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atributos, e, igualmente, su capacidad artística sólo se podría tra-

ducir en espléndidas y enormes construcciones con las que comu-


nicar un omnímodo pero pavoroso poder.
Entonces la escasa porción de indiferencia con que el alma-
greño pudiera enfrentarse a estas iglesias se extinguiría por com-
pleto al obtener la certidumbre sobre quién era el autor de las
mismas. Era Dios, una revelación como para inquietar al paisano
más despreocupado, para comprender su relevo a un plano secun-
dario de anonimato que aceptaría el fracaso de su anterior com-
bate sin la humillación en que la igualdad de fuerzas presunta-
mente imaginada le había colocado. Por otra parte, este aliento
recobrado revitalizaría unas postradas fu erzas cuya humillación
enervaba el enconado deseo de reconquistar la individualidad per-
dida, porque ahora la comprensión del supuesto enemigo haría
olvidar la rabia de una solución vindicativa para, al contrario, resu-
citar un generoso anhelo de emulación que fijará su proyecto en
la construcción de un edificio que devolverá esa personalidad tem-
poralmente extinguida y, así lo cree el paisano, la perpetuará. Este
es el origen de la hermosa plaza de Almagro, monumento singular
con el que los almagreños encarnarán la capacidad de trabajo y
el deseo de gloria e inmortalidad del hombre.
Desde su construcción se han equiparado las fuerzas de ambos
contendientes, empeiiados en una guerra silenciosa y acaso inútil
cifrada en la obtención de la eternidad y en la muerte para el con-
trario Pero ni unas ni otra sucumbirán, las iglesias porque han
sido forjadas por Dios cuyo primer atributo, la eternidad, ha inocu-
lado en tan recios e imperturbables muros; la plaza porque sin ser
obra de ningún dios es, no obstante, el fruto de un celoso afán de
inmortalidad traducido en una pétrea hermosura incomparable. En
vistas de lo cual, es posible que una secreta inteligencia haya ocu-
pado el lugar de una rivalidad improductiva y abocada a una angus-
tiosa soledad infinita, y, mancomunadas sus virtudes en una armo-
nía de hermosura y grandeza inigualables, conquistarse un primer
lugar entre las nrnravillas del mundo.
Cierto que Almagro lo ha co;1seguido. No se puede restar, sino
con ingratitud, ni un ardite de hermosura a tan antiguas e ilustres
iglesias, y su incomparable plaza casi desdeña el concurso del asom-
brado juicio humano. Pero entre tanta grandeza ilimitada el hom-
bre apenas cuenta, su presencia casi se desvanece al lado de tales
monumentos.
El almagreño, que un cierto día merced a su fervor divino pro-
pició la creación de unas imponentes iglesias e inmerso en el fragor
humano rindió culto a su desvelo con la ejecución de una criatura
singular, la plaza flamenca, no querrá continuar su admiración sin
reservas hacia unos seres cuya hermosura lo eclipsa; acaso se habrá
arrepentido demasiado tarde de unas creaciones, que, en vez de
perpetuar su memoria, aceleran el curso de su fugitividad, e, inútil-
mente, reprochará el desacato de estas bellas iglesias y de su mila-
grosa plaza, hundida su perpetua apoteosis en la secreta aspiración
de una deshumanización absoluta para, cobrada una plena indepen-
dencia, enseñorearse de un mundo sin emociones.

BA R

ALMAGRO

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Biblioteca Virtual de Castilla-La Mancha. Mirador de Almagro. 1/12/1985.

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