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Dadá, por la irrisión, había dado los primeros golpes a la Razón, que había reducido
el Espíritu a la esclavitud. El Surrealismo, abriendo las magníficas avenidas del
sueño, le asestó el último golpe. La imaginación está liberada, se vislumbra un
mundo maravilloso :
"Las murallas se han resquebrajado, la sombra de la muerte ha separado las piedras
más pesadas. Rostro que perfora murallas", explica el poeta Paul Éluard y, del
planeta minúsculo, partimos hacia el mundo sin límite.
"Unos pájaros se alumbran entonces en el cielo abierto, la tierra tiembla y el mar
inventa sus nuevas canciones. El caballo del sueño galopa sobre las nubes. La flora
y la fauna se metamorfosean. Caída la cortina del tiempo sobre el aburrimiento del
viejo mundo, de repente se vuelve a levantar para sorpresas de astros y arena. Y
nosotros miramos, vengados al fin de los minutos lentos, de los corazones tibios, de
las manos razonables. (1)*Prefacio al catálogo de la exposición de Max Ernst.
La imaginación está liberada pero eso no es suficiente. Es necesario aún
reconciliar el sueño con la acción, la acción con la vida. El sueño no debe ser un
simple refugio en una vida llena de renunciamientos, de pequeños suicidios
cotidiano; el mundo surreal no debe ser diferente del mundo real. Esta es quizás la
solución buscada, el remedio para la angustia : la vida, tal cual es, no tiene solución,
debe ser otra. Hay que cambiar la vida, y Crevel va a arrojarse en cuerpo y alma a
esta aventura que es también la del Surrealismo. Buscará derribar todos los muros
que limitan la vida, que impiden soplar los vientos.
Michel Cassanou
LO BUENO DEL SIGLO
EL PUENTE DE LA MUERTE
Navegante del silencio, el dique está sin color, y sin forma ese dique de donde
partirá, esta tarde, el bello navío fantasma, tu espíritu. En otro tiempo te contentabas
con encender fáciles canciones y sólo el incendio de los pianos mecánicos aclaraba
tu noche. En la calle perpendicular una negra sentada sobre el umbral de su
dormitorio, del cuarto donde trabaja, desde que el transeúnte la había dejado atrás,
renunció a su venal majestad y en la zanja, único recuerdo de su Congo original,
recogía a manos llenas restos de legumbres, papeles grasosos. Y no era sólo para
vengarse de su indiferencia que bombardeaba al hombre, sino que esta reina
convertida en arpía al fin de cuentas se convertió en pájaro, revoloteó alrededor del
paseante, su víctima, reculando tan gentilmente que él, olvidado de las manchas de
su abrigo, se preguntó de pronto si las palomas, al contrario de una profesada
opinión, no son de color negro. Y ella, inspirada, mientras limpiaba lo que había
estropeado, encontraba cómo seducir. Ella se apoderó el extranjero, se pavoneaba
del brazo con él, de vuelta a su cuchitril mostrando sus dientes tan blancos, que las
damas putas, sus colegas, se estremecían en sus moños rosas.
Los marineros que habían asistido a todo ese tejemaneje daban risotadas. Eran
expertos en buenas giras y, por ejemplo, sabían cómo, por algunos céntimos de
franco, bajo pretexto de una travesía a bajo precio, se persuade a los africanos -
¿quién enseñaría el miedo al calor a los hijos del sol?- de dejarse tostar cerca de una
caldera. El barco llegado al puerto, basta con destornillar las chapas que mantenían
prisioneros a esos pasajeros especiales. Historia simple. Hombres marrones que se
convierten en hombres azules. Gracias a las piedras que reemplazan en sus pobres
bolsillos al arco iris plano de los portafolios marroquíes, su cuerpo adquiere con
fuerza una discreción suficiente para que se los deje dulcemente, dulcemente
deslizar hasta el centro mismo de esta oscuridad chapoteante que, en algunas horas,
al alba, para los peces y navegantes, volverá a ser el mar, la vida.
Ahora bien, ¿qué tarde? Por fin las prostitutas han comprendido que los pies no
fueron hechos para torturas de terciopelo negro sino para una desnudez de piel,
hasta de una desnudez de arena. Entonces los talones, sobre los cuales, hace siglos,
ellas zozobran, todos os talones se quebraron y las flores sin semilla brotaron del
asfalto. Porque ninguna mentira podía ser más tolerada, era tan delgada la suela de
yute, los golfos arrojaron más lejos del horizonte sus alpargatas. Estallad, colores.
Los criminales tienen las manos azules. Y vosotras, hijas, si queréis bocas rojas,
pasad sobre vuestros labios el dedo manchado del último amor. Al fondo de los
océanos, todos los africanos crédulos que quisieran viajar a buen precio y mueren
cerca de las calderas, resucitan. Sin duda pronto serán peces, puesto que sus piernas
se vuelven transparentes. Escuchad sus canciones sin letra, a la luz de los monstruos
eléctricos. Los hipocampos empujan sobre sus ombligos, como sobre el botón de un
timbre. ¿Es para el té? Pero no. Florestas de agua, suben, puntos de interrogación
con cabezas de caballos, hasta los ojos de los sabios europeos, que estallan en su
piel terrestre. El navío fantasma escribe su danza en cielo abierto. Los muros se
apartan entre quienes han querido encadenar los vientos del espíritu. Detrás de los
pliegues de un terciopelo demasiado pesadamente apacible se enciende un sol de
azufre y amor. Los hombres del mundo entero se entienden por la nariz. Un géiser
imprevisto manda al diablo piedras con las cuales hemos intentado arropar al sol.
Hay puente desde el minúsculo planeta a la libertad.
Desde el puente de la muerte venid a ver, venid todos a ver la cabeza que se
enciende.
La revolución surrealista, 15 de junio, 1926.
Si una idea parece haber escapado hasta nuestros días a todo intento de reducción
y, lejos de incurrir en su furor, haber encarado a los más grandes pesimistas,
pensamos que la idea de amor, es la única capaz de reconciliar a todo hombre,
momentáneamente o no, con la idea de vida.
Esa palabra : amor, a la cual los malos bromistas se han ingeniado en hacer pasar
por todas las generalizaciones, todas las corrupciones posibles (amor filial, amor,
divino, amor a la patria, etc.), 7inútil decir que le restituimos aquí su sentido
estricto y amenazador de apego total a un ser humano, fundado sobre el
reconocimiento imperioso de la verdad, de nuestra verdad “en un alma y en un
cuerpo”, que son el cuerpo y alma de ese ser. Se trata, en esta búsqueda de la
verdad, que está en la base de toda actividad válida, del brusco abandono de
un sistema de investigaciones más o menos pacientes en favor y beneficio de
una evidencia que nuestros trabajos no han hecho nacer y que, bajo tales
características, misteriosamente, un día, se encarnó. Lo que decimos, y,
esperamos, para disuadir de contestarnos a los especialistas del “placer”, los
coleccionistas de aventuras, los vivarachos de la voluptuosidad, para que sean
llevados a disfrazar líricamente su manía, así como los denigradores y
“sanadores” del supuesto amor-locura y los eternos enamorados imaginarios.
Es de otros, esos otros que tienen verdaderamente conciencia del drama del amor
(no en el sentido puerilmente doloroso sino en el sentido patético de la palabra)
que esperamos una respuesta a algunas frases de la encuesta :
I. ¿Qué clase de esperanza tienen en el amor?
II. ¿Cómo encaran el pasaje de la idea del amor al hecho de amar? ¿ haría por
amor, voluntariamente o no, el sacrificio de vuestra libertad? ¿Lo ha hecho?
¿Consentiría en sacrificar una causa que hasta entonces había creído defender, si
fuera necesario, para no ir en detrimento de un amor según su opinión?
¿Aceptaría no llegar a ser quien hubiera podido ser si es a tal precio que debe
probar plenamente la certeza de amar? ¿Cómo juzgaría a un hombre que llegase
a traicionar sus convicciones para contentar a la mujer que ama? ¿Puede ser
obtenida solicitada tal prueba?
III. ¿Reconocería el derecho a privarse por algún tiempo de la presencia del ser
amado, sabiendo a qué punto la ausencia es exaltante para el amor pero
percibiendo la mediocridad de tal cálculo?
IV. ¿Cree en la victoria del amor admirable sobre la vida sórdida o de la vida
sórdida sobre el amor admirable?
RENÉ CREVEL :
Los juegos del sexo, se pasen más o menos bien, no sabrían ni dar un destino a
quienes en ello se complacen. El amor, solo, puede devolver su fatalidad a las
existencias tironeadas de uno y otro lado. Hay dos verdades de Palisse que
confieso he debido, para experimentarlas, escuchar el hecho de amar. Pasé de
pronto de la idea del amor a ese hecho de amar, pero he necesitado el hecho de
amar para tener noción de la idea del amor. Pongo en el amor mi esperanza, la
alegre convicción pues, que de una vida dispersa él junta las sobras, las migajas.
En otras épocas, sin duda, me hubiera gustado no pasar por falso rubí pero hoy el
amor me ha vuelto bastante superabundantemente egoísta como para no pensar en
mí, al contrario de esos innumerables masturbadores -confieso que lo he sido- que
pasan una mitad de su tiempo a poner en duda la personalidad, y la otra mitad
escribiendo libros que comienzan inexorablemente por “yo”.