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LA PASIÓN SEGÚN LOS EVANGELISTAS MARCOS Y JUAN

Por J. Salvador García Cuéllar

Un concepto he defendido a través de muchos años, y sigo creyendo que es


correcto: los evangelistas han tenido muy mala suerte con los lectores.
Esta afirmación se basa en el hecho de que por lo general leemos los evangelios
por trozos, a veces muy pequeños, como una frase, y en el mejor de los casos nos
referimos a una perícopa, pero hasta ahí llegamos. Pocas veces consideramos el
evangelio como un todo y por lo general nos olvidamos del contexto que enmarca
lo que citamos, pues nos interesa mostrar las palabras del Redentor para referirlas
a alguna situación concreta, y con eso le cambiamos el contexto. No digo que esto
siempre esté mal, pero sí debo decir que si nos quedamos en esa situación,
difícilmente podremos entender en su totalidad la frase o la perícopa si no
consideramos su marco completo en toda la obra.
Si queremos hacer una comparación de determinados textos, no estamos exentos
de considerar los contextos de las obras completas, es decir, debemos haber leído
en su totalidad cada una de estas obras para hacer un análisis más honesto con el
conocimiento de su entorno textual.
Ahora me propongo analizar el texto de La Pasión de Nuestro Señor que aparece
en dos evangelios: El de san Marcos y el de san Juan. Hago la pertinente
aclaración de que considero los escritos a partir del prendimiento o arresto del
Señor, hasta inmediatamente antes de su sepultura.
La selección no es arbitraria, pues se trata de dos extremos dentro del género
evangelio, ya que san Marcos es lo que podríamos llamar el texto primigenio, en el
sentido en que constituye el primer evangelio escrito en el tiempo, pues entre los
estudiosos existe un amplio consenso en datar el Evangelio de Marcos a finales
de los años 60 del siglo I d.C., o poco después del año 70 d.C. es decir, que
Marcos fue el fundador de este género literario y lo escribió con todas las
características propias del modelo que estaba gestando, lo que significa que el
género evangelio nació en muchos aspectos maduro y desarrollado.
En el otro extremo está el Evangelio según san Juan, el cual se caracteriza por ser
el más sublime y perfeccionado de sus otros tres congéneres, además fue el
último que se escribió, la fecha supuesta de redacción es en torno al año 90  d. C.

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Otros dicen que se terminó de escribir al final del año 100, pero una más de sus
peculiaridades es que este evangelio no sigue las tradiciones sinópticas, sino que
se aparta de ellas, y aun así sigue siendo un verdadero evangelio, sigue teniendo
los mismos temas, narra los mismos hechos, se refiere al mismo personaje central
y se sitúa en los mismos lugares y en la misma cultura que los sinópticos, pero es
tan distinto de ellos que merece un sitio aparte dentro de las consideraciones
religiosas, teológicas, literarias y espirituales.
No me detendré ahora a considerar características propias de cada uno de estos
textos porque a medida en que avancen las presentes reflexiones, iremos
mencionando los rasgos distintivos pertinentes de cada uno de ellos.
La pasión según san Marcos, un texto cercano a los hechos.
De esta pasión sabemos que está basada en un texto previo, seguramente escrito,
que el evangelista tuvo en sus manos cuando narró el proceso y la muerte de
Jesús en su evangelio. Esta tradición, y los añadidos tradicionales del propio
Marcos (algo altamente probable por la naturaleza de estos textos) constituyen la
pasión que ahora tenemos dentro de lo que conocemos como el segundo
evangelio.
La Pasión según san Marcos, una verdadera pasión.
El subtítulo de este apartado parece hecho por el señor Perogrullo, pero está
justificado por las características propias del texto, ya que en éste Cristo padece
en su totalidad las acciones de sus verdugos.
En este texto de la pasión, los sujetos activos ejercen acción sobre el sujeto
pasivo muy a su antojo y arbitrio. El papel que desempeña Jesús es de una
pasividad que nos deja pasmados, atónitos, sin aliento, y además nos lleva a
compadecernos de él como lo haríamos con el Siervo Sufriente de Isaías.
Los hechos históricos, las tradiciones y el texto del profeta Isaías se conjuntan
para completar el concepto de redención a través del sufrimiento del Hijo de Dios
que nos redime con su pasión y muerte.
No podía ser de otro modo. El pago por el pecado de todos los humanos habidos y
por haber tendría que ser unos actos desagradables al extremo y difíciles de
cumplir.
Aquí conviene hacer un paréntesis para reflexionar sobre el pecado original, y lo
hacemos así porque la pasión y muerte de Jesús no tiene sentido sin este
concepto. Ese fenómeno del pecado original ha tenido muchas explicaciones a
través de la historia y que a fuerza de repetirlas y repetirlas, se ha desgastado y
nos ha hecho pensar que el pecado original se trata de un hecho aislado y
perpetrado hace miles de años por un señor llamado Adán, que desobedeció a
Dios comiendo de un fruto que el mismo Dios puso en el centro del jardín de edén

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y lo dotó de un atractivo casi imposible de pasar por alto. Un pecado personal de
un señor muy antiguo que nos heredó su culpa sin tener nosotros una injerencia
directa en los hechos. Pero nos olvidamos que el relato bíblico es más bien una
parábola de la realidad que una explicación satisfactoria. Bueno, tal vez fue
satisfactoria para la gente de aquel entonces y de aquellas tierras. Lo que
entendemos ahora por pecado original es la tendencia al mal que tenemos todos
los hombres y contra la que debemos luchar para vivir en paz y construir una
sociedad en la que podamos vivir felices.
Todos los hombres tenemos un lado oscuro, todos cuando menos sufrimos la
tentación de ir en contra del prójimo de una u otra manera alguna vez en la vida.
Algunos sucumben a esta tentación y agreden a otro, es decir, comenten pecado,
otros lo hacen de manera cotidiana, y esconden para sí mismos los escrúpulos de
conciencia. Y no falta quienes disfruten con el mal que hacen a otros, con lo que
llegan a una perversión extrema. También hay quienes se organizan para causar
daño a sus semejantes, es lo que llamamos crimen organizado… y así podemos
seguir enumerando situaciones pecaminosas. A ese mal endémico nos referimos
cuando hablamos de pecado original. Es el pecado con el que nace el hombre, la
maldad que heredamos por el hecho de ser humanos. A eso nos referimos cuando
hablamos de pecado original. Con esto no negamos las bondades de la
humanidad, que tiene muchas, pero de lo que tratamos aquí es precisamente del
pecado original, no de la bondad original que puede ser tratada en otro lugar.
Además de sufrir y ser ejecutado para pagar por el pecado original, Jesús padece
y muere por los pecados personales de cada uno de todos los hombres, Cristo nos
redime de todas nuestras faltas.
Jesucristo, con sus dos naturalezas divina y humana tiene que solventar el costo
del pecado de los hombres mediante el sufrimiento, pues si el delito es grave,
grave también debe ser la pena. La proporcionalidad del castigo requiere una
expiación tan grande como el sufrimiento extremo padecido por el Hijo de Dios.
Cerramos el paréntesis para seguir: En san Marcos no hay lugar para el consuelo
en favor del condenado, la moneda de cambio, de redención por pecado, debe ser
tan valiosa como lo es el sufrimiento del hombre-Dios (verdadero hombre y
verdadero Dios) porque la falta es de toda la humanidad.
El evangelio de San Juan y su cristología alta.
San Juan en cambio presenta a sus lectores un Jesucristo más cercano a lo divino
que a lo humano. Todo su evangelio profesa lo que los escrituristas llaman la
cristología alta, una condición de Jesús elevada y que manifiesta su divinidad en
todo momento.
Con esto en mente, san Juan nos narra una pasión en la que Cristo no padece,
sino que se hace padecer. Él toma el control de su propia pasión, Él los deja hacer

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para que se cumpla la profecía, y en este caso, para que la humanidad reciba la
gracia de la redención; si el sufrimiento es necesario, Él lo asumirá, pero lo hará
en sus términos y bajo su control total, como corresponde a su divinidad.
Indudablemente Jesús padece escarnios, dolores y otros sufrimientos, de otra
manera no sería pasión, pero estos hechos proceden de la voluntad de quien lo
padece. El sufrimiento es la parte necesaria para la redención, pero como es Dios
quien redime, dicho sufrimiento tiene que diferir en gran manera del que presenta
Marcos. El sufrimiento del Redentor no pasa a segundo plano, porque la expiación
se debe dar mediante sufrimientos corporales, lo principal en la pasión juánica es
que quien la padece es el Verbo Divino convertido en hombre mediante la
encarnación, pero que no deja de ser Dios ni siquiera en la pasión, en la que sigue
manifestándose como tal.
En estos dos contextos exponemos algunas reflexiones sobre los textos, como ya
dijimos, a partir del prendimiento hasta antes de la sepultura.
El arresto
En el Evangelio de san Marcos, desde el principio Jesús padece los escarnios de
los hombres, incluso de uno de sus propios discípulos, ya que uno de los doce,
Judas el Iscariote, es quien lo hace arrestar mediante un acto de traición, y ese
acto tiene una bajeza todavía más profunda porque se realiza mediante un beso,
un signo de amistad y confianza. Son los captores de Jesús quienes lo buscan, lo
encuentran y se apoderan de Él.
“Los otros le echaron mano y lo arrestaron”. Marcos sigue en el mismo tenor, los
activos son el discípulo traidor junto con los demás, los que lo arrestan; en cambio
Jesús solamente padece, le hacen, lo detienen en sus dos sentidos del término: lo
arrestan y le ponen ataduras que le impiden actuar.
Una tercera persona, anónima, mencionada solamente como “uno delos
presentes, sirviente del sumo sacerdote” sufre el corte de una oreja. Entendemos
que en ese contexto cultural el corte de la oreja es un acto ignominioso, quien
andaba sin un pabellón auditivo era identificado como marcado por la maldad por
haber recibido ese castigo infamante. Marcos no da más detalles, después del
hecho, sale a relucir la luminosidad de Jesús con lo que dice de sí mismo y del
cumplimiento de las escrituras.
San Juan nos da otra visión del arresto: Judas toma el destacamento militar y se
acerca a Jesús para que lo detengan. El lugar era conocido por ambos, pues ya se
habían reunido ahí en varias ocasiones. Y es aquí donde aparece el control de
Jesús sobre su propia pasión: “Él sabía todo lo que venía sobre Él”. Además, Él es
quien sale al encuentro de sus captores y es Él quien los interroga. Y cuando le
dicen que buscan a Jesús de Nazareth, él responde con las palabras sagradas,

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las que solamente Dios puede pronunciar: Ἐγώ εἰµι: yo soy, o Yhawé, es decir, se
identifica a sí mismo como Dios.
Aquí nos encontramos con una epifanía, la divinidad de Jesús sigue
manifestándose, pues la reacción ante estas palabras no puede ser otra sino el
caer por tierra, que fue precisamente lo que hicieron los receptores de su dicho.
Solamente ante Dios los hombres caen por tierra, porque es un signo de
adoración. Luego Jesús deja que los acontecimientos continúen y protege a sus
otros discípulos.
A diferencia de Marcos, Juan dice que es Pedro quien desenvaina la espada y
corta la oreja de Malco (Juan además identifica por su nombre al herido). Luego
Jesús recuerda a Pedro la necesidad de padecer para poder redimir a los
hombres. Dentro del contexto consideramos poco probable que Simón Pedro haya
tenido un gladius o espada corta propia de los legionarios romanos, pero Juan le
atribuye la acción para contrastarlo con los demás personajes, y tal vez para
hacernos ver que son los cristianos quienes marcan a los captores de Jesús con el
signo ignominioso de la maldad.
Al igual que en Marcos, después de este hecho, sale a relucir la luminosidad de
Jesús con lo que dice de sí mismo y del cumplimiento de las escrituras.
Ahora volvamos al Evangelio según san Marcos porque él incorpora aquí un
acontecimiento que no incluye san Juan ni los otros sinópticos: el hecho del joven
que evitó su arresto dejando la sábana que lo cubría a quienes trataban de
detenerlo.
Este pequeño pasaje no es un mero incidente anecdótico y curioso. Ante todo
debemos considerar que a lo largo del texto de san Marcos aparece el
seguimiento de Jesús como tema central de su evangelio. Un buen discípulo es
quien sigue a Cristo en todas las circunstancias, es quien obedece sus
mandamientos a lo largo del camino de la vida.
En este contexto del concepto del seguimiento de Jesús encontramos que este
“cierto joven” (νεανίσκος τις) seguía a Jesús muy de cerca. El verbo usado por
Marcos es bastante expresivo: συνηκολούθει αὐτῷ en lengua griega. Algunos
traductores dicen simplemente que el joven seguía a Jesús, sin expresar que lo
hacía de cerca, lo que me parece un desacierto. Otros traducen como “y un cierto
joven lo acompañaba”, lo que me parece también una traducción no muy feliz.
Creo que el sentido que Marcos pretende comunicar es que lo seguía muy
cercanamente, pues el prefijo griego συν significa cercanía en este particular caso.
La idea es que este joven seguía muy de cerca a Jesús. Y por hacerlo así, los
captores le echaron mano también a él, pero como estaba sin ropa, cubierto
solamente con una sábana, este joven evitó el arresto dejando la prenda de cama
y huyó desnudo.

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El seguir a Cristo de cerca tiene sus consecuencias peligrosas, como en este
caso, en el que el joven se quedó sin nada que lo cubriera. Eso le puede pasar a
quien sigue cercanamente a Cristo: puede quedarse sin posesiones, como las
aves del cielo que no cosechan y nuestro Padre Celestial les provee de comida.
Quien sigue a Cristo junto a Él, se despoja (o lo despojan) de todo lo que tiene.
Esa es una consecuencia del seguimiento, pero a pesar de las apariencias, la
consecuencia es feliz. Ahora conviene recordar que, cuando escribió su evangelio,
la iglesia donde Marcos realizaba su tarea estaba muy diezmada por la
persecución y por el abandono de la mayoría de sus miembros. Además todo hace
pensar que era una comunidad de gente pobre. San Marcos les dice a sus
lectores que seguir a Jesús de cerca nos deja sin posesiones terrenas, como de
hecho les estaba sucediendo a los integrantes de esta comunidad cristiana. Si
todo lo que poseemos es lo que traemos encima, los perseguidores nos lo quitan.
Jesús ante el Consejo
Cuando conducen a Jesús a la casa del sumo sacerdote según el evangelio de
san Marcos, Pedro lo sigue de lejos, a prudente distancia, sin comprometerse con
Él totalmente. Notemos que el seguimiento de Pedro es distinto del joven de la
sábana. Éste lo sigue muy de cerca, En cambio Pedro lo hace desde una distancia
segura, además se escabulle y trata de confundirse entre las demás personas que
están atentos a los acontecimientos para que no lo identifiquen como uno de los
discípulos de Jesús. Aquí san Marcos está haciendo un paralelismo entre el joven
de la sábana y san Pedro.
Según Marcos, la soldadesca conduce a Jesús a la casa del sumo sacerdote y ahí
empieza el irregular proceso contra el Redentor. Lo que podríamos llamar la
primera audiencia se produce frente al Consejo en pleno, es decir, los sumos
sacerdotes, los ancianos y los letrados. En esta audiencia se manifiesta
claramente lo absurdo de parte de los acusadores. El Consejo se constituye en
juez y parte inculpadora, además buscan por todos los medios una razón para
condenarlo que, según el evangelista, no encuentran precisamente por lo absurdo
de la acusación. Jesús en cambio, con sus dolencias a cuestas, brilla con luz
propia y expresa palabras de honda sabiduría que hace reaccionar al tribunal con
la ratificación de la falsa acusación. Marcos no dice el nombre del sacerdote
dueño de la casa a donde llevaron a Jesús.
En este lugar empiezan las vejaciones contra Jesús: escupitajos, bofetadas y el
hecho de taparle la cara para confundirlo y burlarse de Él. Estos escarnios se
repiten a lo largo de todo el proceso y la ejecución de la sentencia. De nuevo lo
decimos: el pago por redimir al género humano debe ser alto, el suplicio se torna
profundo en razón de la culpa por el pecado universal.
Por su parte, Juan también nos cuenta estos pormenores, y añade que el dueño
de la casa a donde llevaron al reo era Anás, suegro de quien ejercía el sumo

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sacerdocio por ese entonces, cuyo nombre era Caifás, y que luego Jesús fue
conducido a la casa de éste para seguir con las absurdas audiencias.
Juan además nos dice que Caifás ya había conspirado contra Jesús en unión con
otros miembros del consejo, por tanto ellos estaban llenos de prejuicios, lo que los
debería inhabilitar para juzgar a un acusado. Aun así, ellos siguen el proceso
contra Jesús.
Aquí hacemos notar que Juan omite los escupitajos y las burlas, pues presenta a
Jesús con toda su dignidad divina, en cambio nos dice que Jesús recibió una
bofetada de parte de un concurrente de los sirvientes luego de un insulto
escondido bajo la defensa del sumo sacerdote, a lo que Jesús responde con una
dignidad difícil de describir en toda su profundidad, pues dice: “Si hablé mal,
pronúnciate sobre el mal, pero si (hablé) bien, ¿por qué me pegas? (la traducción
es lo más cercano que encontré a la literalidad).
Los acusadores (Juan los llama “los judíos”) recurren al absurdo, a las mentiras y
a todo tipo de argumentos truculentos propios de los hijos de las tinieblas. En
cambio cuando Jesús habla, aparece la luz refulgente y clara de sus palabras
como en este primer caso. El contraste entre tinieblas y luz es evidente, Jesús
tiene los recursos de la sabiduría y la verdad para defenderse, en cambio sus
detractores tienen solamente el escarnio y la mentira para acusarlo falsamente. El
juego de luz y tinieblas en el evangelio de san Juan es recurrente. A veces
aparece expresamente, pero en otras ocasiones, como en la pasión, aparece en
forma de figura literaria muy bien dibujada.
Las negaciones de Pedro
En el Evangelio de Marcos las negaciones de Pedro ocupan un espacio amplio.
Se trata del cumplimiento de una profecía hecha por Jesús, tal vez por esto los
evangelistas les dan importancia y las narran con detalles. En las dos primeras
ocasiones, es una sirvienta del sumo sacerdote quien acusa a Pedro de que
estaba con Jesús y de que era uno de sus discípulos, en la tercera ocasión
algunos de los presentes lo vuelven a señalar, y lo hacen basados en su condición
de galileo. Este descubrimiento tal vez se deba al modo de hablar, al acento, es
decir, que el lenguaje utilizado por galileos y jerosolimitanos se podía distinguir.
La reacción de Pedro es de negación total, hasta el extremo de maldecir.
Fundamenta su negativa con maldiciones y falsos juramentos. Inmediatamente se
da la señal prefigurada por Jesús del segundo canto del gallo.
Aquí podemos conectar la narración del joven que termina desnudo por haber
seguido a Jesús de cerca. El seguimiento de Cristo como lo hace Pedro: de lejos y
prudentemente, también tiene sus consecuencias, seguir a Jesús con temor y falta
de compromiso abierto y sincero da como resultado lo que le sucedió al Príncipe
de los Apóstoles, por muy principal que fuera. El resultado es el arrepentimiento, la

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amargura y el llanto por haber seguido a Cristo de manera equivocada en las
horas más aciagas.
Juan narra las negaciones de Pedro de una manera un poco más complicada,
pues introduce a un personaje que era conocido del sumo sacerdote, mencionado
solamente como “otro discípulo”. La mayoría de los escrituristas identifica a este
otro discípulo con el autor del evangelio, el llamado en otra ocasión “el discípulo a
quien Jesús amaba”.
San Juan entrevera las negaciones de Pedro en la comparecencia ante Caifás, y
ahí aparece el discurso defensivo de Jesús ante Poncio Pilato, que según san
Marcos ya había pronunciado Jesús durante su arresto ante los soldados. Aquí
encontramos un sencillo desplazamiento del discurso en el tiempo y en el lugar,
aunque el contenido es el mismo.
Las negaciones de Pedro, en los dos textos, suceden en la primera
comparecencia, es decir, ante el sumo sacerdote.
Comparecencia ante Pilato
El evangelista Marcos refiere que de la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio.
Esto sucede el viernes muy de mañana. Atan a Jesús y lo conducen a Pilato,
quien inicia el interrogatorio. Al principio Jesús solamente confirma su condición de
rey apoyado en el dicho de Pilato en forma de pregunta, luego nos refiere que los
sacerdotes le acusan de “muchas cosas”. Pilato vuelve a interrogarlo y Jesús no
contesta.
Ahora Poncio Pilato hace un esfuerzo para liberar a Jesús: ofrece la liberación de
un condenado como parte de la fiesta pascual. Él propone la opción entre Jesús y
un sedicioso y/o asesino para ser liberado. La presión de los detractores de Jesús
lo obliga a liberar a Bar Abá, en arameo “el hijo de padre”, o el hijo de un padre. La
figura simbólica está abierta: podemos interpretar el nombre como “una persona
común”, sin más identidad que el ser miembro del pueblo en general, aunque
Orígenes dice que en manuscritos antiguos (hasta el siglo III) del Evangelio según
san Mateo el nombre completo de este personaje es Jesús Barrabás, lo que
podría implicar otra tipo de simbolismo. De cualquier manera, la interpretación sin
el prenomen y cognomen grecorromano nos dice que barrabás era un hombre
común, sedicioso y asesino, es decir, pecador como todos nosotros, y él fue
redimido por Cristo, la ejecución de Jesús significó que el tal Barrabás fuera
rescatado de la muerte. Este hecho de la vida cotidiana nos manifiesta
simbólicamente que Bar Abá es un hombre común, símbolo de todos los hombres,
a quienes Jesús liberó de la muerte por medio de su propia muerte, el inocente
toma el lugar del condenado.
En la comparecencia ante Pilato según el Evangelio de san Juan encontramos las
transiciones entre tinieblas y luz. Una característica muy importante del cuarto

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evangelio es la tensión que expresa entre la luminosidad y la oscuridad. Desde el
prólogo, nos dice que “la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la aceptaron”.
El prefecto de la provincia romana de Judea va y viene entre “los judíos” y Jesús, y
transita entre la tenebrosidad y el resplandor.
Pilato pregunta a los detractores de Jesús ¿De qué acusan a este hombre? Y ellos
dan una respuesta absurda: “Si no fuera malhechor, no te lo habríamos
entregado”. La denuncia no dice nada, no presentan hechos delictuosos,
solamente una suposición genérica. Los hijos de las tinieblas no tienen
argumentos, solamente se valen de descalificaciones y suposiciones.
De la tiniebla, Pilato pasa a la luz: va con Jesús y le pregunta: ¿Eres tú el rey de
los judíos? Y la respuesta de Jesús, entre otras cosas es: “mi reino no es de este
mundo, si así fuera, mis sirvientes lucharían para que no fuera entregado a los
judíos, mi reino no es de aquí”. Y dentro del mismo interrogatorio, Jesús sigue
diciendo: “Tú dices que soy rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al
mundo, para testimoniar con la verdad. Quien está de parte de la verdad, escucha
mi voz”. A diferencia de las acusaciones sin fundamento, la respuesta de Jesús es
el deslinde entre los reinos, entre lo que Él llamó “El Reino de los Cielos” y el
gobierno de la vida civil y económica que ejercían los romanos a través del mismo
Poncio Pilato, todo esto constituye un claro testimonio de la verdad que se da de
manera luminosa.
La luz de Cristo obliga al prefecto romano a eximir a Jesús de culpa, pues los
judíos lo acusan sin mencionar hechos delictuosos y Jesús se justifica plenamente
argumentando la diferencia entre el Reino de los Cielos y los gobiernos de este
mundo.
Juan Evangelista narra aquí un esfuerzo adicional de Pilato para liberar a Jesús: el
ofrecimiento de soltar a un preso como parte de las fiestas de la pascua, la
liberación de Barrabás. En esta parte de la narración Juan es muy lacónico,
solamente podemos notar que lo que dice Pilato es con la clara intención de soltar
al rey de los judíos, pero no lo logra. Y el relato continúa.
Cuando Pilato quiere entregar a Jesús para que los judíos lo crucifiquen bajo la
responsabilidad de ellos, los judíos contestan que Jesús se hizo pasar por Hijo de
Dios, lo que atemoriza a Pilato. Las tinieblas ciegan al juzgador y regresa ante
Jesús, quien lo ilumina con sus palabras. Le dice Pilato: “¿No sabes que tengo
poder para soltarte y para crucificarte?” Y Jesús le da una respuesta
resplandeciente, llena de verdad e imposible de impugnar: “No tendrías poder
sobre mí si no se te hubiera dado de arriba”.
Las transiciones entre la luz y las sombras siguen: Pilato habla con los detractores
de Jesús y se encuentra con un muro de necedades. Los judíos llegan al extremo
de las barbaridades cuando exigen al prefecto la liberación de un culpable para
conseguir que Jesús fuera sentenciado a muerte. Esta acción es el paroxismo de

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la tiniebla. Es el absurdo llevado hasta la exageración, liberar a un culpable para
conseguir la condena de un inocente.
Como podemos ver, Poncio Pilato sirve de pivote o de gozne para que se note el
contraste entre la luz de Cristo y las tinieblas de sus detractores, cualesquiera que
sean éstos, ya judíos, ya gnósticos quienes no acepten a Jesús como el Hijo de
Dios.
La condena contra Jesús
Marcos presenta a Poncio Pilato como un político pragmático. Condena a muerte
a Jesús no por las evidencias de su culpabilidad, sino por “querer satisfacer a la
gente”, y esta presentación es más propia de un líder populista que de un juzgador
cobarde.
Juan en cambio nos da a entender que la condena de Jesús fue más bien por el
eventual triunfo de las tinieblas sobre la luz, pues el argumento final de los judíos
fue una acusación no contra Jesús, sino contra el mismo Pilato: “Si lo sueltas, no
eres amigo de César”… “No tenemos otro rey más que el César”. A diferencia de
lo que nos dice el texto de san Marcos, el de Juan nos presenta a Pilato no como
un líder populista y pragmático, sino como uno temeroso del Cesar bajo la presión
de los judíos.
Las vejaciones contra Jesús
Reflexión inicial
Los evangelios no son textos que simplemente nos narran hechos, más bien son
escritos que nos invitan a la conversión, esa es la finalidad de cada uno de ellos. Y
en esta invitación a la conversión nos hacen cuestionar nuestra vida, nos
conminan, nos retan a que sigamos a Jesús, a que colaboremos a edificar un
mundo mejor, una sociedad en la que sí podamos vivir en paz todos los hombres.
Y no se trata de una invitación tímida, sino un verdadero reto a nuestra voluntad
para constituir un mundo nuevo, lleno de esperanza con nuestro comportamiento
de cristianos.
Sucede lo mismo con los textos de la pasión. Estos escritos no se limitan a
consignar hechos infaustos. Nos invitan, o más bien nos retan a ser empáticos con
Cristo en su pasión. Nos presentan a Jesús como sufriente físicamente,
fisiológicamente, hasta extremos pocas veces vistos en la historia de la
humanidad.
Algunos intérpretes han dicho que los sufrimientos físicos que padeció Jesús
pasan a segundo plano ante el hecho de que carga con los pecados de toda la
humanidad y ante el temporal alejamiento de la condición divina.
No creemos que el sufrimiento físico esté en segundo plano. Cristo es el Verbo
encarnado, y esta posición lo hace susceptible de sufrir, y sufrir tan intensamente

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como sean los tormentos infligidos. En el caso de Jesús los sufrimientos fueron
agudos y penetrantes, sus verdugos no se detuvieron ni se limitaron a la hora de
hacerlo padecer. Los evangelios nos narran principalmente tormentos físicos
precisamente porque son padecidos por una persona física, por un organismo
humano individual que reacciona con dolor al sentir contusiones, punciones y otras
laceraciones. El sufrir la carga de los pecados de toda la humanidad es un peso
añadido a los tormentos físicos. También el hecho de que tenga que sufrir a pesar
de su condición divina, es un sufrimiento que se suma a los dos anteriores. Nunca
hubo un ofuscamiento de la divinidad en los momentos más aciagos de la pasión.
Cristo nunca abandonó su condición divina. Al contrario, esta condición hizo más
intensos los sufrimientos porque sabía que podía evitarlos, pero voluntariamente
los aceptó con el fin de salvar a la humanidad del pecado. Los siguientes
versículos nos invitan, pues, a condolernos con Jesús para entender cada vez un
poco más la salvación de la humanidad por redención expiatoria, por expiación
dolorosa de manera física, psicológica y espiritual.
Según san Marcos, una vez que Pilato soltó a Barrabás, entregó a Jesús para que
lo crucificaran, entonces los soldados ejecutores de la sentencia podían hacer con
él lo que quisieran, ya que era un hecho que moriría de manera ignominiosa, y
cualquier otra ignominia que le pudieran infligir, sería pequeña frente a la
crucifixión.
El Varón de Dolores
Aquí siguen cada vez más intensos los atroces tormentos físicos en contra de
nuestro Redentor. La condena a muerte autoriza a la soldadesca a hacer con él lo
que se les antoje. Dan por hecho que Jesús está muerto, y un muerto ya no
siente, y si lo hace no importa, porque muy pronto ya no sentirá ningún dolor. Es
por eso que los soldados se sienten autorizados a infligir los peores maltratos al
reo. Además, los azotes y otros ultrajes sirven para facilitar el trabajo de la
crucifixión, pues debilitan al reo y así le hacen que presente menos resistencias a
las atrocidades de la crucifixión.
Primero lo visten, o más bien lo disfrazan de rey, con un remedo de manto
púrpura, y lo atormentan con una corona de espinas, es decir, con un remedo de
corona real que más que darle poder le proporciona dolor físico y congoja
psicológica por la burla que supone. El sufrimiento es, por tanto, doble.
Los soldados complementan las burlas saludándolo grotescamente como a un rey,
haciendo reverencias ridículas. Lo golpean con una caña y simulan que le rinden
homenaje. Luego le ponen sus ropas y lo conducen al calvario.
Juan también nos narra estas vejaciones a pesar del control que Jesús ejerce
sobre su propia pasión, además añade que, una vez vestido con el manto púrpura,
Poncio Pilato hizo que lo sacaran para mostrarlo a sus acusadores. Tal vez lo hizo
para que se compadecieran de él y se dieran por bien servidos con los azotes y

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otros tormentos. Esta exhibición debió ser impresionante para el mismo Pilato,
quien dice una frase que la Vulgata hizo famosa: Ecce homo: “Aquí tienen al
hombre”, como diciéndoles que era suficiente con lo que ya le habían hecho para
que lo liberaran, pero los judíos insistieron en exigir a Pilato que lo crucificara.

El camino al Gólgota
En este punto ambos evangelistas coinciden en omitir los detalles de la caminata
hacia el Gólgota desde el pretorio. El único pormenor que Marcos nos refiere es la
aparición de un personaje originario de Cirene llamado Simón, padre de Alejandro
y Rufo. De nuevo tenemos a un sujeto identificado por su nombre (Simón), por su
lugar de origen (Cirene) y, para más señas, por el nombre de sus hijos (Alejandro
y Rufo).
No parece que Marcos incorpore al Cireneo en el concepto del seguimiento, pues
no aparece un verbo griego que así lo manifieste. Simón es forzado a cargar con
la cruz (o más exactamente con el madero vertical de ella), no hace un acto
voluntario, además parece meramente casual el hecho de que pasara por ese
lugar. Al cirineo lo cargaron con la cruz sin preguntarle, se la impusieron sin que él
lo aceptara, y si lo hizo, fue con el fin de que no lo castigaran, pues lo estaban
obligando a lo que podríamos llamar un acto de servicio social. Así nos lo da a
entender san Marcos.
El segundo evangelista nos refiere que salieron del pretorio, luego cargaron a
Simón con la cruz, y después llegaron al Calvario o lugar llamado de La Calavera,
lo que sería aproximadamente unos seiscientos metros.
Juan hace lo mismo, dice que se llevaron a Jesús, pero que él mismo cargó la
cruz hacia el lugar llamado La Calavera, que en hebreo se dice Gólgota.
Según estos dos evangelistas, el proceso y ejecución de Jesús se dio con poca
gente a su alrededor. No hablan de multitudes, solamente “gente”, en número
indeterminado y no muy grande.
La crucifixión
El Evangelio de Marcos nos dice que antes de crucificarlo, le ofrecieron a Jesús
vino con mirra, una mezcla con efectos anestésicos, o por lo menos analgésicos,
pero Jesús no la tomó. Desde la oración en Getsemaní Jesús había aceptado la
pasión como medio de expiación por los pecados de los hombres, y aceptar este
anestésico significaba atenuar el dolor, lo que a su vez quiere decir que la
aceptación de la pasión sería parcial si tomara esta mezcla. Nuestra redención se
realizó sin límites, sin atenuantes, completamente, es decir, fue aceptada en toda
su extensión y profundidad.

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Luego Marcos refiere simplemente que crucificaron a Jesús y se repartieron su
ropa echándolo a la suerte. Indica el tiempo de la crucifixión a la hora tercia.
Juan no dice nada sobre el ofrecimiento de la mezcla anestésica. Al igual que
Marcos, nos narra con simplicidad que crucificaron a Jesús. Este evangelio no
indica la hora de la crucifixión. Además nos dice que se repartieron la ropa de
Jesús, pero la túnica era inconsútil (sin costuras) y perdía su valor si la dividían,
así que se rifaron no toda la ropa, sino solamente la túnica. El hecho de que
estuviera tejida de arriba abajo sin uniones significa la integridad (pureza) de su
túnica, símbolo también de la integridad o pureza del dueño.
Debemos notar que ninguno de los dos evangelistas nos da pormenores de la
crucifixión. No nos dicen, por ejemplo, que violentamente le encajaron clavos en
las manos y los pies. Este hecho se deduce de los relatos de la resurrección, en
los que Jesús aparece con las llagas de las heridas producidas por clavos de
suficiente tamaño como para atravesar las muñecas y las extremidades inferiores.
Juan también nos habla de la herida en el costado.
El hecho debió ser violento hasta lo inimaginable. Los evangelistas nos evitan el
dolor de presenciarlo en sus escritos. Pero no podemos omitir la consideración de
la violencia terrorífica que ocasiona este hecho y la extrema tensión entre los
participantes, tanto de parte de los verdugos como de las víctimas indirectas. La
pasión es enormemente violenta, extraordinariamente dolorosa, imposible de
soportar porque es el precio que se tenía que pagar por el rescate de la
humanidad.
Es muy difícil poner por escrito hechos de violencia extrema, los escritores de
terror no logran hacernos gritar cuando leemos un libro que narra hechos
terroríficos. Solamente en las representaciones gráficas es posible que nos
aterroricemos hasta gritar de horror. El cine y otros medios gráficos nos pueden
ayudar a ser más empáticos con Jesús porque en este punto la literatura no nos
hace reaccionar proporcionalmente.
La discusión acerca de la inscripción sobre la cruz.
Los dos evangelistas nos narran que Pilato mandó clavar un letrero con la causa
de la ejecución: Marcos indica solamente: “El Rey de los judíos”, sin mencionar el
nombre del condenado.
Juan en cambio afirma que el letrero tenía el nombre del ejecutado junto con la
causa de la ejecución: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos”.
El reclamo por el letrero es muy semejante entre los dos evangelios, los
acusadores se quejan de que la leyenda debería dar más detalles sobre la causa,
es decir, debería indicar que Jesús se había llamado a sí mismo rey de los judíos
sin que fuera cierto. En ambas narraciones el reclamo fue rechazado. Juan añade
el dicho contundente y categórico de Pilato: “Lo escrito, escrito está”. Con esta

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frase da a Jesús el título de rey como un hecho innegable. En el evangelio de
Marcos sucede lo mismo por el solo hecho de rechazar el reclamo. Ambos
evangelistas nos indican la realeza de Cristo aceptada en los hechos por la
inscripción sobre la cruz.
Las burlas ante el crucificado.
Marcos continúa el relato diciéndonos que una vez elevado en la cruz, Jesús
recibió críticas de los transeúntes y de los sumos sacerdotes. Decían que Jesús
había dicho que reconstruiría el santuario de Dios en tres días, y ahora no podía
evitar la crucifixión. Añadían que a pesar de salvar a otros, él no podía salvarse a
sí mismo.
Estas burlas las omite Juan y ya conocemos la razón.
Ambos evangelistas nos mencionan a las mujeres que ven de cerca la crucifixión.
Marcos enlista a María Magdalena, María madre de Santiago el menor y de José,
además de Salomé. Todas ellas habían servido a Jesús durante su predicación en
Galilea.
Juan enlista a María la madre de Jesús, a la hermana de ésta, a María Cleofás y a
María Magdalena. Las listas no coinciden en su totalidad.
En este punto san Juan cita un dicho de Jesús que distingue al cuarto evangelio
de todos los demás. Este evangelio menciona solamente en dos ocasiones a la
Santísima Virgen María: en las bodas de Caná y ahora, frente al crucificado
todavía vivo. En esta ocasión Jesús entrega a su madre al cuidado de uno de sus
discípulos, y éste la toma consigo y se la lleva a su casa. Los dos pasajes aquí
mencionados manifiestan claramente el lugar privilegiado que tiene la Santísima
Virgen María en la historia de la salvación. Ella es intercesora según el pasaje de
Caná, y madre de todos los creyentes según el texto de la crucifixión. El
simbolismo es evidente, no entendemos cómo los hermanos separados pueden
negar este hecho tan palmario cuando estos textos nos lo dicen con plena
certidumbre.
Los dos ladrones.
Según ambos evangelios, otros dos condenados a muerte fueron crucificados con
Jesús. En los dos casos se nos refiere que estaban a uno y otro lado del
Redentor. Juan no dice la causa de las condenas, Marcos nos indica que ambos
eran ladrones. En ninguno de los dos casos ellos profieren palabra alguna, ni
Jesús entra en diálogo con ellos.
La muerte de Jesús
Jesús estaba vivo cuando lo elevaron en la cruz, así permaneció por más de una
hora.

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Un criterio para descubrir las palabras literales que Jesús pronunció con seguridad
histórica (Ipsissima verba Jesu) es que éstas se conservaron en el lenguaje
original, arameo. Aquí tenemos un caso de esta naturaleza.
El evangelio de Marcos nos dice que al mediodía Jesús gritó con voz potente:
Eloí, Eloí, lemá sabaktaní que en arameo significa “Dios Mío, Dios Mío por qué me
has abandonado”.
Ya lo dijimos anteriormente, Jesús nunca abandonó su condición divina, la
conciencia absoluta del sufrimiento por su divinidad intensifica el dolor y la
angustia. Esta intensidad aparece con el grito de Jesús: se siente abandonado
porque así lo decidió voluntariamente a fin de “beber el cáliz de la pasión hasta el
fondo”.
La reacción de algunos de los presentes fue de confusión y desconocimiento.
Dijeron que llamaba a Elías. Este hecho se debió a que en Jerusalén tenían unas
formas dialectales un poco distintas a las de Galilea. Así como a Pedro lo
identificaron por su acento, así confundieron las palabras de Jesús, pues
identificaron Eloí con Elías.
Luego Jesús lanzó un grito y expiró.
El dicho de desesperación lanzado por Jesús es impensable en Juan. Según este
evangelista las palabras finales de Jesús fueron otras, por eso el cuarto evangelio
omite estas importantes palabras.
De acuerdo con el evangelista Juan, calvado en la cruz Jesús dijo “tengo sed”,
palabras muy distintas a las que refiere Marcos. Uno de los presentes le acercó
una esponja empapada en vinagre y se lo ofreció para que bebiera. Jesús así lo
hizo y luego dijo: “todo está cumplido”. Jesús sabía que estaba a punto de morir,
su misión estaba realizada.
Por último Jesús inclinó la cabeza y entregó el espíritu.
La iconografía cristiana es muy ilustrativa en la imagen del crucifijo. Un tipo de
éste retrata a Jesús en el momento inmediato antes de su muerte. A esta clase de
crucifijos le llamamos de agonía. El escultor lo representa un momento
inmediatamente antes de inclinar la cabeza y entregar el espíritu. Es un tiempo
cercanísimo al hecho de la redención de la humanidad por la muerte de Jesús,
pero se muestra cuando aún está vivo.
En el otro tipo de crucifijo se retrata a Jesús ya muerto con la cabeza inclinada. Es
el momento inmediatamente posterior a su muerte, al hecho de la redención. Es
imposible retratarlo en el exacto momento de su muerte porque no se puede
ilustrar el segundo exacto en que expira por última vez, por eso se le representa o
un segundo antes, o un segundo después de morir.

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De lo anterior podemos colegir que nuestra redención no tiene tiempo, se realiza
continuamente, sin término ni duración, entre otras consideraciones.
La muerte de Jesús es sin lugar a la menor duda el acontecimiento más
importante de la historia. No solamente de la historia de la salvación, sino también
de la historia profana, pues se trata de un cambio profundo en la humanidad.
Ahora vivimos en un mundo nuevo, redimido por este acontecimiento.
Más allá de lo humano y lo terrenal, trascendiendo las cosas naturales, está el
hondo misterio de la Redención. Este misterio se agranda si consideramos que la
redención fue por crucifixión, es decir, violenta, dolorosa y aciaga.
Los hombres, aun en su limitada humanidad, fueron capaces de comprender la
idea de un hombre que dio su vida por redimir a los demás. Esa sola concepción
redime al género humano de todo el sórdido egoísmo que es consustancial a la
creatura humana, que es lo que constituye el pecado original.
Dios hecho hombre se entregó como hombre para salvar a todos los hombres.
Solamente un humano es capaza de sufrir, es por eso que la encarnación tiene
sentido cuando nos damos cuenta de que tuvo como finalidad la redención por el
sufrimiento y la muerte del encarnado, “mortem autem crucis”, añade san Pablo.
No es fácil traducir esta expresión que enfatiza el modo. La muerte por crucifixión
implica no solamente profundo dolor físico, sino también ignominia extrema porque
es el más deshonroso de los castigos, el que se impone a los peores criminales.
Muy poco sentido tendría si Dios hubiera decidido redimir a los hombres de una
manera gratuita y mágica. Era necesaria la expiación, y ésta debía ofrecerla un ser
humano, de otra manera sería inválida, y tan grotesca como el niño a quien tenían
en las monarquías para azotarlo cuando el príncipe o hijo heredero del rey (futuro
rey) cometía una travesura punible. Pero también esta expiación tendría que ser
realizada por alguien que trascendiera a los individuos comunes, quienes harían la
expiación solamente a título personal sin representar a toda la humanidad, por eso
fue necesario que El Verbo se hiciera carne, deviniera en hombre en todos los
sentidos, como convertirse en un organismo individual, dentro de una cultura y una
nacionalidad y tiempo concretos. Solamente quien fuera verdadero Dios y
verdadero hombre podría ofrecerse como moneda de cambio para rescatar a
todos los hombres.
De ahí deriva la dignidad de los humanos, cualquiera que sea su modo de ser o
condición: todos merecimos ser depositarios de ese supremo sacrificio. Por todos,
aun por los más viles, se entregó el Señor.
Cristo es un ente universal, pues tiene materia física al igual que los seres
inanimados, pero también es un ser vivo, como todos los organismos que se
mueven sobre la tierra. Y es persona humana con voluntad y sentimientos. Encima

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de todo esto es Dios, con todo lo que esto implica, como la divinidad soberana.
Cristo es síntesis de todo lo existente.
Es Cristo Jesús síntesis de todo lo existente quien nos lleva de regreso al Padre
Celestial mediante su muerte, que supone necesariamente los sufrimientos de la
pasión.
Las secuelas de la muerte de Jesús.
Marcos añade dos hechos simbólicos importantes. El primero es el hecho de que
el velo del santuario se rasgó en dos de arriba abajo. Este símbolo nos hace ver
que a partir de ese momento ya no tiene sentido el Sancta Sanctorum, lugar
sagrado en el interior del templo de Jerusalén. Una vez realizada la redención de
los hombres, la nueva ley, con Cristo a la cabeza, es la que prevalece y el
judaísmo termina su ciclo de vida. El velo o cortina que ocultaba el centro del
templo está rasgado, todos pueden ver el interior del espacio antes sagrado y
hasta entrar en él, ya que se agotó su sacralidad, terminó su tiempo.
El otro acontecimiento es lo dicho por el centurión a los pies de la cruz. Se trata tal
vez de una especie de jaculatoria, una profesión de fe que los primeros cristianos
pronunciaban en la liturgia o en algunas circunstancias especiales: “verdadera-
mente este hombre era Hijo de Dios”. Es la confirmación de la fe en Jesús el
Cristo.
Juan en cambio nos refiere que los cuerpos de los ejecutados no debían quedar
insepultos porque estaba muy próxima la fiesta de la pascua. Esto sería un
sacrilegio intolerable para los judíos ortodoxos. Por eso los detractores de Jesús,
judíos ortodoxos, le pidieron a Pilato que acelerara su muerte rompiéndoles las
piernas, para que, ya muertos, pudieran ser retirados del lugar de la ejecución. Así
lo hicieron con los dos ladrones, pero viendo que Jesús ya había fallecido, no
tuvieron necesidad de hacerlo, sino que un soldado quiso verificar su condición y
le dio una lanzada en el costado. De la herida salió sangre y agua.
El simbolismo de este hecho se ha interpretado como el agua del bautismo y la
sangre de la redención. Los cristianos accedemos a la salvación mediante el
bautismo. Es el agua lo que nos limpia de pecado mediante el rito de iniciación.
Pero el agua del bautismo esta aparejada con la sangre de la redención, no hay
bautismo sin redención, no hay agua sin sangre.
Por otra parte, la Segunda Carta de san Juan nos insiste en la humanidad de
Cristo frente a quienes negaban esta naturaleza en el Redentor. Al decir que
emanó sangre y agua nos está diciendo que Jesús es verdadero Dios y verdadero
hombre, esto último era negado por algunos heterodoxos (gnósticos). “ 6 Este es el
que vino por agua y sangre: Jesucristo. No vino solo por agua, sino por agua y
sangre. Y es el Espíritu quien testifica, porque el Espíritu es la verdad”. (1a Jn 5, 6)
Reflexión final

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Es posible que nos neguemos la realidad de la pasión por el dolor que nos puede
causar. Podemos tratar de atenuar las penas de la pasión por nuestra tendencia a
apartarnos del dolor y acercarnos al placer como un instinto natural. Cuando
participamos en el ejercicio del Via Crucis tendemos a racionalizar el dolor sufrido
por Jesús con el fin de alejar el sufrimiento, y tal vez pensemos por adelantado en
la resurrección. Alguien puede pensar, al considerar el camino de la cruz, que no
importa el sufrimiento actual porque ya vendrá la gloria de la resurrección. Pero
ahora, en la consideración de la pasión, es necesario centrarse en el sufrimiento
físico, psicológico y espiritual, es decir, en el sufrimiento profundamente humano
que Cristo padeció y que fue aumentado precisamente porque su naturaleza
divina hacía que tuviera conciencia plena del mal que supone el sufrimiento. No
hay resurrección sin antes haber muerte, y en este caso la muerte fue después de
padecer los peores tormentos. Este es el tiempo de considerar la pasión, ya
vendrá la resurrección en otro momento, Ahora nos centramos en el sufrimiento y
la muerte de Jesucristo, Señor de todo lo creado.

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