio. Cierto -confesaba—que los más jóvenes solamente percibirían
en tales obras «la pureza y el brillo del lenguaje», pero un alumno ya más cre­
cido reconocería sin vacilar la cualidad más preciosa de cuantas albergaban, el
provecho de su lección moral, tan válida hoy como lo había sido en su día:
«verán allí, como en un espejo, la vida y la conducta de la humanidad»17. Cas-
par Barlaeus, un poeta neolatino de estatura nada desdeñable, compartía la
misma opinión al afirmar que los jóvenes debían tratar de transmutar la esen­
cia de las Odas de Horacio en «sangre y tuétano» de su propio ser, ahondando
en ellas hasta encontrar, más allá de la belleza que atrae la inclinación natural
del muchacho, la solidez incomparable de sus enseñanzas sobre la piedad, la
rectitud moral y los desastres que acarrea la guerra civil: una doctrina que sola­
mente el hombre maduro puede apreciar.

16 El De ratione studii de Erasm o se r e im p rim ió en las p ágs. 3 1 9 -3 9 de las Dissertationes de


G ro tiu s, d el m is m o m o d o q ue reaparece, en las p ágs. 2 5 2 - 3 16 (c o n un apéndice en la
pág. 3 1 7 ), otro tratado de p rin cip io s del sig lo xvi c o m p u e s to por Jo a c h im Fortius R in g e lb e rg ;
el De studiis et litteris de B runi se encu entra en las p ágs. 4 1 4 —3 I .
17 G ro tiu s, Dissertationes, pág. 4.

252
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

Los métodos recomendados por los maestros permanecieron, en general, tan


apegados a la tradición como las razones con que se justificaban las lecturas
clásicas. Todos esos profesionales de la docencia habían leído su buen tanto de
Montaigne, lo mismo que a Cicerón y a Quintiliano, de modo que el énfasis
recaía en la necesidad de que los estudios clásicos sirvieran a personas nacidas
para la alta política o la carrera militar, más que para una vida exclusivamente
dedicada a las letras y a la filología. Por eso no debía someterse a las jóvenes
promesas a un trabajo excesivo, sino que, como ya había demostrado tiempo
atrás Vittorino da Feltre, convenía reservar un espacio para el ejercicio físico
y otras actividades propias del ocio virtuoso. Y todavía más esencial: había que
evitar a toda costa que el muchacho «se marchitara» y acabara convertido en
un pedante, en una figura disecada. El profesor no debía esperar, pongamos,
que un discípulo normal aprendiera de memoria un largo texto latino si estaba
escrito en prosa (la poesía, en cambio, era más fácil de recordar)1S. Ese pre­
cepto solía traducirse en la lectura asistida: para que el alumno noble accediera
a la cultura clásica debía contar con el socorro de un joven profesional de las
letras. Del mismo modo que Guarino de Verona había aconsejado a Leonello
d'Este (su protector y a un tiempo pupilo de excepción) que se buscara a algún
chico pobre, pero capaz, que le ayudara a llenar cumplidamente sus cuader­
nos de notas con el fruto de las lecturas, Grotius recomendaba al diplomático
del futuro que se abstuviera de abordar por cuenta propia un texto de lógica:
lo correcto era hacer que el «instructor ayudante, que dispone de mucho más
tiempo, lea a algún experto de primera línea en este arte y no deje de comu­
nicarte todo cuanto encuentre que sea digno de mención». También al coadju­
tor, y no al noble, le correspondía la tediosa pero ineludible tarea de recorrer
los comentarios antiguos y modernos de la Ética y la Política de Aristóteles en
busca de observaciones que luego presentaría a su alumno debidamente com­
pendiadas1
19. Así fue como, en el seno de las familias pudientes de toda Europa,
8
adquirió carta de naturaleza la figura del tutor, quien acompañaba al alumno
en su paso por la escuela y la universidad, preparaba con él la lección y más
adelante le llevaba de viaje. A su lado también encontraríamos al anagnostes,
o lector, cuya función era leer las obras clásicas para un rey o un noble ya
maduros, al tiempo que iba subrayando la razón de ser en el mundo moderno
de aquella norma clásica o aquel ejemplo antiguo y se aplicaba a la confección

18 Caspar Barlaeus, « M e th o d u s s tu d io r u m » , en G ro tiu s, Dissertationes, pág. 353.


19 G ro tiu s, Dissertationes, p ágs. 2 - 3 .

253
Introducción al hum anism o renacentista

de herramientas didácticas. A modo de ejemplo se puede recordar una carta


bien conocida en la que Sir Philip Sidney sugería a su hermano que Henry
Savile, «aquel hombre excelente», podría serle de gran utilidad en el aprendi­
zaje de la historia (lo cual nos ofrece de paso un atisbo de los humildes menes­
teres que habían ocupado los primeros años de un hombre que más tarde llegó
a ser preboste de Eton College y produjo una edición espléndida de la obra de
Juan Crisóstomo, por no mencionar sus méritos como bibliófilo y matemá­
tico)20. Otros nombres famosos ejercieron la profesión: según afirmaba Robert
Devreux, Earl de Essex, la culpa de su rebelión contra la reina Isabel I la tenían
las lecciones de Henry Cuffe sobre la Política aristotélica, y nada menos que un
Thomas Hobbes desempeñó quehaceres de ese género al servicio de un patrón
de la talla de Francis Bacon21.
La operación de leer requería, colaboración aparte, un método sistemá­
tico. El alumno, explicaba Barlaeus, debe aprender lo antes posible a tomar cui­
dadosas notas de cuanto lee:

M ientras van leyendo deberían tener u n cuaderno a m ano en el que copiar las
frases y las oracion es m ás elegantes; o dejem os que agreguen unas hojas en
blanco al final del libro que leen para que en ellas puedan anotar el núm ero de
la p ágin a q u e interesa y la rú b rica de alg ú n lu g ar d ig n o de aten ció n . A sí,
cuando surja la necesidad, podrán utilizar la referencia22.

El meticuloso registro de los primores de la lengua clásica, organizados


en la libreta —según detalla Vossius- agrupando maneras de empezar o acabar
una oración, así como fórmulas de transición o sistemas para citar una auto­
ridad, podía redundar en un tesoro de variedad estilística: una solución para
no exhibir, a fuerza de repetición, la pobreza de los propios recursos23. El
mismo riguroso proceder, ahora aplicado a los textos históricos, conllevará
-co m o enseñaba Jean Bodin en su divulgado Methodus ad íacilem historiarían cogni-
tionem («Método para conseguir un pronto conocim iento de la Historia»
[1566])- aquel saber acerca de las gentes y sus costumbres, sus leyes y sus ins­

20 Se trata de la carta de P h ilip Sidney a R ob ert Sidney fechada el ) 8 de o ctub re de 1580,


en S, A. Pears (e d .), The Correspondente of Sir Philip Sidney and Hubcrt Languet (Londres, 1845),
págs. 199, 2 0 1 .
21 Véase, en ge n era l, L. Jard ine y A . T, G ra fto n , « 'Stu d ie d fo r a c tio n ’ : h o w G ab riel
H arvey read his L iv y » , Past and Presenl, 129 (1 9 9 0 ) , págs. 3 0 - 7 8 .
22 Barlaeus, « M e th o d u s » , en G ro tiu s, Dissertcitiones, pág. 35 3.
23 Vossius, «D issertatio b ip artita» , pág. 17.

254
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

tituciones sociales, que el jurista o el político han de tener siempre al alcance


de la mano24. En ambos casos, lo esencial eran las categorías que seleccionaba
el estudiante para clasificar el material espigado, pues era el casillero lo que
imponía un orden lógico al torbellino de datos entresacados de la lectura de
cualquier obra capital y lo que permitía, evidentemente, recuperar la infor­
mación en un momento dado. Así lo señalaba Sidney en la carta a su hermano:

... pero lo que quisiera en esta cuestión es lo siguiente: que cuando leas alguna
cosa notable, de inm ediato la lleves a su ep ígrafe, no tan sólo al co rresp o n ­
diente a la disciplina general, sino al siguiente m iem b ro y parcela de la d isci­
p lina de acuerdo con tus subdivisiones lógicas. Y así, com o en una tabla, ya se
trate de una agud ez (de las q u e tanto abundan en T á c ito ), de una m á x im a
(com o las de Livio) o de una sim ilitud (así en Plutarco), deposítala al acto en
el sitio correcto del alm acén, en tanto que conveniente a lo militar, o más espe­
cíficam ente a la defensa militar, o aun más en particular a la defensa por forti­
ficació n , y guárdala así. H az lo m ism o con la materia p o lític a ...25.

Lo mismo que sus antecesores, los hombres del humanismo tardío y sus
discípulos se acostumbraron a leer con la plum a siempre a punto. Así lo
muestra la práctica de interlinear a mano en las ediciones escolares im pre­
sas con este propósito una paráfrasis del texto palabra por palabra, de manera
que el contenido de las obras básicas resultara accesible en el futuro. La
misma función explicativa tenían los prolijos comentarios que dictaban los
profesores y los alumnos apuntaban cumplidamente en los generosos már­
genes del volumen o en hojas en blanco intercaladas en el libro. Esa ingente
masa de material, clasificada y copiada incesantemente, procesada una y otra
vez, seguía su curso inexorable de los márgenes a los cuadernos y, de ahí,
vuelta de nuevo al ejercicio de redacción del estudiante y finalmente al tra­
tado en toda regla. Dando cuenta de los sudores vertidos para componer su
Thaumatographia naturalis [1 630], el filósofo natural John Jonston declaraba que
la labor no había supuesto ningún tipo de exploración del mundo natural,
antes bien muchas horas leyendo y extractando las fuentes de la obra, en
concreto la Historia natural de Plinio el Viejo (ya ella misma una compilación)

24 Jean B o d in , Methodus ad facilem historiarum cognitionem (París, 1 5 6 6 ), reim p reso varias veces
hasta 1 65 0; véase tam b ién A. Blair, «R e stag in g Jean B o d in » , Tesis d octoral in édita, Prin ceton
U n iversity, 1988,
25 Pears, Corresponderse of Sidney and Languet, pág. 201.

255
Introducción al hum anism o renacentista

y los grandes tratados modernos de Georgius Agrícola y Girolamo Cardano26.


N o debe extrañar: Jonston se limitaba a describir, en términos más explíci­
tos que los habituales, la técnica de trabajo intelectual adoptada por m últi­
ples generaciones de escritores y lectores, desde pensadores políticos como
Bodin y Lipsio hasta el gran Michel de Montaigne, quien no sólo publicó sus
célebres ensayos, tapizados con citas sutiles, sino también los juicios suma­
rios que había ido anotando, com o un aplicado alum no de los maestros
humanistas, en sus ejemplares de obras históricas clásicas y modernas. En
pocas palabras: las técnicas literarias de Guarino y Erasmo gozaban todavía
de muy buena salud. El estudiante de 1630, armado con su cuaderno y su
conjunto de loci —una poliantea de lugares y categorías para guardar y recu­
perar fácilmente la inform ación—se disponía, con la misma confianza que
poseían sus predecesores uno o dos siglos atrás, a desmenuzar los textos clá­
sicos, a organizar las piezas del despojo y a usarlas de nuevo con insultante
aplomo.
N i que decirse tiene que ese manejo de las letras podía conducir, en manos
poco creativas, a un estéril ejercicio de bricolaje, a un reciclaje infinito de los
mismos lugares comunes carente de toda originalidad. Incluso los alumnos
más dotados dedicaban tiempo y esfuerzo sin cuenta a la confección de por­
menorizadas versiones, casi al pie de la letra, de ciertas obras clásicas. Johan-
nes Kepler, pongamos por caso, cuando estudiaba en Tubinga allá en la década
de 1590, tejió laboriosamente, con el hilo de la antigua laus Pisonis, un inge­
nioso epitalamio para un alumno de derecho: partes de la composición, como
dictaba la práctica com ún, no eran otra cosa que un remedo de los versos del
original27. Con frecuencia, los libros de clase aportaban poco más que listas
indicando las diversas maneras de llevar a cabo cualquier operación de la escri­
tura -citar una autoridad, por ejem plo- conforme a la regla clásica28. Y toda­
vía hay más: incluso los defensores a ultranza de la vigencia del saber antiguo
se quejaron amargamente de la enorme cantidad de tiempo que requería la

16 Jo h n Jo n s to n , Thaumatograpliia universolis (A m sterd am , 1 6 6 5 ), epístola d ed icato ria. V id . I.


M a c le a n , «T he in terp re taro n o f n atural signs: C a rd a n o ’s De subtiiitate versus Sca lige r’s
Exercitationes», en B. Vickers (e d .), Occuít and Scientific Mentalities in the Renaissance (C a m b rid g e , 1 9 8 4 ),
p ágs. 23 1 -5 2 ; para m ayor detalle, W. S c h m id t-B ig g e m a n n , Tópica universolis (H a m b u rg o , 19 83 ).
17 F. Seck , «K eplers H o c h z e itg e d ic h t fü r Joh an n e s H u ld e n r e ic h ( 1 5 9 0 ) » , Abhandlungen der
Bayerischen Akademie der Wissenschoíten, m ath e m atisch - n a tu rw isse n sch aftlich e Klasse, nueva serie,
155 (1 9 7 6 ).
28 Véase, v. g r., H . A rn in g , Meduila variarum earumque in orationibus usitatissimarum connexionum
(A lten b u rg, 1 6 5 2 ), caps. 1 2 -1 4 .

256
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

iniciación a los misterios del latín literario. Valga el caso de Jan Amos Come-
nius, autor de un celebrado Orbis sensualium pictus («El mundo visible» [1 666])
en el que el significado de las palabras se expresaba simplemente por medio
de una imagen, no con la intención de sustituir la preceptiva de la enseñanza
humanística, sino con el deseo de abreviar el proceso.
Ahora bien, aunque el marco pedagógico descrito se caracterizó por su
tradicionalismo, nunca dejó de albergar un contenido tan proteico como polé­
mico. Todos y cada uno de los elementos del currículo humanístico fueron
motivo de continua controversia. Al parecer de Marc-Antoine Muret y Justo
Lipsio, un latinista de finales del Quinientos ya no debía contentarse con los
modelos de oratoria de la Roma republicana: el tupido estilo sentencioso de
Tácito y Séneca resultaba igualmente imprescindible. El latín de Lipsio, en par­
ticular, se convirtió en objeto de adoración en la Europa protestante y en la
católica, al mismo tiempo que las críticas más aceradas caían sobre la pro­
puesta. Horrorizado por lo abrupto de la frase lipsiana y el uso tan reducido
de la conjunción, el gran erudito calvinista José Escalígero exclamó con son
lastimero ante un grupo de estudiantes que se alojaban en su residencia: «N o
puedo imaginar qué suerte de latín es éste»29; y, pasando a la acción, se pro­
puso eliminar todo vestigio de «tacitismo» que hubiera podido penetrar en
los escritos de los alumnos de Leiden. Se alineaba así, sin quererlo ni esperarlo,
con los pedagogos jesuítas que tanto odiaba, los que predicaban que, por la
senda equivocada del «laconismo» de Lipsio, nunca se obtendría ni el inge­
nio verbal ni el arte de la paradoja, es decir, el ideal estilístico por el que valía
la pena esforzarse30.
La discusión no afectó solamente a las sutilezas formales de la lengua.
Animos igualmente encendidos se aplicaron a la disputa sobre la misma estruc­
tura general del currículo escolar. Reformados como Pedro Ramus, mártir de
la causa protestante, y sus seguidores (cuya influencia se dejaba notar de modo
considerable en Cambridge y París) no cesaron de presionar a las autoridades
competentes en materia educativa y a los mismos estudiantes para que se intro­
dujera un enfoque más práctico de la retórica y la dialéctica. Desde su óptica,
el profesor debía tratar cualquier texto literario —las poesías de Horacio pero
también los Salmos de David—como si fuera un argumento sistemático, redu-

29 Secunda Scaligerana ( C o lo n ia , 1 6 6 7 ), p ágs. 140—43 (1 4 1 ).


30 V id . M . C r o ll, Style, Rhetoricand Rhythm: Essays, ed. J. M . Patrick y R. O . Evans (P rin ceto n ,
1 9 6 6 ); W. K ü tilm a n n , Gelehrtenrepubiik und Fíirstenstaat (T u b in ga, 1 9 82 ).

2S7
Introducción a] hum anism o renacentista

cible a una serie de afirmaciones lógicas, A los rectores de los colegios de París
y otros centros universitarios continentales la iniciativa se les antojó un modo
excelente de enseñar la técnica de la argumentación por medio de las obras
clásicas: presumiblemente, les debió parecer útil e ingenioso un sistema que
permitía considerar un lugar horaciano tan socorrido como el «Dulce et deco-
rum est pro patria m ori» («Es dulce y decoroso morir por la patria») como
un simple movimiento en el juego de la argumentación31.
Los partidarios de Ramus, sin embargo, encontraron una férrea oposición
en muchos frentes, especialmente por parte de los aristotélicos, acérrimos
detractores de una concepción que alteraba el perfil tradicional de la dialéctica
y la retórica. No pocos humanistas mantuvieron la postura de que una obra lite­
raria debía ser analizada desde el ángulo que le era propio; el maestro, por con­
siguiente, debía prestar más atención a las metáforas y los giros retóricos que a
la estructura lógica y los modos argumentativos. Los opúsculos incendiarios, la
guerra verbal que prendía allí donde llegaban las huestes de Ramus, señalan su
avance, como explosiones en un terreno minado a medida que progresa el ata­
que a una trinchera enemiga. La resistencia fue feroz en casi todas partes. En
breve: que el ideal de elocuencia se mantuviera no implicaba, ni por asomo,
unanimidad en cuanto a su contenido. Pero es precisamente en el alcan­
ce de la disputa, en el ardor de los contendientes, donde se encuentra
el mejor indicativo de la vitalidad que conservaba el humanismo, sobre todo
en aquellos contextos en que la discrepancia sobre la naturaleza y la función de
la elocuencia correspondía en buena medida, caso de la Francia del cambio
de siglo, a divisiones de índole política y religiosa. De hecho, cuando los juris­
tas galicanos del parlement de París discutían con los jesuítas (a quienes expulsa­
ron de la ciudad por algún tiempo) sobre modelos de prosa latina, también
entraban en juego dos concepciones sociopolíticas alternativas. N i en las más
encontradas controversias del humanismo cuatrocentista, enzarzado en la que­
rella sobre la superior virtud de la república o la monarquía, se hallarían peti­
ciones de principio tan irreconciliables como las exhibidas dos siglos más tarde,
aún en latín y aún con el referente de los autores clásicos en primer plano32.
Sin embargo, pese a toda esa agitación en torno a cuestiones de forma y
sustancia, en el corazón de la docencia humanística se puede discernir un

31 A. T. G ra fto n , «Teacher, text and p u p il in the R enaissance cla ss-ro o m : a case study
fro m a Parisian c o lle g e » , History oí Universities, 1 ( 1 9 8 0 ), p ágs. 3 7 —70.
32 V id . M . F u m aro li, MA§t de 1’éloquence (G in e b ra , 19 80 ).

258
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

patrón homogéneo, visible en instituciones tan diversas en apariencia como


los colegios de raíz medieval de la Universidad de París y las «ilustres acade­
mias» protestantes recién nacidas en Estrasburgo, Altdorf y otras ciudades que
buscaban el prestigio y los ingresos que traía un centro de enseñanza superior,
así como una formación segura y de confianza para sus hijos. A diferencia de
otros ambientes, como la corte francesa, donde brotaba una nueva elocuen­
cia en lengua vernácula, en la mayoría de esas instituciones el aprendizaje de
la retórica seguía anclado en el análisis de las obras de Cicerón, el puntal de la
disciplina desde el siglo xv. Con todo, dentro de esos márgenes canónicos el
acento se había ido desplazando desde la oratoria, que tanto cautivaba al huma­
nismo civil de la Italia cuatrocentista, hasta recaer en la escritura epistolar. Razo­
nes, las había: las cartas eran textos para ser leídos y no declamados -u n a
literatura privada e informal en vez de pública y efectista- y por eso ofrecían
al estudiante una variada gama de ejemplos de prosa en sustitución del regis­
tro único, extremadamente regulado, de los alegatos ciceronianos. Además,
contaban con la ventaja suplementaria de adaptarse mejor a los futuros menes­
teres del alumno, donde pesarían bastante más los legajos de documentos que
los discursos. Así pues, de Estrasburgo a Roma, los pasos iniciales del escolar
significaban horas interminables en compañía de las cartas de Cicerón, leyén­
dolas, traduciéndolas e imitándolas. El humanismo, concluyamos, se mostraba
capaz de actualizarse y responder a las necesidades de la vida real con solu­
ciones sensatas y perfectamente prácticas.

Otra vertiente de esa modernización canalizó una creciente atención por los
objetos materiales, ya fueran producto de la naturaleza o de la mano del hom ­
bre. El interés nació, en parte, a la sombra de las obras clásicas. Desde el siglo
xv en adelante, ningún texto ejerció mayor fascinación entre los humanistas
que la Historia natural de Plinio, y esa vasta enciclopedia, aunque dependiente
por lo general de fuentes escritas, aportó una mina de información sobre la
historia de la escultura y sobre todo tipo de especies y elementos del mundo
natural. A ello cabe agregar que, aun cuando la Historia natural nunca dejó de ser
el principal depósito al que acudir en lo tocante a las artes del mundo antiguo,
otras obras fueron complementándola, concretamente los tratados de Aristó­
teles sobre el reino animal y los textos botánicos de Teofrasto, todos ellos tra­
ducidos al latín a mediados del Cuatrocientos y nuevos en cuanto se basaban
en gran medida en la observación directa de la naturaleza. En las repisas de los
humanistas hubo sitio para las joyas, los fragmentos de esculturas antiguas y
las obras de arte de su tiempo, para las conchas y los fósiles, y el arte del con-

259
Introducción ni hum anism o renacentista

noisseur se convirtió en algo tan fundamental en la formación de un joven cul­


tivado como lo era la elocuencia latina33.
A mediados del Quinientos, la casa del humanista cobijaba regularmente,
al lado de la biblioteca, una colección cuyo contenido había sido ordenado y
etiquetado con el mismo afán que se empleaba para transcribir y clasificar el
material de los libros escolares. En 1543, por ejemplo, un historiador y colec­
cionista com o el conde W ilhelm Werner von Zimm ern mostró a Sebastian
Münster, en su visita al castillo de Herrenzimmern bei Rottweil, «un enorme
tesoro de textos, especialmente históricos, un número casi infinito de anti­
güedades, vasijas de oro y plata encerradas en un nicho de la pared, un sur­
tido de hierbas aderezado con diversos compuestos medicínales»34. Ya hacia
1600, se puede recordar el caso del anticuario paduano Lorenzo Pignoria, uno
de los pocos eruditos de la época que gozó a un tiempo del afecto sincero de
los humanistas del Norte protestante y del respeto de los mecenas de su pro­
pio país. Aparte de una selecta biblioteca, que incluía manuscritos de Dante y
Boccaccio, poesía latina humanística y un tratado sobre máquinas de bombeo,
entre otros volúmenes, Pignoria poseía un rico museo de monedas, medallas,
conchas, bustos y papiros, amén de una amplia iconoteca, es decir, una galería
de pinturas de hombres ilustres, sin olvidar un grabado de Durero -¿Melenco-
lia I, acaso?— «representando una figura de mujer, admirablemente ejecu­
tado»35. Salvo la amplitud, los mismos rasgos se aprecian en la colección y las
actividades de un contemporáneo algo mayor, José Escalígero, orgulloso pose­
sor de un decapitado ave del paraíso (que le habían regalado unos mercaderes
holandeses en un poco habitual arranque de generosidad) y descubridor de
momias y papiros de sumo interés; igualmente significativo es el hecho de. que
Escalígero aprovechara los dibujos realizados en su juventud, durante su estan­
cia en Italia y el sur de Francia, para iniciar a sus pupilos en el estudio de las
antigüedades. A las iniciativas individuales hay que añadir los museos afinca­
dos en los centros educativos mejor dotados o con mayor subvención. Así lo
ilustra, mediado el Seiscientos, el Collegio Romano de los jesuítas, donde se

33 V id . J. Tribby, « B o d y / b u ild in g : liv in g the m u seu m life in early m o d e rn E u ro p e »,


Rhetorica, 10 ( 1 9 9 2 ), págs. 1 3 9 -6 3 ; T. D a C . K a u fm a n n , TheMastery oíNature (P rin ceto n , 19 93);
E F in d len , Possessing Nature (Berkeley, 1994).
34 Sebastian M ünster, Bride, ed. y trad. K . H . Bu rm eister (In g e lh e im a m R h e in , 1 9 6 4 ),
pág. 67.
35 V id . G . E. T o m asin i, De vita, hibliotheca et museo Laurentii Pignorii canonici Tarvisini dissertatio, en
Lo ren zo P ig n o ria , Magnae Deum matris Idcieae et Attiiis initia (A m sterd a m , 1 6 6 9 ).

260
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

amontonaban los huesos gigantescos y las reproducciones de obeliscos en


madera, piezas todas ellas que había ido recogiendo o fabricando Athanasius
Kircher, la estrella intelectual de la institución. Para abreviar: la curiosidad por
investigar seriamente el mundo material no fue patrimonio exclusivo de quie­
nes censuraban la tradición del saber libresco. También los humanistas, como
hemos visto, manifestaron tal inclinación. De ahí que se aventuraran, con varia
fortuna, a interpretar ciertas reliquias del pasado que no figuraban en los tex­
tos conservados, como es el caso de la llamada Mensa Isiaca —un objeto de culto
del antiguo Egipto—o de los templos paganos de la vieja Escandinavia. De ahí,
también, que pergeñaran extensas compilaciones sobre el desarrollo de las
bellas artes en la Antigüedad, revelando así su convicción de que el joven lati­
nista debía ser capaz de analizar la obra de un artista y la de un literato con el
mismo detalle y con un aparato conceptual de parecida complejidad. Por ese
convencimiento intelectual, cuando no por su propia habilidad como dibu­
jantes o arquitectos, los hombres del humanismo tardío se nos muestran direc­
tos sucesores de León Battista Alberti36.

En ningún campo como en el de la historia resulta más patente ese cruce entre
tradición y novedad que venimos describiendo. Tomando el hilo del pasado, no
cabe duda de que los maestros e historiadores humanistas de hacia 1600 se
tenían por herederos de aquellos estadistas griegos y romanos que definieron el
perfil ideal de la disciplina; en consecuencia, creían que su deber era preparar a
los lectores para la vida pública. Eso quería decir que el historiador debía ocu­
parse ante todo de los hechos políticos de relieve, y extraer de ahí, con especial
dedicación, ejemplos de buena y mala conducta, de aptitud o ineficacia, de suerte
que el receptor de la obra encontrara modelos de actuación. La senda de las nor­
mas -repetían sin cesar los humanistas- era larga y tortuosa; la de los ejemplos,
corta y directa. Porque los exempla no sólo enseñaban a distinguir los principios
válidos de los que no lo eran, sino que los imprimían en la mente maleable del
joven lector con la fuerza sin par de la imagen concreta, al paso que lo abaste­
cían de citas y referencias que le serían de gran utilidad cuando hubiera de tra­
tar oralmente o por escrito de cualquier asunto de orden social o político37.

36 V id . A . E lle n iu s, De arte pingendi (U p sala , 1 9 6 0 ). El p ro d u cto ahora m ás asequ ib le de


esos esfu erzos es la e d ic ió n m o d e rn a de una o b ra im presa en 1638: Franciscus Ju n iu s , Depictura
veterum: The Painting of the Ancients, ed. K. A ld r ic h , P. Fehl y R. Fehl, 2 vols. (Berkeley, 1 9 91 ).
37 Véase, v. gr., G . N a d e l, « P h ilo so p h y o f h istory before h isto ric ism » , History and Theory, 3
( 1 9 6 4 ), págs. 2 9 1 - 3 1 5 , así c o m o R. K oselleck , VergangeneZukunft (Frankfurt, 1984).

261
Introducción al hum anism o renacentista

Los ecos de esa fe, firmemente anclada en Tito Livio y Polibio, resonaban
de un extremo a otro de los amplios dominios del humanismo. Así la expre­
saba Philip Sidney, con contundencia característica, en la carta a su hermano
Robert:

Al respecto debes fijarte p rincipalm ente en los ejem plos de virtud y v icio, en
los buenos y m alos resultados que conllevan - e l establecim iento o la ruina de
grandes estad o s-, en las causas, el m o m e n to y las circunstancias de las leyes
entonces escritas, en có m o em pezaron y acabaron las guerras y, por ende, en
las estratagem as usadas contra el e n e m igo y la d iscip lin a im puesta en el so l­
dado; y todo eso, com o un auténtico historiógrafo. El historiador, además, debe
convertirse en creador de un d iscurso que b rin d e p ro v ech o , y en orador, o
incluso en poeta, a veces, por cuanto hace al ornato38.

Sidney siguió su propio consejo: antes de emprender su misión como


embajador en la corte imperial germánica en 1577, dedicó un tiempo a la lec­
tura de los tres primeros libros de Livio con la asistencia de Gabriel Harvey. El
episodio quedó registrado en la memoria del erudito: «con el cortesano Phi­
lip Sidney habíamos discutido en privado esos tres libros de Livio, examinán­
dolos detenidamente desde todos los ángulos, aplicando un análisis político...
Nuestra atención se dirigía principalmente a la constitución de los estados, la
condición de las personas y las cualidades de los actos»39. Por más que se
hubiera labrado una reputación de hombre de genio y nada convencional, Har­
vey se nos presenta aquí como un dócil seguidor de la tradición humanística,
tanto com o aquel Philipp Camerarius, humanista de Núremberg e hijo del
célebre Joachim, que se complacía en contar a sus alumnos de la academia de
Altdorf cómo «contemplando el pasado y prestando atención al presente, se
pueden sacar conclusiones razonables sobre el futuro. El presente es un acer­
tijo que resuelve el tiempo»40. A nadie se le escapaba que la amonestación no
hacía más que repetir las viejas razones alegadas por los historiadores roma­
nos al subrayar el valor de su oficio: Historia magistra vitae («La historia, maestra
de la vida»). La anciana doctrina, expresada con inigualable claridad en las
palabras de Cicerón, suponía que la textura de la vida humana permanecía inal­

38 Pears, Correspondente of Sidney and Languet, pág. 20 0.


39 Jard in e y G r a fto n , « G ab rie l H a rv e y » , pág. 36.
40 J. G . S ch e llh o rn , De vita, fatis ac mentís Philippi Camerarn... commentarius (N ú re m b e r g , 1 7 40 ),
pág. 120.

262
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

terable en su esencia a lo largo de los tiempos y que los ejemplos de todo buen
historiador no habían perdido su carácter modélico, sino al contrario: siglos
después, se ofrecían a la imitación del lector sagaz y perduraban en los cursos
centrados en obras históricas clásicas, en las lecciones impartidas por pensa­
dores tan radicalmente opuestos como el ex jesuíta Agostino Mascardi, profe­
sor de elocuencia en las universidades de Génova y Roma, y Degory Wheare,
profesor de historia en Oxford.
Con todo, el estudio de la historia antigua en ese periodo crucial en torno
al cambio de siglo nunca fue un cuerpo sin movimiento. Una vez más, com ­
probamos cómo los cambios se sucedieron en la medida que estudiosos y ense­
ñantes intentaban acomodar conscientemente su quehacer a las necesidades
prácticas de discípulos y protectores. De hecho, a poco de empezar el Q u i­
nientos, Maquiavelo y Guicciardini habían ya cuestionado las razones que jus­
tificaban dicho estudio según la tradición humanística. Ambos habían
coincidido en señalar que las lecciones del pasado debían ser pragmáticas y no
morales. Maquiavelo, además, había dejado entrever sus dudas sobre la capa­
cidad del lector moderno para sacar provecho ni tan siquiera de tales ense­
ñanzas prácticas, ya que, a su parecer, las personas siempre tienden a seguir
una cierta línea de actuación, por improductiva que se demuestre, y no sue­
len estimar correctamente los parámetros de su propia situación. Guicciardini
todavía fue más allá y no escondió su desencanto por el hecho de que incluso
Maquiavelo hubiera cometido la equivocación de fijarse exclusivamente en el
ejemplo de Roma, cuando, en realidad, el mundo actual no guardaba el menor
parecido con el descrito por los viejos historiadores: «Qué gran error -excla­
maba quejoso—citar a los romanos a cada paso»41.
Transcurridas dos generaciones, los humanistas hicieron suyos los puntos
centrales de ese ataque contra sus propios antecesores. A Marc-Antoine Muret,
famoso por las lecciones sobre textos clásicos que dio en el Collegio Romano
y, tiempo antes, en París, no le quedaba ya más remedio que admitir que «en
nuestros días hay muy pocas repúblicas». La realidad, sin embargo, daba pie
a una nueva conclusión: lejos de interrumpir el estudio de la historia de Roma,
lo adecuado era desplazar el objetivo, dejar atrás la República perdida, la que
Livio evocaba con tan nostálgica elocuencia, y enfocar la primera etapa del
Imperio, la que Tácito diseccionaba con su penetrante ironía. En los tiempos

41 Francesco G u ic c ia rd in i, Moxims and Reflections oí a Renaissance Statesman, trad. M . D o m a n d i


(N u ev a York, 1 9 6 5 ), C 1 10.

263
Introducción a] hum anism o renacentista

del im perio romano, razonaba Muret, las naciones en su mayoría estaban


gobernadas por un individuo, tal como ocurre ahora, así que al menos en ese
sentido -declaraba ante sus alumnos en 1580- la «situación bajo el régimen
imperial se aproxima más a la de nuestros tiempos que la existente cuando
gobernaba el pueblo». Y seguía diciendo con su sorna habitual: «Aunque en
nuestra época, gracias a Dios, no hay Tiberios, ni Calígulas, ni Nerones, resulta
útil saber que, bajo su mandato, también hubo hombres buenos y sabios...».
Al fin y al cabo, el arte de la simulación era parte esencial de la vida cortesana
moderna: «Los príncipes suelen poseer muchas cualidades que un hombre
recto no puede ensalzar, aunque sí disimular y pasar por alto en silencio. Los
que no saben fingir que las ignoran se ponen a sí mismos en peligro y, por
regla general, empeoran a los príncipes»42. Tácito, en suma, podía enseñar el
arte de permanecer callado: un arte tan fundamental en la corte de un Feli­
pe II como en la curia de un Gregorio XIII. Dicho con mayor alcance: un exa­
men detallado de las circunstancias que envolvieron la obra de un historiador
anularía la objeción de que los ejemplos carecían de valor instructivo debido
a su natural excesivamente generalizador.
El argumento con que Muret defendió el magisterio de Tácito (y el suyo
propio) sirvió para vertebrar el programa de dos generaciones de humanis­
tas con inquietudes políticas. El joven y brillante Justo Lipsio, tras aprender
(y plagiar) tantas de las doctrinas de Muret en el curso de los años pasados
en Roma, a su vuelta a los Países Bajos trajo consigo la noción de que la ense­
ñanza de la historia debía reposar en la «similitudo tem porum», es decir, en
una rigurosa exposición analítica de los paralelos existentes entre distintas
naciones en sus diversos momentos históricos. Sobre esos cimientos, Lipsio
edificó sus magníficos cursos sobre la Roma de antaño y la validez de su
legado, explicando con exactitud de qué manera podían y debían rescatarse
los secretos del arte militar romano para aplicarlos al presente. Su pupilo más
destacado, Mauricio de Nassau, príncipe de Orange, puso en práctica las ideas
del maestro levantando un ejército profesional y disciplinado que consiguió
mantener el norte de los Países Bajos libre del dom inio español (si bien es
cierto que Lipsio tuvo que repetirle con insistencia que no pretendía una ser­
vil resurrección de una tecnología bélica ya obsoleta, sino que aspiraba a revi­
vir aquella férrea instrucción militar que, repartiendo disciplina entre todos
los miembros del cuerpo, cohesionándolos en pequeñas unidades, había dado

42 M a rc -A n to in e M u ret, Scripta selecta, 2 vols. (L e ip zig, 1 8 8 7 -8 8 ) , I, pág. 155.

264
La ciencia moderna y la tradición del humanismo

al ejército romano su formidable poder). Las lecciones magistrales y los deba­


tes sobre la praxis política, siempre al cobijo de Tácito y siempre subrayando
la dificultad de extraer la sustancia de su entrecortado decir, tan singular,
hicieron de Leiden la universidad más poblada del norte de Europa, el cen­
tro educativo de moda durante la primera mitad del siglo xvn43. Incluso des­
pués de que Lipsio abandonara Leiden por Lovaina y abrazara de nuevo el
catolicismo que lo había visto nacer, esa línea docente, con su visión políti­
camente comprometida de la historia y su sensibilidad por el contexto de
cada época, siguió adelante gracias a hombres com o Daniel Hensius, pro­
fundo admirador de Tácito, en quien reconocía una especial habilidad, com ­
parable a la de Tucídides, para vislumbrar y traducir en palabras las auténticas
claves de la política de Estado. Por toda Europa, los humanistas podían pre­
sumir ya de máximos expertos en un campo de la más notoria y viva actua­
lidad. Conocían como nadie las vías de acceso a los arcana imperii del mundo
antiguo, las reglas ocultas que gobernaron, como relataba Clapmarius en un
célebre tratado, el funcionamiento real del imperio de Roma44. No sorprende,
pues, que un científico com o Kepler, cuando le llamaban a consulta magna­
tes tan eruditos y puntillosos como el emperador Rodolfo II, optara por ofre­
cer su consejo sobre cuestiones bien concretas de índole política no en calidad
de astrologus, antes com o politicus, o sea, com o lector e intérprete consum a­
do de Tácito y demás autores clásicos en la materia45.
Todo eso no debe inducir a pensar que quienes cultivaban la historia en
el humanismo tardío se conformasen con el pragmatismo y con hacer frente
a los políticos que podían tachar de cándida su lectura. Al contrario: se pro­
pusieron también, en primer lugar, que el estudio de los cronistas de antaño
fuera algo sistemático y, por ahí, se adentraron en un terreno que ni Maquia-
velo ni Guicciardini, ni quizá tampoco el mismo Muret, hubieran nunca ima­
ginado. Así, al lado del acostumbrado análisis textual brotó una segunda rama
del saber humanístico, de raíz igualmente clásica pero a menudo de natura­
leza mucho más técnica, vale decir la ciencia del anticuario, el afán por recons­

43 Vid. T. H . Lunsingh Scheurleer y G. H . M. Posthumus Meyjes (eds.), leiden University in


the Seventeenth Century: A i Exchonge oí Learnlng (Leiden, 1975); Stolleis, Staat und Staatsrason,
págs. 37—72; Kühlm ann, Gelehrtenrepublik; H . Wansink, Politieke wetenschappen aan de Leidse Universiteit,
1575—1650 (Utrecht, 1981).
44 A . C lapm arius, De arcanis rerumpublicamm libri sex, nueva edición (A m sterdam , 1644).
45 V id . B. Bauer, « D ie R o lle des H o fa stro lo ge n u n d H o fm a th e m a ticu s ais fürstlicher
B erater», en A . B u ck (e d .), Hofischer Humanismus (W e in h e im , 1 9 8 9 ), págs. 9 3 - 1 1 7 .

265
Introducción al hum anism o renacentista

truir metódicamente las instituciones y las costumbres, la religión y los ritua­


les del pasado grecolatino: una pasión que Alberti, Flavio Biondo y otros más
habían restablecido en el Cuatrocientos. U n siglo más tarde, sus sucesores
habían rescatado ya un sinfín de inscripciones y objetos antiguos, organizan-
dolos con un criterio digámosle antropológico y no conforme a la cronología
o la procedencia geográfica. Primero en cuadernos personales y luego en volú­
menes impresos y con escrupulosos índices, el catálogo de inscripciones no
respondía a una mera ilustración del vicio y la virtud, sino que pintaba los ras­
gos indelebles de la vida social en los tiempos remotos: el culto religioso y la
ceremonia, las relaciones familiares y el afecto de los padres, las formas del
mecenazgo y las maneras de la hermandad sacerdotal. Las antigüedades pasa­
ron a formar parte esencial del conocim iento histórico, enriqueciéndolo e
infundiéndole nueva vida: la representación de un objeto producía una impre­
sión vivida, casi tridimensional, de lo que, de otro modo, hubieran sido páli­
das y poco convincentes descripciones de un combate entre gladiadores,
pongamos, o de la construcción de un campamento46.
La nueva pasión pronto se convirtió en instrumento habitual del equipo
del investigador y el maestro. Lipsio, por ejemplo, no se limitó a dar leccio­
nes sobre Tácito. Por medio de Polibio (concretamente, del conocido análisis
incluido en el sexto libro de su Historia) y con un rico aparato de fuentes com ­
plementarias, trazó una fiel reconstrucción del ejército romano, presentada
primero a sus alumnos de Leiden, así como a su discípulo Mauricio de Nas­
sau, y más adelante a los lectores de su De militia romana [1596], De ese entu­
siasmo habla también el caso de un jurista francés, Franpois Hotm an, que
exhortaba a sus estudiantes a aprender sobre la vida de Roma en los libros de
Cicerón, y tanto era el éxito de sus prédicas que en 1557 un cierto barón ale­
mán vino a su encuentro sin saber una palabra de latín y al cabo de dos años
compuso su propio tratado sobre las familias romanas47.
El matrimonio entre la historia tradicional y la nueva disciplina, aunque no
consumado de inmediato, terminó por resultar más fructífero de lo que los mis­
mos padrinos de boda habían podido prever. Desde siempre, los humanistas
habían visto en los viejos historiadores un testigo privilegiado de los hechos y
grandezas del mundo clásico. Enmendaron los errores textuales, cierto, y oca­

46 La mejor introducción al respecto aún se encuentra en A. D. Momigliano, «Ancient


history and the antiquarian», Journal ofthe Warburg and Courtauld Institutes, 13 (1950), págs. 285-3 15.
47 Schellhorn, De vita Camerarii, págs. 36-37.

266
La ciencia moderno y la tradición del humanismo

sionalmente algún dato histórico, pero no intentaron reemplazar los relatos de


Livio o Tácito con obras de nuevo cuño. Los reconstructores de la Antigüedad,
en cambio, perseguían un tipo de información que los antiguos cronistas sólo
tocaban muy de paso. La diferencia se aprecia, por ejemplo, si tenemos en
cuenta que una colección de inscripciones no se clasificaba con principios prác­
ticos o morales, sino de acuerdo con un sistema que aspiraba a reproducir el
armazón constitutivo de la sociedad clásica, en vez de reproducir las proezas de
sus dirigentes48. Con el tiempo, sin embargo, algunos anticuarios—llamémos­
les así—renacentistas fueron tomando conciencia de que su enfoque implicaba
un cierto desafío a la tradición. A ilustrarlo acude de nuevo Justo Lipsio, quien
aconsejaba a sus alumnos que copiaran, en la libreta de lecturas históricas que
debían poseer, las mismas entradas con que hubieran subdividido un cuaderno
destinado a las inscripciones: cualquier pasaje que versara sobre una creencia o
un ritual, sobre la magistratura o el sacerdocio, sobre las insignias militares o
las luchas de gladiadores, debía colocarse en la sección con tal título. También
les exhortaba, claro está, a tomar nota de los bellos ejemplos, pero ese acto de
vasallaje no amaga la novedad revolucionaria del enfoque. De hecho, el mismo
humanista flamenco reconoció abiertamente que no había razón alguna para
que los historiadores ocuparan un lugar de excepción por encima de los res­
tantes testimonios de la Antigüedad. Todos ellos —obras literarias y textos epi­
gráficos a la par—debían someterse a los mismos cauces de análisis. Dicho de
otro modo: todos debían rendir, por la fuerza del método, una visión de la his­
toria notablemente diversa de la que se hallaría en cualquier autor clásico. Así,
y sólo así, aseguraba Lipsio (avanzándose a los estudiosos que mucho más tarde
hablarían de un «círculo vicioso hermenéutico»), se podría llegar a compren­
der unos textos que aludían a los mores y las instituciones de las sociedades que
describían, pero que nunca entraban en detalles49.
Otros humanistas forzaron la resistencia de la interpretación histórica tra­
dicional en varios puntos de su línea defensiva. Los anticuarios Cario Sigonio

48 Vid. E. Mandowsky y C. Mitchell, Pirro Ligónos Román Antiquities (Londres, 1963).


49 Justo Lipsio, De ratione legendi historiam, en Grotius, Dissertcitiones, págs. 15 7—69. Un ejem­
plo cumplido de esa suerte de apuntes se hallará en el De servís, deque eorum conditionibus, poenis, ac
munumissionibus commenturius de Friedrich Lindenbruch (Hamburgo, Universitátsbibliothek,
ms. philol. 291), que incluye abundantes notas sobre textos legales y literarios, así como indi­
caciones sobre cuáles son los historiadores dignos de confianza (y a cuáles se debe recurrir
para mayor información). Véase, en general, E. Horváth, «Friedrich Lindenbruch,
Spáthumanist und Handschriftsammler des 17. Jahrhunderts», tesis, Universidad de
Hamburgo, 1988; según se afirma en las págs. 185—86, al parecer Lindenbruch tomó esas

267
Introducción al humanismo renacentista

y Onofrio Panvino, en Italia, y hombres de saber polifacético como Escalíge-


ro y el reputado cronólogo Joannes Temporarius, al norte de los Alpes, coin­
cidieron todos en un principio: que era imposible deducir, a partir de los textos
conservados, una cronología completa y precisa de la historia antigua, una
firme cadena de sucesos y fechas. Para rehacer esa estructura perdida, recu­
rrieron, pues, a nuevas fuentes de datos: monumentos romanos, fragmentos
de historiadores griegos y hebreos e incluso a la astronomía moderna. Sus fati­
gas dieron origen a una disciplina de nueva planta -una boga pronto conocida
por sus audaces hipótesis sobre la historia y la mitología, sobre las dinastías
egipcias y los reinos judíos—y, lo que es más, pusieron en tela de juicio la vera­
cidad y, por ende, la autoridad de los relatos que habían establecido la histo­
ria sagrada y la clásica*50. En manos de Escalígero y Temporarius, Rómulo
desaparecía de la historia del m undo, y Moisés amenazaba con seguir sus
pasos51. Otros, en cambio, así el conspicuo autor de sátiras John Barclay, argü­
yeron que el historiador no debía entretenerse con las minucias del oficio, sino
plantearse, con más alcance, la definición del «genio» o espíritu que había ins­
pirado a escritores y artistas, a políticos y generales en cada periodo histórico
con perfil propio, casi del mismo modo que un viajero inteligente y bien infor­
mado debería identificar y analizar un «genio» natural distinto al suyo52. En
otras palabras: la historia, la disciplina que ocupaba el lugar de honor para
aquellos doctos latinistas de la República Literaria del último humanismo,
seguía con vida, llena de vigor y con el aliento de la polémica más elevada.
Comprendemos entonces que la vitalidad se diera por un igual en otras mate­
rias y que, por ello, quienes escribían en latín en un país relativamente atra­
sado como Inglaterra fueran capaces de contribuir significativamente a casi
todos los géneros literarios, científicos, filosóficos e históricos que existían en
tiempos de Isabel I y su sucesor Jacobo I53. El humanismo perduraba.

notas c u a n d o era un joven a lu m n o de la U n iv ersid a d de L e id en , a cu y o s cursos asistió a


m ed iad o s de la década de 15 90 , p o c o después de q ue L ip sio la abandonara,
50 D. C. Alien, Mysteriously Meant (Baltimore, 1970); A, T. Grafton, Joseph Scaliger, 2 vols.
(Oxford, 1983-93), II.
51 H . ]. Erasmus, The Origins of Rome in Historiography from Petrarch to Perizonius (Assen, 1962).
52 E. Hassinger, Empirisch-rationaler Historismus (Friburgo de Brisgovia, 19942).
53 J. W Binns, íntellectual Culture in Elizabethan and Jarabean England: The Latín Writings of the Age
(Leeds, 19 90 ).

268
11

E l hu m an ism o y la literatura ita lia n a

M. L. M cLAUGHLIN
El presente capítulo examina los caminos que siguió la influencia del huma­
nismo en la literatura italiana a lo largo de un periodo que abarca aproxima­
damente desde los tiempos de Petrarca hasta los de Lorenzo de’ M edici, es
decir, la época en que los studia humanitatis presidieron la agenda intelectual de
Italia. El trayecto de esos dos siglos arranca del humanism o «medieval» y
embrionario de Dante Alighieri y tiene su punto de llegada en los primeros
años del siglo xvi, cuando los humanistas dejan ya de contribuir al grueso de
la creación literaria en italiano y los studia humanitatis se institucionalizan incor­
porándose al sistema universitario.
Antes que nada, se impone establecer una distinción entre la tradición clá­
sica, entendida en su sentido más general, y el movimiento humanístico en
particular. N i este capítulo, ni tampoco el libro en conjunto, pretenden abra­
zar todas las obras producidas en Italia a la sombra de los autores antiguos
durante esa edad literaria tan proclive al clasicismo. El terreno explorado en
las páginas que vienen a continuación se ciñe a la literatura en italiano escrita
por los mismos humanistas o bien simplemente inspirada en su sistema de
valores.
Aunque a Dante no se le suele considerar un humanista, diversos rasgos
de la Divina commedia (c. 1307-1 8) parecen responder, con las salvedades del
caso, a una matriz de esa índole. En un cierto sentido, se podría afirmar que
Dante fue el «descubridor» de la Eneida, puesto que, gracias a él, Virgilio reco­
bró el habla tras muchos siglos de silencio. Fue también, y con plena cons­
ciencia, el primer escritor italiano que leyó al gran poeta latino tanto en una
dimensión política como en la de aglutinador de textos; buena muestra de esa
segunda faceta se halla en el canto inicial de la Commedia, cuando el autor, en
un paso célebre, se encuentra con Virgilio y le dirige las siguientes palabras:
«Tú eres el único [autor] de quien tomé el bello estilo que me ha dado honor»
(Inferno 1.86-87). En cuanto al contenido, la Commedia -e l primer poema ita­
liano de magnitud comparable a la épica clásica- no sólo incluye a Virgilio

269
Introducción al humanismo renacentista

como personaje, sino que se presenta como una ambiciosa reelaboración, en


un marco cristiano, del sexto libro de la Eneida. Los ecos virgilianos se escu­
chan con claridad casi desde el principio (Inferno III), en especial en la des­
cripción de Caronte (si bien es innegable que Dante, proyectando la visión
cristiana del diablo, tiende a demonizar una figura que en Virgilio no es más
que un meláncolico barquero)1, y acompañan el poema a lo largo de su reco­
rrido; así, en el episodio climático de la cima del Monte Purgatorio, cuando
Virgilio ya se aleja y Beatriz hace su entrada, Dante, al vislumbrarla, repite las
famosas palabras que había pronunciado Dido aludiendo a su pasión por Eneas:
«Reconozco las señales de la vieja llama [de amor]» (Eneida IV.23; Purgatorio
X X X .48). No de otro modo, el lector de la Commedia descubre por doquier ras­
tros verbales de Ovidio, Lucano y Estacio, los tres maestros latinos que a los
ojos de Dante completaban el canon de la poesía épica; Estacio, además, es
personaje destacado de la obra (Purgatorio XXI—XXXIII), mientras que los dos
primeros hacen una breve aparición en el lim bo (Inferno IV) antes de que el
autor los invoque de nuevo para afirmar que los supera (Inferno X X V 94—97).
La imitación de los clásicos cubre toda una gama de posibilidades, desde el
préstamo que afecta al contenido en términos generales hasta el detalle literal
que relabra minuciosamente una frase latina. N o obstante, todas esas referen­
cias, por mucho que desprendan veneración por la Antigüedad, nunca dejan
de engrosar una corriente subterránea, una voluntad cristiana de sobrepasar y
suplantar los textos paganos2.
La teoría de la imitación literaria vagamente esbozada, que no desarro­
llada, en el De vulgari eloquentia («Sobre la nobleza de la lengua vulgar»,
1304-1307) viene a subrayar esa práctica intertextual. En el pasaje en cues­
tión (II.6.7), Dante propugna una genérica imitación de los autores clásicos

1 El detalle de la barba blanca de Caronte (Eneida V I.299—300: «en su mentón yace una
masa de pelo blanco, descuidado») se refleja primero con sobriedad (Inferno III.83: «un
anciano de antiguo y blanco pelo») pero luego da lugar a una imagen más grotesca (Inferno
III.97: «las lanudas mejillas»); de la misma manera, la referencia virgiliana a los ojos del
barquero (Eneida V I.300: «se alzan llamas en sus ojos») suena detrás del verso «cuyos ojos
circundan círculos de llamas» (Inferno III.99) antes de convertirse en algo más diabólico:
«Caronte, demonio con ojos de brasa» (Inferno III. 109). Para una versión española, ver Dante,
Divina Comedia, ed. y trad. Ángel Crespo, Clásicos Universales Planeta, 50 (Barcelona, 1983).
2 K. Brownlee, «Dante and the dassical poets», en R. Jacoff (ed.), The Cambridge Companion
to Dante (Cambridge, 1993), págs. 100-19. Para las referencias entre textos, M. U. Sowell (ed.),
Dante and Ovid: Essays in Intertextuality (Binghamton, 1991); R. Jacoff y T. J. Schnapp (eds.),
The Poetry of /.Ilusión: Virgil and Ovid in Dantes «Commedia» (Stanford, 1991).

270
El hum anism o y la literatura italiana

en tanto que fuente de beneficios para el desarrollo de un óptimo estilo poé­


tico en lengua vulgar. Pero conviene observar que, al lado de los cuatro nom ­
bres previsibles en el campo de la poesía épica (Virgilio, O vidio, Lucano,
Estacio), el autor recomienda, con la misma finalidad modélica, a un grupo
algo peculiar de prosistas: Livio, Plinio, Frontino y Orosio. Se percibe ahí una
falta de sensibilidad por la jerarquía, pues esa segunda lista, donde se entre­
mezclan autores mayores y menores, simplemente pretende equilibrar la
balanza con cuatro figuras de la prosa, meros nombres cuyas obras Dante debía
de haber leído por encima, si es que lo había hecho, y que en cualquier caso
no dejaron huella alguna en la poesía en lengua vernácula del florentino (ni
en la de sus congéneres). Vista desde ese ángulo, su actitud con respecto a la
literatura latina se revela hija de su tiempo: Dante cree, por un lado, en el pres­
tigio de la tradición clásica y en la consiguiente necesidad de emularla, m ien­
tras, por el otro, aún está convencido de que no hay distinción entre el latín
contemporáneo y el antiguo3. A pesar de la Commedia, con su complejo tejido
de alusiones y citas de los poetas latinos, la ciencia del autor todavía resultaba
deficiente en muchas áreas del mapa de la Antigüedad4.
Esa fe en el carácter inmutable del latín halla paralelo en aquel episodio
de la Commedia donde el protagonista se une a la «bella scola» de los vates clá­
sicos en el círculo del limbo: allí lo reciben, en efecto, Homero, Virgilio, Hora­
cio, Ovidio y Lucano como si se tratara del sexto miembro de una academia
privilegiada (Inferno IV). En este caso, como en el anterior, el acento recae en
la idea de continuidad: un acento que se desplaza por completo con la llegada
de Petrarca, es decir, cuando un conocimiento más exacto del pasado trae con­
sigo, precisamente, la evidencia de su discontinuidad con el presente y con
ella, reflejándola, una sensación de pérdida, un sentirse excluido de aquella
antigua edad de oro y una aguda conciencia estilística de la distancia que sepa­
raba el latín clásico del medieval. Entre Dante y Petrarca media un abismo de
saber clásico que podemos sondear con Horacio: a Dante le debe que citara su
nombre y poca cosa más («Orazio sátiro», Inferno IV.89); a Petrarca, que lo
redescubriera para el futuro como gran lírico latino. A esa diferencia cabe aña­

3 Dante, Convivio 1.5.8: «Por eso vemos en las antiguas obras de la comedia y la tragedia
latinas, que no se pueden transmutar, el mismo latín que tenemos hoy; eso no ocurre con el
vulgar, transformado según dicta el gusto» [*].
4 Para los conocimientos de Dante en materia clásica, además de Brownlee, «Dante and
the classical poets», véase G. Padoan, II pió Enea, l’empio Ulisse: tradizione ciassica e intendimento medievaie
in Dante (Ravenna, 1976), págs. 7—29.
Introducción al hum anism o renacentista

dir otra no menos crucial: el cambio de rumbo que señaló Petrarca con su acti­
tud manifiestamente favorable al primado del latín y a sus inigualables grande­
zas, ante las cuales la lengua vulgar y sus logros literarios habían de parecer bien
poca cosa. Esa supremacía teórica del lenguaje culto sobre el volgare no sólo se
manifestó en la producción de Francesco, donde pesan ya mucho más las obras
latinas (en contraste con el equilibrado reparto que muestra la de Dante), sino
que incidió también en la de todos los humanistas italianos que habían de seguir
sus pasos. Las consecuencias no se hicieron esperar. Pese a contar en sus bri­
llantes inicios con un proyecto de la envergadura de la Commedia, con la colec­
ción lírica del mismo Petrarca (los Rerum vulgarium fragmenta, c. 1342—70) y con
el Decameron de Boccaccio (c. 1348—5 1), la joven literatura vernácula, bajo el
efecto de la contrarrevolución latinizante, pronto se vio abocada a la atrofia en
la misma medida que los intelectuales italianos, a la muerte de Petrarca y
durante más de un siglo, pusieron todo su esfuerzo en la depuración del latín
y no en la de su lengua nativa. Aunque a lo largo de ese periodo, conocido
como el «secolo senza poesia», los humanistas compusieron algunas obras en
volgare, la tajada mayor correspondió siempre a la lengua de Roma.
El recorte que sufrió el prestigio del vulgar a manos de Petrarca queda un
tanto disimulado, de todas maneras, si atendemos a su propia contribución
poética, muy en particular a los Rerum vulgarium fragmenta. A pesar de su título
poco alentador («Fragmentos de una historia en vulgar») y de la insistencia
con que el mismo autor declaró que se trataba de juveniles nugae («bagatelas»)
abandonadas al llegar la madurez, sabemos por el manuscrito autógrafo que
en realidad Petrarca siguió trabajando en el texto de los poemas y en la orde­
nación del conjunto hasta ya entrada la década de 13705. Y más: al parecer, en
un estadio temprano del proceso, la colección de rime se concebía como una
síntesis de motivos de la lírica clásica y la románica perfectamente equipara­
ble, en este sentido, a la aleación de la tradición latina con la vernácula que
Dante había fundido en moldes épicos. Así, en 1342, Petrarca quería que la
colección empezara con la poesía «Apollo, s’ancor vive il bel disio» («Apolo,
si aún perdura el deseo», Rerum vulgarium fragmenta X XXIV ), un soneto de tenor
clásico cuya función sería establecer de entrada el mito de Dafne y Apolo como
una de las columnas vertebrales de toda la serie6. En otro momento, el texto

5 C iu d a d del Vaticano, B iblioteca A p o stó lica Vaticana, m s. Vat. Lat. 31 96 .


6 V id . P H a in sw o rth , « T h e m yth o f D a p h n e in the Rerum vulgarium fragmenta», Italian
Studies, 34 ( 1 9 7 9 ), págs. 38—14, y Petrarch the Poet (Londres, 1 9 8 8 ), págs. 1 3 8 -4 3 .

272
El humanismo y la literatura italiana

seleccionado para la clausura debía ser el soneto «Vago augelleto, che cantando
vai» («Avecilla errante que cantando vas», CCCLIII), de inconfundible aire vir-
giliano, pues, al igual que la pieza CCCXI, recoge un símil presente en las Geór­
gicas (IV5 11-19)7. Sin embargo, en consonancia con el mito de la evolución
personal forjado por el propio Petrarca -d e joven poeta a filósofo cristiano en
la madurez—el volumen fue reestructurado de suerte que el soneto peniten­
cial «Voi ch’ascoltate in rime sparse il suono» («Vosotros que escucháis en dis­
persas rimas el son [de mis suspiros]») ocupara el pórtico de la historia del
amor por Laura y en último lugar figurase, a modo de retractación, una can-
zone a la Virgen (CCCLXVI). En Petrarca, del mismo modo que en Dante, la tra­
dición clásica cede finalmente ante la cristiana.
N o se debe ocultar, con todo, que muchos de esos poemas, aunque siem­
pre dentro del encuadre cristiano oficial, ofrecen vistas a un paisaje inequívo­
camente antiguo. Estudios recientes han puesto de relieve tanto la importancia
del subtexto clásico como el sentimiento de lejanía temporal que embargaba
a Petrarca al contemplar la Antigüedad8. Si consideramos el conjunto de la
colección, se diría que el poeta operó como un arquitecto renacentista, apun­
talando los muros endebles de la lírica amorosa vernácula con las sólidas
columnas clásicas de dos temas morales de peso: el paso del tiempo y la vani­
dad de los placeres terrenos.
En cuanto a la lengua y el estilo, cabe destacar la notable coherencia que
preside por un igual el trato con el latín y con el italiano. En ambos casos,
Petrarca rehuye los extremos —el vocabulario de registro vulgar por un lado y
la jerga escolástica o técnica por el otro- para encontrar la elegancia léxica en
una vía media, al paso que cultiva la armonía y la eufonía clásicas pesando con

7 E. H . W ilkins, The Making of the «Canzoniere» and Olher Petrarchan Studies (Rom a, 1951);
véase ahora tam b ién M . Santagata, í framnienti ddl'anima: stand e racconto neí «Canzoniere» di Petrarca
(Bolonia, 1992).
8 Valgan los sigu ien tes e je m p lo s: «Erano i capei d 'o ro a Laura sparsi» («L o s cabello s de
o ro se esparcían al a u ra » , Rerum vulgarium fragmenta X C ) se inspira en u n p aso de la Eneida
(1.319—2 8 ); « O r c h e ’l ciel e la térra e T vento tace» (« A h o ra q u e el cie lo y la tierra y el viento
c a lla » , C L X IV ) p rocede de una fam osa d escrip ció n virgiliana q ue contrasta la n o ch e serena co n
el to rm e n to d el am ante (Eneida IV .5 2 2 -3 2 ) ; « A lm o s o l, q u ella fro n d e c h 'io sola a m o »
(« N u tr ie n te sol, aquella única fro n d a q ue y o a m o » , C L X X X V IÍI) deriva de H o r a c io , Carmen
saeculare 9 - 1 2 ; y « Q u e l r o sig n u o l, che si soave p ia gn e» (« A q u e l ruiseñ or, q u e tan d u lce m en te
llo r a » , C C C X I ) recrea, c o m o ya se ha in d ica d o , un sím il v irg ilia n o de las Geórgicas (IV S 1 1 -1 9 ) .
V id . T. M . G ree n e , The Light in Troy: Imitation and Discovery in Renaissance Poetry (N ew H a ve n , 1 9 8 2 ),
p ágs. 1 1 1 -4 3 .

273
Introducción a¡ hum anism o renacentista

esmero, a zaga de Virgilio y Horacio, la cuidada proporción de los versos


bimembres y las antítesis9. Pertrechándola con temas moralmente elevados,
como el paso del tiempo, y proyectando en ella la estructura y los rasgos for­
males de la poesía clásica, Petrarca confería a la lírica italiana la posibilidad de
rivalizar seriamente con la latina.
El carácter intertextual del decir petrarquesco se puede ilustrar con el
soneto «Tutto ’l di piango; e poi la notte, quando» («Lloro de día; y por la
noche, cuando», Rerum vulgarium fragmenta CCXV I), reelaborado por el autor con
la doble intención de borrar las trazas o automatismos de la tradición verná­
cula y reimprimir con más fuerza los rasgos clásicos101
. La estrategia que sub­
yace a ese tipo de manipulaciones consiste en mantener o incluso potenciar
las referencias a los auctores antiguos al tiempo que se eliminan los ecos del vol-
gare. De hecho, el mismo Petrarca dio cuenta de las razones que debían gober­
nar la imitación —las que se ocultan tras la remodelación del soneto—en una
carta que dirigió a Giovanni Boccaccio en 1359 (Familiares XXI. 15.12): por una
parte, según subraya el autor, deben evitarse los préstamos literales, sobre todo
en el caso del vulgar (in his máxime vulgaribus); por otra, descubrimos que una
cita casi directa de un paso de Virgilio o Cicerón no resulta ofensiva, segura­
mente porque el principio de modificación verbal ya se cumple en el acto del
trasvase1'. El ejercicio poético de Petrarca se sostiene sobre una teoría de la

9 Para la le n g u a de Petrarca, G . C o n tin i, Varíanti e ultra lingüistica (T arín , 1 9 7 0 ), págs.


167—92 . Sobre la p ro p o rc ió n del verso, D. A lo n s o , «La poesia d el Petrarca e il p etrarchism o
(m o n d o estético della p lu ra litá )» , Studi petrarcheschi, 7 ( 1 9 6 1 ), p ág s. 7 3 —120. Las Églogas de
V irg ilio , u n a de las obras p redilectas de Petrarca, son el p rin cip a l m o d e lo clásico de ese
e q u ilib r io en la c o n stru c ció n d el verso (v. gr. 1.3, 3 3 , 6 3 , 7 9 , e tc .). El m is m o rasgo se
encuentra en o tro texto m u y a preciad o por Petrarca, las Odas de H o r a c io , cuatro d e las cuales
( II.3 , 10, 16; IV 7) se hallan co p iad as, de la m a n o del p ro p io Francesco, en su célebre
m an u scrito de V irg ilio : U . D o tti, Vita di Petrarca (B ari, 1 9 8 7 ), pág. 7, n. 7.
10 E lim in ó , p u e s, lo s ecos dantescos de la p rim era versión, co n cre ta m en te el sin tagm a
«d a le fatiche lo r o » a p rin c ip io d e verso (cf. Inferno I I .3) y el pasaje « Q u a n ti d o lc i an n i, lasso
p erd u t’ aggio! / Q u a n to d e s io ...» (d em asiad o cercan o a « O h lasso! / Q u a n ti d o lci pensier,
q u an to d e s io ...» , Inferno V I 12—13); p ero , p o r otra parte, retuvo la alusión, virg ilia n a capturada
en « q u a n d o / p re n d o n rip o so i m iseri m o r t a li...» (cf. Eneida 11 .268-69: «Era la hora en q ue el
p rim er rep o so d escien d e sobre las fatigas de los m o rtales» ) y añ ad ió el verso « d i questa m o rte
ch e si ch ia m a vita » , in v o ca n d o así a C ic e ró n : « V estra... q uae d icitu r vita m o rs est» (De re publica
V I. 14). Para un tratam ien to d etallado d e la reelab oración , M . F u b in i, Studi sulla letteratura del
Rinascimiento (F lo re n cia, 1 9 4 7 ), p ágs. 1 -1 2 .
11 «La cita d ejaba de ser tal por el m e ro h e c h o de la tra d u c ció n .. » , se g ú n co n clu y e
H a in sw orth (Petrarch the Poet, pág. 85) a p ro p ó sito de un rastro o v id ia n o en la can zo n e
C C L X IV 9 1 -9 2 .

274
E¡ hum anism o y ia literatura italiana

imitación ya más definida que la de Dante; una teoría construida en gran parte
con los materiales de Séneca (Epistulae LXXXIV), Cicerón (De oratore 11.89—96) y
Quintiliano (Institutio oratoria X .2 ), y expresada en una serie de epístolas fun­
damentales12.
Pero esa práctica poética no encontró sucesores inmediatos. Los pronun­
ciamientos públicos de Petrarca en pro del latín y en contra del romance gana­
ron la partida y cortaron el camino a cualquier posible experimento tras los
pasos de los Rerum vulgarium fragmenta y su amalgama de tradiciones literarias.
Muy en especial, la carta a Boccaccio de 1359, donde Petrarca negaba explíci­
tamente cualquier huella de Dante y marcaba distancias con su predecesor,
levantó una barrera entre el público de humanistas y el vulgar y condicionó
decisivamente las actitudes posteriores con respecto al autor de la Commedia y
a la literatura vernácula en general13.
El ejemplo más espectacular de esa influencia lo da el mismo destinatario
de la carta. Boccaccio había iniciado su andadura literaria emulando el ornado
dictamen —el arte de escribir cartas—de las epístolas latinas de Dante (a quien
admiraba profundamente en aquella época) y traduciendo al italiano la obra
de Valerio M áximo y una Década de Tito Livio14. N o obstante, tras su encuen­
tro con Petrarca en 1351 y tras descubrir la clásica sobriedad de sus cartas lati­
nas y su desdén por la cultura vernácula, borró su nombre de esas primeras
obras dantescas, así como de los volgarizzamenti (o versiones al volgare) de histo­
riadores romanos15. Después de la tajante separación lingüística establecida
por Petrarca, un humanista que se preciara ya no podía recurrir al latín esco­

12 A d e m ás d e X X I . 15, véanse, tam b ién de las Familiares, 1.8, X X I I .2 y X X I I I .19. Para las
an o tacio n e s q ue h iz o Petrarca en sus m an u scritos del De oratore y Q u in tilia n o , vid . P. De N o lh a c ,
Pétrarque et rhumanisme, 2 vols. (París, 1 9 0 7 ), II, págs. 83—94; R B la n c, «Pétrarque lecteur de
C ic é r o n : les sco lies p étrarqu iennes d u De oratore et de l’Orator», Studi petrarcheschi, 9 ( 1 9 7 8 ), págs.
1 0 9 -6 6 ; M . A ccam e Lanzillo tta, «Le postille del Petrarca a Q u in tilia n o (C o d . P a rigin o lat.
7 7 2 0 ) » , Quaderni petrarcheschi, 5 ( 1 9 8 8 ), págs. 1 -2 0 1 .
13 G . T antu rli, «II d isp rezzo per D ante daí Petrarca al B r u n i» , Rinascimento, 25 ( 1 9 8 5 ),
p ágs. 1 9 9 -2 0 9 .
14 Para las epístolas, B o ccaccio , Opere latine minori, ed. A . M asséra (Barí, 19 28); para las
tra d u ccio ne s, M . T. C asella, Tru Boccaccio e Petrarca. I volgarizzamenti di Tito Livio e di Vhlerio Massimo
(Padua, 19 82 ). A u n q u e la autoría de la versión de la tercera D écad a todavía es in cierta, la
m ayo ría d e críticos actuales ya no d u d a en atribuir a B o ccaccio la tradu cción de la cuarta:
G . T an tu rli, « V o lg ariz za m en ti e rico stru zio n e d e ll’an tico : i casi della terza e quarta D eca di
Livio e d i V alerio M a ssim o , la parte d i B o c c a c c io (a p ro p o sito d i a ttrib u zio n e )» , Studi medievali,
ser. 3 , 27 (1 9 8 6 ), págs. 81 1 -8 8 .
15 G . B illa n o v ic h , Restauri boccacceschi (R o m a, 1 9 4 5 ), págs. 4 9 —78.

275
Introducción al humanismo renacentista

lástico ni rebajarse a traducir del latín clásico a la lengua del pueblo: los huma­
nistas del Cuatrocientos bien podían traducir del griego al latín, como sería el
caso de Leonardo Bruni y Lorenzo Valla, pero los clásicos de Roma debían per­
manecer en su versión original16. En el Tmttatello in laude di Dante de Boccaccio se
refleja a la perfección la imagen de esa postura radical.
La primera redacción (I) de la obra tuvo lugar entre 1351 y 1355; años
después, entre 1361 y 1363, Boccaccio produjo una segunda versión (II), cuya
mayor novedad consistía en suprimir toda mención a las Epistole de Dante, así
como la referencia al título de la Monarcliia y al número de las églogas latinas17.
Las razones del cambio ahora ya no admiten discusión: fue la carta de Petrarca
repetidamente citada lo que impulsó la revisión, especialmente en cuanto atañe
a la crítica implícita a las obras latinas de Dante18. En otras palabras: después
de asimilar un punto de vista que segregaba la audiencia del volgare, Boccaccio
se sintió forzado a rebajar el tono de aquellas asunciones que situaban a Dante
demasiado cerca de la cultura humanística en latín. Así, en la primera versión,
afirmaba que el florentino había traído de nuevo las Musas a Italia; que por su
empeño la poesía había recobrado la vida (1.19); y que su obra significaba,
para el vernáculo italiano, lo mismo que Homero y Virgilio para el griego y
el latín (1.84). En la segunda, en cambio, todos esos elogios se desvanecen, en
gran parte a causa de la categórica distinción establecida en la carta: mientras
las obras de Dante corrían entre un público de tejedores y hostaleros, era
Petrarca quien figuraba al lado de Homero y Virgilio (Familiares XXI. 15.22). Si
Dante ya no merece la gloria como fundador de una poesía rediviva es por­
que Petrarca probablemente ansiaba para él esa corona y porque, desde la
óptica del humanismo, tal renacimiento sólo podía vincularse a la literatura

16 Vid. Giuseppe Billanovich, «Tra Dante e Petrarca», Italia medioevale e umanistica, 8 (1965),
págs. 1-44 (42—43); C. Dionisotti, Geografía e storía della letteratura italiana (Turín, 1967), págs.
1-44, esp. 11 5-17. Una evolución paralela se aprecia en el hecho de que, en la década de
1340, Giovanni Villani todavía pudiera presumir de leer a los historiadores antiguos (Salustio,
Livio, Valerio Máximo y Orosio) en vulgar (Crónica VIII.36), mientras que, cuatro decenios más
tarde, su sobrino Filippo' Villani lamentaba precisamente que Giovanni hubiera escrito su obra
histórica en italiano: vid. Giovanni Villani, Crónica, con le continuazioni di Matteo e Filippo,
ed. G. Aquilecchia (Turín, 1979), pág. 78; Filippo Villani, De origine civitatis FJorentie et de eiusdem
famosis civibus, ed. G. C. Galletti (Florencia, 1847), pág. 40.
17 Véase la «Introduzione» de P. G. Ricci a su edición crítica del Trattatello, en G. Boccac­
cio, Tutte le opere, ed. V Branca (Milán, 1964—), III, págs. 425-35, esp. 431-35.
18 C. Paolazzi, Dante e la «Comedia» nel Trecento. DaH’Epistola a Cangrande olleta di Petrarca (Milán,
1989), págs. 131-221.

276
El hum anism o y la literatura italiana

escrita en latín. N o de modo distinto, pero quizá más indicativo todavía de ese
clima adverso al vulgar, Boccaccio redujo el siguiente pasaje de la primera
redacción: «[Dante] consiguió gran familiaridad con Virgilio, Horacio, O v i­
dio, Estacio y con todos los otros poetas famosos, y no solamente tenía en alta
estima ese conocim iento, sino que, en su elevado canto, se las ingenió aún
para imitarlos» (1.22); la segunda versión lee: «consiguió gran familiaridad
con todos [los poetas clásicos], y especialmente con los más famosos» (II. 18).
Las referencias a la imitación de los clásicos han desaparecido. Para un huma­
nista como Petrarca, y, por consiguiente, ahora también para Boccaccio, la imi­
tado digna de tal nombre debía cuajar en el molde de la escritura latina.
En suma: bajo el impacto de la sentencia de Petrarca contra la literatura en
vulgar, Boccaccio se arrepintió de su temprano fervor por las epístolas de
Dante, abjuró de sus traducciones al volgare y rechazó, en definitiva, todo cuanto
había escrito en italiano (Epistole XXI). Siguiendo el ejemplo del maestro, des­
pués de 1351 abandonó la poesía por la prosa, el vulgar por la lengua de
Roma, y en esas coordenadas dio a luz diversos tratados eruditos: De casibus viro-
rum illustrium («Sobre la caída de hombres ilustres»), De mulieribus Claris («Sobre
las mujeres famosas»), De montibus («Sobre los montes»), Genealogie deorum genti-
lium («Genealogías de los dioses paganos»). Incluso los esfuerzos por inter­
pretar la Commedia en el curso de un tardío magisterio (1373—74) debían
considerarse, según sus propias palabras, com o una «prostitución de las
Musas» por la que Apolo le había castigado con una grave enfermedad (Rime
122—2 5 )19. La figura de Boccaccio representa un prototipo de la esquizofre­
nia cultural que afectó a bastantes intelectuales italianos de la segunda mitad
del Trescientos a resultas de la separación entre las letras latinas y las italianas
impuesta por Petrarca: una dicotomía que no fue superada hasta el último
cuarto del siglo xv.

En el pórtico del Quattrocento se alza, casi simbólicamente, la clásica construc­


ción de los Dialogi ad Petrum Paulum Histrum («Diálogos dedicados a Pier Paolo
Vergerio», 1401-06) de Leonardo Bruni: una reproducción poco menos que
exacta de un diálogo de Cicerón20. El contenido es profano, el latín se ajusta
impecablemente al patrón ciceroniano y la estructura lleva el sello del De ora-

19 Vid. Boccaccio, Tutte le opere, V, págs. 95-96.


20 Véase el texto latino, confrontado con una traducción italiana, en E. Garin, Prosatori
latini del Quattrocento (Milán, 1952), págs. 44-99.

277
Introducción al hum anism o renacentista

tore del maestro romano. El efecto de la fecha —Domingo de Pascua de 1401,


es decir, un siglo y un año después de aquella Pascua de 1300 en que Dante
situó ficticiamente su Commedia—es aún más detonante: si el siglo xiv se inau­
guraba con una obra imponente en verso italiano, su sucesor empezaba con
una aportación no menos innovadora, pero en prosa latina. El paso de la poe­
sía a la prosa, así como el cambio lingüístico, responden directamente a la
revolución de Petrarca: porque su producción prosística en latín sobrepasaba
con creces el número de obras poéticas y porque, cuando su pieza épica en
verso latino (.África) finalmente circuló entre los humanistas de finales del Tres­
cientos, una acogida nada calurosa se encargó de desalentar cualquier intento
serio por cultivar la poesía en esa lengua.
La actitud de Bruni con respecto a sus predecesores, fueran autores clásicos
o del mundo vernáculo, se caracterizó por ser extremadamente abierta y líbre
de prejuicios. Cierto que las críticas a Dante, Petrarca y Boccaccio que expone
Niccoli en el primer libro de los Dialogi quedan hasta cierto punto compensadas
por la poco convincente palinodia que aparece en el segundo, pero el rigor con
que Bruni examina a las Tres Coronas de la literatura florentina (Dante, Petrarca
y Boccaccio) se pone de manifiesto en sus Vite di Dante e di Petrarca (143 6) 21.
La raíz del interés por el género se debe buscar en la admiración por las Vidas
paralelas de Plutarco. Fruto de esa pasión, Bruni ya había escrito con anterioridad
un renovador ensayo crítico sobre la biografía de Cicerón (c. 141S) y otro sobre
la de Aristóteles (c. 1429)22. Al emprender las Vite, sin embargo, no sólo le movía
la voluntad de dignificar a los autores vernáculos con el modelo de Plutarco, sino
también el hecho de que el Trattatello de Boceado le pareda «sumamente repleto
de historias de amor y suspiros y ardientes sollozos». Su enfoque plenamente
profano evitaba así mismo la afición de Boccaccio por la lírica amorosa en vul­
gar y los tintes místicos y teológicos con que éste había coloreado el tratamiento
de la alegoría poética. Las Vite atestiguan, daro está, el entusiasmo del autor por
las figuras retratadas, pero no por ello dejan de dar cabida a buen número de
matices críticos. Así, tomando un camino muy distinto al de las especulaciones
de Salutati, para quien una hipotética Divina commedia en latín hubiera superado
nada menos que a Homero y a Virgilio, Bruni admite sin reparos que Dante optó
por el italiano porque sabía que sus obras en latín, sobre todo las Églogas y la

21 Leo n ard o B run i, Humanistisch-philosophische Schriften, ed. H . Barón (W iesb ad en , 1 9 6 9 2),


págs. 5 0 -6 9 .
22 B ru n i, Schriften, págs. -4-1 —49 , I 1 3 -2 0 .

278
El hum anism o y la literatura italiana

Monarchia, eran notablemente inferiores a sus escritos en italiano. Al parecer del


biógrafo, la Monarchia estaba escrita «con maneras faltas de toda elegancia, sin
ningún tipo de fineza estilística», y el latín de su autor se podía incluso vincu­
lar, como ya se afirmaba en los Dialogi, con el odioso verbo de los medievales
(«en el estilo escolástico de los frailes»)23.
De modo similar, el célebre elogio a Petrarca en tanto que pionero del huma­
nismo renacentista delata una reticencia que suele pasar inadvertida con dema­
siada frecuencia. Para Boccaccio el nombre de Petrarca significaba el renacimiento
de la poesía, mientras que para Salutati era lo mismo que decir el latinista
supremo. Bruni, sin embargo, no le rinde tributo por las obras latinas, todavía
por debajo del óptimo nivel alcanzado posteriormente («con todo, su escritura
[en latín] no era perfecta»), sino, más en general, por la innovadora labor del
erudito que apadrinó los estudios humanísticos rescatando del olvido las obras
de los autores clásicos. El ciceronianísimo de Petrarca tenía sus limitaciones («con­
figurando su latín, dentro de los límites de su saber y su capacidad, con el modelo de la
elegante y perfecta elocuencia [de Cicerón]»; la cursiva es mía) y no podía paran­
gonarse, por tanto, con «la presente perfección» de la generación de Bruni. Para
él, como para Flavio Biondo, el retorno genuino al estilo ciceroniano sólo podía
existir después de 1421, es decir, tras haberse descubierto en Lodi el texto com­
pleto del Orator, junto con el De oratore y el Brutus24.
En 143S, Italia asistió a una disputa humanística de considerable impor­
tancia a propósito del latín hablado en los tiempos clásicos. Actualmente sabe­
mos de ella gracias al intercambio de opiniones que mantuvieron Bruni y Flavio
Biondo, el primero defendiendo la existencia en la Roma antigua de un equi­
valente del volgare y el segundo afirmando, con razón, que la lengua vernácula
había nacido en Italia a raíz de las invasiones bárbaras25. De hecho, el debate se
puede entender como otra de las consecuencias del hallazgo que tuvo lugar en

23 B ru n i, Schriften, p ágs. 6 1 - 6 2 .
24 Para ese h a lla zgo , R. Sab b a d in i, Le scoperte dei codici latini e greci ne' secoli xiv e xv, ed. E. G a -
r in , 2 vols. (F loren cia, 1 9 6 7 ), I, pág. 100; y arrib a, cap. 2. B io n d o co m p a rtía la o p in ió n de
B r u n i, c o m o se observa en su Italia ¡Ilústrala (Basilea, 15 31 ), pág. 3 4 6: « sin e m b a rg o [Petrarca]
n u n ca lle g ó a ese flo re c im ie n to de la elo cu e ncia cicero niana q ue ahora vem os ad o rn a n d o
tantas obras d el sig lo a c tu a l... Por m ás q ue alardeara de haber d escu b ierto en Vercelli las cartas
de C ic e ró n a L en tu lo , nunca p u d o ver. m ás q u e en fo rm a desgarrada y m u tilad a, los tres libros
d el De oratore de C ic e ró n y la Institutio oratoria de Q u in tilia n o » .
25 Para los textos y la cuestió n en general, M . Tavoni, Latino, grammatica, volgare: storia di una
questione umanistica (Padua, 19 84 ). Véase tam b ién A . M a z z o c c o , Linguistic Theories in Dante and the
Humanists (L e id en , 1993).

279
Introducción al hum anism o renacentista

Lodi, ya que, en el Orator y todavía más en el Brutus, Cicerón ofrecía valiosos


datos lingüísticos y literarios acerca del desarrollo de la retórica con anteriori­
dad a su época. Un solo manuscrito en el origen bastó para desencadenar efec­
tos de muy variado alcance. La polémica, en efecto, figura en el trasfondo de
las Vite, puesto que el autor asevera ahí la teórica paridad entre la lengua italiana
y la latina, y nutre también dos obras compuestas en el mismo decenio: el Della
vita civile (c. 1434) de Matteo Palmieri e I libri della famiglia (c. 1433-41) de León
Battista Alberti, dos textos revolucionarios por cuanto representaban la irrup­
ción del romance en un género literario —el diálogo moral—que se había con­
vertido en el buque insignia del latín humanístico a partir de la boga creada por
los Dialogi de Bruni. Hasta aquel momento la prosa en italiano se había conten­
tado con crónicas de las ciudades, tratados religiosos o novelk.
El carácter innovador de esos dos diálogos conllevaba la necesidad de una
justificación preliminar. El prólogo de Palmieri da razón de la difícil situación
en que se hallaba el humanismo de los años treinta: la obra, afirma el autor,
se propone ofrecer pautas de recto proceder para la vida ciudadana; ahora bien,
como sea que los mejores preceptos sobre el «bene vivere» están en latín y las
traducciones a la lengua vulgar son tan pobres que los originales clásicos ape­
nas se reconocen, su primera reacción fue recurrir a textos italianos26; sin
embargo, sigue diciendo, la poesía de Dante se le antojó oscura y tampoco le
satisfizo la de Petrarca, demasiado limitada en cuanto respecta a cuestiones
morales, ni el Decameron de Boccaccio, desbordante de lascivia y conductas diso­
lutas; finalmente, vistas las deficiencias de los volgarizzamenti, así como las caren­
cias de las Tres Coronas, decidió componer su propio tratado en vulgar y, con
el fin de evitar las tendencias idealizadoras de autores antiguos como Platón,
adoptó la forma del diálogo con interlocutores reales.
El proemio también nos inform a de la estructura de la obra. El primer
libro trata de la instrucción cívica que debe recibir una persona joven, desde
que nace hasta que alcanza la madurez; los dos siguientes se unifican bajo el
título De honéstate y se reparten las virtudes cardinales (prudencia, templanza,
fortaleza y justicia), de modo que la última, la más importante, ocupa el ter­
cer libro por completo; el cuarto (De utilitate) se divide en dos partes: una que
analiza la utilidad social de los niños, la riqueza y los soldados, y otra que relata
una visión que tuvo Dante acerca de la recompensa que espera a los buenos
servidores del Estado.

26 M atteo P alm ieri, Vita civile, ed. G . B e llo n i (F loren cia, 1 9 8 2 ), p ágs. 3 - 1 0 .

280
El hum anism o y la literatura italiana

Bajo la influencia general de Quintiliano, el primer libro recrea fragmen­


tos clave del principio de la Institutio oratoria y acentúa el valor de las virtudes
cívicas, activas, por encima de la vida contemplativa. El pasaje más importante,
con todo, es el que aborda la cuestión del renacimiento cultural. Según el razo­
namiento de Palmieri, esos tiempos óptimos escasean, bien porque los hom ­
bres suelen darse por satisfechos con las invenciones de sus predecesores
(Institutio X .2 .4 ), bien porque están demasiado atareados produciendo riqueza
por m edio de las artes. El periodo actual, sin embargo, vive uno de esos
momentos de excepción, puesto que Giotto ha hecho que resurgiera la pin­
tura, y la escultura y la arquitectura han cobrado nuevo vigor, al paso que la
literatura, especialmente la latina, tras ocho siglos de letargo ha vuelto a la vida,
gracias, sobre todo, a la brillantez de Leonardo Bruni. Con el tono habitual del
humanista, la voz de Palmieri fustiga la ignorancia de los «medievales», par­
ticularmente su mal conocimiento del latín, fuente y vehículo de la filosofía y
las restantes ramas del saber. La alta virtud literaria del presente responde a esa
época de renacimiento —Palmieri es el primer escritor que usa el verbo italiano
rinascere—, un fenómeno histórico recurrente y ya observable en la era clásica:

D e un día para otro veréis florecer el gen io de vuestros conciud ad ano s, pues
pertenece a la naturaleza de las cosas que las artes olvidadas deban renacer (rinas­
cere) cuando la necesidad así lo requiere. Eso es lo que sucedió en la G recia y la
R om a del pasado, cuando, en una generación, surgieron oradores, en otra p oe­
tas, en otra juristas, filósofos, historiadores y escultores, según una u otra arte
fuera más necesaria, más apreciada y, por tanto, m ejor la enseñaran los m aes­
tros del m o m e n to 27.

Ya en el último libro, concretamente en la sección final, la obra alcanza


máximo efecto al narrar una supuesta visión que sobrevino a Dante en la bata­
lla de Campaldino (1289): una ficción que quiere representar el origen visio­
nario de la Divina commedia, sin duda alguna, y que por otra parte aprovecha el
modelo ofrecido por el ciceroniano Sueño de Escipión. El texto, sembrado de alu­
siones dantescas (especialmente a Inferno X y Purgatorio V), cuenta lo siguiente:
tres días después de la contienda, Dante descubre el cadáver de su más fiel
camarada erguido de nuevo ante él en el campo de batalla; su amigo le explica
entonces cómo, en su condición de hombre semivivo, se encontró en el con­
fín de la esfera de la luna, donde Carlomagno le mostró, primero, las esferas

27 P a lm ieri, Vita civiie, p íg . 46 .

281
Introducción al hum anism o renacentista

inferiores y el infierno, y luego las superiores y el cielo, con «las almas de


todos los ciudadanos que gobernaron sus repúblicas conforme a la justicia»18.
Para abreviar: se trata de una breve visión del otro mundo, no tan inspirada en
Dante como en Cicerón, de quien procede, entre otros préstamos, la senten­
cia «la vida terrenal no es más que una muerte cierta», tan admirada por
Petrarca2
29. Con este enfoque, Palmieri pretendía sujetar la óptica vernácula de
8
Dante al carro del pensamiento clásico al paso que la secularizaba omitiendo
el marco cristiano de la Commedia y acentuando, como el Bruni de la Vita di Dante,
el interés del poeta por el premio que recibe la conducta del buen ciudadano.
En cuanto al Della famiglia, se debe señalar que Alberti (quien poseía su
propio manuscrito con el Brutus y el Orator, ambos descubiertos en Lodi en
1421)30 hace referencia explícita a la controversia de 1435 en el conocido
prefacio del tercer libro, donde toma partido por las tesis de Biondo sobre
los orígenes bárbaros del volgare, aunque defendiendo a la vez la utilidad de
escribir en una lengua comprensible para la mayoría. El primer libro gira en
torno a una serie de conceptos humanísticos esenciales. Así, el principal
interlocutor declara que el estudio de la literatura clásica proporciona a un
tiempo placer estético y óptima instrucción para la vida social; o bien, en
otro m om ento destacado, se recomienda a Cicerón, Livio y Salustio como
lecturas idóneas en contra de compilaciones medievales com o la Chartula y
el Grecismus. N o obstante, Alberti difiere de sus colegas al juzgar positiva­
mente a otros escritores, ciertamente «crudi e rozzi» («rudos y toscos») en
cuanto a la forma de expresión, pero no por ello desdeñables si se presta
atención a la materia: «la lengua latina debería extraerse de aquellos auto­
res cuyo estilo era claro y alcanzó la perfección; tomemos de los otros las
diversas ideas científicas que nos enseñan en sus obras». Valorando los con­
tenidos de esos escritores «científicos» (Vitruvio, Catón, Varrón), Alberti da
muestras de su polifacético perfil intelectual, así com o del pluralismo con
que abordaba la cuestión del estilo31.

28 Palm ieri, Vita avile, pág. 208.


19 P alm ieri, Vita civilc, pág. 2 0 S , y arriba, n. 10.
30 G , M a n c in i, Vita di L. B. Alberti (R o m a, 19 11); C . G ra yso n , « A lb e r ti, León Battista», en
Dizionario biográfico degli itdliani (R o m a , 1960—) , I, págs. 7 0 2—09.
31 Leó n Battista A lb e rti, Opere volgari, ed. C . G rayson , 3 vols. (B ari, 1960—7 3 ), I,
págs. 7 0 - 7 1 . Véase tam b ién C . G ra yso n , «C a rtu le e G re c ism i in Leó n Battista A lb e rti» , Lingua
nostra, 13 ( 1 9 5 2 ), págs. 1 0 5 -0 6 ; G . B illan o v ich , «L eó n Battista A lb e rti, il Grecismus e la
Chartula», Lingua nostra, 15 ( 1 9 5 4 ), págs. 7 0 - 7 1 .

282
El hum anism o y la literatura italiana

A lo largo de toda la obra, el autor se esfuerza por imitar el tono profano


del diálogo clásico y reducir al máximo cualquier referencia al contexto cris­
tiano y al presente histórico. Por lo general, Dios equivale a la naturaleza: «La
naturaleza, es decir, Dios, creó al hombre para que fuera en parte celestial y
divino, y en parte la más noble y bella de todas las criaturas mortales»32. Aná­
logamente, las alusiones a una práctica cristiana ordinaria, cuando aparecen,
lo hacen camufladas bajo términos paganos: tempio y sacrificio, por ejemplo, sus­
tituyen habitualmente a chiesa («iglesia») y messa («misa»)33. El tercer libro —el
más leído de los cuatro y el que presenta a un iletrado Giannozzo que socava
la retórica humanística de Lionardo- obedece a la manifiesta intención de crear
un equivalente moderno del Oeconomicus de Jenofonte34.
Los escritos de Alberti en lengua vulgar, sean diálogos morales o tratados
técnicos sobre gramática o pintura, abrazan una causa común: validar el ita­
liano como vehículo de cultura tan digno como el latín. Así lo prueba una obra
(ahora ya atribuible a Alberti con casi total seguridad) como la Grammatichetta
(c. 1440): una gramática italiana —la primera en su género—que se inspira en
la estructura de las Institutiones de Prisciano35 y procede, una vez más, de la dis­
cusión de 1345 sobre la condición del volgare. Cabe apuntar también que, aun­
que el autor compartía la opinión de Biondo sobre el origen de la lengua del
pueblo, como ya se ha indicado, no por ello deja de apuntar que el italiano
posee unas pautas gramaticales tan regulares com o las del latín.
En ese mismo contexto de fomento del vulgar se debe situar el Certame Coro­
nario de 1441: un certamen poético promovido por Alberti y en el que los par­
ticipantes debían presentar composiciones sobre el tema clásico de la amicitia
(«am istad»)36. La justa, sin embargo, terminó en fiasco, con el jurado de
humanistas negándose a conceder el trofeo (una corona de laurel de plata) a
concursante alguno. El mismo Alberti había enviado un poema («De am ici­
tia») que aplicaba por primera vez el hexámetro clásico a dieciséis versos en

32 A lb e rti, Opere, I, pág. 133,


33 Véase, v. gr., A lb e rti, Opere, I, págs. 158, 24 3.
34 A lb e rti, Opere, I, pág. 1 56: « O iré is el estilo d esn u d o y sim p le [de G ia n n o zz o ] y en él
veréis q u e quise co m p ro b a r hasta qué p u m o era capaz de im itar a un autor tan ge n til y
p lacentero c o m o Je n o fo n te » .
35 Vid. León Battista Alberti, La prima grammatica delta lingua volgare: la grammatichetta vaticana,
Cod. Vat Reg. Lat. 1370, ed. C. Grayson (Bolonia, 1964), pág. xxxix.
36 Para el evento p o é tic o , A. A lta m u ra , II Certame Coronario (N áp o le s, 1 9 52 ); G . G o r n i,
«Sto ria d el C ertam e C o r o n a r io » , Rinascimento, 12 ( 1 9 7 2 ), págs. 335—8 1.

283
Introducción al hum anism o renacentista

italiano, cuyo elocuente principio rezaba: «Decidme, vosotros los mortales


que habéis puesto esa brillante corona ante nosotros, ¿qué esperáis conseguir
contemplándola?»37. Y fue él, probablemente, quien redactó la anónima «Pro­
testa» que reprochaba a los jueces su falta de apoyo a ese tipo de competicio­
nes literarias, muy al contrario de lo que enseñaba el ejemplo de los antiguos.
Lo cierto, en cualquier caso, es que la sensibilidad de la «Protesta» por la evo­
lución del latín y la lengua vernácula corre en paralelo al proemio del tercer
libro Della famiglia y denota así mismo familiaridad con Quintiliano: «nos que­
jaremos si vosotros, como parece, exigís de nuestra época lo que los antiguos
romanos nunca pidieron a la suya: antes de que la lengua latina se convirtiera
en algo tan exquisito como lo fue más tarde, les satisfacían los tempranos poe­
tas tal como eran, es decir, ingeniosos, acaso, pero con poca destreza (ingegniosi,
ma chom poca arte)»38.
Otra constante de la obra de Alberti es el problema de la originalidad con­
temporánea en comparación con la tradición clásica. El análisis más célebre se
encuentra en el prólogo a Della pittura (1436), la traducción italiana del De pie-
tura llevada a cabo por el mismo León Battista. Ante el lugar común que afirma
que la naturaleza, por vieja, ya no puede producir un genio, el tratadista
esgrime ahí la evidencia del arte del momento. En Florencia, asegura Alberti,
ha visto que Brunelleschi, Donatello, Ghiberti, Masaccio y Lucca della Robbia
no tienen nada que envidiar al talento de los artistas de la Antigüedad; y toda­
vía más: incluso le parecen superiores, por cuanto trabajan en terrenos inex­
plorados y pueden llegar a producir «artes y ciencias nunca vistas y de las que
nunca se ha oído hablar»39. El tema de la originalidad vuelve a aparecer en los
Profugiorum ab aerumna libri («Huida de la tribulación»), también conocido como

37 A lb e rti, Opere, II, pág. 45 .


38 C ita d o en G o r n i, « C e rtam e c o ro n a r io » , pág. 1 72. C f. Q u in tilia n o X . 1 .4 0 , en d o n d e se
afirm a q u e C ic e ró n im itó a los p rim ero s oradores: «El m is m o C ic e r ó n a d m ite que le ayudaron
e n o rm em e n te tam b ién a q u ello s oradores m ás a n tig u o s, ciertam ente in g e n io s o s , a u n q u e les
faltase la destreza retórica (ingeniosis cjuidcm, sed arte carentibusj».
39 A lb e rti, Opere, III, págs. 7 - 1 0 7 (7 ). Para el topos de la vejez de la naturaleza,
E. G o m b r ic h , « A classical topos in the in tro d u ctio n to A lberti's Della Pittura», Journal of the Warburg
and Courtauld Institutes, 20 ( 1 9 5 7 ), pág. 17 3. Ese artículo encu entra la fu en te en P lin io (Epistulae
V I. 2 1 ), p ero p ro b ab lem ente deba pensarse m ás b ie n en C o lu m e lla (De re rustica, I Prefacio 1—2),
esp ecialm ente si se tiene en cuenta q u e este p refacio co n tien e otra id ea tam b ién presente en el
de A lb erti (a saber: q u e, e scrib ie n d o sobre agricu ltu ra , n o existen autores a q u ie n im ita r), así
c o m o las palabras pingui Minerva (« d e espeso in te le cto » , Prefacio 3 3 ) , repetidas en las líneas
in iciales d el De pictura.

284
El hum anism o y la literatura italiana

Della tranquillitá dell’anima (1441-42). Al comienzo del tercer libro, Alberti cita
a Terencio —Nihil dictus quin prius dictum («Nunca se dice nada que no se haya
dicho antes», Eunuchus 4 1 )- pero acto seguido envuelve la sentencia con carac­
terísticos paños metafóricos. Se trata en este caso de comparar al hombre que
creó los mosaicos recogiendo materiales sobrantes de la construcción del Tem­
plo de Éfeso con el escritor contemporáneo que adorna su trabajo con los pre­
ciados restos del templo de la cultura clásica: la creatividad moderna ya sólo
consiste en escoger entre la amplia variedad de joyas del pasado y en dispo­
nerlas conforme a un nuevo contexto40.
Alberti, se puede concluir, ni se echó atrás ante la tradición clásica, ni dudó
en acometer todo tipo de empresas que pudieran reforzar el prestigio de la
lengua vulgar, ya fuera utilizándola en diálogos ciceronianos y en tratados téc­
nicos, ya demostrando, en la Grammatichetta, su paridad y semejanza con el latín,
o bien organizando, todavía, un Certame que emulara aquellas contiendas poé­
ticas tan beneficiosas para el posterior desarrollo de la lengua de Roma. A la
hora de la verdad, sin embargo, sus empeños no fructificaron y acabaron redu­
cidos a ideas, originales, cierto, e incluso geniales, pero sin futuro inmediato.
El latinizado estilo de los diálogos no encontró sucesor hasta un siglo después,
en la prosa ya más natural de Castiglione y los vivaces contertulios de 11libro del
cortegiano («El libro del cortesano» [1528]); la gramática pasó casi inadvertida
hasta que explotó de lleno la «questione della lingua» —la controversia sobre
la lengua italiana—en los primeros decenios del Quinientos; los hexámetros
vernáculos no dejaron descendencia, y el Certame, ahora en general, volvió a
quedar sin ganador.

La asimilación de las letras clásicas gozó de mayor fortuna en la obra poética


de Cristoforo Landino, Angelo Poliziano y Lorenzo de’ M edid, escritores todos
ellos posteriores a Alberti. Cruzamos así el punto medio del siglo xv y nos
vamos adentrando en una etapa caracterizada por un retorno al cultivo de la
poesía en lengua vulgar y por la ferviente acogida que recibió la traducción al
latín, obra de Marsilio Ficino, de la totalidad del Corpus platónico. Las ideas
del filósofo griego, en particular su concepción del amor, podían conjugarse
armoniosamente con muchas nociones propias de una tradición lírica verná­
cula que se veía así fortalecida.

40 A lb e rti, Opere, II, págs. 1 0 5 -8 3 ( 1 6 0 - 6 1 ) .

285
Introducción al hum anism o renacentista

Landino fue el teorizador de esa literatura italiana, levantada sobre sóli­


dos cimientos clásicos, que habían de practicar Poliziano y Lorenzo: «é neces-
sario essere latino chi vuole essere buon toscano», es decir, para escribir bien
en toscano, se debe dominar el latín41. La divisa resume el espíritu que informa
la teoría de Landino, pero debe entenderse, notémoslo, con la condición de
que los materiales tomados en préstamo a los autores del pasado se utilicen
sin violentar la naturaleza de la lengua vulgar («non sforzando la natura»). Es
esa precisión, con su crítica implícita al estilo latinizado de Palmieri y Alberti,
lo que al cabo explica por qué la síntesis de tradiciones que forjaron los escri­
tores de la era laurenciana tuvo más suerte que la de sus predecesores.
Así en su obra latina como en la producción en italiano, Poliziano se abs­
tuvo de imitar a las grandes figuras, digamos Cicerón o Virgilio, y cultivó, en
cambio, a autores de menor relieve como Quintiliano y Estacio (sobre cuyas
obras empezó a dar clases en 1480). Esa actitud se aplica por un igual a ambas
lenguas: del mismo modo que nunca escribió un diálogo latino, evitó los géne­
ros de la poesía vernácula popularizados por Petrarca —sólo compuso cuatro
sonetos y dos canzoni—y dio preferencia a dos formas menores y de carácter
popular: las canzoni a bailo (baladas para la danza, o carnavalescas, compuestas
en breves coplas con estribillo) y el rispetto (una estrofa amatoria de ocho ver­
sos)42. Con todo, incluso en esas piezas de poca ambición se descubren
muchos puntos de contacto con las obras latinas. Así, por ejemplo, la poesía
sobre Eco (Rispetti XXXVI) pretende naturalizar en la lírica vernácula, según
confesión del propio Poliziano (Miscellanea I.2 2 )43, un producto tan culto e
ingenioso como los epigramas del poeta griego Gauradas.
Mucho más aliento tienen las inconclusas Stanze per la giostra («Estancias para
el torneo», 1475—78), el más extenso e importante de los poemas en italiano
de Poliziano44. No se trata, sin embargo, de un texto épico de gran enverga­

41 C risto fo ro L a n d in o , Scritti critid e teorici, ed. R. C a r d in i, 2 vols. (R o m a , 1 9 7 4 ), I,


pág. 38 .
42 V id . D. D e lco r n o Branca, «11 lab o rato rio del Po liziano : per un a lettura d elle R im e » ,
Lettere italiane, 39 ( 1 9 8 7 ), págs. 153—2 0 6 , así c o m o su in tro d u cció n a A n g e lo P o lizian o , Rime
(Venecia, 1 9 9 0 ), págs. 18, 25.
43 A n g e lo P o lizian o , Opera... omnia (Basilea, 15 5 3 ), pág. 244.
44 A n g e lo P o lizian o , Stanze, Orfeo, Rime, ed. S. M arco n i (M ilán , 1 9 8 1 ), págs. 77—137 [ * ] .
W W elliver, « T h e subject and purpose o f P o lizian o ’s Stanze», Itálica, 48 ( 1 9 7 1 ), págs. 34—50 ,
con sid era que el p o e m a, en su estado actual, está term inado , pero su o p in ió n n o ha e n co n trad o
seguidores: c f P M cN a ir, « T h e bed o f Venus: key to P o lizian o ’s Stanze», Italian Studies, 25 (1 9 7 0 ),
págs. 4 0 - 4 8 ; V Branca, Poliziano e l'umanesimo dalla parola (Turín, 1 9 8 3 ), págs. 4 4 - 5 4 .

286
El hum anism o y la literatura italiana

dura, ni lo sería aunque estuviera acabado, ya que muy probablemente, dadas


las inclinaciones literarias del autor, nunca hubiera superado los límites de la
épica breve o epilión. El título indica ya la voluntaria modestia de la obra: unas
«estancias» o estrofas dirigidas a Giuliano de’ M edici, hermano menor de
Lorenzo, y no una larga «Iulieida». El contenido, la estructura y el estilo con­
firman su posición en el punto medio de la jerarquía poética en tanto que
poema breve, erudito y apartado de lo sublime. Las fuentes no remontan a
Homero ni Virgilio, sino a Claudiano y Estado; el argumento no narra victo­
rias militares, sino la historia de un joven que se enamora y debe luchar por
su dama en un torneo; la estructura, en ñn, da cabida a uno de los habituales
ingredientes de la épica breve: la ékphrasis, o descripción de una obra de arte,
que comprende una parte desproporcionadamente larga del relato45.
El principio de la imitación ecléctica, predicado en las obras latinas, se
proyecta en la práctica de las Stanze, algunas de las cuales contienen las imáge­
nes emblemáticas de la tendencia anticiceroniana: la abeja (1.25), las flores
(1.77), el coro (1.90) y el mosaico (L96). Una de esas octavas no sólo describe
a la abeja volando de flor en flor —un elemento que Poliziano utilizó de nuevo
en la prelusión a Estacio y Quintiliano-, sino que constituye en sí misma una
demostración de cómo se aplica el eclecticismo:

Zefiro giá, d i b e ’ ñoretti adorno,


avea d e’ m onti tolta o g n i pruina;
avea fatto al suo n id o giá ritorno
la stanca rondinella peregrina;
risonava la selva intorno intorno
soavem ente all’ora m attutina,
e la ingegnosa pecchia al p rim o albore
giva predando or u n o or altro flore. (1.25)

[«Ya Céfiro (el viento primaveral), adornado con bellas florecillas, había
limpiado la escarcha de los montes; ya había vuelto al nido la fatigada golon­
drina viajera; todo a su alrededor, los bosques resonaban suavemente con la
brisa de la mañana, y la pequeña abeja, industriosa, con el primer albor iba
robando (el néctar) de una y otra flor.»]

45 A l parecer de R . H . T arp en in g, «P olizian o's treatm ent o f a classical top os: ékphrasis,
portal to the Stanze», Italian Quarterly, 17 ( 1 9 7 3 ), págs. 3 9 -7 1, los intajli en las puertas del palacio
de Venus co n stitu ye n la pieza central del p oem a.

287
Introducción al hum anism o renacentista

Por el tema —una tópica descripción primaveral—, el texto parecería harto


convencional, pero Poliziano funde en la expresión ecos de varios versos de
Petrarca y uno de Dante, a los que hay que agregar un préstamo de la primera
égloga de Virgilio46. También destacan con luz propia la presencia de los dimi­
nutivos —«fioretti», «rondinella» y el poco común «pecchia» (procedente del
diminutivo latino apicula) son términos típicos del vocabulario del poeta—y,
naturalmente, la actividad de la abeja que va libando de diversas flores, refe­
rente sim bólico de una poética que se despliega en la propia escritura de la
estrofa47. En lugar de una prosa poco grácil y erizada de latinismos com o
la de Alberti, Poliziano ofrece al lector un depurado verso toscano, acompa­
ñado, por si fuera poco, de un exquisito juego intertextual -y aderezado con
complejas estrategias de.metarreferencia.
Las mismas coordenadas se reencuentran en el Orfeo (c. 1480), una obra
notablemente original, y no falta de gravedad, que explora un tema profano
en el marco de un diálogo escénico y que quizá se proponga trasladar al vul­
gar el drama satírico griego48. Una vez más, se trata de una composición breve
(no de una pieza con los cinco actos canónicos), donde salta a la vista la diver­
sidad métrica y de registros poéticos, y aun lingüística, puesto que incorpora

46 C f. « Z e fir o to rn a » y « la stanca v e cch iarella p e lle g rin a » (Petrarca, Rerum vulgarium


fragmenta C C C X . 1 y L .S , resp e ctiva m en te), así c o m o « l ’ora m a ttu tin a » , tam b ié n a fin al de
verso en D an te (Purgatorio 1 .1 1 5 ), y el paso v irg ilia n o «reso nare d o c e s ... silvas» (Eglogas 1.5). D e
m o d o p arecid o , en el m a r c o tra d icio n al d e una d es c rip c ió n d e la n o c h e (Stanze 1.60)
co n ve rg en dos versos d e D a n te (Paradiso X X III. 1 , 3 ) , u n o d e Petrarca (Rerum vuJgarium fragmenta
C C C X I .l ) y d o s m ás de O v id io (Metamorfosis I I I .5 0 7 , X I .5 9 2 ). La c o n flu e n c ia d e trad icio n es se
aprecia ig u a lm e n te en el retrato de P o life m o (Stanze 1.1 1 6 ), ahora c o n la p a rticip ació n de
T e ó crito , en el fo n d o te m á tico , y de los italian o s p o r cu a n to h ace a las «alpestre n o te »
(«n o tas a lp in a s» , c f. Rerum vulgarium fragmenta L. 19) y las «la ñ ó se g o te » («la n u d a s m e jilla s » ,
cf. Inferno I II.9 7 ).
47 C ab e interpretar tam b ién la variedad de flores y la hierba m u ltic o lo r d el jardín de
Venus (1.77) c o m o e m b lem a s de la varietas. Las aves q ue cantan en el rein o de Venus - « e fra
p iú vo ci u n ’a rm o n ia s’a c co g lie / di sí beate note e sí su b lim e ...» (1.90: « y de las varias voces
brota una a rm o n ía d e notas tan b enditas, tan s u b lim e s ...» — recuerdan un a im agen senequista
q ue ilustra la im ita c ió n ecléctica: « ¿ N o ves q ue un c o ro se fo rm a c o n m u ch a s voces d istintas y
sin e m b a rg o el son q ue p ro d u cen es tan sólo u n o ?» (Séneca, Epistulac L X X X I V 8 ) . En cuan to al
m o sa ico (1.96), aparece aso ciado al estilo eclé ctico en el im p o rtan te p refacio de P o lizian o a los
Miscellanea (Opera, pág. 2 1 4 ); adem ás, sus dos últim o s versos hacen referen cia a un p av im en to
a d o rn ad o c o n «varié p ietre» que evoca la im agen del m o sa ic o en A lb erti (Opere, II,
págs. 1 6 0 -6 2 ) , tam b ié n vin cu lad a al e cle cticism o literario.
48 Para esa ú ltim a d im e n s ió n , véase el q u in to apartado de la in tro d u cció n a A n g e lo
P o lizian o , Orfeo, ed. A . T isso n i Benvenuti (Padua, 1986) [ * ] .

288
EJ hum anism o y la literatura italiana

una oda en latín. Por otra parte, el mito de Orfeo, con sus múltiples fuentes
clásicas (incluyendo la ékphrasis del epilión en la cuarta geórgica de Virgilio),
permitió que el poeta urdiera su acostumbrado tapiz de referencias a una varie­
dad de autores. Originalidad, eclecticismo, brevedad y erudición: he aquí los
ingredientes principales de un credo literario tan presente en el Orfeo como en
las Stanze.
Todos los escritos de Poliziano, con independencia de la lengua, exhiben
esa «docta varietas» que el autor defendió contra el ciceronianismo de Paolo
Cortesi en un conocido intercambio epistolar (c. 1485)49, del mismo modo
que todos delatan la tendencia al eclecticismo y el interés por escritores y géne­
ros menores, así como un gusto —el gusto del connoisseur- por las delicadas rare­
zas léxicas. Ciertamente, una visión de conjunto de la obra muestra una
evolución: de la poesía a la filosofía, de la imitatio a la philologia, es decir, de las
obras de juventud, latinas o italianas, producidas en el decenio de los setenta
y centradas en la imitación de los autores del pasado, a la restauración filoló­
gica de los textos antiguos fruto de la labor del humanista en los años ochenta
y noventa. Pero esa transformación es menos radical de lo que parece a sim­
ple vista: para Poliziano, el saber humanístico formaba parte de la quintae­
sencia de su producción poética. Rindiendo culto a la varietas, no hacía sino
alumbrar un equivalente literario de la Primavera y el Nacimiento de Venus, las dos
grandes creaciones de tema profano que su contemporáneo Botticelli, explo­
tando la cantera clásica y la vernácula, y combinando ambos materiales, rea­
lizó en las décadas de 1470 y 148050.
El protector de Poliziano, Lorenzo de’ M edid, no fue un profesional de las
letras, pero sí un poeta más que notable, autor de un Comento de’ miei sonetti
(147 5—91), donde articuló una defensa de la lírica italiana con la base de algu­
nos conceptos clave del humanismo cuatrocentista. El Comento consta de cuarenta
y un sonetos, engastados en el cimiento del comentario en prosa, que revelan la
habilidad del autor para injertar motivos neoplatónicos en el tejido de la tradi­
ción poética vernácula; el manifiesto en pro del volgare, expuesto en las páginas
proemiales, responde principalmente al debate humanístico sobre la lengua. En
tanto que mecenas del filósofo Giovanni Pico della Mirándola, Lorenzo había
adquirido ciertos conocimientos acerca del hebreo. Creía, pues, que el griego

49 Editado en Garin, Prosotori latí ni, págs. 902—06.


50 Vid. C. Dempsey, Tile Portrayol oí Love. Botticelli s «Primavera» and Humanist Culture at the Time of
Lorenzo the Magnificent (Princeton, 1992), esp. pág. 36.

289
Introducción al humanismo renacentista

era una lengua más rica que la latina y que ésta a su vez superaba a la hebraica51,
y opinaba así mismo que esos tres lenguajes, a pesar de su venerable condición,
en su origen eran lenguas de uso general: «pero quienes alcanzaron honor o
prestigio en esas lenguas las hablaban o escribían con mayor propiedad, de un
modo más regular y racional, que la mayoría del populacho»52. En otras pala­
bras: a finales del Cuatrocientos, la divulgación del creciente saber humanístico
acerca de las lenguas del pasado ya servía para defender el vernáculo italiano53.
Los últimos decenios del siglo contemplaron también un renacimiento de
la literatura bucólica en italiano. A los líricos pastores del Orfeo de Poliziano, hay
que sumar una traducción de las Églogas de Virgilio, obra de Bernardo Pulci, que
se publicó en Florencia en 1482 junto con otras piezas pastorales de poetas tos-
canos como Francesco Arsochi y Girolamo Benivieni. Fue este popular volu­
men, probablemente, lo que impulsó la Arcadia [1504] de Jacopo Sannazaro,
vale decir la contribución capital al género en ese periodo. Entre el prólogo y
el epílogo, la Arcadia discurre a lo largo de doce capítulos en prosa, cada uno
seguido de una égloga de metro variable (las hay en terza rima, pero también
aparecen sextinas y canzoni). En cuanto al contenido, la obra sintetiza admira­
blemente los motivos bucólicos de linaje clásico con el agitado presente de aque­
lla Nápoles finisecular de Sannazaro, presa en la lucha entre los poderes invasores
de Francia y España. Sobresale también la maestría con que el autor funde la
nostalgia virgiliana con las tradiciones de la lírica amorosa en vulgar, así como
el orgullo con que proclama su recuperación de la poesía pastoril: «Yo fui el
primero en despertar a los bosques dormidos y el primero que enseñó a can­
tar a los pastores las canciones ya olvidadas»54. Gracias a la iniciativa de Sanna-

51 Lo renzo d e ’ M e d id , Commento de' miei sonetti, ed. T. Zanato ( F lo r e n d a , 1 9 9 1 ), pág. 144:


«El g r ie g o se ju zga m ás p erfe cto que el latín, y el latín m ás q u e el g r ie g o , sim p le m e n te p o rq u e
un len gu aje expresa m e jo r que el otro los co n ce p to s del escritor o el o ra d o r».
52 M e d id , Comento, pág. 149.
53 Para otras ideas del trasfond o clásico y h u m a n ístico d el Comento, T. Z an a to , Saggio sul
«Comento» di Lorenzo de’ Medici (F loren cia, 1 9 7 9 ), págs. 1 1-44.
54 J. Sannazaro, Opere, ed. E. C arrara (Turín, 1 9 5 2 ), pág. 2 1 9 . Para la síntesis de lo clásico
co n lo v ern ácu lo , véase la segu n d a é g lo g a , q ue recrea las co m p e tic io n e s de los pastores de
V irg ilio (Églogas III y V III) , así c o m o la cuarta prosa, tallada co n el p atrón de la séptim a é glo g a
d el poeta latino : « lo s d os pastores eran apuestos y de edad m u y joven : E lp in o cu id ab a cabras,
Lo gisto a las lanosas ovejas; a m b o s co n el p elo m ás ru b io q ue m aduras esp igas, a m b o s de
Arcadia y a m b o s dispuestos p or u n igual a cantar y a respond er [a la c a n ció n d el o tr o ]» ;
c f V irg ilio , Egloga V II. 2—5: « h ab ía n c o n d u c id o sus rebaños al m is m o lu ga r —Tirsis sus ovejas,
C o r id ó n sus cabras c o n las ubres h e n ch id as de lech e—: am b o s en la flo r de la ju v en tu d , a m b o s
de A rca d ia, am b o s d isp uestos p o r u n ig u a l a cantar y a respond er [a la c a n ció n del o tr o ]» .

290
El hum anism o y la literatura italiana

zaro, ese tipo literario mantuvo su vigencia en el siglo xvi y dio lugar, a su hora,
a un género tan nuevo como afortunado: el drama pastoril del Aninta [1S73]
de Torquato Tasso y de II pastor ñdo [ I 590] de Battista Guarini.
El resultado más singular de la influencia humanística en las letras italia­
nas fue, y con mucha ventaja, la Hypnerotomachia Poliphili, un relato en prosa atri­
buido a Francesco Colonna que se estampó en 1499 en los talleres de Aldo
Manuzio. Los dos libros de la Hypnerotomachia cuentan el sueño de Poliphilo y
la historia de su amor por Polia: el primero consagra sus veinticuatro capítu­
los a la alegoría onírica, mientras que el segundo, más breve, dedica catorce a
la narración. Sin contar las bellas xilografías que ilustran el texto, la obra des­
pierta admiración por su detallado conocimiento de la arquitectura antigua y
el recurso a la terminología especializada, así como por su peculiar estilo, sin
duda una transposición al volgare del latín a la manera de Apuleyo tan popular
por aquel entonces en el norte de Italia5S. Com o ocurría en las Stanze de Poli-
ziano, la vena descriptiva tiende a imponerse a la narración propiamente dicha.
Ante los ojos del lector van surgiendo bosques, pirámides, obeliscos, escultu­
ras, triunfos e inscripciones, es decir, un desfile de elementos que propician
la imitación de los autores vernáculos56 y muy en particular de aquellas figu­
ras que se habían ganado, con su difícil decir, a los humanistas anticiceronia­
nos del Cuatrocientos, a saber: Plauto, Plinio, Apuleyo y Vitruvio, entre los
clásicos, además de Alberti, su equivalente moderno57. El ejercicio desemboca
en un léxico raro, incrustado en una sintaxis latinizada, con profusión de adje­
tivos, gerundios y participios y con una marcada preferencia por las voces grie­
gas, los diminutivos y los compuestos verbales o adjetivales58. Sin embargo,

55 Para ese estilo latino , C . D io n iso tti, Gli umonisti el il volgare tra Quattro e Cinquecento
(Florencia, 19 68); E. R a im o n d i, Codro e 1'umanesimo a Bolojjno (B o lo n ia , 1950) y Político e commedia:
dal Beroaldo al Machiavelli (B o lo n ia , 1972); J. F. D 'A m ic o , « T h e progress o f Renaissance Latin prose:
the case o f A p u le ia n is m » , Renaissance Quarterly, 37 (1 9 8 4 ), págs. 3 5 1 -9 2 .
56 La escena in ic ia l en u n o scuro b o sq u e evoca, claro está, el p rin c ip io de la Commedia,
m ientras q u e las d escrip cion e s d e triunfo s reelaboran trozos de los Trionfi de Petrarca, y las de
n infas se basan en el Ameto (1 3 4 2 ) (o Commedia delie ninfe fiorentine) de B o ccaccio ; el relato
co n te n id o en el segu n d o lib ro d ep en d e en gran parte d e la historia d e N astagio d egli O n esti
(Decameron V .8).
57 Para los p réstam os p rocedentes de autores clásicos y ve rn ácu lo s, M . T. C asella y
G . P o zz i, Francesco Colonna: biografió e opere, 2 vols. (Padua, 19 5 9 ) , II, p ágs. 78—149.
58 El tenor de la obra n o se aparta del siguien te e je m p lo , to m a d o d e Francesco C o lo n n a ,
Hypnerotomachia Poliphili [ * ] , ed. G . Pozzi y L. A. C ia p p o n i, 2 vols. (Padua, 1 9 8 0 ), I, pág. 37: «Et
de so to la strop h iola, c o m p o sita m en te uscivano gli p am p in u la ti c a p e g li, parte trem ulab on d i
d elle belle tem p ore u m b re gian ti, tutte le p arvissim e au re ch ie no n o cc u lta n d o , p iü belle che

291
Introducción al hum anism o renacentista

ni ese exótico italiano, ni el ecléctico latín anticiceroniano que le servía de


modelo dejaron sucesores, y la obra pasó a la posteridad como un solitario
logro del virtuosismo en lengua vulgar.
Con la publicación de la Hypnerotomachia en 1499 llegamos al apogeo de la
influencia humanística sobre la literatura vernácula, y aquí, por tanto, parece
apropiado poner punto final a nuestro repaso. Los primeros decenios del Q u i­
nientos vieron cómo latín e italiano retomaban a los cauces del clasicismo cice­
roniano, en gran parte debido a la guía de Pietro Bembo. Pese a que la literatura
de la Antigüedad siguió inspirando a quienes escribían en vulgar, Bembo fue
el único autor importante capaz de conjugar esta faceta con una dedicación
profesional al humanismo. Fruto de ella, en Gli Asolani («Los Asolanos» [1505])
expuso su filosofía platónica sobre el amor, y en las Prose della volgar lingua [1525]
recogió una periodización tripartita de índole humanística (época dorada,
decadencia, renacimiento de la latinidad) y la proyectó rígidamente a tres eta­
pas de la literatura vernácula (los siglos xiv, xv y xvi); de ahí que, para Bembo,
del mismo modo que sólo Cicerón y Virgilio valían como modelos latinos, en
el ámbito del volgare las únicas autoridades aceptables fueran Petrarca y Boc­
caccio. El resto de sus obras en lengua vulgar ya deben bien poco a los estu­
dios humanísticos. Por lo demás, los nombres que presiden la literatura italiana
del Quinientos, de Ariosto y Castiglione a Tasso y Guarini, aunque bebieran
en el manantial clásico, nunca se entregaron al humanismo como tal, y n in­
guno de ellos, por consiguiente, buscó ahí una inspiración equivalente a la
que habían encontrado Petrarca, Alberti o Poliziano.

El impacto de los studia humanitatis en la literatura italiana del Renacimiento tuvo


un efecto triple. Cabe apuntar, primero, que en un cierto sentido el hum a­
nismo fue el responsable de la emancipación del volgare, por más que al prin­
cipio obstaculizara su desarrollo literario desviando las facultades creadoras
hada el latín. Al descubrir que éste no era un monolito sobrenatural, sino un
lenguaje sometido al cambio diacrónico, los humanistas del Cuatrocientos
aceptaron igualmente que el romance no era congénitamente inferior, sino

m ai alia M im o ria fusseron d icate, D ’in d i poseía, el residuo del flavo ca p illam e n to , da d rieto el
m ica n te e o lio exp lica to et dalle ro tu n d e spalle d e p e n d u li...» Vale la p en a observar que C o lo n n a
só lo utiliza dos térm in o s («c a p illa m e n to » , « d e p e n d u li» ) directam ente proceden tes de una
célebre d escrip ció n apuleíana de los cabellos (Metamorfosis 11,9), a d iferen cia de B o ccaccio ,
q u ie n reelaboró frases enteras de la m ism a fu en te; vid. G . B o ccaccio , Decomeron, Fiiocolo, Ameto,
Fiammetta, e d . E. B ia n c h i, C . Salinari y N . S ap eg n o (M ilá n , 1 9 S 2 ), pág. 9 3 2 .

192
El hum anism o y la literatura italiana

que se trataba de una lengua joven en fase de crecimiento. Ciertos conoci­


mientos sobre el griego, en especial la conciencia de que, a diferencia del latín,
la diversidad dialectal había coexistido con una koiné literaria, facilitaron al ita­
liano un precedente lingüístico con el prestigio de lo clásico. Sólo cuando las
voces de humanistas como Alberti y Landino se sumaron a las de quienes, aun­
que faltos de letras, luchaban con denuedo por las Tres Coronas, pudo enton­
ces la lengua vulgar competir de veras con el latín en el terreno de la alta
cultura.
En segundo lugar, el humanismo aportó a las letras italianas algo más pal­
pable: géneros, temas y refinamiento estilístico. Ciertamente, hubo que espe­
rar hasta 1575 para que surgiera un ejemplo genuino de épica vernácula —la
Gerusakmme liberata de Tasso-, pero mucho antes la pasión humanística ya había
enriquecido la poesía italiana con la literatura pastoral, la comedia y la sátira.
De modo paralelo, pero ahora en el campo de la prosa, en el haber del huma­
nismo cuatrocentista consta, cuando menos, la implantación del diálogo moral
y del género biográfico al lado de las novelle y las crónicas del Trescientos. En
cuanto a la inspiración temática, se debe recordar cómo Petrarca y Poliziano,
entre otros poetas, fortalecieron el árbol de la lírica románica con la savia de
los motivos clásicos y, aún más, cóm o llegaron a convertir su propia labor
de erudito, sus desvelos por conocer el pasado, en material poético; de todo
ello dan fe Petrarca y su obsesión por el paso del tiempo, o Poliziano con su
poética de la varietas y el fragmento y su deseo por recomponer los disiecta mem-
bra («fragmentos dispersos») del pasado, o Lorenzo de’ Medici con su volun­
tad de aclimatar elementos neoplatónicos a la lírica vernácula. Añádase, para
terminar, que a los autores en italiano de la esfera humanística se debe no tan
sólo la incorporación de algunos de los grandes temas de la literatura antigua,
sino la elaboración de una teoría de la alusión a otros textos tejida con las
nociones de la imitatio clásica.
Se puede afirmar, finalmente, que el humanismo desprendió a la litera­
tura vulgar de sus orígenes religiosos. En Dante, Petrarca y Boccaccio toda refe­
rencia clásica hallaba cobijo bajo el techo de una construcción cristiana. El
Quattrocento, en cambio, se distinguió por activar un proceso de secularización
que arranca con las Vite de Bruni y los diálogos de Alberti y Palmieri —obras
todas ellas desprovistas de tonalidad religiosa- y llega hasta la producción en
vulgar de Poliziano, Sannazaro y Colonna: una festiva celebración del mítico
mundo pagano de la Antigüedad.
No cabe duda de que, sin la guía del humanismo, las letras italianas hubie­
ran discurrido por cauces muy distintos, seguramente más estrechos y en todo

293
Introducción al hum anism o renacentista

c a so m á s a c o r d e s a la r e lig ió n . G ra c ia s a la c o n t r ib u c ió n d e d e sta c a d o s h u m a ­
n is ta s , m a n te n id a a lo la r g o d e lo s s ig lo s x iv y x v , el volgare a lc a n z ó p o r fin el
n iv e l d e r e c o n o c im ie n to q u e p o s e ía n las le n g u a s clásicas, y la literatu ra ita lian a
p u d o c o n q u is ta r n u e v o s g é n e ro s , in c re m e n ta r la v a rie d a d d e tem as y tejer s u ti­
les tr a s fo n d o s im it a t iv o s , to d o e llo e n u n a m b ie n t e p r o fa n o q u e a la p o stre
d aría e n tr a d a , p a s a d o el 1 5 0 0 , a u n m e d io s ig lo d e o ro : la é p o c a d e M a q u ia -
v e lo , C a s t ig lio n e y A r io s to .

294
12

H u m a n ism o en E sp añ a*

ALEJANDRO COROLEU
Al igual que en el resto de Europa, los elementos constitutivos del humanismo
en España tuvieron su fundamento en el humanism o italiano. Ciertamente
otros modelos, como el flamenco o el francés, compitieron con el patrón ita­
liano, sobre todo en la segunda mitad del siglo xvi. Ello no im pidió, sin
embargo, que todas las facetas de la cultura peninsular desde mediados del
siglo xv hasta después de 1600 estuvieran siempre en deuda con el humanismo
italiano. La huella de los studia humanitatis en la cultura peninsular no sólo llegó
así a la literatura neolatina y a disciplinas característicamente humanísticas
como la filología bíblica, sino que también se apreció en su influencia en las
letras en vernáculo o en las traducciones de textos clásicos y humanísticos. El
presente capítulo pretende sólo esbozar algunas de las líneas maestras del
humanismo español concentrándose en tres aspectos principales: enseñanza
del latín, filología bíblica y estudios clásicos, y fortuna de Erasmo en España.
Las páginas que siguen atenderán también a la incidencia del humanismo ita­
liano, y en menor medida de otros países europeos, en la creación literaria en
castellano y en latín de la época.

Desde finales del siglo xiv el humanism o italiano fue llegando, siquiera
modestamente, a la Península Ibérica. Tempranos contactos entre grupos inte­
lectuales autóctonos y representantes de la nueva cultura italiana, materiali­
zados en intereses de bibliófilos, amistades personales, correspondencia
epistolar o viajes, permitieron en un principio la traducción y difusión de
algunas obras clásicas y de algunos textos de los propios humanistas italianos*1.

* Agradezco a Francisco Rico sus valiosas orientaciones a la hora de preparar estas


páginas. Doy las gracias también a Miriam y Lluís Cabré y a José Ignacio García Armendáriz,
quienes leyeron una primera versión de este capítulo.
1 J. N. H. Lawrance, «On Fifteenth-Century Spanish Vernacular Humanism», en
I. Michael y R. A. Cardwell (eds.), Medieval and Renaissance Studies in Honour of R. B. Tate (Oxford, 1986),

295
Introducción al hum anism o renacentista

Las incipientes y esporádicas relaciones surgieron, en su mayor parte, fomen­


tadas únicamente por grandes señores, aristócratas o altos miembros del clero
aficionados a la lectura y deslumbrados por las novedades culturales proce­
dentes de Italia*2. A este clima intelectual pertenecieron hombres como Iñigo
López de Mendoza, marqués de Santillana, atento a incrementar su rica biblio­
teca con las versiones de los principales autores clásicos, o Ñuño de Guzmán.
El ejemplo de este último, para quien Donato Acciaiuoli, en nombre del librero
Vespasiano da Bisticci, se avino a preparar una traducción de los Saturnalia de
Macrobio «en lengua toscana para satisfacer así su deseo», ilustra bien la acti­
tud de estos escogidos grupos de lectores, quienes desconocían al fin y al cabo
el contexto y el verdadero alcance de unas novedades por las que sentían autén­
tica fascinación3.
Frente a la posición de estos humanistas aficionados una diferente actitud
fue la mantenida, en cambio, por una serie de intelectuales que en su mayor
parte recibieron educación ya en Italia y que ocuparon cargos públicos en la
cancillería o en la curia, como cronistas, secretarios o consejeros. Unos y otros
se mostraron, con todo, todavía incoherentes en su visión de la cultura y no
supieron apreciar los aspectos rupturistas que había en los studia humanitatis. Nadie
representó estas contradicciones mejor que Alfonso de Cartagena, obispo de
Burgos y hombre de la corte de Juan II de Castilla. Su actividad divulgadora
de los clásicos a través de sus versiones de Cicerón y Séneca, y los contactos
mantenidos con Poggio Bracciolini y Pier Candido Decembrio lo convertirían
en receptor de las preocupaciones de los humanistas italianos, pero en Carta­
gena todavía se observa una ambivalente alternancia de modelos medievales y
humanísticos4. La polémica mantenida con Leonardo Bruni, con el que Carta­
gena -ignorante del griego- discrepó acerca de la mejor manera de traducir las
Eticas de Aristóteles, revela, cuando menos, sus diferencias metodológicas. La
situación en los territorios de la Corona de Aragón no ofrece, por otra parte,
diferencias sustanciales pese a los tempranos vínculos de los reyes de la Casa de
Aragón con Italia, especialmente a través de Aviñón, Sicilia y Nápoles, y a pesar

págs. 6 3 - 7 9 ; N . G . R o u n d , « R enaissance C u ltu re and its O p p o n e n ts in F iftee n th -C en tu ry


C a stile » , Modern Language Review, 57 ( 1 9 6 2 ), págs. 20 4—15,
2 V id . F. R ico , E! sueño del humanismo: de Petrarca a Erasmo (M ad rid , 1 9 9 3 ), p ágs. 7 8 - 8 5 ,
3 Carta de 24 de sep tiem b re de 1463 de D o n a to A c c ia iu o li a A lfo n so d e P alencia, en
A lfo n so de Palencia, Epístolas latinas, eds. R. B. la te y R. A lem an y (B arcelon a, 1 9 8 2 ), pág. 74,
4 M . M orrás, «Sic et non: en torn o a A lfo n so de C artagena y los studia humanitatis»,
Euphrosyne, 23 ( 1 9 9 5 ), págs. 3 3 3 -4 6 .

296
H um anism o en España

de las iniciativas culturales de Martí I, secundadas posteriormente por Alfonso


el Magnánimo, en cuyos remados asistimos a un sensible aumento de traduc­
ciones de obras latinas e italianas. Buen exponente de esta etapa es la actividad
de otro traductor de Cicerón, el jurista y funcionario Ferran Valentí. Su versión
al catalán de los Paradoxa, pese a que el propio Valentí declarara orgulloso en el
prólogo haber sido «adoctrinar e ensenyat» por Leonardo Bruni, adoleció, sin
embargo, de los mismos errores de anteriores traductores5. La incipiente aten­
ción de Valentí a las modas literarias originarias de Italia no alteró en definitiva
el carácter todavía medievalizante de su interés por los autores clásicos.
La generación posterior a Valentí y Cartagena contó, por el contrario,
con intelectuales mucho más familiarizados con la lectura de obras clásicas
como Alfonso de Palencia, funcionario cancilleresco y autor de los Gesta His-
paniensia. Obra equiparable a los libros de Tito Livio y en deuda con los Roma
triumphans y Roma instaurata de Flavio Biondo, los Gesta Hispaniensia van más allá
de ser una mera crónica de las gestas de un rey castellano y constituyen ya
una verdadera historia de España. El innovador enfoque de Palencia radica
en su meditada elección de los historiadores antiguos y en la influencia de
las teorías humanísticas sobre la historia, que Palencia leyó en los Rhetoricorum
libri quinqué de su corresponsal y antiguo maestro Jorge de Trebisortda6. En su
Compendiolum, Alfonso de Palencia destacó al obispo de Gerona Joan Margarit
com o otro ejemplo válido de la asimilación de los métodos de la historio­
grafía humanística en la Península7. Educado en Italia, Margarit es autor de
un tratado sobre la educación de príncipes (la Corona regum) y de varios tex­
tos historiográñcos entre los que sobresale su Paralipomenon Hispaniae, en cuyos
diez libros el autor pasa revista a la historia antigua de España con buen
manejo de textos historiográñcos clásicos, en un intento de emular el ejem­
plo de los eruditos italianos contemporáneos. Alfonso de Palencia y Joan Mar-

5 Ferran V alentí, Traducció de Ies «Paradoxes» de Cicero, ed. ]. M . M o rará T h o m ás (Barcelona,


1 9 5 9 ), pág. 3. Sobre la activid ad de Valentí c o m o traductor, L. B adia, «La le g itim a c ió del
discurs literari en vu lg ar sego ns Ferran V alen tí», en L. Badia y A . Soler (e d s.), InteMecluals i
escriptors a la baixa Edat Mitjana (B arcelona, 1 9 9 4 ), págs. 1 6 1 -8 4 .
6 R . B. Tate, « A lfo n so de Palencia y los preceptos de la h isto rio g ra fía » , en V G arcía de
la C o n c h a (e d .), Academia Literaria Renacentista, 111: Nebrija y la introducción del Renacimiento en España
(Salam anca, 1 9 8 3 ), p ágs. 3 7 —51.
7 R. B. Tate y A . M u n d o , « T h e Compendiolum o f A lo n so de Palencia: a H u m a n ist Treatise
o n the G e o g ra p h y o f the Ib erian P e n ín su la » , Journal of Medieval and Renaissance Studies, 5 ( 1 9 7 5 ),
págs. 2 5 3 —78 (2 7 2 ). Sobre M arga rit, véase R . B. Tate, Joan Margarit, cardenal i bisbe de Girona
(B arcelo n a, 1976).

297
Introducción al hum anism o renacentista

garit fueron figuras muy próximas al movimiento humanista, cuyas líneas


maestras ya comprendieron plenamente, si bien sus trabajos deben verse como
empresas todavía aisladas que no llegaron a calar sino entre unos pocos elegi­
dos. Para que el contenido real del humanismo pudiera, en cambio, arraigar
en la cultura peninsular no bastaba con que los studia humanitatis sedujeran a
algunos selectos lectores hispánicos o con que se vertiera al catalán o al caste­
llano un puñado de obras clásicas a través del filtro italiano. Para que el huma­
nismo pudiera por fin alcanzar a otras clases sociales era necesaria la paulatina
introducción de esos mismos studia humanitatis en el ámbito de la universidad.
Así lo entendió Antonio de Nebrija, con quien la cultura humanística italiana
hizo su entrada en toda regla en la Península en el último cuarto del siglo xv.
Nebrija acertó a entender también que la definitiva implantación de los estu­
dios de humanidad en la universidad peninsular sólo podía venir de la mano
de la reforma en la enseñanza de la lengua latina a partir del programa de
Lorenzo Valla8.

Tímidos impulsos en este sentido se habían atisbado ya en la figura de Joan


Ramón Ferrer, jurista barcelonés educado en el Colegio de los españoles de
Bolonia, autor de un Magnum de protiominibus. Redactado a semejanza de un capí­
tulo de las Elegantiae (el De reciprocatione «sui» et «suus»), el tratado fue dedicado por
Ferrer no por azar «a quienes enseñan gramática en Barcelona». Análogos
esfuerzos llevó a cabo el protonotario de la Corona de Aragón Joan Peiró, que
favoreció la edición barcelonesa de los Rudimento grammatices de Niccoló Perotti
en 1475 «para que los rudos se vuelvan cultivados y para que la latinidad
reemplace a la barbarie»9. Pese a su admiración por Valla y Perotti, los modes­
tos proyectos de Ferrer y Peiró, con todo, difícilmente pudieron equipararse
a los planes de humanistas de la talla de Lorenzo Valla. Aunque atentos a las
novedades del humanismo, Joan Ramón Ferrer y Joan Peiró no supieron apli­
car en las aulas la innovadora cultura italiana hasta sus últimas consecuencias.
Com o tantos otros intelectuales, Antonio de Nebrija advirtió también la
necesidad de formarse en tierras italianas. N o lo hizo, como confesaría des­

8 Para redactar los párrafos q ue v ien e n a c o n tin u a c ió n he te n id o en cuen ta


el v o lu m e n de F. R ic o , Nebrija frente a los bárbaros: el canon de gramáticos nefastos en las polémicas del
humanismo (Sa lam a n ca , 1 9 7 8 ), Sob re L o ren zo Valla p u e d e n leerse las p ág in a s que le d ed ica
K ristian Jen sen en este m is m o lib ro .
9 Segú n se lee en el p ró lo g o a N ic c o ló Perotti, Rudimento grammatices (B arcelona, 1 4 7 5 ),
en el ejem p lar de la British Library, IB 5 2 5 0 5 .

298
Hum anism o en España

pués, «por la causa que otros muchos van, para traer fórmulas de derecho
civil y canónico más que, por la ley de la tornada, después de luengo tiempo
restituiesse en la possessión de su tierra perdida los autores del latín, que esta-
van, ia muchos siglos avía, desterrados de España»10. Los motivos de su viaje
fueron, por tanto, bien distintos a los habituales y las consecuencias no se
hicieron esperar. Regresado a Salamanca, Nebrija se incorporó a su universi­
dad y al punto inició su campaña para transformar los estudios gramaticales
y la enseñanza del latín en las aulas. Al amparo de las Elegantiae linguae latinae de
Valla, con el propósito de mejorar los métodos del alumno para que éste
alcanzara así un preciso conocimiento de la lengua latina, Nebrija publicó en
1481 su propia gramática, las Introductiones latinae, con las que confiaba reem­
plazar los obsoletos manuales gramaticales al uso en Salamanca.
Las primeras Introductiones fueron creciendo en sucesivas reimpresiones en
los años siguientes y con el nuevo tamaño también se ampliaron los propósi­
tos de su autor. Así, la recognitio de 1495 llevó a su último extremo las críticas
de Nebrija a los enemigos del latín, aunque las veladas diatribas contra los
modistae se convirtieron ahora en abierta oposición a las bárbaras gramáticas del
Medievo representadas sobre todo por el normativo Doctrínale (1199) de Ale-
xandre de Villedieu. N o dejó Nebrija tampoco de atacar las normas de Pris-
ciano y Elio Donato en aquellos puntos donde cabía discrepar. No se trataba
de presentar objeciones técnicas o marginales, sino de arremeter contra un sis­
tema de enseñanza gramatical que había empobrecido la cultura peninsular.
En el fondo de tales censuras yacían las bases del programa de Nebrija, bri­
llantemente expuesto años atrás en la edición bilingüe de las Introductiones
[1488], que concebía la lengua latina como el fundamento de toda la cultura:

Desta ignorancia viene que los que oy emplean sus trabaios en el estudio de la
Sacra Escriptura, como no pueden entender los libros de aquellos sanctos varo­
nes que fundaron nuestra religión, pássanse a leer otros auctores que escrivie-
ron en aquella lengua q u ’ellos deprendieron. De aquí viene que los iuristas
entienden la imagen i sombra de su Código i Digestos; de aquí que los m édi­
cos no leen dos lumbres de la medicina, Plinio Segundo i Cornelio Celso; de
aquí que todos los libros en qu'están escriptas las artes dignas de todo ombre
libre yazen en tinieblas sepultados11.

10 Antonio de Nebrija, Vocabulario español-latino (Salamanca, 1495), sig. aii.


11 V id . el prefacio a la versión castellana de las Introductiones latinae (Salam anca, 1488)
editada p or F. R ico en su « U n p ró lo g o al R en a cim ie n to español: la d ed icatoria de N eb rija a las

299
Introducción al hum anism o renacentista

De acuerdo con el programa trazado en las Introductiones, Nebrija continuó


fustigando implacable a grammatistae y falsos literatos en la Repetitio secunda de
1486, discurso académico que llevó el título de De vi ac potestate litterarum («Sobre
la fuerza y el poder de las letras del alfabeto»). Expuesta seis años antes que la
Lamia de Angelo Poliziano, la Repetitio segunda constituyó una confiada defini­
ción del menester del gramático, capaz éste —a juicio de Nebrija- de desterrar
la barbarie de todos los saberes con el apoyo de la gramática12. Sin dejar de
lado sus preocupaciones pedagógicas, los posteriores trabajos de Nebrija no
hicieron sino poner en práctica, aunque a distintos niveles, las líneas de actua­
ción esbozadas en la segunda Repetitio. El léxico del Digesto, los Aenigmata iuris
civilis («Dificultades de derecho civil», 1506), salpicado de eruditos apuntes y
de cuestiones de crítica textual, respondió al deseo de restaurar incluso el latín
de aquellas disciplinas o autores más especializados u oscuros. Los Comentarios
del gramático Elio Antonio de Nebrija a Persio [Sevilla, 1SO3], en cuyo título Nebrija
aludió con orgullo a su condición de gramático, le permitieron anotar sucin­
tamente a un autor escolar sin caer en tediosos comentarios, según
el modelo de sus admirados humanistas italianos Angelo Poliziano, Filippo
Beroaldo y Ermolao Bárbaro. En efecto, como comentarista Nebrija quiso siem­
pre evitar toda posible digresión que pudiera distraer la atención de sus alum­
nos y en dichos términos censuró, por ejemplo, los comentarios del humanista
francés Josse Bade (Badius Ascensius): «En las anotaciones de Badius Ascen-
sius la estructura del texto se explica con excesiva prolijidad, de un modo que,
tratándose de m uchachos, parece bastante innecesario. En muchos pasajes
Badius filosofa en medio de la explicación del texto y utiliza además largas
digresiones, y nadie parece advertir cuán pernicioso ello resulta para los
muchachos»13.
El éxito de las Introductiones se aprecia a simple vista en las más de cincuenta
ediciones aparecidas en vida de Nebrija. De mayor trascendencia, en los albo­

Introducciones latinas ( 1 4 8 8 )» , en Seis lecciones sobre Ja España de los Siglos de oro. Homenaje al profesor Maree!
Bataillon (Sevilla, 1 9 8 0 ), págs. 5 9 - 9 4 (9 3 ).
12 Sobre la Repetitio secunda y sobre el co n ce p to de grammaticus en P o lizian o , y su in flu e n cia
en España, vid . J. F. A lc in a , « P o liz ia n o y los e lo gio s de las letras en España ( 1 5 0 0 -1 5 4 0 ) » ,
Humanística Lovaniensia, 25 ( 1 9 7 6 ), págs. 1 9 8 -2 2 2 ; F. R ico , «Laudes litterarum: h u m a n ism e et
d ign ité de l'h o m m e dans l'Espagne de la R en aissan ce», en A . R e d o n d o (e d .), L’ Humanisme dans
les lettres espagnoíes (París, 1 9 7 8 ), págs. 3 1 -5 0 .
13 V irg ilio , Opera... demum revisa et emaculatoria reddita. Aelii Antonii Nebrissensis ex grammatico et
rhetore in eadem ecphrases (G ranada, I 5 4 6 ), fo l. iiiv, segú n el eje m p la r de la Biblioteca de Catalunya
(1 8—III—14).

300
Hum anism o en España

res del siglo xvi y a lo largo de las siguientes décadas, la nueva propedéutica
del latín introducida por Nebrija fue rápidamente adaptada por una serie de
alumnos y seguidores del maestro que pasaron a desempeñar cátedras de gra­
mática y retórica en las universidades más importantes. Junto a la publicación
de compendios de la obra de Nebrija estos profesores de humanidades se ocu­
paron de difundir la metodología de Valla, prescrito como canónico ya en las
aulas, a través de la explicación de las ideas del humanista italiano o de la redac­
ción de resúmenes de las Elegantiae que pudieran ser empleados en la enseñanza
universitaria. No en vano, estatutos universitarios como los de Salamanca en
su edición de 15 61, impusieron el estudio de un poeta o historiador para la
hora de gramática alternado con la lectura de «Laurentio Valla»14.
Uno de aquellos docentes fue Fernando Alonso de Herrera, declarado dis­
cípulo de Nebrija, autor de una Breve disputa de ocho levadas contra Aristótil y sus secua­
ces [1517] y de una versión latina anotada de la Retórica de Jorge de Trebisonda15.
Aunque admirador de las Introductiones de Nebrija, Herrera discrepó en ocasio­
nes de los postulados de su maestro. Así, en su Tres personae: brevis quaedam disputa­
do de personis nominum, pronominum et participorum adversus Priscianum grammaticum [1496]
se encaró —en actitud que recuerda al Nebrija de las Introductiones de 1495- frente
a Prisciano, a quien corrigió a propósito de su afirmación de que «todo nom i­
nativo está en tercera persona», confesando atreverse incluso «a discutir el
asunto con Antonio de Nebrija o con cualquier otro»16. Pese a sus objeciones,
Herrera no se apartó de Nebrija en lo sustancial en su lucha contra los bárba­
ros, «a los que no merece la pena ni siquiera responder», y en su interés por
la transformación en la enseñanza del latín, pieza clave del ideario de Nebrija17.
El deseo de Herrera de difundir las bases del programa de Valla le llevó a publi­
car en Salamanca, en cuya cátedra había sucedido al propio Nebrija, su Exposi-
tio Laurentii Vallensis De elegantia linguae latinae («Explicación sobre la Elegancia de la
lengua latina de Lorenzo Valla», [c. 151 6]), serie de observaciones personales
sobre las Elegantiae no exentas tampoco de ciertas discrepancias con los concep­

14 Sobre la am p lísim a d ifu sió n de las Elegantiae vallianas puede leerse A . G ó m e z M o re n o ,


España y la Italia de los humanistas: primeros ecos (M ad rid , 1 9 9 4 ), págs. 8 1 - 8 2 .
15 C . Baranda, « U n m an ifie sto castellano en defensa del h u m a n ism o : la Breve disputa de ocho
levadas contra Aristón! y sus secuaces, d e H e rn ad o A lo n so de H errera (A lcalá, 1 5 1 7 )» , Criticón, 55
( 1 9 9 2 ), p ágs. 1 5 -3 0 .
16 Fernand o A lo n so de H errera, Tres personae: brevis quaedam disputado de personis nonnnum,
pronominum et participorum adversus Priscianum grammaticum (Sevilla, 1 4 9 6 ), sig. N i.
17 Fernand o A lo n so de H errera, Tres personae..., sig. N ii.

301
Introducción al hum anism o renacentista

tos vallianos. La Expositio de Herrera trascendió el carácter de mero manual didác­


tico y respondió a la preocupación de su autor por el estado de los estudios lati­
nos del momento. Es esta voluntad de renovación cultural —clara desde la
preliminar exhortación a las autoridades universitarias para que hagan resurgir
«en Salamanca las artes liberales que en nuestra España habían estado comple­
tamente dormidas»- el aspecto que mejor emparenta la obra de Herrera con el
proyecto de Nebrija18.
Las primeras voces disonantes con el sistema pedagógico de Nebrija, canó­
nico y omnipresente ya en las universidades, no tardaron, sin embargo, en
oírse. Algunas, como la del italiano Lucio Marineo Sí culo, fueron ciertamente
hostiles, aunque debieran su principal razón de ser a la rivalidad entre cole­
gas. Profesor en Salamanca, Lucio Marineo pretendió reemplazar a las Introduc-
tiones con su De grammatices institutionibus libellus brevis et perutilis (que podríamos
traducir como «Sucinto y muy útil manual de gramática latina») de [1496],
delgado volumen que aspiraba a ofrecer únicamente los primeros rudimentos
indispensables de gramática latina. Críticos de siguientes generaciones se mos­
traron, en cambio, mucho más sensatos y plantearon con razones la necesidad
de abandonar la innumerable serie de preceptos en que se habían convertido
las Introductiones nebrisenses tras varias reimpresiones en muy pocos años. A
diferencia de Alonso de Herrera, que se limitó a poner mínimos reparos a la
obra de Nebrija, los nuevos maestros propusieron, en cambio, una transfor­
mación en la didáctica del latín que viniera a corregir el mal uso que de las
Introductiones se hacía en los cursos universitarios. Valga como ejemplo la figura
de Pedro Núñez Delgado, sucesor de Nebrija en el sevillano Estudio de San
M iguel, quien, desoyendo las prácticas de su maestro, apostó por el directo
disfrute de los clásicos como único método válido para alcanzar el buen domi­
nio de la lengua latina que las interminables y plomizas listas gramaticales se
habían resistido a garantizar19.
Precisamente con análogas ansias de reforma pedagógica redactó Juan de
Maldonado, en sus días alumno ocasional del mismo Nebrija y a partir de 1534

18 Fernand o de H errera, Expositio Lcmrentii Vallensis De elegantia Impune Lntinae [Salam an ca,
c. 1 5 1 6 ], sig. ai. D e b o esta referencia a Francisco R ico.
19 La ho stilid ad de N ú ñ e z D e lg a d o a los o bso leto s m aestros de latin id ad se aprecia, por
e je m p lo , en el p ró lo g o a su e d ic ió n sevillana de las Heroidas de O v id io (1 5 2 9 ) , r e c o g id o en
C . G r iffin , «Classical texts p rin ted in S ev ílle », en A . D. D e y e rm o n d and J. N . H . Law rance
(ed s.), Letters and Society in Sixteenth-Century Spain: Studies prcscnted to P E. Russeli on his Eijjhtieth Birthday
(Tredwr, 1 9 9 3 ), págs. 3 9 -5 7 ( 5 5 - 5 6 ) .

302
H um anism o en España

profesor de humanidades en Burgos, su breve Paraenesis ai politiores litteras adversus


grammaticorum vulgum («Exhortación a las buenas letras contra la turba de los gra­
máticos» [1529]). Desde sus primeras líneas la exaltación a las buenas letras
de Maldonado constituyó una diatriba contra aquellos profesores que coloca­
ban primero a los alumnos «ante la gramática de Antonio de Nebrija, y no
seleccionan ciertos pasajes para que los retengan de memoria, sino que los
incitan a aprenderla, como se dice, de cabo a rabo» y les obligaban a apren­
der después las Elegantiae de Valla en detrimento de la lectura directa de los auto­
res clásicos20. Este ataque no representó, no obstante, una carga frontal contra
las orientaciones de Nebrija o de Valla, sino contra la errónea utilización de
sus textos, pues a Maldonado no le pasó por alto que Valla «no escribió guiado
por la idea que estos miserables gramáticos difunden, ni redactó aquellos pre­
claros libros de las Elegancias para los usos a los que estos desgraciados los some­
ten» y que Nebrija pretendió únicamente «desenredar para los preceptores,
con un ímprobo esfuerzo, una materia vasta y extensa en la que se encontra­
sen a mano lo que debían explicar a los alumnos en la enarratio de poetas y ora­
dores y en los ejercicios de retroversión y traducción del vulgar, y no ofrecer
reglas que tengan que aprender de memoria por obligación». Haciéndose eco,
com o Núñez Delgado, de la pedagogía de Erasmo, Maldonado propuso, en
definitiva, una elemental iniciación en la gramática a la que debía forzosamente
dar paso una gradual lectura de los más destacados escritores de la Antigüe­
dad, como alternativa a los preceptos y a los gruesos manuales.
El más serio correctivo al programa de Valla y Nebrija, no ya sólo en su
aplicación práctica, sino en todos sus presupuestos teóricos, lo propició Fran­
cisco Sánchez de las Brozas, el Brócense, catedrático de retórica y griego en
Salamanca y autor de comentarios filológicos a Horacio, O vidio y Ausonio
entre otros poetas clásicos. Sus reflexiones lingüísticas quedaron enunciadas
en la Minerva, seu de causis linguae Iatinae («Minerva, o sobre las causas de la lengua
latina»), publicada por vez primera en 1562 y revisada en 1587, tratado donde
se expone —bajo la modesta apariencia de un manual que pretende enseñar
sólo «reglas gramaticales ciertas y muy sencillas»—toda una concepción gra­

20 El texto de la Paraenesis y una excelente n o ticia sobre M a ld o n a d o p u e d e n leerse en la


e d ic ió n de E. A se n sio y J. F. A lc in a , «Paraenesis ad litteras»: Juan de Maldonado y el humanismo español
en tiempos de Carlos V (M a d rid , 1 9 8 0 ). Las referencias aludidas p ro ce d e n de las p ágs. 101 y
98—99 de esa e d ic ió n . Las críticas de M a ld o n a d o no d ifieren d em a sia d o de la p o lé m ica
actitud de Ju a n d e Valdés co ntra N e b rija , tal c o m o aquélla aparece expresada en su Diálogo de la
lengua ( 1 5 3 5 ).

303
Introducción a] humanismo renacentista

matical radicalmente diferente del enfoque de Nebrija, cuya visión el Brócense


sutilmente puso ya en tela de juicio desde las primeras líneas de su prólogo21.
Apoyándose en el contemporáneo volumen homónimo de Julio César Escalí-
gero, Sánchez sentó las bases de una gramática especulativa, de orientación
racionalista y mentalista y de corte eminentemente teórico, evidente en la insis­
tencia con que el autor constantemente se refiere al «sistema gramatical» (gram-
maticae ratio) a la hora de justificar sus observaciones. La de Sánchez es una
gramática dotada de una estructura profunda que, a juicio del Brócense, sub­
yace a la diversidad de las lenguas. En la Minerva, el perfecto gramático se define
así como «aquel que en los libros de Cicerón y Virgilio entiende qué palabras
son nombres, qué palabras son verbos, así como otras materias que concier­
nen únicamente a la gramática, aunque no entienda el significado de las pala­
bras»22. Tal declaración pone a las claras la oposición de Sánchez a la amplia
misión que para el gramático reservaba Nebrija. Frente a la doctrina de las Intro-
ductiones nebrisenses, según la cual el latín se apoya no en la razón sino en el
ejemplo de los testimonios y el uso de los autores, para el Brócense el uso debe
ser explicado exclusivamente a partir de la estructura interna y racional de la
lengua23. Si Nebrija fue blanco del ataque del Brócense, lo fue en cuanto, prin­
cipalmente, seguidor de las ideas de Lorenzo Valla. Al filólogo italiano el Bró­
cense lo describe com o maestro de aquellos nefastos gramáticos que —Sánchez
no deja de reiterarlo—«excluyendo en gramática el sistema racional, buscan
sólo los testimonios de los hombres doctos»24. La hostilidad de Sánchez hacia
Valla no se limita, sin embargo, únicamente a consideraciones teóricas, sino
que, como en sus críticas a Nebrija, las objeciones a las Elegcintiae también ata­
ñen a la diaria y elemental docencia de la lengua latina. N o en vano con su
volumen el Brócense confiaba, tal como él mismo declaró en el prólogo a la
Minerva, desterrar de la enseñanza los métodos del Lorenzo Valla que la u n i­
versidad salmantina había prescrito como canónico. La diatriba de Sánchez de
las Brozas no acabó, sin embargo, con la presencia de la gramática latina

21 ]. M . M aestre M aestre, «El B rócense contra N eb rija: nuevos datos sobre el p r ó lo g o -


d ed icato ria de la M in e rv a » , Alor Novísimo, 1 6 -1 8 ( 1 9 8 8 -8 9 ) , págs. 2 2 -3 2 .
22 Francisco S án ch e z de las Brozas, Minerva, seu de causis linguae latinac (Salam an ca, 1 5 8 7 ),
fo l. 8v.
23 Francisco S án ch e z d e las Brozas, Minerva..., fo l. 7r. Véase A. Carrera de la R e d , «Usus y
abusus en el B ró cen se» , en Actas del Simposio IV Centenario de la publicación de la «Minerva» del Brócense
( 1 S 8 7 - 1 5 9 7 ) (Cáceres, 1 9 8 9 ), págs. 1 1 1 -1 8 . Y tam b ién A . M artín Jim é n e z , Retórica y Literatura
en el siglo xvi. El Brócense (V allad o lid , 1 9 97 ).
24 Francisco S án ch e z de las Brozas. Minerva..., fo l. 9v.

304
H um anism o en España

de Nebrija en las aulas. Todavía en 1S98 el jesuíta Juan Luis de La Cerda, pre­
fecto de estudios en el Colegio Imperial de Madrid y autor de un espléndido
comentario a Virgilio, dio a la imprenta sus Aelii Antonii Nebrissensis de institutione
grammaticae libri quinqué, serie de notas inspiradas en la Minerva del Brócense con
las que La Cerda se propuso paradójicamente reformar la obra de Nebrija. Con
sus comentarios gramaticales, La Cerda contribuyó así a la fortuna postuma
de Nebrija al ser declarado su manual texto único para las escuelas de latín de
todo el reino por orden de Felipe III25.
Si bien la obra de latinidad de Nebrija mereció duras críticas por parte de
sus detractores ya en vida del autor, las Introductiones nebrisenses y las ideas lin­
güísticas de Lorenzo Valla constituyeron el primer paso en la reforma de la
enseñanza del latín en España y fueron, cuando menos hasta bien entrado el
siglo xvi, el principal bastión contra la barbarie del escolasticismo26. Con ellas
se formaron, además, nuevas generaciones de humanistas que pudieron dedi­
carse así con mejores garantías a la lectura, explicación y anotación de textos
clásicos y bíblicos pero también al cultivo de una literatura original, en caste­
llano o en latín, de acuerdo con los géneros favoritos de la época.

«O s envío m i Apología en la que he respondido a ciertos enemigos de la lengua


latina quienes afirmaban que no era lícito que un hombre versado tan sólo en
gramática se dedicara a las Sagradas Escrituras»27. Con esta firme declaración
de principios contestaba Antonio de Nebrija, en su carta-dedicatoria al obis­
po de Málaga Diego Ramírez de Villaescusa, a quienes ponían en duda su com­
petencia para ocuparse de los textos bíblicos. Frente a aquellos que, como el
inquisidor Fray Diego de Deza, juzgaban el interés de Nebrija por el texto
bíblico como una intromisión, éste reivindicaba intencionadamente su capa­
cidad en cuanto gramático, en cuanto filólogo y comentarista, para estudiar
los textos de la Sagrada Escritura.

25 N o tic ia s sobre La C erda se hallarán en J. S im ó n D ía z , Historia del Colegio Imperial de Madrid


(M a d rid , 1 9 5 2 ), I, n ú m s. 5 4 7 -4 8 .
26 Para la fortuna de las Introductiones en A lcalá puede consultarse ahora L. A . H e rn án d ez
M ig u e l, «La gram ática latina en Alcalá de H enares en el siglo xvi», Humanística Lovaniensia, 45
(1 9 9 6 ), p ágs. 3 1 9 -4 7 .
27 Carta m anu scrita q ue precede al ejem p lar d e la B ritish Library ( C .6 3 .b .3 8 ) de Aelii
Antonii Nebrissensis grammatici Apología cum quibusdom Sacrae Scripturae locis non vulgariter expositis (L o g ro ñ o ,
c. 1 5 0 7 ). V id . C . A b ellán d e C o ro n a , « A M an u scrip t Letter by A n to n io de N e b r ija » , Bulletin of
Hispanic Studics, 65 ( 1 9 8 8 ), págs. 3 9 7 -4 0 1 .

305
Introducción al hum anism o renacentista

La actividad filológica de Nebrija se orientó, a partir de 1486, hacia los tex­


tos eclesiásticos y sagrados. En sus trabajos de filología bíblica -acometidos con
igual ahínco y con los mismos objetivos que se había trazado en su actividad como
lingüista latino- los intereses de Nebrija se centraron en la crítica textual, en cues­
tiones de ortografía, morfología y sintaxis, y en la exégesis de pasajes oscuros. La
labor de Nebrija como estudioso de textos bíblicos presenta así una doble dimen­
sión. A una primera faceta corresponde una serie de notas y comentarios sobre
poesía hímnica y sobre textos de la latinidad cristiana: los versos de Sedulio, Pru­
dencio y Juvenco, autores todos ellos recomendados para la lectura escolar28. Estos
comentarios no difieren demasiado de las anotaciones que el propio Nebrija había
redactado a las sátiras de Persio y se reducen a la misma visión del gramático des­
crita más arriba. Un segundo nivel, calificable ya de alta filología, está represen­
tado por el estudio de la Sagrada Escritura, en el que Nebrija se adentró de la mano
del método de Angelo Poliziano y con el apoyo del griego y del hebreo, siguiendo
así los pasos de las Adnotationes in Novum Testamentum de Valla, aunque Nebrija no
conociera directamente las investigaciones vallianas. Sus trabajos más relevantes
en este campo son la Apología [c. 1507], donde Nebrija propugnó una revisión de
la Vulgata inclinándose por una nueva traducción con la ayuda de las conjeturas,
y la Tertia quinquagena, colección de anotaciones sueltas de asunto extremadamente
variado en torno al texto bíblico y sin un plan unitario de conjunto, redactadas
según el modelo de los Miscellanea de Poliziano.
Los últimos años de la vida de Nebrija transcurrieron en Alcalá, a donde
había llegado en 1513 invitado por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros,
quien había fundado allí una universidad de nuevo cuño hacia 1509. La nueva
Universidad de Alcalá debía servir para educar a futuros eclesiásticos y debía
poner un especial énfasis en el estudio de las tres lenguas del texto bíblico. Al
mismo tiempo Cisneros se encargó de agrupar a un número considerable de
estudiosos que pudieran trabajar en la publicación de una Biblia Políglota
Complutense, proyecto en el que Nebrija participó aunque por m uy poco
tiempo. Enfrentado con el conservador Cisneros, quien había dejado muy claro
«que no se hiciesse mudanza alguna de lo que comúnmente se halla en los
libros antiguos», Nebrija pudo influir muy poco en la fijación del texto latino,

28 V G arcía de la C o n c h a , «La im p o sta c ió n religiosa de la refo rm a h u m a n ística en


España:’ N eb rija y los poetas cristia n o s» , en Nebrija y la introducción del Renacimiento en España...,
págs. 123—44 . Sob re la activid ad d e N eb rija c o m o filó lo g o b íb lic o , véase R ic o , Nebrija contra los
bárbaros..., págs. 5 9 —72.

306
Hum anism o en España

y sus consejos parece que fueron determinantes únicamente a la hora de pre­


parar los léxicos que acompañan a la obra29.
En la primera mitad del siglo xvi, Alcalá se convirtió -ju nto a Salamanca-
en centro de intensa y refinada actividad filológica en torno a la empresa de la
Biblia Políglota30. La universidad empleó y formó además a reconocidos biblis-
tas y a estudiosos de los textos de la Antigüedad clásica en todos sus campos,
que hicieron suya la técnica filológica de sus maestros italianos. Uno de los
primeros colaboradores de Cisneros en el proyecto de la Biblia Complutense
fue el teólogo Diego López de Zúñiga. Formado en Salamanca, con un amplio
conocimiento de la filología trilingüe, López de Zúñiga prestó su ayuda en la
versión latina interlineal de los Septuaginta y en la colación de manuscritos grie­
gos con la Vulgata. Precisamente su deseo de defender la ortodoxia de la Vul-
gata convirtió a Zúñiga en ácido polemista, primero contra los comentarios a
San Pablo de Jacques Lefevre d’Etaples y posteriormente contra Erasmo, cuya
primera edición del Nuevo Testamento Zúñiga examinó y criticó en sus Anno-
tationes contra Erasmum Roterodamum in defensionem translationis Novi Testamenti [1S20], a
las que Erasmo respondió al año siguiente con una Apología seguida por un sin­
fín de réplicas y contrarréplicas por parte de ambos contendientes. En sus pri­
meros ataques contra Erasmo, Zúñiga, quien contó para ello con el apoyo del
propio Nebrija, criticó el desconocimiento del hebreo por parte de Erasmo y
señaló pacientemente algunas de las inconsistencias entre el texto griego que
éste había establecido y su propia revisión de la Vulgata. En volúmenes poste­
riores las objeciones de López de Zúñiga ya no se limitaron exclusivamente a
cuestiones de carácter filológico, sino que concernieron «algunas cosas en
parte impías, en parte blasfemas, y en parte también insensatas y temerarias,
y dichas con menos reverencia de lo conveniente», advertidas en las anota­
ciones erasmianas, en lo que puede considerarse como uno de los más tem­
pranos ataques al programa religioso de Erasmo31.

29 A . Sáen z-B ad illo s Pérez, La filología bíblica en los primeros helenistas de Alcalá (Estella, 1 9 90 ),
pág. 162.
30 Sobre el p royecto de la B iblia Po líglota C o m p lu te n se puede leerse, adem ás de las
p ágin as d e Alastair H a m ilto n en este m is m o lib ro , el v o lu m e n de Sáen z-B ad illo s citad o en la
n o ta a nterior o el lib ro de J. H . Bentley, Humanists and Holy W rit: New Testament Scholarship in the
Renaissance (P rin ceto n , 1 9 8 3 ), págs. 7 0 -1 11.
31 D ie g o L ó p ez de Z ú ñ ig a , Erasmi Roterodami blasphemiae et impietates per íacobum Lopidem Stunicam
mine primum propalatae ac proprio volumine alias redargatae (R o m a , 1 5 2 2 ), p ró lo g o . V id . E. R u m m e l,
Erasmus and His Catholic Critics, 2 vols. (N ie u w k o o p , 1 9 8 8 ), I, págs. 145—77.

307
Introducción al hum anism o renacentista

El brillante proyecto de la Biblia Políglota Complutense no era suficiente,


sin embargo, para que los estudios griegos —si bien presentes en la Universi­
dad de Salamanca desde finales del siglo xv—acabaran por enraizar en la Penín­
sula. Junto a empresas filológicas de refinada altura era necesaria la
introducción del griego en el currículo universitario de Alcalá como primer
paso para la formación de futuros helenistas. Con tal propósito Cisneros con­
trató al cretense Demetrio Ducas, colaborador en la edición de la Complutense
y catedrático de lengua griega desde 1513 hasta 1518. Ducas, alarmado ante
«la falta, o mejor diré, el desierto de libros griegos en España»32, sugirió la
publicación en 1514 de los Erotemata de Manuel Crisoloras y del epilión de Hero
y Leandro de Museo, elementales manuales con los que sus alumnos pudieran
adquirir básicos conocimientos de lengua griega. Con análoga finalidad didác­
tica apareció en 15 19 la edición, con texto en griego y latín, de la carta A los
muchachos cristianos de San Basilio preparada por Hernán Núñez de Guzmán (ca.
1473—1553), sucesor de Ducas en la cátedra de griego y profesor después en
Salamanca, a cuya universidad se incorporó en 1523 tras su estancia en Alcalá.
Pese a que Núñez de Guzmán atrajo en seguida la atención de Cisneros, su
aportación al proyecto de la Biblia Políglota se limitó, sin embargo, a esporá­
dicas colaboraciones en la edición del Nuevo Testamento. Más consagrado a la
filología clásica propiamente dicha que a la bíblica, Núñez destacó, en cam­
bio, por sus trabajos de crítica textual sobre pasajes de Teócrito y Séneca, y
particularmente por sus notas a Pomponio Mela y Plinio el Viejo, autores éstos
en torno a los cuales giró buena parte de su actividad docente en Salamanca y
sobre quienes redactó unas Castigationes in Pomponium Melam («Correcciones a
Pomponio Mela») y unas Observationes in C. Plinii Historiae Naturalis libros («Notas
sobre algunos pasajes oscuros y corruptos de la Historia Natural de Plinio el
Viejo»), aparecidas entre 1543 y 1545.
En el prólogo a sus notas a Plinio, Núñez se declaró heredero de los tra­
bajos del veneciano Ermolao Barbare, autor de dos extensos comentarios a Pli­
nio y Mela (1492-93) a los que siguió una serie de correcciones a ambos
autores un año más tarde. Al igual que Bárbaro, también supo Núñez apreciar
la relevancia de un autor como Plinio, cuyo vocabulario técnico y enciclopé­
dica noticia sobre autores y aspectos desconocidos de la Antigüedad grecola-
tina lo convirtieron en favorito de los humanistas europeos. Com o su modelo,

32 M an u el C riso lo ras, Erotemata (A lcalá, 1 5 1 4 ), fo l. 159a. A p ro p ó sito de C risoloras


p u e d e consultarse los párrafos de N ic h o la s M a n n en este m ism o libro.

308
Hum anism o en España

Núñez aceptó así mismo el reto de restituir los enrevesados textos de Mela y
Plinio, «excesivamente contaminados por las enmiendas de todos los copistas»,
y de subsanar los errores de copia en ambos autores33. Para sus conjeturas y
enmiendas tuvo Núñez especial cuidado en colacionar los mejores manuscri­
tos a su alcance, aspecto éste que convirtió a su autor en referencia continua
para futuros editores y estudiosos del texto pliniano. Núñez de Guzmán es buen
exponente de una primera generación de estudiosos cuya actividad filológica
está íntimamente ligada a la docencia universitaria. A una segunda remesa per­
tenecen los estudios, mucho más especializados, de Juan Ginés de Sepúlveda
sobre Aristóteles, de Antonio Agustín a propósito de textos jurídicos y anti­
cuarios, y de Benito Arias Montano sobre biblismo y crítica textual.
Sin duda el más conspicuo discípulo de Demetrio Ducas y uno de los más
brillantes helenistas salidos de Alcalá fue el cordobés Juan Ginés de Sepúlveda,
prolíñco autor de obras de contenido jurídico y político, historiador oficial de
Carlos V y tutor del futuro Felipe II. Tras su breve paso por Alcalá, Sepúlveda
viajó en 1515a Italia, donde permaneció hasta 1536, primero en Bolonia, ciu­
dad en la que estudió bajo la guía del escolástico Pietro Pomponazzi y en la que
frecuentó la compañía del príncipe Alberto Pió de Carpi, y posteriormente en
Roma, junto al papa Clemente VII. Durante su estancia en tierras italianas y des­
pués de su regreso a España, Sepúlveda acometió la traducción latina con
extenso comentario de un amplio corpus de textos filosóficos, que incluye la ver­
sión de varias obras de Aristóteles y del Pseudo-Aristóteles, y la primera tra­
ducción íntegra de los Comentarios de Alejandro de Afrodisias a la Metafísica de Aristóteles
[Roma, 1527]34. La actividad de traducción de Sepúlveda estuvo además estre­
chamente ligada a la redacción de su controvertido Democrates secundus, sive de ius-
tis causis belli apud Indios («Democrates segundo, o de las justas causas de la guerra
contra los indios» [c. 1544]), diálogo en el que Sepúlveda llevó a cabo una deta­
llada justificación de la sumisión del indio americano por parte de los con­
quistadores españoles, haciendo extenso uso de material que después hubo de

33 H e rn á n N ú ñ e z de G u z m á n , Observationes in C. Plinii Historiae Naturalis libros (Salam anca,


1 5 4 4 ), fo l. lv. Sobre H e rn án N ú ñ e z véase M . D. de A sís, Hernán Núñez en la Historia de los Estudios
Clásicos (M a d rid , 19 7 7 ).
34 Sobre las versiones y co m e n tario s aristotélicos de Sep úlveda p u e d e consultarse
A . C o r o le u , « A p h ilo lo g ic a l analysis o f Ju a n G in é s de Sep ú lve d a ’s Latin translations o f'A risto tle
and A lexan d er o f A p h ro d isias» , Euphrosyne, 23 ( 1 9 9 5 ), págs. 175—95 . U n a sucinta n oticia sobre
Sep úlveda puede obtenerse en A . P a ch eco , « Ju a n G in és de S ep ú lv e d a », en R G . B ieten h olz and
T. B. D e u tsch e r (ed s.), Contemporaries of Erasmus: o Bibíiographical Register of the Renaissance and Reformation,
3 vols. (T o ro n to -B u ffa lo -L o n d re s, 1 9 8 5 - 8 7 ) , III, págs. 2 4 0 ^ t2 .

309
Introducción al hum anism o renacentista

utilizar en las anotaciones a su versión de la Política de Aristóteles (París, 1548)


y aplicando a su tesis las teorías aristotélicas acerca de la esclavitud natural35.
La labor hermenéutica de Sepúlveda debe ponerse en contacto con el reno­
vador programa de traducción de los escritos aristotélicos que, iniciado en Ita­
lia en las primeras décadas del siglo xv, se extendió frenéticamente por toda
Europa hasta finales del Quinientos36. Com o tantos otros autores de versiones
filosóficas en el siglo xvi, Sepúlveda tuvo conciencia de participar en un nuevo
estilo de traducción que —a partir de los primeros años del siglo anterior—había
arremetido contra las toscas versiones medievales, revisando por completo los
criterios hasta entonces empleados en la interpretación de los textos filosóficos.
No es producto de la casualidad, por tanto, que coincidiera también Sepúlveda
con otros traductores humanistas de Aristóteles a la hora de reivindicar como
modelo para sus versiones a los eruditos bizantinos Juan Argirópulo y Teodoro
Gaza y a los italianos Leonardo Bruni, Ermolao Bárbaro y Girolamo Donato.
Pese a las coincidencias entre Sepúlveda y los más destacados traductores
aristotélicos del siglo xv en su crítica a las excesivamente literales versiones
medievales, las traducciones de Sepúlveda se relacionan mejor, en cambio, con
las polémicas que tuvieron lugar a mediados del siglo xvi entre aquellos traduc­
tores de Aristóteles proclives a imitar a ultranza el vocabulario y el estilo cice­
ronianos, y otros autores de versiones filosóficas, partidarios de aceptar el uso
de una terminología no clásica y el empleo de palabras nuevas y extrañas al
uso de Cicerón37. Frente a aquellos traductores latinos de Aristóteles dispuestos
a sacrificar el sentido del texto en aras de la elegancia, Sepúlveda en ningún
momento permitió que la claridad y el contenido de los textos traducidos estu­
vieran supeditados a veleidades de carácter estilístico. Precisamente en un impor­
tante pasaje del prólogo a su versión de la Política, Sepúlveda resumió a la
perfeccción las dificultades lingüísticas del traductor de Aristóteles y enunció con
claridad su propio método, reconociendo la imposibilidad de conciliar el rigor
en la traducción de Aristóteles con la servil fidelidad al vocabulario de Cicerón:

Y no es m i in te n ció n , cuan do traduzco las obras de otros o cuan do traslado


los escritos de Aristóteles, parecer más ciceroniano que aristotélico. En efecto,

35 Véanse L. H a n k e, Aristotle and the American ¡ndians: a Study in Race Prejudice ¡n the Modera World
( B lo o m in g to n , 1 9 5 7 ), págs. 44—61 , y A . P agd en , The Fall oí Natura] Man: the American Indian and the
Origins of Comparative Ethnolojy (C a m b r id g e , 1 9 8 2 ), p ágs. 1 0 9 -1 8 .
36 A p ro p ó sito del aristotelism o renacentista, C . B. S ch m itt, Aristotle and the Renaissance
(L o n d re s-C a m b rid g e [M a s s .], 1 9 8 3 ), cap. 3; y cap. 8, págs. 1 8 9 -2 0 0 , en este m is m o libro.
37 S ch m itt, Aristotle..., págs. 7 0 - 7 6 .

310
H um anism o en España

existe una gran d iferencia entre traducir al latín a los oradores o h isto riad o ­
res g r ie g o s, cu y o estilo, au n q u e elegante y ad o rn a d o , se caracteriza p or el
em pleo de palabras corrientes, es claro y sim ple y no está lejos del uso p o p u ­
lar, y traducir a los filó so fo s, esp ecialm en te a A ristóteles, q u ie n , au n q u e se
distingu e por su elegancia y propiedad, cuan do trata de cuestiones oscuras y
desconocidas para el vulgo, a m enudo se ve obligado a em plear térm inos n u e­
vos, nunca oíd os e inusuales incluso entre hom bres d o c to s ... Estas d ificu lta ­
des hacen que a m en u d o el traductor n o pueda ser a un tiem po aristotélico y
ciceroniano , aunque yo personalm ente creo que soy ya suficientem ente c ice ­
ro n ia n o , si co n sig o aq uello que m e h e p rop u esto, es decir, em p lear en este
tipo de escritos un estilo llano y claro, en la m edid a en que el con ten id o del
texto así lo perm ita38.

Aunque discípulo de Pomponazzi, Sepúlveda supo ser sensible a las pre­


ocupaciones humanistas de los renovadores de los estudios aristotélicos con
los que se relacionó, consideró la filosofía de Aristóteles en su compleja riqueza
de interpretaciones, atendió a la tradición de los comentaristas griegos del filó­
sofo, y contribuyó finalmente al esclarecimiento filológico de algunos pasajes
oscuros del texto aristotélico.
Con Sepúlveda compartió Antonio Agustín formación, correspondencia
epistolar y experiencia vital. Educado entre Alcalá y Salamanca, estudiante de
leyes en Bolonia, Agustín ocupó puestos judiciales y eclesiásticos en Roma
hasta 15 64, año en el que regresó a España para encargarse primero del obis­
pado de Lérida y posteriormente del arzobispado de Tarragona. Com o Sepúl­
veda, Antonio Agustín representa también a un humanismo filológico más
erudito, de alta especialización y alejado ya de los ambientes universitarios39.
Las primeras investigaciones de Antonio Agustín se centraron en torno el
estudio y edición de las fuentes del Derecho romano. En sus días de colegial
en Bolonia Agustín se había familiarizado ya con la jurisprudencia humanís­
tica de su preceptor Andrea Alciato y de Guillaume Budé. Con ambos coinci­
dió en el interés por la recuperación de los textos jurídicos de la antigua Roma,
y en especial por el esclarecimiento del Digesto, tarea en la que décadas antes

38 V id . A ristó teles, De república libri VIU loarme Genesio Sepúlveda interprete et enarratore (París,
1 5 4 8 ), f'ol. 3r.
39 Para una correcta ap ro xim ació n a la obra de A n to n io A gu stín y a a lg u n o s de los
aspectos a q u í tratados p u e d e consultarse M . H . C ra w fo rd (e d .), Antonio Agustín: between Renaissance
and Counter-Reform (Londres, 1993).

311
Introducción al hum anism o renacentista

se habían afanado Valla, Poliziano y Nebrija40. Animado por el embajador


español en Venecia Diego Hurtado de Mendoza, Agustín colacionó en Floren­
cia el famoso «Codex Pisanus» del Digesto en su totalidad y publicó el resul­
tado de sus trabajos en 1543 en los Libri quattuor emendationum et opinionum («Cuatro
libros de enmiendas y opiniones»). Tras su llegada a Roma a finales de 1544
la actividad de Antonio Agustín en torno a los textos legales adquirió una nueva
y trascendente dimensión con el descubrimiento del valioso filón de las ins­
cripciones romanas, que ahora permitía a Agustín el estudio de otro impor­
tante aspecto de la tradición jurídica romana: el de las leyes republicanas. Con
todo, el precioso material de las inscripciones puso ante los ojos de Agustín
mucho más que una serie de útiles documentos a propósito del sistema jurí­
dico de la antigua Roma. En efecto, le ofreció un inestimable caudal de infor­
mación para la comprensión de la historia de Roma en toda su complejidad,
toda vez que las inscripciones se constituyeron en fuente preciosa para el estu­
dio de la organización política romana y en perfecto com plem ento para el
conocimiento de la numismática y para el estudio del latín arcaico y preclá­
sico. En esta coyuntura debe entenderse precisamente una serie de trabajos
sobre historia e instituciones, epigrafía, numismática y lexicografía de la anti­
gua Roma emprendidos, parcialmente o en su totalidad, por Agustín durante
sus años romanos: obras com o el De legibus et senatus consultis (redactada hacia
1555 pero no publicada hasta 1583), el De roraanorum gentibus et familiis, publi­
cado junto con la obra de análoga temática de su amigo italiano Fulvio Orsini,
y los Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades [1587], así como las edi­
ciones del De lingua latina de Varrón y del léxico de Pompeyo Festo, textos estos
últimos que a su vez echaban luz sobre la transmisión de la ley romana al tra­
tarse de los únicos testimonios de textos jurídicos perdidos.
Sería inexacto, sin embargo, juzgar la labor de Antonio Agustín como
fruto de sus aislados intereses personales. Su actividad es contemporánea de
las grandes pesquisas arqueológicas y topográficas, que en la Roma de su
tiempo tuvieron como mejores exponentes a Onofrio Panvinio, Cario Sigonio
y Pirro Ligorio. Es en este ambiente de interés por las antigüedades donde debe
situarse en definitiva la voraz adquisición de libros y manuscritos llevada a
cabo por Agustín en su estancia en Roma y en sus últimos años españoles. Su
' avidez bibliográfica coincidió además con el proyecto de creación de la Biblio­

40 V id . C . D io n iso tti, « F ilo lo g ía um an istica e testi g iu r id ic i fra Q u a ttro c e m o e


C in q u e c e n to » , en Lo critica del testo (Floren cia, 19 71 ), págs. 189—20 4.

312
H um anism o en España

teca de El Escorial entre 1S66 y 1587, en cuya organización el propio Agus­


tín había asesorado a Felipe II. Concebida a semejanza de la Biblioteca Vati­
cana, la Biblioteca escurialense puede considerarse como la culminación del
humanismo filológico español41*. El último de los filólogos de Alcalá exami­
nados aquí, el hebraísta Benito Arias Montano, ocupó precisamente el puesto
de bibliotecario de El Escorial y supervisó la compra de textos hebreos y ára­
bes para la real biblioteca.
A Arias Montano se le conoce mejor, en cambio, por su participación en
otro monumento filológico del tardío humanismo español, el proyecto de la
Biblia Políglota de Amberes (15 71)+2. Educado en el biblismo humanístico de
la escuela de Alcalá, Arias Montano llegó a Amberes en 1568 con la finalidad
de dirigir la edición de una Biblia tetralingüe, cuya publicación Felipe II había
autorizado «viendo la gran falta y requesta que entre los doctos y religiosos
hay de la biblia que el cardenal fray Francisco Ximenez im prim ió»43. No se
trataba, con todo, de una simple reimpresión aumentada del texto com plu­
tense, sino que incorporaba todos los avances que el estudio de la Biblia había
conocido a lo largo del siglo xvi desde los días de Nebrija. Cincuenta años des­
pués de la publicación de la Biblia de Cisneros, con métodos y propósitos radi­
calmente diferentes, la Biblia Regia de Amberes llevaba así hasta sus últimas
consecuencias el proyecto de la Complutense. Lo hacía, sin embargo, en las
provincias de Flandes, muy lejos de una España sumida en el espíritu de la
Contrarreforma y de los jesuitas, donde la filología bíblica de Arias Montano
iba a ser muy pronto imposible.

Para Benito Arias Montano el estudio de la Biblia no se redujo a eruditas dis­


quisiciones filológicas. Además de motivo de estudio científico, el texto bíblico
constituía, según el humanista español, el mejor modo posible de acercarse a
los verdaderos preceptos de Cristo y de aquél cabía extraer una sencilla doc­
trina que primaba la caridad, la piedad y el temor de Dios por encima de dog­
mas y ceremonias. En el biblismo de Montano subyacía, con todo, un ideario

41 C . H . G r a u x , Los orígenes del fondo griego de El Escorial (M a d rid , 1 9 8 2 ), págs. 2 8 8 -3 0 3 .


4Í Sobre el b ib lism o de Arias M o n tan o y el proyecto de la Biblia Políglota de Am beres,
D. D o m e n ic h in i, «Scienza bíb lica e curiositá tilolog ich e in una lettera inedita de Benito Arias
M o n ta n o » , Humanística Lovaniensia, 35 (1 9 8 6 ), págs. 125—36; y cap. 6, págs. 1 5 6-5 7, en este
m is m o libro.
43 B. Rekers, Benito Arias Montano (Lo ndres, 1 9 7 2 ), pág. 141. H ay e d ic ió n española en
M a d r id , 1973.
Introducción ai hum anism o renacentista

en absoluto innovador, que reflejaba aspectos del programa de Erasmo y que


debía mucho a la Universidad de Alcalá, donde Montano se había formado en
ciencia bíblica en la década de ISSO 44.
La creación de aquella universidad por Cisneros a principios del siglo se
había llevado a cabo con miras de renovación religiosa. A los ojos de su fun­
dador la nueva universidad debía convertirse en centro de enseñanza eclesiás­
tica y debía garantizar así la calidad de la educación clerical, crítica por aquel
entonces en España. El rechazo de la escolástica, la vuelta a la tradición de los
Padres de la Iglesia y el interés por los estudios escritúrales caracterizaron
pronto a la novedosa universidad. Eran todos éstos, por otra parte, puntos cen­
trales del ideario de Erasmo. Cabía esperar, por tanto, que la filología bíblica
del humanista flamenco en seguida atrajera, si bien con excepciones como la
de López de Zúñiga, a todos cuantos estaban enzarzados en la preparación de
la Biblia Políglota, y que en 1517 Erasmo recibiera de manos del propio
Cisneros una invitación para unirse a las actividades de Alcalá. El rechazo de
aquél, expresado en una famosa carta a Tomás Moro, no im pidió que antes
de 1522 el nombre de Erasmo suscitara ya entusiasmos entre aquellos espa­
ñoles deseosos de renovación intelectual y religiosa, estuvieran o no vincula­
dos al proyecto filológico de Alcalá4S. Uno de ellos, quien sin duda alguna
siguió más de cerca el programa religioso y político de Erasmo, fue el valen­
ciano Juan Luis Vives, cuya vida transcurrió en su mayor parte en el exilio,
lejos de España. Amigo de Erasmo, estudiante en París y catedrático en Lovaina
a partir de 1519, Vives ocupó puestos académicos en varias universidades euro­
peas y destacó como antiescolástico, autor de obras pedagógicas y anotador
de textos clásicos y patrísticos. Aun relevantes, se trata de aspectos que ahora
nos interesan menos que la relación de Vives con la philosophia Christi de Eras­
mo y con el erasmismo de tono más político, por más que la influencia de
Erasmo en la pedagogía y filología vivista fuera también decisiva46.
La philosophia Christi impregnó toda la obra de Juan Luis Vives. A un nivel
más teológico, Vives defendió el principio de la concordia entre todos los cris­
tianos, sin jerarquías ni contiendas entre inferior y superior, y exaltó la cari­

44 Rekers, Benito Arias Montano..., pág. 130.


45 V id . M . B ataillon, Erasmo y España: estudios sobre ia historia espiritual del siglo XVI (M éxico-
B u en o s A ires, 1 9 6 6 ), p íg s . 1 0 -4 3 .
46 Para la filo lo g ía de V ives, J. Isew ijn , «V ives and H u m a n istic p h ilo lo g y » , en loannis
Lodovici Valentini Opera omnia, F. J. Pérez D u ra y J. M . Estellés G o n z á le z (e d s .) , (V a le n cia , 1992—) , l,
p ág s, 7 7 -1 1 1.

314
H um anism o en España

dad como único vínculo garante de dicha armonía47. Preocupado por la divi­
sión de la cristiandad, Vives se sintió obligado también a participar en las dis­
cusiones sobre la historia europea, contienda en la que entró defendiendo el
pacifismno a ultranza. Con el propósito de exigir la paz entre las naciones de
Europa, en 1526 redactó el diálogo De Europae dissidiis et bello turcico («De la inso­
lidaridad de Europa y de la guerra contra el turco»), donde clamó contra las
guerras entre príncipes cristianos, que no hacían sino fortalecer al turco48. Al
pacifismo de Vives contribuyeron, sin duda, las esperanzas mesiánicas depo­
sitadas en la persona del emperador Carlos V, pero la actitud del exiliado espa­
ñol estuvo fundamentada sobre todo en el principio erasmiano que, de acuerdo
con el precepto evangélico, hacía de la caridad y de la paz las muestras que
mejor distinguen al cristiano49*.
El ejemplo de Vives tenía que influir por fuerza en otros seguidores espa­
ñoles de Erasmo, como el clérigo y profesor de latinidad Juan de Maldonado,
a quien ya hemos encontrado30. Dos de sus tratados morales, el Pastor bonus y
el diálogo Somnium, dan buena cuenta del fondo erasmiano en el que se fun­
damentan sus anhelos de regeneración eclesiástica. En el primero Maldonado
propuso, en clave de sátira, un programa de reforma del clero. Fantasía inspi­
rada en el Sueño de Escipión de Cicerón, la Verdadera historia de Luciano y la Utopia
de Tomás M oro, el Somnium constituye, por su parte, una descripción de un
viaje visionario a la luna y a las recién descubiertas tierras de América. Es pre­
cisamente en una imaginaria ciudad del Nuevo Mundo donde Maldonado sitúa
una sociedad cristiana perfecta y pacífica que muy poco tiene que ver con la
belicosa Europa abandonada por el autor en su sueño. Así describe, por ejem­
plo, Maldonado la vida de los sacerdotes:

47 V id . J. L. A b e llá n , «El e rasm ism o de Luis V iv e s» , en J. Ijsew ijn y A . Losada (e d s.),


Erasmus in Hispania, Vives in Belgio (Lovaina, 1 9 8 6 ), p ág s, 1 8 1 -9 6 .
48 « N a d a se ha de tem er, si entre cristianos se m an tie n e la firm e y sólid a co n co rd ia sin
la q u e n adie p uede estar a salvo », asegura Vives al final d el d iá lo g o . C fr. J. L. V ive s, Opera omnia,
ed. G . M ayans, 8 vols. (Valencia, 1 7 8 2 - 8 S ) , V I, págs. 4 5 2 -8 1 (4 8 1 ).
49 Cfr. V ives, De subventione pciuperum [1 5 2 5 ], I, 10, en V ive s, Opera omnia, IV, pág. 456:
« ¿A caso n o tiene C risto algu n a señal co n la que m arca a los suyos y los separa de los extraños?
«E n esto - d i c e - co n o ce rá n todos que sois m is d iscíp u lo s, si os am áis u n o s a o tro s» , in spirado
en u n pasaje de la Querela pacis erasm iana: « L lega d o ya C risto a la edad adulta, ¿qué otra cosa
e n se ñ ó , q u é otra cosa p ro fesó , sino la d iscip lin a de la p a z ? ... « A m a o s - le s d ijo — los un os a los
otros c o m o Yo os he am ad o. M i p az os d oy; m i paz os d e jo » (cfr. Erasm o, Opera omnia, IV, 2,
pág. 7 2 ).
so Para lo q u e aquí im p o rta, su particular erasm ism o ha sid o a nalizad o en Bataillon,
Erasmo y España..., págs. 2 1 5 -1 8 y 3 2 8—3 9 , y en M a ld o n a d o , Paracnesis..., p ágs. 27—59.

315
Introducción al hum anism o renacentista

— O s considero gentes felices —les d ije - , y creo que vuestro país es un m u nd o


dichoso, porque aquí cada uno es lo que parece, y la hipocresía no vive en estas
tierras. Pero, ¿acaso vosotros, los sacerdotes, guardáis íntegram ente la pureza
y contin encia que predicáis?
— N u n ca , n i entre sueños -co n te stó uno de e llo s -, se nos ocurre volver a los
afectos a los que tiem po atrás renunciam os... porque debem os respetar las n or­
mas que nos hem os im puesto, según las enseñanzas de C risto 51.

La impronta erasmiana alcanzó también a las obras pedagógicas de Mal-


donado. Así éste recomendó, en la Paraenesis de 1528 arriba estudiada, la lec­
tura de los autores clásicos con Cicerón a la cabeza. Sin advertir necesariamente
contradicción alguna entre ambas prácticas, Maldonado declaró también en
su tratado su entusiasmo, a propósito de la dicción y estilo latinos, por «los
libros de Erasmo De copia y De conscribendis epistolis», obras que, junto al Ciceronia­
nas, significativamente vieron la luz por aquellas mismas fechas en tres edi­
ciones complutenses52. No se trataba de casos aislados, ceñidos exclusivamente
a aspectos de carácter estilístico, sino que reflejaban muy bien la popularidad
española de Erasmo, cuyos escritos, tratáranse de textos originales o traduc­
ciones de los clásicos, atendieran a cuestiones espirituales o de estilo, no deja­
ron de publicarse, en ediciones latinas o en versiones castellanas, sin tregua
entre 1516 y 153753.
Con Alfonso de Valdés, secretario latino de Carlos V, el erasmismo pasó
a ponerse ya plenamente al servicio de la política im perial54. El más entu­
siasta de los erasmistas vinculados a la corte del emperador, Valdés inició
correspondencia epistolar con Erasmo a mediados de la década de 1520 a la

51 Ju a n d e M a ld o n a d o , Quaedam opúsculo nunc primum in luce edita (B u rg o s, 1 5 4 1 ),


sig. Kvr-v.
52 Cfr. M a ld o n a d o , Paraenesis..., pág. 114. Los De copia verborum et rerum y De conscribendis epistolis
aparecieron en 1 525 y en 1 5 2 9 , año en el que tam b ié n se p u b lic ó u n a ed ició n del Ciceronianas
[cfr. L. L ó p ez G rig u e ra , «Estela d el e rasm ism o en las teorías de le n g u a y del estilo en la España
del sig lo x v i» , en M . Revuelta S añ u d o y C . M o ró n (e d s.), El erasmismo en España (Santander,
1 9 8 6 ), págs. 4 9 1 - 5 0 0 ( 4 9 4 - 9 9 ) ] . Sobre la actitu d de M a ld o n a d o ante e l C icero n ia n u s p ueden
verse E. A se n sio, « C ice ro n ia n o s contra erasm istas: dos m o m e n to s (1 5 2 8 - 1 5 6 0 ) » , Révue de
Littérature Comparce, 52 ( 1 9 7 8 ), págs. 1 3 5 -5 4 ( 1 4 1 - 4 6 ) ;] . M . N ú ñ e z G o n z á le z , El ciceronianismo en
España (V allad o lid . 1 9 9 3 ). págs. 3 8 - 4 4 .
53 N o d eja de ser interesante q u e algu n as d e las versiones latinas de L u c ia n o ap a re ­
cidas en España en la p rim era m ita d d el s ig lo x v i lo h iciera n se g ú n la tra d u c ció n de E rasm o
(cfr. T. S. Beardsley, Hispano-dassical translations printed in Spain betwcen 14 81-1699 [P ittsb u rg,
1 9 7 0 ], p ágs. 7 0 - 7 8 ) .
54 B ataillon , Erasmo y España..., págs. 3 6 4 -4 3 1 .

316
H um anism o en España

vez que, como parte de la propaganda de justificación de las empresas Caro­


linas, adaptó buena parte del ideario de su maestro en sus propios escritos55.
Así, con el «desseo de manifestar la justicia del Emperador y la iniquidad de
aquellos que lo desafiaron», en su Diálogo de Mercurio y Carón [1528] Valdés
censuró, a la manera de Vives, la política hostil de Francisco I de Francia y
Enrique VIII de Inglaterra y al mismo tiempo cargó las tintas contra la corrup­
ción de la Iglesia, exponiendo su visión del cristiano ideal de acuerdo con las
ideas de los alumbrados. Para ello se sirvió de una ficción literaria que repre­
sentaba una conversación, interrum pida sólo por la llegada al infierno de
almas pecadoras y bondadosas, entre Mercurio y Carón acerca de la historia
contemporánea europea, de claras reminiscencias erasmianas, tal como Val­
dés puso de manifiesto en su prólogo: «Si la invención y doctrina es buena,
dense las gracias a Luciano, Pontano y Erasmo, cuyas obras en esto habernos
imitado»56. Un año antes, inspirándose en la Querela pacis («Lamento de la paz»
[1516]) de Erasmo, Valdés había redactado su Diálogo de Lactancio y un Arcediano
o Diálogo de las cosas ocurridas en Roma (1527) con el propósito de exonerar a Car­
los V por el saqueo de Roma y defender el nuevo orden social basado en los
valores espirituales del erasmismo que el emperador había de establecer. Con
la desaparición de Alfonso de Valdés en 15 3 2 el erasmismo español fue, sin
embargo, paulatinamente perdiendo terreno. La muerte de Erasmo, cuatro
años después, no haría sino más fáciles las persecuciones contra los más apa­
sionados erasmistas57.
Precisamente de un amigo y corresponsal de Valdés, del ya citado Juan
Ginés de Sepúlveda, provino uno de los primeros juicios críticos del programa
religioso de Erasmo, todavía en vida de éste. A Sepúlveda el propio Erasmo lo
había elogiado fríamente en su Ciceronianus, libro al que aquél sometió a un crí­
tico análisis, aunque en tono correcto58. La polémica entre ambos humanis­
tas no se lim itó, con todo, a meras consideraciones de carácter estilístico y
sobre imitación literaria a propósito de la publicación del Ciceronianus, sino que

ss Cfr. D. E. R hod es y J. E. W alsh , « Sp an ish p rop agand a p rin ted in Venice: tw o d ialo gu es
b y A lfo n so de V aldés», Harvard Library Bulletin, 34 ( 1 9 8 6 ), págs. 4 2 1 -2 5 .
56 Los dos pasajes del Diálogo de Mercurio y Carón a q u í citad os pro ceden d el « P ro h e m io al
le c to r» . Ed. castellana de J. F. M o n te sin o s, M a d rid , 19 846.
s7 E. A se n sio, «Lo s estud ios sobre Erasm o, de M arcel B a ta illo n » , Revista de Occidente, 6
( 1 9 6 8 ) , p ágs. 3 0 2 -1 9 (3 0 7 ).
s8 Erasm o, Opera omnia, I. 2, pág. 6 9 1 : « u n tal G in é s ha editado hace p o c o un lib rito en
R o m a , c o n lo q ue ha d ad o grandes esperanzas de sus p osib ilid ad e s» .

317
Introducción al hum anism o renacentista

tuvo otros frentes. No en vano desde 1S2S el príncipe Alberto Pió, protector
de Sepúlveda, había venido acusando a Erasmo, en quien veía a un decidido
defensor de Lutero y al responsable últim o del cisma protestante, y Erasmo
había respondido a tales alegaciones con dureza en varios opúsculos. A la
polémica Sepúlveda se sumó con la redacción de su De fato et libero arbitrio contra
Lutherum («Sobre el destino y el albedrío contra Lutero», 1S26), sirviéndose
de argumentos cercanos a los postulados de Alejandro de Afrodisias sobre la
cuestión, y sobre todo con la publicación de la Antapologia pro Alberto Pió in Eras-
mum (París y Roma, 1532), escrita como homenaje postumo a su mecenas. La
Antapologia se limitó, sin embargo, a una crítica mesurada centrada en la osadía
de algunos de los escritos más celebres de Erasmo, como el Moriae encomium
(«Elogio de la locura») y algunos de los Colloquia, y en sus puntos de vista sobre
los frailes y el culto a los santos, votos o ceremonias59. El texto tuvo además
el inesperado resultado de propiciar una cortés correspondencia entre Erasmo
y Sepúlveda sobre la exégesis de ciertos pasajes del Nuevo Testamento y las An-
notationes de López de Zúñiga. El suave tono de la Antapologia no disimuló, con
todo, las discrepancias sepulvedianas con Erasmo acerca de la justicia de la gue­
rra, cuestión ésta que había de enfrentar a ambos intelectuales y sobre la que
versaron la Cohortatio ad Carolum V (Bolonia, 1529) y el diálogo Democrates primus
(Roma, 1535)60. Exhortación al emperador a entrar en guerra contra los tur­
cos la primera y defensa antierasmiana y antimaquiavélica de la conveniencia
entre la guerra y la religión cristiana el segundo, ambas obras no hicieron sino
preludiar la tesis que Sepúlveda habría de desarrollar a propósito de la justicia
natural de la guerra contra los indios de América en su Democrates secundus61.
Aunque críticos, los argumentos de Sepúlveda no dejaron de ser todavía con­
ciliadores. Tarde o temprano, sin embargo, voces disonantes más robustas y
detractoras se habrían de imponer. A partir de la abdicación de Carlos V en
1556 y de la publicación del Indice del inquisidor Fernando de Valdés tres años

59 Para un su cin to resu m en de la p o lé m ica p u e d e verse la in tro d u c c ió n a Ju a n G in és de


Sep úlveda, Antapologia en defensa de Alberto Pió frente a Erasmo [1 5 3 2 ], ed. J. Solan a Pujalte (C ó rd o b a,
1991),
60 N o d eja de ser interesante q u e S ep ú lved a recuerde c ó m o « e l papa C le m e n te V II,
un a vez h u b o le íd o la Antapologia, m e r e c o m e n d ó m o d e ra c ió n a p ro p ó s ito de las obras de
E rasm o » [cfr. Io an n is G e n e s ii S ep u lved ae Opera cum edita tum inedita, 4 vo ls. ( M a d rid , 17 8 0 ),
I, pág. 4 6 8 ],
61 Cf'r. A. Pagden, Lords oí all the World: Ideologies of Empire in Spain, Britain and France (c. 1500 -
c. 1800) (N e w H a ve n -L o n d re s, 1 9 9 5 ), págs. 9 9 - 1 0 0 .

318
Hum anism o en España

más tarde, el erasmismo de un Arias Montano o de un Sánchez de las Brozas


sólo pudo vivir ya clandestino o condenado6^.
La impronta de Erasmo en la España del humanismo alcanzó, junto a la
esfera de la espiritualidad y de la política, el dominio también de la creación
literaria. Erasmo, para quien la literatura de imaginación careció de valor alguno,
no redactó jamás una obra que no tuviera intenciones morales o utilitarias, y
su ideario se recogió en diálogos, cartas, tratados y ensayos, géneros todos ellos
que aseguraban la verdadera literatura y permitían la expresión de ideas. La opo­
sición de Erasmo a la literatura de entretenimiento influyó así mismo en sus
discípulos españoles6
63. Recordando a Platón, Vives arremetió repetidas veces
2
contra la ficción literaria, especialmente contra las novelas de caballerías, por
su tendencia a falsificar la verdad y por el nocivo influjo que podían llegar a
ejercer entre sus ingenuos lectores. Particularmente expuestas a los peligros de
la literatura de ficción estaban, advirtió a menudo Vives, las mujeres, cuyos
maridos «permiten que sean más maliciosamente perversas con la lectura de
tales libros»64. Aceptados rápidamente por algunos de sus más adictos segui­
dores, los argumentos de Vives continuaron siendo moneda de uso corriente
entre los erasmistas españoles y sus postulados habrían de dictar buena parte
de la literatura escrita por los humanistas6S. Significativamente, incluso aque­
llos a los que jamás denominaríamos humanistas, y quienes mayor hostilidad
iban a profesar al programa de Erasmo, no pudieron dejar de evocar implícita­
mente tampoco las ideas literarias de Vives. No en vano, en fecha tan tardía
como 1666, el padre Benito Noydens declaraba todavía escribir con el propó­
sito de corregir las costumbres y «desterrar novelas y libros de cavallerías, lle­
nos de amores y estragos, y tan perjudiciales a las conciencias»66.

Desde los años finales del siglo xv la poesía humanística italiana, en particular
aquella redactada en latín, contó en España con una presencia importante.

62 B ataillon , Erasmo y España..., págs. 3 6 4 -4 3 1 .


63 B a taillon , Erasmo y España..., págs. 60 9—22.
64 Cf'r. V ive s, De institutione Christianae feminae, en V ives, Opera omnia, IV, pág. 88 , citad o en B.
W Ife, lectura y ficción en el Siglo de Oro: las razones de la picaresca (B arcelona, 1992), pág. 25.
65 V id . ]. F. A lcin a, « N o tas sobre la p ervivencia de Vives en España (s. x v t)» , en C h . Stro-
setzki ( e d .) , Juan luis Vives: sein Werk und seine Bedeutung íiirSpanien und Deutschíand (Frankfurt am M ain ,
1 9 9 5 ), págs. 2 1 3 - 2 8 , esp. 2 1 5 -1 6 .
66 B e n ito R e m ig io N o y d e n s, Historia moral del dios Momo, enseñanzas de príncipes y súbditos y livros
de cavallerías (M a d rid , 1 6 6 6 ). pág. 1.

319
Introducción al humanismo renacentista

Colecciones de poemas como las de Michele Verino fueron impresas en varias


ciudades españolas y pasaron pronto a formar parte de las lecturas prescri­
tas en la práctica escolar. En algunos casos la temática religiosa de algunas de
estas composiciones, com o los versos de Baptista Mantuanus cuyos Parthenice
septem y Liber fastorum conocieron no menos de seis ediciones españolas entre
1S20 y 1536, permitió la sustitución de los autores clásicos por textos de poe­
tas italianos y cristianos67. Otras veces, como en el caso de Angelo Poliziano,
el carácter propedéutico de su cuidada poesía latina constituyó razón suficiente
para equiparar en el uso escolar y universitario al humanista italiano con los
poetas latinos clásicos. Así, sus cuatro Silvae, recomendadas ya por Vives como
«textos útiles para la lección de poesía» (De tradendis disciplinis [1531], III, 8), se
convirtieron en materia de cursos en las universidades de Alcalá y Salamanca,
según se advierte por las ediciones de los poemas, aparecidas en aquélla en
1515 y en ésta en 1554 (y en reedición en 1596), acompañadas todas por
extensos comentarios68. Los dos volúmenes de anotaciones salmantinas, pre­
paradas por Francisco Sánchez de las Brozas, demuestran el carácter pedagó­
gico de las Silvae polizianescas, «attento —como reza la licencia de la segunda
edición—que éste es libro que se lee en las universidades»69. La poesía de Poli­
ziano ilustra bien, pues, el modo como los poetas humanísticos italianos fue­
ron objeto de docencia, lectura y comentario en Salamanca, Alcalá o Sevilla a
lo largo del siglo xvi70. Tal práctica no se limitó, con todo, a la académica expli­
cación de textos, sino que incidió directamente en la composición de poesía

67 J. M artín A b a d , La imprenta en Alcalá de Henares (1 5 0 2 —16 0 0 ) , 3 vols. (M a d rid , 1 9 9 1 ), III,


pág. 13 78 . U n a e d ic ió n de los Parthenice septem había aparecido en Sevilla ya en I 5 1 S al cu id a d o
de Pedro N ú ñ e z D e lg a d o , c o m o se lee en J. Pascual Barea, « A p r o x im a c ió n a la poesía del
R en a cim ie n to en S ev illa », Excerpta Philologica, 1, 2 ( 1 9 9 1 ), págs. 5 6 7 - 9 9 , esp. 5 7 3 - 7 4 .
68 l a ú n ica co p ia co n o c id a de la e d ic ió n co m p lu ten se de 15 15 , que se conserva en la
B ritish Library (12 1 3 1. 4 6 ) , co n tien e abundantes notas m anu scritas q ue parecen guardar
relació n c o n la estancia de A n to n io de N eb rija en A lcalá al final de su vida. D escrita en
D. E. R h o d e s, « A n u n reco gn ize d Spanish e d itio n o f P o lizia n o ’s Silvae», British Library Journal, 15
( 1 9 8 9 ), págs. 2 0 8 - 1 1 .
69 A n g e lo P o lizian o , Silvae. Nutricia, Rusticus, Manto, Ambra. Cum scholiis illustratum per Franciscum
Sanctium Brocensem (Salam anca, 1 5 9 6 ), fo l. lv.
70 Q u e la poesía de P o lizian o se leía en Sevilla parece pro b arlo la nota m an u scrita en el
v o lu m e n « d e D ie g o G ir ó n , en Sevilla, en el añ o de 15 70 , en la escuela de Ju a n de M al Lara»
(Didaci Gironis Hispali. an. 1570. sub Mal Larae disciplina) q u e se halla en la portad a d e un eje m p la r de
lo s Opera omnia de P o lizian o (Basilea, 15 5 3 ). V id . A. R am a jo , « N o ta s sobre la r ece p ció n del
P o lizian o latino en España: una m o n o d ia d el catedrático salm an tin o Blas L ó p e z » , Criticón, 55
( 1 9 9 2 ), págs. 4 1 - 5 2 , esp. 4 4 - 5 .

320
Hum anism o en España

original. Sin apartarnos del ámbito polizianesco, la Sylvn de laudibus poeseos («Silva
en alabanza de la poesía» [ 1525]) del catedrático de poesía de la Universidad
de Valencia Juan Angel González y la Oda a Juan Grial de Fray Luis de León son
sólo una pequeña muestra del influjo de la poesía humanística italiana sobre
la poesía del humanismo español. Redactada la primera a semejanza de la Nutri­
cia, una de las cuatro silvas polizianescas, e imitación, hacia 1571, de un epi­
grama latino de Poliziano (aprovechado también por Bernardo Tasso) la
segunda, ambos poemas dan fe de la asimilación de formas y contenidos pro­
cedentes de Italia71.
El ejemplo de Angelo Poliziano sirve así para poner de manifiesto la
variada influencia de la poesía humanística italiana sobre la mejor parte de
la poesía que se redactó, en latín o en romance, en España desde los primeros
años del Quinientos hasta después de 1600. En una u otra forma, los mode­
los y géneros humanísticos italianos, tanto neolatinos como vernáculos, cons­
tituyeron la raíz de la abundante poesía neolatina española pero contribuyeron
también a la creación de una lengua poética en castellano. Numerosos poetas
optaron por una u otra lengua o emplearon ambas con indiferencia. Aquellos
que se inclinaron por el castellano se habían formado en la imitación de los
autores clásicos latinos. En la escuela se habían ejercitado en la redacción de
poemas en latín y en la traducción de versos latinos al castellano, o habían
aprendido a traducir del romance al latín. La poesía en vernáculo importó ade­
más ciertas innovaciones introducidas por la poesía latina renacentista. La Tha-
licñristia [1522] de Alvar Góm ez de Ciudad Real, un poema épico en
hexámetros latinos escrito dentro de la misma tradición que el De partu Virginis
[1526] de Jacopo Sannazaro, determinó, por ejemplo, los inicios de la épica
culta castellana. En otros casos fue la traducción castellana de un autor clásico
latino la que ayudó a convertir al castellano en lengua de expresión poética.
Así lo entendió, por seguir con el ejemplo de la poesía épica, Gregorio Her­
nández de Velasco -traductor él mismo del De partu Virginis de Sannazaro-
cuando decidió traducir en 155 5 la Eneida en octavas reales, forma métrica
importada de Italia que llegó a convertirse en el metro característico de la épica
culta castellana, cuyo mejor exponente es La Araucana [1569] de Alonso de Erci-
11a. Fueran autores de poesía original o traductores, escribieran en latín o en

71 J. F. A lcin a, Juan Ángel González y la «Sylva de laudibus poeseos» (1 5 2 5 ) (Bellaterra, 1978) y


F. Lázaro, « Im ita c ió n co m p u e sta y d iseño retórico en la o d a a Ju a n G r ia l» , Anuario de estudios
filológicos, 2 ( 1 9 7 9 ), págs. 8 9 -1 19.

321
Introducción al hum anism o renacentista

castellano, los poetas españoles del Siglo de Oro accedieron, en definitiva,


a los modelos clásicos a través de la imitación de los poetas del humanismo
italiano72.
Cualquier consideración sobre el influjo de la lírica del humanismo ita­
liano en la poesía castellana del siglo xvi debe comenzar, no obstante, con Gar-
cilaso de la Vega. Antes que cualquier otro, Garcilaso adaptó formas métricas
de los poetas italianos: la octava real para su Egloga III y la lira para su Oda a la
flor de Gnido (la también llamada Canción V). Más allá de estrofas y metros, Gar­
cilaso tomó de la poesía italiana sobre todo temas e imágenes. Así, en los poe­
mas in vita e in morte de su amada Isabel Freire, redactados en su mayor parte
antes de 1533, Garcilaso cantó al amor predestinado, representado a la manera
petrarquista. La variada influencia de Petrarca en los sonetos de Garcilaso se
lim itó en algún caso a la mera apropiación de un verso de aquél, como en el
soneto 22 que termina con una cita de la Canzone 2 3 73. En su mayor parte Gar­
cilaso asimiló, sin embargo, imágenes procedentes de Petrarca. El último verso
de su cuarto soneto («desnudo espirito o hombre en carne y hueso») evoca,
por ejemplo, el petrarquista «o spirto ignudo od uom di carne et d ’ossa» de
las Rime sparse (37, vs. 120)74.
La estancia de Garcilaso en Nápoles en los años finales de su vida puso al
poeta castellano en contacto, por otra parte, con el mundo bucólico de Vir­
gilio y con el virgilianismo renacentista, en particular con L’Arcadia [1504] de
Jacopo Sannazaro75. En la Egloga I, estructurada a imagen de la octava égloga
de Virgilio, el mundo petrarquista se funde con la impronta virgiliana y los
ecos del Canzoniere se dejan oír ahora en un marco bucólico. Así, el primer
verso de la estrofa 18 («Corrientes aguas puras, cristalinas») recuerda clara­

72 J. F. A lc in a , «Entre latín y ro m a n ce: m o d e lo s n eolatinos en la creació n p oética


ca stella n a », en J. M . M aestre M aestre y J. Pascual Barea (e d s.), Humanismo y pervivencia del mundo
clásico, 2 vols. (C á d iz, 1 9 9 3 ), I, págs. 3 - 2 7 ; A . Prieto, La poesía española del siglo xvi, 2 vols.
(M a d rid , 1 9 8 4 ), I, págs. 1 7 6 -8 1 .
73 Garcilaso de la Vega, « d o n d e vi claro m i esperanza m uerta 7 y el go lp e, q ue en vos h izo
am o r en vano, / no n esservi passato oltra la go n a ( "n o haberos pasado m ás allá de la b ata")» .
V id . Garcilaso de la Vega. Poesías castellanas completas, ed. Elias L. Rivers (M ad rid , 1 9 8 6 ), pág. 58.
74 Para una tip o lo g ía de los préstam os petrarquistas en G arcilaso p u e d e consultarse
I. N avarrete, Orphans oí Pctrarch: poetiy and theory in the Spanish Renaissance (Berkeley-Los Á n ge le s-
L o n d re s, 1 9 9 4 ), págs. 9 0 - 1 1 1 . H ay e d ició n española (M ad rid , 1 9 97 ).
75 V id . M . J. Bayo, Virgilio y la pastoral española del Renacimiento ( 1 4 8 0 -1 53 0) (M a d rid , 1 9 5 9 ),
p ágs. 74—162; D. Fernández M o re ra , The Lyre and Oaten Flute: Garcilaso and the Pastoral (Lo n d res,
1 9 8 2 ), págs. 1 5 - 2 8 .

322
H um anism o en España

mente el principio de la Canzone 126 («Chiare, fresche, e dolci acque»). Con


todo, junto a Virgilio y a sus imitadores renacentistas, Garcilaso tomó su ins­
piración también de la poesía horaciana abriendo de este modo nuevos cami­
nos en las letras españolas. Valga com o ejemplo su Epístola a Boscán (1534),
epístola moral a propósito de la amistad inspirada en la Ética de Aristóteles,
que habría de tener entre sus más notables continuadores a Fray Luis León,
cuya poesía consideraremos más abajo76. Con sus poemas Garcilaso logró, en
suma, la adaptación del Petrarca italiano, de la égloga virgiliana y de la epís­
tola horaciana a la literatura vernácula. Mediado el siglo xvi, Garcilaso acabó
por consagrarse como el primer poeta culto de las letras castellanas. Su obra
pasó, tras la edición príncipe de 1543, a ser tema de lectura académica, al
igual que las Bucólicas de Virgilio o las Silvae de Poliziano, en la cátedra sal­
mantina de Sánchez de las Brozas, y su poesía acabó por devenir canónica,
siendo objeto de comentarios y eruditas discusiones en el último tercio del
siglo xvi, tal como antes lo habían sido sus patrones grecolatinos o cuatro­
centistas italianos77. Al mismo tiempo, Garcilaso contribuyó al florecimiento
del castellano como lengua de expresión poética a la altura del latín. Paradó­
jicam ente, la consolidación, después de 1550, de la poesía castellana en
metros, formas y géneros italianizantes coincidió, sin embargo, con la gran
eclosión de poesía neolatina y a partir de entonces la poesía del humanismo
español, fuera cual fuera su lengua de expresión, presentó siempre amplias
zonas de confluencia y dicha interferencia se acentuó a medida que avanzó
el siglo xvi78.
La poesía del fraile agustino Luis de León, por más que éste escribiera
pocos poemas en latín, supuso en este sentido el más claro ejem plo de
íntim a relación entre poesía neolatina y poesía vernácula en el siglo xvi.
Alum no en Alcalá del biblista Cipriano de la Huerga, Luis de León dedicó
gran parte de su vida a la docencia en Salamanca, al comentario de textos

76 La in flu e n cia horaciana en Garcilaso va m ás allá, c o n to d o , de la Epístola a Boscán, pues,


adem ás de im itar a H o r a c io en tres de sus odas latinas, aquél c o n sig u ió asim ilar c o n é x ito la
o d a horaciana al verso castellano en su Oda a la flor de Gnido.
77 A . G a lle g o M o re ll, Garcilaso de la Vega y sus comentaristas (M ad rid , 1 9 7 2 ), pág. 20. El
p ro p io B rócense p u b lic ó una e d ic ió n co m en tad a de la poesía garcilasiana en 1574. Seis años
d espu és aparecían en Sevilla las obras de G arcilaso im presas c o n co m e n tario s de Fernando de
H errera.
78 J. F. A lc in a , «Tendances et caractéristiques dans la p oésie h isp an o -latin e de la
R en a issa n ce» , en R e d o n d o ( e d .) , L’ Humanisme dans les lettres espagnoles..., págs. 133—49.

323
Introducción al hum anism o renacentista

bíblicos, y a la traducción de los Salmos y de algunos poetas clásicos com o


Virgilio y H oracio79. La formación filológica de Fray Luis, su conocimiento
de la poesía humanística italiana y sobre todo su actividad como traductor
determinaron los principales motivos de su poco extensa colección de poe­
sía. La obra de Fray Luis de León se hermanó así con las ideas y temas de
muchos poetas contemporáneos neolatinos, pero, a diferencia de éstos, Fray
Luis optó por el uso del vulgar. La elección del castellano com o lengua de
expresión, tanto para las versiones de poesía bíblica com o para su propia
poesía original, no aleja, sin embargo, en absoluto la obra de Fray Luis de
la producción poética de uno de sus compañeros de aulas en Alcalá, Benito
Arias M ontano, a quien hemos encontrado ya com o editor y comentarista
de libros bíblicos y tardío seguidor de Erasmo. Al igual que Fray Luis en
versos castellanos, Arias Montano también tradujo, en verso latino, los Sal­
mos de David (15 74). Com o Arias Montano tras los pasos de las versiones lati­
nas de M arco A ntonio Flam inio (Florencia, 1546), Fray Luis contó así
m ism o con un precedente de versiones castellanas de los Salmos en la per­
sona de Juan de Mal Lara80. Arias M ontano y Luis de León constituyeron
así dos caras de la misma moneda. A la hora de traducir los Salmos -« e l texto
más difícil y oscuro de todos los libros sagrados que se han vertido del
hebreo al griego y al latín», según le advertía a Arias Montano el tipógrafo
Cristóbal Plantino—81, ambos humanistas además recurrieron por igual a
formas métricas inspiradas por Horacio, tal com o había hecho ya antes el
italiano Flam inio. El influjo de Horacio no se lim itó, con todo, a la elec­
ción de versos horacianos para las versiones bíblicas de Luis de León y Arias
Montano, sino que incidió también en el contenido y estructura de su poe­
sía original. En el caso de Montano la mayor parte de su obra poética, desde
los Humanae salutis monumento [15 71] hasta los cuatro tomos de Hymna et sae-
cula [1593], fue escrita en metro horaciano. Fray Luis, por su parte, halló
en la lira de cuatro, cinco o seis versos una estrofa válida, tomada de Ber­
nardo Tasso y de Garcilaso de la Vega, para imitar la oda horaciana. Su hora-

79 E. A se n sio, « C ip r ia n o de la H u e rg a , M aestro de Fray Luis de L e ó n » , en Homenaje a Pedro


Sainz Rodríguez, 4 vols. (M a d rid , 19 86 ), III, págs. 5 7 - 7 2 ; A . B lecu a, «El e n to rn o p o é tic o d e Fray
L u is » , en V G a rcía de la C o n c h a ( e d .), Academia literaria renacentista, I: Fray Luis de León (Salam an ca,
1 9 8 1 ), págs. 7 7 - 9 9 .
80 B lecu a, « E l e n to rn o p o é tico de Fray L u is ...» , págs. 8 9 - 9 2 y 9 4 - 9 8 .
81 Davidis Regis ac Profetae aliorumque Sacrorum Vatum Psalmi, ex Hebraica veritate in Latinum carmen
Benedicto Aria Montano interprete (A m b eres, 15 7 4 ), pág. 3.

324
Hum anism o en España

cianismo, con todo, es manifiesto sobre todo en la adaptación de estructu­


ras y contenidos procedentes del poeta latino a una nueva estética cristiana
de marcado contenido neoplatónico. Basta así comparar los primeros ver­
sos de su poema XIX (A todos los santos):

¿Q u é santo o qué gloriosa


virtud, qué deidad que el cielo adm ira,
o h M usa poderosa
en la cristalina lira,
direm os entretanto que retira
el sol con presto vuelo
el rayo fu gitivo en este día,
que hace alarde el cielo
de su caballería?
¿Q u é nom bre entre estas breñas a porfía
repetirá sonando
la im agen de la v o z ...?

con el inicio de la oda I, 12 de Horacio:

¿A qué varón o héroe, C lío , pretendes celebrar con la lira o la aguda flauta?, ¿a
qué d ios?, ¿de quién será el n om b re que el eco ju gu etón hará resonar en las
som brías regiones del H e lic ó n ...? 82.

La familiaridad con los géneros humanísticos también facilitó el desa­


rrollo del drama y la prosa en castellano y latín a lo largo del siglo xvi. Al igual
que con la poesía, la práctica escolar y universitaria en Salamanca prescribió
la producción en las aulas de teatro latino, especialmente de comedias de corte
plautino y terenciano, de preceptiva representación, según se demuestra por
los estatutos universitarios de 1S 3883. El estudio de textos de Plauto y Teren-
cio se complementó en muchos casos con la lectura de comedias humanísti­
cas latinas procedentes de Italia, com o la Philodoxeos de León Battista Alberti,

82 V id . Fray Lu is de L eó n ; Poesía, ed. J. F. A lcin a (M a d rid , 1 9 9 4 ), págs. 3 3 - 3 4 . Sobre el


h o racia n ism o en la poesía neolatina esp añola véase A lc in a , «Tendances et ca ra cté ristiq u e s...» ,
págs. 1 3 8 -4 1 .
83 E. Esperabé de Arteaga, Historia de ia Universidad de Salamanca, 3 vols. (Salam an ca, 1 9 1 4 ),
I, pág. 20 3.

325
Introducción al hum anism o renacentista

publicada en Salamanca en 150 184. Ambos modelos, clásicos y humanísti­


cos, propiciaron en seguida la imitación de teatro clásico en traducciones,
pero sobre todo la producción original, en el ámbito universitario, de obras
dramáticas en latín, com o la Hispaniola [1 535] de Juan de Maldonado, o las
comedias Necromanticus, Lena y Suppositi del alcalaíno Juan Pérez (Petreyo), adap­
taciones estas tres últimas de sendas comedias de Lodovico Ariosto. Con todo,
la más brillante imitación de la comedia terenciana y humanística no se pro­
dujo en latín, toda vez que esta lengua impedía a la larga cualquier com uni­
cación con el público, tal como advirtió el discípulo de Nebrija y anónimo
autor de la Comedia de Calisto y Melibea (conocida después también con el título
de La Celestina). Redactada incompleta antes de 1496, la Comedia fue terminada
y superada por Fernando de Rojas, quien la publicó en Burgos en 1499. El
empleo de la prosa, de acuerdo con la práctica habitual entre los com edió­
grafos italianos, es una de las muchas deudas de la Comedia para con la come­
dia humanística, aunque el autor de la Comedia, que pocos años después
apareció remozada con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea, también tuvo
presente la obra latina e italiana de Petrarca85.
La aceptación de géneros humanísticos de raigambre clásica incidió tam­
bién en la evolución de la prosa castellana y latina a lo largo del Dieciséis. El
carácter pedagógico del humanismo permitió el desarrollo de formas litera­
rias como el diálogo y la carta. Géneros preferidos por los humanistas para la
difusión de sus ideas y especialmente caros a los erasmistas, diálogos y cartas
constituyeron el germen de una buena parte de la producción literaria del
humanismo español. Com o en el caso de la poesía, todos ellos fueron géne­
ros donde no cabe distinción alguna entre castellano y latín y entre los que se
produjo una notable confluencia. Para el diálogo, uno de los modelos clásicos
más fructíferos vino de la mano de Luciano de Samosata, traducido al latín por
Giovanni Aurispa y por otros humanistas italianos a lo largo del siglo xv. En
las primeras décadas de la siguiente centuria, Luciano circuló con éxito entre
los humanistas españoles a través de versiones al castellano o en ediciones lati-

84 V id . C . G ra yson , «La p rim a ed izio n e del Philodoxeos», Riñosamente, 5 ( 1 9 5 4 ), págs.


29 1—93; L. R u iz F id a lg o , La imprenta en Salamanca ( 1 5 0 1 -1 6 0 0 ) , 3 vols. (M a d rid , 1 9 9 4 ), I, págs.
1 7 7 -7 8 .
85 Para A lb erti y la Comedia, M . R. Lida M alk ie l, La originalidad artística de «La Celestina» (Buenos
A ires, 19 62 ), págs. 6 2 8 -3 0 . Para Petrarca y la Comedia, A . D. D e y e rm o n d , The Petrarchan Sources of
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326
H um anism o en España

ñas y sus huellas en la España del humanismo aparecieron también en una serie
de diálogos latinos o castellanos de escenografía y temática lucianescas, en deuda
además con Erasmo o con los humanistas italianos86. Tal fue el caso de El Cro-
talón (c. 1553) o de los mencionados ya más arriba Somnium de Juan de Maído-
nado y Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés. Con todo, el uso del
diálogo para la introducción de relatos breves no fue patrimonio exclusivo de
los escritos de Luciano ni tampoco la difusión de los textos lucianescos (y
de Apuleyo y Erasmo con ellos) se redujo sólo al terreno del diálogo. Otras for­
mas literarias heredadas de Luciano, de Apuleyo y de sus epígonos italianos,
como la ficción autobiográfica y la narración en episodios de corte lucianesco
o el relato de transformaciones a la manera del Asno de oro, contribuyeron al inte­
rés por los modelos de Luciano y Apuleyo e indirectamente de aquellos huma­
nistas italianos que más debían a las obras de ambos autores clásicos.
De entre todos los autores latinos del Cuatrocientos italiano quien más
cerca estuvo del patrón de Luciano y Apuleyo fue sin duda León Battista
Alberti. Su Momus, sive de principe («M om o, o del príncipe», c. 1442) es un tra­
tado para la educación del perfecto príncipe escrito a la manera de una sátira
alegórica lucianesca donde además se describen jocosamente las andanzas del
dios M om o entre los hombres. Un siglo después de la redacción del original
latino, Agustín de Almazán publicó en Alcalá una traducción castellana de la
obra con el título de La moral y muy graciosa historia del Momo [1553], En el pró­
logo a su versión Almazán insistió en las deudas albertianas hacia Luciano, de
cuya obra, según el traductor, Alberti «tom ó algo de la materia»87. Com o
tantas otras veces, la imitación de autores clásicos y humanísticos no se limitó,
sin embargo, al mero interés de poner en castellano obras latinas y griegas,
sino que influyó sobre la creación literaria autóctona, en particular sobre la
novela de picaros. Reimpresa en 1598, la versión de Almazán había de acer­
car así la novela de Alberti al género del relato picaresco. A escasos años de la
segunda edición del Momo castellano, Mateo Alemán y Francisco López de
Ubeda publicaron respectivamente Guzmón de Alfarache [1599] y el Libro déla

86 V id . A . V ives C o ll, Luciano de Samosata en España: 1500-1700 (V alladolid y La Lagu n a, 1959),


y, sobre to d o , M . O . Z ap p ala, Lucían of Samosata in the Two Hesperias: an Essay in Literary and Cultural
Translations (P o to m ac, 1 9 9 0 ), págs. 1 4 4 -6 5 .
87 León Battista A lb e rti, La moral y muy graciosa historia del Momo (A lcalá, 1 5 5 3 ), fo l. 4r. Sobre
la trad u cció n de A gu stín de A lm a zá n , M . D a m o n te , «T estim onianze della fo rtu na d i L. B. A l­
berti in Spagna: una tradu zione cin q u ecen tesca d el Momus in a m b ien te erasm ista», Atti
dell'Accademia Ligure di scienze e lettere, 31 ( 1 9 7 4 ), págs. 2 5 7 -8 3 .

327
Introducción al hum anism o renacentista

picara Justina [1605], obras en las que la influencia de la novela latina de Alberti
es señalada, velada o explícitamente, por sus propios autores. Así el héroe de
la novela de Alemán coincide con el M om o albertiano, por ejemplo, en con­
siderar a la picaresca como el mejor modo de vida posible, mientras que, por
su parte, el autor de la Pícara Justina reconoce al Momus como una de las fuen­
tes para su novela, al tiempo que afilia su relato a una determinada tradición
literaria:

Y así, no hay enredo en Celestina, chistes en Momo, simplezas en Lázaro, ele­


gancias en Guevara, chistes en Eufrosina, enredos en Patrañuelo, cuentos en
Asno de Oro, y, generalmente, no hay cosa buena en romancero, comedia, ni
poeta español, cuya nata aquí no tenga y cuya quinta esencia no saque88.

El influjo del Momo sobre el género picaresco venía, no obstante, de lejos,


y el anónim o autor del Lazarillo de Tormes [c. 155 3] también tuvo en cuenta,
además de a Apuleyo y a Luciano, a Alberti en la descripción de algunos per­
sonajes o en la elección de estructuras y motivos para su novela89. Aun así,
los modelos de Apuleyo y, en menor medida, las influencias lucianescas y
albertianas, no eran suficientes para conferir al Lazarillo la verosimilitud que
los preceptistas querían. Para ello el autor de la novela recurrió a otro género
típicamente humanístico, el de la carta literaria o «mensajera», según deno­
minación de la época. De contenido familiar y ligero, de acuerdo con la pre­
ceptiva ciceroniana (Familiares II, 4, 1), la epístola humanística había arraigado
años antes en la Península, a partir de las famosísimas Lettere de Pietro Aretino
[1538], con las Epístolas familiares [1539-1542] de Fray Antonio de Guevara.
En su colección de «epístolas que algunas veces he escrito a parientes y a ami­
gos», Guevara abordó los más diversos temas a medio camino entre el ensayo

88 V id . respectivam ente, E. C ro s, Protéc ct le Gueux. recherches sur les origines et la nature du récit
picaresque dans «Guzmán de Alfnroche» (París, 1 9 6 7 ), págs. 2 3 8 - 3 9 , y, para la segu n da cita, A . Co~
ro le u , «El Momo de León Battista A lb erti: una c o n trib u c ió n al estud io de la fo rtu na de L u cian o
en E sp añ a», Cuadernos de Filología Clásica (Estudios latin o s), n. s. 7 ( 1 9 9 4 ), p ágs. 1 7 7 - 8 3 , esp.
181, n. 16.
89 V id . D. P u ccin i, «La struttura del Lazarillo de Tormes», A nnali della Faccoltá di Lettere e
M agistero deH’U niversitá di C agliari, 23 (1 9 7 0 ), págs. 6 5 -1 0 3 , esp. 99 , n. 86; y la in trod ucció n
de F. R ico a su ed ición del Lazarillo de Tormes (M ad rid, 1992), pág. ivii. Para la relación entre
A p u leyo , el Lazarillo y sus continu ad ores, J. G il, « A p u ley o en la Sevilla renacentista», Hobis, 23
( 1 9 9 2 ), págs. 2 9 7 -3 0 6 , y A. V ilanova, « U n ep iso d io del Lazarillo y el Asno de oro de A p u le y o » ,
1616, Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, 1 ( 1 9 7 8 ), págs. 189—97.

328
Humanismo en España

y la pura ficción literaria90. Fue éste precisamente el género que permitió al


autor del Lazarillo novelar las andanzas del picaro en forma de fingida anéc­
dota autobiográfica narrada en primera persona y dirigida a un anónim o
«Vuestra Merced»91.
No deberían acabar estas páginas sin una alusión a la más compleja adap­
tación en prosa castellana de un género clásico a través de los logros y aporta­
ciones del humanismo italiano: Los trabajos de Persiles y Sigismundo [Madrid, 1617]
de Miguel de Cervantes. Com o muchas de las obras aludidas más arriba, el Per-
siles también combinó por igual la imitación de un modelo literario de la Anti­
güedad grecolatina con los postulados teóricos y las prácticas de los
humanistas. El patrón clásico lo ofreció esta vez la Historia etiópica de Heliodoro,
novela bizantina de muy larga extensión descubierta en 1526, editada poco
más tarde por vez primera y traducida del griego a varias lenguas vernáculas
antes de 1550. Al éxito de la Historia etiópica, que apareció también en versión
castellana de Fernando de Mena en Alcalá en 1587, contribuyó, amén de su
sustancia filosófica y respeto de la moral, su singular técnica compositiva. El
complejo argumento de la Historia etiópica, su inicio in medias res y la introduc­
ción de relatos internos dentro de la propia narración convirtieron de este
modo a la novela de Heliodoro en óptima respuesta, revestida de auctoritas clá­
sica, a las novelas de caballerías. Para muchos traductores y comentaristas aris­
totélicos italianos (Torquato Tasso y Lodovico Castelvetro, entre ellos) la Historia
etiópica cumplía además con el principio de verosimilitud defendido por Aris­
tóteles en el noveno capítulo de su recién descubierta Poética. Influido por las
teorías de Castelvetro y Tasso, en su Philosophía antigua poética [Madrid, 1596],
Alonso López Pinciano señaló también la validez de la Historia etiópica en cuanto
alternativa a los libros de caballerías. Con todo, el verdadero valor de la novela
de Heliodoro radicaba, a juicio de López Pinciano, en su fiel respeto a otro
importante principio de la Poética que hacía de lo maravilloso elemento con­
sustancial a la épica y a la tragedia92. Para El Pinciano la Historia etiópica consti­

90 Libro primero de las Epístolas familiares de Fray A n to n io de Gu evara, ed. J. M . C o ssío , 2 vois.
(M a d rid , 1 9 5 0 ), I, pág. 3. Sobre el e p istolario de Gu evara, A . R allo , Fray Antonio de Guevara en su
contexto renacentista (M a d rid , 1 9 78 ), págs, 24 5—68.
91 Sobre las deudas del Lazarillo co n la carta h u m an ística han escrito G ó m e z M o re n o ,
España y la Italia de los humanistas..,, págs. 1 8 6 -9 0 y, sobre to d o , F. R ico en la in tro d u cció n a su
e d ic ió n del Lazarillo citada en la nota 89.
92 A lo n so Ló p ez P in c ia n o , Philosophía antigua poética, e d . A. C arb a llo P icazo, 3 vols. (M a ­
d rid , 1 9 5 3 ), III, pág. 167.

329
Introducción al hum anism o renacentista

tuía así el perfecto ejemplo de poema épico en prosa y en él cabía introducir


elementos inexplicables que, en palabras de Aristóteles, «son parte constitu­
tiva de lo maravilloso» (Poética, 1460a 12). En el modelo de López Pinciano y
en la preceptiva aristotélica tuvo, pues, que pensar Cervantes cuando calificó
al Persiles como «libro que se atreve a competir con Heliodoro»93.

93 M ig u e l de C ervantes, Novelas ejemplares [M a d rid , 1 6 1 3 ], p ró lo g o al lector. Sobre C e r ­


vantes y la preceptiva aristotélica véanse A . K. F o rcio n e, Cervantes, Aristotle, and the Persiles (P rin -
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El doctrinal (A k al, M a d rid , 19 93 .)
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A naxágoras
Fragmentos, A g u ila r (M a d rid , 1 9 6 2 .) Y otros textos en los filósofos presocráticos, B C G 12, 2 4 y 28
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A po lo n io de Rodas
Aigonáutica, B C G 227 (M a d rid , 19 96 .)
A puleyo
El asno de oro, B C G 9 (M a d rid , 19 78 .)
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A rato
Fenómenos, B C G 178 (M a d rid , 19 93 .)
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345
Introducción al humanismo renacentista

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Epitome de generatione et corruptione, C S IC (M a d rid , 1983.)
Commentaria Averroes in Galenum, C S IC (M a d rid , 19 84 .)
Epitome tle anima, C S IC (M a d rid , 1985.)
Epitome de física, C S IC (M a d rid , 1 9 86 .)
Exposición de la República de Platón, Tecnos (M a d rid , 1987.)
Bacon , F.
Ensayos, O r b is (B arcelona. 19 85 .)
La gran restauración. A lian za Ed itorial (M a d rid , 1985.)
Novum organum, O r b is (B arcelona, 1985.)
Avance del saber, A lian za Ed itorial (M ad rid , 19 88 .)
Lo nueva Atíántida, G r ija lb o (B arcelona, 1988.)
B embo , P.
Los asoianos, B o sch (B arcelo n a, 1 9 9 0 .)
Bo cc a cc io .
Genealogía de los dioses paganos, Editora N a c io n a l (M ad rid , 1983.)
La Fiametta, Planeta (M ad rid , 1989.)
Vida de Dante, A lian za Editorial (M a d rid , 19 9 3 .)
Decamerón, Cátedra (M a d rid , 19 94 .)
B od in , J.
Los seis libros de la república, C en tro de Estudios C on stitu cio n a les [en adelante C E C ] (M ad rid ,
19 90 .)
Boecio , J.
La consolación de la filosofía, A gu ila r (M a d rid . 1970.)
C alpurnio
Bucólicas en Poesía latina pastoril, B C G 76 (M a d rid , 1984.)
C alvin O, J.
Institución de la religión cristiana, V osgos (B arcelo n a, 19 8 2 .)
C ardano , G .
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C artagena, A . de
Libros de Tulio, De senectute, De los oficios. U n iv ersid a d (A lcalá, 19 96 .)
C astiglione , B.
Ei Cortesano, Cátedra (M ad rid , 19 95 .)
C atulo
Poemas, B C G 188 (M ad rid , 1 9 93 .)
C ebes
Tabla de Cebes, B C G 207 (M ad rid , 1996.)
C eltis, C.
Liber chronicarum, V icen t G arcía (Valencia, 19 94 .)
C ennini , C.
El libro del arte, Akal (M ad rid , 1988.)
C icerón , M . T.
Sobre la República, B C G 72 (M a d rid , 1 9 84 .) Los Discursos están en curso de p u b lic a c ió n en la
B C G 101, 139, 140, 152, 1 9 5 ...
Sobre la naturaleza de los dioses, U N A M (M é x ico , 1986.)
C laudiano
Obras, B C G 180 (M ad rid , 1 9 93 .)

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C om enius , J. A.
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C risóstomo , J.
Obras, B iblioteca de A utores C ristia n os [en adelante B A C ] (M a d rid , 1955—1956.)
D ante A liühieri
Obras completas, B A C (M a d rid , 19 80 .)
D ecembrio , R C.
Libro de los animales, E ncuentro E d icio n es (M ad rid , 1985.)
D emócrito
Fragmentos, A lian za Ed itorial (M a d rid , 19 88 .)
D emóstenes
Discursos, B C G 35 y 5 4 , 65 , 8 6 , 87 (M a d rid , 1993.)
D escartes, R.
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Tratado del hombre, A lian za E d itorial (M a d rid , 1990.)
El mundo, Alianza Ediorial (M adrid, 1991.)
Meditaciones metafísicas, A lfaguara (M ad rid , 1993.)
Principios de La filosofía, A lian za Ed itorial (M ad rid , 1995.)
D ióüenes Laercio
Vida de los más ilustres filósofos, O r b is (B arcelona, 1985.)
D ionisio A reopagíta
Obras completas, B A C (M ad rid , 19 84 .)
D ioscórides
Materia médica, E d icio n es d e A rte y B ib lio filia (M ad rid , 1984.)
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Obras, Tecnos (M a d rid , 19 91 .)
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Obras escogidas, A g u ila r (M a d rid , 19 6 4 2.)
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Esopo
Fábulas, B C G 6 (M ad rid , 1978.)
Esquilo
Tragedias, B C G 97 (M a d rid , 19 93 .)
Estacio
Silvas, B C G 202 (M a d rid , 1995.)
Euclides
Elementos, B C G 155, 191 y 229 (M ad rid , 1 9 9 1 -1 9 9 4 -1 9 9 6 .)
Introducción al hum anism o renacentista

Eurípides
Tragedias, B C G 4 , 11, 22 (M a d rid , 1 9 9 0 -1 9 8 5 .)
Eusebio
Historia eclesiástica, B A C (M a d rid , 1 9 73 .)
Vida de Constantino, B C G 190 (M a d rid , 1994.)
F icin o , M .
De amore, Tecnos (M a d rid , 19 86 .)
Sobre el furor divino, A n th ro p o s (B arcelona, 1993.)
Filóstrato
Vida de Apoionio de Tiana, B C G 55 (M a d rid , 1992.)
Imágenes (M a d rid , B C G 2 1 7 , 19 96 .)
Frontino
De aquaeductis urbis Romae, C S IC (M a d rid , 19 85 .)
G alileo G alilei
El ensayador, A g u ila r (Buenos A ires, 1 9 81 .)
El mensajero y el mensajero sideral, A lian za E d itorial (M ad rid , 1990.)
Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano, A lian za Editorial (M ad rid ,
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G aurico , P o m p o n io
Sobre la escultura, A kal (M ad rid , 1989.)
G eoffrey de M on m ou th
Historia de los reyes de Britania, Siruela (M a d rid , 1994*.)
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G onzález , Ju a n Á n ge l
Silva de laudibus poeseos, U n iv ersid a d A u tó n o m a de Barcelona (Bellaterra, 19 78 .)
G orgias
Fragmentos, O r b is , Barcelona, 1985 y en Los filósofos presocráticos, B C G 12, 2 4 , 28 (M a d rid , 19 80 .)
G rotius , H .
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G uicciardini , F.
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H ermógenes
Ejercicios de retórica, B C G 158 (M a d rid , 19 91 .)
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H erodoto
Historia, B C G 3 , 21 , 39 , 8 2 , 130 (M a d rid , 1 9 7 8 -1 9 8 9 .)
H esíodo
Teogonia. Trabajos y Días. Escudo. Fragmentos. Certamen, B C G 13 (M a d rid , 19 90 .)
H obbes, T.
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H omero
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H oracio
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Etimologías, B A C (M ad rid , 1 9 9 3 z.)
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Discursos, B C G 2 3 - 2 9 (M ad rid , 1 9 7 9 -1 9 8 0 .)
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Farsalia. B C G 71 (M ad rid , 1 9 84 .)
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Historia de Florencia, A lfaguara (M a d rid , 1979.)


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Repetición sexta sobre las medidas, U n iv ersid ad (Salam anca, 1981.)
Vocabulario de romance en latín, Castalia (M ad rid , 1981.)
Vocabulario español latino, Real A cad em ia Española (M a d rid , 19 89 .)
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N icolás de C usa
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Contra Celso, B A C (M a d rid , 1996.)
O rosio
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Paladio
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Persio
Sátiras, B C G 156 (M ad rid , 1991.)
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Cancionero, Cátedra (M ad rid , 1989.)
Obras I - Prosa, A lfaguara (M ad rid , 1978.)
P etronio
Sdtiricón, B C G 10 (M ad rid , 1988.)
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Conclusiones mágicas y cabalísticas, O b e lisc o (B arcelona, 1996.)
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Plauto
Comedios, B C G 170, 218 (M a d rid , 1 9 9 2 -1 9 9 6 .)
Pu n ió el viejo
Historio natural I, B C G 206 (M a d rid , 1995.)
Plutarco
Obras morales, B C G 7 8 , 9 8 , 103, 109, 132, 2 1 3 , 2 1 4 , 219 (M ad rid , 1 9 8 6 -1 9 9 7 .)
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POLIBIO
Historia, B C G 3 8 , 43 (M a d rid , 19 90 .)
POLJZ1ANO
Estancias. Orleo y otros escritos, Cátedra (M a d rid , 1984.)
Propercio
Elegías, B C G 131 (M ad rid , 19 89 .)
Ptolomeo
La hipótesis de los planetas, A lian za Editorial (M ad rid , 1987.)
Tetrabiblos, Barath (M a d rid , 1987.)
R abelais, F.
Gargantúa, A lian za Ed itorial (M a d rid , 1992.)
R ipa, C.
Iconología, Akal (M ad rid , 19 87 .)
Salustio
Guerra de Yuguna. Conjuración de Caíilina, A lianza Ed itorial (M a d rid , 1994.)
SÁNCHEZ DE LAS BROZAS, R
Enchiridion, D ip u ta c ió n Provincial (B adajoz, 19 93 .)
Minerva, Cátedra (M a d rid , 19 76 .)
Obras I (Cáceres, 1984.)
Sannazaro , J.
Arcadia, C áted ra (M ad rid , 19 82 .)
Séneca , L. A.
Tragedias, B C G 2 6 , 27 (M a d rid , 19 81 .)
Epístolas morales a Lucilio, B C G 92 (M ad rid , 129; 1979—19 86 .)
Sepulveda, J. G. de
Democrates primus, C E C (M ad rid , 1969.)
Democrates secundus, C S IC (M ad rid , 1984.)
Obras completas I - I I I , A yu nta m ien to (P o zo b lan co, 1997.)
Sexto Empírico
Bosquejos pirrónicos, B C G 179 (M a d rid , 1993.)
Contra Jos profesores, B C G 239 (M a d rid , 19 97 .)
S uetonio
Vida de los doce cesares, B C G 167, 168 (M ad rid , 1992.)
T ácito
Anales, B C G 19, 30 (M ad rid , 1979.)
Agrícola. Gemianía. Diálogo sóbrelos oradores, B C G 36 (M ad rid , 1980.)
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Introducción al hum anism o renacentista

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Comedias, C S IC (M ad rid , 19 80 .)
T omás de A q uin o
Compendio de Teología, O rb is (Barcelo na, 19 85 .)
Suma contra gentiles. B A C (M ad rid , 19 67 .)
Suma teológica, B A C (M ad rid , 1 9 6 0 -1 9 9 3 .)
Valdés, A . de
Diálogo de Mercurio y Carón, C astalia (M a d rid , 19 9 3 .)
Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, Cátedra (M ad rid , 1992.)
V aldés, ] ., de
Obras completas, Turner (B iblio teca Castro) (M a d rid , 19 96 .)
V alerio Flaco
Argonáutica, A kal (M ad rid , 19 96 .)
V alerio M áxim o
Nueve libros de hechos y dichos memorables, A kal (M a d rid , 19 96 .)
Vasari, G .
Vidas de artistas ilustres, Iberia (B arcelona, 1957.)
V irgilio
Geórgicas. Bucólicas. Apéndice Virgiliano, B C G 141 (M a d rid , 1990.)
Eneida, B C G 166 (M a d rid , 1992.)
V itruvio
Los diez libros de arquitectura, A lian za E d itorial (M a d rid , 1995.)
V ives, J. L.
Las disciplinas, A yu nta m ien to (Valencia, 1 9 92 .)
Obras completas, A gu ila r (M ad rid , 1992.)

352
índice onomástico*

Académica, 207 7, 9 , 83 , 2 1 2 , 2 1 4 , 2 1 6 - 2 1 7 , 28 0,
A los jóvenes sobre la utilidad de la literatura griega, 62 2 8 2 - 2 8 4 , 3 2 5 , 3 2 7 -3 2 8
A los muchachos cristianos, 308 A lb e rto M a g n o , San ( d o m in ic o alem án ,
ANicodes, 172 filó so fo y teó lo go ; c. 1 2 0 0 -8 0 ), 194
A b e lard o , Pedro (te ó lo g o y filó s o fo francés; A lciato , A n drea (h u m an ista y jurista m ilan és;
1 0 7 9 -1 1 4 2 ) , 75 1 4 9 2 -1 5 5 0 ) , 2 3 9 , 311
A c c ia iu o li, D o n a to (h u m an ista flo re n tin o , A lcib íad es (general y estadista g r ie g o , a m ig o
co m en tarista aristotélico; 1 4 2 9 -7 8 ) , 296 de Sócrates; c. 4 5 0 - 4 0 4 a .C .) , 6 3 , 138,
Ad Atticum, 3 4 , 6 0 , 69 203
Ad familiares, 3 4 , 5 1 , 5 5 , 9 8 , 1 06 A lc u in o (estudioso in glés a. en el Sacro
AdHerennium, 57 , 68 , 106, 116—1 17, 1 19, 126 Im p e rio R o m a n o G e rm á n ic o ; c.
Adagios, 64 , 124, 240 7 3 5 - 8 0 4 ) , 2 2 , 139 '
Addyter, H e n r y (estudiante in glés de C h rist’s A lejan d ro de A frod isias (filó so fo g rie g o ,
C o lle g e , C a m b rid g e ; a. 1 5 8 8 -9 3 ) , 129 co m en tarista de A ristóteles; a. a p rin cip io s
Adnotaíiones in Novum Testamentum, 14 2, 30 6 d el s. m d .C .) , 1 9 2 -1 9 4 , 2 0 3 , 3 0 9 , 3 1 8 ,
A d ria n o (em p erado r rom an o; 76—13 8 ), 16, 33 4
32 , 155 A lejan d ro M a g n o (gen eral y rey m ace d o n io ;
A d ria n o V I (A d ria n o D edal; papa holandés; 3 5 6 -3 2 3 a .C .) , 41
1 4 5 9 -1 5 2 3 ) , 155 A le m á n , M ate o (novelista español;
Adversus mathematicos, 20 7—208 1 5 4 7 -1 6 1 5 ) , 327
Aenigmata iuris civilis, 300 A le xan d re de V ille d ie u (gram ático francés;
A fto n io (retórico g r ie g o ; s. m d .C ) , 116, 1 1 6 0 / 7 0 -1 2 4 0 / 5 0 ) , 9 8 , 299
127, 345 A lfo n s o de T oledo (converso e sp añ ol,
A g ríc o la (estadista r o m a n o , go b ern ad o r de estu d io so d e la Biblia; a. 15 1 4 -1 7 ) , 146
Britania; 4 0 - 9 3 ) , 50 , 1 2 0 -1 2 7 , 129, 3 4 5 , A lfo n s o de Z am o ra (converso esp añ ol,
352 estud io so de la Biblia; a. 1 4 7 4 -1 5 4 4 ) ,
A g r ic o la , G e o rg iu s (m etalú rgico alem án; 146
1 4 9 4 - 1 5 5 5 ) , 256 A lfo n so V y I, el M a g n á n im o (rey de la
A g r íc o la , R o d o lfo (h u m an ista frisón; C o ro n a de A ra gó n y de N áp o les;
1 4 4 4 -8 5 ) , 1 2 0 -1 2 1 , 127 1 3 9 5 -1 4 5 8 ) , 17, 4 6 , 8 0 , 96 , 119, 22 4,
A g u s tín , A n to n io (an ticu ario español; 2 9 7 , 3 1 6 - 3 1 7 , 342
1 5 1 7 - 8 6 ) , 18, 3 0 9 , 3 1 1 -3 1 2 A lm a zá n , A gu stín de (traductor de A lb erti al
A g u s tín , San (autor p atrístico latin o , o b isp o castellano; a. en la segu n da m itad del siglo
d e H ip o n a ; 3 5 4 - 4 3 0 ) , 74 , 8 3 , 144, 152, x v i) , 327
17 6, 18 1, 186 Ambra, 320
A lb e rti, Leó n Battista (h u m a n ista , teó rico del A m b r o g io , Teseo (estudioso del siríaco n. en
arte y a rq u itecto n. en G é n o va ; 1 4 0 4 -7 2 ), Pavía; 1 4 6 9 -c . 1 5 4 0 ), 148

* En este ín d ice , las obras de un autor aparecen bajo sus títulos respectivos y n o b ajo el
n o m b re de su autor.

353
Introducción al hum anism o renacentista

A m b r o sio , San (au to r patrístico latino , Ar ias M ontano, Benito (estudioso de la Biblia
o b isp o de M ilá n ; c . 3 3 9 —9 7 ) , 54 español; 1 5 2 7 -9 8 ), 1 5 7 ,3 0 9 ,3 1 3 - 3 1 4 ,3 2 4
Aneto, 2 9 1 -2 9 2 A rio sto , L o d o v ico (poeta y autor d ra m ático
A m ia n o M a rc e lin o (h isto ria d o r ro m a n o ; s. iv ferrares; 1 4 7 4 -1 5 3 3 ) , 326
d .C ) , 68 A ristóteles (filó so fo g r ie g o ; 3 8 4 -3 2 2 a .C ) ,
Aminta, 291 2 3 - 2 4 , 56 , 5 9 , 9 1 . 11 6-1 17, 1 1 9 -1 2 2 ,
A nacarsis (p rín cip e y sab io escita; s. vi a .C .) , 1 2 5 -1 2 6 , 159, 161, 166, 1 6 9 -1 7 0 , 172,
165 176, 189, 1 9 1 -1 9 3 , 1 9 5 -2 0 0 , 2 0 2 - 2 0 3 ,
A n axágo ras (filó s o fo preso crático grie g o ; 251, 253, 259, 278, 296, 3 0 9 -3 1 1 , 323,
c. 5 0 0 - c . 4 2 8 a .C .) , 16 0, 345 3 2 9 - 3 3 0 , 33 4
Andria, 5 4 , 58 A rq uías (poeta g rie g o a. en R om a ;
A n g é lic o , Fra G io v a n n i da Fiesoie ( d o m in ic o s. n—i a .C .) , 4 1 - 4 2 , 49
y p in to r flo re n tin o ; a. 1 4 1 8 -5 5 ) , 220 A rria y Peto (m a trim o n io ro m a n o de
A n íb al (general cartaginés; 2 4 7 -1 8 3 / 8 2 a .C ) creencias estoicas; *(• 42 d .C ) , 235
Animadversiones in decimum librum Díogenes Laertii, Ars poética, 220
206 A rs o c h i, Francesco (poeta sienes;
Annotationes (E rasm o ), 149, 151 n. a m ed ia d o s del s. x v ), 290
Annotationcs contra Erasmum Roterodanium in A sc o n io Pediano (com en tarista ro m a n o de
defensioncm translationis Novi Testamenti, 3 0 7 , 318 C ic e ró n ; 9 a .C —76 d .C .) , 6 9 , 1 18
Antapologia pro Alberto Pió in Erasmum, 3 18 Astrophil and Stella, 132
A n te n o r (m ític o tro ya n o ), 26 A tan asio , San (autor patrístico g r ie g o ,
Antidotum in Facium, 49 patriarca de A lejan d ría; c. 29 6—3 7 3 ) , 139
A p eles (p in to r g r ie g o ; s. iv a .C .) , 230 A te n o d o ro (filó so fo e stoico g rie g o ;
Aphrica sive de bello púnico, 3 3 , 3 4 , 278 sig lo i a .C .) , 160
A p o lo (d ios g r ie g o de la m ú s ic a , la p rofecía Á tic o (caballero ro m a n o ; 109—32 a .C .) , 34 ,
y la m e d ic in a ) , 2 1 3 , 2 7 2 , 277 5 1 , 132
Apologéticas, 11 2, 141—142 A tu m a n o , S im ó n (traductor b iz a n tin o ,
Apología (N e b rija ), 1 4 7 , 30 5—307 arzo b isp o de Tebas; j* 1 3 8 3 / 8 7 ), 38
Apología respondens ad ea quae Iacobus Lopis Stunica A u g u sto (O ctav io ; e m p erad o r r o m a n o ; 63
taxaverat in prima duntaxat Novi Testamenti a .C - 1 4 d .C .) , 51
aeditione, 153 A u risp a, G io v a n n i (h u m an ista sicilia n o ;
A p o lo n io de R od as (p oeta y e ru d ito grie g o ; 1 3 7 6 -1 4 5 9 ) , 3 0 4 , 32 6
s. ni a .C .) , 345 A u so n io (poeta latin o ; c. 3 1 0 - c . 3 9 3 ) , 3 0 3 ,
A p o lo n io M o lo n (retórico g r ie g o ; siglo i 346
a .C ) , 160 A verroes (íb n R ush d; filó s o fo árabe,
A p u le y o (escritor ro m a n o ; n . c. 123 d .C ) , co m entarista aristotélico 1 1 2 6 - 9 8 ) , 192,
2 9 1 ,3 2 7 - 3 2 8 ,3 4 5 199, 346
A q u ile s (le g e n d a rio héroe g r ie g o ) , 41
A rato (poeta g r ie g o q ue trató de astronom ía; B aco (dios ro m a n o d el v in o ) , 2 15
c. 3 1 5 -2 4 0 / 2 3 9 a .C .) , 70 , 345 B a co n , Francis (c ie n tífic o , filó so fo y ensayista
Arcadia (Sannazaro ), 2 9 0 , 322 in glés ( 1 5 6 1 -1 6 2 6 ) , 246
Arcadia (Sidney) 1 3 3 -1 3 4 Bade, Josse (Jo d o cu s Badius A scensius;
Arcadian Rhctorike, 133 filó lo g o , tip ó g ra fo y editor fla m e n co ;
A re tin o , G io v an n i (escriba flo ren tin o c. 1 4 6 1 -1 5 3 5 ) , 300
n. en A rezzo ; c. 1 3 9 0 -c . 1 4 50 ), 78 B a g o lin i, G iro la m o (filó so fo aristotélico
A re tin o , Pietro (escritor italiano n. en veronés, traductor de co m e n tario s grie g o s;
A rezzo ; 1 4 9 2 -1 5 5 6 ) , 2 2 0 , 328 a. en la p rim era m itad d el s. x vi), 203
A rg ir ó p u lo , Ju a n (filó so fo b izan tin o Banquete, 2 0 1 -2 0 2
expatriad o; c . 1 4 1 5 -8 7 ) , 176, 1 9 1 ,3 1 0 Bárbaro, D an iele (c lé rig o y h um an ista
Argonautica, 55 , 63 ven ecian o ; 1 5 1 4 -7 0 ) , 2 23

354
índice onomástico

B arbara, E rm o lao (hum anista veneciano; B io n d o , Flavio (hum an ista e h istoriad or


1 4 5 4 -9 3 ), 64 , 8 5 , 1 9 1 -1 9 3 , 196, 3 0 0 , italiano n . en Forli; 1392—1 4 6 3 ), 16,
3 0 8 , 3 1 0 , 333 4 7 - 4 8 , 6 6 - 7 0 , 72 , 2 1 5 , 2 6 6 , 2 7 9 ,
Bárbaro, Francesco (hum anista veneciano ; 2 8 2 - 2 8 3 , 2 9 7 , 337
1 3 9 0 -1 4 5 4 ) , 51 B isticci, Vespasiano da (librero flo re n tin o ;
B a rb e rin o , Francesco da (jurista, poeta y 1 4 2 1 -9 8 ) , 7 8 - 7 9 , 8 1 . 9 0 , 2 9 6 , 344
artista flo re n tin o ; 1264—1 3 4 8 ), 28 B o c c a c c io , G io v an n i (flo re n tin o , hum an ista y
Barclay, Jo h n (autor satírico esco cés, poeta en escritor en len gu a vulgar; 1314—7 5 ), 3 1 ,
latín; 1 5 8 2 -1 6 2 1 ) , 268 3 4 - 3 5 , 38 , 51 , 5 9 , 7 4 , 2 4 5 , 2 6 0 , 2 7 2 ,
Barlaam (m o n je b asilio y te ó lo g o de o rigen 2 7 4 - 2 8 0 , 2 9 1 - 2 9 3 , 346
calabrés; c. 1 2 9 0 -1 3 4 8 ) , 3 7 -3 8 B o ccard o, G ian fra n cesco (Pylades Buccardus;
Barlaeus, Caspar (hum anista y poeta neolatino gra m á tico italian o n . en Brescia; *f 15 06 ),
holandés; 1 5 8 4 -1 6 4 8 ) , 2 5 2 -2 5 3 103
Bartulo de Sassoferrato (jurista italiano; B o d in , Jean (h istoriad o r y pen sad or p o lític o
1 3 1 3 / 1 4 -5 7 ) , 172 francés; 1 5 3 0 -9 6 ) , 2 5 4 - 2 5 6 , 346
Barzizza, G a sp a rin o (h u m a n ista , gra m á tico y B o e cio (autor ro m a n o , filó s o fo y te ó lo g o
p e d a g o g o n . en B érgam o ; c . 1 3 6 0 -1 4 3 1), cristiano ; c. 4 8 0 - c . 5 2 4 ), 3 5 , 4 7 , 2 2 6 ,
54 , 70 2 3 8 , 346
B asilio, San (autor patrístico grie g o ; B o m b e rg , D a n ie l (im p reso r de libros
c. 3 3 0 - 7 9 ) , 62 , 3 1 5 , 139, 308 hebraicos n . en Flandes; 1 5 4 9 / 5 3 ), 155
B eau fo rt, H e n r y (cardenal in g lé s, o b isp o de B o n acco rso da Pisa (hum an ista e im p resor
L in c o ln y W in ch e ster; c. 1 3 7 5 -1 4 4 7 ) , 51 p isano ; j" 1 4 8 5 ), 88
B e c c a fu m i, D o m e n ic o , (artista sienés; B o r g h in i, V in c e n z o (h u m an ista flo re n tin o ;
c. 1 4 8 6 -1 5 5 1 ) , 225 1 5 1 5 -8 0 ), 2 2 8 ,
B e lla rm in o , R o b e rto , San (jesuita italiano , B o scán, Ju a n (Joan Boscá; p oeta y a m ig o de
card en al, te ó lo g o y hebraísta, G arcilaso n . en Barcelona;
n. en M o n te p u lc ia n o ; 1542—1 6 2 1 ), 155 1 4 8 7 / 9 2 -1 5 4 2 ) , 323
Bellum civilc, 107 Bosquejos pirrónicos, 207
B e m b o , B ernardo (hum anista veneciano ; B o tticelli, Sandro (p in to r flo re n tin o ;
1 4 3 3 -1 5 1 9 ) , 5 3 , 91 1 4 4 5 -1 5 1 0 ) , 2 3 1 - 2 3 3 , 2 8 9 , 33 4
B e m b o , Pietro (h u m an ista y cardenal Bram ante, D o n a to (arquitecto italian o n . cerca
v e n e cian o , escritor en le n g u a vulgar; de U rb in o ; c. 1444—1 5 1 4 ), 2 1 2 , 215
1 4 7 0 - 1 5 4 7 ) , 5 5 , 9 1 , 2 0 2 , 292 B ra n d o lin i, A u relio « L ip p o » (hum an ista
B e n iv ie n i, G iro la m o (poeta y prosista flo re n tin o ; c. 1 4 4 0 -9 7 / 9 8 ) , 1 7 6 -1 7 9
flo re n tin o ; 1 4 5 3 -1 5 4 2 ) , 2 0 2 , 290 Breve disputa de ocho levadas contra Aristótil y sus
Bentley, R ich a rd (estudioso de las letras secuaces, 301
clásicas in glés; 1662—1 7 4 2 ), 248 Brinsley, Jo h n (clé rig o p u ritan o in g lé s, autor
Benzo d ’Alessandria (hum anista italiano, de obras de p ed ag o g ía ; a. 1 6 3 3 ), 129
canciller de Verona; f después de 13 2 9 ), 27 B ru n e llesch i, F ilip p o (arq uitecto flo re n tin o ;
Bernardo, Paolo di (hum anista veneciano; 1 3 7 7 -1 4 4 6 ) , 2 1 2 ,2 1 7 , 284
c. 1 3 3 1 -9 3 ), 52 B ru n i, Leo nardo (h u m a n ista , secretario
B e rn in i, G ia n lo re n zo (escultor y arq uitecto p o n tific io y canciller flo re n tin o n. en
italian o a. en R o m a ; 1 5 9 8 -1 6 8 0 ) , 224 A rezzo; 1370—1 4 4 4 ), 15, 39 , 4 5 , 5 3 , 59 ,
B eroald o , F ilip p o (hum anista b olo ñés; 6 1 - 6 2 , 6 8 - 7 0 , 81 , 9 3 , 9 5 , 139, 142,
1 4 5 3 -1 5 0 5 ) , 88 , 300 1 6 2 -1 6 3 , 1 6 6 -1 6 7 , 1 7 3 -1 7 6 , 179, 191,
Bessarion (e m ig ra d o b izan tin o , filó so fo y 223, 232, 24 9, 252, 2 7 5 -2 8 2 , 293,
cardenal; c. 1 4 0 3 - 7 2 ) , 16, 64 . 1 6 6 -1 6 7 , 2 9 6 - 2 9 7 , 3 1 0 , 336
191 B ruto (le ge n d a rio rey de In glaterra), 66
Beza (Béze) Teod oro de (te ó lo g o protestante B ruto, M arco Ju n io (estadista y orador
francés; 1519—1 6 0 5 ), 154 ro m a n o ; c. 85—42 a .C .) , 6 9 . 227

355
Introducción al humanismo renacentista

Brutus, 6 8 - 6 9 , 2 8 0 , 282 C arlo s V y I (em p erado r del Sacro Im p e rio


Bucer, M artin (te ó lo g o protestante alem án; R o m a n o G e rm á n ic o y rey de España;
14-91—1 S 5 1), 1 12 1 5 0 0 -5 8 ) , 17, 9 5 , 3 0 9 , 3 1 5 -3 1 7
Bucolicum carmen, 3 3 —3 4 , 38 C arlo s V III (rey de Francia; 1 4 7 0 -9 8 ), 178
B u rgkm air, H a n s , 218 (artista alem án; Carmen Paschale, 49
1 4 7 3 -1 5 3 1 ) , 238 C aronte (b arqu ero d el m ito ló g ic o H a d es),
B u rke, E d m u n d (estadista b ritá n ic o n. en 270
Irlanda; 1 7 2 9 - 9 7 ) , 72 C artagen a, A lfo n s o d e (hum an ista castellano,
B u sleyden, H ie ro n y m u s (p relado b o rgo ñ ó n ; o b isp o de B u rgos; c. 1 3 8 4 -c . 14 56 ),
c . 1 4 7 0 -1 5 1 7 ) , 235 2 9 6 - 2 9 7 , 34 6
B ussi, G io v a n n i A ndrea (h u m a n ista italiano C artari, V in c e n z o (m itó g ra fo italian o
n . en V ig e v a n o , b ib lio teca rio papal y n. en R e g g io E m ilia ; c . 1531-d e s p u é s de
o b isp o de A leria; 1417—7 5 ) , 8 2 - 8 4 , 1 5 6 9 ), 22 6
8 7 -8 8 C asio d o ro (m o n je y tratadista latino;
c. 4 8 5 - c . 5 8 0 ), 4 7 , 67
C a d m o (héroe de la m ito lo g ía g r ie g a ), 55 C assarino, A n to n io (h u m an ista sicilian o;
Cad w allader (rey b ritá n ico ; f 6 8 9 ), 66 f 1 4 4 7 ), 166
C alcidio (autor latino, com entarista y traductor C asta lio n , Sébastien (te ó lo g o protestante
de textos platónicos; s. iv d .C .) , 43 sab o yano; 1 5 1 5 -6 3 ) , i 12
C a ld e rin i, D o m iz io (h u m an ista veronés; C astelvetro, L o d o v ic o (traductor y
c . 1 4 4 7 - 7 8 ) , 5 7 , 6 3 , 88 co m en tarista de A ristóteles n . en M ó d e n a;
C a lfu r n io , G io v a n n i (h u m an ista italian o a. en c. 1 5 0 5 -7 1 ) , 329
el V é n e t o ; ! 1 5 0 3 ), 51 Castigaciones Plinianae et in Pomponium Melam, 85
C a lix to , A n d ró n ic o (h u m an ista b izan tin o C a s tig lio n e , Baltasar ( d ip lo m á tic o y escrito r
expatriad o; f 1 4 7 6 / 8 7 ), 63—64 ita lia n o n . cerca d e M an tu a ;
C a lp u rn io (p oeta pastoral latin o ; a. 5 0 - 6 0 ) , 1 4 7 8 - 1 5 2 9 ) , 16, 2 0 2 , 2 8 5 , 2 9 2 ,
5 1 , 346 294, 334
C a lv in o (Jean C a lv in ; te ó lo g o protestante Cástor (fig u ra venerada d e la m ito lo g ía
francés; 1 5 0 9 -6 4 ) , 11 2, 15 4, 34 6 g r ie g a ) , 57
C am era riu s, P h ilip p (h u m a n ista de Categorías, 117
N ú rem b erg ; 1537—1 6 2 4 ), 2 6 2 , 332 C a tu lo (poeta ro m a n o ; c . 84—c. 5 4 a .C .) ,
C a m ilo (general y estadista r o m a n o ; s. iv 2 6 - 2 7 , 4 4 , 5 6 , 1 0 8 , 346
a .C .) . 7 1 , 2 2 4 , 227 C eb es (filó so fo g r ie g o ; s. v a .C .) , 2 3 8 , 346
C a m p a n o , G ia n n a n to n io (h u m an ista d el sur C é firo (d ios r o m a n o d el vien to d el o e s te ),
d e Italia; 1 4 2 9 -7 7 ) , 56 2 3 3 , 287
C a m p e s a n i, B en ven u to d ei (h u m a n ista Celestina, 3 2 6 , 328
ita lia n o n . en V ic e n z a ; 1 2 5 0 / 5 5 —1 3 2 3 ), C eltis, C o n rad (hum an ista alem án ;
27 1 4 5 9 -1 5 0 8 ) , 7 , 2 3 7 - 2 3 8 , 346
Canzoniere, 3 3 , 2 7 2 - 2 7 5 , 2 7 7 , 2 8 6 , 322 C e n n in i, C e n n in o (autor to scan o , tratadista
C ard a n o , G iro la m o (m atem á tico , m é d ic o y de arte; n . en la segu n da m ita d del s. x vi),
astró lo g o ita lia n o n . en Pavía; 1 5 0 1 -7 6 ) , 2 1 9 - 2 2 0 , 346
2 5 6 , 346 C entauro s (raza d e seres lege n d a rio s, m e d io
C arlo m ag n o (em p erado r del Sacro Im p e rio h o m b re , m e d io ca b a llo ), 233
R o m a n o G e rm á n ic o ; c. 7 4 2 - 8 1 4 ) , 2 1 - 2 2 , C erd a, Ju a n Luis de la (jesuíta, gram ático y
4 1 , 281 filó lo g o esp año l; c. 1 5 5 8 -1 6 4 2 ) , 305
Carlos I de A n jo u (rey de N áp o íe s y Sicilia; C ercsara, Paride da (escritor m an tu a n o ;
1 2 2 6 - 8 5 ) , 37 n. 1 4 6 6 ), 232
Carlos IV (em p erado r del Sacro Im p e rio Certame Coronario, 28 3—28 4
R o m a n o G e rm á n ic o ; 1 3 1 6 -7 8 ) , 32 C ervantes, M ig u e l de (escritor español;
Carlos IX (rey de Francia; 1 5 5 0 -7 4 ), 230 1 5 4 7 -1 6 1 6 ) , 3 2 9 -3 3 0

356
índice onomástico

César, Ju lio (ge n eral, estadista e historiad or Comentarios de Alejandro de Afrodisias a la Metafísica de
ro m a n o ; 1 0 2 -4 4 a .C ) , 3 2 , 3 4 , 4 5 , 107, Aristóteles, 309
1 9 6 ,3 0 4 Comentarios del gramático Elio Antonio de Nebrija a
Cicero novus, 59 Persio, 300
Ciceronianus, 109, 115, 129, 3 1 6 -3 1 7 Comento de’ miei sonetti, 289
C ic e ró n (orador, estadista y filó so fo rom an o; Commentaria in priman partem Doctrinalis, 103
1 0 6 -4 3 a .C .) , 10, 1 5 -1 6 , 2 2 , 2 9 - 3 1 , Compendiaría dialectices ratio, 125
3 4 -3 6 , 4 1 -4 4 , 47 , 49 , 5 1 -5 5 , 5 7 -6 3 , Compendiolum, 297
6 8 - 6 9 , 7 1 , 8 9 , 9 8 , 106, 1 0 8 -1 0 9 , Compendium moralium notabiíium, 26
1 1 5 -1 1 6 , 1 1 8 -1 2 0 , 1 2 2 -1 2 3 , 125, 129, Compendium octo pardum orationis, 102
138, 1 5 9 -1 6 0 , 162, 170, 181, 194, 2 0 5 , Consolación de la filosofía, 226
207, 21 5, 2 4 9 -2 5 1 , 253, 259, 266, Convivio, 27 1
2 7 4 -2 7 5 , 2 7 8 -2 8 0 , 282, 284, 286, 292, Corollarii libri quinqué, 196
2 9 6 - 2 9 7 , 3 0 4 , 3 1 0 ,3 1 5 - 3 1 6 , 34 6 Corona regum, 297
C íc lo p e (gig an te de la m ito lo g ía g r ie g a ), 59 C o r o n e l, Pablo (converso esp añ o l, estud io so
C im a b u e (p in to r flo re n tin o ; c. 1 2 4 0 -1 3 0 2 ) , de la Biblia; f 1 5 3 4 ), 146
21 1 Corpus inscriptionum latinarum, 65
C ip ria n o , San (autor patrístico latin o , o b isp o Corpus iuris civilis, 25
de C artago ; j* 2 5 8 ) , 1 26 C o rte si, Paolo (hum an ista de R o m a ,
C iría c o d ’A n c o n a (hum anista y an ticu ario cice ro n ia n o y secretario p o n tificio ;
ven ecian o ; c. 1390—1 4 5 5 ), 6 5 , 70 1 4 6 5 -1 5 1 0 ) , 289
C iria g io , G h e ra rd o del (am anuense C o r v in o , M atías (rey de H u n g ría ; 1 4 4 0 -9 0 ),
flo re n tin o ; 1 4 7 2 ), 77 9 0 , 177, 179
Ciudad de Dios, 83 C riso lo ras, M an u el (hum an ista b izan tin o
C la p m a riu s , A rn o ld (eru d ito alem án; expatriad o; c. 1 3 5 0 -1 4 1 4 ) , 3 9 , 6 0 - 6 2 ,
1 5 7 4 -1 6 0 4 ) , 2 5 0 , 265 160, 2 1 6 , 308
C la u d ia n o (p oeta latin o n . en A lejand ría; ’f’ c. C ris ó sto m o , Ju a n , San (autor patrístico
4 0 4 d .C .) , 2 8 7 , 346 g r ie g o , patriarca de C on stan tin o p la;
C le m e n te V II ( G iu lio d e ’ M e d id ; papa c. 3 4 7 - 4 0 7 ) , 139, 1 5 1 -1 5 2 , 2 5 4 , 347
flo re n tin o ; 1 4 7 9 -1 5 3 4 ) , 155, 3 0 9 , 318 Crónica, 2 8 , 276
C lo ris (n in fa ro m a n a ), 233 C u d w o r th , R alp h (c lé rig o y filó so fo
C o c h la e u s , Jo h an n e s (Joh an n D o b n e ck ; p la tó n ico in g lé s; 1617—8 8 ), 202
p olem ista ca tó lic o ; 1 4 7 9 -1 5 5 2 ) , 103 C u fie , H e n r y (escritor y p o lític o in glés;
Código, 2 5 . 299 1 5 8 3 -1 6 0 1 ) , 25 4
Cohortatio ad Carolum V, 31 8 C u p id o (dios r o m a n o del a m o r ), 133
C o la d i R ie n z o (n o ta rio de R om a y líder Chartula, 282
rev o lu cio n a rio ; 1 3 1 3 -5 4 ), 15, 32 Cyropedia, 88
C o le t, Jo h n (h u m an ista in g lé s, p ed a g o g o y
deán de St P au l’s; 1 4 6 7 -1 5 1 9 ) , 108, 149 D a fn e (figu ra m ito ló g ic a , hija d e un d io s
C o lm a n (eru d ito irlandés; s. ix ), 49 flu v ia l), 272
C o lo n n a , Francesco (escritor y d o m in ic o Dagwerck, 243
ve n e cian o ; 1 4 3 3 -1 5 2 7 ) , 291 Dante A lig h ie r i (poeta y prosista flo ren tin o;
C o lo n n a , L a n d o lfo (clé rig o y cronista italiano 1 2 6 5 -1 3 2 1 ) , 2 6 9 , 347
n. en G a llic a n o ; c. 1 2 5 0 -1 31 1), 30 D a ti, A g o stin o (hum an ista y p rofesor sienés;
C o lu m e la (au to r ro m a n o d e escritos sobre 1 4 2 0 -7 8 ) , 102
a gricultura; s. i d .C .) , 347 D a ti, Leo nardo (flo re n tin o , secretario
Collado Novi Testamenti, 142 p o n tific io y o b isp o de M assa M arittim a;
Colloquia (E ra sm o ), 105, 15 3, 318 1 4 0 8 -1 4 7 2 ) , 83
C o m e n iu s (K o m en sk y), Jan A m o s (teórico de D avid (rey israelita en el V iejo Testam ento y
la p ed agogía ch e co ; 1 5 9 2 -1 6 7 0 ), 2 5 7 , 347 sup uesto autor de los S alm o s), 2 5 7 , 32 4

357
Introducción al hum anism o renacentista

Davidis Regis ac Profetae aliorumque Sacrorum Víitum De otio religioso, 138


Psalmi, 32 4 De partu Virginis, 321
Da pintura antijjú, 2 i 3 De physicis quaestionibus, 1 1 1
De amicitia, 9 8 , 106 Depictura, 2 1 7 - 2 1 8 , 2 2 0 - 2 2 2 , 2 3 0 , 28 4
De anima (A le jan d ro de A fro d isia s), 194 De piclura veterum, 2 6 1 —262
De anima (A ristóteles), 190—191 Deplontis, 196—197
De arcanis rerumpublicarum libri sex, 265 De principe, 161
De architectura, 222 De ratione legendi historia, 267
De arte grammatica opusculum, 103 De ratione studii, 9 9 , 123, 2 4 0 , 252
De arte rhetorica libri tres, 126 De re aedificatoria, 2 2 2 —223
Deavaritia, 169 De re dialéctica, 1 19
Decáelo, 191 De república (C ic e r ó n ) , 27 4
De casibus virorum illuslrium, 277 De re rustica, 2 8 4
De cautione adhibenda in edendis libris, 196 De recta Latini Graecique sermonis pronuntiatione,
De cifris, 83 221
De comparatione, 17 7, 179 De recta philosophandi ratione libri dúo, 195
De conscribendis epistolis, 124, 316 Deregno, 1 6 1 -1 6 2 , 170, 176
De constantia, 2 0 4 De rcmediis utriusque fortune, 35
De copia, 12 4, 12 8, 316 De república, ver Política
De Chorographia, 2 1 ,3 0 De rerum natura, 4 6 , 6 3 , 205
De dignitate et excellenlia hominis, 7 De romanorum gentibus et familiis, 31 2
De Europa, 94 Desculptura, 221
De Europae dissidiis et bello turcico, 315 De seneclute, 9 8 , 106
De fato (A le jan d ro de A fro d isia s), 193 De servis, 267
De fato (P o m p o n a z z i), 203 De statua, 217
De fato et libero arbitrio contra Lutherum, 318 De studiis et litteris, 252
De gestis Cesaris, 59 De subtilitate, 256
De gestis Henrici V7Í Cesaris, 27 De subventione pauperum, 315
De grammatices institutionibus libellus brevis et perutilis, De sui ipsius et multorum ignorantia, 36
302 De varietate fortunae, 67
De hominis dignitate, 198 De verbis Romanae locutionis, 68
De ignorantia, 36 De vi ac potestate Ütterarum, 300
De institutione Christianae feminae, 319 Deviris illustribus ( C o lo n n a ) , 59
De institutione grammaticae, 305 Deviris illustribus (F a c ió ), 220
De institutione reipublicae, 161 De vita et moribus Epicuri, 206
De interpretatione, 117 De vita solitaria, 54
De inventione dialéctica, 120—123, 12 5, 129 De vita, bibliotheca et museo Laurentii Pignorii canonici
De inventione, 68 Tarvisini dissertatio, 260
De íaudibus Mediolanensium urbis panegyricus, 163 De vita, fatis ac meritis Philippi Cameraii...
De legibus et senatus consultis, 31 2 commentarius, 2 6 3 , 266
De iingua latina, 94 De vulgari eloquentia, 270
De militia romana, 266 Décadas (B io n d o ) , 47
De montibus, 277 Decameron, 2 7 2 , 2 8 0 , 2 9 1 -2 9 2
De mulieribus claris, 277 D e c e m b rio , A n g e lo (h u m an ista m ilan és; c.
De mundo, 197 141 5—c . 1 4 6 6 ), 7 0 , 221
De optimo cive, 161 D e c e m b r io , Pier C a n d id o (hum an ista
Deoratore, 5 2 , 54 , 68 , 106, 1 16, 2 7 5 , 279 m ilan és; 1 3 9 2 -1 4 7 7 ) , 1 6 2 -1 6 3 , 172,
De origine civitatis Florentie et de eiusdem famosis 296
civibus, 276 D e c e m b rio , U b e r to (h u m an ista m ilan és n. en
De ortographiü, 70 V ige va n o; f 1 4 27 ), 166

358
índice onomástico

Decline and Fall oí the Román Empire, 72 Discurso del método, 2 4 4 , 347
Delia famiglia, 2 8 0 , 2 8 2 , 284 Disputationes Camaiduenses, 201
Delia lingua romana, 99 Disputaciones tuscuíanas, 3 5 , 43
Della pittura, 284 Dissertatio de autore libelli De mundo, 197
D e lla Scala, C an gran de (go b e rn an te de Disticha Catonis, 1 0 4 -1 0 5
Verana; 1 2 9 1 -1 3 2 9 ) , 26 Divina commedia, 2 1 1 , 2 69—2 7 1 , 2 7 8 , 2 8 1 ,
D ella Tosa, P in o (p atricio flo re n tin o ; j - 2 8 2 ,2 8 8 ,2 9 1
1 3 3 7 ), 174 Doctrínale, 9 8 , 103, 299
Della tranquilíitá deH’anima, 285 Dolophatos, 59
Democrates primus, 3 18 D o m in ici, G iov an n i (d o m in ico florentino,
Democrates secundus, 3 0 9 , 318 teó lo go y p ed agogo; c. 1 3 5 5 / 5 6 -1 4 1 9 ), 62
D e m ó c r ito (filó so fo atom ista g r ie g o ; c. D o m n u lu s , R usticus H e lp id iu s (eru d ito
4 6 0 - c . 37 0 a .C .) , 2 3 4 , 347 italian o a. en Ravena; s. v i), 21
Demonstratio evangélica, 248 Donación de Constantino, 4 6 , 143, 34 4
D e m ó sten e s (o rado r ateniense; 3 8 4—322 D o n a te llo (escultor flo re n tin o ; 1 3 8 6 -1 4 6 6 ) ,
a .C .) , 6 1 , 2 5 1 , 347 2 1 9 , 28 4
Descartes, René (filósofo francés; 1 5 9 6 -1 6 5 0 ), D o nato , Elio (gram ático latino; s. iv d .C .) , 299
2 0 4 , 2 0 6 , 2 0 9 ,2 4 3 - 2 4 4 , 2 4 6 -2 4 8 , 347 D o n a to , G iro la m o (h u m an ista y te ó lo g o
D e sid e rio (abad b en e d ictin o d e M o n te ven ecian o ; c . 1454—15 11 ), 194, 3 10
C asin o ; 1 0 5 8 -8 7 ) , 22 D o n a to , Pietro (o bisp o de Padua; j* 1 4 4 7 ), 66
D e za , Fray D ie g o de (te ó lo g o español; D o n n e , Jo h n (poeta in g lé s, deán de St Paul’s;
1 4 4 3 -1 5 2 3 ) , 305 1 5 7 2 -1 6 3 1 ) , 2 4 3 , 347
Dialectae disputationes, 4 7 ; ver tam b ié n Repastinatio D ru s o (general ro m a n o ; 38 a .C —9 d .C .) , 51
Diaíogi ad Petrum Paulum Histrum, 2 7 7 -7 9 D u cas, D e m e trio (h u m an ista cretense
Dialogorum sacrorum ad linguam simul et mores expatriad o; c. 1 4 8 0 -c . 1 5 2 7 ), 147,
puerorum formandos iibri iiii, 112 3 0 8 -3 0 9
Dialogo de Lactancio y un Arcediano o Diálogo de Jas D u re ro (A lb rech t D ü rer; artista alem án ;
cosas ocurridas en Roma, 3 17 1 4 7 1 -1 5 2 8 ) , 7, 2 2 1 , 2 2 6 , 2 2 8 - 2 2 9 ,
Diálogo de la dignidad del hombre, 194 2 3 4 , 2 3 7 - 2 3 8 , 2 6 0 , 347
Diálogo de la lengua, 303
Diálogo de Mercurio y Carón, 3 1 7 , 327 Ecdesiastes, 124
Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades, E co (n in fa m ito ló g ic a ) , 286
312 Églogas ( V irg ilio ) , 3 3 . 10 7, 11 2, 2 7 4 , 2 7 6 ,
Dicta factaque memorabilia, 225 2 7 9 ,2 8 8 ,2 9 0
D id o (m ítica fu n d ad o ra d e C artago y am ante El banquete, 20 1—202
d e En eas), 3 1, 270 El Crotalón, 327
Difesa contro i reprehensori del popolo di Firenze nella El sofista, 201
impresa di Lucca, 174 Elegantice, 7 1 , 9 4 , 1 0 1 -1 0 2 , 12 1, 2 9 8 - 2 9 9 ,
Digesto, 2 5 , 5 5 , 10 1, 3 0 0 , 31 1 -3 1 2 3 0 1 ,3 0 2 , 3 0 3 - 3 0 4
D ió g e n e s Laercio (historiado r y filó so fo Elegantiolae, 102
g r ie g o ; s. III d .C .) , 6 3 , 2 0 5 - 2 0 7 , 347 Elegía (P a m o rm ita), 46
D io n is io A re o p a gita , P s e u d o - (m ís tico y Elementa rhetorices, 11 1
te ó lo g o cristian o g rie g o ; c . 5 0 0 ) , 5 9 , 139, Emblemata (A lc ia to ), 2 3 9 , 241
347 Encomium moriae, 153, 318
Dionysiaca, 64 Enchiridion (E p icte to), 203
D ió n (go b e rn an te de Siracusa; c. 4 0 8 - 3 5 4 Enchiridion (E rasm o ), 150, 153
a .C .) , 160 Eneas (troyano lege n d a rio , héroe de la Eneida
D io s c ó rid e s (m é d ic o y fa rm a c ó lo g o grie g o ; de V ir g ilio ), 2 3 , 3 1 , 66 , 132, 2 0 1 , 270
s. i d .C ) , 196, 347 Eneida, 3 3 , 57, 60 , 107, 132, 2 0 1 , 2 2 4 , 2 4 7 ,
Discorsi (M a q u ia v e lo ), 1 8 0 -1 8 2 2 6 9 - 2 7 0 , 2 7 3 - 2 7 4 , 3 2 1 , 353

359
Introducción al humanismo renacentista

H noch cTA scoli (h u m an ista ita lia n o , buscador E u g e n io IV (G a b rie le C o n d u lm e r ; papa


de m an u scritos; f 1 4 5 7 ), 5 0 , 67 ven ecian o ; c. 1 3 8 3 -1 4 4 7 ) , 4 6 , 6 6 , 68
E n riq u e V III (rey de Inglaterra; 1491 —1 5 4 7 ), Eunuchus, 28 5
183 E uríp id es (trá gico g r ie g o ; c. 4 8 5 - 4 0 6 a .C .) ,
E picteto (filó so fo e stoico g r ie g o a. en R om a ; 3 7 - 3 8 , 2 5 2 , 348
c . 5 5 - c . 1 3 5 ), 2 0 3 , 347 Euseb io (h isto ria d o r eclesiástico y o b isp o de
E p icu ro (filó so fo g r ie g o ; 3 4 1 —27 0 a .C .) , 63 , Cesárea; c. 2 6 0 - c . 3 4 0 ) , 3 1 , 348
2 0 5 - 2 0 7 , 347 Examen vanitatis doctrinae gentium, 208
Epigrammata (M a r c ia l), 235 Exercítationes (G a ss e n d i), 209
Epiphyllides in dialéctica, 198 Exercitium puerorum grammaticale per dietas
Epistoldrum familiarium iibri XXXVII (F id e lfo ), 162 distributum, 98
Epistolarum selectarum centuriae ad Belgas, 235 Expositio Laurentii Wiliensis De elegantia linguae Latinae,
Epístolas familiares (G u e va ra), 3 2 8 -3 2 9 3 0 1 -3 0 2
Erasmi Roterodami blasphemiae et impietates per E zze lin o da R o m a n o (go bern an te de Verona,
Iacobum Lopidem Stunicam propolatae, 307 V icen za y Padua; 1 1 9 4 -1 2 5 9 ) , 27
E rasm o, D e sid e rio (h u m an ista h o la n d és; c.
1 4 6 9 -1 5 3 6 ) , 7, 16, 3 9 , 64 , 73 , 87 , Facetus, 105
9 9 - 1 0 0 , 1 0 5 -1 0 6 , 1 0 8 - 1 0 9 , 115, F ació , B a rto lo m e o (Fazio; h um an ista a. en
1 2 3 -1 2 4 , 1 2 8 -1 2 9 , 138, 142, 144, 146, Ñ ap ó le s; c. 1 4 0 5 - 5 7 ) , 4 9 , 220
1 4 9 -1 5 4 , 1 5 6 -1 5 7 , 1 8 4 ,2 2 1 , 2 3 3 - 2 3 5 , Factorum et dictorum memorabilium libri IX, 3 4 ,
2 3 8 -2 4 0 , 252, 256, 2 9 5 -2 9 6 , 303, 307, 106, 225
3 1 4 - 3 1 9 , 3 2 4 , 3 2 7 , 3 3 2 , 3 4 2 , 347 Falaris, P seu d o - (sofista g r ie g o , autor de
E rcilla , A lo n so d e (poeta español; 1 5 5 3 -9 4 ), cartas; c. s. ii d .C .) , 1 72
321 Familiares (Petrarca), 3 4 , 6 5 , 6 9 , 74
Erotemata (C ris o lo ra s ), 3 9 , 6 1 , 308 Fümiliarium coiloquiorum formulae, 105
E scalígero , Jo sé (h u m a n ista y c r o n ó lo g o Fastos, 6 3 - 6 4 , 233
francés; 1 5 4 0 -1 6 0 9 ) , 197, 2 5 1 , 257 Febe (titánid e d e la m ito lo g ía g r ie g a ), 57
E scalígero , Ju lio César (h u m an ista francés y Fedro, 201
co m en tarista a ristotélico ; 1 4 8 4 -1 5 5 8 ) , F e licia n o , Felice (h u m an ista y an ticu ario
1 9 6 -1 9 7 , 3 0 4 veronés; 1 4 3 3 -c . 1 4 8 0 ), 8 0 , 8 8 . 215
E scilu ro (rey escita; f e . 108 a .C ) , 235 Felipe II (rey de España; 1 5 2 7 - 9 8 ) , 17, 156,
E scip ió n el A fric a n o (general y estadista 2 6 4 ,3 0 9 , 3 1 3 , 336
ro m a n o ; 2 3 6 - 1 8 4 a .C .) , 33—34 Felip e III (rey d e E spañ a; 1 5 7 8 - 1 6 2 1 ) , 3 0 9
E sop o (fabulista g rie g o le g e n d a rio ), 10 4, 347 F é n ix (p recep tor de A q u iles en la leyenda
E sq u ilo (trá gico g rie g o ; 5 2 5 / 2 4 -^ -5 6 a .C .) , g r ie g a ). 115
6 2 , 347 Ferrariis, A n to n io D e (il G a lateo ; h um an ista
Essais ( M o n ta ig n e ), 134—1 3 5 , 2 0 8 , 246 n ap o litan o ; 1 4 4 4 -1 5 1 7 ) , 193
E stad o (poeta rom ano; c. 45—9 6 ), 4 2 , 55—56, Ferrer, Jo a n R am ó n (gram ático y hum an ista
107, 2 7 0 -2 7 1 , 2 7 7 , 2 8 6 -2 8 7 , 347 catalán; a. en la segu n d a m itad d el s. x v ),
Este, Isabella d ’ (m arq uesa de M antua; 298
1 4 7 4 -1 5 3 9 ) , 232 Festo, Po m p e yo (gram ático ro m a n o ; segu n d a
Este, L e o n ello d ’ (d u q u e de Ferrara; m itad d el s. a d .C ) , 3 1 2
1 4 0 7 -5 0 ) , 16 2, 2 2 1 , 2 2 6 , 253 F ic in o , M arsilio (n e o p la tó n ico flo re n tin o ;
E stienne, H e n r i (im presor, h um anista y 1 4 3 3 -9 9 ), 16, 6 4 , 149, 152, 1 6 6 -1 6 7 ,
le x ic ó g ra fo francés; 1 5 2 8 -9 8 ) , 6 4 , 208 1 7 5 -1 7 6 , 179, 2 0 0 - 2 0 2 , 2 3 4 ,2 3 9 ,2 8 5 ,
E stienne, R ob ert (im presor, hum anista y 3 3 ! , 348
le x ic ó g ra fo francés; 1 5 0 3 -5 9 ) , 6 4 , 156 Filarete (A n to n io A verlino; arq uitecto y
Ética a Nicómaco, 192, 199 escultor flo re n tin o , tratadista de
E uclid es (m atem ático g rie g o ; a .C . 300 a .C .) , arquitectura; c. 1 4 0 0 -6 9 ) , 217, 222
2 3 , 347 Filebo, 201

360
ín d ic e o n o m á s tic o

File lfo , Francesco (h u m an ista y poeta G e le n iu s, S igism u n d u s (hum an ista de


n eolatin o ita lia n o n. en Tolentino; B o h e m ia ; c. 1 4 9 8 -1 5 5 4 ) , 56
1 3 9 8 -1 4 8 1 ) , 8 4 , 8 8 , 162 G e lio , A u lo (escritor rom an o;
File lfo , G io v a n n i M a r io (h u m an ista italiano c. 1 3 0 -c . 18 0), 22
n. en C o n sta n tin o p la; 1426—8 0 ), 162 Gencülogie deorum gentilium, 3 8 , 277
Pillastre, G u illa u m e (cardenal francés; Generaciones y semblanzas, I 7
c. 1 3 4 8 -1 4 2 8 ) , 62 GcofTrey de M o n m o u th (h istoriad o r galés,
Físico, 191, 193 o b isp o de St Asaph; c. 1 1 0 0 - 5 4 ) , 6 6 , 348
F la m in io , M arco A n to n io (p oeta neolatin o Geografía (P to lo m e o ), 62
del V é n eto ; 14 98 -1 5 5 0 ), 3 2 4 G e re m ia da M o n ta g n o n e (hum an ista
Flora (diosa rom ana de las flo re s), 233 p ad u a n o ; c. 1 2 5 5 -1 3 2 1 ) . 26
Floro (h istoriad o r ro m a n o ; s. II d .C .) , 54 G e ri d 'A re zz o (jurista y hum an ista italian o ;
F o n z io , B a rto lo m e o (h u m an ista flo re n tin o ; c. s. xiii- xiv ), 28
1 4 4 5 -1 5 1 3 ) , 4 8 , 63 Germania (W im p fe lin g ) , 97
Foxe, R ich ard (h u m an ista in g lé s, o b isp o de G e rso n (Levi ben G e ró m ; rab in o francés,
W in ch e ster; c. 1 4 4 8 -1 5 2 8 ) , 110 co m en tarista b íb lico ; 1 2 8 8 -1 3 4 4 ) , 141
Fran cisco I (rey de Francia; 1 4 9 4 -1 5 4 7 ) , Gerusalemme liberata, 293
149, 317 Gesta Hispaniensia, 297
Fraunce, A braham (retórico , ló g ic o y poeta G h ib e r ti, Lo renzo (escultor flo ren tin o;
in glés; | 1 6 3 3 ), 133 1 3 7 8 -1 4 5 5 ) , 2 1 5 -2 1 6 , 2 3 2 , 28 4
Freire, Isabel (dam a p o rtu gu esa, m usa de G h irla n d a io , D o m e n ic o (artista flo ren tin o;
G arcilaso; t 1 5 3 3 / 3 4 ), 322 1 4 4 9 - 9 4 ) , 7 , 2 2 4 , 227
F ro b e n , Joh an n e s (im p reso r alem án; c. G ib b o n , Edw ard (historiado r in glés;
1 4 6 0 -1 5 2 7 ) , 17, 9 2 , 153 1 7 3 7 - 9 4 ) , 72
F ro n tin o (escritor latin o autor de tratados G illis , Pieter (hum an ista fla m e n co ;
sobre el arte de la gu erra y lo s acued uctos; c 1 4 8 6 -1 5 3 3 ) , 234
c. 3 0 - 1 0 4 ) , 6 7 , 2 7 1 , 348 G io c o n d o , Fra G io v an n i (arq uitecto ,
hu m a n ista y an ticu ario veronés;
G a is fo rd , T h o m a s (estudioso d e las letras 1 4 3 3 -1 5 1 5 ) , 6 5 -6 6
clásicas in g lé s, deán de C h rist C h u r c h , G io tto (artista flo re n tin o ; 1 2 6 7 / 7 7 —1 3 3 7 ),
O x fo r d ; 1 7 7 9 -1 8 5 5 ) , 245 2 1 1 ,2 1 7 ,2 8 1
G a le n o (m é d ic o y filó s o fo g rie g o ; G io v io , Paolo (hum an ista e h istoriad or
1 2 9 -c . 19 9 ), 37 , 59 italian o n . en C o m o ; 1483—1 5 5 2 ), 222
G a lg a n o da Siena (fran cisca n o italiano , G ir ó n , D ie g o (re tórico y poeta esp añ o l;
filó so fo y te ó lo g o ; a. 1489—1 5 0 2 ), 194 1 5 3 0 - 9 0 ) , 320
G a lile o G a lile i (c ie n tífic o italiano n . en Pisa; G iu n ta , T o m m aso (im p resor ven ecian o ;
1 5 6 4 -1 6 4 2 ) , 3 0 6 , 348 1 4 9 4 -1 5 6 6 ) , 17, 199
G a llu z z i, T arq uin io (jesuíta italiano, G iu stin ia n i, A g o stin o ( d o m in ic o y estu d io so
co m en tarista de A ristó teles, n. en de la Biblia gen ov és, o b isp o de N e b b io ;
M o n te b o n o ; 1 5 7 4 -1 6 4 9 ) , 199 1 4 7 0 -1 5 3 6 ) , 149
G a ss e n d i, Pierre ( c lé rig o , filó s o fo y Gli Asolani, 2 0 2 , 292
c ie n tífic o francés; 1592—1 6 5 5 ), G ó m e z de C iu d a d R eal, Alvar (poeta
2 0 6 - 2 0 7 , 209 n e olatin o español; 1488—1 5 3 8 ), 321
G auradas (cpigram ista clásico g r ie g o de G o n z a g a , Federico (m arqués de M an tua;
incierta c r o n o lo g ía ), 286 1 4 3 9 -8 4 ), 161, 223
G a u r ic o , P o m p o n io (h u m an ista napo litano , G o n z a g a , Francesco (cardenal m an tuan o ;
autor de una obra sobre escultura; 1 4 4 4 - 8 3 ) , 233
c. 1 4 8 1 -c . 15 30 ), 2 2 1 , 348 G o n z á le z , Ju a n Á n gel (profesor y poeta
G a za , T e od o ro (filó so fo b iz an tin o expatriado; n e o latin o español; c. 1 4 8 0 -1 5 4 8 ) , 3 1 4 ,
1 4 0 0 -7 6 ) , 6 4 , 191, 310 3 1 6 , 3 2 1 , 3 3 6 , 3 3 9 , 348

361
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o ren a c e n tista

G o rg ia s (sofista y retórico g rie g o ; H e in s iu s , D a n ie l (h u m a n ista holandés;


c. 4 8 3 - 3 7 6 a .C .) , 182, 348 1 5 8 0 -1 6 5 5 ) , 197, 248
Grammatichetta, 2 8 3 , 285 H e ir ic (eru d ito c a ro lin g io ; c. 8 4 1 - 7 6 ) , 21
Grecismus, 282 H e lio d o ro (novelista g r ie g o ; s. ili/iv d .C ) ,
G r e g o r io I (San G r e g o r io M a g n o : papa 3 2 9 -3 3 0
ro m a n o ; c. 5 4 0 - 6 0 4 ) , 137, 2 6 4 H e rá c lilo (filó so fo preso crático g rie g o ; a.C .
G r e g o r io X III ( U g o B o n c o m p a g n i; papa 500 a .C .) , 23 4
b o lo n es; 1 5 0 2 -8 5 ), 264 H é rcu le s (héroe m ito ló g ic o ) , 223
G r e g o r io N a cian ce n o , San (autor patrístico Hermaphroditus, 46
g r ie g o , o b isp o de N acian zo ; 3 2 9 - 8 9 ) , 139 H e rm ó g e n e s (retórico grie g o ;
G re s e m u n d , D ie tric h (h u m an ista alem án; n. c. 150 d .C ) , 1 16, 1 19, 348
1 4 7 7 -1 5 1 2 ) , 96 H e rn á n d e z de Velasco, G r e g o r io (traductor
G r ifíb lin i, Francesco (h u m an ista italiano de V irg ilio al castellan o ; a. en la segu n da
n . en A rezzo ; 1416—8 8 ), 172 m itad del s. x vi), 321
G r o n o v iu s , Joh an n e s Fredericus (hum anista Hero y Leandro, 308
h o la n d és; 1 6 1 1 -7 1 ) , 248 H e r ó d o to (historiado r g rie g o ;
Grosseteste, Robert (filó so fo , cie n tífico y c. 4 8 5 -4 2 5 a .C .) , 55 , 59
teó lo go inglés, o b isp o de L incoln; Heroidas, 57
c. 1 1 7 5 -1 2 5 3 ), 59 , 192 H errera, Fernando A lo n so de (gram á tico y
G r o tiu s, H u g o (h u m a n ista ho la n d és, p ro feso r esp añ o l; c . 1 4 6 0 -1 5 2 7 ) ,
tratadista ju ríd ic o y te ó lo g o protestante; 3 0 1 - 3 0 2 , 323
1 5 8 3 -1 6 4 5 ) , 15 7, 2 4 4 , 348 H errera, Fernando de (p oeta español;
G u a r in i, G io v a n n i Battista (p oeta ferrarés; 1 5 3 4 - 9 7 ) , 3 0 1 - 3 0 2 , 323
1 5 3 8 -1 6 1 2 ) , 2 9 1 -2 9 2 H e rv e t, G e n tian (c lé rig o y traductor francés;
G u a r in o de Verona (h u m a n ista , gra m á tico y 1 4 9 9 -1 5 8 4 ) , 208
p e d a g o g o italiano; 1374—1 4 6 0 ), 3 9 , 54 , H e s ío d o (poeta g r ie g o ; finales del
9 7 , 160, 2 2 6 , 2 4 9 , 253 s. vih a .C .) , 3 7 , 6 2 , 348
G u a r in o , A lessandro (h u m an ista ferrarés; Hiero, 172
1 4 8 6 -1 5 5 6 ) , 44 Hieroglyphica (V a le ria n o ), 230
G u d e , M arq uard (an ticu ario , b ib lio te c a rio y H ila ria (titánid e de la m ito lo g ía g r ie g a ) , 57
co le ccio n ista de m anu scritos n . en H ila r io de Poitiers, San (autor p atrístico
R en d sb u rg in H o lstein ; 1 6 3 5 - 8 9 ) , 65 latino ; c. 3 1 5 - 6 7 ) , 152
G u ev ara, Fray A n to n io de (prosista esp añ o l, H ila r ió n , San (anacoreta palestino;
o b isp o de G u a d ix y M o n d o ñ e d o ; c. 2 9 1 - 3 7 1 ) . 42
c. 1 4 8 1 -1 5 4 5 ) , 3 2 8 -3 2 9 Hispaniolci, 326
G u ic c ia rd in i, Francesco (h istoriad o r y Histoire critique du Vieux Testament, 157
pen sad or p o lític o flo re n tin o ; 1 4 8 3 -1 5 4 0 ) , Historia animalium. 19 1, 196
182, 2 6 3 , 2 6 5 , 348 Historia etiópica, 329
G u ille rm o de M o erbek e ( d o m in ico fla m e n c o , Historia imperialis, 27
traductor de obras filo sóficas; j" 1 2 8 6 ), Historia moral del dios Momo, 3 19
1 6 6 ,1 9 0 Historia natural, 7 , 2 7 , 85—8 6 , 101, 128, 165,
G u p a la tin u s, N ic o la u s (m é d ic o veneciano ; 171, 2 0 4 , 2 2 1 , 2 3 0 , 2 4 5 , 2 5 5 , 2 5 9 , 26 8,
s. x v ), 8 4 , 191 308
G u te n b e rg , Jo h an n (im p resor alem án; Historia requm Britanniac, 66
c. 1 3 9 7 -1 4 6 8 ) , 8 1 -8 3 Historia tripartita ( P o g g io ) , 165
Guzmán de Alfarache, 3 2 7 -3 2 8 Historiarum Fiorentini populi libri X II, 174
H o b b e s , T h o m as (filó so fo in glés;
Harvey, G ab riel (hum anista y p oeta inglés; 1 5 8 8 -1 6 7 9 ) , 15 9, 2 0 2 , 2 0 6 , 2 5 4 , 348
1 5 5 0 / 5 1 -1 6 3 1 ) , 115, 262 H o lb e in , H a n s, el Jov en (artista alem án;
Hécubd, 38 1 4 9 7 / 8 -1 5 4 3 ) , 225

362
ín d ic e o n o m á s tic o

H o lla n d a , Francisco d e (tratadista de arte Isabel I (reina de Inglaterra; 1533—16 03 ),


p ortugu és; 1 5 1 7 -8 4 ) , 213 2 4 9 ,2 5 4 , 268
H o m e r o (poeta é p ic o g r ie g o ; c. 700 a .C .) , isagoge dialéctico, 1 19
3 7 - 3 8 , 4 1 - 4 2 , 6 0 - 6 2 , 115, 2 7 1 , 2 7 6 , Isidoneus Germanicus de erudencia iuventute, 9 6 , 97 ,
2 7 8 , 2 8 7 , 348 102
H o ra c io (poeta ro m a n o ; 6 5 -8 a .C .) , 61 , 94 , Isidoro de Sevilla, San (arzob isp o y
107, 2 2 0 , 2 4 8 , 2 5 2 , 2 5 7 , 2 7 1 , 2 7 3 - 2 7 4 , e n ciclo p ed ista e s p a ñ o l;c . 5 6 0 - 6 3 6 ) , 71,
2 7 7 , 3 0 3 , 3 2 3 - 3 2 5 , 3 3 3 , 348 349
H o rap o llo n (le g e n d a rio autor e g ip c io a Isócrates (orador ateniense; 4 3 6 -3 3 8 a .C .) , 172
q u ie n se atrib uía un texto g rie g o del Italia illustrata, 67
s. iv d .C .) , 2 2 8 , 2 3 0 , 349
H o tm a n , Fran^ois (jurista francés; 1524—9 0 ), Jen o fo n te (historiado r g r ie g o , escritor de
266 varia m ateria; c. 4 3 0 - c . 35 4 a .C .) , 8 8 ,
H u e r g a , C ip ria n o de la (p ro feso r y estud io so 1 7 2 ,2 8 3
de la Biblia español; c. 1 5 1 4 —6 0 ), Je n s o n , N ic h o la s (im p reso r francés a. en
3 2 3 - 3 2 4 . 349 Venecia; c. 1 4 2 0 -8 0 ), 8 6 , 90
H u e t, P ie rre -D a n ie l (eru d ito francés, o b isp o Je r ó n im o , San (au to r p atrístico latino y
de A vranches; 1 6 3 0 -1 7 2 1 ) , 248 traductor de la Biblia; c. 342^1-20), 3 1,
Humanae salutis monumento, 32 4 4 2 , 58 , 8 3 , 123, 1 3 8 -1 4 3 , 1 4 7 -1 4 8 ,
H u rtad o de M e n d o z a , D ie g o (escritor y 1 5 0 -1 5 1 , 168
d ip lo m á tic o e sp añ o l; 1503—7 5 ), 312 Jim é n e z de Cisneros, Francisco (cardenal y
H u y g e n s, C o n sta n tijn (h u m an ista y poeta arzobispo de Toledo; 1 4 3 6 -1 5 1 7 ), 146,
holand és; 1 5 9 6 -1 6 8 7 ) , 2 4 3 -2 4 4 306
Hymna et saecula, 324 Joh an n e s d e A lta Silva (m o n je alsaciano;
Hypnerotomachia Poíiphiíi, 9 0 , 21 4—2 1 5 , 291—2 a .C 1 1 9 0 ), 59
Jo n s to n , Jo h n (filó so fo natural y tratadista de
Ib n Ezra, A b ra h am (rab in o esp añol, m e d ic in a p o la c o , au n qu e de raíces
co m entarista b íb lic o ; 1089—1 1 6 4 ), 141, escocesas; 1 6 0 3 -7 5 ) , 2 5 5 -2 5 6
144 Jo rg e d e Trebisonda (Trapezuntius; filó so fo
Iconología, 2 3 0 , 233 b iz an tin o expatriad o; 1395—1 4 7 2 / 3 ),
11 carme giovanile; De moñbus puerorum in mensa 116, 1 1 8 -1 1 9 , 176, 191
seruondis, 105 Jo u ffro y, Jean (cardenal fran cés, o b isp o de
II libro del cortegiano, 2 0 2 , 285 A lb i; 1 4 1 2 - 7 3 ) , 45
11 pastor fido, 291 Ju a n d e Salisbu ry (eru d ito inglés;
II principe, 1 8 0 -1 8 2 c. 1 1 1 0 -8 0 ) , 2 3 - 2 4 , 349
Ilíada, 3 8 , 4 1 , 11 5, 348 Ju a n II (rey de Castilla; 1 4 0 5 -5 4 ) , 17, 29 6
imagines (Fiió strato), 232 Ju n iu s , Franciscu s, el Joven (holan dés n . en
Im m an u e l ben A b ra h am (eru d ito ju d ío H e id e lb e rg , estu d io so de textos
flo re n tin o n. en San M in ia to ; a. 14 37 ), anglo sajo nes y tratadista de arte;
141 1 5 8 9 -1 6 7 7 ) , 261
índice de libros prohibidos, 3 18 Ju n o (diosa ro m a n a ), 215
Inquisitio super XI orationes Ciceronis, 1 18 Ju stin ian o (em p erado r rom an o; 4 8 3 —5 6 5 ),
Institutio oratoria, 106, 116, 121, 1 2 6 ,2 1 7 , 2 5 , 55 , 101
2 2 0 , 2 7 5 , 2 7 9 , 281 Juvenal (poeta satírico latin o ; c. 5 0 - c . 127),
Institutio principis Christiani, 235 4 7 , 107, 349
Institutiones (P riscian o ), 283 Ju v e n co (poeta latin o cristian o; s. iv d .C .) ,
Institutiones rhetoricae, 125 306
Introductiones (N e b rija ), 2 9 9 —3 0 2 , 3 0 4 -3 0 5
Iren eo, San (autor patrístico latin o , o b isp o de Kepler, Jo h an n e s (astró n o m o y c o s m ó lo g o
Lyón; c. 1 3 0 -c . 2 0 0 ) , 1S 2 , 349 a lem án ; 1 5 7 1 -1 6 3 0 ) , 2 4 7 , 2 5 6 , 2 6 5 , 349

363
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o r e n a c e n tista

K im h í, D avid (ra b in o p rovenzal, Livia (esposa del e m p e ra d o r A u gu sto;


co m en tarista b íb lic o ; c . 1 16 0 - c . 1 2 6 5 ), 58 a .C .- 2 9 d .C .) , 51
141, 144 L iv io , T ito (h istoriad o r rom an o;
K irch er, A th anasius (jesuíta y p o líg ra fo 59 a .C .—I 7 d .C .) , 2 7 . 30 , 3 2 , 4 1 , 4 8 , 52 ,
a le m á n . 1 6 0 2 - 8 0 ) , 2 6 1 . 349 56 . 6 4 - 6 5 , 7 0 -7 1, 106, 1 8 0 -1 8 1 , 2 6 2 ,
2 7 5 , 2 9 7 , 349
Lactan cio (autor patrístico latino; c. 2 4 0 -c . L ó p ez d e M e n d o za , íñ ig o (m arq ués de
3 2 0 ) . 16, 50 , 7 0 , 13 7, 3 1 7 . 349 Santillana; escritor castellano;
L a m b in , D cn is (h u m an ista francés; 1 3 9 8 -1 4 5 8 ) , 296
1 5 1 6 - 7 2 ) , 205 L ó p ez d e Ú b e d a , Fran cisco (novelista
Lamia, 198 esp año l; a. a finales del s. x vi), 327
L a m o la , G io v a n n i (h u m a n ista b olo ñés; L ó p ez de Z ú ñ ig a , D ie g o (estudioso español
c . 1 4 0 7 -4 9 ) , 4 6 , 54 d e la Biblia; f 1 5 3 1 ), 1 4 6 -1 4 7 , 153, 3 0 7 ,
L a n d in o , C ris to fo ro (h u m a n ista flo re n tin o ; 3 1 4 , 318
1 4 2 4 -9 8 ) , 6 3 , 2 0 1 , 2 1 7 , 2 1 9 - 2 2 0 , Ló p ez P in c ia n o , A lfo n s o (preceptista literario
2 8 5 - 2 8 6 , 293 esp añol; a. en la segu n d a m itad
L a o c o o n te (le g e n d a r io p rín c ip e tro y a n o ), del s. x v i) , 3 2 9 - 3 3 0 , 349
213 Lo ren zetti, A m b r o g io (p in to r sienes;
Lápitas (legendaria tribu de Tesalia), 233 f e . 1 3 4 8 ), 224
Lascaris, Janus (h u m a n ista b izan tin o L o r ic h , R ein h ard (hum an ista alem án ; f
e xp a tria d o; c . 1445—1 5 3 4 / 3 5 ), 61 1 5 5 6 / 6 4 ), 127
Laudatio Florentinae urbis, 163, 174 Los trabajos de Persiles y Sigismundo, 3 2 9 —330
Lazarillo de Tormes, 3 2 8 -3 2 9 L o s c h i, A n to n io (h u m an ista m ilan és,
Le imagini de i dei degli antichi, 226 secretario p o n tific io ; 1 3 6 5 / 6 8 -1 4 4 1 ) , 4 9 ,
Lefevre d ’Etaples, Jacq u e s (h u m an ista y 1 1 8 -1 1 9
te ó lo g o francés; c. 1460—1 5 3 6 ), 15 4, 307 Lo vati, Lovato (n o ta rio , ju e z y hum anista
L e ib n iz , G o ttfrie d W ilh e lm (filó so fo alem án; p ad u a n o ; 1 2 4 1 -1 3 0 9 ) , 2 5 . 65
1 6 4 6 -1 7 1 6 ) , 2 0 0 , 247 L u can o (p oeta latin o ; 3 9 - 6 5 ) , 107,
Lena, 32 6 2 7 0 - 2 7 1 , 349
L e o n ic o Torneo, N ic c o ló (filó so fo ve n e cian o L u cia no (escritor g r ie g o a uto r de
d e o rig e n g r ie g o ; 1 4 5 6 -1 5 3 1 ) , 195 d iá lo g o s satíricos; n . c . 1 20 d .C .) , 21 0,
León X (G io v an n i d e ’ M e d id ; papa 2 9 0 -2 9 1 , 230, 3 1 5 -3 1 7 , 3 2 6 -3 2 8 ,
flo re n tin o ; 1 4 7 5 -1 5 2 1 ) , 149, 155 349
L e u c ip o (p ersonaje m ito ló g ic o , padre de L u crecio (p oeta e p icú re o latino;
H ila ria y Feb e), 57 c. 9 4 - 5 5 a .C .) , 4 6 , 6 3 , 2 0 5 - 2 0 7 , 349
Leviathan, 202 Lucubrationes (R. A g r ic o la ), 127
Leyes (P latón ), 176 - Lucula noctis, 62
Liber fastorum, 320 Ludus literarius, 129
Libri quattuor emendationum et opinionum, 312 Luis de L e ó n , Fray (poeta español;
Libro de la picara Justina, 328 1 5 2 7 -9 1 ) , 3 2 1 , 3 2 3 -3 2 5
L ic u rg o (fu n d a d o r d el ré g im e n espartano, Lu p o de Ferriéres (Servatus Lupus; e ru d ito
segú n la tra d ic ió n ), 235 ca ro lin g io ; c. 8 0 5 - 6 2 ) , 21 , 52
L ig o rio , Pirro (arq uitecto , p in tor y anticu ario Lutero (M artin Luther; te ó lo g o protestante
n apo litano ; 1 5 1 0 -8 3 ), 312 alem án; 1 4 8 3 -1 5 4 6 ) , 110, 1 1 2 -1 1 3 ,
L in d e n b ru c h , F rie d rich (hum anista alem án; 1 2 4 ,1 5 4 , 3 1 8 , 349
1 5 7 3 -1 6 4 8 ) , 267
Lingua, 235 M acro b io (escritor y filó so fo ro m a n o ; a. 40 0
L ip sio , Justo (hum anista fla m e n co ; d. C ) , 296
1 5 4 7 -1 6 0 6 ) , 2 0 4 , 2 0 6 , 2 2 5 , 2 3 5 , Magnae Deum matris ídaeae et Attidis initia, 260
2 5 6 - 2 S 7 , 2 6 4 -2 6 8 Magnum de pronominibus, 298

364
ín d ic e o n o m á s tic o

M a io li, L o ren zo (filó so fo esco lástico italiano; M a u ric io de Nassau (p rín cip e de O ra n g e ;
a. a finales d el s. x v ), 1 9 7 -1 9 8 1 5 6 7 -1 6 2 5 ) , 2 6 4 , 266
M al Lara, Ju an de (poeta español; 1 5 2 4 -7 1), M a x im ilia n o I (em p erador del Sacro Im p e rio
3 2 0 , 349 R o m a n o G e rm á n ic o ; 1 4 5 9 -1 5 19), 228
M ald o n a d o , Ju a n d e (gram ático y p rofesor M á x im o el Filó so fo ( ló g ic o b iz an tin o de
esp año l; c . 1 4 8 5 -1 5 5 4 ) , 3 0 2 - 3 0 3 , incierta c r o n o lo g ía ) , 119
3 1 5 - 3 1 6 , 3 2 6 - 3 2 7 , 349 Mecánica, 195
M a lp a g h in i, G io v a n n i (h u m an ista y M e d id , C o s im o d e ’ (estadista flo re n tin o ;
am an uen se italiano n. en Ravena; 1 3 8 9 -1 4 6 4 ) , 4 7 , 4 9 - 5 0 , 7 8 - 7 9 , 205
1 3 4 6 -1 4 1 7 ) , 38 M e d id , Francesco d e' (G ran D u q u e de la
M a n e tti, A n to n io (tratadista d e arte Toscana; 1 5 4 1 -8 7 ), 228
flo re n tin o ; 1423—9 7 ), 212 M e d ic i, G iu lia n o d e ’ (p atricio flo re n tin o ;
M a n e tti, G ia n n o z z o (h u m an ista y traductor 1 4 5 3 -7 8 ), 287
b íb lic o flo re n tin o ; 1 3 9 6 -1 4 5 9 ) , 77 , M e d ic i, Lo renzo d e ’ (p atricio flo ren tin o;
1 4 0 -1 4 2 , 176 1 3 9 5 -1 4 4 0 ) , 78
M a n s io n a rio , G io v a n n i (h u m an ista veronés; M e d ic i, Lo renzo d e ’ ; el M a g n ífic o (estadista
t 1 3 3 7 / 4 7 ), 2 7 -2 8 y poeta flo re n tin o ; 1 4 4 9 -9 2 ) , 4 7 , 56 , 61,
M a n te g n a , A n drea (p in to r italiano a. en 1 6 1 ,1 7 7 , 2 0 3 , 2 2 3 , 2 6 9 ,2 8 5 ,2 8 9 - 2 9 0 ,
Padua y M an tu a ; -j* 1 5 0 6 ), 80 , 2 1 5 -2 1 6 2 9 3 , 339
M a n tu a n u s, Baptista (Battista Sp a gn o li; poeta M e d ig o , Elisha del (ju d ío cretense, filó so fo y
n e o la tin o m an tu a n o ; 1 4 4 7 / 4 8 —15 16), talm udista; c. 1 4 6 0 - 9 7 ) , 145
1 1 2 ,3 2 0 Medulla variarum earumque in orationibus
M a n u z io , A ld o (im p reso r y edito r ven ecian o usitatissimarum connexionum, 256
n . cerca de R o m a ; c. 1450—1 5 1 5 ), 6 4 , 88 , M e la , P o m p o n io (g e ó g ra fo ro m a n o ;
9 0 - 9 2 , 9 8 , 195, 198, 291 s. i d .C .) , 2 1 , 3 0 , 6 4 , 3 0 8 - 3 0 9 , 350
M aq u iav elo (M ach iav elli, N ic c o ló ; pensad or M e la n ch th o n , P h ilip p (te ó lo g o protestante y
p o lític o flo re n tin o ; 1 4 6 9 -1 5 2 7 ) , 159, hu m a n ista alem án ; 1 4 9 7 -1 5 6 0 ) , 107—108,
16 2, 172, 1 7 7 -1 8 3 , 18 7, 2 6 3 , 2 6 5 , 2 9 4 , 111-113, 12 3-125, 154
349 M e n a , Fernando de (traducto r de H e lio d o ro
M arcia l (p oeta latino ; c . 4 0 —c. 10 4), 108, al castellano; a. en la segu n d a m itad del s.
2 3 5 ,3 5 0 x v i) , 3 2 9 , 342
M a rga rit, Jo a n (h istoriad o r y h um anista M e r u la , G io r g io (h u m an ista italian o n. en
catalán, o b isp o de G e ro n a ; c. 1422—8 4 ), A lessandria; c . 1 4 3 0 / 3 1 -9 4 ) , 6 3 , 8 7 -8 8
297 Metafísica, 191
M arte (d ios ro m a n o de la gu e rra ), 23 4 Metalogicon, 23
M artín de D a d a (gram ático danés; 1 3 0 4 ), Metamorfosis ( O v id io ) , 107, 2 2 8 , 288
98 Methodus ad facilem historiarum cognitionem, 254—255
M a rtín I (rey de la C o ro n a de A ragón; M etsys, Q u e n tin (p in to r fla m e n co ;
1 3 5 6 -1 4 1 0 ) , 338 1 4 6 5 / 6 6 -1 5 3 0 ) , 2 3 4 , 2 3 9 -2 4 0
M ar tin i, S im o n e (p in to r sienes; f 1 3 4 4 ), 30 , M ic y llu s , Jaco b u s (hum an ista y p ed ag og o
211 alsaciano; 1 5 0 3 -5 8 ), 107
M arzi, G a le o tto (h u m an ista italiano de la M ig u e l Á n ge l (M ic h e la n g e lo Buonarotti;
U m b r ía ; c. 1 4 2 7 -c . 1 4 9 4 ), 56 escultor, pintor, a rq uitecto y poeta
M asa ccio (p in to r flo re n tin o ; 1 4 0 1 -c . 14 28 ), flo ren tin o; 1 4 7 5 -1 5 6 4 ) , 2 3 3 , 350
2 1 9 - 2 2 0 , 28 4 M in erv a (diosa rom an a d e la sab id uría),
M asca rd i, A g o stin o (retórico e historiad or 3 0 3 -3 0 4
ita lia n o n. en Sarzana; 1 5 9 0 -1 6 4 0 ) , 263 Minerva, seu de causis iinguae latinae, 30 3—304
M asiu s, A ndreas (estudioso de la Biblia M in u z ia n o , A lessandro (h u m an ista e
fla m e n c o ; j* 1 5 7 3 ), 157 im p resor m ilan és n . en San Severo di
Materia medica, 196 Puglia; 1 4 5 0 -1 5 2 2 ) , 88

365
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o ren a c e n tista

M ir ó n (escultor g r ie g o ; a .C . 4 8 0 -4 4 5 a .C .) , Necromanticus, 326


220 N ém e sis (diosa griega de la re trib u ció n ),
Miscelánea (P o lizia n o ), 4 6 , 64 , 70 , 191, 28 6, 2 2 6 , 229
2 8 8 , 306 N eró n (em p era d o r ro m a n o ; 3 7 - 6 8 ) , 3 2 , 55
M itríd ates, Flavio (converso hebraísta del sur N e u m a rk t, Jo h a n n vori (Jan ze Stredy;
de Italia; s. x v ), 145 hum anista c h e c o , canciller im p erial y
M o h am e t II el C o n q u ista d o r (sultán del o b isp o de N a u m b u r g , Litom ysl y
im p e rio o to m a n o ; 1432—8 1 ), 178 O lo m o u c ; t 1 3 8 0 ), 69
M o isés (p erso naje del A n tig u o Testam ento y N e w to n , Isaac (m atem á tico y c ie n tífico
sup uesto autor d el Pe n ta te u co ), 268 in g lé s; 1 6 4 2 / 4 3 -1 7 2 7 ) , 2 4 7 - 2 4 8 , 350
Momo, 3 1 9 , 3 2 7 -3 2 8 N ic c o li, N ic c o ló (hum anista y coleccionista de
Monarchio, 2 7 6 , 279 m anu scritos flo ren tin o; 1364—1437), 4 7 ,
Mónita et exempJa política, 225 51 , 55 , 58 , 75, 7 8 - 7 9 , 91 , 176, 2 1 5 , 278
Monobiblos, 58 N ic c o ló da R e g g io (m é d ic o del sur de Italia,
M o n ta ig n e , M ic h e l de (ensayista francés; traductor de obras m éd icas griegas;
1 5 3 3 -9 2 ) , 1 3 4 -1 3 6 , 171, 2 0 8 , 23 4, c. 1 2 8 0 -c . 1 3 5 0 ), 3 7 , 59
2 4 6 - 2 4 7 , 2 5 3 , 2 5 6 , 3 3 9 , 350 N ico lá s de C lé m a n g e s (hum an ista francés; c.
M o n te fe ltro , F ed erico da (d u q u e de U rb in o ; 1 3 6 5 -1 4 3 7 ) , 51
1 4 2 2 - 8 2 ) , 7 9 ,9 0 , 223 N ic o lá s D a m ascen o (d ram atu rgo , c ie n tífic o e
M o n tr e u il, Je a n de (h u m an ista francés; h istoria d or g r ie g o ; n. c. 6 4 a .C .) , 197
1 3 5 3 - 1 4 1 8 ) , 51 N ic o lá s de C u sa (C u sa n o ; filó s o fo y cardenal
M o ravu s, A u gu stin u s (escritor y filó lo g o alem án; 1 4 0 1 - 6 4 ) , 8 2 - 8 3 , 350
n . en B o h e m ia ; s. x v ) , 96 N ic o lá s de Lira (fran ciscan o francés, exegeta
M o rh o f, D a n ie l G e o rg (p oeta, historiad or de b íb lic o ; c. 1 2 7 0 -1 3 4 0 ) , 8 2 , 140
la literatura y p o líg ra fo alem án; N ico lá s V (T o m m aso Parentucelli; hum an ista
1 6 3 9 -9 1 ) , 65 y papa n . en Sarzana; 1 3 9 7 -1 4 5 5 ) , 50,
M o ro , Tom ás, (T h o m as M o re ; hum an ista 6 2 , 6 7 , 7 0 , 80 , 140, 144
in g lé s, lo rd ca n ciller y m ártir cató lico; N ig e r, Franciscu s (Francesco N e g ri;
1 4 7 8 -1 5 3 5 ) , 159, 1 8 3 -1 8 7 , 2 3 4 , gra m á tico v e n e cian o ; 14 5 0 / 5 2 -d e s p u é s
3 1 4 - 3 1 5 , 350 de 1 5 2 3 ), 98
M ünster, Sebastian (h u m an ista y hebraísta N o n io M arce lo (le x ic ó g ra fo y gram ático
g e rm á n ic o ; 1 4 8 9 -1 5 5 2 ) , 1 4 6 ,2 6 0 ro m a n o ; p rin c ip io s d el s. ív d .C .) , 58
M u re t, M arc—A n to in e (h u m an ista francés; N o n n u s (poeta é p ic o g r ie g o n. en E gipto;
1 5 2 6 - 8 5 ) , 2 5 7 , 2 6 3 -2 6 5 s. v d .C .) , 64
M usas (deidades griegas de la p oe sía, la Novelas ejemplares, 330
literatura, la m ú sic a y la d an za), 2 2 6 , N o y d e n s, B e n ito (escritor y m oralista
2 7 6 -2 7 7 esp año l; 1 6 3 0 - 8 5 ) , 319
M u seo (poeta grie go ; s. v d .C .) , 26 0, 30 8, 350 N ú ñ e z D e lg a d o , Pedro (gram ático y profesor
M ussato , A lb e rtin o (jurista, p o lític o y esp año l; 1 4 7 8 -1 5 3 5 ) , 3 0 2 - 3 0 3 , 320
hu m a n ista p ad u a n o ; 1 2 6 1 -1 3 2 9 ) , 2 7 - 2 8 , N ú ñ e z de G u z m á n , H e rn án (filó lo g o y
33 p rofesor español; c. 1 4 7 3 -1 5 53 ),
M u s u ro , M arco (hum anista cretense 3 0 8 -3 0 9
expatriad o; c . 1 4 7 0 -1 5 1 7 ) , 64 Nutricia, 321

N a u d é , G a b riel (h u m an ista francés; Objeciones insolubles, 119


1 6 0 0 -5 3 ), 234 Observationes in C. Plini Historiae NaturaJis libros,
N e b ríja , Elio A n to n io de (hum anista español; 309
1 4 4 1 / 4 4 -1 5 2 2 ) , 16, 18, 347, 153, Oda a Juan GriaJ, 321
2 9 7 -3 0 7 , 313, 320, 326, 333, 335, 342, Odas (H o r a c io ), 107, 2 5 2 , 2 7 4 , 325
350 Odisea, 38, 247

366
ín d ic e o n o m á s tic o

O e c o la m p a d iu s , Joh annes (hum anista y Paralipomenon Hispaníae, 297


refo rm ista protestante alem án; Paris (le ge n d a rio p rín cip e tro yan o ), 230
1 4 8 2 -1 5 3 1 ) , 154 Parménides, 201
Oeconomicus, 283 Parthcnice septem, 320
O lia r i, B a rto lo m e o (cardenal p ad u a n o de la Parva naturalia, 195
o rd en franciscana; 1 3 2 0 -9 6 ), 27 Pastor bonus, 3 15
Orado ad principes Italiae de periculis imminendbus, Patrizi, Francesco, da C herso (filó so fo
166 n e o p lató n ico italian o ; 1 5 2 9 -9 7 ), 201
Orator, 6 8 , 2 7 9 - 2 8 0 , 282 Patrizi, Francesco, da Siena (pensador
Óptica (N e w to n ) , 247 p o lític o ita lia n o , o b isp o de Gaeta;
Orbis sensualium pictus, 257 1 4 1 3 -9 4 ) , 161, 17 0, 176
O r fe o (m ític o poeta g r ie g o ) , 289 Pedro H isp a n o (papa Ju a n X X I; ló g ic o
Organon, 1 16-1 17, 191 p ortu gu és; 1 2 1 0 / 2 0 -7 7 ) , 119
O ríg e n e s (au to r patrístico grie g o ; Peiresc, N ic o la s -C la u d e Fabri de (hum an ista,
c. 185—c . 2 5 4 ) , 150, 152 a n ticu ario y naturalista francés;
O r o s io (ap o lo geta e h istoriad or español; 1 5 8 0 -1 6 3 7 ) , 216
p rin c ip io s del s. v d .C .) , 27 1, 2 7 6 , 350 Peiró, Joan (protonotario de la C oro n a de A ra­
O r s in i, F u lv io (b ib lió filo y co le ccio n ista gó n ; a. en la segunda m itad del s. xv), 298
r o m a n o ; 1 5 2 9 -1 6 0 0 ) , 312 Pellicanus, C o n rad u s (C o n rad K ürschn er;
O v id io (p oeta ro m a n o ; 43 a .C .—c. 17 d .C .) , h um anista y te ó lo g o protestante alsaciano;
2 8 , 3 5 , 5 3 , 57 , 6 3 , 107, 2 2 8 , 2 3 3 , 1 4 7 8 -1 5 5 6 ) , 154
2 7 0 - 2 7 1 , 2 7 7 , 2 8 8 , 3 0 2 -3 0 3 Pérez, Ju a n (Petreius; p oeta y d ram aturgo
n e o latin o esp añ o l; 1512.—4-5), 18, 3 0 7 ,
Pablo, San (ap óstol y autor 3 1 4 , 3 2 6 , 342
n o vo testam en tario ; | c. 65 d .C .) , 106, Pericles (estadista ateniense; c. 4 9 5 -4 2 9
1 3 2 ,1 6 8 ,2 0 3 , 307 a .C .) , 16 0, 175
P a gn in i, Santes (hebraísta y estud io so de la Perotti, N ic c o ló (hum an ista italian o n. en
B ib lia d o m in ic a n o n. en Lu cca; | 1 5 36 ), Sassoferrato, arzob isp o de S ip on to ;
1 4 9 ,1 5 5 - 1 5 7 1 4 2 9 -8 0 ) , 16, 8 7 - 8 8 , 9 9 - 1 0 2 , 298
Paladio (au to r latin o , tratadista de Persiles. Ver Los Trabajos...
a gricu ltu ra; s. iv d .C .) , 51 , 35 0 Persio (poeta ro m a n o ; 34—6 2 ), 57 , 6 3 , 3 0 0 ,
P alencia, A lfo n s o de (historiado r y hum anista 3 0 6 , 350
esp año l; 1 4 2 3 - 9 0 ) , 70 , 2 9 6 - 2 9 7 , 350 P e ru gin o (Pietro Van ucci; p in tor u m b rio ; f
P a lm ieri, M atteo (pensador p o lític o 1 5 2 3 ), 232
flo re n tin o ; 1 4 0 6 -7 5 ), 168, 2 8 0 - 2 8 2 , Petrarca, Francesco (hum an ista y poeta
2 8 6 , 293 italian o n . en A rezzo; 1 3 0 4 -7 4 ), 10, 15,
P allad io , A n d rea (arq uitecto italiano n. en 19, 2 1 , 2 5 , 2 7 , 2 9 - 3 8 , 4 2 - 5 1 , 54 , 59,
V icen za; 1 5 0 8 -8 0 ) , 2 2 3 , 350 6 5 , 69 , 74 , 1 3 7 -1 3 8 , 162, 17 1, 175,
Pandectas, 55 2 4 5 ,2 6 9 , 2 7 1 - 2 8 0 , 2 8 6 , 2 8 8 , 2 9 1 - 2 9 3 ,
Pan ecio (filó so fo e stoico g rie g o ; c. 1 8 5 -1 0 9 2 9 6 , 3 2 2 - 3 2 3 , 3 2 6 , 3 3 5 , 3 4 0 , 3 4 2 , 350
a .C .) , 160 Petronio (Petronius A rbiter; escritor rom an o;
Pannartz, A rn o ld (im p reso r alem án a. en s. i d .C ) , 2 1 , 5 1 - 5 2 , 350
Italia; t 1 4 7 6 / 7 8 ), 8 2 - 8 4 , 8 8 -8 9 Phaenomena, 70
P an orm ita (A n to n io Beccad elli; hum anista y Philodoxeos, 3 2 5 -3 2 6
p oeta n e o la tin o sicilian o; 1 394—14 71 ), Philosophía antigua poética, 329
4 6 , 4 9 , 5 8 , 22 4 Philosophical Rudiments, 202
P an vinio , O n o fr io (historiado r y anticu ario Piazzola, R o lan d o da (hum an ista pad uan o;
veronés; 1530—6 8 ), 2 6 8 , 312 a. 1 2 8 5 -1 3 2 2 ) , 26
Paradoxa stoicorum, 9 8 , 106 Pico della M irán d o la, Gianfrancesco (filósofo
Paraenesis ( M a ld o n a d o ), 3 0 3 , 3 1 5 —3 1 6 , 349 italiano n. en M irándola; 1469—1533), 208

367
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o ren a c e n tista

P ico d ella M ir á n d o la , G io v a n n i (filó so fo P ó lu x (figu ra venerada de la m ito lo gía


ita lia n o n . en M irán d o la ; 1 4 6 3 - 9 4 ) , 145, g r ie g a ), 57
1 9 3 -1 9 4 , 2 0 8 , 289 Polyhistor (W illia m de M a lm e s b u ry ), 41
P ig n o r ia , L o ren zo (an ticu ario p ad u a n o ; P o m p o n a zz i, Pietro (filó so fo aristotélico
1 5 7 1 -1 6 3 1 ) , 260 m an tu a n o ; 1 4 6 2 -1 5 2 5 ) , 2 0 3 , 3 0 9 , 31 1
Pilato, Le o n cio (m aestro y traductor de grie go P o ntano , G io v an n i G io v ia n o (hum an ista
del sur de Italia; | 13 67 ), 3 8 - 3 9 , 60 napo litano ; 1 4 2 6 -1 5 0 3 ) , 53 , 58 , 317
P ió , G io v a n Battista (hum anista b olo ñ és; Postillae perpetuae in universam Sacram Scripturam,
c. 1 4 6 0 -1 5 4 0 ) , 205 141
Pío II (Enea S ilvio P icco lom in i; hum anista y Po ussin, N ic o lá s (p in to r francés;
papa sienés; 1 4 0 5 -6 4 ), 67 , 70 , 8 1,9 3 1 5 9 3 / 9 4 -1 6 6 5 ) , 216
P irck h e im er, W illib a ld (h u m an ista alem án; P ozzo, C assian o dal (an ticu ario , naturalista,
1 4 7 0 - 1 5 3 0 ) , 2 2 6 , 230 c o le ccio n ista y m ecen as n. en Turín;
P irró n d e Elis (ñ ló s o fo escéptico grie g o ; 1 5 8 9 / 9 0 -1 6 5 7 ) , 216
c . 3 6 0 - c . 2 7 0 a .C .) , 207 Priapea, 46
P isó n (p o lític o r o m a n o ; a. 5 8 - 4 4 a .C .) , 45 Primer Alcibíades, 6 3 , 203
Pitágoras (filó so fo y m ate m á tico g rie g o ; Primeros analíticos, 198
s. vi a .C .) , 16 0, 196 Principia ( N e w to n ), 247
P lan tin , C h risto p h e (im p reso r francés a. en Priscianese, Francesco (hum an ista, gram ático
A m b e re s; c. 1 5 2 0 -8 9 ) , 157 e im p resor flo re n tin o ; s. x vi), 99
Platina (B a rto lo m eo S acch i; h u m a n ista , Prisciano (gram ático latin o a. en
h isto ria d o r y b ib lio teca rio papal n . en C on sta n tin o p la; p rin c ip io s del
Piadena; 1 4 2 1 - 8 1 ) , 16 1, 175 s ig lo vi a .C .) , 283
Platón (filó so fo ateniense; c. 4 2 9 - 3 4 7 a .C ) , Pro Archia, 30 , 3 9 , 4 1 - 4 5 , 4 8 - 5 0 , 62
4 3 , 6 1 , 6 3 - 6 4 , 117, 1 5 9 -1 6 0 , 1 6 6 -1 6 7 , Pro Caelio, 43
16 9, 1 7 6 -1 7 8 , 18 0, 1 8 4 -1 8 6 , 195, Pro Ligario, 119
2 0 0 - 2 0 3 , 2 8 0 , 3 1 9 ,3 4 6 , 352 Pro Murena, 43
P lau to (c o m e d ió g ra fo ro m a n o ; c . 2 5 1 - 1 8 4 Pro Piando, 4 4
a .C .) 5 8 , 9 8 , 1 0 5 , 2 9 1 , 3 2 5 , 352 Problemata (A lejan d ro d e A fro d isia s), 193
P lin io el Jo v en (au to r ro m a n o ; 61 / 62—antes Problemata (A ristóteles), 191
de 11 4), 2 8 , 5 0 , 6 5 , 69 , 2 8 4 Profugiorum ab aerumna libri, 284
P lin io el V ie jo (autor ro m a n o ; 2 3 / 2 4 —7 9 ), Progymnasmata, 11 6, 127
7 , 6 7 ,8 5 - 8 6 , 10 1, 2 2 1 , 2 5 5 , 3 0 8 , 352 Prop ercio, Sexto (poeta rom an o; 5 4 / 4 7 —antes
Plutarco (historiador y filósofo grie go ; c. de 2 a .C .) , 2 6 , 3 0 , 5 7 - 5 8 , 352
46 -d esp u és de 120), 38, 61 , 25 5, 27 8, 352 Prose della voígar lingua, 292
Poética, 19 3, 3 2 9 -3 3 0 Proverbios ( p s .-S é n e c a ) , 104—105,
P o g g io B ra ccio lin i (h u m an ista flo re n tin o P ru d en cio (poeta latin o cristian o ; 3 4 8 - 4 0 5 ) ,
n . en Terranova, secretario p o n tific io y 306
canciller; 1 3 8 0 -1 4 5 9 ) , 15, 4 3 . 7 5 , 9 3 , P to lo m eo (C lau d iu s Ptolem aeus; a stró n o m o ,
1 6 3 -1 6 5 , 2 0 S , 2 1 5 , 296 m atem ático y ge ó g ra fo grie g o ;
P o le n to n , Sicco (h u m an ista p ad u an o; a. 1 2 7 -4 8 ) , 2 3 , 62
1 3 7 5 / 6 -c . 1 4 4 7 ), 4 7 , 59, 65 , 1 19 P ub lilio Siró (autor ro m a n o ; s. i a .C ) , 105
P o lib io (historiado r g r ie g o ; c. 2 0 3 -c . 120 P u lci, Bernardo (poeta flo re n tin o ; 1 4 3 8 -8 8 ),
a .C .) , 2 6 2 , 2 6 6 , 352 290
Política, 1 6 6 -1 6 7 , 197, 25 4, 3 1 0 , 31 1 Puteolanu s, Franciscus (h u m an ista italian o n.
Poliziano, A n ge lo (hum anista y poeta en Parm a; f 1 4 9 0 ), 56
florentino n. en M ontepulciano; 1454—9 4 ),
15, 4 6 , 5 5 -5 6 , 6 3 - 6 4 , 70, 8 4 , 8 8 , 9 1 , 191, Que no debe darse crédito fácilmente a la maledicencia,
195, 1 9 8 -1 9 9 , 20 1, 203, 20 8, 226, 233, 230
2 8 5 -2 9 3 , 3 0 0 , 30 6, 31 2, 3 2 0 -3 2 1 , 323 Querela pacis, 3 1 5 , 317

368
ín d ic e o n o m á s tic o

Q u in tilia n o (retórico latino ; n . 3 5 / 4 0 d .C ) , Roma instaurara, 6 6 - 6 7 , 297


15, 52 , 71 . 106, 1 16, 11 9, 1 2 1 -1 2 2 , Roma triumphaas, 6 7 , 6 9 , 297
1 2 5 -1 2 6 , 2 1 7 , 2 2 0 , 2 4 9 , 2 5 3 , 2 7 5 , 2 7 9 , Román de Thébes, 23
2 8 1 , 2 8 4 , 286 Román de Troie, 23
R ó m u lo (le ge n d a rio fu n d a d o r de R o m a ) ,
R ab elais, Fran^ois (hum anista y escritor 268
francés; 1 4 9 4 -1 5 5 3 ) , 1 3 1 -1 3 2 , 351 R ossi, R ob erto (h u m an ista flo ren tin o;
R afael (R a ffae llo Sanzio ; artista ita lia n o n . en n. c. 1 3 5 5 ), 3 4 , 6 0 , 223
U rb in o ; 1 4 8 3 -1 5 2 0 ) , 2 1 3 , 2 1 5 , 223 R ubens, Pedro Pablo (p in tor flam en co;
R am írez de Villaescusa, D ie g o (escritor espa­ 1 5 7 7 -1 6 4 0 ), 10, 2 0 4 , 2 1 6 , 2 2 4 -2 2 6 , 243
ñ o l, o b isp o de M álaga; 1459—1 5 3 7 ), 305 Rudimento grammatices, 9 8 , 100—101, 198, 298
R am u s, Pedro (Pierre de la R am é e; filó s o fo y
m ate m á tico francés, im p u lso r d e reform as Safo (poetisa g rie g a ; n . c . 61 2 a .C .) , 63
educativas; 1 5 1 5 -7 2 ) , 1 15, 123, Salerno , G ia n N ic o la (jurista veronés;
1 2 5 -1 2 6 , 2 5 7 -2 5 8 1 3 7 9 -1 4 2 6 ) , 160
R ashí (Sa lo m ó n b en Isaac; rab in o y Salmos, 130—3 1, 32 4
co m en tarista b íb lico francés; 1 0 4 0 -1 1 0 5 ) , Salustio (h istoriad o r ro m a n o ;
1 4 1 ,1 4 4 8 6 - c . 3 4 a .C ) , 106, 108, 173, 2 7 6 , 2 8 2 ,
R e g io m o n ta n u s , Joh an n e s (Joh annes M ü lle r; 351
astró n o m o alem án; 1 4 3 6 - 7 6 ) , 96 Salutati, C o lu c c io (h u m a n ista y canciller
R em b ra n d t van R ijn (p in to r ho lan d és; flo re n tin o ; 1 3 3 1 -1 4 0 6 ) , 15, 2 7 - 2 8 , 38 ,
1 6 0 6 -6 9 ) , 243 4 3 —4 4 , 4 7 , 5 1 , 6 0 , 7 4 - 7 6 , 7 8 , 9 3 , 138,
Repastinatio dialcctice et philosophie, 100, 1 1 9 -1 2 0 , 16 2, 2 7 8 -2 7 9
193 Sánchez de las Brozas, Fran cisco (El Brócense;
Repetido secunda (N e b rija ), 300 filó lo g o y retó rico español; 1523—1 6 0 0 ),
República, 1 6 6 -6 7 , 176, 1 8 4 - 8 5 , 201 18, 3 0 3 - 3 0 4 , 3 1 9 , 3 2 0 , 3 2 3 , 352
Rerum memorandarum iibri, 34 Sannazaro, Ja c o p o (p oeta n ap o litan o ;
Rerum suo tempore gestarum commentarius, 166 1 4 5 7 -1 5 3 0 ) , 2 9 0 , 2 9 3 , 3 2 1 ,3 5 1
Rerum vulgarium fragmenta, 2 7 2 —2 7 5 , 2 8 8 . Ver Santritter, Jo h an n e s (im p reso r alem án a. en
tam b ié n Canzoniere Venecia; s. x v ) , 9 5 - 9 6
Retórica (A ristóteles), 1 16, 192—19 3, 251 Sanvito, B a rto lo m e o (am anuense p ad u an o;
R e u c h lin , Joh an n e s (h u m an ista y hebraísta 1 4 3 5 -1 5 1 2 ) , 91
alem án ; 1 4 5 5 -1 5 2 2 ) , 1 4 5 -1 4 6 , 153 Sátiras (F ile lfo ), 88
R h en a n u s, Beatus (R h ein h au er; hum anista Sátiras (Ju v e n al), 107
alsaciano; 1485—1 5 4 7 ), 5 6 , 225 Sátiras (Persio ), 57
Rhetoricum Iibri V (Jorge de T reb iso n d a ), 117 Satiricón, 5 1 , 350
R icard o d e Fo urnival (eru d ito francés; s. xiu ), Saturnalia, 296
30 Savile, H e n r y (m atem á tico , h um an ista y
R in g e lb e r g , Jo a c h im Fortius (h u m an ista y estu d io so in g lé s de la patrística;
m ate m á tico fla m e n co ; "j" 1 5 3 6 ), 252 1 5 4 9 -1 6 2 2 ) , 25 4
R ip a, Cesare (tratadista de arte italiano n. en Savonarola, G iro la m o ( d o m in ic o y teo ló go
Peru gia; c. 1 5 5 5 -c . 1 6 2 2 ), 2 3 0 , 2 3 3 , 351 ferrarés; 1 4 5 2 - 9 8 ) , 16, 112, 1 7 8 ,2 0 8
R ob erto I (rey de N áp o le s; ’f 1 3 4 3 ), 28 , 37, Scala, B a rto lo m e o (h u m an ista y canciller
59 flo re n tin o ; 1 4 3 0 -7 9 ) , 176
R o d o lfo II (em p erado r del Sacro Im p e rio Scarperia, Ja c o p o A n g e lí da (hum an ista
R o m a n o G e rm á n ic o ; 1 5 7 6 -1 6 1 2 ) , 265 toscano; n. c . 1 3 6 0 ), 6 0 , 62
R o d o lfo IV de H a b sb u rgo (d u q u e austríaco; Scriptores (P o le n to n ), 4 7 , 59
1 3 3 9 -6 5 ) , 32 S ch ed el, H a rtm a n n (m é d ic o , h istoriad or y
R o ja s, Francisco d e (dram aturgo español; hu m a n ista de N ú re m b e rg ; 1440—15 14 ),
1 4 7 5 -1 5 4 1 ) , 326 8 4 , 238

369
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o re n a c e n tista

Scholae in liberales artes, 125 Somnium (M a ld o n a d o ), 31 5, 327


Secretum (Petrarca), 137, 168 S p in o z a, B en ed icto (filó so fo holandés;
Secunda Scaligerana, 257 1 6 3 2 -7 7 ), 204
S e d u lio (p oeta latin o y e ru d ito d e o rig e n Stabius, Joan n es (h istoriad o r austríaco d e la
irlandés; s. ix ), 4 9 , 30 6 corte im p eria l; f 1522), 230
Séneca (filó so fo e stoico r o m a n o , autor de Stanzc, 2 8 6 - 2 8 9 , 291
tragedias; c. 4 / 5 a .C .—65 d .C .) , 26—27, S tu rm , Jean (h u m an ista y p e d a g o g o de
3 4 - 3 5 , 1 0 6 -1 0 8 , 159, 2 0 4 - 2 0 5 , 2 5 7 , Estrasburgo; 1 4 8 9 -1 5 5 3 ) , 116, 125, 251
2 7 5 , 2 8 8 , 2 9 6 , 3 0 8 , 351 Suárez, C ip ria n o (jesuíta y retórico español;
Sén eca, M a rco A n n e o , el V ie jo (retórico t 1 5 9 3 ), 16, 126
r o m a n o ; c. 55 a .C —37/41 d .C .) , 3 0 4 Sueño de Escipión, 28 1
Seniles, 3 1 - 3 2 , 74 S u e to n io (h istoriad o r ro m a n o ; c. 69—c. 140),
Septuaginta, 141, 14 6, 148, 15 1, 307 3 4 , 5 5 , 3S1
Sep ú lve d a , Ju a n G in é s d e ( filó lo g o e sp añ o l, S u lp izio , G iov an n i (hum anista y gram ático
traductor y co m en tarista de A ristóteles; italiano n. en Veroli; a. 1 4 7 0 / 9 0 ), 103, 105
1 4 9 0 -1 5 7 3 ) , 9 , 3 0 9 -3 1 1, 3 1 7 - 3 1 8 , 3 3 4 , Suppositi, 326
351 S w e yn h ey m , C o n rad (im p reso r alem án a. en
Serto rio (general ro m a n o ; c. 1 2 2 -7 2 a .C .) , Italia; | 1 4 7 7 ), 8 2 - 8 4 , 88
235 Syb old (Seyb o ld ) H e in r ic h (m é d ic o y editor
Servio (gram ático y co m entarista latino ; alem án; a. 15 22—3 0 ), 1 10
s. iv), 3 1 ,4 9 , 5 7 , 61 Sylva de laudibus poeseos, 321
S ex to E m p íric o (m é d ic o y filó s o fo e scép tico Syntagma philosophicum, 207
g r ie g o ; 1 6 0 - 2 1 0 ) , 2 0 8 , 351
S íc u lo , L u c io M a r in e o (h u m an ista s icilia n o a. Tabula Cebetis, 238
en E spaña; c. 1 4 4 4 -1 5 3 3 ) , 302 Tabulae astronomicae (A lfo n so X ) , 96
Sidney, P h ilip (poeta y teó rico d e la literatura T á cito (historiado r ro m a n o ; c. 5 5 -d e sp u é s
in g lé s; 1 5 5 4 - 8 6 ) , 1 3 2 -3 4 , 2 5 4 - 5 5 , 262 de 11 5), 50 , 6 9 , 10 6, 108, 173, 2 5 5 ,
Sidney, R obert (vizco nde Lisie y p rim er co n d e 2 5 7 , 2 6 3 - 2 6 7 , 351
de Leicester; d ip lo m ático , estadista y Tasso, Bernardo (p oeta ven ecian o ;
cortesano inglés; 1 5 6 3 -1 6 2 6 ) , 2 5 4 , 262 1 4 9 3 -1 5 6 9 ) , 321
S id o n io A p o lin a r, San (autor ga lo rro m a n o , Tasso, Torquato (poeta y prosista italian o
o b isp o de C le rm o n t; c. 4 2 3 - c . 4 8 0 ) , 2 3 4 n. en Sorrento; 1 5 4 4 - 9 5 ) , 245
S ige ro , N ico lá s (le ga d o b izantino ; Tem istio (retórico y co m en tarista g r ie g o de
a. 1 3 4 8 -5 4 ) , 37 A ristóteles; c. 3 1 7 - c . 3 8 8 ) , 1 9 2 -1 9 3
S ig o n io , C ario (h istoriad o r y a n ticu ario n . en Tem po rarius, Jo a n n e s (astró n o m o y
M ó d e n a ; 1 5 2 2 / 3 -8 4 ) , 2 6 7 , 312 c r o n ó lo g o francés; s. x v i), 268
Sila (gen eral y p o lític o ro m a n o ; 1 3 8 -7 8 Teócrito (poeta g rie g o ; c . 3 1 0 - c . 25 0 a .C .) ,
a .C .) , 4 5 - 4 6 6 2 , 8 8 , 2 8 8 , 308
Silenios de Alcibíades, 138 T e o d o rico (rey o stro g o d o ; c. 4 5 5 - 5 2 6 ) , 67
Silvae (E sta d o ), 5 5 - 5 6 Teofilacto (exegeta b iz an tin o ; s. x i), 151
Silvúe (P o lizia n o ), 3 2 0 , 323 Teofrasto (filó so fo p erip atético grie g o ;
Silvestre I, San (papa rom a n o; a. 3 1 4 —3 5 ), c. 3 7 0 -2 8 8 / 8 5 a .C .) , 196, 2S9
143 Terencio (c o m e d ió g ra fo ro m a n o ; c. 1 9 5 -1 5 9
S im ó n , R ich ard (estudioso de la Biblia a .C ) , 3 2 , 4 1 , 5 4 - 5 5 , 58 , 9 4 , 9 8 ,
francés; 1 6 3 8 -1 7 1 2 ) , 157 1 0 5 -1 0 6 , 108, 112, 2 5 2 , 2 8 5 ,3 2 5 , 352
S im p lic io (com entarista grie g o de Aristóteles T é rm in o (dios ro m a n o de las lin d e s ), 240
y E p icteto; s. vi d .C .) , 192, 203 Tertia (juinguagena, 147, 3 0 6
Sobre las refutaciones sofísticas, 117, 119—120 Tertuliano (autor patrístico latino;
Sócrates (filó so fo ateniense; 4 6 9 - 3 9 9 a .C .) , c. 160—c. 2 2 5 ), 139
117, 17 6, 196 Thalichristia, 321

370
ín d ic e o n o m á s tic o

Thaumatographia naturalis, 255 Valdés, Fernand o (in q u is id o r general


Thaumatographia universalis, 256 esp año l; 1 4 8 3 -1 5 6 8 ) , 318
Theologia platónica de inmortalitate animorum, 201 Valdés, Ju a n de (escritor y erasm ista español;
T h e o p h ilu s, O la u s (director de escuela danés; 1 5 0 9 -4 1 ), 3 0 3 , 3 1 7 ,3 2 7 ,3 5 2
a. 1 5 6 5 -7 5 ) , 1 12-1 13 V alcntí, Ferran (jurista m allo rq u ín y
T ib u lo (poeta rom a n o; c. 4 8 —19 a .C .) , 26 traductor de C ic e ró n al catalán;
Timeo, 4 3 , 201 c. 1 4 0 0 -7 6 ) , 297
Tom ás de A q u in o , Santo (te ó lo g o y filó so fo Valentia, Lu d o vicu s d e (d o m in ic o y teó lo go
d o m in ic o ; c. 1 2 2 5 -7 4 ), 56 , 8 2 , 159, ferrarás; c. 1 4 5 3 - 9 6 ) , 197
176, 1 9 4 -1 9 5 , 197, 199, 2 5 1 , 352 Valeriano, P ierio (h u m an ista ita lia n o n . en
T o rq u em ad a, Ju a n de (te ó lo g o y cardenal B e llu n o ; 1 4 7 7 -1 5 5 8 ) , 230
esp año l; 1 3 8 8 -1 4 6 8 ) , 82 Valerio Flaco (p oeta ro m a n o ; j - 9 2 / 9 3 d .C .) ,
T orrentinus, H e rm a n n u s (H e rm a n n van 5 5 , 6 3 ,3 5 2
B eeck; h um anista y g ra m á tico holand és; Valerio M á x im o (h isto ria d o r ro m a n o ;
t e . 1 5 2 0 ), 103 s. i d . C ) , 6 3 , 2 0 5 , 207
T ortelli, G io v a n n i (h u m an ista y b ib lio teca rio Valier, A g o stin o (filó so fo ve n e cian o , cardenal
p o n tific io italiano n . en A rezzo; y o b isp o de Verona; 1530—1 6 0 6 ), 195
c. 1 4 0 0 - 6 6 ) , 7 0 -7 1 Valla, G io r g io (h u m a n ista y filó s o fo n . en
Tractatus de inmortalitate animae, 194 Piacenza; 1 4 4 7 -1 5 0 0 ) , 1 10
Trajano (em p erado r ro m a n o ; 9 8 -1 1 7 ), 32 , Valla, Lo renzo (h u m an ista italian o n . en
5 0 , 65 R om a; 1 4 0 7 -5 7 ), 4 6 -4 7 , 58 , 62, 7 1 -7 2 .
T ran ch e d in i, N ic o d e m o (d ip lo m á tic o y 9 5 , 100, 102, 10 9-1 1 1, 1 1 9 -1 2 0 , 122,
hu m a n ista m ilan é s n. e n P o n trem o li; 126, 1 4 2 -1 4 4 , 1 5 0 -1 5 2 , 15 7, 170, 179,
t 1 4 8 1 ), 84 193, 2 2 4 , 2 7 6 , 312
Trasím aco (sofista y retó rico g r ie g o ; Varrón (autor latin o d e escritos sobre
a .C 4 3 0 - 4 0 0 a .C ) , 182 gram ática, a gricu ltu ra , e tc.; 116—27 a .C .) ,
Trattateiio (B o c c a c c io ), 2 7 6 , 278 2 8 2 ,3 1 2
Trattato di architettura (Filarete) ,2 1 7 Vasari, G io r g io (p in to r y tratadista de arte
Traversari, A m b r o g io (h u m an ista flo re n tin o flo re n tin o n . en A rezzo ; 1511—7 4 ) , 16,
de la o rd en cam aldulen se n . en la 2 1 1 ,2 1 3 , 2 2 2 ,3 4 4 ,3 5 2
R o m a gn a ; 1 3 8 6 -1 4 3 9 ) , 6 3 , 7 9 , 1 3 9 -1 4 0 , V een, O tto van (Vaenius; p in to r fla m e n co ,
1 4 2 ,1 5 2 ,1 5 4 ,1 7 6 , 2 0 5 , 207 autor de libros de em b lem as;
Trebacio (jurista ro m a n o ; s. i a .C .) , 69 1 5 5 6 -1 6 2 9 ) , 235
Tres personae, 30 1 Vega, G arcilaso d e la (poeta español;
Trionfi (Petrarca), 291 c. 1 5 0 1 - 3 6 ) , 3 2 2 -3 2 3
Triunfos de César, 2 15 Venus (diosa rom an a del a m o r ), 2 3 2 , 2 3 4 ,
True Intelleclual System of the Universe, 202 2 8 6 -2 8 9
T u cídides (h istoriad o r g r ie g o ; 4 6 0 / 5 5 - Verdadera historia ,3 1 5
c. 4 0 0 a .C ) , 6 2 , 265 Vergara, Ju a n de (h u m an ista y estu d io so de
la Biblia esp añ o l; 1 4 9 2 -1 5 5 7 ) , 1 4 6 -1 4 7
U lises (m ític o héroe g r ie g o , p ro tagonista de Verino , M ic h e le (poeta n e olatin o flo re n tin o ;
la Odisea), 59 1 4 6 9 -8 7 ), 320
U rb a n o (su pu esto co m en tarista de V irg ilio ; Verm eer, Ja n (p in to r holan d és; 1 6 3 2 -7 5 ),
s. i/iv d .C ) , 57 243
U rb a n o V III (M a ffe o Barberini; papa Verrinas, 53
flo re n tin o ; 1568—1 6 4 4 ), 22 4 Vidas de filósofos. 6 3 , 2 0 5 , 207
Utopia, 1 8 3 -1 8 5 , 315 Vidas paralelas, 3 8 . 2 7 8 , 352
V illa n i, F ilip p o (cronista flo re n tin o ,
V aldés, A lfo n s o d e (escritor español; co m entarista de D an te; c. 1 3 2 5 -c . 14 05 ),
c. 1 5 0 0 -3 2 ) , 3 1 6 - 3 1 7 , 327 276

371
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o re n a c e n tista

V illa n i, G io v a n n i (cronista flo ren tin o; V itto rin o da Feltre (h u m an ista y p ed ag o g o


t 1 3 4 8 ), 276 italiano; 1 3 7 8 -1 4 4 6 ) , 253
V ir g ilio (p oeta ro m a n o ; 7 0 —19 a .C .) , 28—31 , V ive s, Ju a n Luis (h u m an ista español;
3 3 , 3 5 , 4 1 , 4 6 , 4 9 , 5 3 , 56 , 6 2 , 7 0 - 7 1 , 1 4 9 2 -1 5 4 0 ) , 16, 18, 3 1 4 - 3 1 5 . 3 1 7 ,
8 9 , 9 1 , 9 4 , 9 8 , 1 0 7 -1 0 8 , 11 2, 11 5, 122, 3 1 9 - 3 2 0 , 3 2 7 ,3 3 3 ,3 5 2
2 0 1, 244, 2 6 9 -2 7 1 , 274, 2 7 6 -2 7 8 , Vocabulario español-latino (N e b rija ), 299
2 8 6 -2 8 7 , 2 8 9 -2 9 0 , 292, 300, 3 0 4 -3 0 5 , Vossius, G erardu s Joan n es (hum an ista
3 2 2 - 3 2 4 , 352 h o la n d és; 1 5 7 7 -1 6 4 9 ) , 2 5 0 - 2 5 1 , 2 5 4
V irg ilio , G io v a n n i del (h u m an ista b olo ñ és; V u lca n o (dios ro m a n o del fu e g o ) , 23 4
j" d espu és de 1 3 2 7 ), 28
V is c o n ti, F ilip p o M aría (d u q u e de M ilán ; W h ea re, D e g o r y (p ro feso r in glés de historia
1 3 9 2 -1 4 4 7 ) , 163 a n tigu a ; 1 5 7 3 -1 6 4 7 ) , 263
V is c o n ti, G ia n g a le a zz o (d u q u e de M ilán ; W idm an stetter, Jo h a n n A lb rech t (hum an ista
1 3 5 1 -1 4 0 2 ) , 9 3 , 164 y e stu d io so de la B ib lia bávaro; 1 5 0 6—5 7 ),
Vita civile, 16 8, 2 8 0 -2 8 2 148, 1 5 6 -1 5 7
Vita S. Hilarionis, 42 W illia m de M alm esb u ry (h istoriad o r in glés;
Vitarum virorum illustrium epitome, 3 4 c. 1 0 8 0 -c . 1 1 4 3 ), 4 1 —42
Vite (V asari), 211, 213, 222 W im p fe lin g , Ja k o b (hum an ista alem án;
Vite (V esp asiano da B is tic c i), 78—7 9 , 8 1 , 1 4 5 0 -1 5 2 8 ) , 9 6 - 9 7 , 10 2, 1 12
90
Vite di Dante e di Petrarca, 2 7 8 , 2 8 2 , 293 Z e u x is (p in to r g r ie g o ; s. v a .C .) , 221
V itru v io (arq uitecto e in g e n ie ro m ilitar Z im m e r n , C o n d e W ilh e lm W erner von
ro m a n o ; s. I a .C ./ d .C .) , 5 5 , 6 6 , 2 2 2 , 2 8 2 , (h istoriad o r y c o le ccio n ista alem án ;
291 1 4 8 5 -1 5 7 5 ) , 26 0

372
Ilustración de la portada: Virgilio Marón, Publio: Opera. S. xvi. BUV
© Universitat de Valéncia, Biblioteca General i Histórica

Entre los siglos xiv y xvn el humanismo jugó un papel primordial en el


desarrollo de la cultura europea. En sus inicios, el movimiento se
caracterizó por la voluntad de recuperar, interpretar e imitar los textos
de la Antigüedad grecorromana, así como por el estudio de sus restos
arqueológicos; poco tardó, sin embargo, en activar un ambicioso
programa cultural que influyó en casi todas las facetas que componen
la vida intelectual del Renacimiento. Los doce trabajos inéditos que
integran este volumen cubren todo ese espectro: desde la enseñanza
de las artes del lenguaje hasta la revolución de la ciencia moderna,
desde la huella que dejó en los estudios bíblicos hasta su impronta en
el arte y en la literatura de su tiempo, desde sus orígenes en Italia
hasta su efecto en la España renacentista.

N icholas M ann , O ríg e n e s d e l h u m a n is m o

M ichael D. R eeve , L a e r u d ic ió n c lá s ic a

M artin D avies , E l lib r o h u m a n ís tic o e n e l C u a tro c ie n to s

K ristian J ensen , L a re fo rm a h u m a n ís tic a d e la le n g u a la tin a y d e s u e n s e ñ a n za

P eter M a ck , L a re tó r ic a y la d ia lé c tic a h u m a n ís tic a s

A lastair Hamilton , Los h u m a n is ta s y la B ib lia

J ames Hankins , E l h u m a n is m o y lo s o ríg e n e s d e l p e n s a m ie n to p o lític o m o d e rn o

J ill K raye , F iló lo g o s y filó s o fo s

C harles H ope y E lizabeth M c G rath , A rtis ta s y h u m a n is ta s

A nthony G rafton , L a c ie n c ia m o d e r n a y la tr a d ic ió n d e l h u m a n is m o

M .l. M c L aughlin , E l h u m a n is m o y la lite r a tu r a ita lia n a

A lejandro C oroleu , H u m a n is m o e n E s p a ñ a

C A M B R ID G E
U N I V E R S IT Y P R E S S
ISBN 84-8323-016-X

9 788483 230169

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