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Una mujer singular

Carmen Rodríguez

Cuando las mujeres paceñas se preocupaban por la moda de los vestidos de talle
bajo, los sombreros que les cubrían hasta la frente y las baratijas traídas de quién sabe
dónde, mi abuela Esther coleccionaba las monedas que había perforado cuando era joven
jugando al tiro al blanco. Asimismo, ella disfrutaba de hacer prácticas de equitación en un
caballo negro que sus padres le habían regalado. También se dedicaba a fraguar metales
para tallarlos, posteriormente, en alto y bajo relieve. Por último, se animó a pilotear en el
altiplano de La Paz una avioneta de la época de la Primera Guerra Mundial. Todo ello me
mueve a afirmar que mi abuela era una mujer fuera de época. Su audacia, su sensibilidad y
su empeño por hacer lo que quería son tal vez tres cualidades que lo confirman.
En primer lugar, veo en ella una audacia que la destacaba entre las mujeres de su
tiempo. Me explico: por un lado, muchos la recuerdan por ser una muy buena amazona, es
decir, por dominar el arte de la equitación. Comentan que corría al trote por el amplio valle
de Palcoma, donde solía ir con su familia a pasar unos días, y practicaba saltos de
obstáculos en campos militares. Por otro lado, mi hermano Javier, que la conoció cuando
era niño, recuerda que mi abuela guardaba en una caja metálica de chocolates las monedas
que ella perforó cuando era joven. Sucede que mientras otras personas las lanzaban al aire,
ella disparaba a estos pequeños objetos con una puntería envidiable. Ambas eran
actividades poco comunes entre las mujeres de su época. Aprecio entonces que ella fue,
para quienes la recuerdan, una mujer valiente que se atrevió a romper barreras.
En segundo lugar, Esther era una mujer de una gran sensibilidad artística. Aprendió
a forjar metales y se dedicó por mucho tiempo a crear piezas de cobre fraguadas y fundidas
por ella misma y a cincelarlas a golpe de martillo. Me la imagino trabajando con
herramientas que exigían esfuerzo físico, precisión en el cincelado y, a la vez, mucha
delicadeza en el detalle. De ella conservamos algunas obras admirables. Por ejemplo, un
paisaje en alto relieve de la ciudad de La Paz con el Illimani al fondo hecho, claro está, a
golpe de cincel y martillo. Su obra no es conocida porque Esther nunca tuvo interés en
exponerla; ella hizo ese trabajo porque era algo que la motivaba, era una actividad con la
cual, simplemente, se sentía a gusto. Así, ella fue una artista silenciosa, pero de especial
finura.
Por último, mi abuela fue una persona que se empeñó en hacer lo que se propuso,
aun cuando ello le estuviera vetado por el hecho de ser mujer. Me explico: ella tuvo el
coraje de pilotear, en la década de los veinte, una avioneta de doble hélice. Conservo, por
un lado, una foto de ella ya acomodada en el asiento de un biplano abierto de la época de la
Primera Guerra Mundial y, por otro, una sensación recordada por mi madre, quien dice de
ella: “lo que más le gustaba era la presión que el viento ejercía sobre su cabeza”. Por lo
tanto, ella fue una mujer que se atrevió a proponerse algo no reconocido para las mujeres en
su época y que lo logró.
Es cierto que haber sido una gran amazona, una diestra en el tiro al blanco, y una
artista silenciosa son características que probablemente describen también a otras mujeres
de la primera mitad del siglo veinte. Sin embargo, animarse a volar en avioneta es otra
cosa. Me queda sólo la imagen de quienes recuerdan a mi abuela, pues lamentablemente no
pude conocerla; nos dejó un año antes de que yo naciera. Pero esa imagen, la de esa mujer
audaz, sensible y dispuesta a luchar por lo que quería es algo que siempre llevaré conmigo.
Y es que mi abuela fue una mujer que se atrevió a vivir fuera de época. (658 palabras)

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