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El ser humano nunca ha estado tan desconectado de la naturaleza como ahora.

Si bien antes
nos regíamos por la luz natural y las estaciones, gradualmente hemos ido distanciándonos de
esa información que nos une a la Tierra: trabajamos en espacios perfectamente climatizados e
iluminados, nos desplazamos aislados en nuestros coches y nuestro ocio implica en muchas
ocasiones aislarnos de nuestro entorno (ver la tele, mirar el móvil, entrar en un centro
comercial…)

La naturaleza tiene un espectacular poder sobre nosotros: nos calma, nos ayuda a
reestructurar nuestras prioridades y a poner orden en nuestra mente. Estos beneficios tienen
un claro paralelismo con la meditación y es por ello que encontramos en la unión de
naturaleza y mindfulness la manera de perfecta de recuperar el equilibrio que nuestra vida
urbana nos hace perder.

Y no vamos a negar los beneficios de esta evolución, pero sí a poner de manifiesto un hecho, y
es que en tan solo 100 años nos hemos ido separando de la naturaleza que nos rodea hasta
volvernos perfectos desconocidos. ¿Por qué alguien que vive en el campo es capaz de predecir
el tiempo mirando a su alrededor y tú tienes que mirar una aplicación? Simplemente porque
está conectado con su entorno, sabe interpretarlo como si fuera un libro abierto.

Hay días en que nos sentimos estresados, agotados y soñamos con estar en una playa
paradisíaca o en el campo. Esto ocurre porque la naturaleza nos devuelve el silencio y la paz de
las que carecen nuestra estresada vida diaria.

Es necesario desconectar de nuestro día a día de vez en cuando y disfrutar de la tranquilidad


del campo, la playa o pasar el día en un parque. El ritmo de vida de las ciudades es cada vez
más acelerado. Un simple paseo por un parque grande de nuestra ciudad nos ayudará a
reducir el estrés.

Estar en un ambiente natural también nos ayuda a estar presentes y ser conscientes, relajar
nuestra mente y disfrutar del momento.

La meditación es mucho más efectiva en un ambiente natural ya que en la naturaleza podemos


disfrutar de su armonía.

Uno de los mayores beneficios de estar en contacto con la naturaleza es que somos capaces de
llenar nuestros pulmones de aire puro.

Se trata de que salgamos de nuestros pensamientos. ¿Cómo? Observando nuestra respiración,


notando nuestro cuerpo, contemplando nuestro entorno, escuchando los sonidos, percibiendo
los olores, los colores, las formas…
Intentamos llevar nuestra atención a la respiración, a observar como inhalamos y como
exhalamos. Podemos observar nuestra respiración en las fosas nasales, en la zona del pecho,
en el abdomen… No se tratra de modificar nuestra respiración; si no, de observarla. Si nuestra
atención se va a un pensamiento, esto es completamente normal. Cuando seamos conscientes
de que nos hemos distraído, volvemos a llevar nuestra atención a la respiración, sin hacernos
ningún reproche. Con este ejercicio de focalización en la respiración, poco a poco vamos a
calmar nuestra mente.

Ahora vamos a practicar un ejercicio de atención consciente a los sonidos.

Sentados/as y con los ojos cerrados vamos a llevar la atención a escuchar el entorno. No
tratamos de etiquetar los sonidos, ni de que nos gusten y no centramos nuestra atención en
ningún sonido en particular; nos limitamos a escuchar lo que nos llega. Dejamos que los
sonidos vayan y vengan uno tras otro. Todos son bienvenidos. No tratamos de encontrar
sonidos a nuestro alrededor. Dejamos que lleguen. Cuando observamos que nuestra atención
se ha extraviado tras un pensamiento, cosa que inevitablemente sucederá, simplemente
volvemos con suavidad y amabilidad a la tarea de escuchar.

Por último vamos a caminar en silencio intentado llevar la atención a nuestras sensaciones
físicas y al entorno.

Prestamos atención a nuestra respiración, la observamos, notamos nuestras plantas de los


pies, notamos nuestras piernas al caminar… observamos el entorno, sentimos el aire en la
cara…

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