Está en la página 1de 14

DOSSIER

La grandeza de los rebeldes no ha cesado nunca de asustar a quienes se contentan


con las mediocridades cotidianas. Sin embargo el Espíritu tiene frío, encadenado a
la mediocridad razonante, en la prisión de un cuerpo insatisfecho Llama al gran
viento, que hará derribar todas las viejas arquitecturas, que destruirá la moral
estereotipada, las obligaciones de pura forma, la hipocresía de los bien pensantes,
para, por fin sobre sus ruinas, pueda nacer otra vida, la "verdadera vida":
Crevel es de esos que se dedican en absoluto a esta lucha para cambiar la ida, a la
conquista de una nueva libertad. Con Mi cuerpo y yo, planteó los problemas
esenciales del dualismo, de la angustia existencial, del mal de vivir. En los libros
siguientes sigue debatiéndose contra esos mismos problemas desgarradores. El
suicidio se le aparece como la más "verdaderamente justa y definitiva de las
soluciones." Es esta obsesión por el suicidio, reconoce él mismo, que le da la fuerza
para buscar con renovado fervor una solución a la vida.
A partir de 1925, cree haber descubierto esta solución en el surrealismo. Intentará
abrirse al mensaje de lo surreal, dejarse llevar por las corrientes profundas hasta ese
"punto supremo" donde la vida repondría al fin a lo infinito del deseo humano.
No reniega de las críticas que ha formulado, poco tiempo atrás, a propósito de
maniobras ocultas y de la escritura automática y no comparte el entusiasmo de los
surrealistas por los poderes del lenguaje; pero reconoce el mérito de una empresa
que no quiere ser sólo literaria. Admira el gran deseo de sinceridad que conduce a
querer expresar o más secreto. Era quizás también su tormento, que lo impelía a ir
siempre más lejos, invitándolo a ganar "esas regiones secretas donde toda sorpresa
es poesía":

Dadá, por la irrisión, había dado los primeros golpes a la Razón, que había reducido
el Espíritu a la esclavitud. El Surrealismo, abriendo las magníficas avenidas del
sueño, le asestó el último golpe. La imaginación está liberada, se vislumbra un
mundo maravilloso :
"Las murallas se han resquebrajado, la sombra de la muerte ha separado las piedras
más pesadas. Rostro que perfora murallas", explica el poeta Paul Éluard y, del
planeta minúsculo, partimos hacia el mundo sin límite.
"Unos pájaros se alumbran entonces en el cielo abierto, la tierra tiembla y el mar
inventa sus nuevas canciones. El caballo del sueño galopa sobre las nubes. La flora
y la fauna se metamorfosean. Caída la cortina del tiempo sobre el aburrimiento del
viejo mundo, de repente se vuelve a levantar para sorpresas de astros y arena. Y
nosotros miramos, vengados al fin de los minutos lentos, de los corazones tibios, de
las manos razonables. (1)*Prefacio al catálogo de la exposición de Max Ernst.
La imaginación está liberada pero eso no es suficiente. Es necesario aún
reconciliar el sueño con la acción, la acción con la vida. El sueño no debe ser un
simple refugio en una vida llena de renunciamientos, de pequeños suicidios
cotidiano; el mundo surreal no debe ser diferente del mundo real. Esta es quizás la
solución buscada, el remedio para la angustia : la vida, tal cual es, no tiene solución,
debe ser otra. Hay que cambiar la vida, y Crevel va a arrojarse en cuerpo y alma a
esta aventura que es también la del Surrealismo. Buscará derribar todos los muros
que limitan la vida, que impiden soplar los vientos.

Un pequeño ser busca resucitar al viento en las tortuosas calles de Babilonia. En


medio de las marionetas de la sociedad, "esa criatura que se convierte en mujer"
temblando de un miedo que es también avidez, persigue su sueño y busca un mundo
bañado por una luz desconocida.
Ella cree en un momento descubrir esta luz en una visión del África, continente
donde sopla el viento, el viento del deseo, del sueño y de la imaginación liberada,
viento que se lleva los seres y las cosas en una danza estática.
Es fabulosa esta África creada por Crevel. Es la que imagina, él, que sufrió todos
los conformismos de una familia burguesa, que le prohibía "salir sin medias hasta en
verano en la playa". ¿Cómo no envidiaría al "Negro", que no hubiese dudado en
"dispersar a cuatro vientos la hipocresía del traje y los paños menores"? Es su
cuerpo lo que quiere liberar primero, ofrecerlo a todas las sensaciones : "Pero ahora
la carne es libre, mis pies no recuerdan las medias, ni el calzado."
Homosexual, para afirmarse como tal, Crevel debe luchar contra una hostilidad
casi general, también dentro del grupo surrealista. Crevel lo rechaza, critica
severamente a los escritores que transforman en mujeres a los hombres que ellos
desean. ¿Cómo aspirar a un mundo liberado prohibiciones y de la hipocresía que las
acompañan? La imagen de África vuelve otra vez, tanto porque Crevel no puede
dejar de sentirse atraído por esos "gigantes insolentemente desnudos", por la
marcada sensualidad de "esa región sembrada de muslos nervudos, de árboles
carnales cuyas hojas son manos duras y hábiles para las caricias".
La liberación del deseo, de todos los deseos, es la primer tarea, no sólo para el
homosexual, sino también para el surrealista que desea que el hombre reencuentre
los dones y los poderes que los siglos de civilización le han hecho perder. El
Africano es un poco este hombre que no ha alienado sus poderes primitivos. El
Europeo debe aprender del Africano si desea penetrar en el mundo más rico y más
vasto de la surrealidad. "Que sean mezcladas las temporadas de las lilas y los
melocotones. sean también mezclados los continentes, la Europa demasiado vestida,
el África sin taparrabo."
Pero el África permanece inaccesible para el niño de las "ciudades de las calles
rectas". El viento sopló. La fiesta está muy cerca donde su sueño se hace carne, pero
no puede penetrarla. Su búsqueda terminó en un estéril simbolismo. La "criatura que
se hace mujer" se diluye, se hace una figura abstracta, pierde toda existencia. Su
"indiferente triunfo" no tiene contenido, no es sino una imagen poética de la muerte,
de aquella que espera a todos los personajes con los que se identifica Crevel.
El sueño sigue siendo el sueño. El Surrealismo de Crevel sólo pudo evocar la cara
nocturna de la condición del hombre, no se le permite resquebrajar los muros que
separan el sueño de la realidad.
Crevel terminó por estrellarse contra esos muros, pero hizo levantar el gran viento
de la rebelión absoluta.

Michel Cassanou
LO BUENO DEL SIGLO

El confort, cuya búsqueda parece muy legítima, tanto se trate de la instalación de


una calefacción, un cuarto de baño, un W.C., mal concibe que pueda haber cura que
pretenda dedicarse al espíritu.
Y sin embargo, palabras tales como Dios, Amor, un exabrupto positivista, sonrisas
estiradas, todos los artificios y precauciones oratorios de los que se rodean aquellos
que quieren estar en el debate sin arriesgar nada, son ofrecidos como si fueran quesos
a la fiebre roedora de las ratas de laboratorio, de salón y de la sacristías. Pero, en
verdad, a las piruetas del oso Buen Sentido no les falta pesada inquietud y, ya el
miedo se apodera de los más prudentes que, ante el inexorable "No va más", se
apresuran hacer sus juegos, tanto y tan bien que ponen todo patas para arriba. De ahí
el terror de este honesto hombre clásico, acostumbrado hace siglos a practicar la
amabilidad según La Bruyère y a buscar voluptuosidades (¿delicadas?) en las
biblioteca, los museos, las ciudades en ruinas.
Ahora bien, hoy, a causa de descripciones bien ponderadas, un efecto de sol sobre
tres viejas columnas y todos los procedimientos de arte no bastan ya para legitimar
las hipocresías de una pseudo-civilización , que quiere divertirse y al mismo tiempo,
tener buena opinión de sí misma, encontrando difícilmente nuevos pretextos para
anfibias alegrías. Sin duda después de haber prometido un palidez de cromatura
romántica, de sonrisas malvas, una anemia rabiosa y de masturbaciones detrás de los
pilares catedralicios, un Octave Feuillet pie chiquito (a tu salud, Étienne) tuvo la
amabilidad de constatar la existencia de un nuevo mal del siglo. Pero el mal del siglo,
píldora bien dorada, mejor lanzada que un producto farmacéutico, ofrecido al por
mayor y menor, a los carteros literarios de los diarios, a los críticos distinguidos de
las revistas, su inventor, a despecho de sus encantamientos, de sus gritos, con una
mano sobre el corazón por Dios, eterno tormento de los hombres, sin embargo no ha
sido capaz de decirnos qué autorizaba su farmacopea, tampoco de qué criterio
hablaba para acusar un mal en la revuelta de los espíritus que no creen y no aceptan
simular creer que todo sea para mejor en el mejor de los mundos. Hay que tener un
singular amor por la paradoja y una presunción capaz de las más siniestras tonterías
para hablar de debilidad a partir de que un pensamiento no permite más que se lo
sojuzgue y se opone a la cuasi universal cobardía.
Fingir ver un malestar en la cólera de un espíritu que rompe con las trabas
cotidianas y sociales, sería, por deducción, empeñarse en declarar a hombres como
Rousseau, o Luther, moral e intelectualmente inferiores a los pedantes pudibundos, a
los críticos pueriles a los cuales ellos han acostumbrado a darles la ictericia.
Pero, mientras que momias inofensivas se desecan en las vendas del recto canon, se
alimentan del budín de los museos o de alguna veja corteza de tocino convencional,
de otros que sin embargo tienen el orgullo de su juventud, con sus aires de entendidos
con miedo de dejarse engañar por lo relativo, no hacen sino ayudar al triunfo del
mediocre. Por otra parte, sin duda ni siquiera llegan a convencerse a sí mismos,
puesto que censuran al espíritu de la Revolución en este siglo y glorifican como las
mejores de hoy día a las obras donde ese espíritu se encuentra mejor expresado.
La grandeza de espíritu que se eleva para romper sus cadenas les sorprende, los
asusta y demasiado profundamente tocados por esta grandeza que quisieran negar,
continúan ese sabotaje a los valores que han hecho llamar mal del siglo a lo que,
contrariamente, es lo bueno del siglo; ellos intentan ver el origen de esta ascensión,
de esta sed por lo absoluto en detalles vergonzosos. sí hemos podido leer en una
revista que el servicio militar, la viruela y la falta de dinero, eran las tres causas del
fenómeno espiritual contemporáneo. Desde entonces me pregunto cómo el autor de
esa ocurrencia puede hacer para dignarse todavía a hablar o escribir para una especie
que juzga tan groseramente terrestre que no sabría, según él, tener inquietudes sino en
las corrientes de aire de un cuerpo de guardias, los tugurios, y los chancros. Destaco
además que esta broma de colega es en el fondo un juego verbal, del mismo orden
que la invocación ya citada a Dios, eterno tormento de los hombres, del cual nos han
dado la lata recordando un poco frases como : ¿Has visto a Lambert? o Los Zomards
tienen pelos en las patas. Es decididamente demasiado fácil reglarse palabras. Se
pone a Dios de moda, pero ¿qué es Dios? Cuando Driew La Rochelle fue
entrevistado, declaró : "Dios quiere ese idealismo, este optimismo, salido del
pesimismo", tengo ahora mismo ganas de responder que, para quien se preocupa por
el espíritu, las nociones de felicidad y desgracia, optimismo y pesimismo, son
cantidades de poca importancia. Sin duda las cuatro letras de Dios están todavía
cargadas de todo lo que han querido cargarlas en el curso de los siglos, para que
puedan proyectar una sombra dulce sobre el sueño de aquellos que están hartos de
preocuparse y al mismo tiempo conservan la manía metafísica tan francesa como la
pierna de cordero con habichuelas. Pero cuando el mismo Driew La Rochelle quiere
epilogar sobre el Error de los surrealistas, y constata que "vivamos", para ensalzar,
después de este lindo descubrimiento, al Amor y a Dios; recuerdo una canción de
Morin donde los pertrechos religiosos, que cobran también un sentido realista y
optimista, aparecen con una significación más alta, más respetable, de lo que se la
puede juzgar por los cuatro versos de este cuplé :
Miro entre sus piernas
Veo allí el paraíso
Miro entre mis piernas
Veo allí a Jesucristo.

Pero por volver a nuestro rebaño, es decir, nuestras críticas nacional-realisto-


positivisto-neo-místicas, si pese a sus esfuerzos hacia la pertinencia no se despegan
de esta tierra donde viven, por otra parte, bien cebados, lustrosos, de los gusanos de
la estrellas, demasiado sensibles para cierto esteticismo, engañados por algunas
imágenes y sílabas pomposas, y se paralizan bajo sus corazas de sentido común y de
un retroceso impuesto a esa niebla, su pensamiento, creyendo adquirir la noción
precisa de sí mismos. Así es desde el demasiado famoso coito ergo sum. Pero, será
por Descartes que debemos asistir a la reivindicación de una propiedad intelectual
cuyos derechos no están más fundados que los de las posesiones materiales
individuales, a pesar del respeto comúnmente dedicado a la famosa frase pienso
luego existo, cómo no condenar un individualismo que desconoce los fenómenos de
un intercambio imponderable pero real, las riquezas de nuestros dominios indivisos y
al mismo tiempo que esta evidencia comunista del espíritu, una evidencia que nadie
puede negar luego de ciertos encuentros, y también esas transmisiones inexplicadas e
inexplicables si cada hombre se cierra sobre sí mismo, como un puta vieja
derrumbándose en su corsé. Para destacar, además, que este individualismo no ve la
libertad, el progreso, como un egoísmo cuya unidad se inflama. Así hemos tenido la
otra familia, la otra patria, la otra religión. Pero, finalmente, como les falta una
verdadera confianza en sí mismos, todos los que fingían someterse a los objetos , al
mundo exterior que llamaban objetivo, en realidad construían prisiones para su
persona, de la cual tienen un gusto mezquino, hasta exclusivo. Lo malo del siglo no
reside sino en el aburrimiento resignado y verbal de los que renuncian y se jactan de
renunciar, por sentido común o espíritu religioso. Lo bueno del siglo está en este
mismo principio de revolución al que llegarán todos los hombres dóciles la espíritu.

La Révolution socurréaliste, 1ª mazo, 1926.

EL PUENTE DE LA MUERTE

Navegante del silencio, el dique está sin color, y sin forma ese dique de donde
partirá, esta tarde, el bello navío fantasma, tu espíritu. En otro tiempo te contentabas
con encender fáciles canciones y sólo el incendio de los pianos mecánicos aclaraba
tu noche. En la calle perpendicular una negra sentada sobre el umbral de su
dormitorio, del cuarto donde trabaja, desde que el transeúnte la había dejado atrás,
renunció a su venal majestad y en la zanja, único recuerdo de su Congo original,
recogía a manos llenas restos de legumbres, papeles grasosos. Y no era sólo para
vengarse de su indiferencia que bombardeaba al hombre, sino que esta reina
convertida en arpía al fin de cuentas se convertió en pájaro, revoloteó alrededor del
paseante, su víctima, reculando tan gentilmente que él, olvidado de las manchas de
su abrigo, se preguntó de pronto si las palomas, al contrario de una profesada
opinión, no son de color negro. Y ella, inspirada, mientras limpiaba lo que había
estropeado, encontraba cómo seducir. Ella se apoderó el extranjero, se pavoneaba
del brazo con él, de vuelta a su cuchitril mostrando sus dientes tan blancos, que las
damas putas, sus colegas, se estremecían en sus moños rosas.
Los marineros que habían asistido a todo ese tejemaneje daban risotadas. Eran
expertos en buenas giras y, por ejemplo, sabían cómo, por algunos céntimos de
franco, bajo pretexto de una travesía a bajo precio, se persuade a los africanos -
¿quién enseñaría el miedo al calor a los hijos del sol?- de dejarse tostar cerca de una
caldera. El barco llegado al puerto, basta con destornillar las chapas que mantenían
prisioneros a esos pasajeros especiales. Historia simple. Hombres marrones que se
convierten en hombres azules. Gracias a las piedras que reemplazan en sus pobres
bolsillos al arco iris plano de los portafolios marroquíes, su cuerpo adquiere con
fuerza una discreción suficiente para que se los deje dulcemente, dulcemente
deslizar hasta el centro mismo de esta oscuridad chapoteante que, en algunas horas,
al alba, para los peces y navegantes, volverá a ser el mar, la vida.
Ahora bien, ¿qué tarde? Por fin las prostitutas han comprendido que los pies no
fueron hechos para torturas de terciopelo negro sino para una desnudez de piel,
hasta de una desnudez de arena. Entonces los talones, sobre los cuales, hace siglos,
ellas zozobran, todos os talones se quebraron y las flores sin semilla brotaron del
asfalto. Porque ninguna mentira podía ser más tolerada, era tan delgada la suela de
yute, los golfos arrojaron más lejos del horizonte sus alpargatas. Estallad, colores.
Los criminales tienen las manos azules. Y vosotras, hijas, si queréis bocas rojas,
pasad sobre vuestros labios el dedo manchado del último amor. Al fondo de los
océanos, todos los africanos crédulos que quisieran viajar a buen precio y mueren
cerca de las calderas, resucitan. Sin duda pronto serán peces, puesto que sus piernas
se vuelven transparentes. Escuchad sus canciones sin letra, a la luz de los monstruos
eléctricos. Los hipocampos empujan sobre sus ombligos, como sobre el botón de un
timbre. ¿Es para el té? Pero no. Florestas de agua, suben, puntos de interrogación
con cabezas de caballos, hasta los ojos de los sabios europeos, que estallan en su
piel terrestre. El navío fantasma escribe su danza en cielo abierto. Los muros se
apartan entre quienes han querido encadenar los vientos del espíritu. Detrás de los
pliegues de un terciopelo demasiado pesadamente apacible se enciende un sol de
azufre y amor. Los hombres del mundo entero se entienden por la nariz. Un géiser
imprevisto manda al diablo piedras con las cuales hemos intentado arropar al sol.
Hay puente desde el minúsculo planeta a la libertad.
Desde el puente de la muerte venid a ver, venid todos a ver la cabeza que se
enciende.
La revolución surrealista, 15 de junio, 1926.

REPUESTA A UNA ENCUESTA SOBRE EL AMOR

Si una idea parece haber escapado hasta nuestros días a todo intento de reducción
y, lejos de incurrir en su furor, haber encarado a los más grandes pesimistas,
pensamos que la idea de amor, es la única capaz de reconciliar a todo hombre,
momentáneamente o no, con la idea de vida.
Esa palabra : amor, a la cual los malos bromistas se han ingeniado en hacer pasar
por todas las generalizaciones, todas las corrupciones posibles (amor filial, amor,
divino, amor a la patria, etc.), 7inútil decir que le restituimos aquí su sentido
estricto y amenazador de apego total a un ser humano, fundado sobre el
reconocimiento imperioso de la verdad, de nuestra verdad “en un alma y en un
cuerpo”, que son el cuerpo y alma de ese ser. Se trata, en esta búsqueda de la
verdad, que está en la base de toda actividad válida, del brusco abandono de
un sistema de investigaciones más o menos pacientes en favor y beneficio de
una evidencia que nuestros trabajos no han hecho nacer y que, bajo tales
características, misteriosamente, un día, se encarnó. Lo que decimos, y,
esperamos, para disuadir de contestarnos a los especialistas del “placer”, los
coleccionistas de aventuras, los vivarachos de la voluptuosidad, para que sean
llevados a disfrazar líricamente su manía, así como los denigradores y
“sanadores” del supuesto amor-locura y los eternos enamorados imaginarios.
Es de otros, esos otros que tienen verdaderamente conciencia del drama del amor
(no en el sentido puerilmente doloroso sino en el sentido patético de la palabra)
que esperamos una respuesta a algunas frases de la encuesta :
I. ¿Qué clase de esperanza tienen en el amor?
II. ¿Cómo encaran el pasaje de la idea del amor al hecho de amar? ¿ haría por
amor, voluntariamente o no, el sacrificio de vuestra libertad? ¿Lo ha hecho?
¿Consentiría en sacrificar una causa que hasta entonces había creído defender, si
fuera necesario, para no ir en detrimento de un amor según su opinión?
¿Aceptaría no llegar a ser quien hubiera podido ser si es a tal precio que debe
probar plenamente la certeza de amar? ¿Cómo juzgaría a un hombre que llegase
a traicionar sus convicciones para contentar a la mujer que ama? ¿Puede ser
obtenida solicitada tal prueba?
III. ¿Reconocería el derecho a privarse por algún tiempo de la presencia del ser
amado, sabiendo a qué punto la ausencia es exaltante para el amor pero
percibiendo la mediocridad de tal cálculo?
IV. ¿Cree en la victoria del amor admirable sobre la vida sórdida o de la vida
sórdida sobre el amor admirable?

RENÉ CREVEL :
Los juegos del sexo, se pasen más o menos bien, no sabrían ni dar un destino a
quienes en ello se complacen. El amor, solo, puede devolver su fatalidad a las
existencias tironeadas de uno y otro lado. Hay dos verdades de Palisse que
confieso he debido, para experimentarlas, escuchar el hecho de amar. Pasé de
pronto de la idea del amor a ese hecho de amar, pero he necesitado el hecho de
amar para tener noción de la idea del amor. Pongo en el amor mi esperanza, la
alegre convicción pues, que de una vida dispersa él junta las sobras, las migajas.
En otras épocas, sin duda, me hubiera gustado no pasar por falso rubí pero hoy el
amor me ha vuelto bastante superabundantemente egoísta como para no pensar en
mí, al contrario de esos innumerables masturbadores -confieso que lo he sido- que
pasan una mitad de su tiempo a poner en duda la personalidad, y la otra mitad
escribiendo libros que comienzan inexorablemente por “yo”.

Con el amor se terminan los decretos de sensiblerías, el roer de los minutos


Su nueva unidad, con respecto al ser, hará precisas todas las cosas que parecían
vagas en la niebla anterior. Pero no para oponer el Amor al Deber.
Exaltando el amor la libertad, hasta la inconsciencia, no veo cómo podría jamás
sacrificarse la libertad al amor.
Creo también que, desde el amor, alguien no sabría degustar la certeza de amar si
no estuviera seguro de aparecer ante la criatura amada en proceso de llegar a ser
aquel que puede, que debe ser.
Amarse es ante todo tener el orgullo de uno y otro.
Digo orgullo y no vanidad.
De ahí no veo qué razones decidirían a un hombre a traicionar sus convicciones
para complacer a una mujer.
Ninguna mujer sabría pedir esa prueba inadmisible sin desmerecer, en menor o
mayor medida, al amor.
Incapaz de imponer el Amor, que según yo, se opone a todo galanteo, a toda
puesta en escena (tipo Relaciones peligrosas) si está obligado a aceptar una
ausencia, no sabría calcular, ni usarla para fines de esclarecimiento.

Si el amor admirable tuviera, aunque fuera un segundo, es suficiente para


declarar su victoria sobre la vida sórdida.

La Revolución surrealista, 15 diciembre 1929

EL ESPEJO PARA OBJETOS

La división del trabajo, pan bendito de los economistas y sociólogos, principio


eterno que nadie osa contradecir desde el día en que Dios, acabado el mundo, se
dio cuenta de que hacían falta dos mitades para un todo y, de la costilla del
hombre, algo nunca visto ni oído, hizo salir a la mujer.
Desde entonces se hallan divididos los trabajos y los días, si bien que, por no
faltar a la regla de sabiduría, cada uno ha adquirido el hábito de buscar a quien lo
ayude en la organización de su caos. Por eso el fotógrafo, como
Dios con la mujer del hombre, hace salir el pajarito de la cámara oscura.
Atención :
Un pajarito va a salir. Un pajarito salió, un pajarito lleva al nido muchachas
bonitas, helechos. No desprecia por otra parte ni los sacacorchos, ni las patas de
la torre Eiffel, ni los terrones de azúcar. Los ofrece a cualquier prestidigitador
divertido de vernos a tal punto estupefactos ante la creación del mundo.
Pero,, de hecho ¿quién es el prestidigitador?
Después del antropocentrismo, del antropomorfismo, hemos tenido el
maquinocentrismo, el maquinomorfismo. Los pintores han querido ser amantes
de las máquinas como del cuerpo humano. Han deseado estar enamorados de
máquinas únicas, de ahí un sistema aburrido, ni más ni menos aburrido por otra
parte que cualquier sistema.
Algunos fotógrafos han imitado a los pintores y así, los prestidigitadores se han
convertido en fuentes petrificadoras, y eso que se creían los más hábiles, no han
al menos sabido servirse de ese espejo de objetos del cual un Man Ray, por
ejemplo, ha obtenido milagros.
Man Ray, es verdadero, sabe plantear problemas esenciales -los que nacen del
espectáculo de un mundo llamado exterior del cual percibimos de repente que las
realidades, las formas, los colores, no son tal vez tan simplemente reales como
nos hubiese gustado creer- Man Ray, digo, si sabe plantear problemas esenciales,
y acerca de un sacacorchos, una pata de la Torre Eiffel, un terrón de azúcar, nos
obliga a preguntarnos si los sacacorchos, las patas de la torre y los terrones de
azúcar, que desembocan, sacuden o alimentan nuestros sueños, no son menos
contestables en efecto que los sacacorchos, las patas de la torre Eiffel y los
terrones de azúcar de todos los días, tan conocidos que se convierten en
invisibles, así pues inexistentes. Man Ray, si bien ha hechizado, no la va de mago
y, porque no quiere limitarse a las únicas actitudes problematizadoras, nos regala
para calmarnos un helecho, un rostro bonito. Ese cazador del misterio ha sabido
sacar partido de su espejo de objetos y, sin duda, aquel que tomó la primera
fotografía, se asombrará, como el primer hombre que trazó el perfil de un animal
con su sílex sobre la pared de una caverna no pudo creer que su dibujo, del cual el
animal era el pretexto, revelaba al hombre, describía al autor más que al modelo.
Y hasta esas fotografías donde encontramos la gracia anónima de las mujeres de
un tiempo pasado, no se dice menos de ese tiempo, por los miriñaques ingleses,
esbozos de lo que ellas representan, que cualquier vapor cuyo misterio
imponderable crea eso que llamamos atmósfera.
La pintura no es lo mismo que la fotografía, dicen los pintores. Pero la fotografía
tampoco es la fotografía, es decir, no es la copia. Ciertamente, podríamos dar
buenas razones para decir cómo el cliché no reproduce exactamente los objetos o
los seres, sí, no obstante su imagen, podríamos decir también cómo las pruebas de
un mismo cliché no salen absolutamente idénticas. Pero lo que quiero destacar
hoy es que hace falta un espejo y golondrinas para la caza de golondrinas, no sólo
el espejo de golondrinas, el espejo de objetos no puede por sí mismo ser
encantador.
Es por eso que, no más que el pintor o el poeta, el fotógrafo no puede contentarse
con una narración meticulosa.

El arte viviente, 15 julio 1925.

RESPUESTA A UNA ENCUESTA SOBRE LA ANTI-POESÍA

Razón, arte, fantasía, tres palabras que ayudan a la confusión y favorecen, en lo


que hay de más cobardemente cotidiano, la esperanza, esta desconfianza de estar
teniendo en cuenta las previsiones de su espíritu, según la frase de Paul Valéry.
Razón. Entre los muros que ha construido para resguardarse el individuo bien
quisiera encadenar los vientos del espíritu.
Arte. Los pliegues de una pseudo-antigüedad han ocultado por demasiado largo
tiempo al sol de azufre y amor que no puede terminar por explotar, allá, más allá
del horizonte y la rutina. Llamo poesía a esta explosión y poesía otra vez a ese
ramillete de las más pesadas piedras al cielo abierto que han arrancado del suelo
al surgir inesperados géisers.
Fantasía. Los arabescos son los engaña-tiempos*, los trompe l’œil, los engaña-
corazón, los engaña-todo. Pascal fue tan indulgente, que, después de las mentiras
preciosas, estafa al clasicismo, se contentó con comparar a los así llamados poetas
de su época con los bordadores.
No es inofensivo el juego de gentes de rima que, del seno mismo de su frivolidad
solapada, se reclamen principios superiores, y sólo plantean cuestiones de forma
para no cuestionar mínimamente los problemas esenciales. Nada más sucio que la
noción de una poesía-divertimento a la que llegaron los siglos de nacional-
positivismo. Sabemos cómo los más miedosos, para dar un cambio, se afanan por
hacer pasar externas excentricidades por la libertad misma. Condecoraciones para
los detalles y colores inusuales. La orquídea de Oscar Wilde y más recientemente
bulón invertido de Francis Picabia y, hasta, con una mentir estética más hábil, la
descomposición malva que sedujo, una tarde de su adolescencia, a Barrés,
aburrido ya de vivir, decidido a dejarse engañar, desde lo alto de las murallas de
cartón piedra de Aigues-Mortes, por un perfume de preciosa muerte. El símbolo
lo perdió. Ebrio de fatigadas flores, hsta ante la Cámara de Diputados, la Liga de
los Patriotas, es traidor de sí mismo. Y ciertamente, cómo osa hablar hasta de un
culto de sí mismo, puesto que su espíritu insuficiente de grandes propósitos se
aferró a facilidades antipoéticas.
Ya se trate de Aigues-Mortes o de la fortaleza individualista, detrás del papel
maché de las más viejas metáforas donde ellos y sus viejos rebaños se refugian,
¿cómo nuestros partidarios del orden a cualquier precio comprenderían que la
poesía es un riesgo? No son ni los efectos del traje o de la actitud, ni el
romanticismo del gesto, ni las banderías que nos legan de los fantasmas más
altivos. Como decía el profesor Curtius, de Louis Aragon, en un reciente artículo,
ellas han renunciado a la belleza, ese pretexto, a favor de la poesía. Por eso los
hemos seguido hasta un plano donde Max Ernst nos enseña que sobre las nubes
camina la medianoche. Pro sobre la medianoche planea el pájaro invisible del
día. Un poco más alto que el pájaro, el éter empuja. Los muros y los techos
flotan.
Poesía, riesgo, amor. Un rostro se repite en ramilletes.
Rostro perforador de murallas, constata el poeta Paul Éluard, y, desde el planeta
minúsculo es una partida para países sin límite.
Pájaros, entonces, se alumbran en pleno cielo. La tierra tiembla y el mar inventa
nuevas canciones. El caballo del sueño galopa sobre las nubes. La flora y la fauna
se metamorfosean. Caída la cortina del tiempo sobre el aburrimiento del viejo
mundo, de repente se vuelve a levantar para sorpresas de astros y arena. Y
nosotros miramos, vengados al fin de los minutos lentos, de los corazones tibios,
de las manos razonables.
Justamente André Breton ha reportado en su Manifiesto del Surrealismo que
Saint-Pol Roux había escrito sobre la puerta de su cuarto, de su habitación para
soñar : El poeta trabaja.
Exploración del espíritu, aventura que vale le pena ir más allá, más alto que lo
Real, sabemos demasiado bien que un juego de sílabas es indiferente. La poesía
que nos ofrece símbolos está plantando la misma libertad, y finalmente no se
preocupa por los sonidos, los colores por los cuales se expresa. Playa de sueños,
florestas de manos, animales de alma, todas esas historias naturales de la
surrealidad, tan evidentes como las lecciones de las cosas, donde, niños,
intentamos aprender a conocer la economía del mundo, la marcha del tiempo, los
misterios de los tres reinos; hemos, gracias a voces muy simples, escuchado
cuentos más apasionantes que el legendario canto de las sirenas. Estábamos lejos
del trabajo minucioso de los especialistas en ritmos. Y en respuesta a los
Philistins podemos recordar siempre esta frase de Lautréamont que a Paul Éluard
le gusta citar : La poesía no es un hecho de uno solo, sino de todos.
Cuadernos idealistas, nº 14, junio, 1926

*NT: intraducible : trompe-temps, de trompe l’œil

DESPUÉS DEL DADÁ

M. Marcel Arland publicó en el último número de la Nueva Revista Francesa un


estudio sobre un “nuevo mal del siglo”; por fuera de clanes y camarillas, intenta
precisar qué espíritu determina las “tentativas de la generación que siguió
inmediatamente a la guerra y de las cuales”, escribe, “la más interesante y casi la
única manifestación fue el movimiento dadá.”
Antes de 1914, Apollinaire tenía ya el sentimiento, si se quiere, el presentimiento
de un espíritu nuevo que, por otra parte, se manifestó entonces en las artes
plásticas mucho antes que en la literatura. Caligramas, poemas que le inspiraron
la guerra marcan un hito. Pero Guillerme Apollinaire tuvo que morir en 1918.
En 1919 una revista, intitulada con la antifrase Literatura, publica las cartas d
Jacques Vaché y esta correspondencia de un hombre joven muerto trágicamente
revela una extraña personalidad. Para los directores de Literatura, Louis Aragon,
André Breton, Phillippe Soupault, ella simbolizada toda la ansiedad, la
desesperación, la contradicción, el coraje de la inteligencia y el sentido de esa
grandeza que ellos esperaban marcarían la época. Luego está la llegada de Tzara,
que desde 1916 había adoptado como título de una revista: Dadá, “algunos
amigos y yo”, escribe en una carta abierta a Jacques Rivière, aparecida en el
número de diciembre de 1919 de Literatura, “ pensamos que no tenemos nada en
común con los futuristas y los cubistas". En el transcurso de las campañas contra
todo dogmatismo y por ironía hacia la creación de escuelas literarias, Dadá se
convirtió en el Movimiento Dada. Este movimiento se expresó en París en
manifestaciones que tuvieron el recibimiento que conocemos. Pero ya Tzara
destacaba : "la ausencia de sistema es un sistema más". Era necesario que el
movimiento no se detuviera, ni se convirtiera en cierto tipo de escuela con su
punto de vista y sus reglas arbitrarias. El movimiento terminó pero su espíritu se
continúa porque fue una ilustración episódica. Hace dos años, para ser preciso, se
preparó un congreso del modernismo, si todo fracasó por falta de acuerdos, la
realidad de lo que se llama comúnmente el espíritu nuevo no deja de ser menos
sensible. Una inquietud viril marca nuestro siglo cuya grandeza no es lo que ya
dio, sino lo que promete, fuera de toda fácil vulgarización, de todo optimismo
limitado, de toda combinación. El espíritu nuevo sobre pasa además el campo del
arte, no está sistemáticamente en los libros como un Buda en medio de una
chimenea, está en la vida y pide la revisión de los valores, la destrucción de los
ídolos, una fe nueva. Desde el punto de vista de la literatura es enemigo declarado
de esta poesía frívola que Pascal comparó, despectivamente, con trabajos de
bordado.
Reconociendo la vanidad de las fórmulas, se interroga, nos interrogamos. El
Dios La Rochelle, en Medida de la Francia ha destacado la dolorosa
incertidumbre del adolescente en su búsqueda "espiaba los rostros con la
afeminada esperanza de encontrarme cara a cara con un niño enérgico". La mayor
parte de esta incertidumbre no ha encontrado remedio : es a la vez un mal y una
prueba de la inteligencia demasiado clarividente para concluir, pero ya el
escepticismo de un Drieu La Rochelle, que repite nombres y necesita contactos
extranjeros para adquirir noción de sí mismo, parece signo de contradicción e
insuficiencia. Hay que resignarse y no buscar "el niño enérgico" fuera de sí
mismo y no eludir esas preguntas, que M. Marcel Arland apunta que llevan todas
a un problema único : Dios. Una declaración tal ha sorprendido. A causa de las
páginas que recibió en la Nueva Revista Francesa, M. Jacques Rivière publica un
estudio para decir, que no cree en el nuevo mal del siglo, hasta en el título,
constata la crisis del concepto de literatura. Otra crisis más, para M. Souday en El
tiempo, de 3 de febrero, el hecho mismo de hablar sobre el tema prueba que no le
es indiferente. En cuanto a M. Rivière. ya había dicho : "Esto decididamente no
ha pasado nunca de moda en el concepto de literatura, que designaba a un arreglo
acertado de letras y palabras alrededor de una idea ya conocida, ya conquistada
por el sujeto escribiente."
M. Rivière recuerda la encuesta de la Revista Literaria : ¿por qué escribe usted?
Nadie se jacta de escribir por escribir. Entre las diferentes respuestas, la más
corajuda fue la de Valéry : "Por debilidad."
Dios, eterno tormento de los hombre, dice Arland, ¿con qué compensar su
ausencia? La literatura no es suficiente. Pero ya ciertas literaturas quisieran
asimilarse a la búsqueda de lo absoluto : hay falsos profetas que establecen
sistemas pueriles, hay los que se sorprenden de su inconsciente como si fuese
milagro. Todos acuerdan fe ciega a las experiencias espiritistas de las que son
pretenciosos engañados. Muestran grandes palabras, hablan de surrealismo.
Tienen la ingenuidad de un negro que mira una lámpara eléctrica porque no sabe
cómo hace para dar luz. Todavía el negro es lógico consigo mismo y no hace
profesión de espíritu crítico. Para calmarse, la angustia de la inteligencia requiere
más que actuaciones subconscientes o espiritistas; la audacia no es cuestión de
detenerse allí, si no de ir siempre más allá.
Recuerdo el consejo de Barrés : "hacen falta sueños, sombras, una especie de
ociosidad y de soledad y también cierta inquietud."

Les Nouvelles litéraires, nº 69, 9 de febrero, 1924

También podría gustarte