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Querida Alondra:

Cuando te miras al espejo se refleja mi rostro. Ambas sabemos que fuimos una, no ahora.
Antes.

Recuerdas aquélla noche, hace tantos año; en una sala de chat te lo cruzaste. Él, quejándose
de que a sus cincuenta años ya no tenía el ímpetu de la juventud.

Entonces vos te metiste en su diálogo o monólogo, tratando de reconfortándolo, diciéndole


que era joven aún, y tenía mucho para dar.

Ahí él comenzó a “hablar” con vos. El pez había mordido el anzuelo.

Chateaste con él hasta bien entrada la madrugada de un día patrio. Los días que siguieron (¿ te
acordás?) hasta te escribió un poema. Ya sabemos lo ególatra, sarcástico y hosco que era. Vos
lo fuiste conociendo de a poco. Él te contó de su vida, hasta sabías dónde vivía y todo. Eso te
inspiró confianza, por cierto. Y te fuiste entregando.

Pasaron 9 días y te invitó un café, ya que estaba de paso en Buenos Aires. Aceptaste. Hacía
años que no había un hombre en tu vida, ni una cita.

Ese encuentro fue inolvidable, para vos. Lo recordás bien. Lo que te terminó de enamorar fue
cuando te quiso regalar un disco de una cantante desconocida para vos, pero que él admiraba.
Y caminaron juntos por Callao, hasta encontrar una disquería. Te dijo que no estaba el que te
quería regalar, y finalmente vos elegiste uno al azar. Fue el regalo, que te hizo pensar que era
una promesa, y el beso en los labios que te dio al despedirse, pensaste que era un contrato
para volverte a ver.

Te escribió esos días que estaba muy lejos. Se comunicaría con vos a su vuelta en 8 días. Te
acordás Alondra? Cómo “gastaste” el disco escuchándolo una y otra vez.

Pero no te llamó. Esperaste ansiosa y llamaste varias veces al hotel. No estaba. Esa noche,
entre enojada y dolorida, caminaste hasta el hotel y le dejaste el disco, con una nota que decía
que no aceptabas regalos de desconocidos.

De ahí en más, todo fue una batalla infernal. Entre su juego cruel, burlas, como un gato que
juega con su presa antes de devorarla.

Y no te rendiste tan fácilmente. Me río hoy pensando todo lo que hiciste para no salirte de su
pensamiento. Cuando le dijiste que irías a verlo participar de un triatlón. Se lo creyó. Cuando
finalizó el mismo, entró al icq y te dijo _No te ví en la playa, tonta_ Y vos, triunfante, le
contestaste: _ Estuve ahí, en tus ojos, buscándome_.

Y cuando le mandaste a su domicilio varias películas bien elegidas, de una promoción gratuita,
con los datos de él? Jajaja. Qué sorpresa se llevaría. Algunas eran de amor, otras no, escogiste
entre las que más te gustaban.

Pasó el tiempo querida mía, y ese juego sólo alimentó tu dolor.

Sin embargo, como hemos leído en Borges: “la felicidad no necesita transmutarse en belleza,
la desventura sí”. Y pudiste convertir esa pena del desamor en poesía.

Valió la pena tu pena, no Alondra?

Ya estoy viendo tu sonrisa reflejada en este espejo…

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