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Cátedra: Lectura y Escritura Académica

Alumno: Amarillo Francisco

Consigna (TP N° Individual- Fecha:28/05/2021)

1.- Luego de la lectura del texto, elija la mejor respuesta para las siguientes
preguntas y justifique su elección.

a) ¿Quién es el autor de “Escribir”? ¿Escribir es?

b) ¿Para el autor qué comprende la escritura? ¿Qué sensaciones siente


respecto a la escritura?

c) ¿Relativiza sus aseveraciones sobre la escritura? ¿Cuáles son fines de la


escritura?

2.- Las siguientes notas se podrían agregar al texto “Escribir”. Incorpore donde
corresponda para facilitar la comprensión.

a) La mano, la historia de la mano humana, es fundamental en la historia de la


escritura. Cuando el hombre pasa a ser bípedo, las patas delanteras se
convierten en manos que permiten manipular objetos, hacer gestos, dibujar y
escribir, en lenta evolución que va haciendo de las manos herramientas más y
más precisas que pueden construir otras herramientas, como los diversos
instrumentos que el hombre ha inventado para escribir.

b) Hender: abrir o rajar un cuerpo sólido sin dividirlo del todo. La etimología de
“escribir”, derivado del latín scribere, indica el significado de “trazar caracteres”.
Y la raíz indoeuropea de la palabra latina, el de “cortar, realizar incisiones”.
Todo indica que la palabra asocia el raspar con el escribir y diversos hallazgos
literarios y arqueológicos sugieren que los primeros soportes fueron vasijas o
piedras que se arañaban sin intención, en ese remoto origen de la escritura, de
transcribir gestos o gritos.

c) André Masson y Cy Twombly son dos artistas a los que Barthes ha prestado
atención en diferentes ensayos. El primero era un surrealista francés cuyas
pinturas exploran los aspectos estéticos de los ideogramas chinos; el segundo,
pintor estadounidense, creó imágenes en las que se perciben sombras o
huellas de palabras difusas. Los dos casos le sirven a Barthes, entre otros
objetivos, para explayarse sobre el hecho de que la escritura tiene más
funciones que la instrumental de la comunicación.

d) No hay una única explicación del origen de la escritura. Una de las tesis más
reconocidas es la de que la inventaron los sumerios en la Mesopotamia
asiática. Esta es la tesis que defiende Jean Louis Calvet, prestigioso profesor
de la Universidad de la Soborna, quien se refiere a hallazgos de las
excavaciones realizadas en la Mesopotamia, más específicamente en las
orillas del Éufrates: “…se puede deducir la función de esta escritura a partir
incluso de la observación de sus producciones más embrionarias, una especie
de “fichas” que las excavaciones nos han dado a conocer, encerradas en
“recipientes” de barro con forma de conos de diferentes tamaños o de bolas. El
contenido de estos recipientes servía como referencia, como una especie de
garantía de los contratos. Si había el compromiso de entregar un rebaño de
corderos de tantas cabezas, se sellaba entonces un recipiente de arcilla que
contenía tantas fichas como corderos, o también determinadas fichas que por
sus formas simbolizaban tal o cual número de cabezas. Sobre la superficie de
este contenedor aparecen indicaciones acerca de lo que éste encerraba dentro,
sin duda, sin que quienes tuvieran la ocurrencia se percataran de que
semejante “etiquetaje” convertía en inútil su contenido, desde ese preciso
momento obviable” (Jean L. Calvet, Historia de la Escritura [1996], Bs. As.,
Paidós, 2001, p.44).
Desarrollo:

1 - El autor del texto ‘Escribir’ es Roland Barthes, semiólogo reconocido. En


términos del autor la actividad de la escritura trasciende la mera necesidad
técnica y hunde sus raíces en una necesidad humana de expresarse dejando
sus ‘marcas’. ‘Sin duda, esos trazos no querían decir nada; pero su ritmo
mismo denota una actividad consciente, probablemente mágica o, más
ampliamente, simbólica: la huella, dominada, organizada, sublimada (no
importa) de una pulsión’ (Barthes, 2003, pag. 157)

Barthes discurre sobre el nacimiento de la escritura bajo un fin económico y


social, administrar los recursos excedentes bajo la nueva organización social
de tipo sedentaria. En la modernidad la actividad de escribir se encuentra
plenamente mecanizada, aunque escribir a mano sea una actividad perimida,
según Barthes ‘El cuerpo permanece ligado a la escritura a través de la visión
que tiene de ella: hay una estética tipográfica’.

2 - Roland Barthes, Variaciones sobre la escritura, Bs As. Paidós, 2003,


pp.157-159

Con frecuencia, me he preguntado por qué me gusta escribir (a mano, se


entiende), a tal punto que, en muchas ocasiones, el placer de tener frente a mí
(cual banco de carpintero) un bella hoja de papel y una buena pluma
compensa, a mis ojos, el esfuerzo a menudo ingrato del trabajo intelectual:
mientras reflexiono en lo que he escribir (eso es lo que ahora ocurre), siento
cómo mi mano actúa, gira, liga, se zambulle, se levanta y, muchas veces, por el
juego de las correcciones, tacha o hace estallar la línea, y ensancha el espacio
hasta el margen, construyendo así, a partir de trazos menudos y
aparentemente funcionales (las letras), un espacio que es sencillamente el del
arte: soy artista, no porque figuro un objeto, sino, más fundamentalmente,
porque, en la escritura, mi cuerpo goza al trazar, al hender 1 rítmicamente una
superficie virgen(siendo lo virgen lo infinitamente posible).

Este placer debe ser antiguo: se han encontrado, en las paredes de ciertas
cavernas prehistóricas, series de incisiones regularmente espaciadas. ¿Era eso
ya escritura? De ningún modo. Sin duda, esos trazos no querían decir nada;
pero su ritmo mismo denota una actividad consciente, probablemente mágica
o, más ampliamente, simbólica: la huella, dominada, organizada, sublimada (no
importa) de una pulsión.

El deseo humano de hender(con el punzón, el cálamo, el estilete, la pluma) o


de acariciar(con el pincel, el fieltro) ha atravesado sin duda muchos avatares
que han ocultado el origen propiamente corporal 2 de la escritura; pero basta
con que, de vez en cuando, un pintor(como hoy en día Masson o Twombly 3)
incorpore formas gráficas a su obra, para que seamos conducidos a esta
evidencia: escribir no es solamente una actividad técnica, sino también una
práctica cultural de goce.

Pongo este motivo en primer lugar precisamente porque de ordinario se lo


censura. Eso no quiere decir que la invención y el desarrollo de la escritura no
los haya determinado el movimiento de la historia más imperiosa: la historia
social y económica. Es sabido que, en el área mediterránea (por oposición al
área asiática), la escritura nació de exigencias comerciales: el desarrollo de la
agricultura y la necesidad de constituir reservas de grano obligaron a los
1
Hender: abrir o rajar un cuerpo sólido sin dividirlo del todo. La etimología de “escribir”,
derivado del latín scribere, indica el significado de “trazar caracteres”. Y la raíz indoeuropea de
la palabra latina, el de “cortar, realizar incisiones”. Todo indica que la palabra asocia el raspar
con el escribir y diversos hallazgos literarios y arqueológicos sugieren que los primeros
soportes fueron vasijas o piedras que se arañaban sin intención, en ese remoto origen de la
escritura, de transcribir gestos o gritos.
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La mano, la historia de la mano humana, es fundamental en la historia de la escritura. Cuando
el hombre pasa a ser bípedo, las patas delanteras se convierten en manos que permiten
manipular objetos, hacer gestos, dibujar y escribir, en lenta evolución que va haciendo de las
manos herramientas más y más precisas que pueden construir otras herramientas, como los
diversos instrumentos que el hombre ha inventado para escribir.

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André Masson y Cy Twombly son dos artistas a los que Barthes ha prestado atención en
diferentes ensayos. El primero era un surrealista francés cuyas pinturas exploran los aspectos
estéticos de los ideogramas chinos; el segundo, pintor estadounidense, creó imágenes en las
que se perciben sombras o huellas de palabras difusas. Los dos casos le sirven a Barthes,
entre otros objetivos, para explayarse sobre el hecho de que la escritura tiene más funciones
que la instrumental de la comunicación.
hombres a inventar un medio de memorizar los objetos necesarios para toda la
comunidad que trate de dominar el tiempo de la conservación y el espacio de la
distribución. Así nació, al menos entre nosotros, la escritura 4.

Por lo tanto, esa técnica era el esbozo arcaico de lo que hoy llamaríamos la
planificación; a partir de ese momento y de una manera natural, se convirtió en
un instrumento decisivo de poder o, si se prefiere, en un privilegio (en el sentido
social del término); los técnicos de la escritura, notarios, escribas, sacerdotes,
formaron una casta (cuando no una clase) adicta al príncipe (y éste velaba por
ella). Durante mucho tiempo, la escritura fue un medio secreto: poseer la
escritura designaba un lugar de separación, de dominio y de transmisión
controlada, en suma, la vía de una iniciación: la escritura ha estado
históricamente ligada a la división de clases, a sus luchas y (en Francia) a las
conquistas de la democracia.

Hoy en día, en nuestros países al menos, todo el mundo escribe. Entonces, ¿la
escritura ya no tiene historia? ¿Ya no tenemos nada que decir de ella? De
ningún modo. Uno de los intereses del libro de Roger Druet es precisamente
poner el acento en la mutación aún muy enigmática que se apodera de la
escritura en cuanto ésta se mecaniza. Es demasiado pronto para decir qué
compromete al hombre moderno de sí mismo en esta nueva escritura de la que
la mano está ausente: la mano tal vez, pero de ningún modo el ojo. El cuerpo
permanece ligado a la escritura a través de la visión que tiene de ella: hay una

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No hay una única explicación del origen de la escritura. Una de las tesis más reconocidas es
la de que la inventaron los sumerios en la Mesopotamia asiática. Esta es la tesis que defiende
Jean Louis Calvet, prestigioso profesor de la Universidad de la Soborna, quien se refiere a
hallazgos de las excavaciones realizadas en la Mesopotamia, más específicamente en las
orillas del Éufrates: “…se puede deducir la función de esta escritura a partir incluso de la
observación de sus producciones más embrionarias, una especie de “fichas” que las
excavaciones nos han dado a conocer, encerradas en “recipientes” de barro con forma de
conos de diferentes tamaños o de bolas. El contenido de estos recipientes servía como
referencia, como una especie de garantía de los contratos. Si había el compromiso de entregar
un rebaño de corderos de tantas cabezas, se sellaba entonces un recipiente de arcilla que
contenía tantas fichas como corderos, o también determinadas fichas que por sus formas
simbolizaban tal o cual número de cabezas. Sobre la superficie de este contenedor aparecen
indicaciones acerca de lo que éste encerraba dentro, sin duda, sin que quienes tuvieran la
ocurrencia se percataran de que semejante “etiquetaje” convertía en inútil su contenido, desde
ese preciso momento obviable” (Jean L. Calvet, Historia de la Escritura [1996], Bs. As., Paidós,
2001, p.44).
estética tipográfica. Útil es por lo tanto el libro que nos enseña a distanciar la
simple lectura y nos da la idea de ver en la letra, a semejanza de los antiguos
calígrafos, la proyección enigmática de nuestro propio cuerpo.

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