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19/4/2021 Algunas cuestiones debatidas en torno al objeto de las sociedades comerciales en el derecho societario argentino.

El objeto único, l…

Título: Algunas cuestiones debatidas en torno al objeto de las sociedades comerciales en el


derecho societario argentino. El objeto único, la relación capital-objeto y las
sociedades de profesionales
Autor: Nissen, Ricardo A.
País: Argentina
Publicación: El Derecho - Diario, Tomo 225, 889
Fecha: 28-11-2007 Cita Digital: ED-DCCLXIX-872

Sumarios

1. El objeto social único. – 2. La relación capital-objeto. El caso “Gaitán, Barugel & Asociados Sociedad de
Responsabilidad Limitada”. La necesidad de combatir la infracapitalización originaria. – 3. Las sociedades
de profesionales. El caso “Ghiano, Re y Asociados Sociedad de Responsabilidad Limitada”.

Algunas cuestiones debatidas en torno al objeto de las sociedades comerciales en el derecho


societario argentino. El objeto único, la relación capital-objeto y las sociedades de profesionales

El objeto social único

A pesar de que la ley 19.550 es categórica en lo que respecta a la necesidad de que la sociedad debe tener
un objeto único, la Inspección General de Justicia, por medio de resoluciones dictadas en la década del
80, muchas de ellas contradictorias entre sí, había admitido la posibilidad de que los socios o accionistas,
en el acto fundacional de la sociedad, pudieran asentar una pluralidad de objetos sociales, violando con
ello lo dispuesto por los arts. 11, inc. 3º, 18, 58, 94, inc. 4º, 244 y 245 de la referida ley.

Como bien ha sido definido por la jurisprudencia, el objeto social define la actividad económica que ha de
ser desarrollada por la sociedad durante la vigencia del contrato social(1), el cual debe necesariamente
ser preciso y determinado, conforme lo manda el art. 11, inc. 3º, de la ley 19.550.

Esa necesaria precisión y determinación que requiere la ley se fundamenta en que las sociedades
comerciales, como toda persona jurídica que son, están sometidas al denominado “principio de la
especialidad”, conforme al cual el objeto de las mismas circunscribe y limita su capacidad de actuación.
Así lo dispone expresamente la ley 19.550, cuyo art. 58 prescribe que “el administrador o el representante
que de acuerdo con el contrato o por disposición de la ley tenga la representación de la sociedad, obliga a
ésta por todos los actos que no sean notoriamente extraños al objeto social”, y así ha sido sostenido por la
más autorizada doctrina, afirmándose con todo fundamento que el objeto de la sociedad en nuestro
derecho está vinculado a la capacidad de ésta: los actos que exceden del objeto estatutario no obligan a la
sociedad; la limitación que así resulta del estatuto restringe la capacidad, restricción que no puede
obviarse, sino removiendo la limitación con la reforma del estatuto(2).

Esta importante limitación a la capacidad de las personas jurídicas responde a indudables razones de
protección no sólo para los terceros sino fundamentalmente para quienes forman parte de la sociedad, en
tanto impone a los administradores importantes limitaciones a su desempeño como tales, obligándolos a
actuar dentro de la actividad que constituye el objeto de la sociedad, y sobre la base de la cual todos los
integrantes de la compañía prestaron su consentimiento para formar parte de ella, en tanto es en torno a
la naturaleza o contenido de la actividad que conforma el objeto social, como se agrupan las personas
físicas a los fines de constituir una sociedad comercial.

El principio de especialidad, conocido también en otras latitudes como la “doctrina del ultra vires”, fue
también ampliamente desarrollada en el derecho angloamericano, en el cual se considera, como bien lo
explica Zaldívar en sus célebres Cuadernos de Derecho Societario(3), que el objeto para el cual se
constituyó la sociedad representa un límite a su capacidad y al poder de sus administradores, y que tiene
por consecuencia que todo acto que no entre en el objeto social o no esté razonablemente vinculado a él
sea nulo, sin que pueda convalidarlo una decisión unánime de los socios.

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Siempre transcribiendo a Zaldívar y a los profesores que lo acompañaron en la referida obra, la doctrina
del ultra vires, nacida y desarrollada en Inglaterra a mediados del siglo XIX, y que encontró consagración
legislativa en la Companies Act de 1862, que estableció que el contrato social no se podía modificar ni aun
mediando el consentimiento de todos los socios, fue perdiendo fuerza, no en lo que se refiere
estrictamente a la regla de que la capacidad del ente social limita el cumplimiento del objeto, sino en lo
que se atañe a la posibilidad de convalidación del acto por decisión unánime posterior de los socios, en
tanto no se advierte cuál es el interés superior que conduce a la declaración de invalidez del acto, cuando
todos quienes integran la persona jurídica están conformes en la realización del acto extraño al objeto
social.

Sin embargo, y contrariamente a lo expuesto por Enrique Butty(4), esta posibilidad del órgano de gobierno
de la sociedad de “ratificar” el acto exorbitante, en modo alguno hace perder sentido al principio de la
especialidad o a la doctrina del ultra vires, pues lo verdaderamente trascendente de esta doctrina radica
en la prohibición que el legislador impone al administrador de obligar a la sociedad por actos que resulten
notoriamente extraños al objeto social y que en nuestro derecho encuentra expresa solución en el art. 58
de la ley 19.550. No debe olvidarse que no estamos, cuando hablamos de personas jurídicas, sus atributos
y sus limitaciones, dentro de problemas que nos presentan las relaciones humanas o la vida misma, sino de
razonamientos que parten del dogmatismo del jurista o del legislador, de manera que no puede exigirse a
los mismos una coherencia absoluta. De manera tal que, como principio general aplicable a una creación
legal –las personas jurídicas con personalidad jurídica propia– lo que vale es la invalidez de los actos
celebrados por el administrador que resulten notoriamente exorbitantes al objeto social –y la
inoponibilidad referida por el art. 58 de la ley 19.550 es un grado de invalidez– y la posibilidad de
ratificación por todos los socios de esa actuación es una mera circunstancia que en nada afecta al
mencionado principio general, pues si a nadie perjudica la celebración de ese acto y todos los integrantes
de la sociedad lo “ratifican”, es lógico que la declaración de su invalidez carece de todo sentido.

En definitiva, el objeto social –según un recordado fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil–
asume, entre otras, las funciones de delimitar la actividad de la sociedad; que esa misma función de
delimitación se refleja en la esfera de las actividades en que cabe sea invertido el patrimonio social; que
enmarca la competencia del obrar de los órganos; fija las facultades de los representantes y permite
definir el interés social(5).

Por obviedad, la inclusión en el contrato constitutivo o estatuto de la sociedad de una pluralidad de


objetos constituye un claro ejemplo de imprecisión e indeterminación del objeto social(6) y no sólo una
violación a lo dispuesto por los arts. 11, inc. 3º y 58 de la ley 19.550, sino de otras disposiciones legales,
como por ejemplo, lo dispuesto por el art. 18, en cuanto fulmina con la nulidad absoluta a las sociedades
de objeto ilícito; por el art. 94, inc. 4º, que dispone la disolución de la sociedad que ha cumplido su objeto
o se encuentre en imposibilidad de hacerlo; por el art. 244, que fija una mayoría calificada para la
aprobación asamblearia del cambio del objeto de la sociedad y finalmente, del art. 245, siempre de la ley
de sociedades comerciales, que otorga el derecho de receso al accionistas que no votó favorablemente la
referida decisión asamblearia. Todo ese plexo de normas, íntimamente conectadas e interrelacionadas
entre sí, pierden sentido en caso de arribarse a la equivocada conclusión de que el contrato social o
estatuto puede incluir una pluralidad de objetos sociales.

Así lo entiende también calificada doctrina nacional, enseñando el profesor Juan M. Farina que el art. 11,
inc. 3º de la ley 19.550, al exigir que el objeto social sea preciso y determinado, debe interpretarse en
función de los arts. 58, 94, inc. 4º, 244, 245, además de los arts. 18, 19 y 20 de la ley de sociedades, pues
“...se cae en la indeterminación del objeto social cuando bajo el epígrafe de ‘Objeto social’ se enumeran
actividades diversas que no guardan conexión entre sí. Esto coloca a los socios minoritarios, a los
proveedores, a los acreedores y al personal a merced de lo que se le ocurra al órgano de administración,
comprometiendo el patrimonio social y la estructura empresarial en una actividad diferente sin necesidad
de consultar a nadie...”(7).

Sancionada la ley 19.550 en el año 1972, la jurisprudencia se pronunció a favor del objeto único y de la
interpretación restringida del art. 11, inc. 3º de la ley 19.550 y en tal sentido fue resuelto que “...la falta
de determinación precisa y determinada del objeto de la sociedad (en el caso, muy general), permite
suponer razonablemente que sólo operará en alguno de los rubros, dejando los demás para eventuales
cambios de objeto, sin necesidad de cumplir con los recaudos y formalidades exigidos por la ley, que es lo
que se trata de evitar”(8).

Sin embargo y por motivos de índole práctica que pasaremos a explicar, la Inspección General de Justicia
fue aceptando la inclusión de una multiplicidad de objetos sociales en el instrumento constitutivo de la
sociedad y ello se debió no a razones jurídicas sino al hecho de que, debido al doble control de legalidad
en materia de sociedades por acciones, la necesidad, por aquellas épocas, de publicar el texto completo
del acto constitutivo de la sociedad en formación y las demoras del Boletín Oficial o de la autoridad de
control, cualquier trámite de constitución o reformas del contrato social o estatuto podía demorarse en su
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conclusión más de un año. Se aclara al lector que tales dilaciones ya habían sido advertidas por la ley
19.550, la cual adoptó medidas tendientes a evitar determinados trámites registrales, como, por ejemplo,
el aumento del capital social dentro del quíntuplo, no sujeto a la conformidad previa de la por entonces
Inspección General de Personas Jurídicas (art. 188). Del mismo modo, y con la misma filosofía, la ley
22.903, de reformas a la ley de sociedades comerciales receptó en el inc. 2º del art. 11 de la ley 19.550 la
doctrina del fallo plenario de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en el caso “Quilpe
Sociedad Anónima”, aceptando la distinción entre domicilio y sede social, en clara trasgresión a lo
dispuesto por el art. 90, inc. 3º del cód. civil que, legislando sobre el domicilio de las personas jurídicas en
general, no consagraba tal distinción, solución que, se reitera, fue inspirado en la necesidad de evitar la
tramitación que implica la reforma del contrato social o estatutos(9).

La aceptación por la autoridad de control del objeto múltiple, allá por la década del 70 y principios de los
80 y consagrado finalmente por el art. 18 de la resolución general 6/80(10), denominada “Normas de la
Inspección General de Justicia”, vigente hasta el año 2006, en que cobró vigencia la resolución general
7/05 –“Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia”– respondió a esa filosofía, pues como hemos
sostenido, la necesidad de que la sociedad cuente con un objeto único surge expresamente de varias
disposiciones de la ley 19.550 y se corresponde con el “principio de especialidad” que, como hemos dicho,
caracteriza la capacidad de las personas jurídicas, de las cuales la sociedad comercial es sólo una especie.

Pues bien, y superados aquellos obstáculos que llegaron a demorar indefinidamente la conclusión de los
trámites correspondientes a la inscripción de reformas estatutarias y fundamentalmente, la posibilidad de
llevar a cabo los denominados “trámites urgentes” ante la Inspección General de Justicia, de conformidad
con las resoluciones generales 8/02 y 16/02, todo fundamento práctico tendiente a justificar al objeto
social múltiple carecía de fundamento y, en homenaje a la voluntad expresa del legislador y a la forma
como se desenvuelve originariamente el negocio societario –en tanto que la realidad nos enseña que los
fundadores de una sociedad se agrupan para celebrar una sola gama de actividades, que es la que
conocen–, la Inspección General de Justicia, mediante la resolución general 9/04 modificó la resolución
general de ese Organismo 6/80 y hoy las Nuevas Normas de este Organismo (resolución general IGJ 7/05)
disponen al respecto en su art. 66 que “el objeto social debe ser único y su mención efectuarse en forma
precisa y determinada, mediante la descripción concreta y específica de las actividades que contribuirán a
su efectiva consecución. Es admisible la inclusión de otras actividades, también descriptas en forma
precisa y determinada, únicamente si las mismas son conexas, accesorias y/o complementarias de las
actividades que conduzcan al desarrollo del objeto social. El conjunto de las actividades descriptas debe
guardar razonable relación con el objeto social”.

El retorno al régimen de unidad del objeto social, además de corresponderse estrictamente con la
intención de quienes redactaron la ley 19.550, ofrece dos ventajas adicionales, que, hoy por hoy,
adquieren fundamental importancia, en donde la experiencia ha demostrado sobradamente la utilización
del negocio societario para defraudar a terceros: a) la necesidad de combatir de una manera eficaz, desde
la misma constitución de la sociedad, el problema de la infracapitalización societaria, del cual nos
ocuparemos en este mismo capítulo y b) la habitualidad de las maniobras de defraudación fiscal,
consistente en venta de facturas por sociedades comerciales constituidas a ese solo efecto, que
necesariamente debían contar con un objeto social omnicomprensivo de cualquier actividad económica
para poder llevar a cabo esa ilegítima actividad.

Finalmente, creo necesario aclarar que la necesidad de limitar el objeto social a una sola actividad
económica no implica necesariamente restringir la operatividad de la compañía, pues la existencia de un
objeto único no implica prohibir a la sociedad la realización de las operaciones que son preparatorias,
conexas o complementarias de la actividad económica específica que constituye el objeto de la compañía.
Una simple revisión de los contratos sociales o estatutos redactados antes de la resolución general IGJ
9/04 ilustraban que en la mayoría de los casos se incluían determinadas actividades como objetos
independientes, cuando ello no era necesario, precisamente por tratarse de operaciones que, directa o
indirectamente estaban relacionadas con el objeto social. Concretamente, si la sociedad se dedica a la
fabricación o comercialización de determinados productos, la importación o exportación de éstos no
requiere incluir específicamente a estas actividades dentro de un nuevo objeto social –la actividad
importadora o exportadora– porque estas operaciones son conexas al objeto de la sociedad. Del mismo
modo, tampoco resulta necesario incluir un objeto financiero o bancario dentro del contrato social, para
que la sociedad pueda invertir sus fondos en una institución financiera con ánimo de inversión y,
finalmente, siempre a título de ejemplo, tampoco debe incorporarse el objeto inmobiliario dentro de la
cláusula estatutaria referida al objeto social, para que la entidad pueda adquirir los inmuebles destinados
al desarrollo de la actividad industrial o comercial incluida dentro de su objeto, pues se trata de
actividades que tienden a preparar o facilitar el ejercicio del mismo.

A título de anécdota, recuerdo durante mi paso por la Inspección General de Justicia un trámite de
constitución de sociedad, donde el objeto social comprendía varias páginas de descripción de actividades
económicas de todo tipo, a pesar de que el capital social era realmente muy modesto. Como por aquellas
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épocas no había sido dictada la resolución general 9/04 que impuso el objeto único, se le hizo saber a la
sociedad en formación la necesidad de mantener una relación adecuada entre objeto y capital, que ya
estaba incluida en el art. 18 de la resolución general 6/80 (Normas de la Inspección General de Justicia).
Esta observación motivó una reforma del acto constitutivo, reduciendo los socios fundadores el objeto
social a una o dos actividades y manteniendo el capital social en la cifra originariamente establecida, pero
recuerdo que lo que me llamó más la atención fue que el escribano interviniente en el trámite registral me
manifestó en forma verbal que lo que realmente les había hecho modificar el estatuto no había sido la
observación efectuada por la Inspección General de Justicia, sino el precio del edicto previsto por el art.
10 de la ley 19.550, que se había ido por las nubes con la sola mención de todas las actividades que
formaban parte de la cláusula referida al objeto de la sociedad. La anécdota sirve para ilustrar que el
objeto múltiple no traducía la intención de los socios fundadores de dedicarse a varias actividades sino que
lo hacían para dejar abierta la posibilidad de dedicarse a otra cosa el día de mañana, en total
contraposición con lo dispuesto por el art. 1º de la ley 19.550, que exige que la sociedad debe dedicarse
efectivamente a la actividad descripta en el objeto social.

La relación capital-objeto. El caso “Gaitán,

Barugel & Asociados Sociedad de Responsabilidad Limitada”. La necesidad de combatir

la infracapitalización originaria

La íntima relación que existe entre el objeto de la sociedad y el capital social ha sido destacada por la casi
totalidad de la doctrina nacional(11), avalado por la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles(12)
y de la Inspección General de Justicia(13). Es, además, característica de todos los contratos asociativos e
inherente a toda persona jurídica de carácter ideal, en tanto se relaciona directamente con el principio de
especialidad que caracteriza a las mismas y ratifica lo expuesto lo prescripto en materia de asociaciones
civiles por el art. 361 de las Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia (resolución general 7/05)
que exige para estas personas jurídicas, al momento de constituirse la misma, la mención de su objeto
social, que deberá efectuarse en forma precisa y determinada, mediante la descripción concreta y
específica de las actividades que la entidad se proponga realizar y que deberá guardar razonable relación
con el patrimonio inicial y con los recursos que la entidad proyecte obtener durante su funcionamiento.

En el mismo sentido, la adecuada relación que debe existir entre el capital social y el objeto de las
sociedades comerciales surge, bien que indirectamente, de lo dispuesto por el art. 94, inc. 4º de la ley
19.550, en cuanto establece, entre las causales de disolución de la sociedad, la imposibilidad
sobreviniente de lograr la consecución de su objeto y si bien debo reconocer que existe alguna doctrina
que controvierte esa ecuación, basado en un análisis económico del derecho(14), ella incurre en el
gravísimo error de priorizar la función productiva del capital social y ubicarla por sobre la función de
garantía que cumple éste, la cual constituye, a nuestro juicio, el más importante rol que los redactores de
la ley 19.550 atribuyeron al capital social.

La función de garantía hacia los terceros que cumple el capital social consiste en garantizar a quienes
contratan con la sociedad, que ésta contará, como mínimo, con el monto del capital social para afrontar
sus compromisos. Ello explica entonces todas las normas que, incluidas dentro de la ley 19.550 por el
legislador de 1972, tienden a mantener la intangibilidad del capital social (arts. 53, 68, 71, 202, 204, etc.)
(15), prescribiendo asimismo la necesidad de reducir el capital social en forma obligatoria, cuando las
pérdidas han insumido las reservas y el cincuenta por ciento del capital (art. 206) y estableciendo
finalmente como causal autónoma de disolución de la sociedad la pérdida de su capital social (art. 94, inc.
5º), lo cual no se funda en la imposibilidad de lograr su objeto, pues ello configura una causal disolutoria
diferente (art. 94, inc. 4º) sino en el hecho de que la sociedad carece de garantías frente a terceros para
responder por las obligaciones asumidas, lo cual constituye situación de extrema gravedad en especial en
aquellas sociedades donde los socios limitan su responsabilidad al aporte efectuado.

Podría argumentarse que la ínfima suma que constituye el capital social mínimo de una sociedad anónima,
que hoy asciende a la suma de $ 12 (art. 186, ley 19.550), desvirtúa la congruencia de todo el sistema
previsto por la ley de sociedades comerciales en defensa de los terceros que han contratado o se han
vinculado con la compañía, siendo obvia la necesidad de una inmediata reforma legislativa que eleve en
más de diez veces esa cifra, pero ello constituye una mera situación anómala y coyuntural que, con toda
seguridad, encontrará pronta respuesta en el legislador, pues es intolerable que el excepcional beneficio
de la limitación de la responsabilidad de que gozan los integrantes de una sociedad anónima se adquiera
con el aporte de esa mínima suma. “La suficiente capitalización de la sociedad al momento de su
constitución y posteriormente, durante todo el desarrollo de la actividad empresaria –ha dicho un
trascendente fallo– es la mejor manera de evitar la insolvencia de la sociedad, atento que ésta cuenta con
mecanismos para obtener la financiación interna”(16).
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Así lo ratificó la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el caso “Inspección


General de Justicia c. Hidroeléctrica Tucumán S.A.”, del 13-4-05, con el argumento de que “el capital
social es la contrapartida incorporada a la legislación para proteger a los terceros –a partir de la
consagración de la limitación de la responsabilidad por las deudas sociales a favor de sus accionistas– ante
un eventual incumplimiento de las obligaciones que asumió el ente societario y su publicidad pone en
conocimiento el referido límite”.

Consciente de la importancia del capital social en las sociedades donde sus integrantes limitan su
responsabilidad al aporte efectuado, el registrador mercantil ha exigido desde antiguo la necesaria
correspondencia entre el capital social y el objeto que desarrollará la sociedad, ejerciendo de tal manera
el control de legalidad que a dicho funcionario le ha otorgado expresamente el Código de Comercio y las
leyes 19.550 y 22.315. Basta recordar en tal sentido los fallos dictados por el por entonces juez de Registro
de la Capital Federal, Enrique M. Butty en los célebres casos “Veca Constructora Sociedad de
Responsabilidad Limitada” y “Maco Sociedad de Responsabilidad Limitada” –este último confirmado por la
sala A de la Cámara Comercial, por sus propios fundamentos– y la resolución general IGPJ (hoy IGJ) 6/80,
denominada “Normas de la Inspección General de Justicia” –cuyo art. 18 requería la razonable
correspondencia entre el objeto y el capital social, lo cual ha sido receptado por el art. 66 in fine de la
resolución general IGJ 7/05, que se encuentra en plena vigencia.

La necesidad de que el registrador mercantil, en ejercicio del control de legalidad que le corresponde por
expreso imperativo del legislador, pueda cuestionar la suficiencia del capital social y exigir su
correspondencia con el objeto que la sociedad pretenda desarrollar, constituye, junto con la exigencia de
establecer en el contrato social un objeto social único, una eficaz manera de combatir la
infracapitalización societaria y evitar que las sociedades comerciales, en especial aquellas donde sus
integrantes gozan del beneficio de la limitación de su responsabilidad, trasladen el riesgo empresario a los
terceros que con ella operan, y que, por la posición que revisten en la contratación, carecen de la
posibilidad de exigir al ente garantías adicionales por las obligaciones asumidas (trabajadores,
proveedores, etc.), siendo ellos quienes, a la postre, deberán resignar sus acreencias cuando la compañía
deudora caiga en insolvencia. Así lo resolvió la Inspección General de Justicia en la resolución 1075/04,
dictada en el expediente “F2Biz Sociedad de Responsabilidad Limitada”, donde se dijo que “si el objeto
social no abasteciere los requisitos legales de precisión y determinación requeridos por la ley 19.550, mal
podría debatirse acerca de la suficiencia del capital social, pues no habría parámetro asequible para
calibrar éste en función de un objeto que fuera impreciso o indeterminado”.

Esta manera de razonar fue también expuesta por la Inspección General de Justicia en la resolución
dictada el 4 de noviembre de 2003 en el expediente administrativo denominado “Gaitán, Barugel &
Asociados Sociedad de Responsabilidad Limitada”. Se trataba de una sociedad de responsabilidad limitada
que pretendía su inscripción en el Registro Público de Comercio, cuyo capital social había sido establecido
por sus integrantes en la suma de cinco mil pesos, integrado sólo en su 25%, exhibiendo un objeto social
múltiple(17), comprensivo, entre muchas otras, de actividades inmobiliarias, constructora y financiera.
Obviamente, la Inspección General de Justicia observó esa notoria desproporción entre el objeto social y
el capital destinado a su consecución, argumentando que se trataba de una sociedad que padecía una
notoria infracapitalización funcional desde su inicio, lo cual constituye un claro ejemplo de abuso de
derecho, encuadrado en la figura prevista en el art. 1071 del cód. civil, con los nocivos efectos que ello
provoca para el tráfico mercantil y los intereses de los terceros, quienes son las naturales víctimas de las
sociedades que presentan un capital social insuficiente para poder desarrollar el objeto previsto en el
contrato de sociedad.

Se sostuvo también en dicho precedente que “...el objeto social define y enmarca el cumplimiento de las
actividades sociales, guardando estrecha relación la proporción entre el capital social y el aporte de los
socios ordenado a la consecución del objeto social, de lo cual se sigue que un capital social
desproporcionadamente reducido en su magnitud determinará la imposibilidad, desde su inicio, de cumplir
el objeto que debe, por esencia, ser fácticamente posible (art. 953, cód. civil)”.

Ello no implica sostener que el registrador mercantil, fuese éste un juez de registro o una autoridad
administrativa, deba constituirse en un perito en todas las actividades económicas o empresariales
imaginables, a los fines de determinar cuál es la suma mínima que corresponde exigir a la sociedad en
formación para afrontar su objeto social. No se trata de ello, sino de evitar, mediante el ejercicio del
control de legalidad que la ley le ha conferido, y en beneficio del comercio y de la contratación en
general, la actuación en el mercado de una sociedad que ni siquiera tiene un capital suficiente para
afrontar los gastos que suponen su instalación e instrumentación. De allí que corresponda, ante un notorio
caso de infracapitalización originaria, como ocurrió en el caso “Gaitán, Barugel & Asociados Sociedad de
Responsabilidad Limitada”, requerir la adecuación del capital al objeto social, actuación que en un
idéntico caso ocurrido en el año 1980 fue calificada como un típico supuesto del ejercicio del control de
legalidad del acto cuya registración se pretende(18).

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Las sociedades de profesionales.

El caso “Ghiano, Re y Asociados Sociedad

de Responsabilidad Limitada”

Si bien existe una tendencia moderna en el derecho comparado de organizar el ejercicio de las profesiones
liberales por medio de sociedades comerciales, hoy por hoy, al menos en la República Argentina, la
agrupación de individuos para el desarrollo de una profesión liberal bajo la forma de sociedad mercantil no
resulta compatible con las normas que rigen el desempeño de la misma, pues tanto la ley de sociedades
comerciales contiene normas incompatibles con las características propias de las sociedades de
profesionales, que éstos no pueden hoy, de manera alguna, esquivar, eludir o trasladar a una compañía
mercantil las responsabilidades directas y personales que implica el ejercicio de una profesión profesional.

Bien es cierto que, en algunas oportunidades, ha sido admitido por la jurisprudencia y la doctrina lo que se
ha dado en llamar las sociedades instrumentales de profesionales o sociedad de medios, que se presenta
cuando sus integrantes comparten bienes patrimoniales y prestaciones de servicios con el único fin de
reducir costos que no se pueden asumir individualmente(19), ejerciendo cada uno de ellos su profesión en
forma totalmente independiente.

Con otras palabras: cuando la doctrina habla de “sociedades de medios”, para caracterizar a las
sociedades de profesionales(20), ella se refiere a la utilización de un esquema organizativo para trabajar
en conjunto, acordando sus integrantes un sistema de distribución de los gastos e inversiones, pero lo que
resulta impensable en el régimen legal argentino es que pueda la sociedad prestar servicios profesionales
a terceros, imputar a dicho ente las consecuencias de la actuación de todos los socios o trasladar la
responsabilidad patrimonial de uno de sus socios a la sociedad, por un mal desempeño profesional(21).

En las denominadas sociedades de medios, y como alternativa de máxima, la entidad sólo podrá responder
con su patrimonio por todos los gastos incurridos en lo que se refiere a su organización interna: adquisición
de inmuebles, bienes de uso o de insumos, contratación de personal, remuneraciones laborales, etcétera,
pero lo que jamás podrá realizar, porque la ley argentina no lo permite, es la celebración de contratos de
locación de servicios profesionales con terceros, puesto que no existe posibilidad legal alguna de otorgar a
una persona jurídica la matrícula para el ejercicio de una profesión libre, entendiendo por tal a todas
aquellas actividades que requieren el reconocimiento habilitante de una idoneidad para su ejercicio(22).
Del mismo modo, resulta absolutamente imposible aplicar a personas jurídicas, cualquiera fuese su forma,
las normas de ética y el régimen sancionatorio que incluye, por lo general, toda la normativa
reglamentaria de las profesiones liberales en la República Argentina. Como bien afirma uno de los autores
que con mayor ilustración se ha dedicado al tema, el profesor Gustavo Cultraro, si la actividad profesional
la presta una sociedad, se viola la ley específica que regula la profesión en cuestión, que impone que el
profesional debe tener título habilitante para ejercer y –aunque sea verdad de Perogrullo– sólo pueden
poseer esos títulos las personas físicas que egresen de una universidad reconocida oficialmente para el
dictado de la carrera respectiva(23).

Si bien es cierto que la denominada sociedad de medios presenta fundados reparos en torno al
cumplimiento de los requisitos mismos de existencia previstos por el art. 1º de la ley 19.550, en tanto los
profesionales que la integran actúan con total independencia profesional, caracterizándose las mismas por
la ausencia de lucro, entendido en sentido estricto, esto es, como ganancia o incremento patrimonial
positivo(24), bueno es recordar al lector que la doctrina y jurisprudencia nacional, adhiriéndose al criterio
amplio de Halperín, en materia de interpretación de la fórmula “participación en los beneficios”, ha
aceptado este tipo de sociedades y la autoridad de control las ha inscripto en el Registro Público de
Comercio.

De manera tal que el problema se plantea cuando la sociedad de profesionales pretende exceder los
estrictos límites funcionales a los cuales están sometidas las sociedades de medios y su contrato o estatuto
contiene cláusulas de distribución de ganancias por el ejercicio de la respectiva profesión y creemos, como
lo ha entendido la Inspección General de Justicia en el caso “Ghiano, Re y Asociados” que ello torna nulo
el contrato de sociedad, cuando el tipo social adoptado ha sido el de una sociedad mercantil, pues el único
molde que la legislación argentina admite para albergar este tipo de emprendimientos no es otro que el
de la sociedad civil previsto por los arts. 1648 y siguientes del cód. civil.

Expone al respecto la profesora Susy Bello Knoll(25) que la doctrina se ha dividido, a lo largo del tiempo,
en dos posiciones antagónicas: la primera, que agrupa a quienes consideran que los profesionales sólo
pueden constituir sociedades civiles porque la naturaleza de la actividad ejercida por los profesionales es
civil, y por la otra, quienes propician que en el marco constitucional de asociarse con fines útiles, los
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profesionales pueden recurrir a los moldes de las sociedades comerciales previstas por la ley 19.550, con
las restricciones que puedan corresponder legalmente(26).

En una tercera posición se encuentra Anaya, quien en un breve pero siempre consultado artículo sobre el
tema, llega a la conclusión de que la mejor solución a la que puede arribarse para encuadrar legalmente
las mismas, atento las especiales características que presenta la entidad que agrupa profesionales, es
recurrir a los contratos de agrupación empresaria, que no comporta sociedad ni da origen a un sujeto de
derecho, conforme lo dispone el art. 367 de la ley 19.550(27), conclusión sólo compartible si se lleva a
cabo una reforma a esta ley, en tanto hoy, conforme la actual redacción de los arts. 367 y 377 del
ordenamiento legal societario, las agrupaciones de colaboración y las uniones transitorias de empresas sólo
pueden ser constituidas por sociedades y/o por “empresarios individuales”, categoría donde, por propia
definición, no pueden ser incluidos quienes desarrollan profesiones liberales.

A mi juicio, los moldes societarios que ofrece la ley 19.550, incluso la figura de los contratos de
colaboración empresaria, son incompatibles para la actuación en sociedad por parte de quienes desarrollan
cualquier actividad profesional, para la cual se requiere tener título habilitante, pues el desempeño de
actividades de tal naturaleza tienen eminente carácter civil y, por lo tanto, excluidas del ordenamiento
comercial (art. 8º, cód. de comercio), y a ello no obsta el hecho de que el art. 1º de la ley 19.550 haya
aceptado la “comercialidad por la forma”, puesto que la recurrencia a los tipos sociales previstos por
dicha normativa no puede admitirse cuando, como en el caso de las sociedades de profesionales, dicha
agrupación encuentra estrictamente su molde dentro de las normas que los arts. 1648 a 1788 bis del cód.
civil dedica a las sociedades civiles. Con otras palabras, no existe en nuestro derecho la posibilidad de
encarar cualquier actividad mediante el uso de uno de los tipos sociales previstos por la ley 19.550, pues
ello implicaría dejar en letra muerta lo dispuesto por el art. 8º del cód. de comercio, mediante el sencillo
expediente de actuar bajo la forma de sociedad mercantil. Razonar en sentido contrario importa un
predominio de las formas por sobre el fondo, lo cual considero inadmisible, sin que tampoco constituya
obstáculo para tales conclusiones lo dispuesto por el controvertido art. 3º de la ley 19.550, que recepta la
absurda figura de la asociación bajo forma de sociedad, pues esta norma fue históricamente pensada para
dar solución a determinados y puntuales problemas que se presentaron al legislador societario al momento
de redactarse la ley de sociedades comerciales, allá por el año 1972 y, además de ello, la regla allí
prevista constituye una excepción que no puede nunca alterar un principio general.

Pero además de lo expuesto, existen otras razones que impiden a los profesionales recurrir a los tipos
previstos en la ley 19.550 para actuar en sociedad, pues la imposibilidad de trasladar a la sociedad la
responsabilidad inherente al ejercicio de la profesión –característica fundamental de las sociedades de
profesionales– impone que en todo momento los terceros puedan identificar a sus integrantes, lo cual
ofrece dificultades cuando se trata de sociedades anónimas –esto es, en el tipo societario más utilizado en
nuestro medio– en las cuales la transferencia de acciones no se inscribe en los registros públicos
mercantiles.

En conclusión, ante una actividad de características eminentemente civiles como lo es el ejercicio de las
profesiones liberales, el único esquema societario admisible lo constituye el molde de las sociedades
civiles, cuya carácter intuitu personae resulta innegable y que prevé un especial régimen de
responsabilidad mancomunada –salvo pacto en contrario, estableciendo la solidaridad entre todos los
socios– más adecuado a la naturaleza de la actividad desarrollada por la sociedad y un sistema de aportes
de los socios que permite las obligaciones de hacer (art. 1649, cód. civil)(28).

No ignoramos la existencia de ciertas iniciativas, provenientes de Colegios Profesionales, de modificar el


Código Civil, en lo referente a las sociedades civiles, admitiendo las sociedades civiles de responsabilidad
limitada como opción posible para cualquier agrupación de profesionales o de personas que desempeñen
cualquier tipo de actividad comercial, a la cual se le impone la necesidad de contratar y mantener en
vigencia seguros de responsabilidad civil profesional por un monto que está relacionado con la facturación
de dicha entidad(29), pero más allá de ese seguro, estimamos inadmisible la limitación de la
responsabilidad del “profesional-socio” que incurrió en mala praxis. Para éste no debe haber posibilidad de
trasladar el riesgo de una mala actuación profesional al ente que integra, por más importante que sea el
seguro de responsabilidad contratado, pues nada bueno puede esperarse de un sistema en donde el socio
sabe que nada ocurrirá con su patrimonio en caso de resultar negligente en el ejercicio de su profesión.

Pero sea cual fuere la conclusión a la cual se arribe, las sociedades de profesionales, cualquiera fuese la
profesión que los agrupa, no pueden ser integradas por personas que carecen de título habilitante. Así lo
tiene resuelto la jurisprudencia desde antiguo, habiéndose resuelto, allá por el año 1970, que las
sociedades que agrupan profesionales y legos para explotar la profesión de aquéllos tienen objeto ilícito
siendo nulo el contrato de sociedad, de nulidad absoluta y verificable de oficio puesto que la invalidez se
funda en una razón de orden público(30).

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voces: personas jurídicas - sociedad - sociedad anónima - sociedad de responsabilidad limitada -


sociedad en comandita

(1) CNCom., sala A, 11-5-04, en autos “Vicente Robles S.A. c. Nisalco S.A. s/ordinario”; ídem, sala B, 24-6-
03, en autos “Forns, Eduardo c. Uantú S.A. s/ordinario”.
(2) Halperín, Isaac, Sociedades Anónimas, Depalma, 1974, pág. 81.
(3) Zaldívar, Enrique; Manóvil, Rafael; Ragazzi, Guillermo; Rovira, Alfredo y San Millán, Carlos, Cuadernos
de Derecho Societario, Macchi, 1973, t. I, pág. 273.
(4) Butty, Enrique, Ponencia presentada al IV Congreso Nacional de Derecho Societario celebrado en
Mendoza, 1986; ídem, su opinión personal en la actualización del Curso de Derecho Comercial, Depalma,
2000, vol. I, págs. 281/282.
(5) CNCiv., sala D, 11-4-86, en autos “Rodríguez de García, Araceli c. García, Héctor”.
(6) Resolución IGJ 1075/04, en el expediente “F2Biz S.R.L. s/inscripción”.
(7) Farina, Juan M., Objeto social. ¿ Amplitud o restricción en la enunciación de actividades, en el libro
colectivo Sociedades ante la IGJ, publicado por La Ley, 2005, pág. 136.
(8) CNCom., sala B, 2-10-74, ED, 60-229.
(9) Ello queda patentizado en la redacción que la ley 22.903 le dio al art. 11, inc. 2º de la ley 19.550, que
textualmente dispone: “El instrumento de constitución debe contener, sin perjuicio de lo establecido para
ciertos tipos de sociedad: 1) (...) 2) La razón social o denominación y el domicilio de la sociedad. Si en el
contrato constare solamente el domicilio, la dirección de su sede deberá inscribirse mediante petición por
separado suscripta por el órgano de administración. Se tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad
todas las notificaciones efectuadas en la sede inscripta”.
(10) Disponía esta norma que “la mención del objeto social deberá efectuarse en forma precisa y
determinada mediante la descripción concreta y específica de las actividades que la sociedad se propone
realizar, evitándose innecesarias o superfluas enunciaciones de hechos, actos o medios dirigidos a su
consecución. El objeto social podrá comprender actividades plurales y diversas sin necesaria conexidad o
complementación, siempre que las mismas se describan en forma precisa y determinada,
circunscribiéndose a las que la entidad se propone realizar y guarden razonable relación con el capital
social. No se considerará preciso y determinado el objeto social cuando a pesar de estar determinadas las
diversas actividades, por su cantidad, variedad o inconexidad, quepa presumir razonablemente que la
sociedad desarrollará efectivamente solo alguna de ellas”.
(11) Fargosi, Horacio P., Estudios de Derecho Societario, Ábaco 1978, pág. 38; Halperín, Isaac y Otaegui,
Julio, Sociedades Anónimas, Depalma, pág. 101, nota 66; Cracogna, Dante, La relación capital-objeto
social en la dinámica societaria, en el libro colectivo: Sociedades ante la IGJ, La Ley, 2005, pág. 127;
Zaldívar, Enrique y colaboradores, Cuadernos de Derecho..., cit., pág. 263.
(12) CNCom., sala A, noviembre 28 de 1980 en autos “Maco S.R.L.”; fallo del Juzgado Nacional de Primera
Instancia en lo Comercial de Registro, firme, 30-6-80, en autos “Veca Constructora S.R.L.”; Cámara de
Apelaciones en lo Laboral de Santiago del Estero, 15-6-05, “Salazar, Oscar Elder c. Forestal El Milagro
s/indemnización por antigüedad”; Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de la Ciudad de Santa Fe,
27-4-06, “Bocca S.A. s/inscripción”.
(13) Resolución IGJ 574/01, 3-7-01, en el expediente “Viejo Cimarrón S.A.”; resolución IGJ 1075/04, 30-8-
04 en el expediente “F2Biz S.R.L.” y, fundamentalmente, resolución IGJ 1416/03, 4-11-03 en el expte.
“Gaitán Barugel & Asociados S.R.L.”.
(14) Di Chiazza, Iván, La relación capital-objeto social, LL del 16-11-04.
(15) Sostuvo la Cámara de Apelaciones en lo Laboral de Santiago del Estero, en fallo del 15-6-05, dictado
en los autos “Salazar, Oscar E. c. Forestal El Milagro S.R.L. s/indemnización por antigüedad”, que “nuestra
ley de sociedades comerciales carece de una norma de carácter general que imponga la exigencia de la
adecuación del valor del capital social a la naturaleza del objeto de la sociedad, de modo que éste asegure
a los terceros la función de garantía que le asigna la ley. Por ello resulta aún más importante enfatizar la
cualidad de la intangibilidad del capital social en función de garantía frente a terceros”.
(16) Cámara de Apelaciones en lo Laboral de Santiago del Estero, 15-6-05, en autos “Salazar, Oscar Elder
c. Forestal El Milagro s/indemnización por antigüedad”.
(17) Repárese que la fecha de la resolución dictada en el caso “Gaitán, Barugel & Asociados S.R.L.” es
anterior a la resolución general 9 de la Inspección General de Justicia que consagró el objeto único.
(18) CNCom., sala A, 28-11-80, en autos “Maco S.R.L.”.
(19) Albiez Dormán, Klaus Jochen y García Pérez, Rosa, La sociedad profesional de abogados, Navarra,
Thompson & Aranzadi, 2005, pág. 211.
(20) Anaya, Jaime, La sociedad de profesionales, ED, 123-272; Farina, Juan M., El contrato de sociedad
entre los contratos de colaboración. Las sociedades entre abogados, Cuadernos de la Universidad Austral
nº 1, titulado Derecho Empresario Actual, págs. 318 y 321; Cultraro Gustavo, Las sociedades comerciales
de profesionales y su regulación por el CPCE. Un caso de nulidad societaria, publicado en Doctrina
Societaria y Concursal, nº 231, febrero 2007, pág. 117, etcétera.
(21) Las dificultades que presenta el encuadramiento legal de las sociedades de profesionales fue bien
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reseñada por Anaya, quien sostiene textualmente que, sin perjuicio de las particularidades que a cada
profesión concierne, todas ellas padecen de la insuficiencia de las figuras tradicionales para disciplinar
agrupaciones que no despersonalicen las prestaciones que incumben individualmente a cada profesional,
que son indelegables, aunque se funden en su libertad de juicio y de decisión en correspondencia con una
responsabilidad civil, disciplinaria y penal que no puede ni debe diluirse en una colectividad ni cobijarse
bajo la personalidad jurídica” (La sociedad..., cit.).
(22) Anaya, Jaime, La sociedad..., cit.
(23) Cultraro Gustavo, Las sociedades comerciales..., cit., pág. 119.
(24) Ídem nota anterior, con cita del libro del autor español García Pérez, R., El ejercicio en sociedad de
profesiones liberales, Barcelona, 1997.
(25) Bello Knoll, Susy Inés, Las sociedades anónimas profesionales en Ciencias Económica, LL del 4-4-06.
(26) Si bien la profesora Bello Knoll se manifiesta a favor de la posibilidad de constituir de sociedades
comerciales entre profesionales, no deja de resaltar que la asociación de profesionales, cualquiera sea la
forma de la misma, no elimina el ejercicio personal de su profesión, ni sustituye la actividad individual.
Son los profesionales en forma profesional quienes, en caso de violación de las normas, deberán sufrir las
sanciones estipuladas en las mencionadas leyes; quienes serán pasibles de las acciones penales y
especialmente, quienes serán responsables conforme al art. 902 del cód. civil con una culpa profesional
agravada frente a los incumplimientos”.
(27) Anaya, Jaime, La sociedad..., cit.
(28) Resolución IGJ 318/04, 19-3-04 en el expte. “Ghiano, Re y Asociados S.A.”.
(29) Proyecto elaborado por el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, 2007.
(30) CNCiv., sala C, 17-9-70 en autos “Puig Lómes, Hernán c. Horizonte Inmobiliario S.A.”, LL, 142-
619/620, sumario nº 26.736-S. Voto del Dr. Helios Guerrero en autos “Inspección General de Justicia c.
Price Waterhouse S.A.” dictado por la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, del
14-7-99, publicado en la Revista de las Sociedades y Concursos nº 4, mayo/junio de 2000, pág. 108 y sigs.

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