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De lo kafkiano y lo kakánico

RAFAEL ARGULLOL

Algunos arquetipos del Poder en la literatura contemporánea

«Permítame, señor alcalde, que le interrumpa con una


pregunta», dijo K.: «¿No mencionó usted antes, en
algún momento, una oficina de control? Pues esa admi-
nistración, según presenta usted las cosas es tal, que se
le revuelve a uno el estómago pensando que podría faltar
el necesario control».

«Es usted muy severo», dijo el alcalde. «Pero multi-


plique mil veces su severidad y . todavía no sería nada
comparada con la severidad que emplean las autoridades
para con ellas mismas. ¿Que hay oficina de control? Hay
solamente oficinas de control. Cierto que no están desti-
nadas a descubrir fallas en el sentido bruto de esa pa-
labra, puesto que tales fallas no se producen, y aún cuan-
do algun~ vez se produce una falla, como en el caso suyo,
¿quién podría decir definitivamente que es una falla?»

(FRANZ KAFKA: El Castillo)

1) Lo kafkiano

A estas alturas posiblemente ya nadie sea capaz de consi-


derar al ciudadano K. como a alguien perteneciente al mundo
de la ficción. Desde el tiempo en que Franz Kafka elaboró sus
escritos, «lo kafkiano» ha tomado una carta de naturaleza tan
universal ·que su uso terminológico ha adquirido raigambre
coloquial. «Lo kafkiano» como representación del poder* de
las cosas sobre los hombres significa, muy probablemente, el

* Al término cpoder», en minúscula, le doy una dimensión genérica en sus


distintas atribuciones -con evidente implicación coercitiva- de capacidad,
facultad de hacer, posesión, dominio, posibilidad, etc ... «Poder», en mayús-
cula y como sustantivo, va referido a la entidad, asimismo sustantiva, en
la que se materializa el «poder». Todo ello sin entrar, claro está, en la
actual discusión «filológico-filosófica» sobre tan mágico vocablo.

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fenómeno central de la civilizacíón contemporánea: la escisión
entre un «mundo exterior•, cosificado, fetichizado, y un «YO»
expulsado hacia sí mismo.

Pero el uso de clo kafkiano» sirve, además, para desmenuzar


el mecanismo de dicha escisión. En toda la obra de Kafka (y,
especialmente, en su tronco narrativo: El Proceso, El Castillo,
América) la matriz de la desposesión del «mundo exterior» y
de la expulsión del hombre hacia su sitiada interioridad reside
en el «Aparato». Burócratas, centinelas, murallas, tiempos y
espacios de incomunicación, tejer la red de un «Aparato» que
partiendo de la esfera más alta, más universal y más oculta
del Poder llega a invadir los más recónditos refugios psíquicos
del ser. Este «Aparato», que bien podría ser calificado de teji-
do de poder, actúa como membrana osmótica a un triple nivel
de relación: entre el individuo y el Poder, entre el individuo
y la sociedad, entre los propios individuos.

Tal vez alguien, llegados a este punto, argumente que sería


más sencillo utilizar, en lugar del término -desagradable-
mente ampuloso- de «Aparato», el más corriente de «aparato
del Estado» o, simplemente, de «Estado».

Sin embargo, esto sería erróneo. El análisis de Kafka no va


dirigido a desentrañar la estructura coactiva, represiva del
Estado como instrumento de clase (en el sentido marxista),
ni tampoco a echar luz sobre la composición del Poder. Más
bien, «lo kafkiano» pone de manifiesto uno de los modernos
atributos de éste: su capacidad .de ocultarse, de anonimarse.
Así podría decirse que el «Aparato» kafkiano no hace radical
el poder de la Muralla China tanto en su ciclópea construcción,
cuanto en la aparente infinitud de sus cimientos y sus límites.

Y, en efecto, esta capacidad transformista del Poder en la ac-


tual sociedad capitalista lo distingue nítidamente ·de las ante-
riores modos de Poder, incluido el propio de las precedentes
fases del período burgués. Paulatinamente -y de manera más
acusada en el sistema político calificado de «democrático oc-
cidental»- la Ley ha sustituido al Rey y los mecanismos in-
ternos de la Ley han sustituido a la Ley misma. En el absolu-
tismo precapitalista, el Príncipe dictaminaba lo que era bueno
y lo que era malo. Luego, tras las «revoluciones burguesas», la
Norma se encargaba de dicha misión. Sin embargo, cuando, en
su etapa actual, el capitalismo extiende la «sociedad anónima»
desde un plano mercantil a un plano de organización social,
entonces Príncipe y Norma son sustituidos por un principio
de indeterminación a través del cual, como dotado de alma
proteica, el Poder está en todas partes y en ninguna.

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El «Aparato» kafkiano es, entonces, mostración del Poder,
pero, sobre todo, es de-mostración de la infinitud del Poder,
de la ausencia de márgenes en el siempre amenazante río del
castigo. Frente a él el hombre se ve sometido a un proceso de
incertidumbre que cercena su propio poder; es decir, su cons-
ciencia, su concepción del mundo, su identidad. En aparien-
cia es libre, pero ha sido convertido en funcionario de su
libertad.

2) Lo kakánico

«No era más que un anónimo organismo administrativo;


propiamente no era más que un fantasma, forma sin ma-
teria, atravesado de confín a confín por corrientes ince-
santes de influjos, ilegítimos, a falta de legítimos.•

Escribía Robert Musil refiriéndose al Estado de Kakania -es


decir, la kaiserlich-koniglich Monarquía austrohúngara-, un
símbolo del pasado y una metáfora del porvenir.

Kakania, como símbolo del pasado, representaba la decaden-


cia, hasta cierto punto grotesca, del antiguo esplendor del
Imperio Austrohúngaro. Kakania era una gigantesca máquina
estática, detenida entre las raíces de su propio tronco agostado,
sólo capaz de movimiento si éste estaba dirigido a hacer to-
davía más complejo el laberinto administrativo, ya inmensa-
mente complejo en sí mismo, de un Estado ineficaz, pero om-
nipresente.

Kakania, como metáfora del porvenir, personificaba la culmi-


nación de un determinado modo de organizar la administra-
ción de los hombres y el poder sobre los hombres: el Poder
totalizador, impersonal, anónimo. «Lo kakánico» se erigía
como la médula del «Aparato» kafkiano y, hasta cierto punto,
podría considerarse como la oculta filosofía subyacente al
Estado moderno.

Pero, ¿por qué el ciudadano K. y por qué Kakania?

El que las obras de Kafka y Musil (y las de Wittgenstein,


Freud, Schonberg, Kraus, Kakoschka y tantos otros) se desa-
rrollaran, una en Praga y la otra en Viena, en el Estado más
decimonónico de Europa, ha llevado a un equívoco bastante ge-
neralizado: considerarlas obras vinculadas a un fenómeno cul-
tural-político de decadencia (cuando no han sido calificadas,
simplemente, de «decadentes»). Sin embargo, Kafka y Musil
no se limitaban, de ningún modo, a literaturizar la tragicome-
dia habsbúrgica, sino que, más bien, intuían en ella un presa-

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gio· fatídico cerniéndose sobre los tiempos futuros. Y basta
la opinión de Musil de que «la grotesca Austria no es más que
un caso, singularmente claro, del mundo moderno», para
evidenciar su conciencia de ello.

Tampoco -como se ha hecho- debe identificarse ese pre-


sagio fatídico con el advenimiento histórico de los fascismos.
Aunque éstos mostraran ya, con violencia desgarradora, la
absorción del hombre en el devorador remolino del Estado
totalitario, no por esto significaron la culminación del proce-
so en que el ciudadano K. va perdiéndose en los espejismos
de Kakania.

No obstante, ¿a qué se quiere aludir con lo «kakánico»? Pa-


labras del mismo Musil aproximan una definición:

«La relación corriente del individuo con una organiza-


ción ·demasiado grande, como es la estatal, consiste en
dejar hacer, esta expresión ·e s una fórmula genuina, entre
otras, de · esta época. La coexistencia de los hombres se
ha hecho tan grande y tupida, y las relaciones se han
entrelazado y desarrollado de forma tan incomprensible
que ningún ojo, que ninguna voluntad es capaz de abar-
car espacios mayores; y cada hombre queda dependiendo
de otros, en minoría de edad, fuera del círculo más es-
trecho en que se desarrollan sus propias funciones. Nun-
ca había estado tan limitada la inteligencia de los su-
bordinados como lo está ahora, ahora, cuando todo lo
hace ella. Quiera o no, el individuo tiene que dejar hacer,
y él no hace.»

El tema de la sumisión del hombre a un creciente ostracismo,


en parte provocado por él mismo, respecto a la capacidad de
guiar su propio destino es un tema que se consolida teórica y
literariamente con la crítica romántica de la naciente civili-
zación burguesa. Para aquélla, la fuga del individuo hacia su
subjetividad no tiene, ciertamente, carácter voluntario sino
que viene inducida, coercitivamente, por un «mundo exterior»
que agrede su consciencia y atomiza su ·unidad físico-psíquica.
Piénsese, para citar sólo un ejemplo, en los personajes de
Heinrich Von Kleist que buscan en el ·sonambulismo «Un
refugio de libertad» ante el desvarío oclusivo de los primeros
síntomas prusianos del «Aparato» kafkiano (posición que,
«avant la page», asume la de posteriores desarrollos, como
el freudiano, el surrealista y los de Joyce y Kafka).

Creo que fue Jean Jacques Rousseau quien, ya tempranamen-


te, anunció, el primero, la inevitable pérdida de identidad de
un pueblo que «se hace representar», diagnosticando, al mis-

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mo tiempo; con·una precisión admirable, la función fetichista,
«kakánica», de la organización democrática · propuesta por
Montesquieu: ·«(La división del poder estatal en legislativo y
ejecutivo hace) del portador del Poder del Estado un . ente.
fantástico, a base de remiendos, como si uno quisiera com-,
poner un hombre con distintos cuerpos, de los cuales uno no
tiene más que ojos, otro nada más que brazos, otro sólo
pies».

Sin embargo, lo que en Rousseau únicamente es intuición;


en Musil es ya evidencia. Lo que para el primero es un ente
fantástico, para el . segundo· es clara y· decididamente fantas~
mático. Ambos manifiestan, no obstante, la constatación de
un .mismo · proceso! .la creciente autonomización del Poder,
oculto tras el enramado de . un «Aparato» de relaciones, cuya
capacidad · de espejismo .y apariencia . es asimismo creciente~

El hombre expulsado hacia sí mi~mo (circunstancia puesta


de manifiesto por la crítica romántica) por la presión de un
«mundo exterior» organizado según principios fantástico-fan-
tasmáticos .(en -opinión de una línea analítica que va de Rous-
seau a Musil) se encuentra sumido en un proceso de fraccio-
namiento; de desorganización · de su identidad. En una anota-.
ción que alude a · la obra. de Rousseau, Robert Musil ha es-
crito: «Se trata de conservar la fuerza grande, indivisible;
de la vida. El la llama tan pronto instinto, o sentimiento, . o
genio, o ingenuidad, como también naturaleza, alma hermosa.
La cultura de la división del trabajo, social y psicológica, que
desintegra esta unidad, constituye el mayor peligro de muerte
para el espíritu».

Esta afirmación introduce el tercer gran componente del mo-


saico kafkiano-kakánico. Tras la escisión entre individuo y
«mundo exterior», tras la expulsión del sujeto y la consoli..:
dación de un mundo aparente en cuyas intrincadas calles
aquél sufre el desgarro de su propia obnubilación, la «centri..:
fugación de la existencia en el caos», según la apasionada ex-
presión del mismo Musil, completa el retablo de la situación
del ciudadano K. en el universo de Kakanía.
r>..u.n.~u.e, c~TI\~ e<& d-0'1'1.0, \a U\'11.s\ón O.e\ txaoa) o está vinculada
a la existencia misma de éste, el alto grado de atomización
de la actividad humana es un patrimonio específico de la
época burguesa. Como en una noria infernal, inconsciente-
mente propulsada por los hombres, y cuyo eje es la organiza-
ción capitalista de. la sociedad, la fragmentación de la cons-
ciencia provos:;a la autoexpulsión del hombre y .ésta, a su vez,
nuevas y más sofisticadas fragmentaciones ; Buscando una
ejemplificación· plástka a la obra destructora de la subjetivi-
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dad por parte de la civilización burguesa, podría decirse que
si las «Carceri inimaginarie» de Gian Battista Piranesi o los
«Caprichos» de Francisco Goya, con sus laberintos del pesi-
mismo perfectamente concretados, son geniales toques de sos-
pecha ante el futuro, los lienzos de un M. C, Escher o un
Francis Bacon al pintar un mundo que ha perdido sus con-
tornos, logran mostrar que el hombre moderno, a la realidad
de una opresión social, debe sumar la irrealidad del creciente
enigma en que se ve sumido.

3) El moderno ciudadano K. en la moderna Kakania

C. V. Schiminck-Gustavus, en un reciente libro, quizás el me-


jor sobre el asunto, cuyo título aproximadamente traducido
sería El renacer de Leviatán, se ha referido, al hablar de la
evolución de la Alemania Federal hacia un nuevo totalitaris-
mo, a «la instauración de un estado de sitio fantasma sin una
amenaza concreta».

Dicha definición me ha parecido una lúcida síntesis de la que,


sin embargo, me separa esta salvedad: aunque, en sentido es-
tricto, es ajustadamente acertada respecto al actual «Modell
Deutschland», al mismo tiempo, no se limita a él, sino que
ilustra la generalizada evolución del modelo civilizatorio -y
de relación entre individuo y Poder- instaurado con el capi-
talismo. Treinta años arites que Schiminck-Gustavus, Dino
Buzzatti lo había expuesto espléndidamente en Il deserto dei
tartari al representar una fortaleza en permanente estado de
alerta ante el peligro, a todas luces inexistente, de una inva-
sión por parte de los «tártaros».

Con ello no quiero, como es natural, negar la violenta particu-


laridad de la situación alemana. La explícita constitucionali-
zación del terrorismo estatal sitúa a Alemania, sin duda con
la beligerante tradición prusiana que ya sintieran Holderlin
y Kleist en sus carnes, en la cabeza de dragón del nuevo
Leviatán. Pero me temo que el trasfondo de la cuestión nos
conduzca más allá: nos conduzca a un estado de sitio fantas-
mático en que lo más peligroso sea, precisamente, lo fantas-
mático. Nos conduzca a la hipótesis que ya adelantaba Franz
Kafka en el texto Sobre la cuestión de las leyes, de que tras el
«Aparato» del Poder pueda no haber ninguna ley: ·

«Nuestras leyes no son conocidas por todos, son un se-


creto reservado al reducido grupo de nobles que nos do-
mina. Estamos convencidos de que estas antiguas leyes
son aplicadas escrupulosamente y, sin embargo, es ex-
tremadamente penoso ser gobernados mediante leyes que
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nos son desconocidas ... Además, de estas presuntas leyes,
nosotros podemos únicamente suponer su existencia ...
Pudiera ser que estas leyes que intentamos adivinar, ni
siquiera existan.»

Es decir, a la hipótesis ya no de un Leviatán despótico y pre-


burgués, sino de una Kakania totalitaria, en la que el Poder
ha ocultado de tal forma su ley que ésta, en realidad, n~
existe.

En estas circunstancias el proceso histórico, que he comen


tado en páginas anteriores, de la sustitución del Príncipe po ~~
la Norma y de ésta por un «principio de indeterminación» ::':;
legislativo, se vería ultimado por una organización del Poder
en que, aún a través de un sistema legislativo formalmente
perfecto, la ley no existiría en realidad.

No tengo la menor duda de que esta tesis pueda parecer ex-


trema. Pero en su defensa vuelvo a Alemania -país, no se
olvide, todavía considerado «democrático» y gobernado por
socialdemócratas- para apoyarme en un escrito de impre-
sionante lectura. Se trata del texto de Ulrike Meinhof deno-
minado Carta de una presa en la galería de la muerte, que
acaba de este modo:

«Retumbar de oídos, despertar como apaleado.


La sensación de moverse a cámara 1-enta.
La sensación de encontrarse en el vacío, como encerrado
en plomo.
Y después, shock. Como si se le hubiera caído a uno a la
cabeza una placa de hierro.
Máquina psíquica de hacer trapos ... cabina de prueba
para astronautas, donde se aplana la piel a fuerza de
velocidad.
La colonia de castigo de Kafka.. . el tipo sobre el lecho
de clavos .. . subir y bajar sin parar por una montaña
rusa ... »
(Diciembre de 1973)

Creo que no es casual que la «Carta» de Ulrike Meinhof ter-


mine con esta alusión a Kafka. ¿Acaso su situación no podría
ser dramáticamente ilustrativa de un futuro, y quizá ya ac-
tual, ciudadano K.? ¿Cuál es el valor del universo carcelario
en que se encontraba?

La cárcel alemana donde murió era limpia, funcional y mo-


derna. En ningún modo sugería las deducciones de crueldad
que el término «mazmorra» sugiere. Y, en efecto, aparentemen-
te no . era tenebrosa e.orno lo son todavía prisiones de todo el

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mi1ndo. Su valor era otro: reflejaba; ' en forma exacerbada y
microcós·mica,. la · relación que, tendencialmente, observan in-
dividuo y Poder• en la ·sociedad capitalista ·más . avanzada. La
relación entre el moderno ciudadano K. y lamederna Kakania:
el destierro del hombre hacia la miserabilidad psíquica por
medio del extremo alejamiento de sí mismo .. ·nicho en otras
palabras y desde la otra ·dimensión: , su sumisión a una orga-
nización fraseológica, travestista, de -la ·vida social, mediante
la corrupción de ?a acción, de la idea y de la palabra misma..

Su valor era mostrar la estrecha conexión entre el fenómeno


moderno de la ocultación/ sublimación de los límites del Po-
der y la mutación éorruptora de todos los -órdenes semánticos
del cuerpo social. ·
,.
4) Acotación: Nuestra Kakania

No quiero dejar de referirme, aunque sea entre paréntesis,


a lo que acaso es la causa primera de este escrito: a la co-
rrupción semántica entre nosotros, a nuestra Kakania.

Indudablemente, ·en ·los dos años largos transcurridos desde


aquella tardía y suspirada muerte, muchos habrán tratado de
explicar, a través de la célebre sentencia del príncipe de Salina
«que todo cambie para que todo permanezca», los notorios
acontecimientos acaecidos en España. Y hubieran podido, a
continuación, legítimamente, plantear la pregunta: ¿nuestros
gar ibaldinos han presionado lo suficiente para que luego un
inevitable Cavour· conserve lo necesario, pero sin tener que
volver a la situación de partida?

Tanto sentencia . como interrogación me parecen razonables


por cuanto, en efecto, el análisis de nuestro sorprendente ac-
ceso al postfranquismo es, fundamentalmente, político.

Pero -por confusión e incapacidad- no voy a referirme aquí


a ello, sino a un hecho que es más particular, aunq~mb@
más un iversal: la sensación, antes no tangible, de _que la «His-

-
tona » seescribe de forma- distintaa coiñOSe" vive. -

Que la Historia y la historia no coinciden, o incluso que son


ampliamente divergentes, es algo que no escapa a quien no
tenga una mente estrictamente reaccionaria. Sin embargo, uno
hubiera esperado que, al menos por algún tiempo, le hubiera
sido difícil a la Historia devorar la autenticidad de una his-
toria que a falta de órganos de expresión, parecía haberse
refugiado en el lugar más idóneo: la conciencia colectiva. Mas
no ha sido así. No nuevos márgenes sino una disolución ere-

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ciente de ellos pare:ce haber sustituido· a -los -antiguos. ·El fran~
quismo · retrasó; ciertamente a través de . wia maquinaria t<>r
davía más monstruosa, nuestra incorporación plena al «hábi~
tat psíquico» del hombre contemporáneo. No éramos ciuda-
danos K. ni nuestro contorno político-estatal se nos presen-
taba como kakánico. Todo lo contrario: los ·contornos de la
frustración, colectivos pero también individuales, aparecían de-
masiado nítidos, como también lo era ·el corazón aberrante
de donde partía el flujo sanguíneo que los alimentaba. En la
España franquista la mostración exagerada y permanente de
la fuente, estructura y derivaciones del Poder abría, al ciuda~
dano, el camino de la operación inversa: el reconocimiento de
los límites del Poder.

La pervivencia, hasta un ayer recientísimo, de la cuestión


-casi ·antropológica- de las «dos Españas», prueba nuestra
tardía entrada en el universo kakánico. Bajo el franquismo,
la relación entre individuo y Poder no había seguido una
evolución a la par con el desarrollo estructural del país. Po-
dría decirse que era una relación pre-burguesa o, aún mejor;
antagónica: · individuo y-_ Poder eran siempre sospechosos entre
sí y además podían, ,.kQD toda facilidad, pasar a ser adversarios.

Esta relación ha cambiado radicalmente. Hablando en térmi-


nos estrictamente semánticos-lingüísticos, todas las contradic~
ciones que estimulan la dialéctica entre Poder e individuo han
sido erosionadas · por un ·aniquilador transformismo. Orden-
desorden, versión-subversión, paz-violencia, normalidad-anor-
malidad, razón-irrazón, posición-0posición, realismo-irrealis-
mo. .. conceptos ·de unívoca atribución en el Estado franquis-
ta, sufren ahora · la maleabilidad y relatividad propias de•
proceso de anonimación e impersonalización kakánicos. ·Y en
Kakania, Poder e individuo ya no sostienen una relación anta-
gónica, sino que éste, que a través de una ·cuidadosamente
compleja maquinaria está representado y , amparado por el
Estado, ha sido invitado a sentirse amparado y representado
por aquél.

El mecanismo de paso del franquismo al postfranquismo ha


sido como el de los sueños: en ellos dejan al _P-rotagonista
vivir una historia, pero no le desvelan el por qué le dejan.
a si o más fantasmático que perceptible. En su nueva si-
tuación, los españoles tal vez habrán aprendido dos cosas.
La primera, la más aparente y permanentemente ostensible
todos los días, es que son partícipes, a través de la nueva
estructura política, de una parte de las decisiones colectivas.
La segunda es que algunas decisiones, pocas pero tan decisi-
vas que caaauna de e las puede anular todas las anteriores,

--
/ ele tanta importancia para la colectividad que el origen

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de su dictamen se pierde en la cúspide del «Aparato,. que les
representa. O en las raíces, de indeterminada ramificación, que
alimentan el árbol del Poder.

S) La dificultad de Solón

Volviendo a la literatura, y a la indudable fuerza representa-


tiva de las criaturas que provoca, podría afirmarse que si
los personajes de Kafka ilustran el momento en que se pone
históricamente de manifiesto la impotencia del hombre frente
a su «exterior», hay protagonistas poéticos más contemporá-
neos, como los de las narraciones de Samuel Beckett para
citar el principal ejemplo, que se sitúan ya en el «caos centri-
fugado» posterior a aquella impotencia. En ellos se hace ple-
namente tangible cuál es el moderno poder del Poder: su
creciente apariencia de infinitud ante un hombre cuya dis-
gregada postergación es, asimismo, creciente.

Me parece que hay una máxima de Solón de Atenas, que e's


una buena metáfora de todos los asaltos al Poder, de todas
las revueltas. Dice, más o menos: «La ley es una tela de araña
que atrapa a los seres livianos y débiles que caen en ella, pero
a la que los fuertes quiebran y evaden». Es una imagen exce-
lente de lo que ha sido la histórica dialéctica entre conserva~
eión y revolución. Pero en Kakania ya no <>curre esto. La tela-
raña es tan grande, o el hombre tan minúsculo, que su real
extensión se ha hecho incierta. Se ha hecho invisible. Está
tejida con hilos tan tupidos y tan alejados del centro que es
difícil acertar la verdadera entidad de éste. Tan difícil que el
Ciudadano K., como Kafka respecto a la ley, puede llegar a
dudar de la existencia real de una araña generadora.

si~

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De la araña generadora de poder. A la que, en justicia,
embargo, habría que exterminar.

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