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Fue el romano un pueblo tolerante en materia religiosa con los demás pueblos. No
solo les permitía adorar a sus dioses y continuar con sus ritos sino que incluso asumió
algunos de ellos. Eso sí, impuso, con un carácter eminentemente político, el culto a
la Tríada Capitolina (Juno, Júpiter y Minerva), el culto al emperador y a la diosa
Roma. Su práctica y organización tenía un objetivo político: la aceptación de la
soberanía y poder supremo de Roma. Este culto se vertebraba a través de los templos,
de los que conocemos su existencia en Urso, Baelo e Hispalis. Asímismo estos cultos
se canalizaban a través de una organización perfectamente reglada jurídicamente
como se atestigua en la ley fundacional de Urso.
También arraigó el culto a los antepasados vertebrado por el pater familias. En las
casas suele haber un lugar para el lararium donde estatuillas representaban a los
Manes, espíritus de los muertos familiares, Lares, los que cuidaban de la unidad
familiar y Penates que eran los protectores de la despensa.
El cristianismo, como fenómeno histórico, es una más de las religiones orientales que
se extienden durante el Alto Imperio y por los mismos ambientes, pues su mensaje de
experiencia íntima y de salvación contrasta con la frialdad de la religión tradicional
romana. En nuestra península encontramos los primeros datos de comunidades
cristianas en el siglo I a.C. en Caesaraugusta y Legio. Desde mediados del siglo I de
nuestra era, el cristianismo se difundió en Roma entre las clases más desfavorecidas
de la población que encontraron consuelo en su mensaje de amor y fraternidad
universal y en la recompensa en la vida eterna. Primero fue perseguido
principalmente porque, al ser una religión monoteísta, los cristianos se negaban a
rendir culto al emperador. La más sangrienta persecución tuvo lugar en tiempos de
Nerón, que les imputó el incendio de Roma. Acabó por imponerse en Roma y, de ahí,
en las provincias. El Edicto de Milán, promovido por Constantino en el 313,
proclamó la libertad de culto. El Edicto de Tesalónica (Teodosio) en el 380 convirtió
el cristianismo en la religión oficial del Imperio. Así, la religión mayoritaria en la
península Ibérica es ,también, una herencia romana.