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Bajo el palio de sus laureles

la plaza suena a marcha procesional,


y entre aromas
de campos y huertos
humea incienso de semana mayor.

Tañido antiguo y sereno


de campana parroquial,
resuena por vetustos callejones
y los pasos inquietos
deambulan en pos de seculares tradiciones.

San Lorenzo, sueño y requiebro


de sentir semanasantero,
mientras la luna se encamina
al esplendor de una madrugada
de nardos y alelíes.

Digan a los cuatro vientos


que esta es la Cuaresma,
con un lucero brillando
en los entresijos del Lugarejo...

que aquí, a la vera de este templo,


en un humilde arriate,
prendida por las espinas
de la vara de un olvidado rosal,
se ha quedado una rosa temprana,
¡Ay, mi Virgen de Los Dolores!

Y todos quieren rezarte bajito


con la mirada puesta en este Evangelista,
este San Juan quedo ante tus plantas,
para que exclame el mismo cielo
¡Viva la Madre que llora!

El pueblo de San Lorenzo, Señor,


te mira y no esquiva Tú mirada,
consternado en su más intimo sentir,
que por encima de los hombros
una cuerda te han echao
pa atar fuertemente
tus preciosísimas manos.

¡Ay, mi Señor del Martes Santo!


que cada día, con nuestra dejadez,
te atamos irremisiblemente a tu columna;
pilastra de misericordia,
luz y auxilio del mundo,
y tal te veo, uno y otro año,
que quiero y debo ser yo
nazareno del mandato de Tú amor.

¡Oh, colación de San Lorenzo!,


historia y presente de una semana honda,
de unos días que se preguntan
¿Has oído la malagueña?
Es canto y oración doliente al atardecer,
eco del llanto esparcido
en el dolor de la Madre,
lirio en la pasión, lontananza de amarguras…

Miércoles Santo de encuentros y soledades;


compendio de abolengos
y aires de pueblo antiguo,
el procesionar es una pincelada de frescura,
entre tintineantes campanillas cofradieras,
en el complejo drama de la pasión.

Bajo el peso de la Cruz,


sin más Cirineo que el de tu perdón,
subes por las cuestas de nuestras vidas
siempre quebradas sin el auxilio de Tú luz.

Bendita sea tu Cruz


en tu hombro siempre apoyada
mientras te reza San Lorenzo
que bendice tu mirada,
y al contemplar tu paso, Nazareno,
tu gente, fervorosa, se santigua
y te dice: ¡Padre Nuestro
de San Lorenzo eres nuestra calma!.

Bendito, Señor, sea tu trono


que por donde quiera que pasa
despierta la más honda devoción
con esa luz que derrama.
Bendito sea tu trono
siempre lleno de misericordia.

Y en este caminar laurentino


del Señor con la Cruz a Cuestas,
se escuchan saetas y malagueñas
en la noche triste,
sentimiento profundo de un pueblo,
siglo tras siglo,
que hasta “los cielos se conmovieron
al ver que Jesús moría
clavado y escarnecido
entre burla y cobardía”.

Ya, paso a paso,


la mirada baja y el aliento contenido,
farolillos casi apagados,
el luto envuelve ahora el pueblo
al paso del Santo Entierro.
¡Consummatum est!

¡Todo se ha consumado!
Los senderos cofrades llevan ahora
al mismísimo rostro, en su Retiro,
de la Virgen de Los Dolores.
No cabe mejor broche
para los días de pasión.
Las lágrimas derramadas de María
son lienzo donde se dibuja la Fe de un pueblo
que espera ansioso las horas de la resurrección.

Y San Lorenzo en su dolor, que es esperanza,


levanta su rostro de pueblo notable y fervoroso,
que nazareno ha sido y ha de ser,
que porta a Dios clavado del madero
y lo lleva con mimo y cuidado,
con mucho amor para llevarle en el corazón…

Y este es el amor con el que San Lorenzo


plasma el sentir de una maravilla,
su ser y sentir semanasantero.

Semana Santa laurentina,


semana mayor de tantos amores,
aunque viva en otra parte,
ya no quisiera olvidarte
que eres la gloria de los soles.

Venerable Señor Cura Párroco de San Lorenzo, Señor Presidente de la Junta Parroquial
de Semana Santa, Sra. Concejala de San Lorenzo – Tamaraceite, Señoras y Señores,
¡Pueblo de San Lorenzo!

He de confesar, y no como penitencia, sino como sentimiento de verdadera pasión,


que mi reencuentro con la Semana Santa laurentina lo ha sido con la memoria
personal más íntima y celosamente guardada de estos días grandes de la antigua y
tradicional semana grande del año grancanaria. Aquí me he acercado a esencias y
sentires, que creo que hoy se pierden y con ellas una sustanciosa pátina insular de siglos.
Y en esta plaza, en sus callejuelas aledañas, en sus atardeceres de Martes y Miércoles
Santo, en sus noches de horas señeras del Jueves y Viernes Santo, me he topado con la
Semana Santa de Gran Canaria de ayer, de hoy y, espero, que de siempre. Esa que, el
que fuera mi predecesor como Cronista Oficial del actual municipio de Las Palmas de
Gran Canaria, D. Luis García de Vegueta, consideraba que “nunca tuvo demasiado
relumbrón de fiesta sacra ni ese aparato de cofradías…”, pero “Fue, eso sí, una Semana
Santa apañadita, casi íntima, que la gente se gozaba desde dentro, metida en la
procesión y no contemplándola como un espectáculo….”, y esa “...gente había adquirido
consciencia de la Semana Santa, viviéndola con cierta humilde compostura….”. Y en ese
recuerdo, en esas íntimas composturas de alma isleña, de tradiciones insulares, como las que
este Pueblo sabe tan bien preservar y potenciar, vuelven los versos sonoros de Josefina de la
Torre, quizá con escenografía veguetera y trianera, pero a los que también les cabría ahora la
sustanciosa ornamentación laurentina en estos días de pasión.
“Semana Santa isleña de inefable memoria:
traje nuevo bordado, zapatos de charol...
Ruidosos triquitraques del Sábado de Gloria:
humo de sahumerio, algarabía y sol”.

“Por las calles isleñas los tronos pasarán


un año tras otro, en la ciudad en fiesta.
Pero aquéllos (¡oh, Bécquer!), ésos .. . no volverán”.

Sin embargo, aquí si volverá, ha vuelto ya, una Semana Santa que, en su lustre
de acción parroquial, es también semana grande para un pueblo con siglos de sentir y
latidos de semana mayor. Que no hay dicha tan grande, ni se percibe fervor igual, que
una mañana de Domingo de Ramos y bendición de palmas y olivos como la que
disfrutan los mas pequeños, al socaire del fervor de sus mayores, en este secular
templo, que hizo de la plaza su pasillo mayor. Y en ese Domingo de Ramos, en el
esplendor de la media mañana, se puede comprobar como bajo un palio de palmas la
fina luz atlántica va enhebrando las figuras, que siglo tras siglo, han compuesto la
peculiar y personalísima identidad de este pueblo en su “semana mayor”, en esa
Semana Santa que también tiene, por unos días al año, en San Lorenzo su particular y
sugerente Jerusalén pasionista.
Y es que aún hoy, como antaño, todo eclosiona en la mañana del Domingo de
Ramos, que también se ha conocido como “Domingo de las palmas”, cuando un
enorme gentío, palmitos y ramas de olivo en mano, tras su bendición en el Patio de los
Naranjos de la Catedral por el señor Obispo, en parroquias y ermitas de todo este
municipio, como también acontece en San Lorenzo, tras asistir a la eucaristía, vistiendo
las mejores galas posibles, pues siempre se dijo que “quién no estrena en Domingo de
Ramos, se le caen las manos”, se arremolina para acompañar jubilosos al Señor de la
Burrita por las calles isleñas.
En todo ello se mostraba, una vez más en el devenir de los siglos
“laspalmeños”, que si algo hay arraigado en Las Palmas de Gran Canaria esto es su
Semana Santa, que como recuerda el cronista Domingo J. Navarro “…era siempre
esperada con avidez…”, que como destaca el gran memorialista José Miguel Alzola
“…constituía cada año un acontecimiento que, por repetido, no dejaba de ser
esperado con deseo por los vecinos…” que a lo largo de la Cuaresma se preparaban
“…para tener acomodadas sus conciencias y también sus indumentarias a la grandeza
de los días solemnes por venir…”, y que como reseñó en la prensa Domingo Doreste
Fray Lesco era en sí misma “…la semana grande, los días de los recuerdos sublimes y
de las esperanzas eternas…”. Y a esa historia, una vez más, el pueblo de San Lorenzo
aporta una buena parte de ese sentimiento y tramoya de Semana Mayor del año.

En el alba y a contraluz
se presiente la silueta,
esbelta y nostálgica,
de una palma en su memoria.

En la distancia difuminada
su imagen se confunde
recortada en el firmamento
y en el azul atlántico.

En la espadaña y las enhiestas palmas,


sagrado solar de plaza secular,
sobrevuelan fugaces los recuerdos
de mañanas luminosas en semana mayor.

Como velámenes isleños


flamean las palmas en los aires de los días de pasión;
por todo el valle un San Lorenzo en calma
enarbola su pregonar semanasantero.

Que ya vienen los días grandes,


lo ha cantado febrero hecho primavera;
que ya viene la semana mayor
y reverberan las palmas grancanarias.
Que ya viene marzo y están cercanas
las horas grandes de la pasión;
que ya vienen entre arcos y palmas
los días en que se encamina la redención.

Lo canta ya en la brisa la campana


y lo sueñan, candentes, sobre la mar
los murmullos de preces que elevan las palmas.

Semana Santa de palmitos, palmas y palmeras;


santo y seña de un pueblo que en su alma,
sobre una blanquísima mantilla,
te lleva como bandera.

El Martes Santo fue siempre uno de los días más sugerentes de la Semana
Mayor en Gran Canaria. Y en ello no fue ajeno San Lorenzo con sus cultos y su
posterior procesionar del tan venerado, con fervor de siglos, “Señor Atado a la
Columna”. Y es que, desde el siglo XVI este fue un culto insertado con gran arraigo en
la semana pasionista insular, que a finales del siglo XVIII se realzó con la impresionante
talla realizada por el gran artista Tomás Calderón de la Barca, que creó cofradía y
patronazgo. Una medida que a partir de entonces trazó, por la calles y plazas
vegueteras, la procesión del Cristo Atado a la Columna o “Cristo del Granizo”, como se
le denominó por los vecinos pues, como recoge el cronista Isidoro Romero Ceballos,
inesperadamente tras procesionar por las calles y entrar en la iglesia de Santo
Domingo, donde fue entronizada en 1779, al año siguiente de su primera salida
procesional, “…estando el cielo y la luna clara, con sólo algunos celajones tendidos en
la mitad de nuestra atmófera, repentinamente se abrieron sus pozos para arrojar sobre
la ciudad una granizada tan terrible, …”. Sin olvidar su inefable tarde de Martes Santo
se nos aparece de nuevo en el hermoso trono de plata cuadrilongo, plagado de
cristlinas tulipas encendidas en luminosas velas, y nos llegan con su paso aquellas
viejas coplas que, en un suspiro, sintetizan todo un hondo sentir: “Por las calles de
Vegueta/ sube el Cristo del Granizo,/ La Virgen de las Angustias/ y San Juan el
Morenito…”

Y creo que en todo esto, seguro que en mucho más, reside la íntima persuasión
legendaria que da a nuestra Semana Santa, a nuestras procesiones, su peculiar
carácter, esa misma identidad e idiosincrasia que ha tomado aquí en San Lorenzo,
asentada en el hondo sentimiento pasionista de su vecindario, de sus parroquianos.

Y así, en el aire suave del clima isleño en primavera, cualquier día de nuestra
Semana Mayor, pude siempre comprender que esta Semana Santa grancanaria tiene
también una palpable y atractiva singularidad. Es más, si cada pueblo tiene una forma
diferente de comprender y expresar la pasión de Cristo, la del nuestro es esta que
pudo, y puede hoy también, considerarse de las mejores. Y a ese Cristo, a ese Jesús
cuya humildad, y los propios agravios del Martes Santo en su Columna, engrandecen
en su misericordiosa divinidad, parecen alzados los versos de Alonso Quesada cuando
canta, en sus célebres versos, a Jesús de Nazaret,

“¡Ah, cuántos años


frente al mar!. .. Como ayer, hoy es lo mismo:
el alma se aleja ... y se detiene
para contribuir en el ocaso …
Jesús: yo creo en la virtud sagrada
de tus benditas manos.
Para las ondas, como ayer, y ordena
mi sendero cercano.

Yo curaré las llagas de mis plantas


cuando vaya a partir, por no mancharlo;
limpias y azules seguirán las ondas
para aguardar al sol en el descanso ...
Jesús: no tengo otro recuerdo fuerte
que esté sobre mi espíritu, que el Tuyo.
¡Tiende la transparencia de tu mano!,
que aguardo su piedad en esta orilla
hasta un futuro amanecer, confiado ...”

Si el culto al Misterio de Pasión de Miércoles Santo tuvo una pronta y amplia


acogida ya en las primeras épocas de existencia de la capital insular, este fue el día,
durante siglos, de “El Encuentro” o de la “procesión de El Paso”, una representación
sagrada del encuentro de Cristo con las santas mujeres, que se escenificaba en la Plaza
de Santa Ana con acompañamiento de música y de un enorme gentío, que solía
exclamar al unísono cuando el trono de La Verónica se acercaba al del “Cristo de la
Caída” –como se le conocía antiguamente– y desplegaba un pañuelo con el rostro de
Jesús, en señal de haberle secado el sudor de su cara; una tarde-noche que fue
siempre uno de los momentos más significativos y elocuentes de la idiosincrasia y el
especial carácter de la Semana Santa isleña, con aquellos pasos pequeños en relación
al tamaño de las figuras que portaban y hacían el efecto de que parecían caminar
como uno más entre la bulla humana. congregada en la plaza para contemplar “la
seña”.

Así, es esta una Semana Santa llena de intimidad, de solemne fervor, acariciado
en la memoria y la nostalgia de una y otra generación; de niños que portan navetas e
incensarios, de ciriales y cruces de guía –que aquí también se les llama “cruces
alzadas”-, de mantillas blancas y negras según la edad y la ocasión, del rosario rezado
por callejuelas y plazoletas detrás de un Cristo en procesión, de personajes
entrañables e inolvidables, como la figura de Anita Carvajal, que Fray Lesco recordaba,
en cada Semana Santa, no siguiendo a uno u otro paso, pero si discretamente en su
Plaza de Santo Domingo viendo la salida de la procesión del Miércoles Santo, y sobre
todo el trono de la Virgen. Y es que “Anita, tan experta en vestir las imágenes de su
parroquia, (…) había sido la autora de la toca de la Virgen, y de la posición de la mano
derecha de la escultura, que tan sabiamente acentúan la laxitud y abandono de la
imagen. Había sido una gran colaboradora de Luján Pérez”.

No es de extrañar que el gran periodista terorense Ignacio Quintana Marrero,


en el primer pregón de la Semana Santa que se pronunció en Gran Canaria, allá por el
año 1948, al referirse a estas solemnidades no dudará en resaltar que se trata de una
“…Semana Santa que coge y sobrecoge a la ciudad de punta a punta, enseñoreándose
y proclamándose dueña del ambiente. Que esa es la principal nota de la Semana Santa
de Las Palmas: un ambiente que no sólo perfuma el contorno y hace que hasta el olor
de las rosas y los claveles exhalen el penetrante aroma de la liturgia, sino que se hace
aire vital metiéndose en los pulmones de las gentes que ya son, viven y se mueven en
Semana Santa…”.
Esta es la íntima persuasión de lo que da a nuestras procesiones su carácter, es
la expresión de un acontecimiento que ningún pueblo siente del mismo modo, pues
cada uno tiene su manera de comprenderla y expresarla, como también acontece aquí
en el orbe de las tradiciones, de los usos y costumbres de San Lorenzo, donde, cada
Miércoles Santo, al admirar, silente y fervorosamente al Nazareno bajo el pesado peso
de la Cruz, nada puede apenas murmurarse; quizá un sumarísimo sollozo hecho versos.

Semana Santa, tu signo está consumado;


la Cruz exclama en toda su grandeza
cuando discurre en su serena alteza
y su amor, por plegarias, queda avalado.

Semana mayor, todo aparece fraguado;


días donde el sentimiento es certeza
y la devoción en su fineza
es un testimonio en su fe enyugado.

En Tú nombre, señor, todo se alza,


en Tú mirada el dolor del mundo se queda,
en Tú caminar al Calvario algo se traza,

en Tú Cruz se abre a los cielos una vereda,


y Tú discurrir silente por ella se desplaza
pues nada hay que a Tú grandeza exceda.

¡Ay! Y ahora queda por encontrarnos quizá una de las escenas con mayor
dramatismo, pero también con más hondo significado. Jueves y Viernes Santo son las
horas de la Última Cena; del Lavatorio de los pies; de la institución de la Eucaristía y del
Sacerdocio, la noche turbulenta de la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.
Horas de oración silente, de recogimiento absoluto, tiempo de la “Hora Santa”, del
velo que se desgarrá en el Templo. Pero también serán las horas en que, en los
caminos de esta Jerusalén atlántica, en los senderos más personales de nuestras vidas,
nos encontremos, una vez más, las figuras serenas en el más hondo de los
sufrimientos, calladas cuando mucho tendrían que decir, y lo dicen con una sola
mirada. Es el paso pausado, cadencioso, cansado de tanto sufrimiento, de Nuestra
Señora de los Dolores y de San Juan Evangelista, ambas de candelero y señera historia
en este pueblo, que con tan entrañable cariño y devoción siempre las ha recibido
generación tras generación.
Y en estas horas sugestivas de la semana mayor de San Lorenzo, me vienen a la
mente los versos a modo de oración de uno de los grandes poetas grancanarios del
siglo XX, el teldense Saulo Torón, que ve como “En la calle”:

Ya los fieles se han ido. En la iglesia desierta


el silencio comienza a reinar otra vez;
yo también, lentamente, me dirijo a la puerta ....
-El reloj de la torre está dando las diez-.

Es la noche tranquila, brilla el cielo esplendente,


tibio aliento de brisa me acaricia al pasar;
un rumor misterioso llena el sereno ambiente:
¡La oración sin palabras de la tierra y del mar!

Alma mía, despliega la amplitud de tu anhelo,


ve a alcanzar lo que adoras: una estrella en el cielo,
una roca en la playa, una planta, una flor…

¡La verdad pura y sacra bajo el palio infinito,


con la religión única, perpetuando su rito,
la perenne y suprema religión del Amor!

Y en la medianoche, con la luna llena coronando este hermoso valle,


iluminando las laderas de los montes cercanos y los senderos del barranco, ¡Oh luna de
Jueves Santo!, eres canto de esplendor, verso del paisaje y oración del alma, y al
contemplarte entre el ramaje de los árboles de la plaza contigua, tengo la sensación de
encontrarme al mismísimo Cernuda, sugiriendo sus versos a la “Luna llena del Jueves
Santo”, cuando susurran:

Mágica por el cielo


La luna fulge, llena
Luna de parasceve.
Azahar, luna, música,

Y en ese hechizo, con el que la fe más arraigada nos envuelve, en esta


madrugada de pasión las calles de San Lorenzo, son también camino de oración en pos
del calvario asumido como la más grande lección de amor; retumbando en nuestras
almas, siempre necesitadas de misericordia, las más trascendentes palabras del
Maestro “Amaros como yo os he amado”. Es la hora anual del Vía Crucis, que aquí
cuenta con un escenario perfecto para el recogimiento y la oración compartida; y San
Lorenzo todo es un gran templo que habita una gran familia, que en las horas últimas
del Viernes Santo, tras en Santo Entierro, en su camino del Retiro, parecen decirle a su
Virgen de Los Dolores “...no me llores, que tu llanto es mi condena en esta noche del
Viernes Santo. ¡Ay! No me llores mi Dolorosa del alma…”, mientras endulza el
ambiente las notas de la Asociación Musical Ayonet. Todo un ambiente, un ser y sentir
semanasantero de siglos, que cada año se perpetúa en este San Lorenzo que tiene
merecida y legítima presencia y puesto señero en la Semana Santa grancanaria.

Viernes Santo, anochecer en el pueblo, silencio de los campos;


crepúsculo de procesión, soniquete sostenido de tambores,
silente trasiego
con el vaho de la huertos prendido en las entrañas.
La luna llena sobre los montes
es campana enmudecida que marca la hora cumbre.
Todo se apaga, que es momento de la soledad,
que aquí la gloria es hoy gloria del dolor;
que tú luz, Madre y Señora isleña,
es, en esta noche, verdadera luz del padecimiento.
¡Ay! que para esta hora
te has bordado un manto,
que con honda pena,
con sentir de Dolorosa,
lo has estrenado una lóbrega noche
de Semana Santa.

Sí, que la Virgen Dolorosa


tiene su manto bordado
con palmas de oro y dragos de plata,
que contornean una torre pétrea
y una ermita tan pequeña
que en ella caben los cielos al completo.

Me preguntas qué ¿A dónde voy?


No te sabría responder, que sólo acierto
a seguir el fulgor de su mirada,
el de su ráfaga de plata,
que es la única luz que nos redime
en esta noche en la que hasta los cielos se han rasgado.

Con sentir grave y contenido


ve la Madre pasar a su Hijo camino del Calvario;
con mayor Dolor, aún si cabe,
siglos después sigue viéndolo transitar
esa vía dolorosa
en los rostros de refugiados, migrantes y hambrientos,
en el maltrato, en el holocausto, en la soledad, en el desamor.

Y esa noche tenebrosa, de oscuridades intangibles,


se perpetúa con ello en el devenir de los siglos;
es el negro luto del dolor que no cesa,
de la oscuridad irrevocable.

Entonces Madre mía, que ¿A dónde voy?


Pues a buscar tu luz en estos parajes laurentinos,
esa luz que en Viernes Santo
nos redime de todo dolor humano
y nos lo hace trascendente para comprender
que Dolorosa eres Tú cada día del año
por qué nosotros ocultamos nuestra mirada al dolor.

Cuaresma, tiempo de oración,


de cofrades y de sentir pasionista;
es ahora, en la hora del pregón,
cuando quiero cantarte muy bajito,
a tus sagradas plantas, Señora,
para que los mismos Cielos digan,
al recibir ese sentido murmullo
hecho canto de exaltación,
¡Viva la Madre que llora!
¡Viva Nuestra Madre de Los Dolores!
¡Viva Nuestra Madre y Señora que es camino de salvación!
Esta es la hora en que, pregonada la antigua y señera Semana Santa de San
Lorenzo, debemos ponernos en pie y transitar todos y cada uno de los días de la
Cuaresma con la intensidad que cada uno de ellos nos aporta. Y en ese sendero de
pasión quiere este pregonero ser también, y por ello doy las gracias a este pueblo
noble, bueno y generoso, ese nazareno que cada Viernes Santo porta un gran farol por
estas calles que miran a la historia y al futuro; y ser esa penitente del Viernes Santo
que, en su recogimiento, es verdadera luz que, como anuncia el mismo cartel de la
Semana Santa de San Lorenzo 2023, “...debemos dar a la sociedad, de la que la fe y el
cristiano deben ser portadores...”
Un pregón de esta Semana Santa laurentina, que incluso como crónica sería
mucho más extensa, podría convertirse en una lección de historia cuajada de nombres,
fechas, datos, referencias artísticas, literarias o musicales.

Pero éste pregonar desea ser sólo una llamada, un convocar con un pequeño
apunte de un ambiente, de un carácter, de un estilo propio y arraigado que define a un
pueblo y a sus gentes, a unas costumbres y a unas tradiciones que hacen muy propia la
expresión de algo tan universal como la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Queda aquí el pregonar. Pero en muchos detalles se percibe la inquietud de


quienes, en estos días de marzo, a la par de su vida y actividades parroquiales, de
hermandad, tienen que ultimar muchos detalles para que, en menos de un mes, San
Lorenzo vuelva a ser verdadera predica de la pasión y resurrección del Salvador, con un
sugestivo lucimientos de tronos e imágenes que no son otra cosa que la oración que
un pueblo lanza a los cuatro vientos de su espléndido valle.

Y en este valle también, entre triquitraques y estruendos, que de fuegos y


voladores aquí son maestros reconocidos y respetados, llega el Sábado de resurrección
y el Domingo de Gloria. Paz en las calles, espera en las almas. El Resucitado nos llega
con su triunfo sobre la muerte, sobre el pecado, sobre las tinieblas que empañan de
miserias el alma de la humanidad. Y en esa intensidad debemos buscar el origen y el
fin de todo ello, de todo lo que en los días de la semana mayor ha vivido este pueblo
por su plaza y por sus calles, sin miedo alguno, pues como señala San Mateo: “...se que
buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, porque ha resucitado, como
dijo…”. Pero lo encontraremos en esa entrañable y feliz eucaristía de la resurrección en
la medianoche del sábado, en la misa solemne de la mañana del Domingo más glorioso
del año.
Otra Semana Santa llega y, de nuevo, se escapará de nuestras vidas, pero sus
grandes valores, sus tradiciones y enraizadas costumbres, permanecerán en este
pueblo como una de sus señas de identidad. Y viviremos de los momentos pasados y la
ilusión de aquellos que están por venir en la próxima primavera. Y así transcurrirá la
vida, de una a otra generación, de todo un pueblo de ayer, de hoy, de siempre, que ya
ha vivido sus días pasionistas, su semana mayor en este templo a lo largo de más de
trescientos cuarenta años.

El viento me trajo un día


perfumes de San Lorenzo,
que me guardé en el alma
pá pregonarle su sentir semanasantero.

Eran esas noches de luna clara


que dan pena y alegría
cuando tu recuerdo me acompaña
en esta Cuaresma que es casi mía.

Pregonar es aquí cantar en tu plaza


soñar en tus callejuelas de esperanza,
donde muda queda la conciencia
después de sonar el clarín
que anuncia la sentencia
de quién tiene que morir
con humildad y paciencia.

Digan a los cuatro vientos


que ya llego la mañana,
mañana de cuaresma que trae los días de pasión.
Con trinos y arrullos
la primavera llegó,
con la savia nueva
de una semana mayor.

Y ahora San Lorenzo pregona


con clara y sonora voz
que la luz de los cielos
ya llega cantando
con sus campanillas,
que la Semana Santa
es oración, más que dolor.

Queda aquí pregonada


la Semana Santa de San Lorenzo,
queda aquí la palabra y el verso pregonero;
la noche es dueña del duelo
y el amor es luz de un sábado glorioso;
pero aquí y ahora comienza el verdadero pregón,
el que todo este pueblo proclamará
día a día, en toda la cuaresma,
con el más auténtico arte y voz de pregonero,
que no hace más que señalar
con quejío de siglos y querencias,
que San Lorenzo es Semana Santa
y que en Semana Santa San Lorenzo ya está.

No puede decir amén este pregonero


sin antes rezarle, una vez más,
al Señor del Santo Encuentro,
pues siempre en su boca
sale su sagrado nombre lo primero.

Y no puede cerrar su pregón


en esta laurentina gloria de los cielos
sin exaltar tu grandeza,
ni todo lo que me inspiras
y lo que te quiero.

No querría nunca decir amén


en este pregonar semanasantero
pues tu sagrado nombre es lo primero,
que estamos en Cuaresma
y Dios, aquí en San Lorenzo,
eres Tú, un Cristo que camina
bajo el peso de un madero.
¡Amén!

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