Está en la página 1de 2

El viaje

El avión aterrizó a las 15, 15 en el aeropuerto “Sayhueque”. Los pasajeros bajamos


tiritando de frío por la diferencia de temperatura con Buenos Aries, a pesar de que
estábamos en verano.
Cargando mi mochila y sosteniendo un paquete envuelto en papel azul, me encaminé hacia
el micro que me llevaría al centro de la ciudad.
A pocos minutos del aeropuerto me bajé en una calle bastante transitada, doblé la esquina y
busqué el número.
Temblando, de frío claro, toqué el portero eléctrico. Me atendió una señora; era la
encargada del edificio. Amablemente le pedí que entregara el paquete azul al señor del 2º A.
Ella, sonriendo me dijo que no sería necesario, ya que el señor se encontraba en su
departamento en ese momento. Yo le aclaré que a mí sólo me habían enviado con el
paquete, que ni conocía al destinatario y que debía volver a la estación, si no perdería el
ómnibus a Esquel.
Me percaté del temblor en mi voz. Pero pensé que la señora creería que sería a causa del
viento frío que soplaba desde el lago. Le hice un ademán de despedida , di vuelta la esquina
y sin mirar atrás, caminé hacia la estación.
Iba tan ensimismada en mis pensamientos que ni sentí la tibia humedad de una lágrima
corriendo por mi rostro. Cada tanto miraba hacia el imponente lago azul verdoso. Las
gaviotas desplegaban sus alas a ras del agua. Más allá, las montañas cortaban el cielo.
Repentinamente sentí una respiración jadeante detrás de mí. Alguien corría presuroso
sobre la calzada. Ni miré. Nada, sino la helada belleza del paisaje, podrían distraerme de
mis pensamientos.
De pronto me pareció oír mi nombre a cierta distancia. Pero cuando me dispuse a darme
vuelta, ya tenía frente a mí la figura desgarbada y altísima de él. Me detuve abruptamente
conteniendo la respiración y llevándome la mano al pecho. Mi corazón aceleró sus latidos.
El sostenía en una mano el paquete azul desprolijamente abierto, de donde sobresalía una
bufanda roja, que yo le había tejido; y en su otra mano, la carta que le había escrito.
Presa de una indescriptible emoción tomé la bufanda con suavidad y se la puse alrededor
del cuello. No recordaba lo alto que era, y lo bien que le sentaba el rojo.
Entonces, lo abracé. Fue un impulso irrefrenable.
Inexplicablemente para mí, él me rodeó con sus brazos largos y fuertes.
Si nunca me había querido, por qué habría de hacerlo?
Qué tonta, le mojé la bufanda y su barba con mis lágrimas. Le pasé la mano por la cara y
besé su mejilla, su nariz, sus labios. El me apretó más contra sí y me besó largamente en la
boca. Pude sentir su calor y su olor, que sólo había creído sentir en mi imaginación.
Luego me aferré a sus manos cálidas mirándolo a los ojos amorosamente, casi con
desesperación.
Fue entonces, que él me dejó oír su voz, la que tanto había añorado volver a escuchar en
estos cinco años.
_ Te quiero tonta_, me dijo.
Pero justo en ese momento, la azafata anunciaba el inminente aterrizaje en el aeropuerto
de Esquel. Todos los pasajeros nos colocamos el cinturón de seguridad. Yo alcancé a
secarme alguna otra lágrima imprudente. A través de la ventanilla pude ver el Nahuel
Huapi, como un pedacito de vidrio azul verdoso, alejarse detrás de las alas del 737,
definitivamente…

También podría gustarte